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Оглавление1. EL ASALTO MONÁRQUICO CONTRA LA SEGUNDA REPÚBLICA*
Durante la Segunda República en España, se registraba un proceso de radicalización obrera, para hacer frente al cual las clases conservadoras se encontraban mal preparadas. No era nueva esta radicalización; sí lo era, en cambio, la falta de una adecuada postura conservadora de respuesta. Cuando el normal funcionamiento de las instituciones se había mostrado incapaz de dar cauce al descontento social en 1917, hizo falta la intervención del Ejército. Así, el sistema en crisis solamente pudo encontrar solución temporal mediante la Dictadura de Primo de Rivera, que aplicó siete años de anestesia a la situación. Cuando cayó Primo, las fuerzas conservadoras no tuvieron más remedio que volver a los agotados partidos «históricos». Pero ahora, privados de los mecanismos del caciquismo y resentidos por el tratamiento recibido del Dictador, los políticos tradicionales carecían tanto del vigor como de la voluntad para desempeñar sus antiguos papeles.1
Dentro de la confusión de las fuerzas monárquicas, aparecieron unos grupos pequeños, de mínima importancia política considerados en sí mismos pero precursores de un nuevo monarquismo agresivo, más alerta ante la amenaza proletaria de lo que los viejos partidos habían estado. Formando al principio simplemente una vanguardia intelectual, estos grupos contestaban e incluso se anticipaban a la militancia obrera, con un cuerpo de doctrina autoritaria, antimarxista y antidemocrática. En la polarización posterior de la política republicana, proporcionaban a la extrema derecha una racionalización para la resistencia a la agitación proletaria. De este modo, proporcionaban simultáneamente una previa justificación al alzamiento militar de 1936, y gran cantidad de su fundamento ideológico al Estado nacionalsindicalista que surgió de aquél.2
Así pues, ya en 1930, estos grupos estaban llevando a cabo una acción de retaguardia, en balde, contra la futura República. En Burgos, un excéntrico neurólogo, el doctor Albiñana, formó el Partido Nacional Español para suministrar fuerzas de choque contra la revolución. En Madrid, un joven intelectual, Eugenio Vegas Latapié, fundó la Juventud Monárquica. A escala nacional, los exministros del Dictador organizaron la Unión Monárquica Nacional, cuyo manifiesto declaraba adhesión a la obra de Primo de Rivera, devoción a su memoria, y sumisión a su doctrina. La UMN llevó a cabo una amplia campaña de propaganda en provincias, abogando por una monarquía autoritaria que continuara la obra de la Dictadura. Su máximo exponente fue Ramiro de Maeztu, embajador en Argentina en tiempos de Primo.
Durante los dos o tres años siguientes, Vegas y Maeztu fueron los teóricos de la reformulación del pensamiento monárquico. Vegas, empapado de los escritos españoles decimonónicos más reaccionarios e impresionado profundamente por Action Française, deseaba a finales de los años veinte fundar una revista que diera fundamento intelectual al monarquismo español. Simultáneamente, pero por su cuenta, el marqués Quintanar, presidente del consejo de redacción de La Nación, órgano oficial del Dictador, proponía a Primo la idea de crear tal revista. Su deseo por resucitar el monarquismo provenía de la admiración que sentía hacia los intelectuales portugueses del integralismo lusitano. En 1930, de regreso de un viaje a Portugal, obtuvo de Primo una promesa de ayuda. Antes de que ésta se pudiera realizar, el régimen cayó.3
La caída de la Dictadura convenció a Vegas, a Maeztu y a Quintanar de la necesidad de crear un movimiento intelectual autoritario para combatir el auge del liberalismo y del republicanismo. Vegas pregonaba su idea entre los intelectuales tradicionalistas, como Víctor Pradera y el teólogo seglar Marcial Solana, pero no tuvo éxito hasta octubre de 1930, mes en que fue presentado a Maeztu, quien le puso en contacto con Quintanar. Aunque estaban de acuerdo en la necesidad de publicar una revista –que se llamaría Contrarrevolución– no podían ponerla en marcha por falta de fondos. Era entonces cuando sus objetivos de galvanizar el monarquismo coincidían con los de los dirigentes de la UMN. Los exministros se reunieron en Madrid el 14 de abril de 1931. Mientras el rey se dirigía al exilio, y antes de que ellos mismos tuvieran que escapar a la justicia de la República por su colaboración con el Dictador, Calvo Sotelo, exministro de Hacienda, Yanguas y Messía, exministro de Estado, y otras figuras de la Dictadura, se reunieron en casa del conde de Guadalhorce, exministro de Obras Públicas. Estos, junto con Quintanar, Vegas y Maeztu, llevaron a cabo un análisis de la reciente caída de la monarquía. Por sugerencia de Vegas, para quien la democracia equivalía al bolchevismo, se decidió fundar «una escuela de pensamiento contrarrevolucionario a la moderna». Poco después llegó a manos de Quintanar el dinero que lo haría posible. La hostilidad de algunos aristócratas alfonsinos hacía la República se manifestó en forma de ayuda monetaria para actividades subversivas. Una suma de 100.000 pesetas fue entregada por los marqueses de Pelayo al alfonsino general Orgaz. Al ser desbaratada su embrionaria conspiración, Orgaz permitió a Quintanar utilizar el dinero para fundar una sociedad cultural contrarrevolucionaria y una revista teórica.4
Su aparición estaba prevista para finales de año. Mientras tanto, los monárquicos alfonsinos se vieron obligados a participar en la política legal a causa de la fundación de Acción Nacional, organización electoral, cuyo fin era proteger la religión y la propiedad privada contra la reforma dentro de la legalidad republicana.5 La creación de Ángel Herrera, director del diario católico El Debate, Acción Nacional era tácitamente no monárquica. La reacción monárquica a su aparición fue tomarlo como una afrenta. Esta reacción se dio especialmente en cuanto a las ideas expuestas en El Debate acerca de la irrelevancia de determinadas formas de gobierno y de su «accidentalidad». Los alfonsinos fueron prematuramente obligados a revelar su inflexible actitud de hostilidad hacia la República por la necesidad de expresar su discrepancia con el accidentalismo:
La República es la revolución […] El concepto de accidentalidad de formas de gobierno, si en doctrina es inmoral, en la práctica es un absurdo […] La monarquía define mejor que nada lo contrario del revolucionarismo y bajo ella debemos agruparnos todos.
En la práctica la respuesta monárquica a Acción Nacional fue la creación de una organización rival, el Círculo Monárquico Nacional.6 Su reunión inaugural en Madrid provocó una algarada; se quemaron coches y una gran multitud atacó las oficinas de ABC. Las autoridades suspendieron ABC por provocación y no se volvió a oír hablar del círculo. La animosidad monárquica hacia la República se endureció, pero a la vez cambió su actitud frente a Acción Nacional. Sus tácticas siguieron siendo impugnadas sobre bases doctrinales, pero los alfonsinos, conscientes de las posibilidades de Acción Nacional de recibir un amplio apoyo de los católicos y grandes propietarios, y temiendo quedarse atrás, se unieron a ella. Así pues, entre los candidatos de la organización católica para las elecciones de junio había monárquicos convencidos que nunca podrían ser indiferentes a las formas de gobierno: Antonio Goicoechea, expresidente de la Juventud Maurista, exministro de la Gobernación; el conde de Vallellano, monárquico autoritario de la UMN, alcalde de Madrid en tiempos de Primo, cuya hostilidad al régimen quedó demostrada por su colaboración, junto a Quintanar, los generales Orgaz y Ponte y otros alfonsinos, en la conspiración destinada a hacerlo caer;7 José María Pemán, poeta y mascota intelectual del Dictador, y Pedro Sáinz Rodríguez, joven y brillante historiador monárquico. El dilema alfonsino era el siguiente: las ideas de Ángel Herrera eran anatema, pero su organización representaba la única posibilidad de llegar al poder, para aquellos que no eran más que un simple grupo de individuos aislados sin ningún apoyo popular.
El éxito electoral alfonsino fue limitado. Calvo Sotelo, elegido por Orense, se negó a volver si no se le daban garantías de inmunidad. Sáinz Rodríguez fue elegido representante de la Agrupación Regional de Derechas de Santander. A pesar de su debilidad numérica, los monárquicos se las arreglaron para seguir manteniendo viva su inquina hacia la República, y para conseguir una desproporcionada influencia dentro de Acción Nacional. Guadalhorce rechazó rotundamente la llamada que Herrera hizo a los exministros para que aceptaran la República.8 Goicoechea, presidente provisional de la organización, compartió su poder ejecutivo con Vallellano y el alfonsino Tornos Laffite.9
No tardaron en surgir tensiones. La aprobación en octubre de las cláusulas laicas de la Constitución, puso al descubierto el implacable odio monárquico hacia la República. Cuando comenzó la campaña de Acción Nacional para la revisión constitucional, los monárquicos de ambas ramas dinásticas se esforzaron poco en restringir la violencia de su lenguaje. Los tradicionalistas, al poseer una organización propia podían, naturalmente, tomar o dejar Acción Española.10
Los alfonsinos, a pesar de su aislamiento, seguían allí manteniendo la esperanza de poder imponer una determinada orientación monárquica. La razón por la que se llegó a un compromiso fue la preocupación de Gil Robles por evitar una ruptura prematura dentro de su naciente organización ya que la mayoría de sus miembros eran monárquicos. El programa del movimiento, presentado en septiembre, ocultaba divisiones potenciales. Fue redactado por Goicoechea y era «circunstancial, mínimo y defensivo» y sorteaba prudentemente la cuestión de las formas de gobierno. Su ambigüedad convenía a los alfonsinos, puesto que no les impedía continuar su ofensiva antirrepublicana.11
A la larga, todo ello no hizo sino intensificar las divisiones existentes dentro de Acción Nacional. Esto era inevitable, ya que la actitud alfonsina frente al movimiento era ambigua en extremo. Como reacción ante la quema de conventos en mayo de 1931, recaudaron un millón y medio de pesetas con los siguientes fines: crear un organismo que difundiera la idea de la legitimidad de un alzamiento contra la República; inyectar el espíritu de rebelión al ejército; y fundar un partido aparentemente legal, que sirviera de fachada a sus reuniones, recogida de fondos y enredos conspiratorios.12 Estas intenciones eran obviamente contrarias a los principios básicos de Acción Nacional. Su primer propósito había sido ya realizado por Quintanar y Vegas: habían creado una revista que apareció el 15 de diciembre de 1931 con el título de Acción Española y, el 5 de febrero de 1932, inauguraron una sociedad cultural bajo el mismo nombre. Su segunda aspiración quedó de momento aplazada. La tercera fue pospuesta hasta que se comprobara si era posible hacerse con Acción Nacional.
Así pues, mientras Goicoechea y Vallellano tomaban parte en las actividades legales de los accidentalistas, Vegas, Quintanar y Fuentes Pila –otro exmaurista, director de Minas bajo el gobierno de Primo– cooperaban con Orgaz y Ponte en la conspiración. El grupo de Acción Española no intentó disimular su desacuerdo con los accidentalistas. Quintanar declaró abiertamente que «para Acción Española no son indiferentes los sistemas políticos; Acción Española es antiparlamentaria y antidemocrática».13 Las tácticas de El Debate para avenirse con la República fueron atacadas por Vegas en una serie de artículos sobre el ralliement de los católicos franceses bajo la tercera República. Con el título «La historia de un fracaso», proponía la futilidad del accidentalismo bajo un gobierno injusto y defendía el derecho de alzarse contra un poder ilegítimo.14
Mientras Acción Nacional –cuyo nombre fue cambiado por el de Acción Popular en abril de 1931– seguía manteniendo una deliberada ambigüedad en su actitud frente a la República, los alfonsinos iban acercándose cada vez más a una postura de declarada subversión. En abril anunciaron la creación del premio Vega de Anzó para la mejor obra que tratase de la forma de instaurar un Estado antidemocrático en España.15 Goicoechea adoptó también esta postura en un discurso pronunciado ante el Centro Tradicionalista:
Sean nuestros tres principios de propaganda los siguientes: frente al pacifismo, espíritu combativo; frente a la democracia, jerarquías; frente al liberalismo, Estado fuerte.16
Ahora era ya inevitable el cisma con los accidentalistas.
El estridente tono del grupo ponía de manifiesto un cierto acercamiento a los tradicionalistas. Al intentar explicar la caída de la monarquía, los alfonsinos echaron la culpa a sus rasgos de monarquía liberal –virtualmente el punto de vista tradicionalista.17
Los ataques que llevaron a cabo los intelectuales tradicionalistas contra el liberalismo desde las páginas de Acción Española, tuvieron amplia resonancia. Víctor Pradera, en su serie de artículos titulada «Los falsos dogmas» intentó oponerse a «la revolución y al estúpido siglo XVIII». Sin embargo, Acción Española se mostró totalmente ecléctica en su elaboración de una nueva teoría de la contrarrevolución. Sus miembros fueron atraídos al tradicionalismo como la fuente del pensamiento reaccionario indígena, pero estaban dispuestos a tomar prestadas sus ideas también de Action Française y del integralismo lusitano. Así pues, basándose en estas tres fuentes emprendieron un ataque contra el sufragio universal y la democracia parlamentaria.18 Quintanar anunció que estaba dispuesto a utilizar ideas de cualquier punto del horizonte político de derechas, considerando a Acción Española como «crisol» en el que se iba a fusionar una doctrina, que fuera algo más que la vuelta a la tradición. La fusión entre el tradicionalismo y las modernas teorías del monarquismo dinámico fue bautizada por Quintanar con el nombre de «nacional-tradicionalismo». La moderna monarquía nacional-tradicionalista tomó en gran medida su contenido práctico del régimen de Primo de Rivera.19
La colaboración intelectual entre alfonsinos y tradicionalistas no implicaba unión alguna entre sí. Compartían una encarnizada hostilidad hacia la República, y la determinación de acabar con ella, pero al seguir en pie el problema dinástico, se hacía imposible una verdadera unión.20 A lo largo de los dos primeros años de la República, se unieron en su adversidad, siendo claramente los carlistas los socios mayoritarios. Los alfonsinos, deseando aprovecharse del apoyo popular carlista, hacían continuas referencias a la unión, queriendo dar a entender que ésta era un hecho consumado. Las limitaciones de dicha cooperación se hicieron manifiestas en agosto, al fracasar el golpe llamado «La Sanjurjada», en el que los carlistas tuvieron escasa participación, puesto que se dedicaban independientemente a sus propias maquinaciones subversivas. Los alfonsinos, en cambio, participaron con gran entusiasmo. Desde la quema de conventos habían estado esperando el momento más propicio para alzarse. Un grupo de generales monárquicos exilados en Francia reanudaron en 1932 los indecisos preparativos del año anterior. Se recaudó el dinero, y Juan Ansaldo, el más ardiente conspirador de Acción Española, llevó al general Ponte a Roma para pedir armas al mariscal Balbo. Estas maquinaciones coincidían con los intentos de otros grupos de persuadir al general Sanjurjo para que se sublevara para salvar a España de la anarquía y del separatismo. Sanjurjo, viejo camarada y colaborador de Primo, efectuó el 10 de agosto un levantamiento extremadamente confuso; su fracaso fue inmediato.21
Las consecuencias del alzamiento fueron cruciales para el desarrollo del monarquismo insurrecciona! Los alfonsinos y los carlistas fueron arrestados en masa y prácticamente se cerró toda la prensa de derechas. Los militantes alfonsinos decidieron no volver a cometer el mismo error. A finales de septiembre volvió a crearse un «comité conspiratorio». Vegas, Jorge Vigón, capitán de Estado Mayor y colaborador de la revista, y también el marqués de Eliseda empezaron a planear, en casa de Ansaldo, en Biarritz, la reorganización de los dispersos componentes que habían participado en el golpe, con el fin de intentar un futuro alzamiento nacional. Empezaron a recaudar fondos, y en pocos días alcanzaron la cantidad de tres millones de francos, que fueron confiados al conde de los Andes para comprar armas en el extranjero y al marqués de Arriluce para operaciones dentro de España. Esto ocurría «con el conocimiento y aprobación de los decanos políticos monárquicos». Saínz Rodríguez, de los Andes y Vigón hablaron de sus planes en París con Goicoechea y Calvo Sotelo. Alfonso XIII concedió su aprobación, aunque no de muy buen grado.22
Este más enérgico compromiso de rebelión provocó finalmente la escisión de Acción Popular. Los legalistas habían obstruido en las Cortes todas las tentativas de reforma agraria y ahora veían como la Sanjurjada estimuló un entusiasmo republicano que facilitó el éxito de la reforma. Gil Robles convocó una asamblea para evitar que en el futuro los catastrofistas alfonsinos no pudieran estropear la táctica legalista de socavar la República desde dentro. Se dejó de ambigüedades y Acción Popular adoptó, cuando menos públicamente, una actitud legalista. Los alfonsinos seguían siendo miembros, pero cuando los accidentalistas se dispusieron a fundar un partido político para buscar el poder por medios legales, se vieron forzados a tomar sus propias medidas.
Dada esta situación, Goicoechea propuso crear un partido político alfonsino que sería el eje de una federación de derechas. Esto les permitiría esquivar las decisiones de la asamblea de octubre y seguir aprovechándose del apoyo de masas de Acción Popular y de los tradicionalistas. Basándose más bien en deseos que en realidades, presupuso así que Gil Robles, habiéndose tomado la molestia de desembarazarse de los catastrofistas, estaría dispuesto a asociarse con ellos de nuevo en las mismas condiciones de antes. Mientras los monárquicos seguían dedicándose a la subversión, esto era más bien improbable. Cuando tras su suspensión volvió a aparecer Acción Española, pudo comprobarse, a través de la solidaridad expresada hacia los hombres del 10 de agosto y el homenaje rendido a la caballerosidad, patriotismo y valentía de Sanjurjo, que su actitud no había cambiado.23
La idea de realizar una unión se hizo pública en una serie de reuniones tradicionalistas que comenzaron en diciembre. Enseguida se vio claramente que la unión se efectuaría sólo en términos favorables a los carlistas. Goicoechea pronunció el segundo discurso de la serie, en el que trazó una difícil línea divisoria entre las alabanzas al tradicionalismo y el deseo de mantener la autonomía Alfonsina.24 A pesar de ello, la prensa carlista supuso que sus seguidores iban a pasarse a las filas de la comunión tradicionalista.25 Como Goicoechea se había dado cuenta de la imposibilidad de llegar a formar una alianza con Gil Robles y con los tradicionalistas, se dispuso a crear su propio partido.
Su formación había sido prevista, naturalmente, en 1931, cuando se planeó la creación de un frente legal para actividades antirrepublicanas en caso de que Acción Nacional no fuera eficaz para tales fines. En opinión del secretario de Goicoechea la nueva organización debería ser aparentemente legal.26 Dicho de otro modo, representaría, en la práctica, las ideas de Acción Española. En principio, el partido se concibió, según dijo el máximo conspirador de la organización, como «camuflaje para la preparación del complot militar».27 Cuando en enero de 1933 se anunció que Goicoechea se retiraba de Acción Popular, unos cuantos monárquicos escribieron al ABC para manifestarle su apoyo. Su respuesta fue el manifiesto del nuevo partido, que sería conocido como Renovación Española. La imprecisa amalgama de tradicionalismo, maurismo y monarquismo constitucional del escrito de Goicoechea, indicó que él era igualmente confuso en su aspecto doctrinal como en su aspecto táctico. El pequeño partido de Goicoechea entró en acción en febrero de 1933, dudando entre ser una mera fachada para conspirar, o participar legalmente en la política a pesar de carecer de apoyo popular.28
Al principio no se hizo gran cosa por aclarar la confusión. A finales de enero, un discurso pronunciado en Bilbao por Goicoechea puso de manifiesto que seguía aún buscando el apoyo de otros grupos. Pensando en los monárquicos moderados de Acción Popular, daba la impresión que su partido era maurista, declarándolo «constitucionalista y legalista» –lo que era absolutamente falso. Se refirió también a los carlistas que creían en su legalismo: «Del Tradicionalismo diré que en el pasado nos separó mucho, en la actualidad no nos separa casi nada y en el porvenir nada nos separará». ABC, siguiendo la línea de Goicoechea, hizo un llamamiento para que se creara una federación de derechas, sin hacer una comparación de los respectivos programas ni minucioso escrutinio de quién tendría más votos o influencia en la unión –un débil intento de evitar la absorción de los alfonsinos por los carlistas y de ocultar la falta absoluta de apoyo popular del alfonsismo.29
Goicoechea elaboró, el 1 de marzo, la posición ideológica de su nuevo partido. Metido entre los ya frecuentes halagos a sus rivales, se encontraba el primer indicio de la auténtica voz de Renovación Española. Proponiendo la profunda renovación del concepto del Estado, y hablando con admiración de Italia, predicó la eliminación de la lucha de clases mediante «el fascismo, la disciplina de todas las clases por el Estado».30 Puede que el haberse adherido más decididamente a esta noción hubiera resultado más provechoso, ya que los caóticos intentos de unirse a otros grupos habían dado escasos resultados. Pero Goicoechea, si bien estaba entregado a la idea de la conspiración, nunca fue capaz de desembarazarse totalmente de su pasado maurista y de la idea de que los partidos servían para hacer política. Entonces, Renovación empezó su vida un poco confusamente. En vez de desarrollar una postura propia, la actividad pública alfonsina tomó en 1933 la forma de una encarnizada polémica contra Acción Popular, transformada ya en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Fue vano el intento de conseguir que Alfonso XIII declarara que el ser miembro de la CEDA era incompatible con los ideales monárquicos.31 También los esfuerzos para crear una unión monárquica con los carlistas fueron rechazados. La amistad nunca fue más allá de una cooperación práctica para determinados fines, tales como la creación de un centro electoral conjunto, TYRE.32
Si bien las actividades políticas alfonsinas enfrentaban múltiples dificultades, la tarea más agradable de preparar la insurrección se desarrollaba de forma más fluida. En 1933, la conspiración era la máxima preocupación, siendo los locales de Acción Española el centro de enlace. El comité conspiratorio se ocupaba de los planes para el alzamiento y de la búsqueda de apoyo. El objetivo primordial era infiltrarse en el cuerpo de oficiales, asunto que incumbía a Valentín Galarza, coronel del Estado Mayor. Martín Báguenas, comisario en la Dirección General de Seguridad, les entregó una valiosa información acerca de la policía. Sanjurjo era el jefe nominal del proyectado levantamiento. Calvo Sotelo estableció en Roma contactos con el mariscal Balbo y Mussolini.33 La creciente determinación de derrocar a la República por la violencia se hizo progresivamente más explícita a lo largo del verano de 1933. En julio, Pablo León Murciego escribió sobre la obligación de resistir a la tiranía, arguyendo que si el poder público no estaba de acuerdo con las leyes naturales y divinas (y a los ojos de los monárquicos la República evidentemente no lo estaba), la resistencia no era ni sedición ni rebelión, sino un deber. Quince días después, en el primero de los artículos de una larga serie firmada por el teólogo tradicionalista Marcial Solana, volvió a mantenerse dicho punto de vista de forma más categórica, basando su defensa de la resistencia en textos de santo Tomás de Aquino y de los exégetas del Siglo de Oro. Solana subrayó abiertamente la relevancia contemporánea de sus ideas: el tirano era cualquier gobierno opresor o injusto. Si el máximo poder era detentado por Dios, una constitución anticlerical hacía de la República un poder claramente tiránico.34
Simultáneamente, tanto en Acción Española como en Renovación Española, los alfonsinos venían desarrollando un concepto de la monarquía moderna que reemplazase a la República. Así pues, abogaban por un Estado que, habiendo evolucionado desde los modelos tradicionalistas, había llegado a transformarse en un autoritarismo mucho más contemporáneo. Este concepto fue desarrollado durante la primavera y el verano de 1933 por Eduardo Aunós.35 Siempre fue evidente que la agresividad del monarquismo de Acción Española respondía en parte a la creciente agitación de la clase trabajadora. Antes que Falange lo hiciera, ya Acción Española se había dedicado a fomentar la inseguridad de la clase media, reclamando una disciplina corporativa de las fuerzas económicas en nombre de la nación, como suprema garantía contra la rebelión proletaria.
La formulación más precisa de este pensamiento se debe a Aunós. Su nuevo Estado debía ser jerárquico y omniabarcante en su total movilización de las masas. En los números de Acción Española del verano, también aparecieron artículos del teórico fascista italiano Carlo Costamagna, y una traducción de La dottrina del fascismo, de Mussolini.36
La creciente simpatía hacia el fascismo extranjero no se limitó sólo a la teoría, sino que estaba estrechamente vinculada a la tendencia autoritaria extendida por toda Europa. La reacción de Acción Española ante la subida de Hitler al poder fue extraordinariamente favorable. Jorge Vigón comentó el perfecto orden del Estado hitleriano. También pretendió que la situación de los judíos era la justa respuesta a «la hostilidad internacional de la prensa judía hacia Alemania».37 Siempre existía un cierto antisemitismo solapado dentro del grupo. El año anterior, se había publicado una reedición de Los protocolos de los sabios de Sión. La reseña que hizo Acción Española lo consideraba completamente serio y lo recomendaba como un estudio fundamental de la mentalidad judía.38 El racismo nunca fue un rasgo mayor del pensamiento alfonsino, pero en cambio sí era un reflejo de sus simpatías con otros fascismos contemporáneos. En septiembre Goicoechea dijo a la Agrupación Regional Independiente de Santander que Renovación Española debía ser lo que según Mussolini era el fascismo –«un antipartido». Días más tarde se refirió a su postura en los siguientes términos: «¿La de un Tradicionalista? ¿La de un fascista? De todo hay, ¿por qué negarlo?».39 En octubre, visitó Alemania como invitado de los nazis y volvió completamente seducido por Hitler –«un hombre realmente superior, un verdadero genio político»– y muy optimista respecto a las posibilidades de introducir el fascismo en España.40
Por lo tanto, no fue sorprendente que los alfonsinos tuvieran interés en la fundación de los primeros grupos fascistas de Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. Es más, fueron sus fondos los que hicieron posible la aparición de la Falange. Los más interesados en el proyecto de reunir fuerzas de choque para luchar contra el socialismo fueron los industriales de Renovación. Así pues, Ledesma recibió dinero a través de José Félix Lequerica, de Goicoechea y del millonario contrabandista Juan March. Ansaldo y el marqués de Eliseda canalizaban dinero hacia José Antonio Primo de Rivera.41
A medida que se acercaban las elecciones de noviembre, iba aumentando el desprecio alfonsino por la política parlamentaria. En un editorial (16 de octubre) de Acción Española se habló de la necesidad de la contrarrevolución para crear un nueva orden en el país, pero no por medios parlamentarios: «No somos demócratas. No pedimos masas que respalden completos programas políticos y sociales». El programa sería llevado a cabo por una selecta minoría, o por un caudillo que emplearía la fuerza. Sin embargo, hasta que no llegase el momento del triunfo, todos los medios, «incluso los legales», serían utilizados. Para los que se dedicaban totalmente a la subversión y que podrían haber sido ofendidos por la perspectiva de usar medios legales, esta increíble declaración fue suavizada con la afirmación habitual de que las elecciones eran a la vez absurdas y penosas, que se tomaba parte en ellas simplemente para impedir la victoria de la izquierda, y que se debía participar «sin fe, sin ilusiones y sin entusiasmo».42
Sin embargo, los alfonsinos hacían todo lo posible para que fueran elegidos mediante alianzas con otros grupos. En Madrid, se creó un comité central de enlace para determinar las bases de la unión y confeccionar las listas de candidatos. No obstante, todos participaron de un modo bastante cínico. Mientras el deseo de Gil Robles era llegar a conseguir el suficiente poder dentro de la República para reformar la Constitución, los monárquicos de ambas ramas dinásticas se dedicaban a alcanzar posiciones estratégicas desde las cuales pudiesen abrir hostilidades preliminares contra la República, mientras esperaban el momento oportuno para dar rienda suelta a la contrarrevolución. Así pues, mientras el comité seguía adelante con sus tareas, Acción Española (16 de octubre) publicó un artículo del sacerdote Aniceto de Castro Albarrán, reforzando las incitaciones de Solana a la rebelión y atacando en concreto el «legalismo» de El Debate. La cooperación no era fácil. En balde insistían los alfonsinos que la lista de Madrid fuera encabezada por Sanjurjo –nombre claramente incompatible con el supuesto legalismo de la CEDA. En un discurso grabado, Calvo Sotelo declaró: «a nosotros nos interesa ir al parlamento, más que para entrar en él, para impedir que entren otros». Y prometió que el próximo parlamento sería el último por luengos años. A pesar de las fricciones, una campaña bien financiada logró unos éxitos sorprendentes.43
La intención de los alfonsinos era utilizar la fuerza de las derechas en las Cortes para hacer imposible el gobierno de la República. Acción Española recordó a Gil Robles que también él se había pronunciado, el 15 de octubre, por un nuevo Estado, y le apremiaron a hacer un varonil y heroico uso de sus 117 escaños. Esto resumía la postura alfonsina. En octubre, Calvo Sotelo escribió a Cortés Cavanillas manifestándole su actitud antiparlamentaria y admitiendo que quería un escaño simplemente como medida para desacreditar el sistema. A pesar de hallarse exilado se estaba convirtiendo en un líder mucho más positivo e intransigente que Goicoechea. En una entrevista realizada en París después de las elecciones, pidió que la coalición electoral permaneciese unida y se opuso a la colaboración ministerial, para no retrasar la lucha final entre derechas e izquierdas. El parlamento, dijo, debía ser barrido y reemplazado por un Estado corporativo.44
El optimismo alfonsino duró muy poco. Gil Robles reafirmó su libertad de acción el 7 de diciembre, y comunicó que estaba dispuesto a colaborar con los grupos republicanos que no fueran marxistas. Los monárquicos horrorizados reemprendieron la antigua polémica contra el accidentalismo; La Nación exhortó a los católicos a no ponerse del lado de judíos y masones; ABC acusó a Gil Robles de haber traicionado a los votantes monárquicos que habían apoyado la CEDA creyendo que éste no era un partido republicano. Un teólogo franciscano llevó a cabo en Acción Española un duro ataque contra la idea de avenirse con la República.45 En un banquete celebrado con ocasión del segundo aniversario de Acción Española, se empleó un tono provocativamente combativo. Quintanar dijo que él, al igual que sus colegas, estaba dispuesto tanto a escribir un libro, como a llevar a cabo discusiones, o a luchar a la cabeza de sus tropas; Sáinz Rodríguez se refirió a las guerras carlistas como guerras santas que debían repetirse. Goicoechea protestó contra el abuso de la victoria electoral cometido por Gil Robles y pidió en vano que siguiese manteniéndose en pie la coalición.46 La postura de Acción Española continuó siendo un desafío. El diario carlista El Siglo Futuro publicó unos artículos alabando a Solana y en ellos se le preguntaba quién era en el mundo moderno el tirano que había que derrocar; a lo cual Solana repuso que, en un régimen democrático y constitucional, lo era cualquiera que ejerciese la autoridad.47
Sin embargo, Renovación Española no podía imitar el tono belicoso empleado por su vanguardia doctrinal, puesto que no sólo carecía de fuerza para poder tomar el poder y destruir el sistema desde dentro, sino también de la suficiente confianza en sí misma para dedicarse resueltamente al sabotaje de los procedimientos parlamentarios. Esto se debía en gran parte a las inseguras directrices de Goicoechea. Siendo éste presidente de Acción Nacional, fracasó en el intento de atraerla dentro de una órbita alfonsina, así como también en su búsqueda de otros apoyos. De modo que, la amnistía proclamada el 1 de abril de 1934 tenía una enorme importancia para los alfonsinos porque significaba la vuelta de Calvo Sotelo a España, única persona capaz de construir un puente entre la inflexible teoría de Acción Española y la ineficaz práctica de Renovación Española. Es significativo de la falta de éxito de Goicoechea el hecho de que Alfonso XIII creyera más en las posibilidades de ser restaurado con el apoyo de la CEDA que con la ayuda de «los monárquicos de salón» de Renovación.48 Calvo Sotelo, habiendo sido secretario de Antonio Maura y ministro de Hacienda en tiempos de Primo, gozaba de gran reputación.49 Mientras Goicoechea nunca podría desembarazarse de un conservadurismo clerical pasado de moda, Calvo Sotelo, en cambio, se había decidido ya por una forma de fascismo. Exilado en abril de 1931, marchó a Portugal donde, parece ser, simpatizó con la atmósfera creada por la dictadura del general Carmona. Mantuvo un estrecho contacto con los dirigentes del integralismo lusitano y del nacional-sindicalismo, y con el mismo doctor Salazar. Cuando marchó a Francia, en febrero de 1932, se puso en contacto con los dirigentes de Action Française a través de los exilados de Acción Española, Vegas, Vigón y Eliseda. Parece como si todo ello fuera parte de una deliberada gestión para hacer de Calvo Sotelo un inflexible líder contrarrevolucionario. Su amistad con Maurras, Benoist, Daudet y Bainville hizo pronto de él un militante antiparlamentario. Incluso pensaba en marcharse a Roma para completar su educación política. Un día en que estaba oyendo un reportaje por la radio acerca de la subida de Hitler al poder, le comentó a Aunós que aquello era el heraldo del triunfo inevitable de los sistemas totalitarios. En consecuencia, volvió a España con la intención de introducir las doctrinas de Acción Española en las Cortes y convertirse en el más enérgico apóstol de la inexorable hostilidad hacia la República.50
Antes de que Calvo Sotelo tuviera éxito, ya los alfonsinos habían intentado varias veces en 1934 acelerar la caída de la República por medios ilegales. En marzo, Goicoechea fue a Roma con el general Barrera y los carlistas Lizarza y Olazábal para conseguir la promesa de recibir armas y dinero para un levantamiento. Incluso en este caso, Goicoechea no fue más que un colaborador de segundo orden; Barrera decidió entregar todo el dinero a los carlistas, dado el escaso apoyo popular de Renovación.51 Mientras tanto, persistían en sus intentos de utilizar a la Falange. En abril, Ansaldo fue nombrado jefe de los grupos terroristas de Falange, grupos que quiso convertir en un instrumento monárquico para luchar contra los socialistas en guerrillas callejeras. Goicoechea hizo un pacto con José Antonio Primo de Rivera en el que se comprometía a financiar a Falange, siempre y cuando ésta no atacara en su propaganda a Renovación. Este pacto, formalizado en el verano por José Antonio Primo de Rivera y Sáinz Rodríguez, nunca se llevó a cabo. Calvo Sotelo, que veía en Falange el posible partido del futuro, intentó ingresar en él y hacerlo suyo. Sin embargo, José Antonio Primo de Rivera, que le tenía una profunda antipatía personal, rechazó su solicitud. Ledesma opinó que esta y otras incursiones monárquicas se asemejaban a los intentos de los conservadores alemanes de utilizar a los nazis. La Falange consideró a Calvo Sotelo como el representante de la alta burguesía y de la aristocracia. Resentida, la Falange quemó sus puentes con el monarquismo. Ansaldo fue expulsado y Eliseda cortó los lazos que le unían al movimiento. Pero siguieron manteniendo contactos a través de Adolfo Arce, editor de La Época, diario conservador ya profundamente vinculado a Acción Española. Y más tarde fueron financiados por ciertos colaboradores de Renovación en Bilbao.52
El episodio ocurrido entre Calvo Sotelo y la Falange puso de manifiesto su ambición por ser el caudillo de toda la derecha. Fue Sáinz Rodríguez quien lo insinuó en un banquete celebrado el 20 de mayo para dar la bienvenida a Calvo Sotelo y a Yanguas. Propuso que Renovación, «nuestros hermanos tradicionalistas», la CEDA y los pequeños grupos fascistas de Albiñana y José Antonio Primo de Rivera se unieran en un bloque nacional. Calvo Sotelo, retomando la idea, aclaró que tal unión seguiría una «línea recta» en su lucha contra la República, opuesta a «la línea curva» seguida por Gil Robles en sus tácticas por avenirse con la República. Esto anunciaba que la posición inflexible de Acción Española se iba a introducir dentro del mundo de la política activa.53
A lo largo del verano, Calvo Sotelo desarrolló más esta idea. Gil Robles fue atacado a consecuencia de su error al no pedir el poder después de las elecciones, cuando aún era débil la izquierda. Con esto se pretendía socavar la fe de los cedistas más militantes en su jefe. Mientras la CEDA se había decidido por la colaboración, Calvo Sotelo, en cambio, clamaba por la conquista del Estado y la creación de un sistema totalitario. Se ofrecía abiertamente como líder de la derecha y no pensaba permitir que un monarquismo puntilloso estorbara su camino. En marzo, dijo que los problemas de España podían ser resueltos mediante una Monarquía o una República autoritaria al estilo de la de Dollfuss. La monarquía, que había sido relegada por él a un segundo plano, sería instalada –no restaurada– como culminación de un vasto proceso evolutivo.54 Es imposible imaginar una anticipación más exacta de las premisas del régimen de Franco.
El número de cedistas que se pasó al nuevo bloque fue insignificante. Y los carlistas, que se encontraban en un periodo de expansión y crecimiento, tenían poco interés en unirse a los alfonsinos en el parlamento. Además, la línea ideológica propuesta ahora por Calvo Sotelo era franca y excesivamente totalitaria para el sentir tradicionalista. De todas formas, tras la insurrección en Asturias de octubre de 1934, la derecha se unió en el pánico y la venganza. Este era el momento más favorable para lanzar en escena al Bloque Nacional. La reacción de Calvo Sotelo marcó la pauta a seguir. La revolución, dijo, era el resultado de la Constitución que, según él, había traído «el dolor, la huelga, el separatismo, el marxismo, la destrucción, la anarquía, la lucha de clases que está agotando poco a poco la vida de España». La situación sólo podía resolverse mediante el ejército, columna vertebral de la nación. Recordó al ejército su responsabilidad política cuando dijo: «Si se quiebra, si se dobla, si cruje, se quiebra, se dobla, y cruje España». Su abierta demanda de apoyo militar puso de manifiesto que la guerra civil había empezado ya para él. Restaba simplemente reunir las fuerzas de derechas y darles ánimos. Este sería el cometido del Bloque.55
El 11 de noviembre, en una entrevista para ABC, anunció la ruina del Estado liberal. Propuso la creación de un frente patriótico, que coordinara las fuerzas existentes contrarias a la revolución, hasta que éste pudiera ser reemplazado mediante la estructura necesaria corporativa y totalitaria. Su objetivo era la toma del poder y la imposición de un programa izquierdista en lo económico y derechista en lo político que promoviera la justicia social y estableciera una fuerte autoridad. El manifiesto del Bloque, redactado por Sáinz Rodríguez, se distribuyó por las calles a principios de diciembre. Nunca existió la posibilidad de que la CEDA adhiriese oficialmente. Los carlistas lo hicieron de mala gana pero con patriótica resolución. José Antonio Primo de Rivera se negó a participar. Sólo Albiñana se unió con cierto entusiasmo. Sin embargo, a pesar de esta falta de éxito inicial, puede decirse que el Bloque no fue sino prematuro a la vista de la forzada unificación de la derecha realizada por Franco en abril de 1937. La teoría subyacente al manifiesto había sido tomada enteramente de Acción Española. El manifiesto presentaba una fraseología tradicionalista como concesión a los carlistas, pero el contenido básica y esencialmente fascista guardaba estrecha relación con los artículos de Aunós del año anterior. El monarquismo fue dejado de lado ante la perentoria necesidad de crear una «fuerza social, nacional, nacionalista y nacionalizadora». Este bien podría haber sido el manifiesto para el alzamiento militar de 1936.56
Calvo Sotelo dedicó el año de 1935 a una más precisa elaboración de las ideas del Bloque. Su llamamiento iba dirigido abiertamente a los industriales, a la burguesía financiera y a la aristocracia terrateniente. A principios de febrero, Calvo Sotelo habló al Círculo de la Unión Mercantil sobre «La disciplina económica y social en el nuevo Estado». El actual problema económico sólo podría ser resuelto, dijo a sus oyentes, si previamente se resolvía el problema político, porque el desorden industrial seguiría aumentando en un sistema que dejase rienda suelta a la propaganda marxista. Sólo un régimen autoritario, por encima de clases y partidos, podría controlar a un proletariado en eterno conflicto con el patrón y el Estado. En una reunión del Bloque, en Zaragoza, en el mes de marzo, indicó que la riqueza nacional aumentaría con el establecimiento del principio de autoridad. Su lema invariable era «no más huelgas, no más lockouts: No podemos soportar más una guerra civil económica. Hay que imponer un concepto unitario del interés nacional». Sin duda, éste era un intento inequívoco de aumentar el miedo de las clases acomodadas.57
A lo largo de la primavera, y a comienzos del verano de 1935, el Bloque Nacional organizaba mítines los domingos con el propósito de mantener viva la misma atmósfera belicosa de octubre de 1934. Su intención era convencer a las derechas de que era imposible más diálogo con la izquierda y que había que adoptar una postura agresiva. Esto guardaba estrecha relación con la polémica sostenida contra la colaboración ministerial de Gil Robles con los radicales de Lerroux. Calvo Sotelo, hablando como si España ya se encontraba en guerra civil, intentó demostrar la pusilanimidad de Gil Robles, para así desacreditarlo ante las masas de la CEDA. Se quejaba de que la CEDA hubiera abusado de un triunfo electoral que se debió a fondos y votos monárquicos. Declaró, el 21 de abril en Sevilla, que grandes males necesitaban grandes remedios, y que era necesaria una drástica intervención quirúrgica y no morfina:
los términos son claros. Dios o ateísmo; autoridad o anarquía y comunismo. En España hay derechas y izquierdas, centro no […] La revolución está en pie de guerra […] Hay que unir a las fuerzas de derecha.
El objetivo era minar constantemente la confianza en la posibilidad de un compromiso.58
Cuando en mayo Gil Robles consiguió cinco ministerios, parecía que sus tácticas surtían efecto. Pero Calvo Sotelo no se desanimaba. Afirmó que como el Estado parlamentario estaba abocado a la ruina, el avenirse con él carecía de sentido. Según él, cuando la táctica fracasara, cosa que iba a ocurrir, el bloque se convertiría entonces en el «ejército de reserva». Se hicieron continuos intentos por denigrar el manifiesto triunfo de Gil Robles. En un mitin que tuvo lugar el 26 de mayo en Gijón, Calvo Sotelo afirmó que: «No se puede esperar nada de la República […] hay que encaminar todos los esfuerzos a conseguir un verdadero régimen nacional».
Cuando, el 23 de junio, Gil Robles hizo con Lerroux el Pacto de Salamanca, la defensa de la beligerancia hecha por Calvo Sotelo se hizo aún más frenética. El 18 de agosto, dijo que España tenía que elegir entre la revolución y la contrarrevolución, entre el socialismo y el catolicismo. Las masas que fueran nacionales, católicas y estuvieran a favor del orden deberían unirse. Tal unión tendría como objetivo un Estado integrador militar, sueño recurrente del grupo Acción Española. Aunós citó a Primo como la gran figura que debía servir de modelo.59
A pesar de toda su virulencia, el Bloque Nacional nunca llegó realmente a adquirir fuerza. Los carlistas lanzaron parecidos ataques sobre la CEDA, pero lo hacían por su cuenta. Y a pesar de las repetidas declaraciones de Calvo Sotelo acerca de su afinidad con las masas de la CEDA, no hubo un apreciable traslado del apoyo accidentalista. El nombramiento de Gil Robles como ministro de la Guerra disminuyó la carga explosiva del Bloque, haciendo que el cuerpo de oficiales redujera sus actividades conspiradoras, y al haberse producido un alza de valores, los conservadores, que suministraban fondos al Bloque, quedaron convencidos de que el peligro había cesado. Ansaldo no encontró apoyo económico para una acción directa contra la República. La milicia del Bloque, «las guerrillas de España», dejaron de actuar, y las actividades terroristas no pasaban de ser travesuras infantiles.60
Sin embargo, aunque el éxito de Calvo Sotelo fuese escaso, contribuyó a polarizar ciertas fuerzas que se hicieron manifiestas en la siguiente campaña electoral y que sólo podían acelerar la llegada del momento en que su belicosidad lograra suscitar una amplia respuesta popular. La rigidez de la postura alfonsina frente al separatismo no podía sino exasperar tanto a catalanes como a vascos. En octubre de 1934, Calvo Sotelo se enzarzó en una pelea en las Cortes con el dirigente vasco Aguirre. En 1935, declaró que «el nacionalista vasco es antieuropeo, antiespañol y antivasco […] Entre una España roja y una España rota, prefiero la primera». El 5 de diciembre, declaró en las Cortes que el nacionalismo vasco «estaba inspirado en un odio salvaje, enfermizo y repulsivo a España». Estas expresiones no hicieron sino aumentar las simpatías vascas hacia el republicanismo de izquierda. Pero más significativo todavía fue el efecto producido en las filas izquierdas. La distinción entre el Bloque y el fascismo, que había destruido el socialismo en Italia, Alemania y Austria, era para la izquierda cada vez más imperceptible, debido al completo rechazo de Calvo Sotelo de las posibilidades de una democracia parlamentaria y al constante uso de los términos «autoritario» y «totalitario». La izquierda, que colocaba a Gil Robles y a Calvo Sotelo en un mismo plano, se vio seriamente amenazada por la derecha en general.61
Cuando en diciembre de 1935 la coalición CEDA-Radicales cayó, la postura de Calvo Sotelo parecía justificada. Las siguientes elecciones se llevaron a cabo en los términos trazados por él a lo largo del año. Calvo Sotelo era en gran medida responsable de que la izquierda fuera a las urnas electorales aterrada por el fascismo, y la derecha asustada por la revolución. Antes de que Gil Robles abandonara el Ministerio de la Guerra, el dirigente del Bloque mandó en vano a Ansaldo para que le instigara a dar un golpe de Estado. Tres días más tarde, esperaba la confrontación con alegría: «Ha muerto el accidentalismo por todos los costados. La República no es compatible con el derechismo auténtico». La CEDA fue acusada de haber hecho mal uso de su triunfo electoral en 1933. El manifiesto electoral del Bloque identificaba a la República con la revolución y proponía la creación de un frente contrarrevolucionario con la concreta finalidad de aniquilar a la República. Gil Robles era reacio a alinearse en el Bloque. La convenida colaboración electoral fue débil.62
El gran acontecimiento de la campaña electoral del Bloque fue el gigantesco homenaje rendido a los diputados en Cortes carlistas y alfonsinos, organizado por la Agrupación Regional Independiente. Los mítines celebrados en dos cines y un teatro de Madrid fueron seguidos por un banquete para cinco mil personas organizado en tres hoteles. Las más destacadas figuras de Acción Española y del Bloque pronunciaron violentos discursos antirrepublicanos. Goicoechea propuso la extinción de «los partidos antinacionales con la máscara de partidos obreros». Dijo que el socialismo debería ser declarado fuera de la ley, porque si España no lo aniquilase, sería él que aniquilaría a España. Subrayó también la necesidad de que España siguiese el ejemplo de Italia, Portugal, Alemania y Austria. El tono empleado por Calvo Sotelo fue más agresivo todavía. Contra aquellos que quisieran implantar reglas de barbarie y anarquía, proclamó que la sociedad debería emplear la fuerza:
La fuerza militar puesta al servicio del Estado […] Hoy las naciones minadas por las grandes discordias: la social, la económica, la separatista, necesitan un Estado fuerte y no existe Estado fuerte sin ejército poderoso.
El ejército era la única defensa contra «las hordas rojas del comunismo».63
El Bloque mostró poco respeto por el proceso parlamentario. Fue a las urnas simplemente para asegurarse de que estas elecciones fuesen las últimas. La victoria la querían para luego desmantelar el Estado parlamentario. Cuando la izquierda consiguió el triunfo, el Bloque intentó alcanzar su objetivo por medios que fueran a la vez más adecuados y más agradables. Gil Robles declaró posteriormente que el Bloque había preferido en realidad que las derechas perdiesen las elecciones para así proceder a un violento enfrentamiento con la izquierda. Seguramente el Bloque se sintió menos desanimado por la derrota que confirmado en su previa convicción de la fatuidad del proceso electoral. Acción Española comentó que «confiar los destinos de la Patria a los caprichos de las multitudes es cosa absurda» y seguía señalando que «la verdad debe y puede imponerse por la fuerza». La Época menospreció los resultados y continuó echando la culpa del fracaso a la moderación de la CEDA. En marzo, el periódico empezó la publicación de una serie de artículos del teólogo agustino, Padre P. M. Vélez, sobre el tema de «la revolución y la contrarrevolución» en España. En ellos se afirmaba que la lucha definitiva había llegado y que para impedir que la revolución triunfase, «tenemos que ser apóstoles y soldados militantes y hasta mártires si es preciso». Inmediatamente después de que se publicaron los resultados electorales, Calvo Sotelo pidió a Portela Valladares, presidente del Consejo de ministros en aquel momento, que excluyese a la izquierda del poder, y que hiciese un llamamiento al ejército.64 Su consejo no fue seguido y entonces se decidió definitivamente en pro de la conspiración. Tras las elecciones, los mítines del Bloque fueron escasos, y la conjura reemplazó a la propaganda como actividad central. En realidad, la organización como tal estaba prácticamente muerta; los carlistas planeaban un levantamiento por su cuenta. El ímpetu conspiratorio de los alfonsinos, hasta cierto punto en suspenso durante el tiempo en que Gil Robles ocupó el Ministerio de la Guerra, volvió a reavivarse en octubre de 1935, cuando se estableció contacto entre Sanjurjo y Calvo Sotelo en Roma, en la boda de Juan, hijo de Alfonso XIII. Tras las elecciones se renovaron los contactos militares, especialmente con la antirrepublicana Unión Militar Española. Parece ser que el mismo Calvo Sotelo cumplió una oscura, aunque crucial, función de coordinación y animación. El hijo de Goded dijo que luchaba «con nosotros»; y la mayoría de las fuentes aluden al constante contacto que tuvo con coroneles y generales. Cuando la vigilancia de la policía le impedía actuar directamente, su fiel amigo, el diputado Joaquín Bau, figuraba como agente suyo en los contactos con los oficiales del ejército y de Falange.65
Es posible que la mayor contribución que hiciera Calvo Sotelo al levantamiento de julio fuese su comportamiento en el parlamento. Sus discursos estaban destinados a impedir cualquier reconciliación posible entre los moderados cedistas, como Manuel Giménez Fernández y Luis Lucia, y los moderados republicanos. Como los debates eran publicados íntegramente y sin censura, sus palabras iban dirigidas a la derecha en general con la intención de persuadirla de la necesidad de una insurrección. Así pues, las doctrinas contrarrevolucionarias de Acción Española recibían una publicidad a escala nacional, a diferencia de antes en que quedaban limitadas a la revista y a La Época, y sus complejas racionalizaciones teológicas acerca de la subversión eran ahora traducidas a términos prácticos e inmediatos para la clase media en general.
En cuatro de sus más importantes discursos parlamentarios, Calvo Sotelo dio al ejército una teoría de acción política y a las masas de derechas una conciencia de la necesidad de oponerse a «la amenaza comunista». El primer de estos discursos, pronunciado el 15 de abril de 1936, versó sobre el desorden en que había caído España tras las elecciones y como esto implicaba que la revolución era inminente y era necesario detenerla a toda costa. Esto provocó un furioso griterío entre los diputados socialistas y comunistas –provocación que, al desacreditar los procedimientos parlamentarios, era seguramente parte de su intención. El discurso fue seguido diez días más tarde por una entrevista publicada en ABC, en la que afirmaba que las únicas alternativas que tenía España eran el comunismo o un Estado nacional. Mediante un espeluznante retrato de la situación rusa, Calvo Sotelo exhortó a la clase media a combatir la propagación del comunismo. No dejaba nunca de subrayar lo que para él era la irrelevancia de un compromiso. Goicoechea rechazó rotundamente el plan de Gil Robles para restaurar la estabilidad dentro de un gobierno nacional.66
El 19 de mayo se dio un paso aún más decisivo hacia la polarización parlamentaria. Tras un elogio de los sistemas económicos alemán e italiano, Calvo Sotelo pidió que se adoptaran en España, donde, según dijo, el principio estaba a merced de los enemigos jurados del pueblo. Esto irritó tanto al diputado socialista por Santander, Bruno Alonso, que intervino para decir: «Ya sabemos lo que es su señoría; pero no tiene el valor de declararlo públicamente». Calvo Sotelo, con la intención de hacer las Cortes inviables, contestó:
Yo tengo el valor para decir lo que pienso y su señoría menos que nadie puede prohibirme la expresión legítima de mi pensamiento. Su señoría es una pequeñez, un pigmeo.
El irritado socialista propuso a Calvo Sotelo salir a la calle a pelear, y gritó: «Su señoría es un chulo». Con tal escándalo, era fácil sugerir la necesidad de recurrir a medios extraparlamentarios. Calvo Sotelo continuó sus observaciones anteriores refiriéndose al deber patriótico del ejército de «reaccionar furiosamente» contra aquellos que fueran en contra de la nación. Mientras tanto, Eugenio Vegas hablaba en la sala de actos de Acción Española sobre la necesidad que tenían las derechas de tomar el poder para defender sus principios.67
El 16 de junio, durante otro debate acerca del orden público, Calvo Sotelo propuso en lugar de la inestabilidad de la República
el concepto del Estado integrador que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: «no más huelgas, no más lock-outs […] no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción».
Luego expuso claramente su opinión en términos de desafío:
A este Estado llaman muchos Estado fascista; pues si ése es el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo en él, me declaro fascista.
Prosiguió su discurso, anunciando el inminente choque entre las hordas de la revolución y el principio de autoridad, «cuya más augusta encarnación es el ejército». Luego lanzó esta «indirecta» al ejército: «Sería un loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía». El discurso fue frecuentemente interrumpido por los diputados socialistas que le acusaron de provocación y virtualmente estalló un alboroto en las Cortes. Casares Quiroga, entonces presidente del Consejo de ministros, acusó a Calvo Sotelo, con cierta justificación, de intentar simplemente trastornar la sesión y pretender utilizar el ejército para poder una vez más gozar de las delicias de una dictadura. Calvo Sotelo contestó reiterando sus observaciones acerca del ejército como columna vertebral de la nación –observaciones que fueron acogidas en círculos militares como claras invitaciones para alzarse. También indicó proféticamente que aceptaría de buen grado cualquier responsabilidad que sus actos suscitasen.68
Cuando hizo su última intervención parlamentaria importante, el día 1 de julio, ya se perfilaban las posiciones banderizas de la guerra civil. Anunció a la izquierda que: «No tendréis ocasión de ensayar vuestras especulaciones absurdas. ¡No os dejaremos!». Se dirigió a la burguesía instándola a tomar parte en una reacción fascista contra los intentos de proletarizarla:
El remedio no lo hallarán en este Parlamento ni en otro como éste, ni en el gobierno actual, ni en otro que el Frente Popular forjase, ni en los partidos políticos que son cofradías cloróticas de contertulios; la solución se logrará en un Estado corporativo que […].
Al llegarse este punto, volvió a armarse un alboroto, y en el tumulto un diputado socialista gritó que era legítima la violencia contra un jefe fascista cuya intención era poner fin al sistema parlamentario y de partidos.69
Mientras tanto, fuera del parlamento, los planes del alzamiento estaban ya casi maduros. Era crucial la contribución alfonsina en términos de enlace y financiación. Esto no quiere decir que el alzamiento de julio no fuera fundamentalmente militar, ni que el papel del carlismo deba ser menospreciado. No obstante, hay que reconocer que los objetivos del alzamiento –y la estructura económica posterior a 1939– guardaba estrecha relación con los remedios propuestos por Acción Española, revista a que por cierto estaba suscrito el mismo general Franco.70 Incluso, Goicoechea fue objeto de una petición de Mola para que redactara un manifiesto para el alzamiento en el norte. Irónicamente, la chispa que pareció poner en marcha la rebelión fue el asesinato de Calvo Sotelo. Sin embargo, ya se había llegado, de hecho anteriormente al crimen, a una situación irreversible. El asesinato sólo solventó ciertas dudas y aceleró los preparativos finales. Fueron los alfonsinos quienes, antes de la muerte de su líder, consiguieron el avión que trajo a Franco de las Islas Canarias y mandaron otro para traer a Sanjurjo de Lisboa. Mientras Goicoechea, Sáinz Rodríguez y Yanguas esperaban en Burgos para formar parte del gobierno, una delegación alfonsina fue a Roma para buscar ayuda italiana.71
Así pues, el levantamiento y el Estado al que después dio lugar llevaban claramente el sello de Acción Española. Pero quizás de más significación que el impulso intelectual, político y económico para un golpe, fuera el papel alfonsino de provocar y acentuar la polarización que hizo inevitable la guerra. Por un lado, intentaron los alfonsinos preparar psicológicamente a la clase media, predisponiéndola hacia la guerra; pero sus artículos y discursos debieron producir también cierto impacto en la izquierda. Los alfonsinos, siendo figuras destacadas dentro de la organización accidentalista, Acción Popular, clamaban por la implantación forzada de un Estado totalitario, y más tarde pactaron electoralmente con la CEDA. La izquierda nunca demostró gran interés por las disputas internas en el seno de la derecha, y no hizo distinciones entre unos y otros. Viendo así la identificación de «legalistas» y «catastrofistas», la izquierda pudo creer sinceramente que la insurrección de octubre de 1934 tenía como objeto impedir que los fascistas se hiciesen con el poder. Durante la represión desencadenada después de octubre, saber que Calvo Sotelo acusaba a Gil Robles de debilidad ante la amenaza revolucionaria podía escasamente animar a la izquierda. Después de las elecciones de febrero de 1936, la virulencia de los discursos del Bloque no podía tener otro efecto que el de confirmar a la izquierda en su convicción de la necesidad de su propio extremismo. De modo que fue un acierto de Vegas Latapié escribir de quienes hicieron la guerra civil con la palabra y la pluma.72
* Este artículo se publicó por primera vez en Journal of Contemporary History, vol. 7, n. 3, 1972.
1. Los intentos de las clases dominantes de hacer frente a la revolución mientras la vieja política naufragaba, están estudiados en Juan Antonio Lacomba, La crisis española de 1917, Madrid, Ciencia Nueva, 1970. Acerca del derrotismo de los grupos monárquicos ortodoxos, pueden verse Santiago Galindo Herrero, Los partidos monárquicos bajo la IIª República, 2.ª ed., Madrid, Rialp, 1956, pp. 47-48; Álvaro Alcalá Galiano, «La caída de un trono», Acción Española (en adelante AE), 1 de febrero de 1932 y ss.; Miguel Maura, Así cayó Alfonso XIII, Madrid, Marcial Pons, pp. 48-52; Carlos Seco Serrano, Alfonso XIII y la crisis de la Restauración Barcelona, Arial, 1969, pp. 175-181.
2. Richard Robinson, «The Parties of the Right and the Republic», en Raymond Carr (ed.), The Republic and the Civil War in Spain, Londres, Macmillan, 1971, intenta demostrar que el alzamiento fue una reacción defensiva frente al movimiento socialista, siendo éste «el principal responsable de socavar el sistema democrático, y de colocar a las derechas en la difícil alternativa de tener que elegir entre su propia extinción y una violenta resistencia» (p. 48). Mi propósito aquí no es discutir el problema de la responsabilidad histórica del estallido de la guerra civil, sino más bien poner de relieve cómo los monárquicos optaron por un violento extremismo antes de que fuera necesario hacer elección alguna, y cómo, actuando así, fueron ellos los primeros en intentar deliberadamente socavar el sistema democrático.
3. Eugenio Vegas Latapié, Escritos políticos, Madrid, Cultura Española, 1940, p. 8. Discurso de Quintanar en el Hotel Ritz, Madrid, 24 de abril de 1932, AE, 1 de mayo de 1932.
4. Eugenio Vegas Latapié, El pensamiento político de Calvo Sotelo, Madrid, Cultura Española, 1941, pp. 88-92; Escritos políticos, pp. 9-12; «Maeztu y Acción Española», ABC, 2 de noviembre de 1952.
5. Acerca de Acción Nacional, veánse R. A. H. Robinson, The Origins of Franco’s Spain, Newton Abbott, David Charles, 1970; José María Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968; Joaquín Arrarás lribarren, Historia de la segunda República española (en adelante HSRE), 4 vols., Madrid, Editora Nacional, 1956-1968); Paul Preston, «The “Moderate” Right and the Underminlng of the Second Republic in Spain 1931-1933», European Studies Review, vol. 3, n. 4 (1973) y «El accidentalismo de la CEDA. ¿Aceptación o sabotaje de la República?», Cuadernos de Ruedo Ibérico, núms. 41/42 (febrero-mayo 1973).
6. ABC, 26 de abril de 1931. El CMI se anunció en el ABC del 5, 6, 7 y 8 de mayo de 1931, al mismo tiempo que publicaba una serie de ataques contra las confusas tácticas de Acción Nacional.
7. Joaquín Arrarás, Historia de la Cruzada española, Madrid, Ediciones Españolas, 1940, II, p. 486. Esta fue la conspiración abortada que aportó los fondos para la fundación de Acción Española.
8. Julián Cortés Cavanillas, Gil Robles, ¿monárquico?, Madrid, San Martín, 1935, p. 70.
9. José Gutiérrez Ravé, Antonio Goicoechea, Madrid, Revista Popular de Biografías, 1965, pp. 17-18. En octubre se pidió a Goicoechea que dejara su puesto a Gil Robles, elegido como dirigente por Herrera.
10. Acerca del tradicionalismo, véanse el artículo de R. M. Blinkhorn en Cuadernos de Ruedo Ibérico, núms. 41/42 (febrero-mayo 1973) y su tesis doctoral aún no publicada: The Carlist Movement in Spain 1931-1937, Oxford, Oxford University Dissertation, 1970.
11. Acerca del programa de Acción Nacional, veánse Galindo Herrero, Partidos monárquicos, pp. 133-134; HSRE, I, p. 234; Gutiérrez Ravé, Goicoechea, p. 17; Robinson, Origins, pp. 73-74.
12. Felipe Bertrán Güell, Preparación y desarrollo del Alzamiento nacional, Valladolid, Santarén, 1938, pp. 82-83; Juan Antonio Ansaldo, ¿Para qué? De Alfonso XIII a Juan III, Buenos Aires, Ekin, 1951, p. 23.
13. AE, 1 de mayo de 1932. El único estudio que se ocupa concretamente de los alfonsinos y la revista, Luis María Ansón, Acción Española, Zaragoza, 1960, es inexacto e insuficiente.
14. AE, 1 de marzo de 1932 y ss., recogidos y publicados posteriormente bajo el título Catolicismo y república, Madrid, 1932.
15. AE, 16 de abril de 1932.
16. AE, 16 de julio de 1932, p. 314.
17. Véase el libro del secretario de la Juventud de Acción Española, Julián Cortés Cavanillas, La caída de Alfonso XIII, Madrid, San Martín, 1932.
18. AE, 1 de abril de 1931, p. 123; Pradera, ibíd., 1 de enero de 1932 y ss.; véanse también los artículos de George Deherme, ibíd., 1 de junio de 1932 y ss., y de José Pequito Rebelo, ibíd., 15 de diciembre de 1931 y ss. Los libros reaccionarios portugueses y franceses eran regularmente y con invariable preferencia reseñados favorablemente en Acción Española.
19. AE, 16 de marzo de 1932, p. 83; 1 de mayo de 1932, p. 421. La dictadura era considerada como «el desinteresado esfuerzo de un solo hombre para salvar a España del caos de la democracia», ibíd., 1 de febrero de 1932.
20. HSRE, 1, pp. 240-243; Robinson, Origins, apéndice 1.
21. Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 32-35. Las armas obtenidas no se utilizaron. Para informarse sobre el alzamiento y sus preparativos, véase Arrarás, Cruzada, I, pp. 485 y ss.; HSFIE, I, pp. 435 y ss.; Galindo Herrero, op. cit., pp. 156-166; Emilio Esteban Infantes, La sublevación del general Sanjurjo, Madrid, J. Sánchez Ocaña, 1933.
22. Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 47-50; Bertrán Güell, Preparación, p. 64.
23. Véase el discurso de Goicoechea en la Academia de Jurisprudencia, La Nación, 12 de diciembre de 1932, pp. 449-450.
24. ABC, 14, 20 de diciembre de 1932.
25. Blinkhorn, Carlist Movement, p. 211.
26. Gutiérrez Ravé, Goicoechea, pp. 19-20.
27. Ansaldo, Alfonso XIII, p. 54.
28. ABC, 11, 13 de enero, 24 de febrero de 1933; AE, 16 de enero de 1933, pp. 283-290. La participación de cuatro exmauristas en el comité ejecutivo, formado por cinco personas, indicaba la tendencia hacia la política ortodoxa.
29. ABC, 31 de enero, 1 de febrero de 1933.
30. ABC, 2 de marzo de 1933.
31. Gil Robles, No fue posible, pp. 86-89; Robinson, Origins, pp. 113-117.
32. ABC, 12, 24 de enero de 1933; Tradicionalistas y Renovación Española se anunció en ABC el 26 de marzo de 1933.
33. Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 50-52 y 57-58.
34. Pablo León Murciego, en AE, 16 de julio de 1933; Marcial Solana, en ibíd., 1 de agosto de 1933 y ss.
35. «Hacia una España corporativa», AE, 1 de marzo de 1933 y ss. Estos artículos fueron publicados posteriormente bajo el título de La reforma corporativa del Estado, Madrid, Aguilar, 1935. Aunós era un eslabón clave entre el alfonsismo y la Dictadura, y también el principal exponente de las ideas políticas italianas. Siendo ministro del Trabajo, fue enviado a Italia por Primo para estudiar el corporativismo, allí conoció a Mussolini, y volvió para crear su propio código laboral corporativo en España. Véanse Aunós, El Estado corporativo, Madrid, Revista Política Social, 1928, y La política social de la Dictadura, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1944, pp. 60 y ss. Una lectura detenida de Acción Española en este periodo pone de manifiesto que las ideas de Aunós eran consideradas fundamentales por otros miembros del grupo.
36. Carla Costamagna, en AE, 16 de mayo de 1933; el artículo de Mussolini, ibíd., 16 de junio, 1 de julio de 1933.
37. Ibíd., 16 de marzo de 1933, p. 82; 1 de abril de 1933, p. 197.
38. Ibíd., 1 de mayo de 1932, pp. 434-448; 1 de octubre de 1933.
39. ABC, 17, 22 de septiembre de 1933.
40. La Unión, 14 de octubre de 1933, citado por Blinkhorn, Carlist Movement, p. 225.
41. Stanley G. Payne, Falange. A History of Spanish Fascism, Stanford, Stanford University Press, 1961, p. 45 n. [edición española de Ruedo ibérico]; Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 63-64.
42. AE, 16 de octubre, 1 de noviembre de 1933; en el número del 16 de septiembre, AE daba a entender que Sanjurjo sería el caudillo; él mismo escribió (ibíd., 16 de diciembre de 1933) que Acción Española era un constante consuelo para su espíritu.
43. Acerca del trabajo del comité, la campaña y los resultados, véanse HSRE, II, pp. 223-244; Robinson, Origins, pp. 140-151; Galindo Herrero, Partidos monárquicos, pp. 192-211; Preston, European Studies Review, citada nota 5, pp. 390-394.
44. AE, 1 de diciembre de 1933; Cortés Cavanillas, Gil Robles, p. 161; ABC, 21 de noviembre de 1933.
45. Gil Robles, No fue posible, pp. 106-107; El Debate, 15, 16 de diciembre de 1933; ABC, 16 de diciembre de 1933; Galindo Herrero, Partidos monárquicos, p. 213; Gumersindo de Escalente, en AE, 1 de febrero de 1933.
46. AE, 1 de febrero de 1933, pp. 1005 y 1014; ABC, 6 de febrero de 1933.
47. Solana, en AE, 16 de febrero de 1934.
48. J. Cortés Cavanillas, Vida, confesiones y muerte de Alfonso XIII, Madrid, Prensa Española, 1956, p. 426.
49. Sobre la vida y carrera de Calvo Sotelo, véase Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, La vida y obra de José Calvo Sotelo, Madrid, 1942; Aurelio Joaniquet, Calvo Sotelo, Santander, Espasa-Calpe, 1939; Eduardo Aunós, Calvo Sotelo y la política de su tiempo, Madrid, Ediciones Españolas, 1941; José Calvo Sotelo, Mis servicios al Estado, Madrid, 1931.
50. Vegas, Pensamiento de Calvo Sotelo, pp. 93-111; Aunós, Calvo Sotelo, pp. 115-155; Quintanar en AE, 16 de septiembre de 1933; Joaniquet, Calvo Sotelo, pp. 167-173; José María de Yanguas y Messía, «Calvo Sotelo en destierro», en Vida y obra, passim.
51. Antonio Lizarza lrribarren, Memorias de la conspiración, Pamplona, Editorial Gómez, 1953, pp. 22-26; William Askew, «Italian Intervetion in Spain», Journal of Modern History, 1952, p. 24.
52. Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 71-89; Payne; Falange, pp. 57-68; Gil Robles, No fue posible, notas pp. 442-443; Ramiro Ledesma Ramos, ¿Fascismo en España?, 2.ª ed., Barcelona, 1968, pp. 161-165; Maximiano García Venero, Falange en la guerra de España, París, Ruedo Ibérico, 1967, pp. 39 y 118.
53. AE, 1 de junio de 1934; ABC, 22 de mayo de 1934.
54. La Nación, 9 de marzo de 1934; ABC, 14 de junio, 24, 31 de julio de 1933.
55. ABC, 7 de noviembre de 1934.
56. ABC, 16, 28 de noviembre de 1934. El manifiesto está transcrito en HSRE, III, pp. 58-60. Su versión inglesa, la lista de firmantes y un buen análisis pueden hallarse en R. A. H. Robinson, «Calvo Sotelo’s Bloque Nacional and its Manifesto», University of Birmingham Historical Journal, 2 (1966).
57. ABC, 3 de febrero, 19 de marzo de 1935; La Época, 11 de noviembre de 1935. Calvo Sotelo pronunció su gran ataque a la economía marxista y su defensa del capitalismo dentro de una economía dirigida en una conferencia que tuvo lugar en la Academia de Jurisprudencia, de la que él era presidente. Véase José Calvo Sotelo, El capitalismo contemporáneo y su evolución, Valladolid, Cultura Española, 1938.
58. ABC, 10 de febrero, 26 de marzo, 23 de abril de 1935.
59. ABC, 11, 28 de mayo, 6, 20 de agosto de 1935; Aunós, La reforma corporativa, pp. XI, XV y XVI.
60. Ansaldo, Alfonso XIII, pp. 95-103. El principal resultado activista consistió en colgar un inmenso cartel que cruzaba la calle de Alcalá en el que se leía el siguiente eslogan: «El Bloque Nacional salvará a España». El viento se lo llevó.
61. ABC, 10 de octubre de 1935; Arrarás, Cruzada, II, pp. 153, 393; La Época, 6 de diciembre de 1935.
62. La Nación, 14 de diciembre; La Época, 17, 27 de diciembre; ABC, 17 de diciembre de 1935. El manifiesto, fechado el 25 de diciembre, apareció en La Época el 30 de diciembre, y en ABC el 31 de diciembre de 1935; sobre las negociaciones véase Gil Robles, No fue posible, pp. 409-419.
63. La versión más completa apareció en La Época, 13 de enero de 1936; véase también ABC, 14 de enero de 1936. Se ha comentado que en el discurso de Calvo Sotelo, «se proclamaron conceptos destinados a nutrir la sustancia política de España durante muchos años siguientes»; véase Ricardo de la Cierva, Historia de la guerra civil española. 1. Perspectivas y antecedentes. 1898-1936, Madrid, San Martín, 1969, p. 628.
64. AE, enero de 1936; carta de Gil Robles en YA, el 10 de abril de 1968; el editorial de AE, febrero de 1936; La Época, 18, 20 y 25 de febrero, 4, 5, 6, 7, 8 y 10 de marzo de 1936; HSRE, IV, p. 58.
65. Ansaldo, Alfonso XIII, p. 114; La Cierva, Historia, p. 739; Manuel Goded, Un «faccioso» cien por cien, Zaragoza, Heraldo, 1938), p. 14; Joaquín Bau en ABC, 13 de julio de 1954; Vegas, Pensamiento de Calvo Sotelo, pp. 211-212; Galindo Herrero, Partidos monárquicos, p. 332. Sigue siendo incierto si la contribución de la UME al alzamiento fue algo más que propagandística; véase La Cierva, Historia, pp. 761-763; Stanley G. Payne, Politics and the Military in Modern Spain, Stanford, Stanford University Press, 1967 [edición española de Ruedo ibérico], p. 293. Sobre este mismo tema es inexacto el libro de Antonio Cacho Zabalza, La Unión Militar Española, Alicante, Egasa, 1940.
66. ABC, 16, 26 de abril de 1938; Gil Robles, No fue posible, p. 693.
67. ABC, 20 de mayo. de 1936; AE, «Actividad intelectual», mayo de 1936.
68. ABC, 17 de junio de 1936; Diario de las sesiones de Cortes, 16 de junio de 1936; Jorge Vigón, El general Mola, Barcelona, AHR, 1957, p. 107.
69. ABC, 2 de julio de 1936; HSRE, IV, pp. 285-288.
70. AE, Antología, Burgos, 1937, pp. 17 y 19.
71. El asesinato tuvo lugar el 13 de julio y el avión salió de Inglaterra el 11; véase Luis Bolín, Spain. The Vital Years, Filadelfia, J. B. Lippincott, 1967, pp. 10-30. En cuanto a las otras actividades alfonsinas relacionadas con los preparativos de la sublevación, véanse Juan Ignacio Luca de Tena, Mis amigos muertos, Barcelona, 1971, pp. 25-17 y 68-72; Ansaldo, Alfonso XIII, p. 125; Luis Romero, Tres días de julio, Barcelona, Ariel, 1967, pp. 148 y 189; H. R. Southworth, Antifalange, Ruedo Ibérico, París, 1967, p. 101.
72. AE, Antología, p. 13.