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ОглавлениеPrólogo a la presente edición
Joan Romero
La Universitat de València decidió crear la Cátedra Alfons Cucó de Pensamiento Político Europeo para honrar a uno de sus profesores más destacados y para mantener viva su memoria. Desde entonces, la institución ha realizado de forma periódica diversas actividades académicas relacionadas con esta cuestión a la que tanto tiempo dedicara el profesor Cucó. Ahora la Universitat pretende dar una paso más inaugurando esta nueva colección Europa Política con la intención de contribuir a la reflexión sobre el futuro de Europa. Con enfoques renovados, con voluntad interdisciplinar y con la intención de dar cabida a la pluralidad de visiones hoy existentes en ámbitos académicos europeos, Publicacions de la Universitat de València ha querido iniciar esta colección dando así continuidad a los trabajos de la Cátedra precisamente en la parcela más querida por el profesor Cucó, el pensamiento político y Europa. La Europa (geo)política, la Europa social, la Europa económica o la Europa cultural. Incluso tal vez sería más adecuado hablar de las Europas y sus diversas almas.
Contribuir, en definitiva, al debate sobre los grandes retos de una Europa que ha recorrido un camino muy positivo en el proceso de construcción de un proyecto político novedoso e inédito. Que puede exhibir con toda razón los logros de haber sabido construir un Estado de Bienestar único en el mundo, pero que ahora afronta nuevos retos derivados tanto de los grandes cambios y rupturas producidas desde finales de la década de los ochenta del siglo xx, como del propio proceso de construcción del proyecto político. La agenda es tan extensa como apasionante: la posición geopolítica de una Europa inacabada en el nuevo contexto, la difícil conciliación entre las tensiones renacionalizadoras y federalizantes en una Europa ampliada, el resurgir de los nacionalismos con y sin Estado, las tensiones sobrevenidas sobre el Estado de Bienestar, la gestión de la transición hacia una economía del conocimiento y de los servicios, la creación de modelos integradores en sociedades crecientemente multiculturales y mestizas, los grandes desafíos medioambientales... Los debates, en fin, sobre una Europa en pleno proceso de adaptación a un nuevo contexto que poco tiene que ver con aquel en el que nacieron muchas de sus instituciones y algunos de sus logros más indiscutibles, empezando por el propio Estado de Bienestar surgido en la postguerra.
La colección se inaugura con la publicación en castellano de un volumen editado por el influyente think tank Policy Network sobre el futuro del Modelo Social Europeo en 2006. Es fruto del trabajo de varios especialistas y centros de pensamiento europeos animados por Tony Blair a reflexionar juntos en torno a una nueva agenda para Europa con ocasión de la Presidencia británica de la Unión Europea durante el se-gundo semestre de 2005. Un modelo social para Europa. La Agenda de Hampton Court es una selección de la gran cantidad de seminarios celebrados por toda Europa y documentos de interés elaborados en aquella ocasión y que mantienen toda su vigencia. El segundo volumen, en preparación, de esta colección: Europa Global, Europa Social (edición original en Polity Press) forma parte del mismo esfuerzo intelectual que congregó a numerosos académicos europeos. En ambos casos, además del interés demostrado por el laborismo británico en promover el debate, es evidente el impulso proporcionado por Anthony Giddens, Patrick Diamond y Roger Liddle.
Este esfuerzo merece, a mi juicio, algún comentario más. En primer lugar, llama la atención el notable desequilibrio hoy existente entre el nivel alcanzado por los debates sobre el Modelo Social Europeo en el ámbito anglosajón y en el resto de Europa. Esta asimetría es aún más marcada para el caso de la Europa del Sur, y sin embargo, los problemas y los desafíos son, si cabe, mayores. En segundo lugar, más allá del juicio que puedan merecer algunas de las propuestas e ideas sugeridas, conviene aproximarse con mayor respeto intelectual a los planteamientos elaborados desde el Reino Unido desde hace más de una década. Porque la izquierda europea y la socialdemocracia continental nunca hicieron el ejercicio de aproximarse sin prevenciones a las propuestas que hemos convenido en definir como tercera vía o como Nuevo Laborismo. De forma mayoritaria fue considerada siempre como una propuesta derechista y muy alejada de las bases tradicionales que daban soporte a los programas socialistas y socialdemócratas de Europa occidental. Algu-nos incluso han descalificado abiertamente sus bases teóricas y muchas de las acciones de gobierno desarrolladas durante los últimos diez años.
La Historia juzgará al Primer Ministro británico Tony Blair por su excesiva dependencia respecto de la administración norteamericana especialmente en relación con la guerra de Irak. Decisiones geopolíticas del final de su mandato ocultarán o difuminarán el balance de una acción de gobierno que ha gozado de amplio respaldo popular revalidado en el Reino Unido y que a mi juicio ha sido muy positiva. Creo que el Nuevo Laborismo ha sido el intento más serio e intelectualmente más honesto y potente desarrollado hasta ahora por la socialdemocracia europea para afrontar los nuevos desafíos y los profundos cambios sociales, económicos y culturales que afectan a la Europa actual. Un notable esfuerzo que primero partió de una seria reflexión teórica, en parte debida a centros de elaboración de ideas del partido demócrata norteamericano y en parte a núcleos de pensamiento del entorno de Anthony Giddens y del economista F. Field, y que después tuvo su traducción en un amplio proceso de reformas del edificio tradicional del Estado de Bienestar en el Reino Unido.
Los principios teóricos que orientaron la acción del Nuevo Laborismo son bien conocidos: situar la economía y el empleo en primer lu-gar; llevar el centro hacia la izquierda; desarrollar el principio de justicia social sin complejos, con atención especial a los grupos sociales más desfavorecidos; incrementar de forma significativa recursos en educación y en sanidad; poner el mismo énfasis en el apartado de deberes que en el de derechos; abordar también sin complejos el tema de la seguridad; proponer una reforma de algunos aspectos del Estado de Bienestar precisamente para hacerlo viable y sostenible; defenderlo asimismo de esos falsos defensores que únicamente defienden parcelas de poder, privilegios o intereses gremiales; superar la tradicional separación «público/privado» estableciendo una clara separación entre titularidad y provisión, situando la libertad de elección y la calidad del servicio en el centro de atención; intentar poner «el gobierno alrededor de los problemas y no los problemas alrededor del gobierno», como solía decir el propio Blair. Por no hacer mención de la devolución de poder político a Irlanda, Gales y Escocia y de haber conseguido cerrar la herida colectiva del terrorismo.
Una reflexión teórica que orientó políticas públicas y que ha proseguido en este tiempo, como los textos recogidos en el presente volumen ponen de manifiesto. Hasta el punto de que el entorno intelectual del laborismo o del centro-izquierda británico sigue siendo el núcleo más potente de reflexión en torno a las grandes cuestiones centrales que afectan a las sociedades europeas en el nuevo contexto globalizado. Desde que el 31 de julio de 1998 los laboristas hicieron público su Nuevo Contrato para el Bienestar ha llovido mucho en Europa occidental en materia de capacidad de sus territorios para competir con otros espacios emergentes que han aprovechado bien la incorporación de las tic al proceso productivo y de trasformaciones en la relación capital-trabajo; se han producido profundas mutaciones en la estructura familiar; se ha producido una importante transformación en la estructura demográfica, hasta el punto de que ahora hablamos de un horizonte demográfico sin crecimiento y en proceso de envejecimiento creciente; se ha incrementado el componente multicultural de nuestras sociedades debido a las nuevas corrientes migratorias; se han modificado valores y prioridades; se ha acentuado el proceso de fragmentación y de segmentación social con la aparición de un Cuarto Mundo con que el que casi nadie contaba...
No ha sido el único esfuerzo realizado en Europa occidental que haya tenido reflejo en una nueva generación de políticas públicas. Sólo en Europa existe más de una treintena de centros de pensamiento trabajando en la misma dirección. De otra parte, o tal vez por ello, el catálogo de nuevas experiencias e iniciativas es más amplio de lo que a veces parece. Suecia, Dinamarca, Holanda, e incluso Francia, ofrecen un interesante elenco de medidas que merecen atención y discusión en los foros adecuados. Casi todas pueden resumirse en una palabra, reformas. Reformar para poder mantener lo esencial de aquello que nos hace distintos (no mejores pero sí distintos) y que nos ha permitido haber llegado más lejos que nadie en el proceso de construcción de la sociedad más justa y más equitativa del mundo. Reformar para seguir conciliando crecimiento económico y cohesión social. El Modelo Social Europeo es lo mejor que hemos sido capaces de construir de forma colectiva como europeos y el ejemplo de los países escandinavos demuestra que es posible y que es mejor que otras experiencias que algunos quisieran importar. Reformar porque la profundidad y la velocidad de los cambios en curso hacen imprescindible la reflexión, la construcción de una nueva agenda y el establecimiento de nuevas formas de cooperación, de partenariado y de gobernanza democrática. La relación de cuestiones y propuestas que este libro incorpora es la mejor muestra de la gran cantidad de temas que deben merecer atención.
Porque el nuevo contexto geopolítico, las dinámicas y los cambios sociales en curso han hecho aparecer problemas nuevos. La economía europea ha de saber gestionar con inteligencia la transición hacia una economía del conocimiento y de los servicios. La pobreza ha cambiado de características: ahora es más urbana, más joven y suele adquirir preferentemente rostro de mujer. La exclusión social (el llamado quinto vagón de nuestras sociedades opulentas) afecta ahora a grupos de población distintos a los de hace veinte años. La segmentación y precarización creciente de los mercados de trabajo, las transformaciones de la familia tradicional, las bajas tasas de natalidad y el proceso de envejecimiento de la población, han abierto nuevos escenarios que afectan a la cohesión social y a la propia estructura y viabilidad futura del Estado de Bienestar. El proceso reciente de inmigración constituye por su magnitud un fenómeno nuevo, de gran importancia futura, que obliga a establecer nuevos programas de protección social para favorecer su integración desde el respeto a la diferencia.
Este escenario sin duda condiciona el margen de maniobra de los gobiernos a la hora de diseñar y desplegar políticas y su capacidad para proveer bienes públicos. Ello obligará a prestar atención especial a la economía y al empleo dando pleno contenido a la Estrategia de Lisboa. A establecer nuevas prioridades, nuevas formas de desarrollar las políticas sociales y tal vez a reestructurar el Estado de Bienestar de suerte que, sin reducir el protagonismo del espacio público ni cuestionar las bases que lo inspiran, se garantice mejor el papel redistributivo del Estado en el reparto equitativo de la renta, favoreciendo una progresiva equiparación entre los pueblos de Europa occidental en materia de gasto público social, condición básica del reconocimiento del pleno ejercicio del derecho de ciudadanía. A ejercer un creciente papel en la lucha contra el cambio climático. A alcanzar un liderazgo moral en las políticas de cooperación con otros pueblos haciendo del diálogo y del multilateralismo su mejor activo.
También, o tal vez por ello, las sociedades europeas perciben un horizonte más incierto, más inseguro. Por eso hay movimientos espasmódicos de repliegue, como en Francia, Holanda o Italia. Miedos líquidos, diría Bauman, que reclaman nuevas políticas, nuevos enfoques, nuevas reformas y liderazgos claros. Y en este panorama incierto, en el que la socialdemocracia europea se encuentra indecisa, desbordada y prisionera de sus inercias y de sus tradiciones culturales y programáticas, no es casualidad que algunos centros de pensamiento sigan insistiendo en la necesidad de reformular una alternativa creíble de las bases del Modelo Social Europeo a partir de unos consensos básicos que nadie ha discutido en Europa. La socialdemocracia europea haría bien en no instalarse en una cómoda pero ficticia complacencia y en aproximarse sin prejuicios a los debates sugeridos. No con la intención de imitar nada. Pero una revisión de los grandes temas de fondo parece insoslayable. Otras visiones inspiradas en el liberalismo también merecen atención y respeto intelectual. Unas y otras, con acentos diferentes, deben ser capaces de seguir manteniendo esos consensos básicos que nos han caracterizado, que nos diferencian del modelo norteamericano y que nos deben alejar de tentaciones populistas o de repliegue en un Estado-nación que ya se muestra impotente en el actual proceso de compresión del mundo.
De nada servirá atrincherarse en posiciones ortodoxas de defensa sin discusión del modelo tradicional del Estado de Bienestar keynesiano. Desconocer las dificultades presupuestarias presentes y las todavía mayores dificultades futuras para incrementar los ingresos del Estado, vía aumento de impuestos directos, es situarse en un terreno poco realista. Desconocer los riesgos de «fatiga fiscal» y de quiebra de lealtades políticas tradicionales puede conducir a efectos contrarios a los que supuestamente se pretende combatir. Tampoco parece aconsejable afrontar el futuro desde aquellas posiciones que aconsejan desmantelar el Estado de Bienestar o reducir el gasto público social cediendo al mercado aspectos esenciales del ámbito de los derechos básicos de ciudadanía.
Lo que en estas páginas se sugiere es discutir en torno a grandes retos colectivos y a posibles reformas y su alcance: cómo desarrollar la Estrategia de Lisboa; cómo imaginar nuevas formas de gobernanza democrática supraestatales; cómo asignar de forma más eficiente Fondos Estructurales comunitarios; qué elementos del Estado de Bienestar deben permanecer como pilares fundamentales y como responsabilidad de la esfera pública y qué elementos pueden ser reformados e incluso definir qué servicios públicos deben dejar de tener esa consideración; qué aspectos pueden ser financiados por el Estado y proporcionados indistintamente por el espacio público, por el privado, por el tercer sector o por cualquiera de las posibilidades de colaboración y de partenariado que se han demostrado eficaces; cómo avanzar en formas de gestión más flexibles y que ofrezcan mayor grado de eficacia y de eficiencia en la prestación de servicios; cómo abordar seriamente el capítulo de derechos y deberes, en especial el de deberes; cómo encarar el apartado de delimitación de responsabilidades colectivas e individuales en la prestación de servicios públicos; cómo fomentar la natalidad y cómo atender los cambios en la estructura tradicional de la familia; cómo conseguir mantener o ampliar amplios apoyos de las clases medias en favor del mantenimiento del Estado de Bienestar...
La esfera pública es la única que puede garantizar la igualdad de oportunidades, la cohesión social y territorial y el mantenimiento de derechos básicos de ciudadanía. Uno de los logros que con mayor orgullo puede exhibir Europa occidental en el mundo es sin duda la construcción de una red de seguridades básicas, de protección y de garantía de derechos que no existe casi en ninguna otra parte del mundo. La construcción del Estado de Bienestar fue fruto además de un gran consenso interclasista e intergeneracional, de un gran pacto social, que permitió consolidar un modelo social sin parangón. El nuevo desafío consiste ahora en consensuar en esta nueva etapa de cambios qué elementos pueden y deben ser revisados precisamente para garantizar su viabilidad en el futuro.
La reflexión académica sobre la situación española y en general de los países encuadrados en el llamado modelo mediterráneo, deberá ser objeto de atención especial. No será una tarea fácil. Cuando a finales de los años setenta del siglo xx en Europa ya se iniciaba el debate sobre la crisis del Estado de Bienestar, la participación del gasto social en el pib apenas alcanzaba en España el 13%. En un contexto de profunda recesión económica, en mitad de una difícil transición política, en plena reforma de la estructura del Estado, fuimos capaces de consensuar las bases de un Estado de Bienestar más que decente. Cierto que la distancia que nos separa del modelo escandinavo e incluso continental de Estado de Bienestar es grande. Pero en algunos ámbitos esenciales, como sanidad, es equiparable en muchos casos. La dificultad de futuro que se nos plantea, además de eliminar las asimetrías de financiación per capita, de mejorar el modelo de financiación y de otorgar creciente protagonismo a los gobiernos locales, es cómo atender necesidades crecientes de gasto público social en un marco restrictivo en cuanto a ingresos.
La coincidencia histórica en nuestro caso del proceso de construcción del Estado de Bienestar con el debate sobre su posible reestructuración, adquiere una importancia fundamental. La fragilidad de nuestro joven e insuficiente sistema de protección social, en modo alguno comparable con los sistemas de protección de la mayor parte de países de nuestro entorno, puede ensanchar la brecha social, erosionar derechos ciudadanos básicos y ampliar los importantes niveles de desigualdad existente, en el caso de que el sector público reduzca los recursos o ceda el protagonismo en este campo en favor de la iniciativa privada. El debate actual, en parte ideológico y en parte económico, sobre la posible reducción del Estado de Bienestar, haciendo abstracción de procesos históricos, de contextos, de poblaciones y de territorios, puede acarrear consecuencias negativas a medio plazo sobre nuestro nivel de bienestar, de cohesión y de competitividad.
En este contexto (de nuevo adverso) nosotros volvemos a estar a mitad de camino. Pese al enorme esfuerzo realizado no hemos acabado todavía nuestro propio edificio social en condiciones equiparables a las de otros países desarrollados de la Unión. Sin embargo, ya percibimos las primeras señales de que hay que hacer algunas reformas si queremos mantener intactos sus pilares. Podría decirse que nuestras dificultades futuras son, si cabe, mayores que las que han de afrontar otros países: a) culminar las reformas y la distribución de competencias y de financiación de servicios en un Estado funcionalmente federal, en especial por lo que hace a los gobiernos locales; b) afrontar el debate sobre el futuro desde el tamaño de un país mediano y «joven» y, en consecuencia, con recursos limitados que previsiblemente no van a incrementarse a medio plazo, y c) garantizar y ampliar algunos derechos básicos de ciudadanía, especialmente en los capítulos de pensiones, atención a las personas dependientes, sanidad y formación.
En definitiva, decíamos, una agenda tan extensa como apasionante. Un reto intelectual formidable al que una vez más ha querido sumarse la Universitat de València haciendo posible la andadura de esta nueva colección. Un gesto, uno más, que hay que valorar muy positivamente.