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La relación entre capitalismo y democracia

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El tercer eje de análisis aborda la relación que se establece entre las nuevas tendencias del capitalismo y los regímenes democráticos, así como también con la esfera de lo político en un sentido ampliado. Es decir, todo aquello que en una sociedad se puede decidir colectivamente, lo que trasciende de una esfera únicamente institucional (la política). Nos pareció necesario detenerse en este punto debido a que el estado actual del debate respecto a las maneras como se construye una agenda pública que incorpore los derechos sociales, requiere incluir las condiciones en las cuales se despliega la vida política y las nuevas formas de coordinación sociopolítica.

Las transformaciones del capitalismo, y el fenómeno neoliberal particularmente, han significado un proyecto de restitución del poder de clase (Harvey, 2005). Esto es, se han reemplazado los espacios de mediación entre los diversos actores sociales por la libertad de participación en el mercado, que se ha consagrado como el mecanismo de integración social por excelencia, lo cual ha tenido importantes implicancias en la forma de concebir la democracia, ya que el mercado ha tendido a acrecentar la desigualdad poniendo en riesgo los principios en que ésta se fundamenta.

De esta manera, el sistema democrático ha debido confrontar además diversas presiones desde frentes heterogéneos.

Desde abajo, desde lo local, observamos de manera transversal una desconfianza en los partidos tradicionales, lo que se ha traducido en una baja afiliación política a las estructuras clásicas de representación. Este desencanto con los partidos políticos ha fragilizado uno de los principales mecanismos institucionales donde históricamente se articularon las alianzas progresistas que fueron dando cuerpo a un régimen de protección social. Además, de la mano de este «anti-partidismo», las últimas décadas se han caracterizado por una caída en los niveles de participación electoral. Los individuos perciben el sistema político como un ente cada vez más lejano, que no ofrece realmente opciones políticas divergentes. Ambas situaciones componen lo que se comprende bajo el fenómeno de la desafección política, y dan cuenta de una baja participación democrática.

Por otra parte, desde arriba se percibe que la democracia como se entendió durante gran parte del siglo pasado, es decir estrechamente ligada a la figura del Estado-Nación, hoy se ve tensionada cuando se enfrenta en su cotidiano a la concepción de lo global. La mundialización pone en entredicho la forma misma del Estado, supeditando sus lógicas a la lógica económica. Al abordar el fenómeno de la migración o las discusiones respecto a los impuestos que deben pagar las grandes fortunas y las transnacionales, como también cuando se estipulan las medidas necesarias para responder al cambio climático y la desigualdad social, los individuos constatan que el mercado global constriñe la capacidad de innovar para resolver estas problemáticas. Se tiende a castigar cualquier desviación de la política ortodoxa de libre mercado, lo que figura como una expresión del giro donde lo social se condiciona al mercado, reforzando la tendencia del liberalismo tradicional (Polanyi, 1994).

En este escenario se constata la generalización de un sentimiento de impotencia y abandono desde la ciudadanía que aparece cada vez que revisamos la prensa, fenómeno que los movimientos nacionalistas han sabido aprovechar, como lo confirma su rebrote en los países europeos (el Frente Nacional en Francia o el UKIP en el Reino Unido) y la elección de Trump en Estados Unidos. En diversas ocasiones podemos observar la difusión de discursos de protección a las clases populares desde estos sectores reaccionarios, acusando la inmovilidad no sólo de los partidos tradicionales, sino que especialmente de las coaliciones socialdemócratas que encabezaron la construcción de los Estados sociales, por ejemplo, en Europa. Se cuestiona el rol que estos partidos han jugado en las últimas décadas, se les acusa de haber abandonado su preocupación por los derechos de los trabajadores y de los ciudadanos «de a pie», para afincarse en los dominios del poder y gobernar no para quienes los eligieron, sino para una minoría que controla la inversión económica.

Este debate trasciende la realidad de un solo país, por lo que nos pareció crucial que los entrevistados se posicionaran frente a él, considerando que un nuevo escenario de condiciones sociales y de representación política nos arroja preguntas centrales del debate sobre el Estado Social: ¿Cómo imaginar la construcción de una agenda pública de derechos sociales en el estado actual de la vida política? ¿Cuáles son las principales demandas ciudadanas de sociedades que presentan nuevos estadios de desarrollo? ¿Puede seguir asociándose la construcción del Estado Social con un sector político en específico? ¿Qué experiencias políticas contemporáneas nos permiten ampliar el imaginario sobre los derechos sociales? Y, ¿cómo hacer frente a los fantasmas que han impuesto las nuevas urgencias sociales, las crisis financieras y los discursos de restricciones presupuestarias y de endeudamiento público?

El Estado Social de mañana diálogos sobre bienestar, democracia y capitalismo

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