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Una esmerada educación

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Facundo quedó huérfano a los diez años y su tío, el canónigo Castellanos, se hizo cargo de su educación. Cuando cumplió los doce años de edad, lo envió a la ciudad de Córdoba, donde ingresó becado en el prestigioso y tradicional Colegio de Monserrat fundado en 1687.

Esta institución escolar había sido fundada merced a una generosa donación de más de 37.500 pesos, realizada a fines del siglo XVII por el presbítero Dr. Ignacio Duarte y Quirós, que incluía la estancia de Caroya, donde pasaban sus vacaciones los estudiantes y algunos docentes y directivos del colegio.

Pedro Frías dice: «El muchacho salteño llega en un buen momento» porque «el Deán Funes se hará cargo pronto de la enseñanza del Monserrat y de la universidad».

En efecto, en 1807 el deán Gregorio Funes, un destacado ex alumno de ambas instituciones, fue designado como Director del prestigioso Colegio Mayor de la Universidad de Córdoba en el que estudiaba Zuviría.

Funes era un sabio sacerdote y poseía un espíritu progresista y una inteligencia cultivada y abierta a las ciencias modernas. Además de sus titulaciones cordobesas, se había recibido de Bachiller en Derecho Civil en la Universidad de Alcalá y obtuvo la matrícula para ejercer la abogacía en Madrid, título que agregaba un gran bagaje intelectual y científico a los estudios clásicos atesorados por él, que había realizado previamente en la Universidad de Córdoba.

En 1808 se nombró al deán Funes como Rector de la Universidad de Córdoba. En ese cargo le tocó ejecutar la Real Cédula que otorgaba a esta casa de altos estudios el rango, los privilegios y prerrogativas de una universidad mayor, jerarquía que tenían las universidades de Europa y las más prestigiosas de América.


El tradicional Colegio de Monserrat de Córdoba donde se educó Facundo de Zuviría.

De forma inmediata Funes imprimió a la enseñanza que impartía esta institución educativa una orientación de sesgo definidamente moderno. «Sumó el francés —idioma que era la lengua franca en el siglo XIX— al latín y la aritmética a la lógica. El compás empieza a alternar con el silogismo»—continúa describiendo Frías en la obra citada. La ciencia moderna comenzó a asomar junto a la sólida formación intelectual que aseguraba la ratio studiorum jesuítica, que la tradicional universidad no había abandonado radicalmente a pesar de los diversos avatares sufridos por la institución educativa.

Desde la conducción de la universidad, Funes hizo sentir en forma inmediata la impronta de su espíritu, abierto a las corrientes de las ideas imperantes en Europa. Esos nuevos ámbitos del saber incluían, con la debida prudencia, el estudio de los filósofos de la Enciclopedia y de los pensadores más gravitantes de su tiempo. El esfuerzo pecuniario de incorporación de las nuevas materias de estudio y la bibliografía de apoyo fue solventado con fondos provenientes de su propio peculio, mientras preparaba las nuevas currículas educativas para su aprobación.

Si mis deseos se realizan —escribe el deán Funes— no dirán los que cursan en estas aulas que he abusado de su juventud y de su paciencia, haciéndolos aprender aquellas cosas, de que no se pueden hacer uso en ningún estado de la vida.

Funes fue ese gran Maestro que tenía muy claro el fin de la enseñanza: formar personas capaces de alcanzar la plenitud humana y de forjar en ellas una personalidad virtuosa y recia que les permita afrontar la responsabilidad de construir su propia vida y realizar su proyecto vocacional.

Cuando sobrevino la Revolución de Mayo Funes fue elegido diputado por Córdoba ante la Junta Grande de Gobierno. A pesar de las grandes responsabilidades que debió afrontar en virtud de ese cargo político y que cumplió con gran valor cívico, no abandonó su tarea de concluir la iniciada empresa de reformar la universidad cordobesa. En efecto, trabajó intensamente en la modificación de los planes educativos vigentes y presentó el nuevo esquema el 4 de marzo de 1813.

Las reformas curriculares propuestas reconocían un espacio al pensamiento enciclopedista del siglo XVIII —se refería en sus fundamentos a la dupla de «las luces de la razón y la religión propagados por la enseñanza pública», que debían ser las palancas de un progreso victorioso y sostenido— y se reducía significativamente el rigorismo escolástico ligado a la cosmovisión tomista.

En esos claustros renovados del Colegio Monserrat y posteriormente en la Universidad de Córdoba se formó el joven Zuviría, quien había tenido acceso a las obras de los autores clásicos griegos y romanos, cuya lectura le provocaban una especial fruición. Pero también frecuentó los textos iluministas de Diderot, Jean Le Rond d’Alembert, Voltaire, Juan Jacobo Rousseau, Montesquieu y las obras de la pléyade de pensadores que prepararon la gran eclosión de las revoluciones americana y francesa.

Su contacto con estas ideas avanzadas abrió su inteligencia a la concepción democrática y republicana. Estas lecturas no afectaron su firme ortodoxia católica. En efecto, iluminado por sus convicciones religiosas, consagró parte de su vida a propagar la fe cristiana y transmitir sus principios al pueblo como el mejor recaudo para su progreso moral y su perfección ciudadana (5).

En el momento en que Facundo de Zuviría se matriculaba en el convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, esta institución aseguraba la continuidad entre el nivel educativo propedéutico y la universidad, articulando el tránsito entre el nivel medio y el universitario en una planificada trayectoria formativa que permitía a sus egresados adquirir una renovada y perdurable plenitud académica.

El Colegio de Monserrat y la Universidad de Córdoba fueron el alma mater studiorum de Facundo Zuviría y de una gran pléyade de universitarios que se desempeñaron como grandes figuras políticas durante el momento fundacional de la Argentina. En tiempos posteriores, los egresados de esta universidad honraron y sirvieron al país con su sapiencia y su gran idoneidad profesional, tanto los que consagraron su vida al servicio público como los que optaron por desempeñar su actividad en el ámbito privado.

Simplemente y a modo de ejemplo, se puede señalar el caso del Dr. don Dalmacio Vélez Sarsfield que en su tiempo fue uno de los más prominentes juristas de América del Sur y al mismo tiempo, uno de los más destacados hombres públicos argentinos de su tiempo.

El Dr. David Saravia Castro recoge el valioso testimonio de Gregorio Baigorri —rector de la Universidad de Córdoba— sobre el sobresaliente desempeño intelectual y la irreprochable conducta de Zuviría en esa casa de altos estudios.

Hemos sido testigos —dijo Baigorri— del brillante desarrollo de sus facultades intelectuales y manera de ser, asidua contracción y rápidos progresos en la ciencia, de la dulzura y exquisita sensibilidad de su carácter y de la viveza de su imaginación. La humildad, obediencia y respeto hacia sus superiores le llevaba a extremos. Cualidades tan bellas, conducta tan plausible, pronto le merecieron el amor de sus compañeros, catedráticos y superiores, y con especialidad el del inmortal deán doctor Gregorio Funes, en cuya estimación, joven alguno merecía el lugar de Zuviría (6).

Baigorri también recuerda vívidamente las excepcionales condiciones literarias de Zuviría y las testimonia así: «Nos ha cabido el placer de presidir en la calidad de Rector y Cancelario de la Universidad algunos brillantes actos literarios de este excepcional joven».

Esta vocación por la creación literaria, Zuviría la asumió con alegría y como algo que sería constante a lo largo de su vida. En sus inicios él desarrolló esta actividad casi exclusivamente para su goce personal, pero con el andar del tiempo se convirtió en uno de sus recursos intelectuales más valiosos, especialmente durante las peripecias y soledades de su largo destierro en Bolivia.

Otro rasgo espiritual que caracterizó claramente la personalidad de Zuviría fue su devoción profunda, su piedad cristiana practicada sin beneficio de inventario y que se expresó en sus hábitos religiosos cumplidos regularmente y sin ostentación. Baigorri dice, refiriéndose a la faceta religiosa del joven estudiante salteño:

Durante los tres años de sus estudios universitarios, libró la dirección de su conciencia a un virtuoso eclesiástico; y fuese por mandato de este o por voluntad suya, Zuviría frecuentó semanalmente los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía.

El 8 de diciembre de 1810 el joven Zuviría accedió al grado de Maestro en Artes. El 13 de diciembre de 1812 obtuvo el Doctorado en ambos Derechos. Sin demora, retornó —muy bien formado intelectualmente— a sus amados lares salteños poco tiempo después de la decisiva victoria de Salta, lograda por el general don Manuel Belgrano el 20 de febrero de 1813 sobre el ejército realista conducido por don Pío Tristán.

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