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ОглавлениеMeta-conocimientos sobre la actitud del facilitador: un modelo del alineamiento interno de Bert Hellinger
Manuel Guerrero García
El presente artículo propone un modelo de cómo Bert Helliger ajusta internamente su actitud para la relación de ayuda. Con dicho modelo se busca añadir comprensión sobre las explicaciones que el propio Hellinger ha ofrecido a lo largo de los años al respecto, así como enriquecer el abanico de recursos de los que puede hacer uso el facilitador en su práctica.
Como es sabido, Hellinger no sólo ha distinguido órdenes y dinámicas fundamentales para el desarrollo de las Constelaciones Sistémicas, sino que además constituye un referente imprescindible del ejercicio de dicha disciplina. De hecho, las observaciones realizadas en el trabajo con individuos y grupos han nutrido desde el principio sus comprensiones teóricas y, aunque los Órdenes constituyen el fruto más explícito de dicha labor, no son el único. Con los años y la práctica, Hellinger ha ido desarrollando una manera de “afinarse” interiormente para la ayuda que tiene gran precisión y poder, y que en parte (el mapa nunca podrá ser el territorio) puede ser comprendida, hecha explícita y aprendida por otros facilitadores.
Las líneas que siguen tratan sobre esa “auto-afinación” de Hellinger, a la que en adelante llamaremos “alineamiento interno”. Son un resumen de un trabajo de investigación más extenso (Guerrero, 2018) realizado para el cambio de membrecía a didacta de la AECFS. Dicho trabajo toma como base la herramienta de Programación Neurolingüística conocida como “modelado” para explorar, en el trabajo y las explicaciones de Hellinger, distinciones clave que puedan ser útiles para otros facilitadores.
Las referencias de Hellinger a cómo se alinea interiormente para el trabajo son numerosas en sus seminarios y escritos, pero más dispersas y menos sistematizadas que las relativas a los Órdenes. Por otra parte, están vertidas en términos de gran abstracción, varios de los cuales tienen carácter marcadamente metafórico, lo que en un primer momento podría llevarnos a pensar que estamos ante figuras poéticas de las que extrae inspiración de un modo más bien personal, y que sólo en parte podrían servirles también a otros facilitadores. No obstante, Hellinger se refiere a esas abstracciones y símbolos de modo constante (pues las menciona repetidamente a lo largo de los años) y consistente (con significado semejante cada vez), de lo que se deduce que las considera importantes y útiles, así como comunicables. En las líneas que siguen se mostrará que, lejos de ser algo inasible o caprichoso, estamos ante un conjunto de elementos en relación con los cuales Hellinger se ordena internamente para la ayuda, que dicha ordenación tiene una forma (determinada por el diferente tamaño o nivel de abstracción de los elementos), y que puede ser asimilada e integrada mediante prácticas. Se verá también que algunos de los estados y actitudes que Hellinger menciona como importantes para el trabajo de constelaciones (la seriedad y la humildad, por ejemplo) son propiedades que emergen de la propia interacción del facilitador con esa estructura. Como ese alineamiento envuelve, mientras trabaja, al facilitador con sus conocimientos sobre órdenes y dinámicas, podemos decir que constituye un conocimiento meta (en griego, más allá): un meta-conocimiento que puede enriquecer los recursos del facilitador
Más allá de la comprensión teórica:
interactuando con el modelo
El lector puede ir más allá de la mera comprensión teórica (dice un refrán de Nueva Guinea que “el conocimiento es sólo un rumor hasta que está en el músculo”) ayudándose de pequeñas piedras o figuras que representen los distintos elementos del modelo, con las cuales puede ir haciendo lo que va leyendo. Para ello, es especialmente importante que ponga en cada una de dichas piedras o figuras la intención de lo que representan, igual que lo hace un facilitador cuando saca un representante. De ese modo se podrá, al menos en parte, experimentar interiormente la propia interacción con los elementos del modelo, así como de estos entre sí, a la manera de una auto-constelación. Para una asimilación más profunda y detallada, puede recurrirse al abanico de prácticas incluido en el trabajo de investigación arriba mencionado (Guerrero, 2018) o solicitar el taller diseñado por el autor para tal fin. Se encuentra actualmente en redacción, así mismo, un libro eminentemente práctico sobre el tema.
Distinciones previas a la exposición del modelo:
función de los elementos
El modelo, como ya se adelantó, se compone de un conjunto de elementos de diferente tamaño o nivel de abstracción en relación con los cuales el facilitador se ordena (se alinea, diremos desde ahora) interiormente. No obstante, ese orden sólo tiene sentido cuando se comprende la función que dichos elementos cumplen. Tal función es doble y simultánea:
1 Los elementos del modelo son focos. Un foco, en el presente modelo, es aquello que se incluye en la “mirada” interior del facilitador, proporcionando una dirección a la atención y la intención de éste. Cuando algo se incluye como foco, se convierte en un filtro que ayuda a percibir (en un sentido amplio, que incluye desde el “comprender” hasta el “sentir” y el “intuir”) en qué medida es relevante cada cosa para el trabajo. Por ejemplo, cuando el cliente expresa una demanda clara y el facilitador la incluye en su “mirada” interior, ésta proporciona una dirección precisa al trabajo, y concreta el marco en el que se desarrollará el encuentro entre ambas personas.Dicho sea de paso, y dado que a veces se dice que el facilitador debe actuar “libre de intención”, cuando hablemos de “la Gran Alma”, se verá que dicha intención del facilitador queda incluida y trascendida en algo mucho mayor, pero eso no significa que en el nivel que le corresponde no cumpla una función: ¿cómo podría, si no, llegar siquiera a acordar una fecha para un taller o una sesión?
2 Los elementos del modelo son campos. Dicho con más precisión, son campos espirituales con los que el facilitador sintoniza, del mismo modo que lo hace un representante en una constelación con la persona o la entidad representada. La expresión “campos espirituales” la hemos tomado del propio Hellinger (2008, p. 129):“Quisiera decir algo sobre los campos espirituales. Un campo, en su acepción primera, es un sector circunscrito con límites fijos en el que se siembra y cosecha algo especial. En un sentido figurado, un campo también es un sector circunscrito con límites propios en el que sucede algo especial. En este sentido hablamos, por ejemplo, de campos de trabajo o de campos de energía, como un campo electromagnético. Estos campos tienen en común que tienen un alcance determinado y que dentro de sus límites ocurre algo especial. ¿Existen los campos espirituales? Aquí espiritual adquiere el sentido de que lo especial que ocurre en ellos no es mensurable. Sin embargo, algo ocurre en ellos y también ellos son delimitados. Por lo tanto, espiritual, aquí, no debe ser comprendido en su sentido más amplio, por ejemplo, en el sentido de la fuerza creadora de origen, la que suponemos o a la que nos imaginamos ordenando y guiando en todo momento. Los campos espirituales a los que me refiero se pueden experimentar.”
Cualquier persona familiarizada con las Constelaciones Sistémicas ha podido experimentar alguna vez, como representante, que entidades como “la vida”, “el dinero”, una casa o una enfermedad tienen algún tipo de conciencia con la que podemos sintonizar. Una manera de pensar en lo que sucede en esas ocasiones es que “entramos en su campo”. Por otra parte, lo que acabamos de referir no es algo exclusivo del trabajo de constelaciones: en las distintas tradiciones chamánicas del mundo es una constante la afirmación (y la experiencia) de que todo tiene un “espíritu” o “alma” (Ingerman, 2008, p.8; Kampenhout, 2012) con el que podemos establecer comunicación y hasta “hacernos uno”. A su vez, la hipótesis de los campos mórficos de Rupert Sheldrake (Sheldrake, 1981) ofrece, desde la mirada de la ciencia, un intento de dar explicación al fenómeno.
Cuando en las líneas que siguen se detallen los elementos del modelo, se verá que la capacidad de alinearse adecuadamente en relación con los mismos, incluyéndolos como focos y simultáneamente sintonizando con ellos como campos, constituye un meta-conocimiento que enriquece los recursos de los que dispone el facilitador.
Los elementos: el eje básico
El eje básico sobre el que se sustenta todo el modelo es la relación entre facilitador y cliente. Nótese que se trata de una relación entre sujetos que asumen determinados roles. Los términos que denotan dichos roles (“facilitador” y “cliente”), al ser más específicos que la palabra “persona”, llevan implícita cierta gama de conductas, actitudes y expectativas (por ejemplo, que la ayuda es una relación de igual a igual y entre adultos), y concretan el marco dentro del cual va a desarrollarse el encuentro entre ambos. Por tanto, una vez instalado en su propio rol, el primer foco que el facilitador (“F” en la figura) debe incluir en su “mirada” interior es el que llamaremos “el cliente”, que representaremos como “C” (hay quien, a esta segunda palabra, prefiere otras, como “consultante”, “ayudado” o “paciente”, lo que no altera el funcionamiento del modelo):
Fig. 1
Pero “el cliente” (recuérdese lo arriba explicado sobre la doble función foco-campo de los elementos del modelo) no es sólo un foco al que se dirigen la atención y la intención del facilitador, sino también un campo con el cual éste se pone en sintonía. Alrededor de esa doble conexión con el cliente girará, como veremos, el resto del alineamiento interno del facilitador.
Precisando más la relación con el cliente:
“la demanda”
Una vez establecidos los roles respectivos que enmarcan la relación de ayuda, se hace necesario precisar el objeto de ésta. No se constela el cliente entero, sino algo que él expone y que pasa a ser un segundo foco, más específico, que debe incluirse en la atención del facilitador matizándola. Ese algo es “la demanda” del cliente (representada por “D” en la figura), aquello que para él constituye un problema y acerca de lo cual desea encontrar solución:
Fig. 2
Tanto “C” como “D” son focos-campos que el facilitador debe incluir simultáneamente, pero uno (“D”) es más pequeño y el otro (“C”) más grande. El más pequeño filtra la atención que el facilitador va a poner en el cliente, y afina aún más la sintonía que establece con él. Ese es el motivo por el que algunos facilitadores piden (y Hellinger es realmente riguroso con esto) que la demanda sea breve, clara y precisa. Lo esencial, sin embargo, independientemente de los medios por los que se llegue a ella, es que haya una dirección clara. Sin ella, el foco que concreta la relación se vuelve vago y disperso, lo que puede llevar a que ambos se pierdan en juegos que van desde lo improductivo a la mutua manipulación.
Proporcionando movimiento y dirección a la demanda:
“la solución”
La demanda define con claridad el problema, pero lo que el cliente busca es una buena solución. No hay, desde luego, una solución única, pero en un nivel superior de abstracción sí podemos referirnos a “la solución” como una dirección hacia la que es bueno que se orienten la atención y la intención del facilitador (este principio de orientarse hacia la solución ha sido adoptado por Hellinger de disciplinas en las que se ha formado, como la Hipnosis Ericksoniana y la PNL). Cuando así lo hacemos, se pone en movimiento, transformándose en proceso, aquello que en el interior de la persona es un objeto compuesto de percepciones y opciones congeladas (etimológicamente, “problema” viene del griego, y significa literalmente “delante de-lanzar”). Por ello, al incluir el foco “la solución” (“SO” en la figura), los recursos y la percepción del facilitador se concentran en una dirección útil, contribuyendo poderosamente a que ese movimiento se genere:
Fig. 3
Como campo, sintonizar con “la solución” implica conectar con un campo abstracto que tiene su propia existencia espiritual (abierto a infinitas posibilidades, y nutrido por las experiencias de “solución” acumuladas por la Humanidad, la vida animal y vegetal, y tal vez la propia Mente universal durante milenios), en resonancia con el cual el facilitador puede obtener guía. Más adelante abundaremos en esta capacidad que tienen los elementos del modelo, en su faceta de campos, de convertirse en poderes que sostienen el trabajo del facilitador, ayudándole a trascender sus estados ordinarios de conciencia y los límites de su “yo” cotidiano.
Precisando “la solución”: “lo esencial”
Más preciso aún que “la solución” es un foco-campo que Hellinger menciona a menudo cuando comenta su trabajo; se trata de “lo esencial”:
“Por ese motivo aquí trabajo según el principio de configurar únicamente lo más necesario. De esa forma hay mucha más energía y fuerza. Por lo tanto, es importante que el terapeuta desde el comienzo comprenda qué es lo esencial.” (Hellinger, 2008, p. 245).
O también:
(En la entrevista con el cliente) “HELLINGER: No, eso basta. No demasiada información, si no se diluye lo esencial. Casi siempre se trata sólo de un punto. Se siente cuál es ese punto, y allí se permanece.” (Hellinger, 2006, p. 145).
La idea de buscar el punto esencial en el que el cambio se produce no es exclusiva de las constelaciones sistémicas, y se relaciona directamente con el hecho de que éste es un ámbito en el que se trabaja con sistemas. Así, en el área de la Teoría de Sistemas (O´Connor y McDermott, 1998):
“Una manera de cambiar un sistema consiste en cambiar su parte más débil. El lugar por el que podría romperse el sistema al estar bajo presión puede servir de punto de palanca para conseguir que el sistema funcione con mayor eficiencia y capacidad de respuesta” (p. 260).
Así pues, “lo esencial” es un elemento que hace que el facilitador ponga la sintonía y la atención, dentro del abanico de posibilidades que podrían ser consideradas “solución”, en una que subyace a muchas otras, constituyendo una dinámica más profunda del problema, o con la cual es prioritario trabajar antes de ocuparse de otros asuntos.
En el modelo, “lo esencial” (“E”) se colocaría delante de “la solución” precisando aún más a ésta y al resto de los focos:
Fig. 4
Más allá del cliente: los sistemas mayores
El trabajo de constelaciones es un trabajo sistémico. De hecho, las constelaciones son una metodología desarrollada para hacer visibles vinculaciones sistémicas que actúan sobre la persona y acerca de las cuales, por ser inconscientes, ésta no tiene elección (otra cosa es que posteriormente el trabajo con representantes haya mostrado posibilidades que van más allá de eso). Por otra parte, cuando decimos “sistémico” nos referimos a algo muy amplio, que incluye desde, obviamente, el sistema familiar, a otros que lo trascienden para abarcar distintos ámbitos y dimensiones, llegando hasta lo cultural y lo colectivo. Basten como ejemplos de lo abierto del significado de “sistémico” el concepto de “alma colectiva” de Daan van Kampenhout (2007) o la consideración, por parte de algunos autores y tradiciones, del linaje kármico como uno más entre los que pueden estar actuando sobre el individuo (Schäffer, 2017; Wesselman y Kuykendall, 2004).
Más allá de “el cliente”, por tanto, el facilitador incluye en su mirada interior un foco mayor que incluye y trasciende a éste. Lo llamaremos “los sistemas mayores a los que pertenece el cliente” para dejarlo abierto a los múltiples ámbitos sistémicos posibles, y lo representaremos como “SI” en la figura:
Fig. 5
Cuando el facilitador hace eso, sintonizando además con “SI” como campo, eso tiene efectos en el resto de los elementos incluidos hasta ahora en el modelo. Por ejemplo, “la demanda” pasa a percibirse como algo que ya no tiene que ver exclusivamente con el cliente como individuo, sino con algo mayor.
Más allá del cliente y facilitador: focos-campos arquetípicos
Más allá del territorio de lo sistémico, hay dos imágenes muy abstractas a las que Hellinger hace referencia a menudo y que tienen una indiscutible dimensión arquetípica. En el alineamiento interno de Hellinger no son perdidas de vista como focos, pues determinan los grandes marcos que contextualizan el trabajo, pero también tienen el carácter de poderosos campos, ya que en sintonía con ellos el facilitador obtiene guía, apoyo y fuerza.
Una característica importante de estos focos-campos es que, en ellos, ya no se trata de algo que envuelve sólo al cliente, sino también al facilitador. Tanto uno como otro se sostienen en, y pertenecen a ellos, y es a través de una profunda y última conexión con dichos elementos que el facilitador puede ayudar al cliente a reconectarse con sus propias profundidades olvidadas.
Los focos-campos arquetípicos a los que nos referimos son dos: “vida-muerte” y “el Destino”. Al ser menos explícitos en el trabajo y en las formaciones de constelaciones, nos extenderemos sobre ellos un poco más.
Vida-muerte
El primero de estos focos-campos es el constituido por el ciclo vida-muerte. Las referencias de Hellinger a este elemento como marco fundamental para el trabajo son numerosas, valga como ejemplo:
“Como habéis visto hasta ahora, aquí casi siempre se trata de vida y muerte. La constelación familiar y el trabajo relacionado con ella son demasiado sagrados como para aplicarlos por curiosidad o para lo aparente.” (2006, p. 53).
Uno de los efectos que produce incluir este foco en la atención del facilitador es la seriedad del trabajo:
“El marco verdadero que permite el trabajo es la seriedad. Cuando viene gente que sólo es curiosa no se puede hacer. Sólo cuando hay plena seriedad se puede trabajar, y ésta se da cuando se trata de vida o muerte. Cuando el propio terapeuta está inmerso en esa seriedad y no atiende a nada que no lleve esencialmente más allá, no existe lo superficial en el grupo. Si se mantiene en esa seriedad, empuja lentamente al grupo, uno tras otro, hacia esa seriedad. Entonces tiene el marco en el que una constelación puede discurrir bien.” (2006, p. 216).
La seriedad es, por tanto, lo que en Teoría de Sistemas se denomina una “propiedad emergente” del sistema constituido por los elementos del alineamiento:
“En primer lugar, un sistema funciona como un todo, luego tiene propiedades distintas de las partes que lo componen. Estas propiedades se conocen con el nombre de propiedades emergentes, pues emergen del sistema mientras está en acción.” (O´Connor y McDermott, 1998, p. 30).
En su faceta de foco, “vida-muerte” (representado por “VM”) se coloca detrás de todos los que hemos incluido hasta ahora. Lo ponemos como un elemento único en el que está contenida la dualidad vida-muerte, con lo que tiene de ciclo:
Fig. 6
Desde el punto de vista del facilitador, trabajar dentro del marco creado por este foco requiere un especial reencuadre personal de las propias creencias y sentimientos, ya que a menudo las ideas que tenemos sobre la muerte son negativas:
“Un terapeuta que le tiene miedo a la muerte no puede ayudar. El que teme mirar a la muerte a los ojos, no puede ayudar.” (1999, p. 22).
Por ello, tiene gran fuerza para el facilitador experimentar desde dentro del campo de la vida (más pequeño) el poder del de la muerte (más grande) que nos sustenta:
Fig. 7
Hay una conexión especial entre los focos “vida-muerte” y “lo esencial”. De hecho, el dirigir la atención a la búsqueda de “lo esencial” parece en gran parte la consecuencia de conectar en la mirada y el sentir interiores, simultáneamente, a los demás focos con “vida-muerte”:
Fig. 8
Es esta conexión, con la seriedad que aporta, la que hace que no valga cualquier solución entre las posibles.
El Destino
Hellinger ha hecho numerosas referencias al Destino a lo largo de los años, y no siempre dando a esta expresión el mismo significado. Así, a veces, lo ha identificado con el movimiento que, surgiendo de la conciencia de un grupo, empuja al individuo en determinada dirección. No obstante, con el tiempo su uso del término “destino” ha ido correspondiéndose cada vez más con una imagen simbólica muy abstracta de clara naturaleza arquetípica:
“(...) Hellinger coloca a un hombre frente a ellos. Este es el Destino. Incomprensible. A ambos. Inclinaos levemente ante el Destino.” (Hellinger, 2003, p. 87).
Una imagen simbólica sobre la que poco se puede explicar:
“HOMBRE DEL PÚBLICO: Ya que ha hablado del destino, quiero hacer una pregunta: ¿Cuál es su definición sobre el destino?
HELLINGER: Yo no lo defino en absoluto. No es más que un símbolo para algo inescrutable a lo que estamos expuestos y, si ahora quisiéramos definirlo, de nuevo sería un intento de manejarlo.” (Hellinger, 2003, p. 93).
Salvo en términos metafóricos o poéticos:
“(...) El destino es el velo ante algo más grande que se halla detrás (al mismo tiempo encubre y revela lo divino) más allá del bien y del mal.” (Hellinger, 2012, p. 249).
Pero que en todo caso está más allá de cualquier posibilidad de manejo o intervención desde lo humano:
“Imaginaos la locura, si alguien pretendiera cambiar el destino de otro, o quisiera intervenir o resolverlo. ¿Dónde se sitúa esa persona?” (Hellinger, 2012, p. 227).
Este foco (“DE”) se sitúa, por tanto, más allá de la vida y la muerte, determinándolas, y el facilitador ha de mantenerlo en todo momento en su mirada interior, con respeto:
Fig. 9
Como campo, por su parte, es aún más grande que la vida y la muerte, a las que sostiene y determina:
“Este trabajo únicamente puede ser comprendido (éste sería el primer paso), y luego también realizado adecuadamente, por una persona que respeta igualmente todos los destinos. (…) Sólo con estas fuerzas somos grandes nosotros mismos, tenemos fuerza y ayudamos, aparentemente de una forma muy humilde; en lo más profundo, sin embargo, el efecto es inmenso.” (Hellinger, 2012, p. 227).
Así pues:
Fig. 10
De las citas anteriores también se desprende que, al igual que el efecto de mantener en la mirada interior el foco “vida-muerte” es la seriedad, el de hacerlo con “el Destino” es la humildad. Es al incluir este elemento cuando se hace presente que, el que podamos o no ayudar, depende en último término de las fuerzas mayores e incomprensibles que el Destino representa, y no de nuestro deseo personal. La humildad es, por tanto, otra propiedad emergente del sistema. Por eso (obsérvese cómo las indicaciones de Hellinger conducen a focos-campos cada vez mayores):
(En una supervisión en la que una terapeuta está presentando el caso de una cliente)
“HELLINGER: Ahora ponte en contacto con la paciente...y con su familia. ¿Tienes permiso para presentar el caso?
TERAPEUTA: Sí.
HELLINGER: Eso ha sido demasiado rápido. Al cabo de una pausa. ¿Tienes permiso de su destino?
La terapeuta asiente con la cabeza.
HELLINGER: Quiero probarlo. No lo pongo en duda, sólo quiero que establezcas contacto. Ahora ponte en armonía con su destino, asintiendo totalmente a su servicio.” (Hellinger, 2006, p. 53).
Más allá de cualquier contenido: el “no foco-no campo”
Finalmente, más allá de “vida-muerte” y “el Destino”, nos adentramos en un territorio que no tiene límites, y que por tanto no se puede enfocar (sino al contrario, des-enfocar) ni considerar campo propiamente. Hellinger le da varios nombres, los más frecuentes de los cuales son: “Vacío”, “Espíritu” y “Gran Alma”. Al no tener límites, todas las cosas están incluidas en este “no foco-no campo” que, como consecuencia, no se identifica con ninguna. Aquí, por tanto, se trascienden todas las separaciones, incluso las más fundamentales para nuestros juicios acerca de las cosas: entre vida y muerte, o entre bueno y malo:
“Pero nuestra mirada va aún más allá. Debe ir más allá, desde mí y desde el otro, de manera más abarcadora y desligada. Porque si yo tengo en mi mirada a aquel todo en el que está contenido todo y del que, en definitiva, todo depende, hasta lo más mínimo, en ese todo miro más allá de lo cercano y de lo inmediato y me paso a un nivel espiritual. Aquí todo está liberado, nada puede ya seguir siendo bueno o malo, ilustre o común, importante o insignificante, alto o bajo, estrecho o amplio. Todo es transitorio, es relevado por lo transitorio que le sigue y al final vuelve a sumergirse en algo que permanece. También cada entendimiento, cada verdad es transitoria, cada logro, al igual que cada fracaso, cada inocencia y culpa, cada virtud y cada vicio, cada justicia y cada injusticia.” (Hellinger, 2008, p. 47).
Cuando visualizamos que, más allá de todos los focos que hemos incluido previamente, envolviéndolos y a la vez impregnándolos, se encuentra esta suerte de espacio sin límites (“GA”, “la Gran Alma”) en el que se trasciende cualquier separación:
Fig. 11
Y también cuando imaginamos que, por debajo de todos los demás campos, nos sostiene este no-campo, el efecto es que nos ponemos en manos mayores que las nuestras:
Fig. 12
Dejarse guiar, trascendiendo toda intención personal, es entonces la regla, dejando que algo mayor actúe a través de nosotros:
“Aquel que se retira al centro vacío no tiene ni intención ni temor. Repentinamente, algo a su alrededor se va ordenando sin que se mueva. Ésa es una actitud que el terapeuta puede adoptar: retirarse a un centro vacío. Para ello, no necesita cerrar los ojos. El centro vacío está unido, no está aislado. Él se retira sin temor -eso es muy importante, el que siente temor por lo que puede llegar a pasar, ya puede abandonar todo aquí-. Y no tiene intención, tampoco la intención de sanar.” (Hellinger, 1999, p. 90).
El facilitador y su trabajo se vuelven entonces un medio a través del cual algo mayor actúa. En el Libro de la perfecta vacuidad (Lie zi, 1987, p. 45) se dice:
“Al actuar la forma, no surge otra forma, sino una sombra; al actuar el sonido, no surge otro sonido, sino un eco; al actuar el vacío, no surge vacío, sino el ser”.
Una manera de ver una constelación es considerarla un ritual a través del cual, parafraseando la cita anterior, un cliente, con la ayuda de un facilitador, se reconecta con el vacío con la esperanza de que de ello surjan nuevas maneras de ser.
Cerrando el círculo: “la constelación”
El último eslabón que falta, que hasta ahora ha estado implícito, y que se coloca en el centro de la relación entre facilitador y cliente dando sentido a todo el modelo, es la constelación en sí misma (se puede poner también “la ayuda”, que es más abstracto, ya que no toda ayuda desemboca en una constelación); la llamaremos “CO”:
Fig. 13
El paralelismo entre los rituales chamánicos y las constelaciones es patente en varios elementos comunes, muchos de los cuales han sido puestos de manifiesto por Daan van Kampenhout (2004, cap. 3). A nosotros nos interesa, sobre todo, de dicho parecido, el hecho de que una constelación es una representación (realizada en un espacio ritual que no tiene que ver con distancias físicas, y abstraída del tiempo) de elementos y relaciones que pertenecen a un nivel de realidad diferente (al cual solemos llamar “la realidad”), con la esperanza de influir en este último. En común con el chamanismo, por tanto, tiene el recurrir (o metafóricamente, viajar), con la guía de alguien experto, a un nivel de realidad más profundo para encontrar soluciones a los problemas que tenemos en la realidad ordinaria. Así (Harner, 2016, p. 107):
“Los chamanes no son solo personas contemplativas, sino también de acción. Cuando se les necesita, sirven a la comunidad trasladándose a la realidad oculta”.
Según Kampenhout (2004, cap. 3), una de las diferencias entre las constelaciones sistémicas y los rituales chamánicos es que las primeras apenas requieren preparativos, mientras que los segundos exigen muchos, entre ellos la preparación del espacio mediante la colocación de altares y ciertos elementos en diversos lugares. No obstante, al introducir “la constelación” en el centro del alineamiento, tomamos conciencia de que los distintos focos y campos con que Hellinger rodea a ésta son una suerte de equivalente de los preparativos externos del chamán. Los elementos del alineamiento son, para él, los “altares” interiores con los que prepara el ritual. Esos “altares” tienen la misión de precisar la dirección del trabajo, pero también de convocar a los grandes poderes de los que depende, si ésta es posible, la solución: los antepasados, la Vida y la Muerte, el Destino, el Espíritu más allá de todo... Se trata de poderes que sostienen tanto al facilitador como al cliente, y con los cuales el primero ayuda al segundo a conectarse:
Fig. 14
Cuando el facilitador está alineado y coloca en el centro de todos los demás focos y campos a “la constelación”, se encuentra mejor situado para ayudar al cliente a renovar (o “purificar”, como dice Hellinger, 2003, p. 23) sus imágenes internas. Entonces la constelación se carga de poder y desde algo infinito sucede lo principal. El facilitador se retira humildemente ante eso, pero en el nivel que le corresponde hace lo que le toca: levantar con esmero sus altares. Como dice un haiku de Buson (2007):
Canta el ruiseñor
con su pequeña boca
inmensamente abierta
Referencias bibliográficas:
Buson, Y. (2007). Alada claridad. Valencia: Pre-textos.
Guerrero, M. (2018). Contribuciones al alineamiento interno del facilitador: modelando a Bert Hellinger. Asociación Española de Constelaciones Familiares y Sistémicas (AECFS).
Harner, M. (2016). La senda del chamán. Barcelona: Kairós.
Hellinger, B. (1999). La punta del ovillo, terapias breves. Buenos Aires: Alma-Lepik.
Hellinger, B. (2003). Imágenes que solucionan. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2006). El intercambio, didáctica de constelaciones familiares. Barcelona: Rigden-Institut Gestalt.
Hellinger, B. (2008). El manantial no tiene que preguntar por el camino. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2008). La verdad en movimiento. Buenos Aires: Alma Lepik.
Hellinger, B. (2012). Los órdenes de la ayuda. Buenos Aires: Alma-Lepik.
Ingerman, S. (2008). Shamanic journeying, a beginner´s guide. Boulder, Colorado: Sounds True.
Kampenhout, D. (2004). La sanación viene desde afuera. Chamanismo y Constelaciones Familiares. Buenos Aires: Alma Lepik.
Kampenhout, D. (2007). Las lágrimas de los ancestros: la memoria de víctimas y perpetradores en el alma tribal. Buenos Aires: Alma Lepik.
Kampenhout, D. (2012). “Shamanic Rituals”Interview by Renate McNay. (Vídeo). Londres: Conscious TV.
Lie zi (1987). El libro de la perfecta vacuidad. Barcelona: Kairós.
O´Connor, J. y McDermott, I. (1998): Introducción al pensamiento sistémico. Barcelona: Urano.
Schäffer, E. (2017): Constelaciones kármicas: viaje del alma en el mar de la noche. Madrid: Mandala.
Sheldrake, R. (1981): Una nueva ciencia de la vida. La hipótesis de la causación formativa. Barcelona: Kairós.
Wesselman, H. y Kuykendall, J. (2004). Spirit medicine: Healing in the sacred realms. Carlsbad, California: Hay House.