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Primer misterio

El pueblo de Israel espera al Mesías

La esperanza del pueblo de Israel era el cumplimiento de una promesa de Dios. Esta esperanza mesiánica estaba reflejada en la conciencia popular como se narra en el poema del Salmo 89:

Encontré a David, mi servidor,

y lo ungí con el óleo sagrado,

para que mi mano esté siempre con él

y mi brazo lo haga poderoso.

Le aseguraré mi amor eternamente,

y mi alianza será estable para él;

le daré una descendencia eterna

y un trono duradero como el cielo.

«Su descendencia permanecerá para siempre

y su trono, como el sol en mi presencia;

como la luna, que permanece para siempre,

será firme su sede en las alturas».

(v. 21-22; 29-30; 37-38)

Esperanza que estaba en la conciencia de los “doctores de la ley” y de los gobernantes religiosos; estaba en los anhelos del pueblo: Dios les daría un Mesías, un enviado como Salvador. Era una promesa hecha a la descendencia de David a través del profeta Natán: “tu casa y tu trono durarán eternamente y tu trono será estable para siempre” (Cf. 2 Sam 7,16); estaba en las promesas proféticas.

La promesa era una creencia popular. Muchos la esperaban piadosamente, entre ellos Joaquín y Ana, los padres de María, y también José el carpintero, entre otros. María y José, no podían imaginar que, en el cumplimiento de la promesa, podrían ver cumplidos sus anhelos.

Oportunamente Simeón lo expresará en el Templo, teniendo en sus brazos al Niño de la Promesa: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).

Segundo misterio

La Anunciación a María (Cf. Lc 1,26-38)

Pasaron los siglos en la vida y en la historia de Israel. Y Dios cumplió su promesa mesiánica en María de Nazaret. Para esto Dios envió como mensajero al Arcángel San Gabriel a “una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la descendencia de David llamado José”.

Dice el relato de Lucas que el Ángel entró en la casa y la saludó diciéndole «alégrate llena de gracia, el Señor está contigo» ¡qué estremecimiento el de María! ¿Qué haría ella en ese momento? Tal vez arreglaba la casa, esperaba el regreso de José de su trabajo u oraba y leía las profecías de Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino” (Cf. Is 9,5-6).

“María quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar el saludo del ángel”. No sabía que ese saludo incluía el cumplimiento de una promesa mesiánica: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y se lo llamará Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

¿Con qué peso llegan estas palabras al corazón virginal de María? “Como puede ser eso si yo no tengo relaciones con ningún hombre?» “El ángel le respondió: «El Espíritu Santo va a descender sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño será Santo y se lo llamará Hijo de Dios: No hay nada imposible para Dios».

“María dijo entonces: «Yo soy la Servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho». Y el ángel se alejó” ¿Cuál fue la experiencia íntima que ha tenido la Virgen al sentir que quedaba embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo?

Tercer misterio:

El nacimiento de Jesús y su presentación en el templo.

En aquella época –nos dice el relato del evangelista– “apareció un decreto del emperador Augusto ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David” (Lc 2,1-4).

Es un viaje incómodo por el embarazo de María y las circunstancias del mismo. Pero Jesús no nace por una decisión ocasional de tener la obligación de ir a Belén, sino porque Dios mueve al Emperador romano a dar la orden para que se cumpliera la profecía de Miqueas: “Y tu Belén, tierra de Judá, por cierto no eres la menor entre las ciudades de Judá porque de ti nacerá un jefe que será el pastor de mi Pueblo Israel” (Miq 5,1).

José preocupado, no consigue lugar de hospedaje en la posada y tuvo que refugiarse en una gruta de animales. Y a María le llegó el tiempo del parto: dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre (Cf. Lc 2,6-7).

El Niño era recibido y cobijado por el cariño y el cuidado de su Madre: ¿Quién puede imaginar los sentimientos del corazón de María acunando a su bebé y dándole de amamantar? Estaba la presencia respetuosa y delicada de José ante el Niño que él había recibido como promesa durante un sueño en el que él creyó (Cf. Mt 1,20-21) y ahora era su Hijo adoptivo.

Los mismos ángeles del cielo se alegraban con gran gozo por el nacimiento del Salvador y alababan a Dios diciendo: “gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz a los hombres amados por él!». “María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).

“Ocho días después llegó el tiempo de circuncidar al Niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el ángel antes de su concepción. Y conforme a la Ley de Moisés llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor y hacer la ofrenda correspondiente” (Lc 2,21-24). Así Jesús se incorpora y pasa a ser reconocido como miembro del Pueblo de Dios según la Antigua Alianza.

Carismáticamente, el Espíritu mueve a hombres justos y piadosos de ese momento para que se dirijan al Templo: “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en ély le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,porque mis ojos han visto la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel»” (Lc 2,25-32).

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2,33-35).

“Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,36-38).

Cuarto misterio:

La persecución de Herodes y la huida a Egipto.

“Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él” (Lc 2,39-40).

Por ese tiempo unos astrólogos de Oriente que nosotros llamamos “magos” se presentaron en Jerusalén. Pareciera que este suceso movilizó a los letrados religiosos, fariseos y sumos sacerdotes y a la misma autoridad civil. Por eso Herodes, astuta y maliciosamente “mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje»” (Mt 2,7-8).

Pero “después de oír al rey ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño”.

Podemos imaginar la sorpresa de que era un niño de dos años el que salió a recibirlos como si estuviera esperándolos. “Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo»” (Mt 2,10-13).

La frustración de Herodes fue grande porque “Al verse engañado por los magos, se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías” (Mt 2, 16-17).

Los que nosotros, en la Iglesia, llamamos los “Santos inocentes” y celebramos en la liturgia de 28 de diciembre, podemos decir que son los protomártires que anticiparon la muerte de Jesús en ellos.

Luego de la partida de los magos y de ser advertido por el Ángel del Señor, José percibió la urgencia de la situación y no esperó el amanecer para partir. Obediente a Dios y presuroso, se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre y partió desterrado a Egipto, como dice un Himno:

“Camino de Egipto, en que tu pueblo

conoció la amargura siendo esclavo.

Donde huyes perseguido por Herodes,

por techo, pan y paz, vas refugiado”.

Penosamente llegaron a Egipto para llevar la vida pobre de un carpintero exiliado de su tierra. Allí vivió la Sagrada Familia en medio de una cultura y vida ajena a la judía. En ese medio ambiente, el Niño crecía educado por sus padres. De su estadía en Egipto, la Iglesia Copta conserva una basílica dedicada a la Sagrada Familia.

Quinto misterio:

La vida de Jesús en Nazaret con María y José

Nuevamente, José recibe en sueños el mandato de Dios de regresar a la tierra de Israel: “Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño»” (Mt 2,19).

José es pronto en obedecer: “se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a Israel” (Mt 2,21). Pero el peligro no había pasado y “al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: «Será llamado Nazareno»” (Mt 2,22-23).

En su hogar de Nazaret y cuando cumplió los doce años, sus padres como de costumbre subieron a la fiesta de la Pascua en Jerusalén.

“Y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas” (Lc 2,43-47).

La respuesta de Jesús a sus padres y en función de ellos, puede parecer como una “crisis humana de adolescencia” para provocar un cambio de mirada sobre su vida y misión en condición de su identidad como Hijo de Dios. Por eso “ellos no entendieron lo que les decía” (Lc 2,50). Pero “el regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lc 2,51).

Jesús iba creciendo y desarrollando su vida adulta en Nazaret con sucesos humanos importantes: agotado por los esfuerzos y padecimientos de su vida, la muerte de José, su padre adoptivo e imagen del Padre eterno de Jesús; la viudez de María con la cual llevaba su vida diaria; a partir de entonces; él como carpintero, era el sustento de la vida familiar y económica mientras esperaba el momento de partir para su misión mesiánica.

El Rosario de los 7 días

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