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Estudio introductorio

I. Introducción

La Carta y breve compendio (referida, a partir de ahora, como Carta) y la Exhortación o información de buena y sana doctrina (referida como Exhortación) de Pedro de Chinchilla, transmitidas a través del testimonio único M de la Biblioteca de Menéndez Pelayo de Santander (M-88), constituyen dos buenas muestras de la literatura de espejos de príncipes del cuatrocientos castellano, dirigidas a la formación político-moral de sus élites políticas en un contexto particular: el conflicto entre Enrique IV de Castilla (1454-1474) y el infante Alfonso (1453-1468), primogénito de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, promocionado al trono castellano como el decimosegundo de los Alfonsos (1465-1468) por un sector de la nobleza y el episcopado castellanos.1

Un conflicto que se presenta como la culminación a los años de turbulencias políticas que, desde las primeras décadas del siglo XV, se suceden en la Corona de Castilla, originadas en la lucha por el poder entre los distintos linajes aristocráticos, articulados en bandos o ligas, frente a los privados regios que se erigen en estos momentos como centro de la corte regia, encarnados en figuras como Álvaro de Luna, Juan Pacheco o Beltrán de la Cueva. El período 1465-1468 no hubiera dejado de ser una etapa más de una época convulsa de no haber sido por la decisión de articular una oposición al privado Beltrán de la Cueva en torno a un nuevo monarca, Alfonso XII de Castilla. Un infante, cautivo de la nobleza, llamado a ser el centro de una nueva corte, alejada, a los ojos de los más influyentes linajes castellanos, de la decadencia política y moral del rey Enrique IV y de los advenedizos que gravitaban en torno a su persona.

Aunque ambos textos se encontraban inéditos en el momento de dar inicio al presente trabajo de edición, con la excepción del proemio y la tabla de capítulos de la Exhortación (1ra-3ra), editados por José Manuel Nieto Soria,2 poco antes de finalizar dicho trabajo, hemos tenido noticia de la existencia de la memoria de máster inédita de Matthias Gille Levenson,3 algunas de cuyas observaciones y perspectivas han podido enriquecer este trabajo. Ambos tratados han pasado, salvo excepciones, bastante desapercibidos, a pesar de constituir una de las mejores muestras de las estrategias políticas puestas en marcha por los rebeldes a Enrique IV. La Carta apenas ha sido objeto de estudio, más allá de la aproximación a su discurso prosístico por parte de Fernando Gómez Redondo en su monumental Historia de la prosa medieval castellana, al que cabe sumar el reciente estudio introductorio de Gille Levenson, que acompaña a su trabajo de edición.4 Mayor interés ha despertado, no obstante, la Exhortación, analizada desde la perspectiva de los modelos religiosos por Bonifacio Palacios Martín, del discurso prosístico por Gómez Redondo y de la representación de la imagen regia por David Nogales Rincón, al que habría que añadir el correspondiente estudio introductorio de Gille Levenson, con aproximaciones puntuales a la misma en diversos trabajos de José Manuel Nieto Soria, en torno al derecho de resistencia, a la noción de la tiranía o a la orientación pronobiliaria del tratado, y de Andrea Mariana Navarro sobre el papel de la virtud y el buen gobierno como fundamentos de la conservación del poder real en el marco del conflicto político durante el reinado de Enrique IV.5

Escritos en un contexto de crisis política, tanto la Carta como la Exhortación son buenos testimonios de las relaciones entre poder y cultura a fines de la Edad Media. También una muestra de la percepción del hombre del cuatrocientos sobre lo político, de los vínculos entre poder y ética, del intento por definir un conjunto de estrategias políticas y religiosas dirigidas a asegurar un gobierno duradero y, especialmente, de las iniciativas de legitimación desarrolladas en un contexto político inestable. Su redacción es, en definitiva, un síntoma de cómo se entendía la figura regia en la segunda mitad del siglo XV en la Corona de Castilla y de las estrategias que sostenían a un candidato al trono en el contexto de la lucha política.


En este contexto, las estrategias de legitimación se manifestarán en diversas iniciativas desarrolladas por Alfonso XII y su entorno aristocrático, como la creación de una corte;6 la definición de un entorno cultural para la misma; quizá el interés por presentar una villa, Arévalo (Ávila), como centro simbólico de esta corte, a manera de contrapunto a la ciudad de Segovia, lugar predilecto de Enrique IV;7 la acuñación de moneda como acto de soberanía, cuya labra se rodeó de diversas señas emparentadas con la tradición monárquica castellana, acompañada de la fundación de una casa de la moneda en Ciudad Real;8 el despliegue de un conjunto de estrategias dirigidas a la construcción de una imagen regia, a través de los formularios documentales y de diversos recursos ceremoniales e iconográficos;9 la creación de una cancillería como órgano para el ejercicio del poder en una dimensión burocrática, de la que es buena muestra la documentación que han exhumado distintos investigadores en las últimas décadas,10 en la que se manifestaría una continuidad del gobierno alfonsino con respecto al enriqueño, a través del uso, fruto de condicionantes tanto prácticos como quizá simbólicos, de los antiguos libros de la cancillería de Enrique IV, en los que «continuaron los asientos y copias de documentos con el nuevo rey»;11 o el ejercicio de la liberalidad, a través de la concesión de mercedes y privilegios.12

Sobre estas estrategias se hubo de definir un espacio institucional, cultural y burocrático acorde a la nueva figura regia. Aquella «corte tan excelente» que, evocada ya como un simple recuerdo, era traída a la memoria por Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre: «Pues su hermano el inoçente, | que en su vida suçesor | se llamó, | ¡qué corte tan exçelente | tovo y quánto gran señor | le siguió!».13


Dentro de estos procesos, el desarrollo de un conjunto de estrategias culturales por parte de los rebeldes no hubo de tener una importancia menor. En la configuración del entramado cultural de la nueva curia alfonsina, los nobles rebeldes hubieron de tener como modelo genérico las grandes cortes castellanas, con el ejemplo destacado de la corte de sus antecesores en el trono castellano. Una corte real que durante el reinado de Juan II de Castilla, como apunta Gómez Redondo, construirá «un modelo cultural capaz de garantizar y promocionar, desde la corte, unas formas literarias y artísticas como manifestación entera de un pensamiento curial»14. La cual, no obstante, asistirá, durante el reinado de Enrique IV, siguiendo lo señalado por el mismo autor, a una cierta atonía o decadencia cultural, frente al dinamismo que paralelamente adquirirán cortes como la del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo (1412-1482),15 fundamental, como veremos, para entender la corte alfonsina en una perspectiva cultural (§ VII).

En este sentido, esta corte alfonsina configuraría un entramado ideológico construido, a la manera de las cortes coetáneas e inmediatamente antecesoras, sobre diversas expresiones poéticas, caballerescas o religiosas, y sobre la generación de discursos históricos particulares. Así, en palabras de Fernando Gómez Redondo:

Regimientos de príncipes, poemas cortesanos, ceremoniales y exhortaciones diversas se instigan en ese trienio con el fin de forjar un pensamiento cortesano que pudiera ser garante de la dignidad regia de Castilla.16

De esta forma, en esta corte tenía cabida, por supuesto, la poesía de cancionero, con la presencia en el entorno alfonsino de poetas como Gómez Manrique, Jorge Manrique, Juan Álvarez Gato o Nicolás de Guevara.17 También la literatura judicial relativa a rieptos y desafíos, con la composición por Pedro de Horozco del Tractado que fue fecho al muy magnífico señor don Rodrigo Manrique, Condestable de Castilla (RB, II/3059, fols. 35r-46v). Redacción paralela al impulso dado a la Orden de la Banda, como señala Dolores Carmen Morales Muñiz, «no solo para demostrar su legitimidad, sino por cuestiones caballerescas», a la designación de oficiales de armas o a la prestación de «homenaje caballeresco [por Alfonso XII] según las instituciones de sus predecesores», que tuvo lugar en un centro de indiscutible simbolismo para la realeza castellana como la catedral de Toledo.18 Tampoco la nueva corte hubo de renunciar a algunos aspectos típicos de la religiosidad y del gusto artístico aristocrático tardomedieval, con la hipotética comisión de un libro de horas iluminado, que cabría relacionar con el taller de Juan de Carrión, conocido como Libro de horas del infante Alfonso (Pierpont Morgan Library, M. 854), que quizá, según Fernando Villaseñor Sebastián, pudo ser «encargado al tiempo que Alfonso fue primero proclamado rey».19

Como en casos precedentes, la conquista del trono vino acompañada por la creación de un discurso historiográfico propio, manifestado en las actividades de los cronistas Martín de Ávila y Alonso de Palencia,20 y en la configuración de una memoria política adecuada a los intereses alfonsinos. Dicha configuración se materializó en la confiscación de los registros de la crónica oficial de Enrique IV durante la toma de Segovia por el bando alfonsino, en septiembre de 1467, hasta ese momento en poder del cronista oficial de Enrique IV, Diego Enríquez del Castillo,21 que pasaron a manos de Palencia, «para que aquellas mentiras fuessen enmendadas».22 Un hecho habitual en los contextos de ruptura dinástica en el campo de la memoria, dirigido a demostrar «la falsedad de la memoria o la traición de la memoria sobre la que se asentaba el poder legítimo» y a crear «una memoria justificadora del poder emergente que por sí misma lo legitimara o lo identificara con la defensa de esa memoria traicionada».23

Por último, cabría destacar el interés por la literatura sapiencial, en torno, en primer lugar, a un espejo de príncipes para la formación del nuevo rey Alfonso XII, la Exhortación o información de buena y sana doctrina, redactada en 1467 como complemento a la Carta, dirigida algunos meses antes a Rodrigo Alfonso Pimentel (ca. 1440-1499), IV conde de Benavente, desde 1461, y I duque de Benavente, a partir de 1473 (§ VI.2), objeto de la presente edición. En segundo lugar, tal vez, aunque la relación con la corte de Alfonso XII sea meramente hipotética —pues, como apunta Jesús Rodríguez Velasco, no cabría descartar una relación con la figura de Juan II o Enrique IV de Castilla—,24 en torno a la conocida como Carta al rey sobre el regimiento de su vivienda (BNE, Mss. 1159, fols. 14r-20v), «breve regimiento de príncipes, articulado en forma epistolográfica» que, atendiendo a sus ejes temáticos, Fernando Gómez Redondo sugiere relacionar con la infanta Isabel y, especialmente, con su hermano Alfonso;25 y un texto de naturaleza parateatral que, aunque no constituya, en sentido estricto, un espejo de príncipes, se podría relacionar tangencialmente con esta literatura especular, atendiendo a sus contenidos y objetivos: el Breve tratado para unos momos de Gómez Manrique, representados en Arévalo en 1467, ante el rey Alfonso, con ocasión del aniversario de su nacimiento, a quien se le ofrecerían, «despidiéndose vuestra exçelençia de la pasada niñez, entrava en la viril hedat, que es de los catorze años arriba»,26 un conjunto de «fados» de manos de las musas: la fortuna, la justicia, la liberalidad, la capacidad de perdonar, el amor, etc.27 Con la redacción de estas obras, se recuperaba parcialmente el interés por los temas morales, ampliamente impulsados en el seno de la corte de Juan II de Castilla, en torno a la cual «se había formado un movimiento literario, entre cuyos temas de preocupación estaban los temas morales, teniendo como inspirador de tales preocupaciones a Séneca».28 Temas que, sin embargo, habrían quedado relegados en la corte enriqueña a favor de un canon no religioso que primaba la música, la caza, los libros de caballerías o la genealogía, manifestado en obras como el Vergel de los príncipes de Rodrigo Sánchez de Arévalo, en algunas composiciones cancioneriles del período, presentes en el Cancionero general de muchos y diversos autores y en el Cancionero del British Museum (British Library, Ms. Add. 10431), o en los ejemplares iluminados, realizados probablemente para Enrique IV, del Libro de la montería de Alfonso XI (RB, II/2105), del Libro del caballero Zifar (Bibliothèque Nationale de France, Espagnol 36) y de la Genealogía de los reyes de Alonso de Cartagena (RB, II/3009).29

Adicionalmente, la definición de este entramado podría ser percibida como una manifestación secundaria de las relaciones de amistad política del nuevo monarca con la nobleza que le sustentaba, apuntaladas sobre diversas transacciones de naturaleza material y política. En torno a estas relaciones se fundamentaría un conjunto de estrategias de patronazgo que, más allá del estrecho marco del clientelismo, esencial para entender estos fenómenos, como ha apuntado Marina Núñez Bespalova,30 tendría como base las ideas de amor o de vasallaje, las cuales darían forma a un tópico literario: el servidor o natural que ofrece la doctrina a su señor como «don» o «servicio».31

En este sentido, se podrían citar, al menos, seis figuras del entorno cultural de Alfonso XII, cuya relación con la corte alfonsina tendría su razón de ser en la adhesión de su patrono literario a la causa del infante: Juan Álvarez Gato, vinculado a la corte literaria de García Álvarez de Toledo, duque de Alba, quien habría tenido un papel protagonista en el acto de deposición de Enrique IV en Ávila y actuaría como miembro del consejo real de Alfonso XII,32 habiendo sido dicho autor asociado igualmente a la corte literaria de Alfonso Carrillo,33 uno de los principales sostenedores del rey niño; Nicolás de Guevara, vinculado, al menos, desde 1478, a Gonzalo Chacón, ayo del príncipe Alfonso y de Isabel,34 hecho que sitúa ciertamente en el campo de lo hipotético el período comprendido entre 1465 y 1468, lo que permitiría pensar en la posibilidad de que el contacto de Guevara con la corte alfonsina hubiera podido tener lugar a través del referido arzobispo, con cuya casa mantuvo una relación «circunstancial y reducida al ejercicio de una poesía trovadoresca de mero entretenimiento cortesano»;35 Diego de Valera, quizá vinculado a la corte del rey Alfonso a través de Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, como sugiere Cristina Moya García,36 o del propio conde de Benavente; Gómez Manrique, ligado al nuevo rey quizá a través de Alfonso Carrillo, con cuya corte arzobispal estaría relacionado entre los años 1458 y 1475;37 Martín de Ávila, quien quedaría vinculado a la corte alfonsina a través del citado Alfonso Carrillo, de quien era secretario de latín;38 y Pedro de Chinchilla, autor de la Exhortación, ligado a Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde de Benavente (§ II).

Así, desde la perspectiva particular de la figura de Pedro de Chinchilla, la redacción de la Exhortación habría de ser entendida a la luz de las estrechas relaciones políticas entre Alfonso XII y el conde de Benavente, personaje altamente influyente en el seno de la nobleza alfonsina.39 El conde de Benavente hubo de estrechar lazos con el entorno de Juan Pacheco, marqués de Villena, de su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, y del arzobispo Carrillo, que conformarían el núcleo de la oposición a Enrique IV, si bien su colaboración con los nobles rebeldes durante los primeros meses de 1464 hubo de ser, en opinión de Isabel Beceiro Pita, secundaria.40 No obstante, al menos, desde los primeros meses de 1465, hubo de iniciar un proceso de promoción dentro de la nobleza alfonsina. En este sentido, al menos, desde abril de 1465, es posible documentar los movimientos de un conde de Benavente en expectativa de recibir distintas mercedes, una vez proclamado rey el infante Alfonso,41 quien, según el Cronicón de Valladolid, habría sido «primero jurado por Rey secretamente en Plasencia XXX días del mes de abril dos horas después de media noche».42 Mercedes que serían entregadas poco después en contraprestación al apoyo dado por el conde al infante, por cuanto «me avéis, con mucha fidelidad e virtud, seguido e servido e fecho grandes gastos en mi servicio [de Alfonso XII], teniendo de vuestras gentes en diversas partes, para ayuda de vuestros grandes gastos e daños que avéis rescebido en mi servicio»;43 servicios entre los que tendría una especial relevancia el acuerdo establecido el 1 de mayo de ese año entre el marqués de Villena, el conde de Benavente y el duque de Plasencia para la defensa de la ciudad de Trujillo, en poder de Enrique IV.44 Este ascenso dentro del entorno de Alfonso le llevaría a participar, ya con un protagonismo destacado, en el ritual de deposición de Enrique IV y de proclamación de Alfonso XII, que tendría lugar, en Ávila, el 5 de junio de 1465.45

Una vez elevado al trono Alfonso, el conde de Benavente habría desempeñado un papel destacado en la corte del nuevo monarca, especialmente a partir de la segunda mitad de 1466 y, al menos, hasta abril de 1468.46 Evidencia de su posición en dicha corte es el significativo volumen de mercedes recibidas de manos del nuevo rey, como señalaría retóricamente el rey Alfonso:

acatando los muy altos e grandes e muy señalados servicios que vos el noble e bien amado nuestro don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente, me avedes fecho e fazedes de cada día e los grandes e inmensos gastos que avedes fecho e fazedes por mi servicio, por el bien público e paz e sosiego e tranquilidad d’estos mis regnos e señoríos de vuestra propia fazienda, en alguna enmienda e remuneración d’ellos.47

Pero también es evidencia de su influyente posición su condición de miembro del consejo real y de canciller mayor del sello de la poridad, así como su responsabilidad en la custodia del monarca.48

Estos hechos, en definitiva, no solo explicarían la presencia de Chinchilla en el entorno de la nueva corte. También permiten entender la de otros colaboradores de Rodrigo Alfonso Pimentel, como, por ejemplo, Rodrigo Godínez, criado de la casa de Benavente y ballestero mayor del rey, o Francisco del Castillo, igualmente criado del conde y escribano de cámara del monarca.49

La condición de «criado» de la que disfrutará Pedro de Chinchilla dentro de la casa de los condes de Benavente (§ II) será, en este sentido, clave para comprender la composición de ambas obras. Por un lado, por la referida posición de Rodrigo Alfonso Pimentel en la corte de Alfonso XII, quien a través del patrocinio de la Exhortación reforzaba su posición interna dentro de la corte regia y ponía de relieve su adhesión al ideal del buen gobierno. Por otro lado, por el propio contexto cultural en el que Chinchilla habría desarrollado su actividad intelectual desde la década de los cuarenta: la corte de los condes de Benavente y los intereses culturales de los distintos titulares de su casa, manifestados tanto en la biblioteca condal como en su condición de patronos literarios.50 En este sentido, algunas de las orientaciones de la obra de Chinchilla desarrolladas en los años 1466 y 1467 no serían por completo ajenas a las inquietudes culturales de la corte del conde de Benavente, en cuyo seno Chinchilla habría procedido a la traducción, en 1443, del Libro de la historia troyana (§ II) y en cuyo entorno Diego de Valera había dedicado, hacia 1461, a Rodrigo Alfonso Pimentel su Breviloquio de virtudes (§ VI.3) y fray Hernando de Talavera redactaría, algunos años después, hacia 1470-1485, la Avisación de cómo se debe cada día ordenar y ocupar, para que expienda bien su tiempo, dirigida a María Pacheco, condesa de Benavente.51


La definición de este entramado cultural, consustancial, a fines de la Edad Media, a la propia idea de corte, trajo aparejada la difusión de un conjunto de imágenes propagandísticas, como han puesto de relieve Óscar Perea Rodríguez, José Manuel Nieto Soria o Dolores Carmen Morales Muñiz.52 Es probable que la configuración de estas imágenes no solo buscara construir una legitimidad alternativa frente a su contrincante Enrique IV. También intentaría reforzar los objetivos políticos dentro del propio sector alfonsino, con el fin de dotarle de una coherencia ideológica y de un conjunto de principios doctrinales y programáticos. Entre estos principios, hubo de desempeñar un papel fundamental el impulso al discurso religioso, ético y moral como fundamentos de gobierno, por cuanto, en palabras de Juan Torres Fontes:

Todo acto, propósito o decisión de la nobleza iba envuelto sagazmente por unas copiosas manifestaciones altruistas, generosas, moralizadoras y repletas de estudiados capítulos de reforma, destinados más que a engañar a unos pocos incautos, a conformar a los demás, impotentes para contener y discutir aquella avalancha hábil y oportunista.53

En su conjunto, la Carta y la Exhortación constituyen dos buenas muestras para la segunda mitad del siglo XV del papel protagonista de las ideas —y, en concreto, de la teoría moral y política— en el desarrollo de las estrategias de representación dentro del conflicto político. Ideas capaces de apuntalar ideológicamente las iniciativas militares y políticas —basadas en las victorias militares y en la consecución de apoyos políticos— impulsadas desde el bando alfonsino, sobre las que, como señalaba el propio Alfonso XII en octubre de 1465, se había asentado su poder durante los primeros meses de su reinado:

Después que de la noble villa de Valladolid vos enbié notificar el estado de los fechos de acá e de cómo yo mandaba allegar toda la gente de cavallo e de pie que en aquellas partes yo tenía e tengo mía e de los perlados e cavalleros e ricos omes que están en mi corte e servicio para ir a dar la batalla a don Enrrique, mi antecesor, e a sus parciales, con confiança muy grande que yo tenía e tengo en nuestro señor Dios e en el apóstol Santiago, mi patrón e defensor, e en la justicia e verdad de mi cabsa e en el buen esfuerço de los grandes e cavalleros e gentes que conmigo han estado e están que yo avería vencimiento contra mis deservidores.54

De esta forma, los meses que discurrirían entre junio de 1465 y julio de 1468 se hubieron de caracterizar políticamente, en palabras de José Manuel Nieto Soria, por el «despliegue propagandístico», manifestado en un conjunto de «iniciativas dirigidas a conformar opinión», que «tuvieron un protagonismo muy acusado».55 Dichas estrategias buscaban no solo dar forma a un conjunto de imágenes políticas y religiosas favorables a Alfonso XII de Castilla. También pretendían ofrecer visiones desfavorables sobre Enrique IV, ya en el campo político, en torno a la imagen del rex inutilis, ya en el moral y religioso, a partir de la pretendida homosexualidad o de la impiedad del monarca,56 que acabaría por definir esa «aborrecible servidunbre e tirano regimiento del dicho don Enrrique», al que se refería Alfonso XII en octubre de 1465, cuyo fin habría de tener lugar con «el loable e santo propósito» que él y los grandes del reino tenían para proceder a la «refo[rma] e hemienda de los males e injusticias pasados».57 Imágenes que, en una dirección u otra, poco tenían de extraño en un contexto en el que el poder temporal carecía de una autonomía propia con respecto al campo de lo religioso.

En todos estos procesos de creación de imágenes morales y religiosas del príncipe, tendrá, a lo largo del siglo XV, una progresiva importancia la figura del letrado, de la cual Pedro de Chinchilla (§ II) es un buen ejemplo: divulgador en vulgar romance de las altas doctrinas filosóficas y religiosas, y muestra, a fines de la Edad Media, de la capacidad para amalgamar un conjunto de materiales muy diversos de la Antigüedad que, moldeados a través de la tradición escolástica medieval e insertados en una concepción cristiana del devenir humano, adquirirán una nueva personalidad en torno a la composición de una suerte de tratado dúplice de vicios y virtudes destinado a la figura genérica del príncipe (§ VI.2). Ello con el objetivo de asegurar la fama y el gobierno duradero en la tierra y la vida eterna en el cielo, siguiendo el hado que la futura Isabel I había dirigido tiernamente en Arévalo a su hermano, el rey niño Alfonso, con motivo de su mayoría de edad, en los citados momos escritos por Gómez Manrique:

Eçelente rey dozeno | de los Alfonsos llamados, | en este año catorzeno | te faga Dios tanto bueno | que pases a los pasados | en trïunfos e vitorias, | en grandeza tenporales, | e sean tus fechos tales | que merescas amas glorias | terrenas e çelestiales.58

II. Pedro de Chinchilla, un letrado al servicio del conde de Benavente y de Alfonso XII de Castilla

Los perfiles biográficos de Pedro de Chinchilla son conocidos fundamentalmente gracias a las informaciones incluidas por el propio autor en sus obras.59 Así, Pedro de Chinchilla hubo de nacer en una fecha indeterminada, que quizá habría que situar no después de la década de los veinte del siglo XV, si atendemos al hecho de que este aparezca ya ejerciendo como testigo en una cesión en 1436.60 Pudo nacer quizá en el área de la Mancha de Montearagón, si atendemos a su apellido «de Chinchilla», alusivo a la actual villa de Chinchilla de Montearagón (Albacete), y al hecho de que lo encontremos en la no muy lejana Alcaraz (Albacete) a lo largo de los años 1466 y 1467. A su vez, es posible suponerle, atendiendo a la denominación de nuestro autor como «Pedro de Chinchilla de Valladolid»,61 una especial vinculación con esta última, en cuyo entorno no cabría descartar que Chinchilla pudiera haber entrado en contacto con el II conde de Benavente. En cualquier caso, Pedro de Chinchilla hubo de ser uno de los letrados ligados, en su condición de «criado»,62 al entorno de la casa de Benavente durante los gobiernos de Rodrigo Alfonso Pimentel (segunda mitad s. XIV-1440), II conde de Benavente (1420-1440),63 Alfonso Pimentel (ca. 1413-1461), III conde de Benavente (1440-1461)64 y el citado Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde y I duque de Benavente.65 Su asociación a dicha casa, en tanto que «criado», está documentada, por primera vez, en relación con la referida actuación como testigo en la cesión, realizada en Madrid el 13 de agosto de 1436, por parte de Rodrigo Alfonso Pimentel al concejo de Benavente de los lugares de Ferreras de Yuso, Nuez, Figueruela, Manzanal y Folgoso.66

Chinchilla se presenta así, a la altura de 1466, como un letrado estrechamente vinculado al II y III conde de Benavente en virtud de la pertenencia a su casa, donde hubo de conocer, antes de acceder a la titularidad de la misma, a Rodrigo Alfonso Pimentel, a quien ahora dirige sus tratados; lo hace atendiendo de una manera especial al vínculo con su padre y abuelo (1rb, 36va, 37ra) y, en un sentido retórico, «porque por fama» ha sido «certificado de la calidad e noble condición» del IV conde (36va). Sin duda, es llamativa la referencia que la rúbrica inicial hará de Rodrigo Alonso Pimentel como «legítimo sucesor de los muy excelentes e magníficos señores don Rodrigo Alonso Pimentel, su ahuelo, y de don Alfonso Pimentel, su padre» (36ra). También el hecho de que el III conde de Benavente sea puesto como ejemplo de apartamiento de la gula, en una alusión que probablemente pretendería, ante todo, poner de relieve la vieja relación entre Chinchilla y el fallecido conde (47rb). Aunque entra en el campo de la mera conjetura, quizá cabría pensar que, a la altura de 1465, Pedro de Chinchilla, ya en una edad madura, se encontrara retirado en Alcaraz,67 al margen de los movimientos de la corte condal y lejos de los dominios patrimoniales de la casa de Benavente, en Zamora, es decir, sin un contacto ni relación directa con el conde de Benavente. Relación que sería ahora retomada, evocando el «amor e actoridad que tove en la casa de los ya nombrados señores vuestros antecesores, de lo cual es buen testigo vuestra señoría» (37ra)», en el contexto de los nuevos cambios políticos, especialmente tras la conquista de Alcaraz por parte de los alfonsinos a fines de junio de 1465.68

Sea como fuere, a lo largo de la guerra civil, Pedro de Chinchilla, mantendría un estrecho contacto con la corte del conde de Benavente y, aunque hubo de permanecer buena parte de este período en Alcaraz, lo veremos itinerando con la corte condal, pues, como el propio Chinchilla indica, en la Semana Santa de 1467 se encontraba en la villa toledana de Torrijos, en compañía de Alfonso XII y de Rodrigo Alonso Pimentel (33vb-34ra). En cualquier caso, Pedro de Chinchilla continuaría vinculado a Rodrigo Alfonso Pimentel todavía en 1475, momento en el que tendrá lugar, durante la guerra de sucesión al trono castellano, la batalla de Baltanás (Palencia), durante la cual el conde de Benavente hubo de caer preso a manos de las tropas de Alfonso V de Portugal.69 En 1499, los herederos de Chinchilla, fallecido ya en esa altura, recibirían, atendiendo a las disposiciones testamentarias del conde, una cantidad de 5.000 mrs. como indemnización por las pérdidas sufridas por este en la citada batalla, pudiéndose, de esta manera, fijar el momento de la muerte de Chinchilla en una fecha indeterminada entre 1475 y 1499.70

En lo que respecta a su estado y formación, es probable que Pedro de Chinchilla fuera un laico, como el propio autor indicaría, al referirse a sí mismo como «yo, un simple lego» (2ra),71 y como se deprende del hecho de que, dentro del discurso de humildad bajo el que aborda el problema de la providencia en la Carta, declare que «poco ha leído en las santas e divinales escrituras» (50va)72. Además, Chinchilla tendría buenos conocimientos de latín y, a lo menos, ciertas inquietudes astrológicas, atendiendo a las dataciones zodiacales que introdujo en dos de sus obras.73 Sus funciones intelectuales como letrado de los condes hubieron de ser destacadas en el seno de la corte de los Pimentel. Chinchilla hubo de tener, en opinión de Palacios Martín, «un papel importante» en la formación de la biblioteca condal74 y desempeñó tareas intelectuales no secundarias en dicha corte, con el romanceamiento de la Historia destructionis Troiae de Guido de Colonna, bajo el ya referido título de Libro de la historia troyana (1443),75 que debió de ser, según María Sanz Julián, «su primera obra literaria»,76 y con la redacción de los tratados objeto de esta edición.

III. La Carta y breve compendio, dirigida a Rodrigo Alfonso Pimentel, IV conde de Benavente

1. Fecha de composición

Dentro de la Carta es posible diferenciar, desde el punto de vista formal, dos unidades redaccionales, a las que cabe atribuir distintas fechas de composición, aunque ambas funcionen, en realidad, como una unidad desde el punto de vista de su estructura, contenidos y objetivos: la Carta, a manera de proemio, aparece datada el día 13 de mayo de 1466, aunque el encabezamiento de la obra feche el conjunto en el mes de junio de ese año, probablemente la data de finalización del tratado. Aunque entra en el terreno de lo meramente hipotético, el proemio hubo tal vez de ser compuesto durante una etapa intermedia en la redacción de la obra, cuando el diseño de la misma se encontraría ya esbozado.77

La fecha de composición del tratado coincide con el ascenso del IV conde de Benavente en la corte de Alfonso XII (§ I), al que haría implícitamente referencia Pedro de Chinchilla, al referirse a los «grandes e arduos fechos» en los que se encontraba inmerso el conde en el momento de redactar el tratado (37ra).

2. Naturaleza genérica y título

El tratado ha recibido distintas denominaciones, habiendo sido titulado como Carta sobre religión,78 conforme al tejuelo manuscrito del lomo del volumen del testimonio M (§ VIII), como Carta con un breve compendio sobre religión,79 como Carta con un compendio enviado al conde de Benavente,80 como Breve compendio,81 como Carta con un breve compendio enviado por señor Pedro de Chinchilla al muy excelente y muy magnífico y virtuoso señor don Rodrigo Alfonso Pimentel, conde de Benavente82 o como Carta e breve conpendio.83 El título aquí adoptado, siguiendo de cerca a Gómez Redondo, es el de Carta y breve compendio, aunque se presente como igualmente idóneo el de Carta con un breve compendio, siguiendo la lectura literal que ofrece el testimonio M (36ra).

Como se ha señalado en el apartado anterior (§ III.1), es posible diferenciar dos unidades redaccionales: la primera unidad está constituida por la Carta, que sigue de una forma laxa la estructura canónica de la epístola, conforme a las normas del ars dictaminis (salutatio, exordium, narratio, petitio, conclusio). Esta adopción no sistemática de la estructura de la epístola se presenta como un aspecto habitual en el siglo XV, como nos indican las glosas a la carta dirigida por Enrique de Villena al rey de Navarra, que antecede su traducción de la Eneida.84 Así, en la Carta se encuentra, por ejemplo, ausente la salutatio, quedando el destinatario de la misma identificado a través de la rúbrica que encabeza la obra (36ra). No obstante, cabe destacar, como aspecto particular de su naturaleza epistolar, el hecho de que esta presente, siguiendo los usos diplomáticos, la correspondiente data tópica y cronológica (37va). Así, dicha Carta cabría incluirla, siguiendo a Carmen Castillo García, dentro del subgénero de la «epístola dedicatoria» o «carta proemio», a modo de «introducción a una obra literaria de más envergadura, tipo que se desarrolla ampliamente en el mundo medieval».85 Aunque la redacción de la Carta tiene lugar en «una etapa floreciente […] del género epistolar castellano»,86 no cabe descartar que la elección particular de esta fórmula, empleada ya por Íñigo López de Mendoza o Enrique de Villena, se pueda relacionar directamente con la dedicatoria Generoso militi domino Maghinardo de Cavalcantibus de Florentia preclaro regni Sycilie marescallo Johannes Boccaccius de Certaldo, dirigida por Giovanni Boccaccio (1313-1375) a Mainardo de Cavalcanti, mariscal del reino de Sicilia, con la que se abría De casibus virorum illustrium, fuente principal del tratado (§ III.3), denominada en algún testimonio manuscrito de la traducción castellana como «Epístula del auctor dedicatoria».87

El uso de esta fórmula de prólogo-carta, como señalan Jesús Montoya Martínez e Isabel de Riquer al estudiar la Carta-proemio del Marqués de Santillana, imponía algunas particularidades con respecto al proemio ordinario:

La carta, en realidad, se prestaba con más facilidad a una doctrinatio personalizada, dado que la relación bipersonal que se establece facilita la misma. Tanto más, cuanto que el emisor […] cree que su relación de parentesco o amistad le permite mayor familiaridad con el destinatario.88

La segunda unidad está constituida por el Breve compendio, o sea, el cuerpo de la obra propiamente dicho, que aparece caracterizado como un tratado sumario, a manera de vulgarización de altas autoridades, siendo el título de Breve compendio, en realidad, una denominación genérica que aludiría al carácter sintético y compilatorio del saber en él contenido. La inclusión del término «compendio» —o bien otros sinónimos, como los sustantivos «suma», «sumario» y los menos habituales de «abreviación», «breviario», «epítome» o «memorial», o el adjetivo «breve», «abreviado/a» o «sumario/a»— adquiere una especial relevancia en los títulos de distintas obras del cuatrocientos que, diferenciadas —en lo que a sus objetivos y audiencia se refiere— de las sumas filosóficas, teológicas o jurídicas universitarias difundidas entre los siglos XII al XIV,89 tenían como objetivo la vulgarización, generalmente en romance, de un conocimiento —sea este histórico, médico, religioso o filosófico— dirigido a los laicos. Con ello Chinchilla seguía una tendencia característica del período trastámara de una forma general y del siglo XV de una forma particular, como señalaría explícitamente el propio autor, al apuntar que la abreviación «a los modernos plaze» (37rb), gusto que será igualmente invocado, como justificación de la brevedad de sus obras, por autores como el Marqués de Santillana, Juan del Encina, Ferrán Núñez o Alfonso de Toledo.90 Muestra de este gusto por la abreviación cabría, de hecho, encontrarla, en el contexto cultural más inmediato a Pedro de Chinchilla, en la compilación de las Décadas de Tito Livio, realizada por Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde de Benavente, en 1439.91

En este sentido, el Breve compendio se presenta como vulgarización de la doctrina de «auténticos istoriadores» (36rb), realizada bajo la idea directriz de la brevedad, hecho que imponía, según su autor, una limitación en el número de los exempla incluidos en el tratado (§ V.1) y en el desarrollo de ciertos razonamientos. A su vez, el proceso de vulgarización se acompañaría no solo de la síntesis de altas doctrinas, sino del empleo de un «rudo estilo» (36vb), una fórmula en ocasiones más retórica que real, que caracterizaría, dentro del tópico de humildad, la redacción de la obra (§ V.3).

Desde el punto de vista genérico, el contacto de la Carta con los tratados sobre vicios es claro (§ VI.2). No obstante, su conexión con los problemas morales y religiosos inherentes a la práctica gubernativa y la propia temática de los exempla históricos a los que atiende Chinchilla, centrados en los casos de fortuna de distintos gobernantes desde Nembrot hasta Redagaiso (§ V.1), permiten insertar esta obra dentro de la literatura de espejos de príncipes, atendiendo a aspectos como: su destinatario, el interés por la formación moral del príncipe en el ejercicio de sus funciones de gobierno, su orientación didáctica, y su dimensión sapiencial y doctrinal. Espejo que, en este caso, adquiría, por su dirección al conde de Benavente, un perfil particular aristocrático, habiendo sido, por ello, definido por Gómez Redondo como «regimiento nobiliario».92

3. Fuentes

Pedro de Chinchilla fundamentó su tratado sobre una fuente principal: De casibus virorum illustrum del italiano Giovanni Boccaccio,93 cuyos nueve libros, en palabras de Carlo Muscetta:

furono stesi in una prima redazone tra il 1356 e il ‘60 e in una seconda, più amplia e stilisticamente riveduta nel 1373, quando l’opera venne dedicata all’amico e benefattore Mainardo Cavalcanti, alto funzionario del regno di Napoli […] Boccaccio immagina che gli si presentino a raccontare le proprie sventure le ombre di illustri vittime della fortuna. Secondo un ordine cronologico (da Adamo fino ai contemporanei) si dispongono così le tragiche vicende biografiche di uomini e di donne che la fortuna ha sollevato a un notevole grado di potenza, di ricchezza e di felicità, prima di abbandonarli a un rovinoso destino. Questa serie di exempla negativi è pertanto como inserita in una cornice didattica epico-drammatica […], per comporre il tutto di un’opera tan delectabile quam utile.94

Este tratado, era, por lo tanto, una fuente de inestimable interés para Pedro de Chinchilla, no solo por su temática, centrada en la presentación, en palabras de Eric W. Naylor, de una galería de figuras históricas que «alcanzaron o heredaron un alto mando pero terminaron de una manera desastrosa», sino por la inserción de sus avatares históricos dentro de un esquema moral, en el que «la mayoría de los desafortunados han terminado tristemente a causa de algún que otro defecto de personalidad, de los cuales los más comunes son la soberbia, que muchas veces se mostraba como crueldad, y la lujuria, muchas veces en combinación con la gula u otro pecado capital».95

Así, dicha obra habría de servir como vía indirecta de acceso a aquellos «auténticos istoriadores» a los que hace referencia Chinchilla (36rb), gracias al amplio repertorio de fuentes utilizadas por Boccaccio para la redacción de De casibus, entre las que se podrían citar, sin deseo alguno de exhaustividad, historiadores latinos como Lucano, Valerio Máximo, Suetonio, Tito Livio, Flavio Josefo o Tácito, o tardoantiguos, como Paulo Orosio, Eusebio de Cesarea, Gregorio de Tours o Paulo Diácono.96 De esta forma, De casibus se presentaría como un tratado especialmente valioso para Pedro de Chinchilla, gracias a su capacidad para proporcionar ejemplos de la Antigüedad, fruto de la condición de Boccaccio, en palabras de su traductor francés, Laurent de Premierfait, de «homme moult excellent et expert en anciennes hystoires et toutes sciences humainnes et divines».97 Pero también debido a la particular orientación moralizadora de dichos ejemplos, que recogían «las caídas e los abaxamientos que ovieron de sus estados en este mundo muchos e nobles e grandes cavalleros, por que los ombres non se ensobervezcan con los abondamientos de la fortuna»,98 aspecto que hubo de consolidar en Castilla, en línea con lo sucedido en Francia o Inglaterra, la imagen de un Boccaccio docto y moralista, cuya autoridad se entremezclaba con los libros sagrados, los Padres de la Iglesia o los filósofos de la Antigüedad.99

Pero esta atención hacia De casibus venía impuesta no solo por la temática y orientación de la obra, sino también probablemente por el interés que hacia esta, de una forma muy particular, existía en el entorno de Alfonso XII (§ VII). Un interés que no era, en modo alguno, privativo de este entorno, pues cabe recordar que esta obra formaba parte del canon de lecturas, ya no solo de las élites políticas castellanas, sino también occidentales, de fines de la Edad Media.100

Para la redacción de la Carta, Pedro de Chinchilla hubo de contar particularmente con la traducción castellana —al igual que harían el Arcipreste de Talavera en su aproximación a De casibus o Fernando de Rojas en su acercamiento a Fiammetta101 de De casibus virorum illustrium, realizada por Pero López de Ayala y Alonso de Cartagena, con el título de Caída de príncipes.102 Así lo permiten sugerir la escasa difusión de la versión latina en Castilla;103 algunos giros literales presentes en la Caída de príncipes y en la Carta; o el hecho de que Chinchilla cite pasajes de la redacción B de De casibus,104 realizada por Boccaccio hacia 1373 ó 1374, la misma redacción seguida por López de Ayala para realizar su traducción.105

A modo de muestra, podemos observar la aproximación que al romanceamiento de De casibus (columna de la izquierda) hace la Carta (columna de la derecha), en lo que se refiere al tratamiento de la lujuria (cap. IV):

Aunque quiera, non puedo refrenarme que non fable e diga los males quede la luxuria vienen, espeçialmente açerca los principes, los quales asý son sueltos e quebrantadores de la castidat comunalmente, que sy todas las mugeres syn vergueña a ellos se allegasen, tienen que non podrían abastar a fartar la luxuria. Ca lo tales, siguiendo sus voluntades desordenadas en tal caso, abriendo los ojos andan catando los templos, los mercados, las plasças e quales quier otros lugares do saben que se pueden ayuntar mugeres afeytadas, e por quanto aquel malo e desordenado apetito en ellos está apoderado, todas las judgan ser sufiçientes e todas ygualmente e malamente las cobdiçian.

E asý dellas se pagando, las unas con falagos e las otras con amanazas, las otras con dones, otras con prometimientos falsos e mintrosos cobran, e sy todas las cosas para esto non abastan, allá ordenan unas fiestas locas e con cantos e danças conbidando las traen e tienen, que muy grant cosa además acaban quando qualquier thálamo ageno corrompen e ensuzian. E sy acaesçe que de esta obra mala e suzia alguno tachando dize palabras, non tan solamente non las toman para se castigar, mas a los que así fablan e castigan por enemigos señalados los cuentan.

E luego, en aquella hora con un desvergonzamiento se levantan e dizen unas razones frías e syn provecho, las quales por muy santas e muy buenas las cuentan, poniendo enxemplo del adulterio de David con Bersabé, de Sansón con la mala muger, de Salamón con la muger ydolátrica e de otros tales; aun añadiendo, demás desto dizen que la luxuria de la mançebía non es ál salvo jugar e que la hedat lo escusa su pecado, ca es obra de natura e non maliçia, e que non podrían ellos refrenar nin estorvar los movimientos que son naturales; otrosý dizen que sy algo fazen, que en lo suyo lo fazen e sin fuerça alguna, e que en esto non fazen ynjuria a alguno; que después que Dios los llegare a la madurez de la vejez, que estonçe que ellos guardarán continençia como deven. ¡O linaje sandío e de poco comedimiento de los omnes, todo escarnio e sobervia! Non pudo negar aquellos que suso se dixo, que los santos omnes David e Salamón erraron; enpero después que pecó, David llorólo amargosamente e nunca de las lágrimas se partió fasta que amansó la yra e saña de Dios. Sansón, sy pecó, çiego e en luengo captiverio fue penado. Otrosý, Salamón pprivado fue del spíritu divino e conosçió su pecado e partióse dello. Mas estos adulterios, de los quales he fecho mençión, nin lloran los pecados nin se parten dellos nin temen el juizio de Dios. E si tú me dizes como David, Sansón e Salamón pecaron, otórgolo, pero querría que fiziesess tú como fizieron ellos, ca se arrepintieron. Es verdat que ellos fueron luxuriosos e mal fizieron, mas así fueron otrosí muy nobles en sus batallas e en guardar la justiçia en ser libres, largos a los que bien servieron. Otrosí fuero muy devotos en los sacrefiçios e serviçio de Dios. Pues, ¿por qué me niegan éstos, de quien digo, que non parescan a David e Sansón e a Salamón en las virtudes e quiérenles paresçer en los pecados? López de Ayala (1993: 151-152, lib. III, cap. V {IV} ).106

Bueno es de fablar un poco de la luxuria, especialmente cuando es usada por los grandes señores e príncipes, los cuales, si son sueltos en este pecado, son muy grandes quebrantadores de la castidad, non poniendo ningún freno a este pecado tan grande, cuando este desordenado apetito en ellos está apoderado, trabajando de corromper todo linaje de mujeres;

e, cuanto más castamente ellas biven, tanto más trabajan por corromper su castidad, o con falagos, o con amenazas, o con dones, o falsos prometimientos e mintrosos, o con otros engaños las cobran. Y entienden que grand cosa, además, acaban, cuando tálamo ajeno corrompen.

Y, d’esta obra tan suzia, mala y desonesta, algunos, queriendo reparar sus malos errores, dizen algunas vanas razones, poniendo enxemplo en el adulterio de David con Bersabé, y de Sansón con la mala mujer idolátrica y del sabio Salamón. E aun diziendo que la luxuria de la mancebía que non es sinon juego y que la edad los escusa por ser obra de natura, non podiendo refrenar los naturales movimientos.

Por cierto, los qu’esto proponen non se pueden negar que non sea cosa de poco entendimiento y d’escarnecer e, maguer sea verdad el pecado que aquellos santos ombres fizieron, David lloró su pecado amargosamente e nunca dexó las lágrimas fasta que amansó la ira e saña de Dios. Sansón, si pecó en captivedad y luengo captiverio, con asaz injurias fue penado. Salamón, por su pecado, fue del espíritu divino privado, conoció su pecado e partióse d’él. Más los que s’escusan con los errores d’éstos, querría que fiziesen como ellos fizieron, mas nin lloran su pecado nin se parten d’él nin temen el juizio e sentencia de Dios.

Estos mal fizieron e purgaron su pecado e fueron muy nobles, virtuosos, santos, libres e guardaron la justicia, fueron nobles e firmes en las batallas, muy devotos en el servicio de Dios; pues los que en el pecado y error se comparan a estos y s’escusan, con ellos devíanles semejar en todo y, pues les semejan en el pecado, parézcanles en las virtudes (43vb-44va).

Junto a De casibus, en segundo lugar, cabría atender a la hipotética influencia del Compendio de la fortuna de fray Martín de Córdoba, obra redactada a mediados del siglo XV, dirigida a don Álvaro de Luna. Un aspecto de especial interés, si tenemos en cuenta la posible relación de fray Martín con la figura de Alfonso XII de Castilla, atendiendo al prólogo del Jardín de nobles doncellas, que el agustino dirigiría a su hermana Isabel, en el que el religioso declara «la gran deuoción que él [el rey don Alfonso] en mí tenía, por su dulce & real clemencia».107 Esta posible influencia de fray Martín cabe circunscribirla de forma particular a un inciso en el capítulo IX, centrado en la providencia y la fortuna, así como a elementos particulares más imprecisos y en modo alguno concluyentes, como el valor concedido por fray Martín de Córdoba al exemplum108 o la presencia del motivo de la atención que se ha de prestar a la realidad presente como ejemplo109. En lo que respecta al primero de los aspectos, es significativa, aunque en modo alguno concluyente, la coincidencia de algunas ideas y términos entre el Compendio de la fortuna y la Carta, y el hecho de que la vuelta al relato de la Carta —y con ello, a su fuente principal, De casibus— sea explicitado con un «e, tornando a la materia» (50va). En este sentido, presentamos a continuación los pasajes susceptibles de mostrar algunos paralelismos entre el Compendio de la fortuna (columna de la izquierda) y la Carta (columna de la derecha):

Quando vemos que los bienes presentes vienen en gran copia a las manos de los malos, non devemos argüir que los malos son bienauenturados, mas devemos argüir que los bienes no son verdaderos bienes, pues vienen a manos tan indignas. Asi es de los males presentes: quando vienen a los buenos non devemos argüir que los buenos son malaventurados, mas que los males deste mundo non son verdaderos males, pues que bienen a los buenos. Onde ay bienes verdaderos en los quales ansi han parte los buenos que non averan parte los malos, e estos son los bienes eternales del paraiso. E ay males verdaderos, e en estos ansi han parte los malos que non avran los buenos, estas son las penas del infierno. Córdoba (1958: 44-45, lib. I, cap. VIII).

E por quanto Dios no dexa ningund mal sin puniçión e ningund bien sin galardon, a los ligeros pecados de los buenos dales ligera puniçion en este mundo con enfermedades e males transitorios, e a los ligeros meritos de los malos aplica galardon de ligeros bienes, dandoles abundançia de bienes temporales, los quales, como diximos, non son de algund momento; e a los buenos reserva a bienes eternales e a los malos a pena sin fin. Córdoba (1958:46, lib. I, cap. VIII).

Algunos quesieron dezir que oviese e aya fortuna próspera e adversa. E fablando aquí en ello alguna cosa, por cierto, la verdad en que todos los más concuerdan es que ninguna otra cosa sea fortuna, salvo que las cosas que son en la providencia de Dios. Cuando son puestas en obra e parecen en el mundo manifiestas que son contrarias a los ombres, en cuanto ellos, segúnd su opinión, las toman por tales, la llaman, por común vocablo, «fortuna adversa».E, cuando las tales cosas son plazibles a sus deseos e voluntades, la llaman «próspera». Y esto, segúnd el error de los más, que tienen que la próspera es aver copia de temporales bienes, honras, riquezas e así de las otras cosas que plazen a las sus voluntades; e la adversa ser privación de aquello que la próspera otorga, non mirando con verdadero acatamiento cómo las cosas que vienen bien a los ombres e son abastados d’ellas, a lo más, son enemigas de la su salvación.

E, como sea manifiesto e claro que non ay mal sin pena nin bien sin gualardón, pero, ¿pueden ser aquellos bienes en gualardón de algunos servicios qu’este tal aya a Dios nuestro Señor fechos e, como por sus pocos merecimientos, non sea digno de alcançar la gloria bienaventurada de la perdurable vida, es necesario que le sea gualardonado en esta vida presente aquellos bienes que ha fecho e faze? E, porque sería cosa peligrosa en esto fablar al que poco ha leído en las santas e divinales escrituras, nin querer declarar por qué la carrera de los malos s’endereça a bien e, algunas vegadas, los buenos son afligidos, bástale saber que los secretos e juizios de Dios son muy fondos e nuestro entender flaco e poco (50ra-50va).

En tercer y último lugar, cabría poner de relieve el interés por De consolatione philosophiae (525) de Severino Boecio (ca. 480-ca. 525/526). Un tratado ampliamente difundido en la Corona de Castilla,110 sobre el que no es posible determinar si Pedro de Chinchilla consultó la versión latina o alguna de las traducciones castellanas existentes. La atención hacia esta obra por parte del autor de la Carta pudo venir reforzada por el interés mostrado hacia esta obra, que formaba parte del canon de lecturas del Occidente tardomedieval, por el entorno de Alfonso XII de Castilla (§ VII). En cualquier caso, el protagonismo de esta obra en la Carta es anecdótico, reducido a una referencia en el «Capítulo III, que fabla contra los avarientos e codiciosos» (42va-42vb). En este sentido, es posible observar cómo la referencia que hace Pedro de Chinchilla a De consolatione no supone, en sentido estricto, la incorporación de sus contenidos; sin embargo, permite poner de relieve los perfiles boecianos, particularmente los presentes en el libro III de De consolatione, presentes en el capítulo XVII del libro III De casibus —que sirve de fuente del capítulo III de la Carta—, definido por Vittorio Zaccaria como un «capitolo classico del moralismo tradizionale», permitiendo a Chinchilla definir un marco interpretativo general para la doctrina del tratado:111

Non es dubda que mucho mejor e más syn peligro se posse la pobreza que las riquezas, salvo sy coracón fuerte las cobra. E asý es que los omnes que syn arte e rudos más se allegan a la opinión que non a la verdat non piensan que esto que digo es asý. Ca veo los alcáçares altos, las vestiduras de oro luzientes, las meças cargadas de viandas e de baxillas, los ayuntamientos de los servidores e otras cosas que maguer a ellos non los fazen nobles como ellos cuydan, enpero segunt su juizio fazerles ricos […]. Claro es e notorio: las cosas altas se demandan, e después de cada día o por rayos o por turbón de vientos e con movimientos de la tierra son sacudidas e las humildes e baxas e llanas fuelgan. Non catan como deven quántos sospiros, quántos trabajos en el coraçón, quántos en la voluntad cubre aquella vestidura de oro que trahe sobre sý, las quales algunas vezes non vestiduras mas sepulcros digo que son, llenos de cuerpos fedientes, apostados e afeytados de oro e de piedras preciosas. López de Ayala (1993: 193, lib. III, cap. XVII)

No es duda que mucho mejor e más sin peligro se posee el medio, teniéndose por contento del estado que buena e honestamente falló por sucesión de sus padres o alcançó sin ofender a Dios, su criador, nin con perjuizio del próximo. Pero los ombres rudos, que más se llegan a la opinión que a la verdad, non piensan qu’esto sea así, teniendo que la bienandança mundanal es perfección del ombre, e lo faze perfecto e bienaventurado contra el dicho de Boecio [en] De Consolación, que prueva lo contrario, veyéndolos en alcáçares altos e vestiduras de oro e con otros nobles apostamientos, las mesas cargadas de viandas con nobles e ricas vaxillas e muchedumbre de servidores, comoquier qu’estas cosas non les faze ser bienaventurados, aunque los faze parecer tales en los ojos de la común gente (42va-42vb).

Sistematizando las fuentes utilizadas por Pedro de Chinchilla para la redacción de la Carta, podemos apuntar provisionalmente las siguientes referencias:

Capítulos Fuentes citadas Posibles fuentes utilizadas (directas/intermedias)
Carta - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, proemio?
I - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. I, cap. III {II}112
II «boca del santo David» Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. I, caps. IV {III}, V {IV}, XII y XIV y lib. II, caps. I, II y XVI
III Boecio, De consolación Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. III, caps. VI, XVII y lib. V, caps. VI y X; Boecio, De consolatione philosophiae, lib. III
IV - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. III, cap. V {IV}
V - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. IV, cap. III {II}
VI - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. III, cap. XVII y lib. VII, caps. IV {VI} y V {VII}; ¿Enrique de Villena, Doce trabajos de Hércules, cap. V?
VII - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. II, caps. XII y XIII
VIII «Istoria de Teseo» Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. I, caps. X y XI
IX - ¿Fray Martín de Córdoba: Compendio de la fortuna, lib. I, cap. VIII?; Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. III, cap. II
X - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. II, cap. XXI y lib. VIII, caps. II {III}, III {IV}; ¿Fuente no identificada sobre el exemplum de Marco Furio Camilo (§ V.1)?
XI San Agustín; «Istoria de sant Basilio» Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. VIII, caps. VIII {XI}, IX {XII} y X {XIV}; Eclesiástico 23: 12 ¿por intermediación de Agustín de Hipona?
XII - Giovanni Boccaccio, De casibus virorum illustrium, lib. II, caps. IV y V y lib. IV, cap. VI {V}

Tabla 1. Fuentes hipotéticas de la Carta y breve compendio

Pedro de Chinchilla tal vez pudo consultar algunas de estas obras en la biblioteca condal.113 En cualquier caso, la difusión en la Corona de Castilla tanto de De casibus como de De consolatione philosophiae era lo suficientemente amplia como para no descartar un acceso alternativo a la referida corte.

4. Estructura

La obra, precedida por una carta-proemio (§ III.1), se organiza en doce capítulos que, a su vez, pueden ser sistematizados en seis bloques temáticos. Aunque el primer bloque actúa a modo de marco doctrinal, al fijar la primacía de las cosas divinas sobre las temporales, los restantes se organizan de una forma acumulativa y sin una coherencia temática clara, presentándose el capítulo IX como transición entre aquella sección dedicada a los pecados capitales (caps. II-VIII) y una segunda parte de carácter misceláneo (caps. X-XII). Partiendo, como hemos apuntado, de De casibus (§ III.3), Pedro de Chinchilla hubo de organizar y sistematizar los materiales ofrecidos por Boccaccio para dar forma a una obra cuyo núcleo era un tratado político centrado en los vicios (§ VI.2), que mostraría, en buena medida, en la propia selección y organización de los materiales de De casibus, una perspectiva original —limitada, eso sí— de las distintas problemáticas abordadas, sujeta, sin embargo, a la literalidad del discurso de De casibus.

Apartado temáticoCapítulos
Carta-proemioCarta, fols. 36ra-37va
Tabla de capítulosTabla de los capítulos d’este libro, fols. 37va-b
Preferencia por las cosas divinasCapítulo primero, que muestra cómo los ombres en todas sus cosas deven anteponer a Dios, fols. 38ra-39ra
Pecados capitalesCapítulo II, que fabla contra el pecado de la sobervia e contra los sobervios, fols. 39ra-41vb
Capítulo III, que fabla contra los avarientos e codiciosos, fols. 41vb-43vb
Capítulo IIII, que fabla contra los luxuriosos, fols. 43vb-45va
Capítulo V que fabla contra los embidiosos, fols. 45va-46rb
Capítulo VI, de los que yerran en el pecado de la gula, fols. 46rb-47rb
Capítulo VII, contra los perezosos e que ocupan su tiempo en cosas torpes e sin provecho, fols. 47rb-48rb
Capítulo VIII, del pecado de la ira e cuánto es cosa peligrosa creer de ligero, fols. 48rb-50ra
Providencia y fortunaCapítulo IX, de cómo no es otra cosa fortuna, salvo la providencia de Dios, fols. 50ra-51rb
La piedadCapítulo X, de los que son crueles contra los vencidos e cómo sea cosa de loar ser piadosos contra los miserables, fols. 51rb-52va
La blasfemiaCapítulo XI, lo que se dize contra los blasfemos y renegadores, fol. 52va-54vb
El buen príncipe y el tiranoCapítulo XII, de los grandes príncipes y señores que tienen cargo de regir pueblos, cómo deven ser cuidosos en los governar por amor, fols. 54vb-57va

Tabla 2. Estructura de la Carta y breve compendio

5. Contenidos y líneas temáticas

5.1. El vicio y el pecado: dimensión moral y política

La Carta se presenta como un tratado dirigido a la formación de la figura genérica del príncipe, es decir, en palabras de Enrique de Villena, de los «emperadores, reyes, duques, marqueses, condes, vizcondes capitanes, governadores e todos los otros que han juridiçional exerçiçio temporalmente o que han de regir compañías o familia»,114 con el objetivo particular de acrecentar, en su «poca edad», la nobleza de Rodrigo Alfonso Pimentel:

Dios vos quiso fazer tan noble e virtuoso, que mucho mejor sería en vós la nobleza acrecentada, informado y enseñado, avisado e certificado, e amonestado cuántos bienes nacieron e nacen a los ombres que bien e virtuosamente bivieron e biven; e, así bien, de la mala e disoluta vida cuántos males, peligros, trabajos, aflicciones, pérdidas, caídas de sus estados y crueles muertes les vino e vienen, demás de las infernales y perdurables penas que avrán en el venidero siglo (36vb).

Con ello, buscaría mostrar «cuánto bien nace del noble e virtuoso bevir e cuánto mal de lo contrario y de ser remiso e floxo en su vida» (37rb). Esta preocupación genérica adquiría una dimensión particular a lo largo del año 1466 (§ III.1), cuando el conde de Benavente alcanzaba nuevas responsabilidades políticas en la corte alfonsina, que lo situaban en una posición que, como señala Gómez Redondo, «comportaba una situación de riesgo»:115

Como yo en mi retraimiento leyendo, por foir el ocio, aya fallado en diversos libros ordenados por auténticos istoriadores cuánto los ombres, especialmente los puestos en grandes dignidades y estados, son traídos en este mundo, por la fortuna, en diversos rebolvimientos, aunque en su bevir ayan seído onestos e bien temprados. Pues más se falla ser traídos los que pasaron su vida disolutamente, embueltos en vicios e grandes pecados, siguiendo sus desordenados apetitos, dando mala cuenta de sí y de los pueblos a ellos encomendados por aquel Dios todopoderoso, que los crió tan nobles, con beneficio de razón, y les dio señorío sobre los otros (36rb).

El discurso de la Carta se organiza en un doble plano temporal y espiritual, cuyo objetivo será declarar «algunas cosas provechosas al estado de vuestra persona e fama e, mucho mejor, a salvación del alma, la cual mucho devemos procurar» (36vb-37ra), con la finalidad de que «aya lugar de bien fazer para alcançar mayor gloria en la otra [vida] y en esta quede fama de sus nobles fechos» (47va). Es significativo que, aunque el tratado prime los objetivos religiosos, no renuncia a abordar aspectos de naturaleza temporal, mostrando la compleja articulación entre las percepciones teológicas y temporales sobre el príncipe. En este sentido, el tema de la fama, al menos, parcialmente, centraliza, tal vez bajo la influencia de De casibus, esta vertiente temporal del príncipe.116 Así, la fama es presentada como un bien secular imperecedero y resultante del ejercicio de una vida virtuosa y ejemplar, en línea con el aristotelismo, para el cual «el honor se contempla como un deseable subproducto de la virtud».117

En su conjunto, el tratado busca diseñar un modelo religioso fundado en la reprobación de los denominados, durante el período bajomedieval, como «pecados mortales», «pecados capitales», «vicios» o, más raramente, «pecados criminales» (soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, pereza, ira), que propiamente deberían ser designados como «pecados capitales».118 Pecados que serían concebidos siguiendo la definición agustiniana, en palabras del Tractado de vicios e virtudes, versión castellana del Viridarium consolationis de Iacopo de Benevento, como:

menospreçiar omne a dios que es bien que nunca se muda nin se cambia e allegarse e querer las cosas tenporales que syenpre se mudan e pasan e syenpre estan en un estado. E asy pareçe que pecado es dicho deseo o fecho contra la ley de Dios.119

La clasificación de los pecados que presenta Pedro de Chinchilla se amolda al listado canónico que, con diversas variantes, integra el catálogo de los siete pecados capitales. Estos pecados capitales, ausentes en la Biblia y en las primeras reflexiones de la patrística, hubieron de ser definidos, en el marco del ascetismo egipcio, por Evagrio el Póntico (m. 399), quien formulará la existencia de ocho «malos pensamientos» (logismoi), adaptados, poco después, al contexto del cenobitismo occidental por Juan Casiano (m. 433-435) en torno al sistema de los vicios capitales (vitia principalia), si bien su difusión y clarificación no tendrá lugar sino posteriormente, de la mano del pontífice Gregorio el Grande (m. 604). Sobre este modelo, gracias al desarrollo, a partir del siglo XII, de la teología moral y al impulso que, desde el siglo XIII, experimentó la predicación y la confesión obligatoria, hubo de tener lugar una profundización en el conocimiento sobre la naturaleza del pecado y la consagración definitiva de la clasificación de los pecados o vicios mortales (peccata mortalia), gracias principalmente a la Suma sobre vicios y virtudes de Guillermo Peraldo, redactada hacia 1236, sobre la que se articulará la tradición moral de la cristiandad.120 El catálogo de los «pecados mortales», como los denomina Pedro de Chinchilla (33vb), sigue así la estricta ortodoxia, siendo similar a la perspectiva contemplada en obras castellanas como el Libro de miseria de omne, el Rimado de palacio de Pero López de Ayala, el Dezir sobre los doze estados que son en el mundo de Pero Guillén de Segovia, el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, las glosas de Enrique de Villena a la Eneida o la Breve y muy provechosa doctrina de fray Hernando de Talavera.121 De hecho, la propia ordenación de los pecados que presenta es, a grandes rasgos, exceptuando la ira y la pereza, análoga a la ofrecida por el Corbacho o el Rimado de palacio.

Conforme a la lógica interna de la literatura de espejos y del propio tratado objeto de estudio, el príncipe habría de evitar el pecado, no solo a causa de la asunción de la misión divina de guardar a su pueblo, sino también como consecuencia de su posición política y social superior. En este sentido, la posición del gobernante era especialmente peligrosa, por su facilidad para pecar, «porque, así como en ellos [nobles y príncipes] resplandecen las virtudes más que en los otros de poco estado, así son más de reprehender en ellos cualquier error que fagan» (47va). Así ocurriría con la codicia, «porque, con el poder y señorío que tienen para poner en obra e acabar sus apetitos, mayores daños e males se causan» (42ra ), o con el creer de ligero, por cuanto «tienen mayor lugar para poner lo que quieren en obra» (48va).

En la conceptualización de algunos vicios, Chinchilla tendrá en cuenta la concatenación de pecados, los cuales guardarían entre sí una relación causal, siguiendo una tradición que es posible remontar al propio Evagrio el Póntico, con continuidad a lo largo del período medieval.122 Pensamos, por ejemplo, en la relevancia dada a la gula, vista como puerta hacia otros pecados, por ser «causa e fundamento de otros muchos, especialmente lo acompañan la luxuria e la pereza» (47ra).

En algunos supuestos, la caracterización que se ofrece sobre el pecado emparentaría, en buena medida, con la idea del justo medio aristotélico.123 Así sucede con el pecado de la lujuria, frente a la cual «que un ombre aya su mujer e la tenga segúnd ley ordenada e por aver fijos y generación, que les suceda e conserve su eser, buena e justa cosa es» (44va), o con el pecado de la gula, «si es usada tempradamente para el mantenimiento natural del cuerpo, es virtud» (46rb), hecho que permite configurar un discurso armónico, en lo que a la caracterización de la virtud se refiere, con la perspectiva aristotélica de la Exhortación (§ IV.5.2).

Como complementarios de los siete pecados capitales, Pedro de Chinchilla añadirá a la clasificación canónica —aspecto que no será extraño a lo largo de la Baja Edad Media—124 dos pecados adicionales: la crueldad (51rb-52va), un aspecto fundamental en la caracterización del tirano; y la blasfemia (52va-54vb), que cabría incorporar dentro de los denominados por Carla Casagrande y Silvana Vecchio como «pecados de la lengua», que tienen su origen en los pasajes Éxodo 20: 7 y Levítico 24: 10-16, y que son objeto de atención ulterior en Mateo 15: 19 o Marcos 7: 21-23, regulados y sistematizados principalmente a partir de fines del siglo XII y hasta algo después de mediados del siglo XIII y objeto, a partir del segundo cuarto del siglo XIII, de lo que Corinne Leveleux-Teixeira denomina como «canonisation» del pecado de blasfemia.125 Además, Pedro de Chinchilla presenta, incorporándolos directamente de De casibus, dos vicios políticos que tendrán amplia fortuna dentro de la literatura de espejos de príncipes, como pecados estrechamente ligados a la figura del príncipe: en primer lugar, el creer de ligero (48rb-50ra), que adquiere un perfil específico en relación con la ira, en torno al problema que supone actuar con arrebatamiento. En segundo lugar, la importancia de la idea del consejo, que, si bien constituye, en sentido estricto, una categoría política, acaba por quedar inserta vagamente en un marco religioso, dentro del necesario acatamiento a Dios (54vb ). En esta percepción del consejo a la luz de la obediencia a la divinidad cabría ver probablemente el papel otorgado a la razón —una razón alejada de la voluntad, a través del consejo— como instrumento para desentrañar la ley divina y, en definitiva, reconocer el poder de Dios.126

Pero, además, el rechazo al pecado, más allá de sus implicaciones estrictamente espirituales, sería fundamental para asegurar el ejercicio recto de la virtud, pues, como recordaría Alfonso Martínez de Toledo, «en uno non pueden virtudes estar e vicio, por su contrariedad»,127 por lo que, en palabras de Enrique de Villena, «la prosecuçión de las virtudes ha primero despojarse del ábito viçioso».128 Este aspecto permitirá presentar, frente al vicio, algunas virtudes deseables en el príncipe, como la humildad, tratada en la aproximación a la soberbia, manifestada, en el plano religioso, en la obediencia a Dios, como instrumento más firme para conseguir la seguridad (40va-b); la castidad, atendida al tratar sobre la lujuria (45va); o la piedad, abordada al hablar sobre la crueldad (52ra-52va).

La incorporación de esta perspectiva religiosa, articulada en torno al pecado, al ámbito político —ello en detrimento de otras categorías propiamente políticas, como la justicia o la administración burocrática— no era un aspecto anecdótico, pues permitiría definir una actuación, en el campo político, acorde a la ley divina y, derivado de ello, una sujeción de lo político a lo ético-religioso.

Carta y breve compendio. Exhortación o información de buena y sana doctrina

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