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Gonzalo
ОглавлениеMi nombre es Gonzalo. Nací en León capital a finales de los años sesenta. Conservo recuerdos difusos de cuando tenía unos tres años y algunas ideas un poco extrañas: pensaba que la gente fumaba para combatir el frío y que usaba relojes de pulsera porque eso le daba fuerza.
Fui el mayor de cuatro hermanos. Siempre discutíamos por todo y casi siempre me llevaba las regañinas de mi madre. Recuerdo haber vivido en bastantes sitios. Del último, del barrio de San Mamés, es del que mejor recuerdo tengo: los olores del café por la mañana en los bares, mi primer colegio, el portal donde vivíamos, las heladas en las calles y sobre todo, de manera especial, guardo en mi memoria las veces que íbamos a casa de mis tíos. Aunque el camino era largo y lo hacíamos andando, resultaba muy agradable. Mis tíos no pudieron tener hijos. Creo que debido a eso nos trataban como si nosotros lo fuéramos. Tenían un trato especial conmigo, me sentía muy arropado con ellos. Mi tío es todo un melómano y me enseñó mucho sobre música clásica, a escucharla, a distinguir cómo sonaba cada instrumento y a reconocerlos. ¡Eso sí que era estimulante!
Mi abuela se escapaba de su casa para vernos. Llegaba en el autobús y nosotros la esperábamos en la parada. Era una mujer prisionera de dos mundos, sin capacidad para decidir y siempre triste por mi madre y por nosotros.
A primeros de los años setenta, por cuestiones de trabajo de mi padre, nos mudamos a Jaén. Este trabajo absorbía mucho de su tiempo y apenas le veíamos. Nunca fui feliz en Jaén; no me relacioné bien con los niños de mi barrio ni de mi colegio, por lo que creo que desarrollé una imaginación que me llevaba donde quería. Me gustaba mucho jugar solo, aunque perdí la oportunidad de ser un deportista.
Los primeros años de trabajo de mi padre transcurrieron entre maquinaria industrial destinada al mundo rural a lo largo de toda Andalucía. Puede parecer muy duro hoy en día, pero cuando has crecido así, viendo a tu padre de vez en cuando nada más, pasa a ser lo más normal del mundo. Más que añorarle, te hace ilusión verle. En verano mi padre podía compatibilizar su trabajo con nosotros, con lo que viajábamos con él en algunas ocasiones. En cualquier caso, nunca fue agradable este periodo.
Franco murió, mi padre pudo recuperar su antiguo puesto de trabajo y pudimos volver a León. ¡León! De nuevo en casa, no me lo podía creer. ¡Qué diferencia! ¡Otra vez donde crecí, mi barrio de San Mamés! Todo genial. Mis tíos estaban esperándonos y les veíamos todos los fines de semana.
En esta época debía de tener unos diez años y tenía éxito en los estudios. Desde el principio se me dio muy bien estudiar. Mi padre me estimulaba contándome y trayéndome cosas diversas, le encantaba explicarme cómo funcionaban: desde un carburador hasta un control de cámaras, desde un tubo de rayos catódicos hasta una emisora de radio. Todo me iba bien, me entraba como la seda. Una vez me explicó cómo funcionaba un reactor nuclear y me contó que algunos submarinos se ponían en marcha generando electricidad con un reactor. Me apasionaba ese mundo. Tuve tema de imaginación durante meses. Una vez expliqué a mi profesor lo mismo que me había contado mi padre y le mostré una libreta con los bocetos, las ideas y los dibujos que hice sobre ello. Se montó un buen lío; me querían proponer para ir a otro centro educativo, pero al final todo quedó en agua de borrajas.
Por su parte, mi madre, entre otros aspectos de la vida, se centró en ofrecernos una buena y libre educación sexual. Realmente, he de agradecérselo porque me ha servido de mucho. En su contra destacar que tuvo la mano bien larga con nosotros y eso se mantuvo durante toda esta época de mi vida. Llegó un momento en que no me importaba que me pegase… Un mal rato y luego se pasaba. Se aprende, de alguna manera, a convivir con ello.
En esos meses además, para colmo de males, nos fuimos a vivir a Ponferrada, donde estudié séptimo y octavo de EGB. Mis relaciones con el resto de muchachos mejoraron bastante con respecto a León; me interesaban más las pandillas, las chicas, comencé a fumar. En cualquiera de los casos, apenas conseguí salir con un par de ellas. Nunca fui el guapo del grupo. Me matriculé en primero de BUP y lo repetí en tres ocasiones. Dejé de estudiar sin conseguir el título de bachillerato.
Al mismo tiempo, alternando con los estudios, comencé a trabajar colaborando en una pequeña tienda de alimentación, donde atendía a los clientes, ayudaba a limpiar y me quedaba cuidando el local cuando la dependienta debía salir. Después trabajé en otra tienda de electrodomésticos instalando vídeos o televisiones. Allá hice amistad con la dueña, que era una mujer de más de cincuenta años, de agradable conversación y que me admiraba por todo lo que hacía.
En esta época, en la que simplemente dejaba pasar los días por delante de mí, mi hermano me contó que había una vecina que por las noches se paseaba desnuda por su casa. Nunca logré verla, pero unos días más tarde la conocí. En el parque del barrio entablamos conversación y por motivos de trabajo me dijo que buscaba a alguien para que le cuidase a su hijo. Bueno, era una manera más de ganar algo de dinero, por lo que me ofrecí sin dudarlo y cada día iba a su casa, cuidaba de su hijo y esperaba hasta su regreso. A su llegada cada día hablábamos sin parar. Ella tenía veintiséis años y yo ya había cumplidos los quince. El día de su cumpleaños Elvira, que así se llamaba, me dijo que me haría un regalo especial. Me invitó a mi primer porro y acabamos liados en la cama. ¡Vaya cambio y vaya regalo! De un par de besos furtivos a ver a una mujer desnuda… Y no fue en una sola ocasión, sino que ocurrió más veces, tantas como yo deseaba. ¡Increíble! Mis padres se enteraron de este asunto y, bueno, evidentemente no les hizo la más mínima gracia.
De esta forma, tuve relaciones con otras mujeres; por supuesto, todas mayores que yo. En esta época yo era realmente independiente, incomprendido y muy osado, nada me daba miedo. Recuerdo un verano, probablemente el de ese mismo año, que con una paga del comercio donde trabajaba me compré una tienda de campaña, un billete de autobús y me fui de vacaciones a Peñíscola. A mi llegada llamé a mi madre y le dije: «Mamá, esta noche no ceno en casa». Toda una ironía; hacía tiempo que no hablaba con ella.
Mi dinero se acabó al poco tiempo de llegar allá. Hice amistad con las cuarentonas del camping donde me instalé y jugaba apostando a las cartas con ellas. Nunca fui bueno en juegos de azar, así que imagino que se dejaban ganar, pero sacaba suficiente como para poder pagar un día más de estancia en el camping. Me lo pasé en grande cuando conocí a Ana Belén, una mujer que tenía un coche fantástico y con quien tuve un asuntillo durante unos cuantos meses.
Siempre quise trabajar en lo que hago ahora, me apasiona la informática. En ese tiempo conseguí mi primer trabajo en regla y fue en otra tienda. Tenía unos diecisiete años, un contrato de aprendiz y ya me consideraban como el «gran experto en ordenadores». Tenía como compañero de trabajo a un chaval que se llamaba Gerardo, un poco mayor que yo. Nos hicimos muy amigos y además conocí a su novia, Rosana. Gerardo y Rosana son hoy en día, junto con Fidel, mis amigos en letras mayúsculas. Gerardo estaba hasta las narices de su madre y yo ni que decir de la mía, así que decidimos vivir juntos y nos alquilamos una casa en pleno centro.Nos íbamos a comer el mundo, queríamos hacernos millonarios. Conocimos en esta época a bastante gente que buscaba magia en las nuevas tecnologías.
No nos iba mal económicamente y Gerardo, que siempre ha tenido una buena cabeza para hacer dinero enseguida, entendió que la manera de sobrevivir era vender cintas de juegos en el mercadillo. La de pasta que pudimos fabricar en esos meses. Cada fin de semana podíamos sacar toda una fortuna para la época. Así que decidimos ir al Reino Unido, la meca de la informática, para comprar todo tipo de artilugios.
Estábamos bastante desahogados y nos alquilamos un apartamento cerca de Sotogrande. Estuvimos viviendo un par de meses por todo lo alto, celebrando mi mayoría de edad. Y, como a casi todo el mundo en esos años, me llegó la hora del servicio militar y me tocó en Burgos. No hay mucho que contar, salvo que aproveché para estudiar tanto como pude los textos que normalmente se enseñaban en la recién creada Facultad de Informática, que me encantaban. No me considero una persona con ideas suicidas, pero es cierto que, desesperado en una garita, me faltó poco para pegarme un tiro con una Zeta. Cuando salí de la mili comencé a trabajar en una pequeña empresa que había montado mi amigo Gerardo. Le iba bien y su negocio era bastante lucrativo.
Una noche de esos años salí a divertirme y en una discoteca, con amigos y vacilando, conocí a una chica de mi edad, que poco después se convirtió en mi mujer durante quince años. Se llamaba Sandra. Parecía simpática, valiente, seductora e interesante por su conversación. Comenzamos a salir juntos, quedábamos a menudo y lo pasábamos bien.Una tarde de verano, haciendo el amor en la casa de mis padres… ¡un preservativo se rompió! ¡Qué detalle! A pesar de que pones todo de tu parte, se rompió sin más. Y eso me rompió a mí la vida. Pocas semanas más tarde vinieron los vómitos, los llantos y los cambios repentinos de humor, así que después de hacer el consabido test de embarazo comprobamos que íbamos a ser padres.¡Teníamos veinte años! No podíamos ni debíamos tener un hijo tan pronto, así que le propuse interrumpir el embarazo. Se negó; me dijo que criaría sola a su hijo, que yo no debía preocuparme. No podía permitirlo. Como decía mi abuela, «a lo hecho, pecho». Le eché valor y hablé con mis padres. Ellos me apoyaron en todo. Al final nos casamos y, la verdad, nunca he estado en una boda tan cutre como la mía. Conseguí una casa con dos habitaciones en el barrio de la Inmaculada, tan cutre como la boda, por la que pagaba unas trescientas pesetas.
Por esas fechas hice una entrevista de trabajo para una pequeña empresa que necesitaba un informático. En cualquiera de los casos, el trabajo se me daba bien y eso no ha cambiado a lo largo de mi vida profesional. Enseguida me doblaron el sueldo y, además, para las noches me buscaba alguna chapuza. Vivíamos realmente bien, solo económicamente hablando, porque Sandra y yo no parábamos de discutir por todo. Así fue prácticamente desde el principio de nuestro matrimonio.Comencé a crecer mucho desde el punto de vista profesional; trabajaba en proyectos muy interesantes, me destinaban a diferentes ciudades de España, pasaba mucho tiempo fuera de casa.
Compramos un piso en el centro de León (eso ya era otra cosa; bonito, espacioso) y le pusimos toda la ilusión. Lo arreglamos y nos dio una temporada de paz entre nosotros,pero trabajaba tanto y sentía tanto estrés que de vez en cuando hasta me daban ataques de amnesia. No sabía quién era la mujer que estaba a mi lado en el coche, no sabía cómo funcionaba ni sabía dónde iba… ¡Un horror! Me hicieron un montón de pruebas médicas, intentando encontrar epilepsia o algo parecido. No encontraron nada.Yo no era un bendito entonces; el trabajo me malhumoraba y era fácil que pagara mis problemas en casa, con Sandra.
De este trabajo pasé a otro aún más interesante y estresante también. Ahora dirigía un grupo de gente, entre la que había una mujer, Beatriz, cuya contratación recomendé. Ella y yo conectábamos realmente bien en el trabajo. Era mi mano derecha y tenía una capacidad increíble para trabajar. Hablábamos sin parar de trabajo y de la vida en general. Una noche, sin apenas proponerlo, nos besamos. Ya llevaba casado unos siete años y en algún que otro momento flirteé con otras mujeres. En el caso de Beatriz, me gustaba estar con ella. A las pocas semanas me separé de Sandra. Una noche me sorprendió con Beatriz.
Uno de mis grandes problemas es la melancolía y lo mucho que me traiciona. Con la ayuda de mi madre, el chantaje de mi mujer para dejarme ver a mi hija y mi debilidad me hicieron volver con Sandra. Nunca volvió a ser lo mismo. Beatriz casi se muere de tristeza. Continuamos trabajando juntos hasta el final de los días en esa empresa y nuestra relación también continuó, pero tampoco fue lo mismo.
Aparte de liderar el grupo de trabajo, comencé a viajar por toda Europa, al principio de manera eventual en cada ciudad hasta que al final me instalé en Ginebra durante casi cinco años… A partir de entonces las cosas empezaron a ir a peor. La mala gestión de la dirección obligó a cerrar la empresa. Tuve problemas con el despido. Me prometí que en lo sucesivo no me involucraría tanto en el tema laboral. Me lancé en picado a por una oferta de trabajo que me ofrecieron en Málaga. Conseguí el empleo sin ningún problema. Nos levantamos bien temprano y en coche, después de nueve horas, llegamos a destino. Sandra se quedó esperándome. Cuando llegué le dije: «¡Cariño, hemos conseguido este trabajo!». Ella me respondió que nunca vendría a vivir a Málaga. Ese fue el principio del fin. En Málaga pasé la que probablemente ha sido la mejor época de mi vida. Era tan feliz que tenía miedo de que fuera algo enfermizo. Durante dos años la euforia fue mi compañera de viaje. Me divorcié; simplemente, se acabó. Continué teniendo algo con Beatriz, pero… ¡Qué curioso! No sabíamos estar juntos si no nos estábamos escondiendo. Éramos casi dos extraños después de tantos años.
Bueno, si el trabajo en León me gustaba, este era realmente increíble. No viajaba en absoluto. Nos contrataron a todos más o menos a la vez y como la mayoría éramos de fuera, además de compañeros, quedábamos como amigos para salir. ¡Qué divertido era todo! Conocí a muchas mujeres, además sin cargo de conciencia. Todo era lícito y legal, no me pesaba la conciencia. Era increíble y, desde luego, aproveché bien el momento.
Me apunté a un servicio de Internet para conocer gente nueva, uno llamado CITA2, y allá conocí a una mujer la mar de interesante, Gloria. Hablábamos tanto o más incluso de lo que pude hablar con Beatriz, pero esta vez ella no tenía nada que ver con mi trabajo ni lo entendía, ni le interesaba más que lo que saber de mi trabajo la acercase a saber de mí. Hablábamos y hablábamos sin parar y poco a poco comenzó a salir además una faceta sexual muy excitante y novedosa para mí. Si tenías una idea y se la lanzabas, ella hacía de ello una idea mejor y a modo de reto te la devolvía. ¡Increíble! Una mujer hábil que gustaba del sexo mental, no solo del físico.
Gloria contactó conmigo la víspera de mi cumpleaños. Hablamos por teléfono ese mismo día, pero no pudimos quedar. Básicamente, por dos razones: primera, ella no quería quemar tan pronto un cartucho que parecía interesante; y la otra, porque se iba a operar de una rodilla y estaría de baja unas cuantas semanas. Esa baja suya nos sirvió mucho para conocernos y jugar. La verdad es que no sé si me enamoré de ella en ese momento o quizás más adelante, cuando nos conocimos personal-mente. Cuándo y cómo nos vimos por primera vez fue probablemente el momento más excitante de mi vida.
Más tarde comenzamos a conocernos y se notó que teníamos un pacto explícito por el que parecía que nos conocíamos de toda la vida. Habíamos hablado durante tanto tiempo por teléfono que nada podía salir mal en la realidad. Y, desde luego, así fue. Ella tenía un poco de miedo, pero el marco en el que teníamos la relación era absolutamente propicio para que saliese bien. Cada uno en su casa, pactado de manera clara, pero con muchos planes de futuro. En los años que ha durado esa relación así lo hicimos; cada uno en su casa, viéndonos todos los fines de semana y durmiendo juntos uno o dos días entre semana.
Dulce sin fin, honesta, comprensiva, tranquilizadora. Gloria me ha conocido como nadie lo hizo nunca y, sobre todo, jamás me ha pedido nada. Simplemente, quería vivir el momento conmigo.Hemos hecho juntos un montón de cosas diferentes y todas nos han ido bien. Hemos viajado bastante, hemos cocinado, hemos comprado su coche y mi moto. Salvo la motocicleta, para ella todo lo demás estaba bien. Aunque no le gustaba nada, no supuso un problema. Respetó mi decisión y nunca la censuró. Simplemente, me pedía precaución.
La relación entre Gloria y mi familia, especialmente con mi hija, siempre fue inmejorable. Nunca ha criticado a ninguno de los míos ni ha cuestionado sus vidas. Gloria es, indudablemente, la mujer con la que podría vivir en paz el resto de mis días.
Mi trabajo en Málaga también se terminó. La empresa cerró y recurrí a mis amigos belgas, que ahora tenían un proyecto en Irlanda, concretamente en Dublín. Así que de nuevo hice las maletas y marché rumbo a Irlanda. En este caso, le propuse a Gloria venir a vivir conmigo allá. No lo tuvo fácil con la excedencia laboral y me fui solo. Allá la vida fue como al principio en Málaga, feliz y triste a la vez, una sensación agradable. Conocí a gente maravillosa y ahora acabo de volver de pasar una semana de vacaciones con ellos.
A lo largo de este año en Irlanda, Gloria y yo casi rompimos nuestra relación. Digo casi porque le fui infiel y ella se enteró, así que se enfadó y decidió romper con lo nuestro. Tal vez en aquella ocasión tendríamos que haberla finiquitado. ¿Qué habría sido de nosotros? Quién sabe. Volví a España a la primera que pude; echaba de menos a Gloria. Ella me perdonó y volvimos a estar juntos.
Esta particular historia nuestra siguió adelante y evolucionó con altibajos continuos, pero con una línea sólida, delgada tal vez, pero resistente, que nos permitió compartirla hasta que tres años y medio después…