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LA MUSICA DEL DIABLO Rojo

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Se decía que esa música fue compuesta por el demonio. ¿Rumores, bufonadas, supersticiones? Pero había tocado muchas veces esa música, y nunca había visto al diablo. Y ciertamente tenía presente como era, con esos cuernos afilados, el aire audaz y el sombrero negro, como suele aparecer, y sin embargo da miedo porque sientes su cálido aliento sobre ti. Pero en cuanto al miedo, él no lo tenía, por el contrario, esa música parecía elevarlo a lugares donde el diablo, según dicen, no debería tener cabida. Y cada vez que tocaba esa música una profunda paz descendía sobre su corazón, algo como ninguna otra cosa terrenal era capaz de proporcionar. Fue ese amor por el universo que palpitaba en su pecho cuando tocaba lo que lo estimulaba a continuar haciéndolo; como una extraña manera de satisfacer los sentidos. Y entonces se sentía bien, incluso ansioso por hacer el bien, aunque en el fondo esa bondad lo aburría tanto como el mal, y cada vez que terminaba replegándose de sí mismo dejando de lado esos sentimientos. Y así día tras día: satisfecho consigo mismo e inmediatamente descontento, ansioso por concentrarse en esas notas y cansado de ellas. Y luego hubo esa extraña repulsión hacia la gente y hacia sí mismo después de tocar, algo que no entendía pero que al mismo tiempo no podía evitar desear. Al final también se acostumbró a eso y dejó de preocuparle, considerándolo un pequeño precio a pagar por disfrutar de un precioso don. "¿El diablo? ¡Él no existe!", Dijo, haciendo cita de su propia felicidad como evidencia. "Nunca he robado, ni hecho daño a nadie, y soy feliz. ¿El diablo pues ya no arrastra hacia la perdición a los mortales que gozan de su compañía y de sus artes? si es así, entonces ¡bienvenido demonio!".

Y acariciaba el mentón de su joven esposa con su vientre hinchado y pesado, señal de que el niño estaba sano y crecía bien, enésima señal de bendición divina. Pero la mujer murió en la primavera dando a luz a ese niño. Mas no todo fue exactamente así ya que la niña permaneció encerrada en el vientre de la madre muerta hasta que un desconcertante lamento obligó a alguien a traerla al mundo con una improvisada cesárea. La niña tenía los ojos abiertos y estaba viva. Y entonces todos pensaron que había algo de maléfico en ello y que los presagios eran negativos. Y cuando por fin se descubrió que esa extraña criatura no hablaba, aunque podía, y que se limitaba a mirar el mundo con ojos indiferentes y rabiosos, entonces todos a su alrededor los dejaron solos, y padre e hija vivieron en soledad todos los años de sus vidas.

Al final desaparecieron, como tragados por la nada, y todos dijeron que fue el diablo quien pidió el pago por sus almas. Pero yo sé cómo ocurrió todo, porque fui el único que decidió mezclarse con su desgracia, impulsado por un sentimiento de piedad por esa pobre criatura que crecía en la nada, y a quien yo mismo no podía hacer otra cosa que llevarle algo de comida. Lo que sucedió todavía me asusta, pero ya soy viejo y no puedo temer más que a la muerte. Así que, amigos míos, escuchen mi triste charla y luego olvídenla. Palabras ya han habido demasiadas.

El continuó tocando esa música hundiéndose en el olvido día tras día. Cuando tocaba encontraba paz, auto engañándose de no ser ya él mismo y huyendo lejos de esa realidad sin esperanza... Nada le interesaba, excepto esa música: y cuando comprendió que ya no podía prescindir de ella, aunque la odiaba, comenzó a odiarse a sí mismo porque él la odiaba. Ya no era capaz de nada: mucho menos mirar a esa hija que se derretía como una vela, aunque estaba sana y no pronunciaba palabra alguna.

"¡Maldita música!", Se maldecía a sí mismo. Y todos los días se prometía que no la volvería a tocar, aún sabiendo que no dudaría un momento en retomar los instrumentos para hacerlo. Y cada vez que esas notas subían al cielo en un mágico hechizo sobre su cuerpo se dibujaban sombras de agotamiento, una mancha oscura que cada día tomaba forma y se hacía más definida, hasta que explotaba con su horrible aspecto y él ya no podía dejar de verla. Esa pata peluda que había nacido en su pecho era la señal del diablo, ese demonio al que nunca había temido ni al que temía entonces, pero aún así lleno de horrores y engaños. No había escapatoria: esa música era el pacto de sangre que le había absorbido su alma y que lo había otorgado como un regalo al Señor de la oscuridad. Lo había tocado y lo sostenía en la mano, alimentándose de su soberbia y falta de fe. Y el contagio pasaba de un hombre a otro a través de las notas de esa música que acelera los sentidos llevándolos hacia pecados que no pueden ser cometidos pero que, en lo más íntimo, precisamente por eso ya los han cometido. Una peste silenciosa que cada criatura transmite a otra, repitiendo el ciclo sin fin. Entonces se preguntó cuántas masacres había cometido, llevando esa música por el mundo. Cuántas otras manchas esperaban por explotar, cuántos pecados revoloteaban en el aire esperando ser recogidos. Había estado ciego, pero ahora veía y entendía que esa música tenía que ser destruida de inmediato, porque si aún había una posibilidad de salvación que impidiese a los hombres seguir su propio camino, solo dependía de él. Levantó los brazos para tomar partitura... pero no pudo. Esa música aún le hablaba y lo encantaba, jugando un sencillo juego contra la voluntad de un hombre derrotado. Entendió en un instante que no quería para nada destruirla, más bien seguir tocándola, ya que no hay una tentación más fuerte para el ser humano que arrastrar a su propio hermano a la perdición.

"Tienes que quemarla" - susurró una voz detrás de él en ese momento. Fue esa hija muda pero que ya hablaba, y se paraba frente a él, pálida con rostro de sufrimiento y temblando toda.

"Tienes que quemarla" - repitió, descubriéndose un seno. Allí también la mancha había tomado forma. Esa pata que se había posado en su pecho la había ya cavado y devorado, incluso perforando su corazón.

"Mira a lo que me ha reducido. Tienes que quemar esa música, y también tienes que quemarme a mí".

Entonces entendió que no había más esperanza ni tiempo: apilaron las pocas pertenencias que tenían en la orilla del mar e hicieron con ellas una gran hoguera. Luego arrojó el cuerpo de su hija y finalmente esa música. Y esperó en silencio a que el fuego se apagara por completo, viendo cómo desaparecían las últimas piezas de su vida.


Y cuando todo se consumó, se sintió viejo y cansado, no porque había perdido a su única hija, sino porque ya no podía tocar su música. Y cuando este pensamiento se hizo claro y nítido en su mente, la mancha en su pecho comenzó a arder y a sofocarlo de un sólo golpe, hasta que su cuerpo también fue consumido y la carne devorada. Entonces regresó a su habitación y se suicidó.

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