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Tanto Juan como Martín se convertirían en reyes de Aragón: primero Juan, tras la muerte de Pedro IV en 1387, y después Martín, tras la muerte de Juan en 1396. El mes posterior a la muerte de su padre en enero de 1387 el rey Juan I proclamó abiertamente su lealtad, y la de sus territorios, a Clemente. Pedro de Luna, que no había estado en la Corona de Aragón desde diciembre de 1379, cuando habían fracasado sus intentos de persuadir a Pedro, regresó y estuvo presente en dicho anuncio.131

A pesar de que los jurats de Valencia habían delatado a Vicente en 1379 con respecto a sus planes de predicar abiertamente en favor de Clemente, aquello no había iniciado ninguna desavenencia duradera entre ellos. Al contrario, en las décadas de 1380 y 1390 los lazos de Vicente con los jurats de Valencia, al igual que sus lazos con la familia real (aunque no con el propio Pedro IV), se reforzaron. Los jurats confiaban en el fraile para llevar la paz a los bandos enfrentados de la ciudad; los magistrados incluso pidieron a la familia real que librara a Vicente de sus obligaciones con ella para que pudiera dedicarse a la pacificación de Valencia. En abril de 1381 escribieron al infante Martín respecto a su petición de que Vicente se le uniera en Segorbe y predicara allí durante la Semana Santa. De hecho, unos pocos días antes, los jurats y el gobernador de Valencia le habían pedido que ayudara a pacificar la ciudad, una tarea en la que Vicente estaba profundamente implicado y que no podía obtener una conclusión exitosa sin su presencia y participación activa. Por lo tanto, los jurats pidieron a Martín que permitiera a Vicente permanecer en Valencia y que encontrara a otra persona para celebrar los servicios de Semana Santa en Segorbe.132 Se desconoce, no obstante, si Martín accedió o no a la petición de los jurats.

Vicente también trabajó por mantener la paz entre el clero parroquial de Valencia y sus mendicantes. En 1389 él y un párroco mediaron en una disputa entre el clero parroquial y los dominicos sobre quién debía atender y rezar por los moribundos en sus últimos momentos, quién debía realizar los servicios funerarios, quién debía acompañar a los muertos en su camino al entierro y dónde debían ser enterrados. Todo ello importaba porque quienes realizaban aquellos servicios recibían pagos y donaciones por su tarea. En general, la resolución equilibró cuidadosamente los intereses del clero parroquial y de los mendicantes, pero en un punto la voz de Vicente parece resonar con claridad. El clero parroquial, con el apoyo del obispo de Valencia, había limitado cuándo y dónde podían predicar y confesar los dominicos, excluyendo aparentemente a los frailes de ciertos lugares. La sentencia arbitral declaraba enérgica e incluso furiosamente que dichas limitaciones sobre cuándo y cómo podían predicar y confesar los dominicos quedaban ahora «totalmente retiradas, completamente revocadas y nulas, y los coadjutores y sus representantes deben levantarlas en todos los respectos, de manera real y con efecto».133 También prohibía al clero parroquial y a sus representantes volver a limitar la libertad de predicar y confesar de los dominicos, tanto por virtud de sus votos como por la costumbre ancestral.

Además de trabajar por llevar la paz a Valencia, Vicente también introdujo reformas morales. En abril de 1390 el Consell de Valencia concedió 100 florines para ser distribuidos entre las prostitutas valencianas que se habían arrepentido de sus pecados durante la Semana Santa y querían casarse, pero no podían hacerlo por ser ellas y sus posibles esposos demasiado pobres. El Consell accedió a proporcionar el dinero a las prostitutas arrepentidas, a la espera de consultar con los jurats y, si parecía apropiado, con Vicente, cuya predicación había producido el arrepentimiento de las prostitutas.134 Ya fuera por su trabajo como pacificador, por su trabajo como reformador moral, por ambos, o por alguna otra razón completamente diferente, en diciembre de 1387 los jurats pagaron a Vicente la considerable suma de 200 florines –el doble de lo que pagarían a todas las prostitutas arrepentidas y a sus posibles maridos tres años más tarde–.135

Resumiendo los primeros cuarenta años de la vida de Vicente, hacia la década de 1380 ejercía papeles y mostraba rasgos que serían evidentes cuando posteriormente se convirtiera en una figura de importancia europea, más que local o regional. Fanático inflexible en el asunto del cisma, era, no obstante, un conciliador en casa, una persona cuya autoridad moral, cuando era empleada entre partes enfrentadas, llevaba a firmar acuerdos de paz. También estaba adquiriendo la reputación de ser un predicador dotado, eficaz y solicitado. Sus sermones llevaban a las prostitutas al arrepentimiento; asimismo, ofrecía como obsequio una copia escrita de sus sermones. Con todo, en el Tractatus de moderno ecclesie scismate, Vicente expresaba ideas sobre visiones y el apocalipsis que no concordaban en absoluto con sus ideas y acciones posteriores.

* * *

La década de 1390 no comenzó tan bien para Vicente y acabaría convirtiéndose en tumultuosa. Parece que Nicolau Eymerich, el inquisidor general de Aragón cuyos escritos sobre el cisma habían influido en la propia obra de Vicente, acusó y condenó a su compañero dominico por herejía.

En 1398 la mayoría de los cardenales obedientes a Aviñón rompieron abiertamente con el papa Benedicto XIII –anteriormente el cardenal Pedro de Luna–, que había sucedido a Clemente VII como papa aviñonés en 1394. Entre dichos cardenales estaba Leonardo da Giffoni, un franciscano que escribió el tratado Ex suptuplici medio durante el verano u otoño de 1398.136 El tratado justificaba su renuncia y la de sus compañeros cardenales a su lealtad hacia Benedicto, que era, según el cardenal, un cismático y un hereje. Como prueba de la depravación de Benedicto, Giffoni señalaba la protección del papa a célebres herejes como el hombre que era ahora su confesor, Vicente Ferrer. Vicente había predicado un sermón de Viernes Santo en el que afirmaba que Judas Iscariote, el traidor de Jesús, había sido salvado y no condenado. Arrepintiéndose de su traición, Judas había tratado de confesar su crimen a Jesús durante la crucifixión, pero el tamaño de la multitud le impidió poder acercarse lo suficiente como para hablar con él, por lo que confesó el crimen internamente, de manera silenciosa. Jesús sabía del remordimiento de Judas y le perdonó; por lo tanto, Judas, o así lo había predicado Vicente, residía ahora en el cielo junto a Jesús. A la luz de las afirmaciones del predicador, Eymerich había iniciado un proceso inquisitorial contra Vicente, encontrándole culpable. El papa Benedicto XIII, para proteger la reputación de su confesor, se hizo con los documentos del proceso y los quemó, para que no quedara prueba o memoria de la condena. Pero el cardenal Giffoni y otros cardenales conocían dichos sucesos porque el propio Eymerich se los había relatado.137

Otras personas secundaron las acusaciones del cardenal y profundizaron en ellas, incluso después de que el propio Giffoni hubiera regresado con otros cardenales a la obediencia de Aviñón en 1403 (Bonifacio, el hermano de Vicente, describió con deleite su regreso y sumisión –señaló que Giffoni se había postrado a los pies de Benedicto en una calle pública y confesado que, durante su rebelión, había escrito «de manera detestable y traicionera»–).138 En el Concilio de Pisa de 1409 ocho testigos diferentes mencionaron el proceso inquisitorial de Eymerich contra Vicente; algunos de aquellos testigos hablaban no de un único proceso, sino de múltiples. Vicente, según su versión, había apelado la condena a la curia papal y Clemente VII había nombrado a dos cardenales para investigar el asunto. El cardenal Pedro de Luna estaba ausente de la curia en aquel momento; cuando supo lo que había sucedido, escribió a uno de los dos cardenales encargados de investigar a Vicente y le instó a cerrar la investigación. Entonces el propio Pedro de Luna regresó a la curia papal. Y, tras su elección como papa Benedicto XIII, pudo tomar cartas en el asunto, quemando todos los documentos relevantes e imponiendo un silencio perpetuo a todos los implicados.139

El cardenal Giffoni y los ocho individuos que testificaron en el Concilio de Pisa eran testigos hostiles, no imparciales. Pocos meses después de publicar el cardenal Ex suptuplici medio, tres autores anónimos publicaron contestaciones. Los tres trataban de despertar dudas sobre si se podía confiar en Giffoni en dicho asunto. Si los cardenales estaban tan seguros de que Vicente era un hereje condenado e injustamente indultado, ¿por qué entonces no le atraparon en 1398 cuando residía en la casa dominica de Aviñón en lugar de en el palacio papal? Giffoni afirmaba que Benedicto había quemado los documentos o los había hecho quemar –¿pero qué de las dos cosas?, ¿no cuestionaba dicha indecisión e inconsistencia la fiabilidad de la información obtenida de Eymerich?140

Las tres réplicas anónimas buscaban desautorizar a Giffoni, pero ninguna negaba rotundamente que Eymerich hubiera llevado a cabo un proceso inquisitorial contra Vicente y le hubiera condenado por herejía, ni que Benedicto hubiera quemado los documentos del proceso. De hecho, incluso al crear dudas sobre las afirmaciones del cardenal, a la vez asumían que esas afirmaciones eran ciertas cuando defendían, o al menos declaraban negarse a juzgar, la destrucción de los documentos por parte de Benedicto. El autor de Sapiens attendens afirmaba que no deseaba comentar la cuestión, porque no sabía en qué estaba pensando Benedicto cuando ordenó quemar los documentos.141 El autor de Responsurus ad rationes quería que el papa y Vicente arrojaran más luz sobre el asunto, lo que al parecer nunca hicieron; en sus sermones existentes que mencionan a Judas (y que datan o parecen datar todos de las dos primeras décadas del siglo XV), Vicente simplemente aseveraba que Judas había sido condenado y no comentaba nada acerca de haber sido acusado y condenado por herejía con anterioridad por predicar lo contrario.142 El autor de Sicut dicit Isidoris argumentaba que el papa estaba en su derecho legal de reafirmar su jurisdicción en aquella cuestión.143 El propio Giffoni escribió a finales de 1398 o principios de 1399 una respuesta a los tres tratados anónimos; se atenía a su acusación original y añadía otras que eran más imprecisas. Vicente era también culpable de errores heréticos relacionados con los sacramentos de la penitencia y la eucaristía.144

Al igual que los tres autores anónimos de 1398 que cuestionaban la alegación del cardenal Giffoni, Jean Gerson también se protegió contra la posibilidad de que las acusaciones fueran ciertas. En 1402 Gerson trató las afirmaciones del cardenal en sus Replicationes, que escribió, tal y como explicaba el propio Gerson en la conclusión del tratado, no para excusar o justificar las acciones de Benedicto, a quien consideraba estar pobremente aconsejado, sino para proporcionar al papa los argumentos que podía emplear para defenderse contra las acusaciones de herejía y especialmente de obstinación o pertinacia, que era un elemento de la herejía.145 Cuando los enemigos de Benedicto señalaban sus «maquinaciones», el papa podía responder fácilmente «bien negándolas o bien dando una interpretación positiva a los propios actos que son interpretados de manera negativa».146 Entre dichas maquinaciones estaba la quema de los documentos del proceso inquisitorial contra Vicente. Gerson sugería que el papa podía tratar de negar la acusación, dado que «será difícil demostrar» la veracidad de la acusación. Negar una acusación por ser difícil de demostrar no es ni mucho menos lo mismo que negar una acusación por ser falsa. Gerson también sugería que, si la acusación era cierta, el papa podía abjurar de sus acciones y, en cualquier caso, aunque era «quizá sospechoso que Benedicto XIII no diera ninguna otra razón para quemar los documentos», su inmolación no era evidencia de la pertinacia o herejía de Benedicto. No en vano, el papa podía absolver a aquellos que realizaban afirmaciones heréticas.147

Dado lo mucho que Vicente tomó prestado de Eymerich en su Tractatus de moderno ecclesie scismate, y dada su lealtad común a Benedicto, la acusación de herejía de Eymerich contra Vicente resulta, en ciertos aspectos, sorprendente. Por otra parte, en el momento en que comenzó su proceso contra Vicente, Eymerich había acumulado casi cuatro décadas de experiencia como inquisidor y durante dicho tiempo demostró ampliamente su belicosidad y su voluntad de generar polémica, especialmente en su lucha contra los lulistas de Valencia, los partidarios del polémico mallorquín Ramón Llull, muerto seguramente en la década de 1310. Es improbable que aquella lucha tuviera una relación directa con la decisión de Eymerich de acusar y condenar a Vicente por herejía, pero el curioso desenlace de la pugna es relevante con respecto a las afirmaciones de que Vicente había sido condenado por herejía y de que Benedicto había destruido después todos los documentos relacionados con dicho proceso inquisitorial.

A comienzos de la década de 1370 Eymerich desarrolló un interés por Llull, de cuya ortodoxia religiosa comenzó a dudar por diversos motivos, como el hecho de que hubiera escrito tratados teológicos en lengua vernácula, exponiendo a los laicos a conceptos y cuestiones difíciles que, en opinión del inquisidor, no estaban preparados para manejar.148 En 1372, a petición de Eymerich, el papa ordenó al arzobispo de Tarragona reunir los escritos de Llull, examinarlos y quemarlos si el arzobispo encontraba que contenían las declaraciones heréticas que Eymerich propugnaba.149 Paralelamente, Pedro IV exilió a Eymerich de la Corona de Aragón en 1375, por un asunto que no estaba relacionado con ello. Mientras estaba en el exilio en Aviñón, Eymerich continuó con su agenda antilulista. En 1376 obtuvo la expedición de la bula papal Conservationi puritatis catholice fidei, que condenaba veinte de los libros de Llull y doscientas declaraciones heréticas que presuntamente contenían dichos libros; el papa ordenó también analizar otros escritos de Llull para determinar si eran igualmente heréticos.150 Tras la muerte de Pedro IV en enero de 1387, Eymerich regresó a la Corona de Aragón y Juan I lo reinstauró como inquisidor general en abril de 1387.151

El inquisidor repuesto comenzó a investigar y procesar a los lulistas de Valencia de acuerdo con la bula papal de 1376 y, en un principio, con el apoyo de Juan, que en 1387 prohibió la posesión de escritos de Llull y la enseñanza de sus ideas en la Corona de Aragón.152 La renovada persecución de lulistas de Eymerich provocó una respuesta potente y bien organizada en Valencia. En junio de 1388 un representante de la ciudad, Joan de Cera, fue a la casa dominica de Valencia y acusó a Eymerich de difamar a Valencia y de abusar de su cargo. Para apoyar dichas acusaciones, la ciudad recolectó el testimonio de 48 testigos, una cuarta parte notarios que habían registrado los interrogatorios llevados a cabo por Eymerich. Según los testigos, Eymerich perseguía a buena gente de la que no había sospecha de herejía y él y sus oficiales exigían pagos de manera injusta a cambio de conceder absoluciones a los que ellos mismos condenaban. Particularmente grave para aquellos testigos era el trato de Eymerich a Pere Saplana, el párroco de Silla; cuando la gente habló en defensa de Pere Saplana, Eymerich inició procesos inquisitoriales también contra sus defensores.153 Así, en julio de 1388 el rey Juan escribió a varios oficiales reales y al propio Eymerich suspendiendo sus actividades inquisitoriales en Valencia y ordenándole abandonar el Reino de Valencia.154

Ante dicha oposición Eymerich se retiró a Aviñón, donde pasó los dos años siguientes. Pero a comienzos de la década de 1390 regresó de nuevo a la Corona de Aragón y predicó contra Valencia, especialmente en Lérida en 1392. Valencia, por su parte, continuó su lucha contra Eymerich, reclutando a otras ciudades como Barcelona, Zaragoza y la misma Lérida entre 1390 y 1392 para apoyar su causa.155 Valencia trató también de reclutar como aliado al cardenal Pedro de Luna, ordenando al representante de la ciudad en Aviñón que informara al cardenal de lo que estaba sucediendo.156 El apoyo de Juan a Eymerich vaciló de nuevo para finalmente derrumbarse. Aún en junio de 1391 el rey escribió a Clemente VII y le pidió que ignorara cualquier cosa negativa que pudiera estar oyendo sobre el inquisidor, pero con tantas ciudades y villas importantes unidas contra él la marea iba contra Eymerich y Juan cedió ante ella. En julio de 1392 el rey nombró a un nuevo inquisidor general para remplazar a Eymerich y en abril de 1393 le desterró de nuevo de la Corona de Aragón. Tras postergar la orden durante quizá un año, finalmente Eymerich se marchó a Aviñón.157 Allí continuó escribiendo tratados contra los lulistas como su Contra prefigentes certum terminum fini mundi, redactado en 1395 o 1396.158

Algunos de los testigos valencianos que declararon contra Eymerich en 1388 mencionaron que los propios dominicos se dividieron a causa de las actividades del inquisidor, algunos alineándose con Eymerich y otros con Bernat Armengol, quien encabezó una comisión que investigó los escritos de Llull en tres puntos específicos y encontró que Eymerich había traducido mal a Llull, de forma tendenciosa, en todos ellos.159 Por lo que respecta al partido tomado por Vicente, Josep Perarnau i Espelt informa que se alineó con el inquisidor y predicó contra Pere Saplana en Valencia.160 El apoyo de Vicente a Eymerich durante su lucha contra los lulistas secunda la sugerencia de Claudia Heimann de que Eymerich acusó de herejía a Vicente no porque se hubiera desarrollado una animosidad personal entre ellos, sino simplemente porque había oído las declaraciones heréticas de Vicente y había procedido de la forma en que lo hacía un inquisidor cuando se enfrentaba a errores religiosos.161

Cuando Pedro de Luna se convirtió en el papa Benedicto XIII en 1394 hizo todo lo que estaba en su poder para acabar rápidamente con el conflicto entre Valencia y Eymerich. Durante los últimos meses del pontificado de Clemente VII el representante de Valencia en Aviñón había acusado al propio Eymerich de mantener opiniones poco ortodoxas sobre la Inmaculada Concepción, lo que condujo a un proceso inquisitorial contra su persona. Poco después de convertirse en papa, Benedicto detuvo el proceso contra Eymerich, que permaneció como partidario de Benedicto hasta la propia muerte del inquisidor en 1399. Pero Benedicto le hizo también a Valencia un favor igual de grande. En 1395 el guardián de los documentos papales hizo un anuncio sorprendente. Los lulistas de Valencia afirmaban que la bula papal de 1376, Conservationi puritatis catholice fidei, no era auténtica, a pesar de que Pedro IV había respondido a ella en 1377 y de que circulaban copias por toda la Corona de Aragón. El guardián de los documentos papales buscó en los archivos una copia debidamente registrada de la bula e informó de que no podía encontrarla. Por lo tanto, las diversas provisiones de la bula y su condena a Llull eran totalmente nulas e inválidas, y desaparecía la base de la ofensiva de Eymerich contra los lulistas.162 En este caso, parece que Benedicto hizo desaparecer el problema de una manera bastante literal.163 Así pues, el deseo del nuevo papa de acallar los conflictos que heredó de su predecesor, y la forma en la que desaparecieron inesperadamente documentos incómodos a comienzos de su pontificado, dan credibilidad a la acusación del cardenal Giffoni de que Benedito quemó los documentos asociados a la investigación y el juicio de Vicente y de que ordenó a todos los implicados no volver a hablar del episodio.

* * *

Aparte de su temporada en Toulouse en la década de 1370, Vicente pasó en Valencia y la Corona de Aragón las primeras cuatro décadas de su vida. Pero desde mediados de la década de 1390 (tal vez ya en 1392) hasta finales de 1408 parece no haber puesto un pie en Valencia ni en la Corona de Aragón.

No está claro exactamente cuándo y bajo qué circunstancias Vicente abandonó su tierra natal. En un sermón que predicó en Valencia en 1413 declaró que había estado presente en Aviñón durante el pontificado de Clemente VII, específicamente en el momento en que el hermano del papa, el conde de Ginebra, había muerto sin heredero.164 El conde en cuestión, Pedro, falleció en Aviñón en marzo de 1392.165 Quizá Vicente había ido a Aviñón para apelar su condena por herejía. Se desconoce cuánto tiempo se quedó –ni si regresó a Valencia o si todavía estaba en Aviñón en 1394, cuando los cardenales de obediencia a Aviñón eligieron a Pedro de Luna como Benedicto XIII–. También se desconoce la fecha en que Vicente se convirtió en el confesor de Pedro de Luna. Un testigo conocedor pero no infalible de la canonización, Jean Placentis, declaró que Vicente se había convertido en su confesor antes de la elección papal.166 Documentos fiscales de diciembre de 1395 a julio de 1398 muestran pagos regulares realizados a Vicente por su servicio como confesor papal; su salario anual era de 120 florines, pagados de forma más o menos trimestral en cuotas de 30 florines.167 Mientras estuvo en Aviñón, permaneció en contacto ocasional con la casa real de Aragón. Martín, ahora rey, escribió a Vicente, maestro en sagrada página y confesor papal (pero no maestro del sagrado palacio, un cargo que los historiadores le adscriben en ocasiones), en enero de 1398, pidiéndole que le enviara una copia de un diccionario no identificado que el rey creía que podía encontrarse en Aviñón.168

Que los cardenales de Aviñón eligieran a alguien para suceder a Clemente VII resultó polémico y la situación de Benedicto XIII se deterioró pronto seriamente. Clemente no fue el primero en morir de los dos papas elegidos en 1378. Urbano había fallecido primero, en 1389, creando esperanzas de que sus partidarios terminaran con el cisma al abstenerse de elegir a un sucesor. Pero los cardenales de obediencia romana eligieron a Pietro Tomacelli como el papa Bonifacio IX. Las mismas esperanzas de fin del cisma surgieron cuando murió Clemente –con la muerte del segundo de los papas elegidos en 1378, la cuestión de cuál de las dos elecciones había sido válida no era ya tan tangible–. Simon de Cramaud, cabeza de hecho del clero francés y representante de la postura de la monarquía francesa, envió mensajeros a Aviñón al saber de la muerte de Clemente y pidió a los cardenales allí congregados que no eligieran a un sucesor. La curia romana realizó la misma petición, olvidando convenientemente que los cardenales romanos habían estado poco dispuestos a hacer lo mismo solo cinco años antes. Los cardenales de Aviñón hicieron caso omiso a aquellas peticiones y en su lugar siguieron adelante con una elección papal todavía con más rapidez. Solo doce días después de haber muerto Clemente, los cardenales de Aviñón eligieron a Pedro de Luna como Benedicto XIII.169

En el momento de su elección Benedicto prometió que trabajaría para acabar con el cisma. No obstante, pronto se hizo aparente que veía aquella promesa de manera diferente a algunos de sus partidarios. En febrero de 1395 Simon de Cramaud presidió una asamblea francesa en París que trató varias formas de acabar con el cisma, como convocar un concilio general de la Iglesia para solucionar el asunto, o quizá establecer una comisión para resolver las reivindicaciones enfrentadas de legitimidad papal. Al final, la asamblea de 1395 votó a favor de la «vía de cesión», o via cessionis, por la que tanto el papa de Aviñón como el papa de Roma dimitirían de sus puestos, despejando el camino para la elección de un nuevo papa por parte de un Colegio Cardenalicio unido. Cuando los representantes de la asamblea viajaron a Aviñón e informaron a Benedicto de su decisión, el papa se negó a dimitir. El papa de Roma estaba todavía menos dispuesto a acatar la decisión de una asamblea francesa cuyos asistentes no eran ni siquiera de su obediencia.

Al quedar claro que Benedicto no aceptaría voluntariamente la via cessionis, Francia comenzó a presionarle para que lo hiciera y animó a otros a unirse a dicho esfuerzo. En julio de 1397 representantes de los cleros francés, castellano e inglés dieron un ultimátum a Benedicto. Le concedían siete meses para acabar con el cisma; si Benedicto no lograba hacerlo, Francia y Castilla le abandonarían. Benedicto ni dimitió ni encontró otra solución para el cisma en los siete meses asignados y así, en mayo de 1398, se reunió otra asamblea en Francia. De acuerdo con la decisión de la asamblea, en julio de 1398 el rey de Francia retiró formalmente su reino de la obediencia a Aviñón. Castilla hizo lo mismo. En septiembre de 1398 un ejército francés entró en Aviñón y asedió el palacio papal. Así, aquel mismo mes la mayoría de cardenales de Benedicto se retiraron de su obediencia y abandonaron el palacio papal.170

Aquella quiebra –no total, pero sí sustancial– del apoyo de Benedicto constituyó el contexto en el que Vicente comenzó la itinerante misión predicadora por la que se haría famoso. El compromiso predicador de Vicente precede sin duda al colapso, pero dicha misión le llevó a redefinirse a partir de la misma predicación. Antes de 1399 Vicente firmaba sus cartas como «Vicente Ferrer, pecador», pero después de 1399 las firmaba como «Vicente Ferrer, predicador». El hombre que en 1380 había escrito que predicar en beneficio del papa verdadero era una obligación de lo más seria prestó poca atención al cisma en los sermones predicados después de 1399. Y el hombre que en 1380 había sospechado tanto de las visiones religiosas hacía ahora de una visión la base de su autoridad espiritual y el centro de su vida. Las vicisitudes del cisma quizá expliquen por qué comenzó cuando lo hizo la misión de Vicente, pero no provocaron su misión. La causa fue una visión.

1 Pere d’Arenys ingresó en la orden dominica en 1363 con 12 años y su contemporáneo Joan de Mena ingresó a la edad de 10 años; el capítulo general de 1378 permitía a los priores aceptar oblatos de solo 7 años de edad y que no tuvieran estudios. William A. Hinnebusch: The History of the Dominican Order. Growth and Origins to 1500, 2 vols., Staten Island, Alma House, 1966, 1973, 1, pp. 282-283, 317-318, 328 y 330.

2 José Martínez Ortiz (ed.): «Relaciones entre san Vicente Ferrer y el municipio valenciano. Colección documental», en IV CHCA: Actas y comunicaciones, 3 vols., Palma de Mallorca, Diputación Provincial de Baleares / Barcelona, Archivo de la Corona de Aragón, 1959-1976, 2, p. 597 (22 de diciembre de 1387).

3 Para el testimonio de la canonización, Père (Pierre-Henri) Fages (ed.): Procès de la canonisation de saint Vincent Ferrier, París, A. Picard / Lovaina, A. Uystpruyst, 1904, p. 430. Para los documentos pertenecientes a los Ferrer en las décadas de 1350, 1360 y 1370, Fages: Notes et documents, pp. 35-36.

4 Fages: Procès, pp. 241-242. Jean Placentis, que contaba con 73 años de edad durante la encuesta para la canonización en Bretaña, se había encontrado con Vicente en Saboya y después nuevamente en Llucmajor, en la isla de Mallorca; ciertos documentos que datan de los tiempos de Vicente confirman el contacto de Placentis con Vicente. Josep Perarnau i Espelt: «El punt de ruptura entre Benet XIII i sant Vicent Ferrer», Analecta sacra tarraconensia, 71, 1998, pp. 628-629.

5 Fages: Procès, p. 435.

6 Corpus Christi, 344, 24 de junio de 1411.

7 Miquel Batllori et al.: De la conquesta a la federació hispànica, vol. 2 de Història del País Valencià, ed. Ernest Belenguer, Barcelona, Edicions 62, 1989, 211; EVM, 1, pp. 179-180, 27 de febrero de 1375.

8 Agustín Rubio Vela: Peste negra, crisis y comportamientos sociales en la España del siglo XIV. La ciudad de Valencia (1348-1401), Granada, Universidad de Granada, 1979, pp. 72-73.

9 Ibíd., p. 111 (7 de junio de 1348).

10 Ibíd., p. 25.

11 Ibíd., pp. 112-113 (21 de julio de 1348).

12 Ibíd., pp. 25-29. Un documento del 10 de agosto de 1348 habla de la remisión de la plaga en Valencia.

13 José Trenchs Odena: «El Reino de Valencia y la peste de 1348. Datos para su estudio», en Estudios de historia de Valencia, Valencia, Universidad de Valencia, 1978, pp. 38-41.

14 Para una estimación de 21.000 en 1355, véase Rafael Narbona Vizcaíno: Pueblo, poder y sexo. Valencia medieval (1306-1420), Valencia, Diputación de Valencia, 1992, p. 169; para una estimación de 25.000-28.000, véase Agustín Rubio Vela: «La población de Valencia en la baja edad media», Hispania: Revista Española de Historia, 55, 1995, pp. 520-525.

15 Rubio: Peste negra, p. 113, 10 de octubre de 1349 (véanse también pp. 32-33).

16 Ibíd., pp. 15-16, 20-23 y 72-73; Agustín Rubio Vela: «Las epidemias de peste en la ciudad de Valencia durante el siglo XV. Nuevas aportaciones», Estudis castellonencs, 6, 1994-1995, pp. 1189-1192.

17 Ibíd., pp. 29-33; HCV, 1, p. 222, 28 de junio de 1362.

18 Ibíd., pp. 35-39 y 119-120, 13 de febrero de 1375.

19 Ibíd., p. 71.

20 Mercedes Gallent Marcos: «Valencia y las epidemias del siglo XV», Estudis d’historia social, 3, 1979, pp. 115-135; Rubio: Peste negra, pp. 39-48; Rubio: «Epidemias de peste», pp. 1185-1187 y 1192-1196.

21 Rubio: «Epidemias de peste», p. 1194; Rubio: Peste negra, pp. 87-90 y 116, 10 de diciembre de 1371; pp. 116-117, 16 de julio de 1372; pp. 121-112, 4 de abril de 1375; pp. 122-123, 6 de noviembre de 1383.

22 EVM, 1, pp. 184-185, 9 de agosto de 1401; 1, p. 185, 13 de agosto de 1401.

23 Rubio: Peste negra, pp. 57-60, 73-74; HCV, 1, p. 201, 1 de noviembre de 1349; EMV, 1, p. 184, 30 de julio de 1401.

24 Matías Calvo Gálvez y Josep Vicent Lerma: «Peste negra y pogromo en la ciudad de Valencia: la evidencia arqueológica», Revista de Arqueología, 19, 1998, pp. 50-59.

25 David Nirenberg: Communities of Violence: Persecution of Minorities in the Middle Ages, Princeton, Princeton University Press, 1996, pp. 231-241.

26 Rubio: Peste negra, p. 97.

27 HCV, 1, p. 198, 1 de marzo de 1349.

28 Rubio: Peste negra, pp. 98-99 y 129, 14 de julio de 1395.

29 Rubio: «Epidemias de peste», p. 1194; Rubio, Peste negra, pp. 84-86; pp. 115-116, 29 de noviembre de 1370; pp. 117-118, 11 de diciembre de 1374; pp. 120-121, 20 de febrero de 1375; pp. 127-128, 17 de junio de 1395; EMV, 1, pp. 180-181, 9 de mayo de 1375; HCV, 1, p. 254, 6 de febrero de 1375.

30 Maria Teresa Ferrer i Mallol: «La frontera meridional valenciana durant la guerra amb Castella dita dels Dos Peres», en Pere el Cerimoniós i la seva època, Barcelona, Consell Superior d’Investigacions Científíques, 1989, pp. 245-247.

31 Ferrer: «La frontera meridional», pp. 329-330.

32 Donald J. Kagay: «The Defense of the Crown of Aragon during the War of the Two Pedros, 1356-1366», The Journal of Military History, 71, 2007, p. 19.

33 Kagay: «Defense of the Crown of Aragon», p. 29.

34 Ferrer: «La frontera meridional», pp. 268-275, 277-284, 287-299, 300-301 y 314.

35 Ibíd., p. 248.

36 Ibíd., p. 283.

37 Ibíd., pp. 329-341.

38 Adolfo Robles Sierra (ed.): «Actas de los capítulos provinciales de la provincia dominicana de Aragón de los años 1363, 1365 y 1366», EV, 26 1996, pp. 129-130.

39 Para las asignaciones de 1350-1353, Michael Vargas: «How a “Brood of Vipers” Survived the Black Death: Recovery and Dysfunction in the Fourteenth-Century Dominican Order», Speculum, 86, 2011, p. 704, esp. n. 65; para 1371, Vito-Tomás Gómez García (ed.): «Actas de los capítulos provinciales de la provincia dominica de Aragón, pertenecientes a los años 1371, 1372 y 1373», EV, 31 2001, p. 202.

40 Vito-Tomás Gómez García (ed.): «Actas de los capítulos provinciales de la provincia dominicana de Aragón, pertenecientes a los años 1368, 1369, y 1370», EV, 27, 1997, pp. 260, 272. Que la primera asignación de Vicente estuviera relacionada con la lógica en lugar de la gramática puede indicar que ya conociera bien la gramática cuando se unió a la orden. No obstante, es posible que en el capítulo provincial de 1367, cuyas actas han desaparecido, le asignaran al estudio de la gramática. Las actas provinciales de 1363, 1365 y 1366, que sí sobreviven, no mencionan a Vicente.

41 Goméz: «Actas... 1371, 1372 y 1373», p. 211.

42 Ibíd., pp. 224 y 236.

43 Fages: Notes et documents, p. 58.

44 Vito-Tomás Gómez García (ed.): «Actas de los capítulos provinciales de la provincia dominicana de Aragón, pertenecientes a los años 1376, 1377, 1378 y 1379», EV, 132, 2002, pp. 1351-1352.

45 Fages: Notes et documents, p. 64, 11 de febrero de 1389.

46 «Como veremos de su distinción entre el intellectus de una proposición y las palabras que expresan esa proposición, San Vicente cree que el lenguaje expresa algo que piensa la mente. Cada proposición significativa tiene un sentido o un intellectus que está pensado por el que expresa la proposición. Este intellectus puede ser considerado el contenido de un acto mental por el que alguien piensa algo y expresa lo que piensa en el lenguaje, pero es independiente de cualquier acto mental particular y no puede identificarse con ellos». John A. Trentman: «Vincent Ferrer on the Logician as Artifex Intellectualis», Franciscan Studies, 25, 1965, p. 326, y de forma más general, pp. 322-326.

47 Trentman: «Vincent Ferrer on the Logician», pp. 330, 335.

48 Sobre Ferrer, Trentman: «Vincent Ferrer on the Logician», p. 324. Sobre la distinción entre proposiciones y términos, véanse Paul Vincent Spade: «The Semantics of Terms», en N. Kretzmann, A. Kenny y J. Pinborg (eds.): The Cambridge History of Later Medieval Philosophy, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 188-196; Gabriel Nuchelmans: «The Semantics of Propositions», Cambridge History of Later Medieval Philosophy, pp. 197-210 (esp. pp. 197-198).

49 Para la definición de significación, Spade: «Semantics of Terms», p. 188; Vicente Forcada: «Momento histórico del tratado ‘De suppositione’ de san Vicente Ferrer», EV, 3, 1973, pp. 52.

50 Terence Parsons: «The Development of Supposition Theory in the later Twelfth through Fourteenth Centuries», en D. Gabbay y J. Woods (eds.): Handbook of the History of Logic, vol. 2, Medieval and Renaissance Logic, Ámsterdam, North-Holland, 2008, p. 187.

51 Vicente Ferrer: Tractatus de suppositionibus, ed. John A. Trentman, Stuttgart-Bad Cannstatt, Frommann-Holzboog, 1997, p. 93.

52 Parsons: «Development of Supposition Theory», 187, pp. 193-194.

53 Ibíd., p. 222.

54 Catarina Dutilh Novaes: «Logic in the Fourteenth Century after Ockham», en Handbook of the History of Logic, 2, pp. 449-461.

55 Trentman: «Vincent Ferrer on the Logician», p. 327.

56 José Ángel García Cuadrado: «Tradition and Innovation in the Logical Treatises of St. Vincent Ferrer 1350-1419», en I. Angelelli y P. Pérez-Ilzarbe (eds.): Medieval and Renaissance Logic in Spain, Hildesheim, Georg Olms Verlag, 2000, pp. 180-181.

57 John A. Trentman: «The Questio de unitate universalis of Vincent Ferrer», Mediaeval Studies, 44, 1982, p. 110.

58 Ferrer: Tractatus de suppositionibus, p. 88.

59 Trentman: «Questio de unitate universalis», p. 116.

60 Jordán Gallego Salvadores: «Santo Tomás y los dominicos en la tradición teológica durante los siglos XIII, XIV y XV», EV, 2, 1974, pp. 498-499.

61 Gómez: «Actas... 1368, 1369, y 1370», p. 258; Gómez: «Actas... 1376, 1377, 1378 y 1379», p. 366; V.-T. Gómez García (ed.): «Actas de los capítulos provinciales de la provincia dominicana de Aragón pertenecientes a los años 1380, 1381, 1387 y 1388», EV, 33, 2003, p. 411.

62 García: «Tradition and Innovation», p. 167.

63 Trentman: «Questio de unitate universalis», p. 115.

64 García: «Tradition and Innovation», p. 168.

65 Trentman: «Questio de unitate universalis», pp. 116-117.

66 García: «Tradition and Innovation», pp. 169-175.

67 Forcada: «Momento histórico», p. 88; García: «Tradition and Innovation», p. 161.

68 Mauricio Beuchot: «La lógica en la España medieval», Revista Española de Filosofía Medieval, 3, 1996, p. 45.

69 Pietro Ranzano: Vita, en AASS, 1 de abril, 487, columna 1.

70 John A. Trentman: «The Text of De Suppositionibus», en Ferrer: Tractatus de suppositionibus, pp. 83-85.

71 García: «Tradition and Innovation», p. 181.

72 Dutilh Novaes: «Logic in the Fourteenth Century», pp. 435-436.

73 Mauro Zonta: «The Original Text of Vincent Ferrer’s Tractatus de unitate universalis Discovered in an Unknown Hebrew Translation?», Bulletin de philosophie médiévale, 39, 1997, pp. 148-151.

74 John A. Trentman, introducción a Vicente Ferrer: Tractatus de suppositionibus, p. 12; José Ángel García Cuadrado: «Los tratados filosóficos de san Vicente Ferrer: nota histórica y bibliográfica», Revista Española de Filosofía Medieval, 1, 1994, p. 65.

75 Gyula Klima: «The Nominalist Semantics of Ockham and Buridan: A “Rational Reconstruction”», en Handbook of the History of Logic, 2, p. 390.

76 Jean Favier: Les papes d’Avignon, París, Fayard, 2006, pp. 38-45.

77 Ibíd., pp. 109-114, 121-131, 288 y 510-53.

78 Ibíd., pp. 135, 137 y 539. Para un buen análisis de Brígida de Suecia, Catalina de Siena, el papado de Aviñón y el cisma, véase Renate Blumenfeld-Kosinski: Poets, Saints, and Visionaries of the Great Schism, College Park, PA, The Pennsylvania University State Press, 2006, capítulo 2.

79 Favier: Les papes d’Avignon, pp. 474-482 y 530-545.

80 Algunos contemporáneos del siglo XIV e historiadores modernos han propuesto que los cardenales exageraron o inventaron retrospectivamente la amenaza que suponía la multitud romana; véanse, por ejemplo, Marc Dykmans: «La troisième election du pape Urbain VI», Archivum historiae pontificiae, 15, 1977, p. 262; Walter Ullmann: The Origins of the Great Schism, Hamden, CT, Archon Books, 1967; publicado originalmente en 1948, pp. 31 y 44. No obstante, en los meses y semanas anteriores a la muerte de Gregorio XI y la elección de Urbano VI, la población romana amenazó al colegio cardenalicio y el miedo a ser asesinados fue lo suficientemente real para que se ejecutara a presuntos conspiradores. Véase Richard Trexler: «Rome on the Eve of the Great Schism», Speculum, 42, 1967, pp. 489-509. Sobre la elección de forma más general, véase Favier: Les papes d’Avignon, pp. 549-557.

81 Marc Dykmans argumenta a favor de tres elecciones separadas el 8 y 9 de abril. Dykmans: «La troisième élection», pp. 217-264. Véase también Favier: Les papes d’Avignon, pp. 552-553, que habla de dos elecciones en lugar de tres.

82 Favier: Les papes d’Avignon, pp. 558-562; Ullmann, Origins, capítulo 3.

83 Favier: Les papes d’Avignon, pp. 562-571, 595; Ullmann, Origins, capítulo 4.

84 Favier: Les papes d’Avignon, pp. 572-474.

85 Ibíd., pp. 578-579.

86 Ibíd., pp. 568 y 587-589; Luis Suárez Fernández: Castilla, el cisma y la crisis conciliar 1378-1440, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1960, pp. 6-11.

87 Para resúmenes del cisma en la Corona de Aragón, véanse Henri Bresc: «La maison d’Aragon et le schisme: implications de politique international», Jornades sobre el Cisma d’Occident a Catalunya, les Illes i el País Valencià, 2 vols., Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1986, 1988, 1, pp. 37-51; Favier: Les papes d’Avignon, pp. 587-590; Andrés Ivars: «La “indiferencia” de Pedro IV de Aragón en el Gran Cisma de Occidente 1378-1382», Archivo Ibero-Americano, 29, 1928, pp. 21-87 y 161-186. Bernard Montagnes propone que la neutralidad de Pedro IV fue táctica y adoptada en gran medida para que el rey pudiera incautar los ingresos papales. Bernard Montagnes: «Saint Vincent Ferrer devant le Schisme», en Michel Hayez (ed.): Genèse et débuts du Grand Schisme d’Occident 1362-1394, París, Éditions du CNRS, 1980, p. 607. Henri Bresc argumenta, creo que de forma persuasiva, contra la noción de que Pedro adoptava la neutralidad para maximizar sus ganancias materiales. Bresc: «La maison d’Aragon», pp. 37-38.

88 Laureano Robles: «Tratados sobre el cisma escritos por dominicos de la Corona de Aragón», EV, 13, 1983, p. 198.

89 Gómez: «Actas... 1376, 1377, 1378 y 1379», pp. 377-378; Gilles-Gérard Meersseman: «Etudes sur l’ordre des frères prêcheurs au début du Grand Schisme», Archivum fratrum praedicatorum, 26, 1956, p. 227.

90 Heimann: Nicolaus Eymeric, p. 107; Pere d’Arenys: Chronicon, p. 21; Robles: «Tratados», pp. 203-204.

91 Robles: «Tratados», p. 203.

92 José Zunzunegui: «La legación en España del Cardenal Pedro de Luna, 1379-1390», Miscellanea historiae pontificiae, 7, 1943, pp. 104-105.

93 Martínez Ortíz: «Relaciones», pp. 594-595, 14 de diciembre de 1379.

94 Jesús Ernest Martínez Ferrando: San Vicente Ferrer y la casa real de Aragón. Documentación conservada en el Archivo Real de Barcelona, Barcelona, Balmesiana, 1955, p. 26, 9 de febrero [1383].

95 Para el nombramiento del nuevo prior, véase Fages: Notes et documents, p. 49. Para la excomunión, véase Gómez: «Actas... 1380, 1381, 1387 y 1388», p. 403.

96 La Vita de Pietro Ranzano declara que Vicente acompañó a Pedro de Luna en sus viajes por la península ibérica entre 1378 y 1390: Ranzano: Vita, p. 487, columna 2. Sin embargo, Alfonso Esponera Cerdán señala acertadamente la falta de pruebas contemporáneas de la participación de Vicente en las delegaciones castellanas y portuguesas de Pedro de Luna. Cada documento existente le sitúa en alguna parte de la Corona de Aragón, y normalmente en Valencia, en la década de 1380. Alfonso Esponera Cerdán: «San Vicente Ferrer y la Iglesia de su tiempo», en Emili Casanova y Jaume Buigues (eds.): En el món de sant Vicent Ferrer, Valencia, Editorial Denes, 2008, pp. 74-75.

97 Para una discusión razonada de la estructura del tratado, véase Vicente Forcada: «El “Tratado del cisma moderno” de san Vicente Ferrer», Anales del Centro de Cultura Valenciana, 23, 1955, pp. 77-91.

98 Hodel: «Commentaire et analyse», p. 210; Ramon Arnau García: San Vicente Ferrer y las eclesiologías del cisma, Valencia, Facultad de Teología San Vicente Ferrer, 1987, pp. 49, 91 y 99; Blumenfeld-Kosinski: Poets, Saints, and Visionaries, p. 79; Álvaro Huerga Teruelo: «El “Tratado del cisma moderno”, de san Vicente Ferrer», Revista Española de Teología, 39-40, 1979-1980, pp. 147 y 159.

99 TMES, pp. 36 y 69.

100 Hodel: «Commentaire et analyse», pp. 207-209; Arnau: San Vicente Ferrer y las eclesiologías, pp. 27-29, 47-48; Huerga: «El “Tratado”», p. 159.

101 TMES, pp. 71 y 73.

102 TMES, p. 55.

103 TMES, pp. 55-57 y 60.

104 TMES, pp. 116-117.

105 TMES, pp. 83-84.

106 TMES, p. 37.

107 TMES, pp. 104-106.

108 TMES, pp. 98-104; para la obligación a los predicadores, pero no a otros, de proclamar públicamente la verdad de la legitimidad de Clemente, véanse pp. 103-104.

109 TMES, pp. 107-111.

110 TMES, p. 42.

111 TMES, p. 52.

112 Blumenfeld-Kosinski: Poets, Saints, and Visionaries, 36, pp. 55-58.

113 Arnau: San Vicente Ferrer y las eclesiologías, p. 48.

114 TMES, pp. 92-93.

115 TMES, pp. 92 y 95.

116 TMES, p. 96.

117 TMES, p. 106.

118 TMES, p. 94.

119 TMES, p. 112.

120 TMES, p. 32.

121 TMES, pp. 74-75.

122 TMES, pp. 113-114.

123 TMES, p. 115.

124 Adolfo Robles Sierra (ed.): «Correspondencia de san Vicente Ferrer», EV, 17, 1987, p. 180, 24 de febrero [de 1381]. Aunque Robles propone 1386 como el año en que Vicente escribió esta carta, a la vista de la carta de los jurats de abril de 1381 sobre el viaje de Vicente a Segorbe, es casi seguro de 1381.

125 Martínez: San Vicente Ferrer y la casa real, pp. 26-27, 10 de febrero de 1383. Se desconoce cuándo dejó de servir como confesor de Violante de Bar, pero en 1388 ya tenía otro confesor: Martínez: San Vicente Ferrer y la casa real, p. 26, n. 2.

126 Sobre Berenguer d’Anglesola, véase Salvador Miranda: «The Cardinals of the Holy Roman Church», Florida International University Libraries, disponible en línea: <https://webdept.fiu.edu/~mirandas/bios1397-ii.htm> (acceso: 20 de octubre de 2018). En la encuesta para la canonización en Bretaña, el cartujo Jean Placentis declaró que «ha oído decirse que» Vicente fue elegido obispo para una sede en Aragón cuyo nombre no se puede recordar y que Vicente rechazó el puesto. Fages: Procès, p. 245. Este testimonio es quizá un recuerdo distante de los intentos de Juan y Violante de Bar de obtener para Vicente la sede de Huesca, pero no hay más evidencias que indiquen que Clemente VII ofreciera una sede a Vicente o que Vicente la rechazara.

127 Fages: Notes et documents, p. 52.

128 Ibíd., pp. 55-56.

129 Martínez: San Vicente Ferrer y la casa real, pp. 29-30, 4 de enero de 1387.

130 Martínez: «Relaciones», pp. 597-598, 20 de enero, sin año, fechando la carta en 1387; Robles: «Correspondencia», pp. 179-180, 20 de enero, sin año, sugiriendo la fecha de 1386.

131 Zunzunegui: «La legación», pp. 123-124.

132 Martínez: «Relaciones», p. 595, 1 de abril de 1381.

133 Fages: Notes et documents, p. 67, 1 de febrero de 1389.

134 Martínez: «Relaciones», pp. 598-509, 15 de abril de 1390.

135 Ibíd., p. 597, 22 de diciembre de 1387.

136 Clément Schmitt: «La position du cardinal Léonard de Giffoni, O.F.M. dans le conflit du Grand Schisme d’Occident», Archivum fratrum praedicatorum, 51, 1958, pp. 33-34 y 39-40.

137 Leonardo da Giffoni: Ex suptuplici medio, en Schmitt, «La position», pp. 71-72.

138 Schmitt: «La position», p. 470; Bonifacio Ferrer: Tractatus pro defensione Benedicti XIII, en Edmond Martène y Ursin Durand (eds.): Thesaurus novus anecdotorum, 5 vols., París, 1717, p. 2: columna 1493, 9 de enero de 1411.

139 Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 143-145; Brettle: San Vicente Ferrer und sein literarischer Nachlass, pp. 41-44. El testimonio está publicado en Johannes Vincke (ed.): «Acta Concilii Pisani», Römische Quartalschrift für christliche Altertumskunde und für Kirchengeschichte, 46, 1938, pp. 202 y 204-205; Franz Ehrle (ed.): «Aus den Akten des Afterkonzils von Pisa 14081409», en Martín de Alpertil, Chronica actitatorum temporibus domini Benedicti XIII, ed. Franz Ehrle, Paderborn, Ferdinand Schöningh, 1906, pp. 404-407.

140 Schmitt: «La position», pp. 427 y 432.

141 Ibíd., p. 432.

142 Ibíd., p. 415; Sermons, 1, pp. 99-100. Laureano Robles especula que Vicente sí predicó a comienzos de la década de 1390 que Judas fue salvado, o al menos que la salvación de Judas era posible, dado que la condena divina a Judas simplemente por hacer aquello a lo que Dios le había predestinado hubiera sido injusta: Laureano Robles: «San Vicente: ¿el sermón de Judas?», Levante-El Mercantil Valenciano, 24 de abril, 2006, p. 14. Sobre Judas en el pensamiento medieval catalán, con frecuentes referencias a los sermones de Vicente, véase Albert Toldrà: «Judes a l’edat mitjana», Afers, 45, 2003, pp. 447-462.

143 Schmitt: «La position», p. 427.

144 Ibíd., pp. 436-439 y 454.

145 Jean Gerson: Replicationes, en Jean Gerson, Oeuvres complètes, vol. 6, L’oeuvre ecclésiologique, ed. Monseigneur Palémon Glorieux, París, Desclée, 1965, p. 42.

146 Gerson: Replicationes, p. 40.

147 Ibíd., p. 41.

148 Heimann: Nicolaus Eymeric, p. 79.

149 Jaume de Puig i Oliver: «El procés dels lul·listes valencians contra Nicolau Eimeric en el marc del Cisma d’Occident», BSCC, 56, 1980, p. 336.

150 Puig: «El procés», pp. 336-337.

151 Jaume de Puig i Oliver: «Documents inèdits referents a Nicolau Eimeric i al lul·lisme», ATCA, 11, 1983, pp. 329-330, 15 de abril de 1387.

152 Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 120-121; Puig: «El procés», pp. 339-340.

153 Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 122-123 y 128; Puig: «El procés», pp. 330, 340-346 y 356-359.

154 Puig: «Documents inèdits», pp. 330-334, 23 de julio de 1388. Véase también Josep Perarnau i Espelt: «El rei Joan I donà força legal a les còpies del dictamen de la comissió Ermengol sobre el llibre de Ramon Llull, [Arbre] de Filosofia d’Amor, Barcelona, Arxiu Reial, ACA, Cancelleria reial, 18902, f. 217v», ATCA, 28, 2009, pp. 629-633.

155 Heimann: Nicolaus Eymeric, p. 133.

156 Puig: «El procés», p. 391.

157 Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 136-139; Puig: «El procés», pp. 380-381, 389-390 y 393-394; Puig: «Documents inèdits», pp. 339-340, 12 de septiembre de 1392, pp. 344-345, 23 de marzo de 1394.

158 Sobre la datación del tratado de Eymeric, véase Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 152 y 200. Brettle, Esponera y Heimann han sugerido que Eymerich pudo haber escrito su Contra prefigentes contra Vicente; véanse Brettle: San Vicente Ferrer und sein literarischer Nachlass, p. 44; Esponera: El oficio de predicar, p. 62; Heimann: Nicolaus Eymeric, p. 144. No obstante, el reciente análisis de Michael Ryan de Contra prefigentes indica que fue escrito no contra Vicente sino contra Ramon Llull, y más en general contra adivinos y astrólogos: Michael A. Ryan: A Kingdom of Stargazers. Astrology and Authority in the Late Medieval Crown of Aragon, Ithaca, Cornell University Press, 2011, pp. 133-138 (esp. p. 138). Por tanto, la existencia del tratado no constituye evidencia de que, ya a mediados de la década de 1390 y antes de que Vicente comenzara su misión predicadora, otros lo asociaran con una inminencia apocalíptica.

159 Jaume de Puig i Oliver: «Notes sobre l’actuació inquisitorial de Nicolau Eimeric», Revista catalana de teologia, 28-1, 2003, p. 226 (esp. n. 18). Sobre el encargo de Bernat Armengol y su obra, véanse Jaume de Puig i Oliver: «La sentència definitiva de 1419 sobre l’ortodòxia lul·liana. Contextos, protagonistes, problemes», ATCA, 19, 2000, pp. 299-338; Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 112-117. Sobre las lecturas erróneas de Llull de Eymerich, véase Josep Perarnau i Espelt: «De Ramon Llull a Nicolau Eymeric. Els fragments de l’Art Amativa de Llull en còpia autògrafa de l’inquisidor Nicolau Eymerich integrats en les cent tesis antilul·lianes del seu Directorium inquisitorum», ATCA, 16, 1997, pp. 7-129.

160 Perarnau: «Sobre l’eclesiologia de sant Vicent Ferrer», p. 428.

161 Heimann: Nicolaus Eymeric, p. 144.

162 Puig: «El procés», pp. 409-412.

163 Para los debates sobre si esta bula papal llegó a existir, véase Heimann: Nicolaus Eymeric, pp. 86-88.

164 Adolfo Robles Sierra: «San Vicente Ferrer y los poderes especiales de su itinerancia apostólica», Communio. Commentarii internationales de ecclesia et theologia, 27, 1994, p. 72 (esp. n. 24); Quaresma, 2, p. 174, 22 de abril de 1413.

165 Pierre Duparc: Le comté de Genève, IXe-XVe siècle, Ginebra, Alexandre Jullien, 1978, pp. 327-332.

166 Fages: Procès, p. 243: «Et deinde processit ad civitatem Avinionensem, et fuit confessor domini Petri de Luna cardinalis, qui postea fuit nominatus Papa Benedictus decimus tertius».

167 Fages: Notes et documents, pp. 90-92.

168 Robles: «Correspondencia», pp. 180-181, 15 de enero de 1398.

169 Favier: Les papes d’Avignon, pp. 611-613.

170 Ibíd., pp. 658-687.

San Vicente Ferrer, su mundo y su vida

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