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1. El Dr. Frankenstein y el descubrimiento del mal

El Dr. Félix Martinelli, célebre antropólogo semirretirado, estaba tumbado en la chaise longue de su sofá y parcialmente tapado con una manta masái traída de Kenia y ya gastada por los años. Aprovechaba, como todas las tardes, su momento de relajación mirando su canal de viajes preferido de la televisión por canal satélite. Aquella tarde se deleitaba con un documental sobre Tahití. Su gato Morrow disfrutaba también del momento, echándose su particular siesta en el cómodo regazo de su amo. Movían sugerentemente las caderas unas dulces tahitianas en el atardecer de una playa de cocoteros que se inclinaban a besar el mar cuando alguien tocó inoportunamente el timbre.

Soledad, la fiel empleada de hogar de Félix, se dirigió a abrir la puerta mientras Morrow se desperezaba, sobresaltado por el ruido, estirando las patas mientras clavaba ligeramente las uñas en la piel de su amo a través de sus pantalones. Se oyó una corta conversación ahogada por la pared que separaba la entrada del salón. Tras unos pasos acelerados, entró Soledad entre extrañada y molesta:

—Es un señor un poco raro —dijo en voz baja—. Me ha dicho que le entregue esta tarjeta y que usted querrá verle enseguida. Tome.

BIOVITA

Avenida de Europa, 1

Parque Empresarial La Moraleja

28108 - Alcobendas (Madrid)

Dr. Frankenstein

Dir. Dep. Biogenética

Félix no pudo contener su sonrisa al leer la tarjeta.

—De acuerdo, Soledad. No pasa nada, dile a ese señor que pase.

Félix se incorporó —no sin disgusto por parte de Morrow, que se conformó a regañadientes con tumbarse en su cesta al lado del radiador—, se acomodó la chaqueta y colocó la manta sobre el brazo del sofá. Sin embargo, al ver aparecer al supuesto Dr. Frankenstein en la puerta de su salón, su sonrisa desapareció súbitamente.

—Pero…

—¿Pasa algo, Sr. Martinelli?

—No, Soledad, no te preocupes. Sigue con tus cosas.

—Sí, señor.

Pero Soledad conocía a su señor Félix mejor que si hubiera estado casada con él y sabía que algo no andaba bien, así que le pareció muy razonable quedarse cerquita de la puerta para poder oír toda la conversación e intervenir si fuera necesario.

—¿Qué clase de broma es esta?

—Lo siento, caballero. Mi nombre auténtico es Bogumil Kukowski. Soy polaco, como habrá podido adivinar por mi acento. Ellos me dijeron que, si le entregaba esta tarjeta, usted me atendería enseguida. Y al parecer, no se han equivocado.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? A lo mejor usted no lo entiende, pero esta tarjeta es una vieja broma entre colegas, y me parece extraño que alguien ajeno al grupo pueda utilizarla. ¿Quiénes son ellos?

—Pensé que usted lo sabría. ¿No ha visto el mensaje en su correo electrónico?

A Soledad le pareció que el tal Sr. Kukowski estaba igual de confuso que su señor Félix.

—¿Mensaje? —se sorprendió Félix—. No, he estado un poco liado estos días y no he tenido tiempo de ponerme a leer el correo personal.

—¡Oh! Es una verdadera lástima. Entiendo por qué está usted tan confuso. ¿En este país no se ofrece al visitante algo de beber?

—Claro, disculpe. Me he quedado tan sorprendido que he olvidado mis modales. ¡Soledad!

La empleada apareció visiblemente cohibida por haber sido pillada in fraganti.

—¿Sí, señor?

—¿Podría traer algo para merendar? Sr. Kukowski, ¿qué quiere usted tomar?

—Desde que estuve en Londres me he enviciado con el té y los sándwiches de mermelada, si no es mucha molestia.

—Me parece bien, yo tomaré lo mismo. Soledad, ¿podría prepararlos, por favor?

Soledad salió refunfuñando por la puerta, más por no poder escuchar el resto de la conversación que por tener que preparar semejante merienda británica a un polaco desconocido.

El Sr. Kukowski, que no soportaba bien los silencios incómodos, retomó la conversación en cuanto Soledad desapareció por la puerta.

—Bien. ¿Por dónde íbamos? Claro, claro, no ha leído usted el e-mail. Bueno, tampoco es indispensable. Bonito cuadro aquel ¿Es usted un buen entendido en arte? A mí me encanta. El arte de mi país se ha caracterizado por su modernidad y vanguardismo, aunque ha estado demasiado politizado. Hay algunos artistas jóvenes que, bien llevados, podrían tener mucho éxito internacional.

—Sr. Kukowski, ¿tiene el arte algo que ver con su visita?

—No, no, claro que no.Yo, ¿cómo dicen ustedes? Me enrollo mucho. Lo siento. Los polacos hablamos demasiado. Es un país un poco aburrido y hablar es la única distracción que tenemos.

—Ya, pero me gustaría saber el motivo de su visita —se impacientó Félix.

—Sí, sí, claro. Todavía no le he dicho quiénes son ellos.

—En efecto, ellos.

Soledad entró en el salón cargada con una bandeja con la merienda. Los dos hombres permanecieron en silencio hasta que la mujer volvió a salir por la puerta.

—¿Ellos? —volvió a insistir Félix, a punto de perder la extraordinaria paciencia que le caracterizaba

—Sí. Bueno, creo que usted formó o forma parte de un colectivo de científicos e intelectuales que se conocieron en una conferencia un tanto pintoresca alrededor del personaje del Dr. Frankenstein.

—¿Está usted relacionado con ellos? Sinceramente, me extrañaría mucho.

—No, no es lo que usted cree. Las personas que me envían están relacionadas de alguna manera con este colectivo. Verá, Sr. Martinelli, yo soy solamente el mensajero. Mi tarea consiste en entregarle la tarjeta de visita y decirle que la dirección y el teléfono que constan en ella no son ficticios. Lea el e-mail y siga las instrucciones. Ahora tengo que marcharme. Muchas gracias por la espléndida merienda y espero que algún día podamos charlar de arte más despacio.

—A mí no me interesa el arte en ese sentido. Ese cuadro es un regalo.

—Vaya. Pues lo siento. Bueno, pues muchas gracias de nuevo y hasta pronto. No hace falta que moleste de nuevo a Sole-dad. Ya conozco la salida.

Hacía ya unos dos años que Félix no había vuelto a ver a ningún Dr. Frankenstein. Todo empezó en el año 1997, cuando Magdalena Bernat decidió invitar a su masía de Gerona a un grupo selecto de científicos de diversas especialidades. Aún conservaba la invitación cuidadosamente resguardada del polvo y de curiosidades ajenas en el interior de su caja fuerte.

Dra. Magdalena Bernat

International Federation of Obstetrics and Gynecology

le invita a su velada

«Frankenstein y el descubrimiento del mal»,

que tendrá lugar los días 15, 16 y 17 de febrero

en su residencia actual.

Se ruega confirme asistencia en el teléfono

(34) 93 9991524.

Magdalena había sido siempre una perfecta anfitriona y la temática de sus veladas resultaba ser muy enriquecedora por su originalidad en el planteamiento. Las veladas de Magdalena, tan-to en Washington como ahora en España, siempre transcurrían de la misma forma: uno confirmaba su asistencia por teléfono y ya no tenía que preocuparse de nada más. A los pocos días se recibía por correo toda la documentación necesaria: billetes de avión o de tren (según el caso), instrucciones sobre la indumentaria necesaria y bibliografía sobre el tema propuesto, relacionada con la especialidad concreta de cada invitado (ejemplares salidos directamente de la biblioteca personal de la Dra. Bernat y que había que devolver intactos bajo pena de cabreo monumental de dicha doctora).

En aquella ocasión, Magdalena decidió enviar a sus invitados en tren hasta Figueras. Allí les recogería un coche hasta su masía, cercana a la localidad de Roses, un pueblecito de la Costa Brava que en aquella época del año alardeaba de su belleza para un grupo reducido y selecto de turistas que huían de las aglomeraciones estivales.

En la masía se encontraron un grupo de veinte científicos e intelectuales, cada uno con una especialidad diferente, pero todos provenientes de solo seis licenciaturas. Por la rama científica, Biología, Psicología, Antropología y Química, y dentro de las Humanidades, Filosofía y Letras y Ciencias de la Información. En este caso, la velada consistía en un cóctel en el que todos hablaban con todos y todos exponían sus teorías sobre el tema propuesto, y finalmente Magdalena elegía a los seis candidatos (uno por licenciatura) que le habían parecido más interesantes para exponer a modo de ponencia las conclusiones finales, conclusiones que se terminaban de discutir en la cena de despedida.

Básicamente sobre lo que se pretendía deliberar en aquella velada era la relación entre la historia de ficción del monstruo de Frankenstein y la historia real del ser humano en su descubrimiento del mal, de su lado malvado.

El monstruo de Frankenstein tenía que haber sido un ser sublime en todos los aspectos, pero los errores cometidos en su creación y en su aprendizaje lo convirtieron en un ser malvado a pesar de sí mismo. Las teorías esbozadas en la velada de «Frankenstein y el descubrimiento del mal» pretendían partir de esta premisa para intentar comprender dónde, cuándo y por qué había surgido el mal en el ser humano.

Nadie podía haber imaginado hasta qué punto el giro que dio esta velada pudo llegar a inquietar y emocionar a sus invitados. Fue tal la conmoción que se decidió crear un grupo permanente de debate. Cada uno investigaría de forma independiente y cuando llegara a unas conclusiones sólidas, expondría sus resultados a todo el grupo. Para facilitar el contacto entre los miembros, para no importunar a Magdalena, se decidió acordar una clave: todos se llamarían Dr. Frankenstein. Por eso, cuando Félix recibió la tarjeta de un tal Dr. Frankenstein estaba seguro de que se trataba de una convocatoria a una nueva ponencia, lo cual le alegró mucho. Pero el giro actual de los acontecimientos convirtió su alegría en curiosidad.

Lo primero que debía hacer era entrar en su cuenta personal y bucear en el enorme listado de correos pendientes que tenía sin leer.Tecleó nervioso su cuenta y clave secreta y apareció el listado de todos los mensajes recibidos: Facebook, Facebook, Facebook, Booking, Change.org, Booking, Facebook, etc. Resultaba difícil encontrar los mensajes reales entre tanto correo basura. Hizo una limpieza rápida y volvió a recorrer el listado de un vistazo:

Miki: Acuérdate de nuestra cena.

Ana: ¿Dónde te metes? Instala WhatsApp ya

caroline_baxter@cornell.com: Thank you for your last meeting.

Dr. Frankenstein: Atento a la visita del Dr Frankenstein.

¡Aquí estaba! Rápidamente, Félix seleccionó este mensaje y accedió a su contenido.

Estimado Dr. Martinelli,

Si bien mi nombre aún no es importante, sí le revelaré que poseo el porcentaje mayoritario de las acciones de una de las mayores empresas de Ingeniería Genética de reciente creación: BIOVITA. Podrá buscar en Internet todo lo relacionado con nuestra empresa, aunque nunca encontrará mi nombre. Nada relacionado con BIOVITA puede ser de su interés, excepto que se trata de mi tapadera y de mi principal recurso económico para llevar a cabo la misión que realmente me he planteado en la vida.

No le diré cuál es mi relación con el proyecto «Frankenstein y el descubrimiento del mal», pero desde que me involucré en él sigo con verdadera emoción todos los avances de sus miembros. Sin embargo, desde hace dos años contemplo con desaliento que la mayoría de ustedes se están encontrando con callejones sin salida en sus investigaciones, la mayoría de las veces provocados por falta de medios económicos o materiales.

¿Si usted hubiera podido pasar varios meses sin problemas en México, en lugar de tener que preparar y acudir a sus múltiples conferencias por medio mundo, no hubiera hecho progresos más rápidos en sus investigaciones? ¿Qué ocurriría si no tuviera que preocuparse de ganar dinero para vivir y solo viviera de Frankenstein?

No lo dude, la ciencia es mi vida como para usted y mi pasión por el tema se iguala a la suya. La única diferencia es que poseo los medios para llevarlo a cabo con todas las garantías y terminar la investigación con éxito absoluto.

Creo que usted es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que le estoy haciendo una oferta.

Si desea aceptarla, no tiene más que llamar al teléfono que figura en la tarjeta que le entregará Bogumil. Pregunte por la Dra. Wollstonecraft y diga que usted es el Dr. Frankenstein. La doctora le dirá cuál será el siguiente paso.

Espero que decida unirse a nosotros. En caso contrario, le ruego que olvide este e-mail, lo borre y no vuelva a mencionar esto a nadie.

Un cordial saludo,

Dr. Frankenstein.

El Dr. Félix Martinelli no era amigo de tomar decisiones con rapidez. Si algo le había enseñado la antropología era que las decisiones precipitadas solo conducen a catástrofes precipitadas. La mejor manera de afrontar esta situación era echarse una siesta junto a Morrow, levantarse, darse una buena ducha, tomar un café y llamar a Magdalena, por ese orden.

—¡Soledad!

—¿Sí, señor?

—Voy a dormir una siesta. Por favor, que nadie me moleste. ¿Podría despertarme dentro de una hora y prepararme un café?

—No faltaba más. Que duerma usted bien.

—Gracias, Soledad.

Y dicho y hecho.

El monstruo de Frankenstein y el origen del mal

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