Читать книгу El extraordinario poder curativo de la arcilla - Pierre Bourgeois - Страница 3
La tierra de nuestros antepasados
Оглавление«Puedo afirmar que, en centenares de casos, la arcilla resultó ser un remedio magnífico.»
Abate KNEIPP
Si existiera una máquina que nos permitiera viajar en el tiempo, tendríamos que viajar muy lejos para descubrir el primer indicio sobre el uso terapéutico de la arcilla en nuestro planeta. Viajaríamos aproximadamente, nada más y nada menos, que unos 3.000 años.
Nos encontraríamos en tierras quemadas por el sol, en las que miles de hombres estarían ocupados en el transporte de pesadas piedras. Al levantar la vista veríamos las pirámides. De hecho, Egipto fue la cuna de la utilización de la arcilla con fines terapéuticos.
Los médicos de los faraones – así lo testimonian los papiros— trabajaban con mucha habilidad el ocre amarillo, una tierra arcillosa mezclada con óxido de hierro. La utilizaban principalmente para curar las heridas de la piel, pero también para tratar inflamaciones y enfermedades internas.
Los embalsamadores utilizaban también la arcilla para la momificación de los cuerpos. Tanto los médicos como los embalsamadores conocían perfectamente los poderes purificadores y antisépticos de la arcilla.
Cientos de años más tarde, los griegos la bautizaron como «Tierra de Lemnos», el nombre de la isla del mar Egeo donde abundaba la arcilla. Los griegos la utilizaban en forma de planchas que aplicaban sobre la piel para combatir diversas afecciones cutáneas, como las quemaduras o las erisipelas, y también contra las mordeduras de serpientes, las paperas y, por último, incluso contra la peste.
El destacado anatomista griego Galeno visitó la isla de Lemnos con el fin de estudiar las características positivas de su suelo. Por aquella época, la tierra de Lemnos era tan apreciada que incluso llegó a comercializarse con un sello de autenticidad.
Otro sabio griego, Dioscórides, habla también de la arcilla en su tratado Sobre la materia médica. Dice de ella: «cura los abscesos y cicatriza las heridas en cuanto se producen».
El testimonio de los exploradores
La arcilla ya se conocía en la Roma antigua y fue Plinio el Viejo quien nos relató en su Historia natural, con gran habilidad y precisión, cómo se utilizaba.
La arcilla se extraía de las colinas cercanas a Nápoles y se dejaba secar al sol. Luego se reducía a polvo y se mezclaba con trigo. Al ingerir dicha mezcla uno se inmunizaba contra numerosas afecciones como las enfermedades del intestino y del estómago.
Por una coincidencia del destino, después de haber dedicado toda su vida al naturalismo, Plinio el Viejo, comandante de la flota de Miseno, murió en un navío ante Pompeya, asfixiado por los vapores del Vesubio en erupción, mientras anotaba sus últimas observaciones sobre el barro volcánico.
También encontramos una cita en el Evangelio sobre la arcilla, cuando al evocar el milagro de Cristo que curó a un ciego de nacimiento se dice: «El hombre llamado Jesús ha preparado el barro, me ha untado con él los ojos y me ha dicho: “Ve al depósito de Siloé y lávate”. He ido, me he lavado y he recuperado la vista».
En el siglo undécimo de nuestra era, el médico y filósofo árabe Avicena (980-1037), que por su gran sabiduría recibía el nombre de «príncipe de los médicos», también nos habla de la arcilla. En su conocido Canon de la medicina alaba su uso. Esta obra, que ejerció una gran influencia durante la Edad Media, es una de las pruebas más significativas de que ya en aquel entonces se recurría frecuentemente a la arcilla para curar enfermedades y afecciones.
Los exploradores, en sus diarios de viaje, hablan sobre el uso de la arcilla, incluso de cómo la utilizaban los pueblos que conocieron.
El incansable viajero que fue Marco Polo, anotó acerca de los peregrinos que se dirigían a la ciudad santa de Niabar: «Muchas veces padecían fiebres tercianas o cuartanas que desaparecían al tomar un poco de la tierra roja que se encontraba cerca de la ciudad».
Otros relatos de etnólogos confirman también el uso, podríamos llamarlo universal, de la arcilla, ya que lo encontramos también en Asia, África y las antiguas Américas.
En el Tíbet, diferentes pueblos consumían una tierra arcillosa de color rojizo para evitar las paperas, que eran muy frecuentes en esas regiones de latitudes altas. También son muy conocidos los geófagos (comedores de tierra) de las Indias, del Sudán y de América Latina.
En Malasia se consume un tipo de arcilla llamado ampo, y en otros lugares antes de consumirla se condimenta con pimientos y especias. Algunas arcillas de los Andes chacco se utilizan como medicamentos intestinales contra la disentería.
El antropólogo Lyall Wattson se refiere en su obra El mono omnívoro a las prácticas indonesias y africanas: «Algunas arcillas de Sumatra sirven como remedio contra las diarreas graves y en Java se utilizan como purgantes».
En Filipinas, la tierra de las termiteras (nidos que construyen las termitas) se considera un remedio infalible contra todas las infecciones intestinales y, en el Sudán, se cree que se trata del mejor remedio contra la sífilis.
Existen muchos lugares en los que las mujeres embarazadas comen tierra para satisfacer sus antojos o porque están convencidas de que alivia las náuseas, ayuda en el momento del parto y fortalece al recién nacido. Actualmente la arcilla se sigue utilizando para todos los casos que se han ido citando.
Para conseguir entender su relativa ausencia en Occidente, tendremos que retomar el curso de la historia en la Edad Media donde la habíamos interrumpido.
La cruzada del abate Kneipp
Con el final de la Edad Media y el inicio del Renacimiento, las costumbres transmitidas desde la antigüedad caen en desuso y con ellas los usos terapéuticos de la arcilla. Doscientos años más tarde, cuando empieza el siglo de las luces, la arcilla ha caído completamente en el olvido.
Todos los antiguos remedios se abandonan en favor de una nueva ciencia, un prodigioso progreso que rechaza todos los conocimientos precedentes y no ve más allá de sus descubrimientos. Es el siglo de la Enciclopedia de Diderot.
Tendremos que esperar hasta el final del siglo XIX para encontrar algunos estudiosos alemanes que vuelven a considerar las propiedades de la arcilla, defendiéndola con tenacidad en un siglo hostil a los remedios naturales y volcado únicamente en el progreso técnico.
Un eclesiástico, el abate Kneipp, se dedicará a esta ardua tarea. Su biógrafo, Albert Schrall, nos cuenta que: «Cuando era confesor y ecónomo en el convento de Wörishofen, cargos que conservó durante veinticinco años, Kneipp tuvo la ocasión de sacar provecho de sus antiguas experiencias y salvó la vida de numerosos animales. Como consecuencia de esto, el archiduque Francisco José de Austria, que había asistido al tratamiento de algunos animales, le pidió que curara con arcilla a algunos de sus caballos enfermos».
El éxito obtenido por el abate Kneipp en la curación de la tan temida fiebre aftosa, causó una gran sensación. Pero, sólo tras observar y experimentar con animales, se atrevió a aplicar, en algunos casos particulares, el tratamiento en los seres humanos.
Él mismo nos explicó: «Pensé que lo que era bueno para los animales también podía serlo para los hombres y, por esta razón, lo intenté sobre ellos, en casos de luxaciones y contusiones y puedo decir que, en centenares de casos, la arcilla se reveló como un remedio formidable».
Kneipp dedicó toda su vida a la recuperación de las terapias basadas en el uso de las plantas, del agua y de la arcilla. Tuvo muchos seguidores que, a su vez, transmitieron su saber a las generaciones siguientes.
Adolph Just, un librero alemán, aplicó los preceptos del abate Kneipp en su centro de tratamiento en Junghorn y llegó a la conclusión de que todas las heridas, llagas, inflamaciones y enfermedades de la piel tenían que curarse mediante la aplicación de tierra.
Otro defensor de la arcilla, Juilius Stumpf, profesor de la Universidad de Berlín, pudo ponerla a prueba. De hecho la experimentó sobre las víctimas de la terrible epidemia de cólera asiática que hizo estragos en el año 1903 en Prusia Oriental y salvó a todos aquellos que recibieron su benéfico tratamiento.
Finalmente nombraremos al pastor Felke, cuyas curas realizadas a millares de enfermos le valieron el merecido nombre de «pastor de arcilla».
La curiosa mostaza de los combatientes
Durante la Primera Guerra Mundial también se encontró la manera de experimentar la eficacia de la arcilla.
A los soldados franceses debilitados por la disentería se les suministraba arcilla mezclada con un condimento, la mostaza. Esta famosa «mostaza de los combatientes» salvó a muchos hombres de tan terrible enfermedad.
La disentería también atacó a los soldados rusos, aunque ellos recibían cada día, como prevención o como terapia, una dosis de 200 g de arcilla en polvo.
En Francia, los naturistas continuaron utilizando la arcilla, aunque era aceptada con reticencia por la gente. Sólo después de algunos años, con el recuperado interés por los medicamentos naturales y el despertar de la conciencia ecológica, se volvieron a estudiar sus extraordinarias propiedades.
En España la arcilla está empezando a utilizarse de nuevo en la terapia de numerosas enfermedades. De hecho, se encuentra fácilmente en las herboristerías.
En Alemania su empleo nunca se ha abandonado totalmente. La medicina oficial la reconoce y se utiliza muy a menudo en los centros de curas termales. Las terapias naturales que utilizan la arcilla están muy difundidas. Los esguinces, por ejemplo, se curan con frecuencia con cataplasmas de arcilla, y también son muy conocidos los baños de arcilla. Algunos tisiólogos alemanes curan a sus pacientes cubriéndoles el tórax con arcilla tibia durante algunas horas. En las farmacias alemanas se aconseja el uso de la tierra de Just, también llamada tierra de Luvos.
En Davos, Suiza, la arcilla es la base de muchas terapias.
En Francia, en los centros termales, los baños de barro se consideran esenciales en la curación de cualquier tipo de reumatismo, y en casos similares la utilizan también los kinesiterapeutas y los homeópatas, los fitoterapeutas y otros profesionales de las medicinas alternativas.
De las momias a las industrias petrolíferas
La arcilla es una sustancia muy apreciada en la industria por sus cualidades desinfectantes y desodorantes.
Los frescos de Pompeya mostraban ya a los lavanderos abatanando la ropa con agua arcillosa, de ahí la expresión tierra de batán.
Varios tipos de arcilla, entre las que encontramos la bentonita (también llamada arcilla común), se utilizan para decolorar aceites vegetales y minerales.
En la industria petrolífera, la arcilla se utiliza como filtro para purificar las gasolinas no refinadas.
En China, la ho-tzu o tiza arcillosa, se utiliza en el proceso de fabricación de porcelanas.
Pulverizada, aromatizada con regaliz y mezclada con agua pura, la arcilla es aconsejada por los médicos chinos como un revulsivo para las personas sanas y como un tónico energético para los enfermos.
Los griegos que momificaban los muertos, los combatientes franceses que se salvan de la disentería, el refinado del petróleo, etc. ¿Cuál es el punto en común? La arcilla, evidentemente.
Todo lo que se ha dicho hasta el momento demuestra su gran campo de acción y sus múltiples usos.
Pero ¿cuál es la estructura atómica de esta tierra que en apariencia parece tan simple? Es lo que vamos a descubrir a continuación.