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Capítulo 1

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TENÍA más de cien años, pero Stewart Manor aún era un sitio bonito para contemplar.

Rafe Covelli condujo su camión a través de las puertas de hierro y se quedó mirando el edificio de tres plantas. Años atrás ese sitio era una de las casas reales de Haven Spring. Ni la pintura vieja ni las tablillas que faltaban escondían la belleza de la arquitectura.

Lo había fascinado desde que era niño. Paseaba con su bicicleta por allí y se quedaba mirando a la casa, que parecía encantada, preguntándose cómo sería vivir en un sitio como ese. Se había imaginado un montón de pasadizos secretos, habitaciones ocultas y fantasmas.

Por supuesto, nada era verdad. La casa se construyó para un rico hombre de negocios, William Stewart, que fue alcalde de Haven Spring a principios de siglo. Su hijo, William Junior, y su esposa vivieron allí junto a su hija, Hannah. Rafe recordaba que de niño la señorita Hannah le parecía simpática. Ella nunca se casó y vivió en esa casa hasta que murió tres años atrás.

Un primo lejano heredó la propiedad, pero no quería la casa y la sacó a subasta. El emblema del pueblo se vendió por una pequeña fracción de su valor. Era la primera vez que alguien que no perteneciera a los Stewart viviría allí.

Rafe detuvo el camión frente a la casa y vio que había una mujer en el porche. Estaba a punto de conocer a la nueva vecina de Haven Spring, la señora Shelby Harris.

Tomó su carpeta y se bajó del coche. Caminó hasta la escalera del porche.

—¿Señora Harris? —levantó un poco la gorra que llevaba el logotipo de Covelli and Sons—. Soy Rafe Covelli.

La mujer aparentaba tener unos veintitantos años.

—Gracias por venir, señor Covelli.

—No hay de qué. Estaba trabajando por la zona. Estamos restaurando las fachadas de las casas que hay al principio de la calle.

Rafe subió las escaleras y se encontró cara a cara con la mujer. Eran casi de la misma altura. La miró y vio que tenía las piernas muy largas, cubiertas por un par de vaqueros. Le miró la cintura y más tarde la camiseta de algodón que resaltaba sus pechos. Notó que se le aceleraba el pulso. Había pasado mucho tiempo desde que alguien así había llegado al pueblo. La última fue Jill Morgan, quien se acababa de casar con Rick, el hermano pequeño de Rafe.

Rafe la miró a la cara y al ver que tenía los ojos verdes más bonitos que había visto nunca, le dio un vuelco el corazón.

Ella se puso nerviosa y miró hacia otro lado.

—Como le dije por teléfono, tengo intención de convertir Stewart Manor en un hostal.

Rafe dio un fuerte silbido.

—Ya le expliqué que eso llevará mucho trabajo. Y dinero.

—No me da miedo trabajar, señor Covelli —dijo ella—. Pero si no puede hacerse cargo del trabajo…

—No he dicho que no pueda hacerme cargo del trabajo —salió del porche y miró la fachada alumbrada por el sol de agosto. Comenzó a calcular qué cosas necesitaban atención inmediata. Era necesario reparar los aleros de la planta superior, la madera estaba deteriorada por el tiempo y en algunos puntos comenzaba a pudrirse. Esa era la especialidad de Rick, quizá podría llevar allí a su hermano para que hiciera ese trabajo. El tejado estaba en malas condiciones y había que cambiarlo. Por tanto, habría goteras en el interior.

Miró a la mujer.

—¿De cuánto tiempo y dinero dispone, señora Harris?

—De eso quería hablar con usted.

Por la expresión de su cara, él supo que tendría problemas. Maldita sea. Había visto esa expresión tantas veces en la cara de su hermana. Era algo serio. Ocurría algo y él no estaba seguro de querer saber qué era.

—De acuerdo, dígamelo.

Ella tensó los músculos de la espalda.

—Me he gastado la mayor parte del dinero en comprar esta casa. Hasta dentro de un mes no tendré más. En este momento tengo que ser comedida, así que pensé que quizá podríamos llegar a un trato.

Rafe sabía que debía darse la vuelta, subir al camión y marcharse. Ya tenía bastantes problemas como para perder el tiempo. Pero había algo que hizo que se quedara quieto. Quizá tenía curiosidad por averiguar por qué una mujer soltera quería comprar esa casa y convertirla en un hostal. Y el brillo nostálgico de la mirada de ella lo hizo preguntar:

—¿Cuáles son sus planes?

Shelby se puso al sol y apareció el reflejo cobrizo de sus cabellos castaños.

—Como es un edificio histórico, la reparación de la fachada la cubre el presupuesto del estado.

Rafe asintió.

—Ya nos estamos encargando de ello.

—Sí, les he visto trabajar por el pueblo. Son muy buenos. Pero también necesito que echen un vistazo al tejado y a las habitaciones de la parte de delante. Que me hagan un presupuesto de cuánto costaría arreglarlo —ella dudo un instante y respiró hondo—, poquito a poco. Lo más necesario. Lo justo para que pueda abrir el negocio.

Rafe contuvo una sonrisa.

—Haven Springs no es un lugar turístico.

—Pero en verano hay gente que pasa de camino al lago, y en otoño la gente viene a ver el color de los árboles. Haré publicidad, hay gente a quien le gusta hospedarse en casas históricas. Al cabo de unos meses podré continuar con la restauración de Stewart Manor.

Otra vez esa actitud testaruda. Ella frunció los labios y él sintió que su estómago se encogía. Maldita.

—Echemos un vistazo —él regresó al porche y se acercó a la puerta de roble que tenía un cristal ovalado en el centro. La abrió y entró a un gran recibidor. De pie sobre el suelo de madera sintió el frescor de la penumbra. Del techo colgaba una gran lámpara de araña. Había una escalera para subir a las plantas superiores, faltaban algunos peldaños y en el pasamanos algunos barrotes.

—Será mejor que no se acerque a la escalera hasta que la haya revisado entera —dijo él. Torció a la izquierda y se metió en la sala.

Shelby observó como el arrogante señor Covelli se desplazaba por la casa. Así que pensaba que ella no era de gran ayuda. Que tenía que advertirla acerca del peligro evidente. En fin, tenía algo que decirle. Había pasado toda su vida cuidando de sí misma y podía seguir haciéndolo.

Se acercó donde estaba él y vio que estaba comprobando el estado de los cercos de las ventanas y de los zócalos de madera tallada. Se agachó para mirarlos de cerca. Ella no pudo evitar fijarse en la curva de su trasero y en los musculosos muslos que resaltaban bajo los vaqueros usados. Después se fijó en su espalda fuerte y en sus anchos hombros. Sintió un escalofrío. Levantó la vista y lo miró a la cara. Él estaba muy concentrado. Su tez morena daba indicios de su descendencia italiana y de que trabajaba al aire libre.

Él tenía los ojos de color chocolate y su mirada era hipnotizadora. Su pelo era negro carbón y lo llevaba muy corto en la zona de las orejas. Se quitó la gorra, el resto del cabello estaba perfectamente peinado. En cierto modo, ella ya sabía cómo era la vida de Rafe Covelli. Todo ordenado e impecable. Blanco o negro.

Todo lo contrario a ella.

Ella dudaba de que él aceptara trabajar en su idea. Hasta a Shelby comenzaba a parecerle una locura.

—Bueno, señora Harris —dijo él poniéndose en pie—, tengo malas noticias. Hay una gotera junto a estas ventanas —señaló la zona.

Shelby no apartó la vista de las manos de él. Unas manos grandes que esculpían la madera. No pudo evitar preguntarse cómo serían las caricias de esas manos en su piel… Controló sus pensamientos y prestó atención a lo que él estaba diciendo.

—Primero he de subir al ático y encontrar las goteras, después hay que reemplazar los cercos y reponer el yeso —se apoyó en el suelo con una rodilla—. ¿Ve esta humedad? Viene de detrás de los zócalos. La madera está combada, así que también tendré que cambiarla —se puso en pie y caminó hasta el recibidor. Ella lo siguió—. En las escaleras hay que cambiar los peldaños y los barrotes de la barandilla. Todo en roble de la mejor calidad —continuó andando hasta que llegó al salón.

Esa era la habitación en la que se había instalado Shelby. Había lavado y colgado las cortinas, metido algunos muebles, un sofá, una silla, una televisión y una estantería. Junto a la pared había una mesa y un ordenador. Desde que llegó a la casa, tres días atrás, solo había utilizado esa y otra habitación, la de servicio, que estaba junto a la cocina y que tenía un dormitorio y un baño.

Rafe se acercó a la chimenea de piedra y miró la repisa de madera tallada. Ella contuvo la respiración al ver que él se fijaba en las fotografías que había colocado sobre la repisa.

Él la miró.

—¿La familia? —preguntó.

Shelby dudó y contestó.

—Sí.

Él sonrió.

—Pensaba que nadie tenía más familia que yo.

Miró las fotos y ella sintió un poco de envidia. Como la mayoría de la gente, Rafe Covelli apreciaba a sus familiares. «Hay otros que no tenemos una familia de verdad», pensó ella e intentó desprenderse del sentimiento de soledad.

—¿Tiene mucha familia, señor Covelli?

Él asintió.

—Mi abuela, mi madre, mi hermano y mi hermana. Además tengo un montón de tíos, tías y primos. Las reuniones familiares son como una casa de locos —se cruzaron las miradas y él sonrió. Sus ojos oscuros eran como un imán y ella no podía apartar su mirada. Apenas podía respirar. Finalmente, él se dio la vuelta y continuó con la tasación.

Se agachó y examinó el suelo. Escribió algo en el cuaderno.

—¿Hay alguien de su familia que viva por aquí cerca?

—Oh, no —dijo ella—. Viven en el sur.

—¿Por qué no se compró la casa por allí? Quizá su familia podría haberla ayudado.

—Prefiero hacerlo yo sola.

—¿Y cómo encontró Stewart Manor?

—Estaba en internet. Si sabes dónde buscar se puede encontrar cualquier cosa.

Rafe se puso en pie y se acercó a la ventana.

—Por mí, puede hacer una pila con todos los ordenadores y prenderle fuego.

Shelby contuvo una sonrisa.

—Parece que ha tenido problemas con su ordenador.

—Ninguno. Ni lo toco. Le dejo todo el trabajo de ordenador a mi hermana. Angelina es diplomada en informática. Hay uno en la oficina y yo me mantengo alejado.

—Bueno, si algún día decide aprender, llámeme. Yo trabajo haciendo páginas web.

—Gracias, pero dudo que necesite sus servicios. ¿Cuántas habitaciones hay arriba?

—Cinco dormitorios y dos baños. Uno de ellos se comunica con el dormitorio principal. La tercera planta es la buhardilla.

—¿Cuántas habitaciones quiere que mire?

—Quiero que me diga si alguna necesita alguna reparación importante. Hay goteras en dos de los dormitorios y en uno de ellos ya se ha levantado el yeso. Quiero empezar a pintar y a empapelar lo antes posible.

—Creo que no debe decorar nada hasta que evaluemos todos los daños. Cuando se quita el yeso viejo, se ensucia mucho —la miró a los ojos y ella sintió que todos sus sentidos se ponían en estado de alerta. ¿Por qué ese hombre la ponía tan nerviosa?

Ella asintió.

—Iré a echar un vistazo —él salió de la habitación y ella lo siguió. Cuando llegaron a la escalera, él se detuvo. Ella no, y chocaron. Él la agarró antes de que ella perdiera el equilibrio—. Será mejor que se quede aquí. Estas escaleras no son seguras, y hasta que no estén arregladas no quiero que las use.

Shelby sintió el calor de su roce y perdió el deseo de discutir. Él se volvió y continuó subiendo. Shelby lo observó subir de manera atlética por los peldaños rotos. Cuando desapareció de su vista, regresó al salón.

Shelby se paró delante de la chimenea y miró las fotos. Su familia. El tío Ray y la tía Celia junto a todos sus primos. Todos ellos desperdigados por todo el país. Así nadie le preguntaría por qué no iban a visitarla. Solo tendría que inventarse historias acerca de ellos. Y era muy buena inventando historias. Suspiró, miró a su alrededor y se sintió aliviada.

Al fin tenía su casa. Pronto estaría llena de gente y ya no estaría sola nunca más.

Después de revisar la buhardilla y las otras habitaciones, Rafe entró en el dormitorio principal. Había una cama de caoba con dosel. Las cortinas tenían muchos bordados, pero estaban tan sucias que no se veía de que color eran. El papel de la pared estaba descolorido y tenía manchas de agua. También había signos de vandalismo, cristales rotos, botellas de cerveza y pintadas en la pared. El suelo tenía una gran capa de polvo.

Entró en el baño y vio una bañera antigua. La miró bien y vio que estaba en buen estado, igual que el lavamanos. Los baldosines de mármol azul marino necesitaban una buena limpieza, pero eso era fácil de arreglar.

Rafe pensó en la mujer que había dejado abajo. Normalmente dejaba que los dueños de la casa lo siguieran mientras él revisaba el sitio, pero necesitaba alejarse un poco de la señora Harris. Sentía que lo observaba todo el rato. No sabía si era por desconfianza o por pura curiosidad. Pero le molestaba. No se había sentido tan torpe con una mujer desde que llevó a Lisa Southerland al baile de fin de curso. Y se sintió así porque tuvo que ser lo suficientemente valiente como para conseguir su propósito. A los diecisiete años, acariciar los pechos de una mujer era un cometido difícil.

Recordó a Shelby Harris en camiseta. Tenía un cuerpo increíble. Pechos grandes, piernas largas y definidas… Rafe gimió. ¿Qué le pasaba? Estaba actuando como si nunca hubiese estado junto a una mujer. Había pasado un tiempo desde que la última entró en su vida. Aun así, sabía que no podía liarse con una futura clienta.

Después de echarse el sermón, volvió al dormitorio. Se detuvo al ver que Shelby estaba frente a las ventanas. La luz del atardecer formaba un halo a su alrededor, dulcificando su bonita cara.

Se creó un ambiente de intimidad y permanecieron en silencio, como si no quisieran romper el hechizo con las palabras. Rafe miró hacia la cama de reojo y una imagen erótica de la chica morena tumbada desnuda en la cama sobre sábanas de raso, pasó por su cabeza.

Su cuerpo se tensó y dirigió la mirada hacia Shelby. Maldición.

—Le dije que me esperara abajo.

Ella no se intimidó por su enfado.

—Ya he estado aquí antes. Sé cuáles son los peldaños que hay que evitar.

—Podía haberse caído. Esta casa es vieja y lleva tiempo abandonada. Si voy a trabajar aquí, tendrá que escuchar mis advertencias.

Los ojos de ella brillaron con desafío, estaba a punto de replicar cuando desvió su mirada.

—Supongo que estaba ansiosa por ver cuáles eran los desperfectos y a cuánto ascendería su factura.

Rafe miró su carpeta. Sabía que la casa necesitaba mucha dedicación.

—En general, la casa está bien construida. Creo que eso ya lo sabe.

Ella asintió.

—El tejado tiene goteras desde hace años. Le iba a sugerir que lo cambiara, pero en la buhardilla hay varios paquetes de tablas y quizá podamos hacer una reparación temporal. Una vez que no haya goteras, quitaremos el techo de la habitación delantera y pondremos uno nuevo.

—¿Y en las otras tres habitaciones y esta?

—No están en muy mal estado. Esta habitación es la que mejor está, y el baño está bien.

—Así que entre la sala de abajo, las escaleras y el dormitorio, ¿cuánto cree que me costará?

No sabía por qué, pero se las arregló para reducir la factura al mínimo. Le mostró el presupuesto y vio como ella abría bien los ojos.

—Eso es muy caro. No es posible que necesite tanto material.

—No es el material. Es la mano de obra. Tengo que pagar a una persona para que venga a retirar toda la madera podrida y el yeso.

—No, no tiene que hacerlo.

—Bueno, alguien tiene que hacerlo. Y yo no tengo tiempo. Mi hermano y yo tenemos otras cosas que hacer…

—Lo sé —interrumpió ella—. Se que están muy ocupados. Por esa razón le sugiero que en lugar de contratar a alguien para que lo haga, me deje hacerlo a mí. Puedo trabajar con usted.

Rafe lo sabía. En cuanto llegó a la casa tuvo el presentimiento de que ella querría algo más que un presupuesto.

Tenía que dejarle las cosas claras.

—Mire, no tiene ni idea de lo que esto implica. Es trabajo duro —miró su cuerpo delgado—. Tengo problemas para encontrar a chicos que quieran hacer ese trabajo.

—Pero esta es mi casa —dijo ella—. Ya he invertido mucho en ella. Y ahora no tengo muchos fondos para conseguir arreglarla para abrir el negocio.

—¿Podría ayudarla su familia?

Ella miró a otro lado.

—Ya soy mayor para pedir dinero a la familia.

—Este es un proyecto importante, señora Harris. Quizá sus padres quieran invertir para que su hija pueda vivir en este sitio.

Ella cerró los puños.

—Mis padres no pueden ayudarme, señor Covelli. Y para su información, esta casa la inspeccionaron antes de subastarla. La compañía del gas estimó que la cocina estaba en buen estado. Las tuberías se arreglaron antes de que yo comprara la casa. Así que, este sitio es habitable. Si usted no me ayuda, buscaré a otro que lo haga.

Se sacó una tarjeta del bolsillo.

—También está la Norton Construction Company en Bedford —dijo—, así que gracias por su tiempo —se volvió y se dirigió al recibidor.

—¿Norton Construction? Tienen fama de hacer las cosas baratas, pero no tendrá la calidad que esta casa merece —dijo él y la siguió hasta la escalera.

—Es lo que puedo pagar, señor Covelli.

—¿Le importaría dejar de llamarme así? Me hace sentir como un anciano. Me llamo Rafe.

—Cómo lo llame no va a cambiar el hecho de que no puedo pagar su precio.

Rafe notó que las lágrimas asomaban a sus ojos, ella se volvió y puso el pie en el siguiente escalón. Uno de los peldaños deteriorados. Perdió el equilibrio, gritó y comenzó a caer.

Rafe la agarró y consiguió detenerla. La abrazó contra él y ambos se cayeron. Shelby acabó tumbada encima de él. Rafe la rodeaba con los brazos. Era increíble. La suavidad de ella sobre su cuerpo tenso. Él inhaló el fresco aroma de ella. De repente, sintió como si se encendiera una llama en su interior y supo que tenía que soltarla.

Pero no podía moverse.

Shelby se puso en pie y lo miró con sus preciosos ojos verdes. Él miró sus labios y contuvo un gemido, no podía ignorar el deseo que sentía de besarla.

—¿Está bien? —preguntó él conteniendo sus pensamientos.

Ella se sonrojó, asintió y se retiró un poco.

—Me temo que no estaba mirando dónde pisaba.

—Eso ocurre. Ya ve porqué hay que arreglar esas escaleras antes de que alguien se haga daño.

—Sí —ella se sentó en un peldaño—. Lo haré. Gracias por venir a hacer el presupuesto.

Él se levantó. Comenzó a bajar las escaleras, pero sabía que no podía dejarla en manos de Gus Norton.

—Mire, puedo darle los nombres de otras empresas de confianza, pero su presupuesto no va a ser menor que el mío —escribió dos nombres en un pedazo de papel y se lo dio.

—Se lo agradezco. Gracias —dijo ella tomando el papel.

Él se quedó allí unos segundos. Aunque la mujer era alta, tenía un cuerpo delicado y le costaría mover el material pesado. Pero en los treinta minutos que había estado con ella, se había dado cuenta de que Shelby Harris era lo suficientemente cabezota como para intentarlo.

—El miércoles vendré con una cuadrilla para comenzar el trabajo del exterior —dijo él.

Ella asintió pero no sonrió. Y por alguna razón, él se decepcionó. Después de todo, le estaba haciendo un favor.

—Si tengo tiempo, quizá pueda ayudarle a quitar el…

—No necesito que se compadezca, señor Covelli —dijo ella—. Ya lo haré yo.

—No lo dudo, señora Harris. Pero no me estaba compadeciendo. Aquí, en Heaven Springs, lo llamamos ser amable.

Corazón al desnudo

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