Читать книгу La Sombra de Anibal - Pedro Ángel Fernández de la Vega - Страница 10
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Roma hace frente a su enemigo más formidable hasta la derrota, pero ni Aníbal ni Roma están dispuestos a olvidarse. Todo va más allá aún, hasta el acoso y la muerte. Los más distinguidos políticos y los generales de triunfos más memorables se concitan uno tras otro, y entrelazan sus propias trayectorias y sus rivalidades inflexibles al servicio de la causa de la República ante la mayor amenaza exterior que a lo largo de más de mil años se cernió sobre Roma. De la empresa, la Urbe emerge como potencia hegemónica en el Mediterráneo, que derrota a los cartagineses en Occidente y asume el arbitraje internacional del espacio helenístico en Oriente. Es así como seis cónsules se convierten en auténticos líderes políticos protagonizando la etapa central de la República Clásica.
La República Romana nació para permanecer. Casi cinco siglos. Roma fue republicana antes que imperial y creó un sistema de equilibrios constitucionales muy duradero, una estructura política que solo quebró tras una secuencia sostenida de dinastas tiranos y dictadores. La historia de la República no es la de su declive, no es solo la crónica de una larga agonía de un siglo de duración, desde que las reformas de los Gracos inician la fase desestabilizadora, hasta alcanzar con la tiranía cesarista el preludio a un final ineludible: la llegada del régimen imperial. La literatura grecolatina es mucho más abundante y prolija para ese último siglo de República, pero hubo una época dorada, la época clásica de la República Media.
En ese momento el sistema político pone a prueba y entrena los mecanismos constitucionales regulares y de emergencia, y sobrevive. Interreyes, dictadores, comandantes de la caballería, o cónsules y procónsules que repiten una y otra vez en el cargo, logran despejar el riesgo cartaginés y alcanzan una notoriedad excepcional: plebeyos populares, patricios presidencialistas, dinastas de veleidades cesaristas y generales helenizantes ganan carisma, triunfan en los comicios, se sacrifican en el frente, merecen el triunfo, obtienen la gloria, y luego su estela se apaga. El ejercicio de una política de raíz democrática, pero de entramado oligárquico, devora a sus hijos después de exigirles arriesgadas empresas militares y de someterlos a los resortes de un poder fundado sobre arcanos rituales. El mantenimiento de la paz de los dioses y los designios de los colegios sacerdotales, integrados por los mismos políticos, velan como una especie de jefatura de Estado por encima de los resultados electorales. Los prodigios y los auspicios se toman en consideración, de modo que la política se preña de religiosidad y las garantías constitucionales encuentran una fundamentación suprema. Cuando el peligro cede, el ejercicio político de ritmo anual recupera su pulso normal.
Magistraturas electas cada año y colegiadas, sin cargos unipersonales, garantizaban un fluido ejercicio de la política siguiendo unas carreras preestablecidas y codificadas de honores. Así se canalizaban las ambiciones de poder y se aliviaban las tensiones aristocráticas. Cuando fue preciso recurrir a hombres experimentados, se abrió la posibilidad de la iteración, de permitir repetir como cónsules o como imperatores a los políticos más destacados. El pragmatismo romano previó un mecanismo excepcional para una situación de emergencia. De este modo emergieron líderes de singular talla apoyados sobre sólidos triunfos electorales con una amplia movilización de voto popular.
Este libro encierra las semblanzas de seis cónsules memorables y una catarsis, al tiempo que recorre la historia política de la segunda guerra púnica y su posguerra. Se trata de seis formas de llegar al liderazgo político, emergiendo, entre decenas de dinastas preclaros o centenares de cónsules, para definir seis figuras históricas prácticamente sincrónicas. Sus méritos y sus interacciones –con alianzas, férreas rivalidades y enemistades declaradas– pudieron fraguarse en una coyuntura desacostumbrada: Aníbal y la expansión mediterránea, en Hispania y Oriente, crearon ocasiones para que algunos nobles romanos –patricios y plebeyos– alcanzaran memoria imperecedera. No se trata de hazañas. Fueron servicios a la República. Y no estuvieron exentos de carga ideológica: populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas, adalides de la lucha contra la corrupción lideraron Roma y permiten observar cómo funcionó orgánicamente, y cómo sobrevivió, la República Clásica.