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Capítulo 2

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SHELBY se quedó en el porche viendo como Rafe se marchaba en el coche.

—Hombre arrogante —masculló mientras se sentaba en un escalón.

¿Con qué derecho mandaba sobre ella? Ningún hombre le decía lo que tenía que hacer. Ella no era como su madre, débil y sumisa, que dejaba que los hombres controlaran su vida y luego se marcharan. Ella recordaba que cuando era una niña, los hombres entraban y salían de la vida de Nola Harris. El padre de Shelby inclusive. Años atrás prometió que nunca dejaría que un hombre le hiciera daño.

La mayor parte de su vida se las había arreglado sola y no iba a dejar que Rafe Covelli cambiara eso.

Shelby miró hacia la casa, y de repente se sintió agobiada. ¿Cómo iba a hacerlo todo? Suspiró y recordó todo lo que había trabajado para ahorrar y comprar ese sitio. Era su casa. Se emocionó. Stewart Manor era suya.

Se volvió y miró el prado. Había más rastrojos que hierba. Había que podar los arces. Y el seto que rodeaba el terreno.

Se levantó y comenzó a bajar las escaleras, obligándose a no deprimirse. Siempre había conseguido enfrentarse a todo lo que le ocurría, y había sobrevivido. En ese sitio había mucho trabajo por hacer, pero podría hacerlo.

Llegó a la parte trasera de la casa y vio que no estaba en mejor estado que la parte delantera. Había malas hierbas por todos sitios. El jardín de rosas estaba abandonado, pero algunos arbustos habían sobrevivido al abandono.

Shelby continuó inspeccionando la propiedad y, después de atravesar una zona boscosa, se quedó de piedra al ver la casita. La pintura estaba cayéndose a trozos y la mayoría de los cristales estaban rotos… Respiró hondo para controlar su reacción y caminó hasta llegar a ella.

En el porche había un balancín oxidado y ella comenzó a recordar. Un verano en Indiana, su madre y ella sentadas en el columpio esperando que llegara la lluvia. Shelby solo tenía seis años, pero recordaba esa época como la más feliz de su vida junto a su madre.

Sintió un escalofrío y sus sentimientos amenazaron con aflorar. No podía dejar de pensar en la mujer que solía ir a visitarlas a la casita. Una mujer que vivía en Stewart Manor y que se llamaba Hannah. Era guapa y siempre sonreía. Cuando iba a visitarlas, siempre llevaba helado o galletas. Un día le llevó una muñeca.

Después, una noche en que la señora Hannah fue a visitarlas, Nola mandó a su hija a la cama.

Pero Shelby escuchó la discusión.

Al día siguiente, Nola hizo las maletas y se marcharon de Stewart Manor. Se fueron en autobús y su madre nunca le explicó por qué.

Poco después, Nola conoció a otro hombre, Orin Harris. Nola le dijo que sería su padre. Shelby no quería un padre, y menos a un hombre que trataba mal a su madre. Además Orin y Nola siempre estaban borrachos y por las noches discutían. Un día su madre se puso enferma, y como no había más familiares que pudieran cuidar de Shelby la dieron en adopción. Nunca más volvió a saber nada de su madre. Después le dijeron que había muerto.

Shelby casi se dejó vencer por la tristeza, pero como otras veces, luchó y salió adelante. La negación era su protección para no hacerse daño.

—Hola, ¿hay alguien ahí?

Shelby se dio la vuelta y vio a un hombre mayor. Era bajito, y a medida que se acercaba, ella notó que cojeaba ligeramente. Tenía el pelo canoso y la cara sonrosada.

—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Shelby.

—Soy Ely Cullen, señora — dijo él y tendió la mano.

Ella lo saludó.

—Hola, Ely. Soy Shelby Harris.

—Lo sé. Todo el pueblo habla de la nueva propietaria de Stewart Manor. Pensé que debía venir a darle la bienvenida —miró a su alrededor y suspiró—. Estoy seguro de que en su día era un sitio precioso —la miró—. Y volverá a serlo.

—Va a costar mucho tiempo y mucho dinero —dijo Shelby—. Tengo intención de convertirlo en un hostal.

Ely asintió.

—¿Necesitará ayuda para cuidar de las tierras?

—Me encantaría, pero por ahora lo único que puedo permitirme son estas dos manos —se las enseñó.

—¿Y si no tuviera que pagarla?

Shelby lo miró fijamente. No le gustaba aceptar ayuda. Y además, él no podría soportar el cálido y húmedo verano.

—Es todo un detalle por su parte, señor Cullen, pero aquí hay mucho trabajo.

—Lo sé. Lo hice durante treinta años.

—¿Era usted el jardinero de Stewart Manor?

Él asintió contento.

—Solía podar las rosas de la señora Hannah. Cortaba el césped y perfilaba los bordes. Sé que ahora ya soy mayor y más lento. Para mí ha sido muy duro ver como este sitio se iba deteriorando tras la muerte de la señora Hannah —la miró a los ojos—. Todavía puedo ser útil.

—¿Está seguro? Le estoy muy agradecida, Ely, pero no quiero que trabaje demasiado.

—No lo haré. Mi nieto vendrá conmigo a hacer el trabajo duro.

—Entonces insisto en pagarle.

Él sonrió.

—Ya lo arreglaremos. De momento adecentemos esto un poco.

—Estoy deseándolo igual que usted —dijo Shelby, sintiendo que al fin las cosas estaban de su parte.

Esa tarde, Rafe entró en Maria’s Ristorante y se sentó al final de la barra en la zona reservada para la familia de Maria.

Era temprano para cenar, pero quería hablar con su hermano Rick y ese era el mejor sitio para encontrarlo. La mujer de Rick, Jill, había aceptado trabajar en el turno de tarde hasta que en otoño empezara a trabajar de profesora. Sólo llevaban casados un mes y eran inseparables.

Rafe envidiaba a su hermano. Rick había encontrado el amor, y lo mejor de todo, no le había dado miedo perseguir lo que quería. Es decir, a Jill. Rafe no había tenido tiempo de encontrar una esposa. Tampoco es que quisiera una.

Por si el conjuro de los Covelli no era suficiente para disuadir a Rafe de buscar una esposa, desde que dos años antes muriera su padre, tenía mucho trabajo que hacer. Como era el hijo mayor, se hizo cargo de Nonna Vittoria, María, su madre, y su hermana Angelina. Y no podía olvidar el negocio familiar, la constructora Covelli and Sons. Las cosas empezaron a ir mal cuando se dijo que la causa del accidente de su padre había sido la utilización de materiales inadecuados, y Rafaele Covelli era el contratista del edificio. Le llevó algunos meses, pero con la ayuda de Rick y de su primo Tony, Rafe consiguió que el negocio siguiera adelante. Seguían buscando la verdadera causa del accidente y Rafe prometió que no pararía hasta que no probara la inocencia de su padre.

La familia comenzó a hacer otros negocios y no les iba mal. Tenían suficiente trabajo como para contratar a más gente. Pero Covelli and Sons no se caracterizaba por la cantidad, sino por la calidad. Y Rafe siempre se comportaba como debía hacerlo un buen carpintero. Su padre le había enseñado.

Por eso le había dejado las cosas claras a Shelby Harris. Gus Norton no hacía un buen trabajo. Rafe no quería imaginarse a ese hombre poniendo una mano sobre la bonita madera de esa casa.

—¡Eh! ¡Hermano!

Rafe se volvió y vio acercarse a Rick y a Lucas, el hijo de Jill. El niño de dieciocho meses sonrió y echó los brazos hacia su tío.

Rafe lo tomó y lo sentó en la barra.

—Hola, Lucas.

—Hola —dijo Lucas con timidez.

Rafe miró a su hermano.

—Veo que venís a visitar a la camarera rubia.

—Sí —dijo Rick mirando a Jill que estaba atendiendo una mesa—, es duro tenerla todo el día trabajando.

—Pobrecito —acarició la barbilla de su sobrino—. La mayoría de la gente tiene que trabajar para poder vivir.

—¡Eh! Yo trabajo —dijo Rick—. He cambiado el suelo de madera del salón —se refería a la casa que Jill y él habían comprado en Ash Street y que estaban reformando.

—Hoy he estado con una futura cliente, Shelby Harris.

—¿Es la mujer que ha comprado Stewart Manor?

—Sí. Quiere abrir un hostal. Está todo hecho un desastre. Se necesitarán meses de trabajo para arreglarlo. A papá le habría encantado el artesonado tan perfecto.

—¿No trabajó él allí cuando éramos niños?

Rafe asintió.

—Diseñó los armarios de la cocina hace unos veinte años. Hoy no he entrado en la cocina.

—¿Y qué le vas a hacer a la señora Harris?

—Nada.

—¿No le ha gustado tu oferta?

—Era demasiado dinero. Creo que se ha excedido comprando ese sitio. No tiene dinero para reformarlo. No tenía ni idea de lo que le costaría arreglarlo. Es una mujer testaruda.

—¡Ah! Así que te has fijado en que es una mujer. Eso es bueno. ¿Es joven? ¿Guapa?

Rafe se encogió de hombros.

—De nuestra edad, y no me he fijado en su aspecto —mintió.

—Si no recuerdas si es guapa o no, es que has estado demasiado tiempo sin compañía femenina, hermano.

—¿Y cuándo he tenido tiempo? He tenido que hacerme cargo del negocio.

—Y has hecho muy buen trabajo. Supongo que sabes lo mucho que te agradezco que hayas mantenido el negocio mientras yo estaba fuera todos estos años.

Rafe sabía que su hermano se sentía culpable por haberse alistado en los marines y después haberse ido a Texas a probar suerte con el petróleo, en lugar de trabajar en el negocio familiar.

—Yo quería continuar con el negocio por papá. Mamá tiene el restaurante y es independiente. Pero Covelli and Sons es nuestra herencia — Rafe siempre quiso convertirse en un buen carpintero, como su padre.

—Parece que ahora tienes mucho trabajo —dijo Rick—. Charlie me ha dicho que vas a alquilar la oficina.

—La semana que viene pondré el anuncio. También alquilaré los tres apartamentos de arriba. Si no terminas de arreglar tu casa, puedes quedarte con eso —Rafe se volvió para mirar a su sobrino—. ¿Verdad, pequeño?

—Verdad.

Rick sonrió.

—Como han cambiado las cosas. Hemos estado a punto de quebrar y en siete meses ya estamos sacando beneficios. El primo Tony tuvo una buena idea al querer comprar las oficinas y restaurarlas. Es una pena que no podamos arreglar Stewart Manor. Restaurar ese sitio nos hubiera dado mucha publicidad.

—¿Qué quieres que haga? ¿Regalar el trabajo? Dudo de que tan siquiera esa mujer pueda pagar los materiales.

—Quizá podamos pensar en algo. Parece que la señora Harris necesita arreglar el sitio para poder abrir el negocio.

—Quizá debía de haber pedido un crédito mayor.

Rick permaneció en silencio.

—Así que yo soy el malo —dijo Rafe.

—Niño malo —se entrometió Lucas.

Rick se rió. Lucas aplaudió y al escuchar el barullo, Jill se acercó a la barra. Sonrió y miró a su marido de una manera tan especial que Rafe pensó que el amor existía de verdad.

—¿De qué os reís? —preguntó ella. Y besó a su marido y a su hijo.

—Mi hermano mayor tiene problemas con una mujer.

—¿Con quién? —preguntó Jill sonriente.

—La nueva dueña de Stewart Manor —dijo Rick.

—Shelby Harris. El otro día la vi en el banco. La señora Kerrigan me señaló quién era. Una morena, alta y delgada.

—Con unos ojos verdes preciosos —añadió Rafe.

—Parece que hay otro que está a punto de caer —dijo Rick sonriente.

Rafe negó con la cabeza.

—Ah, no. No soy tan valiente como tú, hermano. No quiero jugar con el conjuro de los Covelli.

El miércoles, sobre las seis de la mañana, Shelby se despertó al oirr voces masculinas en el exterior. Se incorporó y se dio cuenta de que se había quedado dormida en el sofá mientras trabajaba. Se levantó y se acercó a la ventana. Vio que Rafe Covelli estaba en el jardín con otros dos hombres. Uno de unos cuarenta y cinco años y el otro de la misma edad que Rafe.

Shelby se acordó de que Rafe iba a comenzar a trabajar en la parte delantera esa misma mañana. Se fijó en que Rafe tenía muy buen aspecto. Llevaba una camiseta azul que resaltaba su pecho musculoso y que su trasero y las piernas tampoco estaban nada mal.

De repente, Rafe se volvió y la vio en la ventana. Sostuvieron la mirada durante un rato. Shelby se percató de que iba en pijama, corrió la cortina y fue a cambiarse. Se puso unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas de deporte. Se pasó los dedos entre el cabello y salió.

El sol hizo que entornara los ojos.

—Buenos días —dijo él—. Siento que la hayamos despertado, pero tenemos que empezar antes de que haga mucho calor.

—Lo comprendo. Normalmente ya estoy levantada, pero me quedé trabajando hasta tarde —Shelby miró al hombre que estaba junto a Rafe.

—Hola, soy Rick Covelli. El chico duro es mi hermano. Lo siento por no haberla avisado de que vendríamos temprano.

—No se preocupe. Ya les dije que me he quedado dormida.

—Haremos el menor ruido posible. Solo tengo que comprobar el estado de los aleros —Rick miró hacia la casa—. He de admitir que estoy deseando trabajar en este sitio. ¿Le importa si voy arriba a echar un vistazo?

—Adelante.

Rick la saludó levantando un poco la gorra y dijo:

—Encantado de conocerla. Y bienvenida a Haven Springs. Espero que le guste vivir aquí.

—Estoy segura de que me gustará.

—Nuestra madre nos ha dicho que la invitemos a pasar por su restaurante. Ella y Nonna quieren conocerla. Mi mujer, Jill, también trabaja allí.

Shelby no podía creer que esos dos hombres fuesen hermanos. Uno era abierto y simpático, el otro, retraído. Vio que Rafe estaba escribiendo en su carpeta.

—Estaría bien, Rick. He estado muy ocupada con la mudanza e intentando ponerme al día con el trabajo. Me dedico a hacer gráficos en el ordenador y trabajo en casa.

Rick sonrió.

—Muy interesante. No deje que Rafe se acerque al ordenador, no se lleva bien con esas máquinas.

Rafe miró a su hermano.

—¿No crees que ya es hora de ponerse a trabajar?

—Está bien —contestó Rick y se dirigió a la casa—. Estaré en la tercera planta, por si necesitáis algo.

Rafe presentó a Charlie, el otro hombre. Llegó un camión con el logotipo de Norton Construction.

Shelby ignoró la mirada de Rafe y se dirigió a hablar con el hombre que estaba bajándose del camión.

—Hola, soy Shelby Harris —dijo—. Y usted debe de ser Gus —el hombre aparentaba unos treinta y tantos años. Era corpulento e iba sin afeitar. Aunque todavía era temprano, ya llevaba la ropa sucia.

—Hola, señora —dijo Gus Norton. Miró a su alrededor—. Veo que Covelli está reparando el exterior. No me extraña que no haya aceptado sus tarifas. Yo le haré la reforma por menos dinero.

Shelby sabía que estaba cometiendo un error.

—Como le dije por teléfono, ahora no tengo dinero para hacer mucha reforma.

Él asintió y puso una media sonrisa.

—No se preocupe, encanto. Me dijo que quería buscar una solución.

Shelby se arrepintió. Se había equivocado al pedirle un presupuesto a ese hombre.

—Bueno, hola Rafe —dijo Gus—. He oído que estás arreglando unas fachadas. Es una pena que no puedas dedicarte a la construcción nueva por lo que pasó con tu padre.

—Estoy haciendo exactamente lo que quiero hacer, Norton —dijo Rafe con frialdad.

Shelby observó como los dos hombres echaban chispas.

—¿Desde cuándo aceptan que trabajes en la ciudad, Norton?

Gus sonrió.

—Charlie. Si alguna vez quieres trabajar en la construcción de verdad, llámame.

Charlie se disponía a decir algo, pero miró a Shelby, lo pensó mejor y se marchó.

Shelby acompañó a Gus a la casa y le indicó qué era lo que tenía que mirar. Fue a la cocina e hizo un café. Necesitaba cafeína.

La tarde anterior se la había pasado delante del ordenador. Desde que había llegado a Haven Springs, llevaba retraso en su trabajo.

El negocio le iba muy bien y no era un buen momento para mudarse de Louisville, pero tenía tantas ganas de vivir en su nueva casa. Estaba pagando por ello. Si no terminaba el trabajo, no tendría dinero para restaurar su nuevo hogar.

Hogar. Esa palabra le resultaba extraña. En casi veintinueve años, no había podido llamar así a ningún sitio.

—No puedo creerme que hayas llamado a ese hombre para que te haga un presupuesto.

Shelby se volvió y vio que Rafe Covelli estaba apoyado en la puerta.

—Le dije, señor Covelli, que necesitaba hacer algunos arreglos en la casa. No deja de llover solo porque yo no pueda pagar la reparación del tejado.

—Yo arreglaré el tejado. En la buhardilla hay material suficiente para hacer un arreglo decente. Podré acabarlo en unos días. Después podrás tomarte algún tiempo para hacer el resto de la reforma. Pero no contrates a ese cretino. Créeme, no distingue un martillo de un cincel.

Shelby estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. Tenía curiosidad por saber por qué Rafe Covelli quería rescatarla. Quizá solo debía aceptar su ayuda.

—No aceptaré su caridad. Le pagaré.

—Puedes pagarme echando a ese cretino, que dice ser constructor. Stewart Manor se merece lo mejor. Y eso soy yo —Rafe entró en la cocina y se detuvo a mirar los armarios de roble.

Shelby sonrió.

—Son bonitos, ¿verdad? Pero no creo que formen parte de la casa original.

Rafe pasó la mano por la madera pulida.

—No, los pusieron hace veinte años.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque los puso mi padre —estaba tan orgulloso que Shelby envidió el amor y el respeto que él sentía por su padre.

—Lo que más me gusta de esta cocina son los armarios —dijo ella.

—Y si quieres a esta casa tanto como yo creo que la quieres, deshazte de Norton.

—Deje de darme órdenes, señor Covelli.

—Me llamo Rafe.

Shelby lo miró a lo ojos y tragó saliva.

—¿Qué dices, Shelby? ¿Hacemos un trato? Yo te arreglo el tejado si le dices a Gus que se vaya.

—Le he dicho que no voy a aceptar su caridad. Quizá podamos hacer un trueque. ¿Qué le parece si yo le enseño informática?

—Estás bromeando.

—Lo toma o lo deja —dijo Shelby.

Rafe no podía creerse lo que estaba ocurriendo. Estaba negociando para tener el privilegio de reparar el tejado. ¿Desde cuándo daba su brazo a torcer? Cuando Shelby fue arriba a darle las malas noticias a Gus Norton, mereció la pena.

En cuanto ella regresó a la cocina, llegó un muchacho corriendo.

—Señora Harris. Señora Harris.

Shelby salió y Rafe la siguió.

—¿Qué ocurre, Josh?

—Mi abuelo. Se ha caído —el niño señaló hacia el prado.

Shelby salió corriendo y Rafe fue detrás. Al llegar al jardín de rosas vieron que Ely Cullen estaba tumbado en el suelo.

—No lo muevas —dijo Rafe y se arrodilló junto al hombre—. Ely, ¿puede oírme?

—Claro que puedo oírte —el hombre intentó incorporarse—. He perdido el equilibrio. Me ha fallado la rodilla —se sentó con ayuda de Rafe.

—Espera. Déjeme que mire si se ha roto algo.

—No tengo nada roto. Solo mi orgullo.

—Quizá debíamos llevarle al médico —sugirió Rafe mientras sacaba un pañuelo y limpiaba un arañazo que Ely tenía en la cabeza—. ¿No le duele nada?

—Hijo, a mi edad siempre duele algo.

—Abuelo, quizá debas de ir. Tienes heridas en el brazo y en la cara —el joven estaba preocupado.

—Josh, me he caído en la hierba. Estoy bien. Ya he dicho que me falló la rodilla. Solo necesito un poco de ayuda para ponerme en pie.

Rafe ayudó al hombre a levantarse. No parecía mantener el equilibrio.

—Ely, ¿qué hace aquí a las siete de la mañana?

—Estoy trabajando para la señora Shelby. Voy a arreglar el jardín.

Rafe había escuchado suficiente. Shelby Harris no solo había contratado al peor constructor de la zona, sino también a un hombre de setenta y siete años para que trabajase en el jardín. Ayudó a Ely a sentarse en una silla de jardín.

—Le traeré un vaso de agua —dijo Shelby.

Rafe la detuvo.

—Creo que debemos llevar a Ely a la clínica.

—No necesito ir —contestó Ely.

Rafe miró a Shelby con preocupación. Ella tragó saliva y él notó que tenía miedo.

—Por favor, Ely. Estaría más tranquila si fuéramos. Después de todo me siento responsable.

El hombre mayor sonrió.

—No ha sido culpa suya.

Shelby quería darle un beso al anciano.

—Lo sé. No ha sido culpa de nadie. Ha sido un accidente.

«Espero que no se haya hecho nada», pensó ella.

—Vale, iré al médico siempre y cuando eso no signifique que ya no puedo trabajar en el jardín.

—Si el doctor dice que puede, podrá trabajar todo lo que quiera.

—Iré a por el camión —dijo Rafe.

Shelby lo observó alejarse. Sabía que Rafe Covelli le iba a echar la bronca. De momento, solo le preocupaba cuidar de Ely.

Corazón al desnudo

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