Читать книгу El monstruo de Frankenstein y el origen del mal - Patricia Benarroch - Страница 10

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3. Intercambio de información

En al avión reinaba el silencio. Hacía ya varias horas que la luz de la cabina se había suavizado para poner a los pasajeros en modo sueño y, como siempre, había funcionado. Incluso el bebé que lloraba confuso ya había entrado en el maravilloso mundo de la subconsciencia. Félix, sin embargo, seguía despierto. Aprovechaba esos momentos de calma para repasar sus notas sobre las civilizaciones maya y azteca que había ido redactando en sus anteriores viajes.

En mayo de 1946, un arqueólogo, fotógrafo y explorador estadounidense convenció mediante regalos a un indígena lacandón para que le guiara a un supuesto asentamiento maya del que se habían oído rumores: Bonampak. Ni el propio explorador podía imaginar cuál sería la repercusión mediática y cultural que tendría aquella expedición, convirtiéndose en el primer occidental en admirar los extraordinarios murales de Bonampak. Uno se lo puede imaginar adentrándose tras su guía en la oscura humedad del Edificio I, encender una antorcha o una linterna y, tras habituar su retina a la nueva intensidad de luz, contemplar extasiado aquellos colores que no habían per-dido su brillo ni sus matices. Posteriormente, un estudio más detallado de aquellas pinturas, le reveló al mundo una nueva visión de la civilización maya, más violenta y cruel que el cliché vigente hasta ese momento.

Hasta Bonampak, los descubrimientos realizados sobre la civilización maya habían eclipsado a científicos y profanos por revelar unos conocimientos que se presuponían muy por encima de su época y origen. La ingenuidad a la que nos lleva a veces la falta de información había llevado a etiquetar a los aztecas como despiadados asesinos y a los mayas como pacíficos sabios. Origen similar lleva a desarrollos opuestos. Pero el análisis de aquellos murales de Bonampak descubiertos en 1946, cerca de Chiapas, así como nuevos descubrimientos realizados en piezas de arte y escritos hallados en Palenque, Toniná y Yaxchilán habían llevado a los mejores arqueólogos especializados en la materia a concluir que la cultura maya no distaba tanto de la sanguinaria, y también erudita, civilización azteca, como se pensaba anteriormente. Origen similar lleva a desarrollos similares.

Félix había estado siempre muy interesado en el modo en que el descubrimiento de los murales de Bonampak cambió la visión sobre los mayas. Desde que le llegó la noticia de que estaban siendo meticulosamente analizados con ayuda de las últimas tecnologías digitales, planeaba volver a México para desarrollar su propia línea de investigación. Gracias a BIOVITA no solo podía realizar el viaje, sino que había conseguido que le admitieran durante unos días en uno de los equipos de investigación. Estaba deseando llegar a su destino, y para que el viaje se le hiciera más corto, decidió dormirse por fin.

Cuando la azafata le preguntó si deseaba tomar algo, este no sabía ni qué hora era ni dónde estaba. Un sol radiante entraba por la ventanilla del avión y la altura de las nubes le indicaba que había empezado el descenso. Un rápido vistazo hacia tierra firme le trasladó a unos paisajes donde predominaba el verde de la selva salpimentado por grandes caudales de agua. No había duda, el aeropuerto internacional Carlos Rovirosa Pérez de Villahermosa debía de estar ya muy cerca.

El avión tomó tierra con gran suavidad y Félix emprendió el peregrinaje inevitable por el sinuoso trayecto que comenzaba con la bajada del avión, la recogida de maletas, la aduana y, finalmente, la puerta de salida. Reconoció su nombre en uno de los cartelitos que daban la bienvenida a los viajeros sin familiares ni amigos.

Félix tenía una cita con una eminencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia, más conocido como INAH. El conductor de la berlina blanca que lo recogió le dijo que esa persona le esperaba en el hotel donde se alojaba y donde también se alojaría Félix. Aparte de esa información, el conductor no parecía tener gran cosa que contar, así que Félix se dedicó a mirar por la ventanilla.

Villahermosa hacía honor a su nombre: la arquitectura neoclásica de finales del XIX había sustituido a la de estilo colonial, destruida por saqueos constantes de piratas, guerra civil, invasiones norteamericana y francesa, e innumerables rebeliones y revueltas. Pero la ciudad había sabido crecer y adaptarse a nuevos estilos con edificios modernos muy bien integrados en el entorno. Lo que más le gustó a Félix fueron sus grandes superficies verdes regadas por el gran río Grijalva y la esperanzadora laguna de las Ilusiones.

Sin embargo, mucho se temía Félix que las ilusiones se habían quedado en el nombre de la laguna, ya que a pesar de su belleza, Villahermosa se estaba convirtiendo en una de las ciudades más inseguras de México —que ya es mucho decir— y sus niveles de contaminación empezaban a estar muy por encima de lo que a un buen pulmón sano le gustaría respirar.

La berlina blanca entró lentamente en la zona de descarga de viajeros de un gran hotel, tan impersonal como todos los grandes hoteles de las principales zonas turísticas del mundo. Al hacer el check in, un amable recepcionista le informó de que el Dr. Rodríguez le esperaría para comer en el salón Leopoldo Alas, donde se servía el bufé de mediodía.

Félix se dio una ducha y cambió su vestimenta viajera por otra más adecuada para la ocasión. Bajando en el amplio y absurdamente lujoso ascensor con moqueta granate y enormes espejos, se preguntaba si el tal Dr. Rodríguez pertenecería también a lo que él ya denominaba la «Secta BIOVITA».

El salón, con nombre tan literariamente español, era un amplio espacio invadido de luz, cuyas paredes de cristal dejaban ver la apaciguante vista a los preciosos jardines del hotel. Un camarero le indicó dónde estaba sentado el que sería su acompañante y guía durante su estancia en México. Félix se presentó educadamente al hombre que le habían indicado.

—Hola, soy el Dr. Martinelli. Me han dicho que usted es el Dr. Rodríguez, espero no equivocarme.

—Bienvenido a México —contestó el Dr. Rodríguez con un marcado acento mexicano—. Por favor, siéntese, debe estar muerto de hambre. Me permití el lujo de escoger unos cuantos platos para compartir. Creo que son los más ricos de este bufé y los que mejor representan nuestra gastronomía. Como antropólogo y guía suyo creo que es mi deber conseguir que haga usted una inmersión agradable y apetecible en nuestra cultura.

—Me parece muy bien, sobre todo que haya elegido la gastronomía como primer ejercicio de inmersión cultural. Como usted ha dicho muy bien, me muero de hambre. Por cierto, creo que sería más agradable si nos tuteamos. Mi nombre es Félix.

—Por supuesto, aunque ya sabe que aquí en México nosotros le llamamos de usted siempre a todo el mundo, pero está bien llamarnos por nuestros nombres de pila. Mi nombre es Ricardo. Por lo que tengo entendido su intención es visitar las zonas arqueológicas de Palenque, Yaxchilán y Bonampak.

—Sí. Ya las he visitado antes, pero me han informado de que ahora están empleando técnicas muy punteras para el análisis de los murales, y me interesaba mucho volver a visitarlas con un guía que pudiera aportarme nuevos datos al respecto.

—Bueno, ese soy yo. —Ricardo añadió un toque de distinción a esa frase, levantando levemente su sombrero de paja con una mano.

—Pues muchísimas gracias.

Tras una breve siesta reparadora del jet lag y una tarde noche perfecta, en compañía de Ricardo, visitando y degustando Villahermosa, Félix volvió al hotel a preparar su mochila para la expedición del día siguiente.

Ni siquiera un fuerte e intenso café mexicano pudo despertar a Félix tras el madrugón a las cuatro de la madrugada. La berlina blanca pasaba a buscarlos por el hotel a las 5:00. Solo así podrían alcanzar el objetivo de visitar las tres zonas arqueológicas en el mismo día.

La primera parada sería Palenque, la más cercana a Villahermosa, a poco más de dos horas. Pronto se internaron en caminos que desvirgaban la jungla, y gotas de lluvia empezaron a nublar la vista desde la ventanilla del vehículo que los transportaba. Amodorrado por el calor y la humedad, Félix debió quedarse dormido porque lo siguiente que sintió fue un zarandeo suave y la voz de Ricardo avisándole de que ya habían llegado a su destino.

Félix ya había olvidado lo imponentes que resultaban las ruinas mayas, bloques grises de civilización que rompen y se integran a la vez en aquel paisaje de naturaleza superlativa. Al levantar la vista para ver la torre de cuatro pisos que dominaba el recinto, vio la cabeza de un tucán que lo observaba desde lo alto como otorgándole permiso para invadir sus posesiones. Lo que más le interesaba de esa imponente zona arqueológica no era lo que había en ella, sino precisamente lo que nunca se había encontrado. Los murales de Bonampak relataban el espantoso sufrimiento de los prisioneros, mientras que a su alrededor se celebraban ceremonias animosas, músicos tocando y lujosas vestimentas. Sin embargo, nada de lo descubierto en la zona de Palenque se podría relacionar con ningún tipo de maltrato, tortura o vejación hacia otro ser humano; de hecho, los descubrimientos arqueológicos y artísticos hallados hasta el momento demuestran más bien lo contrario: que Palenque era un pueblo agrícola, pacífico y que rara vez declaró la guerra. Sí que había sido el objetivo de las conquistas de otros poblados mayas.

Ahora que las excavaciones estaban mucho más avanzadas que cuando estuvo la última vez, Félix quería integrarse completamente en ese ecosistema para intentar averiguar por qué el mismo tipo de civilización en un entorno prácticamente igual había generado dos sociedades tan diferentes. ¿Origen similar puede llevar a desarrollos opuestos?

—Hola, Félix, estás muy pensativo.

—¡Karen! ¡No es posible!

—¿Sorprendido porque me dejaste en Madrid y he llegado aquí antes que tú? Querido, hay muchas cosas que no sabes. Digamos que los antiguos miembros tenemos derecho a mayores recursos. No te preocupes, cariño, ya te llegará el turno.

—¿Querido? ¿Cariño? —repitió Félix al tiempo que guiñaba un ojo.

—No hagas de mi forma de hablar algo personal —dijo Karen, riendo.

—¿Y qué podría interesarle a una bióloga especializada en botánica en una zona arqueológica maya?

—Recientemente se han hallado nuevos edificios en la zona arqueológica de Palenque. Al excavarlos, se han encontrado restos de animales acuáticos, conservados en perfectas condiciones desde el siglo VI o VII. Al parecer, este poblado estaba muy alejado del mar y coleccionaban estos restos como un tesoro, les daban mucho valor. Me interesa mucho porque podría haber especies desaparecidas que me den el eslabón perdido para las últimas investigaciones que estoy haciendo.

—¿Eres zoóloga además de botánica? —se sorprendió Félix, cada vez más admirado por la acumulación de virtudes que ofrecía su compañera.

—No —zanjó Karen, aunque Félix no iba a abandonar tan rápido la posibilidad de satisfacer su inagotable curiosidad.

—Pues no entiendo tu interés en los animales acuáticos, entonces.

—Ni falta que hace —volvió a sentenciar Karen, visiblemente interesada en terminar el interrogatorio de inmediato.

—Vale, vale. Supongo que no quieres revelarme secretos profesionales —le concedió Félix, decepcionado por tener que quedarse con la duda.

—No te lo cuento por pereza, no por celo profesional. Es que es larguísimo de explicar y ahora no tengo ni tiempo, ni ganas. Estoy alojada en el mismo hotel que tú, en Villahermosa. ¿Cenamos esta noche y nos contamos todos nuestros avances?

—Chica lista, buena forma de sacar una cita —bromeó Félix, recuperando la sonrisa que habitualmente iluminaba su mirada.

El día transcurrió con húmeda pesadez de la que solo las plantas parecían disfrutar. Los imponentes edificios de piedra caliza, que ya no servían de cobijo al hombre, se ofrecían ahora a raíces, insectos y serpientes, aliándose a la perfección con la selva que los rodeaba en un esfuerzo por seguir siendo útiles.

Tras hacer una breve parada en Yaxchilán, llegaron a Bonampak. Los avances en la restauración de los murales y las explicaciones de Ricardo resultaron muy estimulantes para su investigación. Aunque los murales se descubrieron en un estado de conservación sin precedentes, había muchos detalles que dificultaban su lectura completa. El objetivo principal de las últimas restauraciones era mejorar la comprensión de las imágenes. Aquellos murales querían expresar algo que el tiempo había ocultado parcialmente. Ricardo le explicó a Félix cuáles habían sido las tareas de limpieza, definición de las imágenes y reintegración cromática. El análisis de muestras bajo microscopio óptico reveló nuevos detalles en el color y figuras ocultas que ofrecían una mayor claridad y entendimiento del significado de los murales. Estos contaban una historia silenciosa, lentamente desvelada con cada restauración. Pasear por el edificio I era como adentrarse en un cómic con más de mil años de antigüedad. La historia nos cuenta una batalla que gana el ejército del señor Chan Muwan. En esa escena se distingue claramente al ejército ganador y la captura de los guerreros enemigos. La siguiente escena nos hace presenciar un juicio y la tortura y ejecución de los prisioneros. Todo acaba con una gran fiesta por la victoria en la que los bailes, los personajes engalanados y los grandes banquetes se mezclan con figuras torturadas. Prisioneros desmembrados para convertirse en ofrendas a los dioses por la victoria.

Félix analizó el mural que tenía delante y comprobó cómo resaltaba, más que nunca, el contraste entre la expresión de desesperación de los cuerpos mutilados y sangrantes de los prisioneros frente a la despreocupación y el júbilo de los que asistían impasibles a las ceremonias de sacrificio. Ahora, las nuevas tecnologías y el buen trabajo realizado por los equipos del INAH habían desvelado los últimos secretos susurrados por aquellos muros. Un pintor anónimo al que ordenaron plasmar la grandeza del señor Chan Muwan decidió también dejar constancia de su brutalidad.

La expedición no podía haber ido mejor y Félix durmió durante todo el trayecto de vuelta.

Después de un día agotador, llegó sudoroso y exhausto al hotel con la cabeza llena de experiencias pasadas. Se había puesto el disfraz mental de un ciudadano maya cualquiera, y paseando por las calles de las que fueran grandes ciudades de su civilización, había bebido y respirado todo lo que pudo de aquel mundo increíblemente avanzado para su época y, a la vez, prehistóricamente cruel. Tras una ducha, un baño en la piscina, un masaje y un circuito en el spa y otra ducha, Félix se encontró de nuevo con fuerzas para acicalarse y bajar a cenar con Karen.

Tenían mesa reservada en el restaurante japonés del hotel donde un chef mexicano ataviado de japonés presumía de sus dotes con el cuchillo y la plancha en un set dispuesto en el centro de la sala. Afortunadamente, Karen había reservado una mesa en un rincón discreto, semioculta por un cerezo en flor de plástico y tela.

Cuando Félix llegó, Karen ya estaba sentada esperándole con una botella de vino blanco insertada en una cubitera.

—No se puede pedir más —dijo Félix al tiempo que se sentaba a la mesa.

—Bueno, eres muy amable, pero este pantalón vaquero y esta camisa es la ropa más elegante que he metido en la maleta. Te aseguro que puedo hacerlo mejor.

—No lo dudo, pero yo me refería al vino —bromeó Félix.

—Touchée. Me he permitido el lujo de pedir el menú degustación. Así no perdemos tiempo en decidir cada sushi, sachimi, maki y nigiri por separado. Espero que no te importe.

—No me importa.

A pesar de la facilidad de palabra que caracterizaba a ambos, empezó a instaurarse un silencio incómodo que Karen decidió cortar rápidamente:

—¿Vino?

—Por favor.

—En mi casa —continuó Karen, empeñada en no dejarse dominar por la inesperada turbación que parecía dominarles en ese momento— decían que no se puede empezar a beber una botella de vino sin brindar primero, así que brindo por la criatura del Dr. Frankenstein, el monstruo que nos ha unido.

—Por la criatura del Dr. Frankenstein, el monstruo que nos ha unido. Chin, chin.

Las copas chocaron y tintinearon, y el estimulante paladeo del vino pareció volver a despertar sus lenguas.

Karen fue la primera en preguntar:

—¿Cómo empezó todo este tema de Frankenstein? Porque yo soy más veterana que tú en BIOVITA, pero tú fuiste un miembro fundador del Proyecto Frankenstein.

—Bueno, supongo que ya sabrás que partió de una idea de Magdalena Bernat para uno de sus famosos encuentros. Lo tituló «Frankenstein y el descubrimiento del mal». Imagínate que el Dr. Frankenstein es Dios, y el monstruo de Frankenstein es el primer hombre en la tierra. La idea del Dr. Frankenstein era crear a un ser sublime: físicamente extraordinario y con una mente brillantísima. Pero algo se torció en el camino. La materia prima no tenía la calidad esperada, la técnica del proceso no funcionó como lo había planeado, un sinfín de pequeños detalles y problemas del día a día que contaminaron la muestra y alteraron el resultado final. El ser sublime terminó siendo un monstruo atroz que el propio Dr. Frankenstein repudió y quiso destruir sin conseguirlo. Además, ese mismo rechazo del creador hacia su criatura generó una serie de emociones y frustraciones en el monstruo que agravaron su degeneración. La hipótesis que nos propuso Magdalena era que si descubríamos cuáles habían sido exactamente los factores que habían «contaminado la muestra» en la creación del ser humano y las emociones negativas y frustraciones que provocaban su degeneración, podríamos descubrir el origen del mal y, por tanto, allanar el camino para acabar con él. El objetivo último del estudio debía ser descubrir el modo de convertir al ser humano en el ser sublime que tenía que haber sido.

—Un objetivo ambicioso —cortó Karen, escéptica.

—Bueno, en realidad nunca pensamos que llegaríamos a lograrlo. Se trataba de una diversión entre científicos frikis. Hoy seguramente habríamos montado un escape room en vez de un encuentro científico.

—Pero algo pasó en ese encuentro para que se decidiera ir más allá.

—Sí, es lo que pasa cuando juntas en una misma habitación a veinte de los más grandes cerebros del país en las diferentes áreas del saber y les pones un objetivo goloso: llegamos a conclusiones muy enriquecedoras que abrían líneas de investigación con unas expectativas muy claras de éxito. Imagínatelo, de repente vimos que podía ser factible la destrucción de la semilla del mal en el ser humano.

En ese momento el camarero se plantó delante de la mesa con lo que parecía un barco de juguete tallado en madera de bambú que portaba como pasajeros a una selección variada de delicias de la cocina japonesa.

—Aquí tienen el primer plato del menú degustación, que les aproveche.

Karen parecía estar analizando toda la información mientras pinzaba un maki de atún y lo deglutía lentamente. Intentó hablar, pero no tuvo más remedio que masticar y deglutir rápidamente el conjunto de arroz, alga y trozo de pescado fresco que le ocupaba toda la boca. Finalmente pudo volver a tomar la palabra.

—Pero en ese encuentro se daba por hecho que el ser humano es un monstruo al que hay que extirparle el mal. Yo no tengo esa visión de nosotros. He conocido personas maravillosas que han dedicado sus vidas a causas muy loables.

—Bueno, ten en cuenta que el Dr. Frankenstein solo hizo un monstruo, pero seres humanos hay millones. Alguno tuvo que salir bien. De lo que se trata es de tener las herramientas para conseguir que ninguno más vuelva a contaminarse y convertirse en monstruo.

—¡Buf! No sé, estamos entrando en el terreno de lo subjetivo. —Por alguna razón que no lograba entender del todo Karen se estaba empezando a sentir incómoda con la argumentación de Félix—. ¿Quién decide qué variables definen a un ser humano como monstruo? Hitler estaba convencido de que la única manera de mejorar al ser humano era exterminar a todo el que no perteneciera a la raza aria.

—Vale, entiendo tus dudas —quiso tranquilizarla Félix—. En el primer encuentro, en casa de Magdalena Bernat, se determinaron las líneas que definen al monstruo: desea destruir o lastimar a otros seres humanos únicamente para beneficio propio o por simple diversión; convence a otros de que la destrucción o el daño a otros seres humanos es positiva para lograr un fin; devasta o perjudica el medio ambiente en beneficio propio o por simple diversión; mata o lesiona a otros seres vivos únicamente en beneficio propio o por simple diversión; no modifica su conducta para evitar que alguno de los casos anteriores suceda cuando tiene conocimiento de ellos.

—Es razonable, podría estar de acuerdo con esa definición.

—Además —prosiguió Félix, ya totalmente poseído por su tema de conversación favorito y al que ya nadie podría hacer callar—, volviendo a tu ejemplo de Hitler, lo que nos diferencia de él es que nunca vamos a utilizar la destrucción o el exterminio para lograr mejorar la raza humana. Nuestros métodos son constructivos, no destructivos.

—Y vamos al quid de la cuestión. ¿Qué métodos serían esos?

—Partimos de la base de que los científicos que nos reunimos inicialmente en la masía de Magdalena Bernat proveníamos de las siguientes ramas de la ciencia: Biología, Psicología, Antropología y Química, y dentro de las Humanidades, Filosofía y Letras, y Ciencias de la Información. A cada uno se le asignó un objetivo en función de su especialidad. Sería muy largo ponerme a enumerar ahora a todos y cada uno de ellos, pero te voy a poner algunos ejemplos: la propia Magdalena, que como sabes es bióloga genetista, se asignó la tarea de investigar hasta qué punto la herencia genética podía intervenir en el «grado de maldad» del ser humano, y si era posible la manipulación de determinados genes para evitar esa transmisión negativa. Algunos expertos en comunicación debían estudiar el modo en que la utilización de determinada información podría influir en crear corrientes de odio en la población, y viceversa. En mi caso, como antropólogo social y cultural, debía estudiar episodios especialmente violentos de la historia de la humanidad y averiguar qué factores sociales o ambientales habían influido en los seres humanos que los protagonizaron. Como ves, cada uno de nosotros tenía encomendada una rigurosa tarea que requería mucho tiempo, considerables recursos y continua cooperación y colaboración entre todos nosotros. Por eso, decidimos crear el código de Dr. Frankenstein; de esta forma, teníamos una manera clara de establecer contacto entre nosotros y nuestros equipos. También así manteníamos la confidencialidad del proyecto, ya que nos parecía un tema muy delicado que no queríamos que se divulgara.

—Lo entiendo perfectamente, después de conocer toda la historia —concluyó Karen tras un largo trago de vino.

Félix pensó que ya era el momento de dejar de hablar de sus cosas y de satisfacer su curiosidad por BIOVITA y el trabajo de Karen:

—Bueno, ¿y qué me dices de ti? ¿Cómo empezaste en BIO-VITA? ¿Cómo te involucraste, o te involucraron en el proyecto?

—Hacía dos años que había vuelto de Estados Unidos.

—Perdona que te interrumpa, pero es que ahora que hablas de Estados Unidos, hace tiempo que quiero hacerte una pregunta. Por tu forma de expresarte en castellano y tu ausencia total de acento extranjero está claro que te has criado en España, pero Karen Wollstonecraft no es, precisamente, el típico nombre español, ¿no?

—Me extrañaba que tardaras tanto en preguntármelo. Obviamente, mi padre era americano; de California, para ser exactos. Pasados unos años desde la muerte de Franco, mis padres se vinieron a vivir a España, cuando yo todavía era muy pequeña. No tiene más misterio.

—Aclarado. Sigue con tu historia, por favor. Prometo no interrumpir más.

—Regresé a Estados Unidos para estudiar Biología. Después, volví a España y en cuanto me doctoré en la Universidad Complutense de Madrid, me incorporé al grupo de investigación «Fisiología Vegetal Aplicada». Empecé en BIOVITA en el proyecto de Bogumil, porque era el más relacionado con mi línea de investigación.

—Y te pusiste con él a diseñar plantitas que dieran de comer y de beber al tercer mundo —resumió Félix, poco familiarizado con los tecnicismos de las ciencias biológicas.

—Es una forma de decirlo —dijo Karen al tiempo que miraba a Félix con esa expresión tan suya, ladeando ojos y sonrisa, de tal modo que el interlocutor nunca sabía si estaba aprobando su intervención, llamándole imbécil directamente o ambas cosas a la vez.

—¿Y me vas a contar lo de los animalitos del mar fosilizados de Palenque? —continuó Félix con su vocabulario estrictamente científico.

—Para eso hemos quedado a cenar, ¿no? —dijo Karen, ladeando de nuevo ojos y sonrisa.

—Pues ya no estoy muy seguro, la verdad.

Karen fingió no haber escuchado esta última frase de Félix y retomó su explicación.

—Una de las líneas de investigación en la que estamos trabajando Bogumil y yo es desarrollar en las plantas no acuáticas las maravillosas cualidades de las algas. Los mayas tenían unos procedimientos de conservación que mantenían intactas la mayoría de las cualidades de los tejidos vivos. Cuando nos enteramos de que en Palenque habían descubierto estos animales marinos, pensamos que también podría haber restos de algas marinas de hace miles de años, lo que enriquecería considerablemente nuestros estudios sobre el comportamiento molecular de estas especies.

—¿Y cómo encaja todo esto que estáis haciendo con el proyecto de «Dr. Frankenstein»?

—Pues la verdad es que yo tampoco lo tenía muy claro hasta que me has contado todo el proyecto. He atado cabos y creo que una de las líneas de investigación que se está llevando a cabo consiste en relacionar la violencia con la pobreza. Es decir, no poder cubrir las necesidades primarias es uno de los orígenes del mal. El proyecto de Bogumil y mío estaría enfocado en poner remedio a esa falta de recursos primarios. Las plantitas que dan de comer y de beber al tercer mundo, como tú has expresado tan bien. Por ejemplo, una de las líneas de investigación relacionada con las algas establece la hipótesis de que podríamos ser capaces de crear un transgénico entre la planta del trigo y alguna especie de alga, de forma que el trigo pueda cultivarse bajo el agua del mar sin perder sus cualidades. Sería especialmente interesante para las zonas desérticas que lindan con el mar. Podrían tener algunas cosechas propias sin tener que recurrir siempre a la importación. Esto abarataría costes y mejoraría la accesibilidad a los alimentos para la población más desfavorecida.

Félix levantó la copa mientras el camarero mexicano disfrazado de japonés se llevaba el barquito y traía unas cestas redondas llenas de exquisitas empanadillas asiáticas.

—Pues brindo por el «trigalga». Espero que vuestras teorías se conviertan en realidad.

Karen levantó la copa y brindaron.

—Quería hacerte una proposición indecente.

Karen pronunció estas palabras con cierto misterio, no con la sensualidad con la que Félix hubiera deseado oírlas.

—Todas las proposiciones indecentes me parecen bien, cuéntame.

Karen se acercó al oído de Félix y su susurro penetró como una caricia.

—Si lo que estás buscando en México es tener una experiencia de inmersión en los rituales violentos de la religión maya, creo que puedo ofrecerte la mejor de ellas. Y te aseguro que la inmersión será total y literal.

Sin tener muy claro el motivo, Félix respondió también susurrando.

—No sé por qué me estoy oliendo que voy a tener que enfundarme en un traje de buceo.

—Tú lo has dicho ¿Qué te parece descender a las profundidades del inframundo?

—No es precisamente lo que tenía pensado para esta noche.

Karen no iba a dejarse tentar todavía.

—¿Una inmersión en el inframundo mañana, entonces?

—Por mí, bien. Parece que no tengo nada mejor que hacer —suspiró Félix, resaltando su decepción.

—Pues tendremos que acostarnos pronto esta noche. Mañana tenemos que madrugar y estar muy despejados. Buenas noches, Félix. Te espero mañana en el comedor a las 6:00.

—¿De la mañana? ¿Qué os pasa a todos en este país? ¡Tanto adoran al sol que tienen que levantarse antes que él!

Karen le guiñó un ojo, a la vez que se levantaba, cogió el bolso y se dirigió a la puerta del restaurante.

El monstruo de Frankenstein y el origen del mal

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