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Оглавление4 Los discípulos son administradores
“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 P. 4:10).
Dentro de la vida moderna de la Iglesia, el término “mayordomía” se ha relacionado sobre todo con la ofrenda económica, pero en la Biblia no es así. Todo lo que tenemos (no solo el dinero, sino también la vida, el tiempo, el talento y, sobre todo, el gran don de la gracia de Dios en toda su plenitud) nos lo ha confiado Dios para que lo administremos, usándolo para él. Somos sus administradores, y un mayordomo no era más que un siervo confiable en cuyas manos su señor ponía la gestión de su casa y de sus negocios, e incluso la educación de sus hijos. El señor “delegaba” todas las cosas al cuidado de su mayordomo.
“Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios” (1 Co. 4:1).
Un ministro de Cristo debe ser un administrador a quien se confíe lo que Pablo llama “los misterios de Dios”: esa sabiduría secreta y oculta de Dios, esas verdades valiosas que solo se encuentran en la revelación de la Palabra de Dios y en ninguna otra parte. Los discípulos financieros, como mayordomos, son responsables de dispensar en todo momento estas verdades a las personas a quienes sirven, de modo que las vidas se transformen y se vivan sobre el fundamento de estas verdades notables sobre la existencia. Estos misterios, cuando se entienden, son el fundamento sobre el que se basan todos los propósitos de Dios en nuestras vidas.
Cinco misterios
¿Cuáles son estos misterios o secretos? Estos son los cinco que considero primordiales:
1. El “misterio del reino de Dios”
“A vosotros se os ha revelado el secreto del reino de Dios; pero a los de afuera todo les llega por medio de parábolas” (Mc. 4:11).
Esto conlleva la comprensión de cómo Dios obra en la historia, cómo actúa mediante los sucesos de nuestro día a día y de los tiempos pasados, y cómo usa esos sucesos que llenan los medios de comunicación para obrar sus propósitos. Es un misterio que podamos influir en los reinos de este mundo con el reino de Dios, aportando luz a un mundo en tinieblas.
2. El “misterio de la maldad”
“Es cierto que el misterio de la maldad ya está ejerciendo su poder” (2 Ts. 2:7).
Necesitamos desesperadamente entender por qué nunca somos capaces de hacer ningún progreso en lo relativo a la resolución de los problemas humanos; por qué cada generación, sin excepciones, repite las luchas, los problemas y las dificultades de la anterior; por qué no aprendemos alguna lección de las crisis que soportamos.
Para los discípulos financieros, el dinero se describe como “las riquezas mundanas” en Lucas 16:11. En griego dice mammonas tes adikías. Traducido literalmente, esto significa “Mammón de maldad” y describe el poder subyacente en el dinero, que nos induce a tomar malas decisiones, sirviéndole a él en lugar de a Dios. Un discípulo financiero tiene que administrar este poder de iniquidad latente en el dinero, usándolo para fomentar el bienestar humano.
3. El “misterio de la piedad”
“No hay duda de que es grande el misterio de nuestra piedad” (1 Ti. 3:16).
Este es el notable secreto que Dios nos ha dado, mediante el cual se capacita al cristiano para vivir como es debido en medio de las presiones del mundo, con todos sus espejismos, sus tentaciones y sus peligros, no para huir de él sino para negarnos a conformarnos a él, y hacerlo de una manera amorosa y con gracia. Este es el secreto de la vida impartida: “que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27); Cristo en vosotros, accesible para vosotros, poniendo a vuestra disposición su vida, su sabiduría, su fuerza, su poder para actuar, para capacitaros para hacer lo que creéis que no podéis hacer. Este es el misterio de la piedad, la doctrina más transformadora de la vida que jamás se haya expuesto al ser humano y que tiene un efecto radical.
4. El “misterio de la Iglesia”
“Ese misterio… que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio” (Ef. 3:1-6).
La Iglesia, esa sociedad nueva y sorprendente que Dios está creando, debe ser la demostración de un estilo de vida totalmente distinto para un mundo que nos observa. Debe repeler el impacto del mundo sobre ella y, en lugar de eso, ser una influencia en el mundo a su alrededor para transformarlo. La entrada en la Iglesia se hace por fe, sobre el fundamento de la obra de Jesús en la cruz.
5. El misterio del evangelio
“Orad también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas. Orad para que lo proclame valerosamente, como debo hacerlo” (Ef. 6:19-20).
Debemos ser un canal por el que fluya el evangelio. La mayordomía se basa en el evangelio. Consiste en el proceso de integrar el evangelio en todas las facetas de la vida. En una época en la que parece que el mundo ha perdido la esperanza, el evangelio sigue siendo una “buena noticia”.
En unas vidas que buscan desesperadamente el entendimiento y la esperanza, el evangelio sigue aportando una nueva realidad. Cuando el pecado ata los corazones y las vidas humanas, el evangelio sigue teniendo el poder de romper las cadenas que aprisionan nuestras almas. Y nosotros somos administradores de esta buena noticia.
La mayordomía
Podemos explicar este concepto comparándolo con las tres patas de un taburete. Si queremos que el taburete se mantenga firme, cada pata debe ser estable e igual a las otras.
La primera pata del taburete es el hecho de que Dios es dueño de todas las cosas. Es el creador y sustentador de todo el universo, y jamás ha renunciado a esa condición de propietario. “Pues míos son los animales del bosque, y mío también el ganado de los cerros. Conozco a las aves de las alturas; todas las bestias del campo son mías. Si yo tuviera hambre, no te lo diría, pues mío es el mundo, y todo lo que contiene” (Sal. 50:10-12).
La segunda pata es que Dios nos ha redimido, o comprado por un alto precio, de modo que nosotros le pertenecemos, así como todo lo que tengamos en propiedad o se halle bajo nuestro control. “No sois vosotros vuestros propios dueños; fuisteis comprados por un precio. Por tanto, honrad con vuestro cuerpo a Dios” (1 Co. 6:19b-20). No poseemos nada y la buena noticia es que, si no tenemos nada, ¡no podemos perder nada!
La tercera pata del taburete es la invitación de Dios para convertirnos en administradores de su propiedad y de todos los recursos que él nos da. “Lo entronizaste sobre la obra de tus manos, ¡todo lo sometiste a su dominio!” (Sal. 8:6) ¡Qué privilegio tan maravilloso y qué enorme responsabilidad!
Cierto domingo, un señor ya mayor había concluido su curso de Compass - Finances God’s Way, Gestionando las finanzas a la manera de Dios. Dio las gracias al líder de su grupo y le dijo: “La única cosa de todo este estudio que ha tenido un impacto más grande y decisivo sobre mí, por sí sola, es la idea de que Dios lo posee todo, incluido yo”. Y siguió diciendo: “Llevo yendo a la iglesia toda mi vida, pero nunca se me había ocurrido esto. Pensaba que acudía a mi empleo y ganaba mi sueldo. Era mío para hacer con él lo que quisiera. Pero darme cuenta de que Dios es mi dueño, y dueño de todo lo que tengo, ¡eso me ha cambiado toda la vida!
Ahora soy consciente de que, dada esa propiedad de Dios, toda decisión de gastar se convierte en una decisión espiritual. Ya no pregunto ‘Señor, ¿qué quieres que haga con mi dinero?’. Ahora la pregunta es diferente: ‘Señor, ¿qué quieres que haga con tu dinero?’”.
Como mayordomo, tu vida y tus posesiones ya no son cosa tuya. Todo sirve para cumplir los propósitos de Dios con los recursos que él nos ha dado para que los usemos.
Se ha escrito y se ha enseñado mucho sobre la administración de los recursos, el dinero y los bienes materiales, y sin duda que en este libro tocaremos estos temas. Sin embargo, la necesidad del momento es que administremos las relaciones, y concretamente la manera que tenía Jesús de expandir el evangelio: haciendo discípulos.