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Presentación

Este rosario está presente en el Movimiento de la Palabra de Dios desde sus inicios. Su antecedente es una gracia recibida durante los años de formación y estudios en la Compañía de Jesús, de quien escribe este libro.

En la historia de la Iglesia, los albores de esta práctica devocional se los puede vincular con la búsqueda de una oración continua que se condensa en fórmulas breves, comunes a los monjes y la espiritualidad del desierto.

La repetición continua de fórmulas o jaculatorias llevó a fijar un determinado número de ellas. En esto sirvió como referencia el número de los Salmos: 150. Sustituyendo los Salmos con un determinado número de padrenuestros y avemarías para el uso popular se obtuvo una especie de “salterio mariano” al que se añadían meditaciones sobre la vida de Cristo.

El Papa Pío V instituyó con una bula lo esencial de la configuración actual del rosario. El Papa de “la cuestión social”, León XIII, dedicó al rosario mariano dieciséis documentos. Como puede verse, la piedad por la Virgen María mediante el rezo del santo rosario arraigó vigorosamente en todos los niveles de la Iglesia Católica.

Pueden recomendarse como lecturas al respecto “El rosario en el magisterio de los Papas de León XIII a Juan Pablo II”1 del P. Salvador Perrella (OSM) y la Carta Apostólica El Rosario de la Virgen María (RVM) de Juan Pablo II.

¿Cómo podemos presentar lo que llamamos el Rosario de los siete días?

En parte nos serviremos del documento citado de Juan Pablo II. Los diversos “misterios” resaltan el carácter del rosario centrado en Jesús a través de María. Tradicionalmente los misterios constituyen tres grupos: gozosos de la infancia de Jesús, dolorosos de su pasión y gloriosos de su resurrección. El Papa propone incorporar también sucesos de la vida pública de Jesús entre el bautismo y la pasión, y los llama misterios de la luz porque a través de ellos Jesús aparece como la Luz del mundo.

Juan Pablo II deja explícito que “esta incorporación de nuevos misterios, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, (…) se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria” (Cf. RVM n. 19).

El rosario como gracia, dice el Papa, es una escuela de María: “podríamos llamarlo el camino de María”. Es el ejemplo de la senda por la que anda la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une a Jesús con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que vive de Él y por Él. Haciendo nuestras las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel en el Ave María, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en la Virgen, entre sus brazos y en su corazón, el “fruto bendito de su vientre” (Cf. Lc 1, 42)” (RVM, 24).

Como “hijo del hombre” que es Jesús –la Palabra de Dios hecha carne- los misterios de su vida abarcan y engloban al hombre en las distintas etapas de su vida. “A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre”, sostiene Juan Pablo II (n. 25, 2).

“El simple rezo del rosario –dice el Papa– marca el ritmo de la vida humana” (RVM, 25,1). Asimismo, como gracia de Dios, puede ayudarnos el Rosario de los siete días que también posee los “misterios de la luz” y a su vez, nos enmarca marianamente toda la semana en los misterios de Jesús, de María “hija predilecta del Padre” y de la Iglesia como Cuerpo de Cristo presente en la historia de los pueblos y naciones. Los siete días de la semana cubren todos los misterios de la fe eclesial.

El Rosario de los siete días tiene algunas características propias de su índole: por ejemplo podemos preguntarnos por el orden de sus misterios: comienza con el día martes, debido a que en el lunes ubicamos los “misterios de la Iglesia”, con los que finalizan los siete días del rosario.

Otra peculiaridad es el modo no eclesiástico con que se han denominado los misterios de determinadas días: “jueves santo” y “viernes santo”. Los del día jueves se los llama misterios de la Última Cena porque ella contiene múltiples manifestaciones de la despedida de Jesús antes de su entrega en la cruz. Los misterios del viernes se denominan como misterios de la pasión porque ellos engloban todo el padecimiento físico y humano que concluye en la muerte en la cruz y su entierro con la esperanza en la resurrección.

Una pedagogía para el rezo del rosario

El documento de Juan Pablo II señala una escuela práctica de ricas posibilidades si el rosario se convierte en un encuentro de oración con Jesús y con María, con Dios mismo en el Padre y su misterio trinitario (Cf. RVM, 26-38).

Es importante tener conciencia desde qué disposiciones, interiores y exteriores, rezamos el rosario. Cuando se realizó el primer “Retiro Mariano”2 señalamos la importancia de orarlo haciendo alianza con el corazón de María. En este sentido, el rosario es un encuentro de amor con la Madre que nos dejó Jesús y que trabaja, junto con su Hijo, por nuestra salvación y glorificación.

No vamos a repetir que su rezo no debe ser monótono y desanimado, como un modo de “cumplir”. En nuestro caso y experiencia, lo primero es el espíritu que lo anima: es una oración y encuentro de la alianza con María como Madre de Dios y también nuestra. Es un encuentro de amor a Ella y de comunión con Ella.

El rosario, como estructura espiritual, señala la profunda unidad de vida que hay entre Jesús y María. “En el rosario, el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo” (RVM, 15). Hay una alianza mesiánica entre los Corazones de Jesús y de María.

A veces, se plantean algunas dificultades: ¿cómo lograr no distraerse?, ¿hay que concentrarse en lo que se dice?, ¿hay que tratar de retener en la memoria lo que el misterio representa?, ¿ayuda el imaginar el hecho expresado en el misterio?

La primera respuesta está dicha en el espíritu de alianza y comunión con María. Cuando nosotros conversamos con otra persona, si expresamos vivencialmente lo que sentimos o vivimos, no nos distraemos. Siguiendo un consejo de santa Teresa, a las distracciones “no hay que llevarles el apunte” porque de otro modo quedamos concentrados en ella. A una mosca molesta, simplemente se la espanta y se sigue con lo que se está obrando. “El rosario –dice Juan Pablo– se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto del sentimiento que las inspira” (RVM, 26).

A la hora de avanzar con el rezo de este rosario, hay algunas cosas prácticas que pueden ayudar. Como primer contacto con este libro, conviene leerlo o meditarlo en su conjunto (hasta puede hacerse un retiro espiritual con él). En segundo lugar, una vez ya conocido el contenido, podemos disponernos para rezarlo, leyendo previamente el misterio respectivo. Tercero, si lo hemos subrayado, podemos orar intercalando algún párrafo o expresión que hemos destacado al leerlo.

El rosario concluye con una oración a María, Madre nuestra:

María, Madre nuestra en cuerpo llevada a los cielos, tu nombre sea bendecido para siempre, de generación en generación.

Consérvanos en el Reino de tu Hijo para que se realice en nosotros, como en Él, la voluntad de Dios Padre.

Haz que no nos falte el alimento de cada día, ni el arrepentimiento de nuestros pecados. Danos por el Espíritu Santo, la caridad de Jesús para que sirvamos cristianamente a la comunidad humana en la cual vivamos y la iluminemos con el testimonio de la palabra evangélica.

Y líbranos, Señora, de las asechanzas de Satanás, del egoísmo y la sensualidad, del error y de todo mal. Amén.

Por último, por las intenciones del Papa rezamos un Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Un carisma discipular

El Papa nos propone un “proceso de configuración con Cristo en el rosario” porque “la espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (Cf. Rom 8,29; Fil 3,10-21)” (RVM, 15), a fin de realizar nuestra identidad de ser imagen y semejanza de Dios, identificados con Jesús.

Diría san Pablo: debemos revestirnos de Cristo (Cf. Rom 13,14; Gal 3,27) y tener entre nosotros los mismo sentimientos del corazón de Jesús (cf. Fil 2,5) hasta ser uno con él (Cf. Jn 17,26), hasta poder exclamar auténticamente: “Vivo yo, ya no yo, sino que Jesús vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

El carisma del Movimiento de la Palabra de Dios, nos invita, no solo a creer en Jesús sino también a querer seguirlo como discípulos suyos. Y esto significa moldear nuestra vida en la suya y hacer del Evangelio un estilo de vida.

En la cruz, Jesús entregó su Madre al discípulo amado y a él, lo hizo pertenencia filial de María (Cf. Jn 19,26-27). Por eso María quiere que sus hijos sean y vivan como discípulos de Jesús. Pidamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, la gracia de ser fieles al Evangelio formando comunidades de alianza con el Padre, para que el mundo crea que Jesús es el Salvador y Señor de la humanidad y de su historia.

1. Artículo de L´Osservatore Romano, 24 de enero de 2003, pág. 9.

2. N. del E.: Retiro espiritual organizado por el Movimiento de la Palabra de Dios en torno a la figura de María. Puede consultarse P. Ricardo, La alianza mesiánica de Jesús y María, meditaciones marianas, Buenos Aires, Editorial de la Palabra de Dios, 1999.

El Rosario de los 7 días

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