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3 Los términos del discipulado

Estos son los términos del discipulado tal como los estipuló el salvador del mundo.

1. Arrepentirse y creer

“Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos y creed las buenas nuevas!” (Mc. 1:15).

Jesús inició su ministerio público con un llamamiento muy claro al arrepentimiento. Debíamos apartarnos de nuestros viejos caminos, que eran diametralmente opuestos a los caminos del reino. Tenemos que confesar nuestros pecados, aceptar que Jesús pagó el precio por cada uno de ellos mediante su muerte y su resurrección, y creer las estupendas noticias que Jesús quiere aportar a nuestras vidas. Estas son las condiciones de acceso al nuevo reino del que somos ciudadanos.

2. Un amor supremo por Jesucristo

“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí” (Mt. 10:37).

Esto no quiere decir que debamos albergar animosidad o mala voluntad en nuestros corazones hacia otros, sino que nuestro amor por Cristo debería ser tan grande que todos los demás amores, en comparación, fueran hostiles. En realidad, la frase más difícil en este pasaje es la expresión “y a su propia vida”. El amor por uno mismo es uno de los obstáculos más recalcitrantes en el camino del discipulado.

Hasta que no estemos dispuestos a poner nuestra vida misma por él, no estaremos en el lugar en que Dios quiere que estemos.

3. La negación de uno mismo

“Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt. 16:24).

La negación de uno mismo no es sinónimo de austeridad. Esta significa renunciar a determinados alimentos, placeres o bienes. La negación de uno mismo supone una sumisión tan completa al señorío de Cristo que el yo no tiene derechos ni autoridad alguna. Significa que el yo se baja del trono.

Este concepto queda expresado en palabras de Henry Martyn, uno de los primeros misioneros a India y a Persia: “Señor, no me permitas tener voluntad propia, ni pensar que mi felicidad genuina depende ni en el menor grado de cualquier cosa externa que pueda suceder; sino que consiste enteramente en adaptarme a tu voluntad”.

4. La elección deliberada de la cruz

“Dirigiéndose a todos, declaró: Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga” (Lc. 9:23).

La cruz no es una enfermedad física ni angustia mental; estas son cosas comunes a todos los hombres. La cruz simboliza la vergüenza, la persecución y el abuso que el mundo apiló sobre el Hijo de Dios, y que el mundo echará también sobre todos los que decidan ir contracorriente. Cualquier creyente puede eludir fácilmente la cruz al adaptarse al mundo y a sus caminos, pero esto no te permitirá seguir a Jesús. Su camino es otro distinto.

5. Una vida dedicada a seguir a Cristo

“Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos. ‘Sígueme’, le dijo. Mateo se levantó y lo siguió” (Mt. 9:9).

Para entender lo que significa esto, solo tenemos que preguntarnos: “¿Qué caracterizó la vida del Señor Jesús?”.

Fue una vida de obediencia a la voluntad de Dios.

Fue una vida vivida en el poder del Espíritu Santo.

Fue una vida de servicio altruista a otros.

Fue una vida de paciencia y resignación frente a las ofensas más graves.

Fue una vida de celo, de autocontrol, de mansedumbre, de amor, de fidelidad y de devoción (Gl. 5:22, 23).

Para ser sus discípulos, debemos andar como él anduvo.

6. Un amor ferviente por todos los que son de Cristo

“De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn. 13:35).

Este es el amor que considera a los demás mejor que uno mismo. Es el amor que cubre multitud de pecados. Es el amor sufriente y amable. No se jacta, no se envanece.

“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).

Sin este amor, el discipulado sería un ascetismo frío y legalista.

7. La perseverancia constante en su Palabra

“Si os mantenéis fieles a mis enseñanzas, seréis realmente mis discípulos” (Jn. 8:31).

Un discípulo debe perseverar y continuar en el viaje durante toda su vida. Es bastante fácil comenzar bien, pero la prueba consiste en perseverar hasta el final. “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).

No basta con obedecer las Escrituras de vez en cuando. Seguir a Cristo conlleva una obediencia constante e incuestionable.

8. La renuncia a todo para seguirle

“De la misma manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:33).

Esta es quizás la condición más impopular de las que pone Cristo para el discipulado y bien podría ser que fuera el versículo más impopular de toda la Biblia. Los agudos teólogos te darán mil razones para sostener que no quiere decir lo que dice, pero los discípulos sencillos la aceptan con alegría, dando por hecho que el Señor Jesús sabía lo que estaba diciendo.

¿Qué quiere decir renunciar a todo? Significa el abandono de todos los bienes materiales que no sean absolutamente esenciales y que pudieran usarse para la extensión del evangelio.

Aquel que renuncia a todo no se vuelve perezoso; trabaja duro para cubrir las necesidades habituales de su familia. Pero dado que la pasión de su vida es promover la causa de Cristo, invierte en la obra del Señor todo lo que no requieran las necesidades comunes, y deja su futuro en sus manos. Al buscar primero el reino de Dios y su justicia, cree que nunca le faltará nada para satisfacer sus necesidades cotidianas.

No puede, en toda conciencia, aferrarse a un dinero extra cuando hay almas que mueren por falta del evangelio. No quiere desperdiciar su vida acumulando riquezas que caerán en manos del diablo cuando Cristo regrese a por sus santos.

Quiere obedecer el mandato del Señor de no acumular tesoros en el mundo.

Uno de los versos del himno de Frances Havergal dice: “Que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, Señor”. En 1878, cuatro años después de haber escrito este himno, la señorita Havergal escribió a una amiga: “El Señor me ha mostrado otro pequeño paso y, claro está, lo he dado con extremo deleite. Ahora ‘que mis bienes dedicar yo los quiera a ti, Señor’ significa enviar todos mis adornos a la Church Missionary House, incluyendo un mueble joyero que es digno de una condesa, donde los aceptarán y dispondrán de ellos por mí… Han empaquetado casi cincuenta artículos. No creo que nunca haya empaquetado algo con tanto placer”.

Los obstáculos para el discipulado

En su libro El verdadero discipulado, William MacDonald describe tres tipos de personas que buscan rutas de escape para el llamamiento, extremadamente desafiante, del discipulado.

Esto queda representado en la historia que contó Jesús sobre tres candidatos a discípulos que permitieron que otras prioridades pesaran más que el seguimiento de Cristo. “Iban por el camino cuando alguien le dijo: ‘Te seguiré a dondequiera que vayas’. ‘Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos’, le respondió Jesús, ‘pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza’.

A otro le dijo: ‘Sígueme’. ‘Señor’, le contestó, ‘primero déjame ir a enterrar a mi padre’. ‘Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios’, le replicó Jesús.

Otro afirmó: ‘Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia’. Jesús le respondió: ‘Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios’” (Lc. 9:57-62).

Vemos a tres individuos diferentes que están cara a cara con Jesucristo y sienten la compulsión interior de seguirle. Sin embargo, permitieron que otra cosa se interpusiera entre sus almas y la dedicación completa a él.

Don Prisas

Al primer hombre podríamos llamarle don Prisas. Se presenta voluntario con gran entusiasmo para seguir al Señor adonde sea. “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Ningún precio sería demasiado alto; ningún camino demasiado arduo.

Jesús le dijo: “Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Es como si Jesús estuviera diciendo: “Ese hombre afirmaba que me seguiría a todas partes, pero, ¿estaba dispuesto a sacrificar las comodidades materiales de la vida? Las zorras viven más cómodamente que yo. Los pájaros tienen un nido que pueden considerar propio”. ¿Estaba aquel hombre dispuesto a sacrificar la seguridad y las comodidades de un hogar para seguir a Jesús?

Según parece, ¡los bienes materiales eran más importantes para él que su dedicación a Cristo!

Don Pausado

Al segundo hombre podemos llamarle don Pausado.

No es que mostrase un desinterés absoluto por el Señor o se negara a seguirle. Es que había algo que quería hacer antes. Puso sus propias exigencias por encima de las de Cristo.

Fíjate en su respuesta: “Primero déjame ir a enterrar a mi padre”. Un hijo debe honrar a sus padres y, si un progenitor ha muerto, sin duda que es correcto que el hijo le proporcione un sepelio digno.

Parece ser que aquel hombre no se dio cuenta de que después de escuchar el llamamiento de Jesús no debería haber pronunciado las palabras “Señor, primero…”. Si Cristo es Señor, debe ocupar el primer lugar. La tarea primordial de su vida debía ser propagar la misión de Cristo en la tierra.

Según parece, ese era un precio demasiado alto para don Pausado.

Si don Prisas ejemplificaba las comodidades materiales como un obstáculo para el discipulado, don Pausado nos puede hablar de un empleo o de una ocupación que toman precedencia sobre el motivo principal para la existencia de un cristiano. Sin duda que el empleo secular no tiene nada de malo. Dios quiere que trabajemos para cubrir nuestras necesidades y las de nuestra familia. Sin embargo, cuando llega el llamamiento debemos estar dispuestos a poner en primer lugar la misión de Cristo.

Don Facilón

Al tercer hombre podríamos llamarle don Facilón. Como el primero, se ofreció voluntario para seguir al Señor, pero al igual que el segundo también usó las palabras tabú: “Señor, primero…”. Le dijo: “Te seguiré, Señor, pero primero déjame que vaya a despedirme de mi familia”.

Por sí sola, esta petición no tenía nada de malo. Es evidente que mostrar un interés amoroso por la familia no es contrario a los propósitos de Dios. Sin embargo, permitió que los vínculos familiares suplantasen el lugar de Cristo.

Con una perspicacia penetrante, Jesús dijo: “Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios”.

Es como si Jesús le estuviera diciendo: “Quiero que quienes me sigan estén dispuestos a renunciar a los vínculos familiares, que no se distraigan con temas de familia, sino que me pongan por encima de todo lo demás en sus vidas”.

Don Facilón abandonó a Jesús y se fue triste camino abajo. Sus aspiraciones demasiado confiadas para ser un discípulo se habían hecho trizas contra las rocas de los afectuosos vínculos familiares.

Aquí vemos tres obstáculos principales para el verdadero discipulado.

 Don Prisas: el amor por la comodidad terrenal.

 Don Pausado: la precedencia de un empleo o una ocupación.

 Don Facilón: la prioridad de los vínculos familiares.

¡A lo largo de mi vida me he encontrado con estos tres señores varias veces! Una pareja joven que antepuso las comodidades del hogar al llamamiento de Cristo. Un joven empresario, un líder con un gran potencial, que pensó que su carrera profesional era un llamamiento más elevado que “el llamamiento hacia lo alto” de Jesús. El hombre de negocios que no podía abandonar su cargo en la empresa familiar, aunque esta casi estaba destruyendo los planos espiritual y relacional de su vida.

No debemos desanimarnos en el proceso de hacer discípulos. Nuestra labor consiste en exponer claramente lo que Cristo demanda. Es triste que muchas personas en las que habíamos puesto nuestras esperanzas decidieran que el precio era demasiado alto.

El Señor Jesús sigue llamando, como siempre lo ha hecho, a hombres y mujeres que le sigan de una manera heroica y sacrificada.

El discipulado financiero

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