Читать книгу El monstruo de Frankenstein y el origen del mal - Patricia Benarroch - Страница 9

Оглавление

2. El topo

Una de las conclusiones a las que se llegó en las conferencias del Dr. Frankenstein fue que, para comprender mejor la crueldad humana en sus orígenes, se debía entender bien por qué desde los primeros seres civilizados se estableció una relación entre el mundo espiritual y los actos de sacrificio y destrucción.

Este era el objetivo que había llevado a Félix a México a estudiar los sacrificios de las civilizaciones maya y azteca. Pero se trataba solamente de un paso más en el análisis de la evolución del mal en la historia de la civilización humana. Un estudio que empezó mucho antes con el episodio de «La toma de Jericó», descrito en el Antiguo Testamento.

Félix decidió empezar por ahí su investigación, puesto que Jericó era considerada por la mayoría de los arqueólogos como la primera ciudad fundada por el hombre hacia el 8.000 a. C. Estaba situada en un lugar con abundante agua, tierras fértiles y un clima agradable. Uno se puede imaginar a sus habitantes conviviendo seguros y en paz detrás de su doble muralla, saliendo para cultivar los campos de alrededor y vendiendo después sus productos en el interior de la ciudad. Una ciudad bulliciosa que había atraído a un gran número de población en la que se creaba artesanía, prosperaban sus comercios y donde sus habitantes formaban familias, enterraban a sus muertos y gozaban, seguramente, de bienestar.

Por supuesto, el pueblo de Israel no sería el primero en intentar conquistar Jericó, que ocupaba un lugar privilegiado y ansiado por muchos. Pero es el único del que tenemos evidencia escrita en el Antiguo Testamento, aunque no probada ni desmentida por ningún estudio arqueológico hasta la fecha.

Este es el relato que cuenta el Antiguo Testamento sobre la conquista de Jericó por el pueblo de Israel y que ocurrió hace unos 3.500 años, aproximadamente:

[…] Justamente cuando el pueblo oyó el sonido de las trompetas y lanzó el grito de guerra con gran algazara, se desplomó la muralla sobre sí misma; y el pueblo escaló la ciudad, cada uno por el sitio en que estaba, y se apoderaron de ella.Y entregaron al anatema, al filo de la espada, cuanto había en la ciudad: hombres y mujeres, niños y ancianos, y hasta el ganado mayor y menor, y los asnos.

[...] Luego prendieron fuego a la ciudad con cuanto en ella había, pero la plata y el oro y los objetos de bronce y de hierro fueron entregados al tesoro de la casa deYahveh.

A día de hoy vulneraría todos los principios de la Carta Internacional de los Derechos Humanos de la ONU: muerte a todos los seres vivos, humanos y animales, que allí vivían; saqueo de la ciudad; destrucción total de la misma mediante el fuego y, por si esto no fuera suficiente, Josué maldice la ciudad para que no pueda volver a ser construida… y todo por orden, con ayuda y en nombre de Yahvé para alcanzar la tierra prometida de Canaán.

Félix pasó varios meses en el valle del Jordán, visitando los últimos yacimientos arqueológicos y hablando con sus responsables. Estudiar a los pueblos que ahora habitan allí le ayudó a entender un poco mejor aquellos acontecimientos bíblicos que empezaron a marcar la historia de la humanidad actual. El contacto con la población actual del valle del Jordán le demostró que las condiciones no habían cambiado mucho desde hacía 30 o 40 siglos. El Estado Israelí sigue desoyendo —esta vez con conocimiento de causa— la Declaración de Derechos Humanos con respecto a la población palestina, y el pueblo judío de Israel se sigue sintiendo amenazado por una población palestina que ataca por la espalda con atentados suicidas.

Algunos campesinos palestinos le comentaron cómo el Estado de Israel restringía el abastecimiento de agua corriente para regar sus campos, mientras la población judía asentada en el valle disponía de piscinas privadas. O cómo el Estado de Israel había desterrado a la mayoría de sus compatriotas y los había despojado de sus tierras, que ahora formaban parte de colonias israelíes que abastecían a una de las mayores empresas exportadoras de Israel, financiada en un 50 % por capital del Estado.

Pero también había escuchado el horror de las víctimas judías de atentados por parte de suicidas palestinos: asesinatos injustos, saqueos de pueblos y ciudades, destrucción, maldiciones pronunciadas por ambos bandos contra el contrario… la misma historia tantos siglos después.

Félix se preguntaba por qué el pueblo judío fue capaz de ser tan hábil en sus negociaciones con los británicos para acordar la creación del Estado de Israel y, sin embargo, ha sido incapaz de llegar a un acuerdo con el pueblo palestino a lo largo de tantos años.

Aunque desde entonces Félix había hecho muchos progresos, quedaban muchas respuestas por contestar. El misterioso remitente del e-mail tenía razón. Esta investigación no le proporcionaba ningún ingreso a corto plazo y, muy a su pesar, tenía que dar prioridad a los proyectos que le daban de comer.

En eso pensaba mientras degustaba el reconfortante café que Soledad le había preparado para terminar de despertarse de la siesta.

Después de intentar sorber gotas de café ya inexistentes, volcando la taza hasta mancharse la punta de la nariz, Félix decidió que tenía que empezar a moverse. Cogió el teléfono y marcó el número de Magdalena Bernat.

—Casa de la Dra. Magdalena Bernat, ¿qué desea?

—Buenas tardes, soy el Dr. Félix Martinelli. Quería hablar con la Sra. Bernat, por favor.

—Un momentito, por favor.

Tras una pequeña pausa, amenizada por un alegre hilo musical, por fin una voz conocida, con un acento extraño entre americano y catalán, recorrió el hilo telefónico.

—¿Félix? ¡Qué sorpresa! Dios mío, ¿cuánto tiempo hace que no nos vemos?

—Hola, Magdalena. ¿Qué tal estás? La verdad es que sí, creo que nos veíamos más a menudo cuando tú vivías enWashington.

—Bueno, querido Félix, ya se sabe, la edad unida a la prosperidad no hace más que ablandar al ser humano. Ya no nos apetece esforzarnos ni para hacer algo que nos guste.

—¡Anda! Ya será menos. No me creo que tú, precisamente tú, te hayas vuelto pasiva. Va en contra de tu naturaleza —exclamó Félix, que recordaba a Magdalena como una mujer atlética, de complexión fuerte y voz dominante.

—Digamos que estoy sufriendo mi propio cambio climático, ya me entiendes.

—Desgraciadamente sí, te entiendo. Verás, Magdalena, te llamaba porque he recibido una visita y un e-mail bastante intrigantes en los que tú pareces estar implicada.

—Ya me imaginaba que tu llamada estaría relacionada con esto. ¿Qué quieres saber? —Magdalena había bajado inconscientemente la voz al pronunciar estas palabras.

—Todo: qué sabes tú de estos individuos, si alguien de nosotros ya se ha unido a ellos, qué intenciones tienen, qué grado de credibilidad hay que confiarles…

—Siempre tan prudente, Félix. Bueno, yo solo sé que todos a los que les he preguntado cuentan maravillas sobre esta empresa. Al parecer, todas las decisiones empresariales son tomadas por un consejo de accionistas formado únicamente por eminencias en los campos de la biología y la medicina. Parece que saben lo que hacen, ya que BIOVITA se ha convertido en el referente de la ingeniería genética y no solamente en España, sino en Europa y podría decirse que en gran parte del mundo.

—¿Y qué crees que pueda interesarles tanto de nuestro Frankenstein?

—Puedo entender tu recelo —retomó Magdalena, con el tono de voz prominente que Félix recordaba— Tú conoces, por ser tu especialidad, los problemas que ha habido en Estados Unidos con la vinculación de grupos de antropólogos con el Gobierno. Ahí tienes, por ejemplo, el programa de la CIA, Pat Roberts Intelligence Scholars Program, para la formación de espías o la vinculación de proyectos antropológicos secretos para asesorar al Gobierno, por ejemplo, en la guerra de Vietnam. Sé que experimentos similares se han llevado a cabo con la ingeniería genética y comprendo que te aterre pensar que el interés de este grupo se deba a su participación en proyectos similares.

—Pero no es así.

—La verdad es que financian una barbaridad de proyectos ecologistas y pacifistas, colaboran con varias ONG y sus proyectos más importantes son la investigación para la elaboración de alimentos transgénicos no dañinos para el medioambiente y orientados a cultivos viables en el tercer mundo –con la colaboración de consorcios agrícolas autóctonos—, así como la reducción de costes en la utilización de células madre, con el fin de mejorar la calidad de vida de las víctimas de guerra en los países más desfavorecidos.

—¡Vaya! —bromeó Félix, sorprendido— Pues si tienen una doble moral son los más hipócritas del mundo.

—Eso pienso yo. El caso es que están interesados en nuestro proyecto, porque en su extraña pero eficaz manera de analizar sus beneficios se han dado cuenta de que las sucursales de sus empresas situadas en las zonas más pacíficas resultan más rentables que las que están en zonas problemáticas. En resumen: que si son capaces de entender cómo apaciguar a las masas, por decirlo de alguna manera, y evitar conflictos esto tendría un resultado positivo en sus beneficios a largo plazo.

—Otra cosa no, pero originales en sus planteamientos sí que son.

—Y tanto Félix, y tanto.

—Entonces me recomiendas que vaya a visitarles y me una a su equipo.

—Querido Félix, creo que ya eres mayorcito para tomar tus propias decisiones. Pero, si quieres que te diga la verdad, no me vendría mal tener a alguien de verdadera confianza ahí dentro. Podrías hacerme un poco de topo, sin ánimo de ofender, claro.

—Querida Magdalena, sabes que las gafas de culo de vaso hace tiempo que se fueron a la basura después de mi operación de miopía.

—Ya, ya, pero yo siempre te recordaré con esa imagen. No puedo evitarlo —rio Magdalena, evocando recuerdos que hacía mucho tiempo que había archivado.

—Bueno, antes de que sigas insultándome, voy a colgar y a vestirme para ir al BIOVITA ese.

—Ponte guapo, que cuando lo haces deslumbras.

—Vaya, un cumplido. Menos mal. Lo dicho, mi queridísima señorita. Cuando tenga novedades te llamo. Adeu.

—Adeu, Félix.

Muy lejos de allí, Magdalena Bernat colgó el teléfono y volvió al salón.

—Era Félix Martinelli. Preguntaba por BIOVITA.

—¿Qué le has dicho?

—Lo que acordamos.También le he hecho creer que si aceptaba la oferta, me gustaría que fuera mi topo dentro de la empresa.

—Lo que él no sabe es que sería el topo de la dueña de la empresa —dijo Denys, riendo.

—Todo a su tiempo, Denys, todo a su tiempo. ¿Más café?

—No, gracias. Por cierto, ¿cómo ha conseguido llamar el Dr. Martinelli a este teléfono?

—Félix ha llamado a mi casa. El teléfono se desvía automáticamente. Para él yo estoy tranquilamente en mi casa de Roses. No puede ni sospechar que estoy al otro lado del mundo.

—Deberías comprarte un móvil.

—¿Debería?

Alrededor de una media hora más tarde, Félix salió de su casa dejando un apetecible rastro del aroma de su colonia favorita. Echó una rápida ojeada al espejo del ascensor y lo que vio le gustó, aunque tuvo que recolocar un último mechón de pelo algo rebelde.

Afortunadamente eligió una hora de poco tráfico en la M30 y el Parque Empresarial de La Moraleja quedaba bastante cerca de su casa. En un escaso cuarto de hora ya estaba junto a la verja del guarda de seguridad del edificio de BIOVITA.

—Buenas tardes, vengo a ver a la Dra. Wollstonecraft.

—Pase. El parking de visitantes está todo recto al fondo. Son las plazas marcadas en amarillo.

—Gracias.

El edificio de BIOVITA no era nada espectacular, sino más bien el típico bloque cuadrado donde predomina el vidrio, tan impersonal como funcional. En aquel momento la recepción estaba inundada de una luz intensa típica de los atardeceres madrileños de final de primavera, que al estallar sobre el blanco del mármol que cubría toda la entrada casi obligaba a ponerse gafas de sol. Al fondo de una inmensa sala parecía encontrarse el mostrador de la recepción, presidido por un enorme rótulo verde oscuro de BIOVITA bajo el que se situaban dos pibones rubios que, obviamente, habían sido elegidas más por su físico que por sus dotes intelectuales.

—Buenas tardes, vengo a ver a la Dra. Wollstonecraft. Mi nombre es, aunque le suene un poco absurdo, Dr. Frankenstein.

—Buenas tardes, Dr. Frankenstein —contestó impasible la señorita que le atendía, como si hubiera oído el nombre más corriente del mundo.

—Espere que comprobemos su cita con la doctora, si es tan amable.

—Soy tan amable.

—¿Perdón? —reaccionó, ahora sí, la señorita ante la inesperada broma de Félix.

—Nada, nada —corrigió Félix al darse cuenta de la falta absoluta de sentido del humor de su interlocutora.

Una sonrisa hipócrita adornó la hermosa cara de la joven mientras tecleaba a gran velocidad en su terminal.

—Perfecto, Dr. Frankenstein. Efectivamente tenía usted una cita hoy con la doctora, aunque llega un poco pronto, porque, si no me equivoco, había quedado con ella a las 19:30.

—Ah, ¿sí? —exclamó Félix, estupefacto— ¿Había quedado con ella a las 19:30?

—Eso es lo que figura en el ordenador —titubeó la joven—, aunque puedo confirmarlo con ella por teléfono si lo desea.

—Si fuera usted tan amable, por favor.

—Claro, como no. Espere un momentito.

Félix esperó interesado a que la «perfecta recepcionista» le confirmara una cita que él en ningún momento había concertado. Finalmente, la joven parecía estar hablando con la doctora. Los ojos de la rubia recepcionista, tan transparentes como su inteligencia, miraron inexpresivos a Félix.

—La Dra. Wollstonecraft confirma su cita de hoy a las 19:30, pero estará encantada de atenderle ahora mismo.

—¡Cómo no!

—Si es tan amable de acompañarme por aquí, por favor.

Félix se giró hacia el ascensor, pues, aparentemente, no había otro sitio a donde ir, aparte de la salida del edificio.

—No, señor. Por aquí, por favor.

De la nada surgió una puerta que conducía a un pasillo eterno tan frío e impersonal como la fachada del edificio. Eso sí, el suelo era de mármol inmaculado igual que el de la entrada, pero a este solo lo iluminaban unos pobres focos alógenos en el techo.

—Baje la escalera, vaya hasta el fondo del pasillo, coja el ascensor y baje al sótano 2, botón S2. Gracias, Dr. Frankenstein —dijo la muñequita recepcionista antes de volver a su puesto.

Cuando se dio la vuelta, Félix creyó ver el compartimento de las pilas marcándose a través de la blusa.

El ascensor le sorprendió un poco después de tanta frialdad marmórea. El interior de la cabina era de madera oscura y la pared del fondo tenía un banco acolchado muy british que hizo mucha gracia a Félix. Pulsó el botón S2, se aposentó en el banquito y se imaginó que era Peter O’Toole.

Lo que vio delante de él cuándo se abrieron las puertas no se lo esperaba en absoluto: un gigantesco vivero donde convivían una sorprendente diversidad de especies.

—¡Dra. Wollstonecraft! ¿Está usted ahí?

Una sombra sigilosa se abrió paso entre pequeños crujidos de hojas. Parecía increíble que en una estancia llena de plantas cualquier otro ser vivo pudiera aportar más frescura al ambiente. Pero cuando apareció aquella mujer, Félix se sintió rejuvenecer una década. De haber sido una planta, habría sido un ficus, larga y esbelta, de ramas flexibles pero fuertes, siempre creciendo hacia arriba. Su melena castaña recogida en una coleta alta estilizaba aún más su figura.

Al acercarse, Félix pudo ver cómo sus ojos castaños, grandes y rasgados, reflejaban un mundo interior tan rico y poblado como la flora que los rodeaba.

—Increíble, ¿verdad? Todos ponen esa misma cara cuando lo ven por primera vez. Usted es uno de los pocos privilegiados que puede disfrutar de esta maravilla.

—¿De verdad? ¿Tan poco sale usted de aquí que yo soy uno de los pocos en poder disfrutar de usted?

—Dr. Martinelli, ya me han avisado de su tendencia al coqueteo, pero la verdad es que no me importa nada. Las plantas no suelen decirme cosas tan agradables.

—¿Así que no hay nadie en su vida para decirle lo bonita que debe estar por la mañana nada más levantarse?

A Félix no se le escapó el detalle de que la Dra. Wollstonecraft le había llamado por su verdadero apellido.

—Preferiría que me llamara Félix.

—Yo soy Karen. ¿Quieres un café?

—No, gracias. Ya me he tomado uno antes de salir de casa.

—Por cierto, soy mayor de lo que parezco. Tengo 40 años —coqueteó Karen, siguiéndole el juego a Félix.

—Y yo 50. Dos edades perfectas.

—Creía que a los de 50 les gustaban las de 20. —Karen no podía evitar poner a prueba a cualquier hombre que se atreviera a intentar seducirla.

—Bueno, dos de 20 hacen una de 40, ¿y quién no prefiere tener dos en una? —salió airoso Félix.

Se adentraron en la maleza y Félix decidió seguir a Karen sin preguntar, como un perrito fiel.

Después de un agradable paseo entre colores, olores y for-mas que escapaban a su imaginación, por fin parecieron llegar a su destino: un oasis de cemento sin plantas donde había un pequeño laboratorio y una mesa de escritorio con un ordenador portátil. Pero lo más sorprendente de todo era que la pared de aquel lado del edificio era totalmente de vidrio, dejando pasar la luz del sol, algo que resultaba muy curioso, dado que estaban a dos niveles por debajo del suelo. A Félix nunca se le dio bien dejar preguntas sin contestar y esta no iba a ser una excepción:

—Bromas aparte, es verdad que este sitio es una maravilla. Pero ¿cómo es posible que entre la luz del sol si estamos en un segundo sótano?

—Increíble, ¿verdad? La explicación es que el edificio está construido al borde de una loma. No parece desde fuera. Por lo visto, el arquitecto ha utilizado el desnivel para crear unos sótanos con luz natural. De ahí, la escalera y el largo pasillo que tuviste que recorrer antes de coger el ascensor.

Sin embargo, antes de que Félix pudiera contestar surgió otra voz desde la maleza con un acento que le resultaba muy familiar:

—Ingenioso, ¿verdad?

—¡Bogumil! ¿Qué hace usted aquí?

—El Dr. Kukowski —aclaró Karen, antes de que Bogumil pudiera abrir la boca— es mi compañero de laboratorio. Simplificando bastante, se podría decir que él es el especialista en genética y yo en botánica. Es decir, Bogumil modifica la genética de las semillas y yo me encargo de que una vez plantadas crezcan sanas y alcancen su máximo desarrollo en las mejores condiciones.

—Para cumplir con un objetivo, supongo.

—Félix —intervino, por fin, Bogumil, que no permitía que le cortaran la palabra dos veces seguidas—. Puedo llamarle así, ¿verdad? Ahora que nos conocemos mejor…

—Sí, sí, Bogumil. Claro que puedes. Y también puedes tutearme. Al fin y al cabo, creo que estamos entre colegas.

—Bien. Félix, no se te escapa una.

—Bueno, yo también soy científico y lo que sí he aprendido en todos estos años es que si una investigación dispone de un capital como el que se ha invertido en este laboratorio es que detrás hay alguien con mucho dinero, interesado en cumplir un objetivo concreto.

—Esto es BIOVITA, mi querido Félix —proclamó orgullosa Karen.

—¿Mi querido Félix? ¿Qué ha pasado aquí mientras yo no estaba?

—¡Venga, Bogumil! Si no fueras gay, pensaría que estás celoso.

—Soy gay, pero tú eres solo mía, ya lo sabes.

—Pues me espera un futuro sexual un poco triste entonces —se rio Karen

—Bueno, dejando el cachondeo. Te decía, Félix, que esto es BIOVITA. El capital no es precisamente lo que falta aquí. Es cierto que todo esto tiene un objetivo, pero no somos nosotros los que debemos decírtelo.

El trino de un pájaro interrumpió la conversación.

—¿También tenéis pajaritos transgénicos? —bromeó Félix.

—Hasta donde yo sé nos limitamos a las plantas

—¡Oh! Perdón —Bogumil empezó a palparse los bolsillos nervioso y a sonrojarse bajo su clara piel—. No es ningún pájaro, es mi móvil. Perdonad, ¿sí? —dijo, acercando el aparato a su oído.

Se hizo un silencio incómodo en el que Félix y Karen no querían escuchar la conversación de Bogumil, pero tampoco encontraban nada de qué hablar. La voz susurrada de Bogumil llegaba clara, a pesar de todo.

—Sí, ya está aquí con nosotros. Hace como que está ligando con Karen, pero creo que está bastante impresionado. Por supuesto, se lo paso.

Bogumil volvió a acercarse, recuperó su estentóreo tono de voz habitual y se dirigió a Félix.

—Es para usted o, mejor dicho, para ti.

—¿Para mí? ¿En serio? No sé por qué no me sorprende. Soy Félix ¿Quién es?

—Hola, Sr. Martinelli —contestó una voz profunda e impersonal al otro lado del teléfono—. Ante todo quería darle las gracias por acudir a nuestra cita. Espero que lo que ha visto le haya gustado. Como le decíamos en el e-mail, queremos que se una a nosotros, pero antes queríamos que viera por usted mismo lo que somos capaces de hacer. Bogumil tiene una copia de su contrato. Le ruego que lo lea y le transmita a él los comentarios que desee hacer. Le aseguro que si decide unirse a nosotros, dispondrá de todos los medios que necesite para que su investigación en el programa Frankenstein tenga éxito. Ahora tengo que dejarle. Gracias otra vez y espero que la próxima vez que hablemos sea como compañeros de trabajo.

Antes de que Félix pudiera decir nada, la voz masculina del teléfono colgó.

—Bueno, ¿qué? —dijo Bogumil, acercándose—. ¿Dos cervecitas y nos ponemos con el contrato?

—¿Tengo otra opción? —contestó Félix, sonriendo.

—Yo os dejo con vuestras cositas —exclamó Karen mientras se alejaba entre la maleza—. Mis plantas me reclaman y los asuntos legales me aburren soberanamente.

Dos horas y unas cuantas cervezas después, Bogumil y Félix se volvieron a reunir con Karen, que realizaba el trasplante de un cactus con mucho cuidado. Bogumil rezumaba satisfacción al confirmarle a Karen su éxito en la operación.

—Karen, saluda a tu nuevo compañero de trabajo. Félix ha decidido finalmente unirse a nosotros.

—Me pilláis en un momento en el que no puedo expresar mi euforia como me gustaría, pero de verdad que me alegro mucho.

Bogumil chasqueó los dedos al tiempo que gritaba:

—¡Vaya, ese cactus me ha recordado algo que guardo en la nevera por si llegaba este momento! —Desapareció unos minutos y volvió con una botella y tres copas—. Vino espumoso de cactus, elaborado en nuestra plantación de Marrakech con los restos de cactus que se utilizan para extraer agua para el riego.

—Supongo que terminaré acostumbrándome a todo esto —suspiró Félix.

—Pruébalo, está muy bueno. Es muy suave.

Bogumil rellenó las copas y los tres brindaron por la incorporación de Félix a la plantilla de BIOVITA.

El monstruo de Frankenstein y el origen del mal

Подняться наверх