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Prólogo

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RAFAELE Mario Covelli, ¡sal ahora mismo del agua! —gritó Vittoria a su nieto de diez años—. Acabas de comer.

El niño delgado y desgarbado salió de la piscina que había instalado su padre para los calurosos meses de verano.

—Me encuentro bien, Nonna. Quiero bañarme con mis amigos.

—Podrás bañarte dentro de un rato. Primero tienes que hacer la digestión.

—Me aburro —protestó él y se sentó en un escalón.

—Juega con tu hermanita —Nonna miró a la niña morena de tres años que estaba jugando con la arena.

—Ni pensarlo —dijo Rafe—. No voy a jugar con niñas.

Vittoria se cruzó de brazos y miró fijamente al niño. Sabía que Rafe y su hermano pequeño, Rick, adoraban a su hermanita y jugaban con ella a menudo.

—Entonces, ven aquí y te contaré un cuento.

A Rafe se le iluminaron los ojos y dijo:

—¿Sobre Nonno Enrico, el héroe?

Vittoria asintió, extendió una manta y se sentó en ella. La pequeña Angelina se acercó tambaleándose y se sentó en el regazo de su abuela.

—¿Tú también quieres oírla, bambina?

Angelina retiró la gorra de sus ojos y asintió.

Al momento, Vittoria vio como su otro nieto, Rick, y dos de sus amigos se sentaban en la manta también.

—Hace muchos años, en Italia, mi familia, los Perrones, vivía en un pequeño pueblo. Cuando yo era pequeña, era una época dura. La guerra devastó las zonas rurales, pero por fortuna, mi pueblo, Tuscany, parecía seguro. Hasta que un avión se estrelló cerca de mi casa.

—Era el avión del abuelo. Un B-24 —dijo Rafe.

Vittoria asintió.

—Sí. Era un avión americano. Le habían disparado y el piloto intentaba regresar a la base en la frontera, pero tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en un prado que estaba cerca de nuestra granja. Al día siguiente, me encontré al sargento Covelli escondido en el granero. Tenía una herida en la pierna y había perdido mucha sangre.

Vittoria lo recordaba como si hubiera pasado el día anterior. Él tenía la cara llena de moraduras y hacía muecas de dolor. Era el hombre más guapo que había conocido. También era el enemigo. No podía dejarlo morir en el granero, ni en un campo de prisioneros.

—Y lo salvaste.

Inmersa en los recuerdos, Vittoria apenas oyó a su nieto.

—Sabía que debía entregarlo, pero al final decidí curarle las heridas y me las arreglé para estar con él mientras le bajaba la fiebre. Al cabo de unos días comenzó a recuperarse. Era americano, pero me hablaba en italiano. Me quedé impresionada cuando me dijo que se llamaba Enrico Covelli. Sus padres eran de Roma. No podía entregarlo a los soldados.

—No Nonna —dijo Rafe—, tenías que esconderlo.

Vittoria miró a los otros niños y ellos asintieron.

—Me daba miedo que lo descubrieran —Vittoria sabía que también se estaba enamorando del americano. Una noche, Enrico le confesó que la amaba. No quería dejarla, pero tenía que regresar a filas. Ambos corrían peligro si lo descubrían.

Continuó con la historia.

—Había oído hablar de un grupo de la resistencia que ayudaba a la gente a salvarse. La noche siguiente, antes de marcharse, Nonno Enrico me prometió que volvería después de la guerra. Me dijo que quería casarse conmigo y que nos fuéramos a América. Le dije que yo también lo quería. Me dio un beso de despedida y desapareció en la oscuridad de la noche.

Rafe se puso en pie y preguntó en voz baja a su abuela:

—¿Puedo enseñarles la caja?

Vittoria asintió y Rafe entró corriendo en la casa. Al ratito volvió con un joyero tallado a mano. Se lo dio a su abuela y ella abrió el cierre de bronce. Sacó una medalla.

Rafe la sujetó.

—A mi abuelo le dieron un Corazón Púrpura porque le habían disparado —los niños exclamaron mientras se pasaban la medalla de uno a otro.

—Durante meses, yo no sabía si Enrico había conseguido salvarse. Al cabo de un año, la guerra terminó —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Pensaba que debía estar muerto, porque me había prometido que nunca se olvidaría de mí.

—Pero no estaba muerto —dijo Rafe animándola.

Vittoria tomó la mano de su nieto.

—No, pero no sabía nada de él. Lo esperaba. Para entonces, mi padre había organizado mi boda con Giovanni Valente.

—Pero tú no querías casarte con él —comentó Rafe.

—No, Rafe, yo no quería a Giovanni, quería a Enrico. Mi familia quería que me casara con él porque era rico. Incluso durante la guerra, la familia Valente consiguió mantener sus viñedos. Nosotros no teníamos nada excepto el juego de anillos de rubí que se guardaban para cuando se casara la hija primogénita. Y esa era yo. Y mi padre ya le había dado los anillos a Giovanni.

Ella se entristecía al pensar en ello. Utilizó el tejido de seda blanca del paracaídas de Enrico para confeccionar el vestido de boda. Al menos llevaría algún recuerdo de su verdadero amor.

—Y el abuelo volvió a rescatarte.

Vittoria sonrió. Había contado tantas veces esa historia a sus hijos, y a sus nietos.

—Sí, regresó la semana de mi boda.

Recordaba aquel día perfectamente. Casi se desmayó cuando Enrico volvió a por ella. La tomó entre sus brazos y la besó hasta que ella se percató de que no estaba soñando. Él había vuelto, como había prometido.

—Vuestro abuelo me pidió que me casara con él, pero mi padre insistió en que yo estaba prometida con otro. Enrico no se detuvo por eso. Fuimos juntos a dar explicaciones a la familia Valente. Giovanni estaba furioso porque no me casara con él, pero al fin accedió a romper el compromiso. Juró que nunca amaría a otra mujer y se negó a devolver uno de los anillos. Se lo puso en el dedo meñique para recordar a su novia robada. La madre de Giovanni echó una maldición sobre los anillos diciendo que hasta que no se encontraran de nuevo, ni los Covelli, ni sus hijos serían afortunados en el amor.

Durante todos esos años, Vittoria había sufrido profundamente. Abrió la caja otra vez y sacó el anillo. Aunque Enrico nunca había creído en el maleficio, Vittoria sentía que algo había ensombrecido su amor. Tuvo problemas para concebir a sus hijos, pero por fin tuvo dos niños. Su hijo Rafaele casi no llega al altar con su novia, María. ¿Serían las consecuencias del maleficio?

Rafe se puso de rodillas.

—¿Puedo verlo?

Vittoria abrió la caja para mostrar el rubí y los diamantes engarzados en un anillo de oro. Cuando los dos anillos estaban juntos, quedaban preciosos. La última vez que eso había sucedido era hacía más de cincuenta años.

—¡Caramba! Me apuesto a que vale más de un millón de dólares.

—Oh, Rafaele. Este anillo es el símbolo del amor, y eso no tiene precio. El amor verdadero es lo único que romperá el maleficio y hará que los dos anillos se junten otra vez.

Corazón al desnudo

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