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INTRODUCCIÓN VIDA DE LISANDRO
ОглавлениеLisandro representa un nuevo modelo de espartano, un espartano al que las circunstancias permiten desarrollar un carácter distinto: fuerte, poderoso, intrigante, ambicioso, cruel y violento en ocasiones, presto al perjurio e incluso sarcástico; sus victorias en la Guerra del Peloponeso son más frutos del azar y de los graves errores de sus enemigos que de su pericia militar; se sirve de los oráculos y de la superstición para sus intereses personales y sus pretensiones tiránicas, actitudes semejantes a las de Alcibíades. La comparación con Sila, aunque matizada por Plutarco, es, por tanto, evidente. Nada se sabe del nacimiento y de la juventud de Lisandro. Su primera aparición se data en el 407 a. C., cuando es nombrado navarco en sustitución de Cratesipides, cargo que presupone a un militar ya experimentado. Su carrera será tan corta como vehemente y encontrará su fin en Haliarto, Beocia, en el transcurso del asedio a la ciudad en el 395 a. C.
Se enfrentó a sus conciudadanos espartanos por su cercanía a los bárbaros, en concreto a Ciro el Joven, del que recibió favores y prebendas, algo que su sustituto en el cargo, el adusto y lacónico Calicrátidas, aborrece; Plutarco narra la escena de Calicrátidas pidiendo audiencia en el palacio de Ciro con fina sorna y el regusto amargo de alguien que ve cómo se corrompe un mundo. No obstante, tras su victoria en Egospótamos ante la flota ateniense en el 405 a. C., Lisandro se convierte en el hombre más poderoso de Grecia. Comenzará entonces una fina trama para intervenir en las ciudades asiáticas que se encontraban en la órbita ateniense, promoviendo golpes de Estado y llevando a cabo matanzas de partidarios de los gobiernos populares, como la de Mileto, fruto de las cuales su poder personal comenzará a extenderse por toda Grecia. Su ambición y gusto por la intriga se proyectará incluso sobre la propia Esparta, con un estrambótico y largo plan para acabar con el poder de las familias de los Agiadas y los Euripóntidas, únicas que tenían acceso a la realeza, plan que, finalmente, no se puso en marcha en el último momento. Precisamente es este deseo de personalismo uno de los puntos de la crítica de Plutarco, en la medida en que no favorece con él a su patria, Esparta, sino a sí mismo. Plutarco, además, muestra a un personaje con escaso refinamiento y gusto: el episodio de la competición poética en su honor, en la que privilegia a un autor mediocre, «un tal Nicérato de Samos», ante el célebre Antímaco de Colofón le sirve a nuestro autor para mostrar, con bastante malicia, a Platón consolando a Antímaco con estas palabras: «La ignorancia es el mal de los ignorantes, al igual que la ceguera el mal de los que no ven». Introdujo el dinero en Esparta, algo que jamás le perdonaron los espartanos más apegados a la tradición, ya que sembró la codicia y el deseo de propiedad privada entre sus ciudadanos. Pese a esto, Lisandro murió con muy poco y no se le puede culpar de enriquecerse ni de amasar fortunas; sus hijas fueron rechazadas por sus pretendientes cuando, muerto Lisandro, se descubrió que apenas poseía nada.
Las fuentes de esta biografía, mencionadas por el propio autor, son Anaxandridas de Delfos, Androclides, Aristóteles, Duris de Samos, Éforo, Teofrasto y el historiador Teopompo. Éforo, cuya obra Historia universal está perdida, aunque transmitida en parte por Diodoro de Sicilia, y Teopompo, autor de una Historia griega, son seguramente las fuentes que utiliza Plutarco en todos aquellos casos en los que se separa de los datos que Jenofonte transmite sobre el personaje en los libros I-III de las Helénicas, en los que se narra este mismo período de la Guerra del Peloponeso. Asimismo, determinadas anécdotas y documentos escritos mencionados en esta Vida hacen pensar en una tradición oral sobre el personaje que duró varios siglos y de la que posiblemente se haga también eco Claudio Eliano en sus Historias curiosas. Plutarco no escatima un momento para mostrar tanto su cultura literaria, con citas de Eurípides y menciones a Jenofonte, como científica, mediante la larga digresión sobre el meteorito caído en Egospótamos, también mencionado en Aristóteles ( Meteor. I 7, 9) y en la Historia natural de Plinio el Viejo ( Hist. nat. II 149), en la que rebate a Anaxágoras sirviéndose de las teorías de otros fisiólogos.
Plutarco se muestra como un admirador de la Esparta de Licurgo y no pierde la ocasión de criticar las innovaciones de Lisandro, como la mencionada introducción del uso de la moneda de oro y plata y que supondrán la ruina del austero modo de vida espartano. En otras obras acerca de Esparta, como la Vida de Licurgo y las Sentencias laconias, Plutarco incide sobre esto y cita el oráculo dado a los reyes Alcámenes y Teopompo: Ha philochrematía Spártan oleî: «El ansia de riquezas acabará con Esparta». Además de esto, hay una crítica implícita al modelo expansionista espartano, representado en la figura de Lisandro, y, por supuesto, a las guerras entre griegos, que él, como Isócrates, considera guerras fratricidas. El autor, nacido en Queronea, Beocia, se muestra como un firme adalid de sus paisanos y no se puede hurtar a la celebración de los decretos promulgados por los beocios para acoger y ayudar a los partidarios de la democracia huidos de Atenas durante el gobierno de los Treinta Tiranos, impuestos por Esparta tras la toma de la ciudad, «decretos semejantes a las acciones de Heracles o de Dioniso en espíritu y temple» afirma. En paralelo con ciertas claves de la tragedia griega, la hýbris de Lisandro le llevará a emprender una expedición de castigo contra Beocia, por amparar a los fugitivos y darles apoyo y armas para recuperar Atenas y acabar con la dominación espartana. Pero ni siquiera los espartanos quieren ya que la guerra continúe: el rey espartano Pausanias parece abandonar al impetuoso personaje a su suerte y no hacer todo lo posible para acudir en su ayuda durante el asedio de Haliarto, en donde Lisandro morirá de una manera muy poco heroica, casi patética y fruto de un grave error de estrategia. El final del relato tiene un bello tono novelesco, con la escena del soldado que se lamenta ante la fragilidad humana y el encadenamiento al inexorable destino al que está sometida cuando reconoce en la muerte de Lisandro, acaecida junto a un arroyo llamado Hoplita, el cumplimiento de una profecía que había recibido el estratego lacedemonio y que le mandaba evitar «el Hoplita engañoso y al dragón hijo de la tierra que viene por la espalda». Parece que Plutarco redime en parte a Lisandro tras su muerte y en los últimos pasajes de su biografía: los espartanos condenan al exilio al rey Pausanias por entender que no acudió en auxilio de su general y el rey Agesilao se lamenta de que sus conciudadanos no fueran conscientes de la talla política de Lisandro al hallarse entre sus pertenencias un documento, un discurso político, en el que pedía una renovación profunda en la vida espartana y abogaba por un gobierno de los «mejores», no de oligarquías hereditarias en el seno de los Heraclidas. Finalmente. el descubrimiento de la parquedad de su patrimonio y del repudio de sus hijas por parte de sus pretendientes aporta una nueva luz a la representación del personaje llevada a cabo por Plutarco: un autor que, aunque no se asome a las simas psicológicas con el olfato y la finura de Tácito, sí es capaz de desplegar un nutrido registro de claroscuros y de tonos a la hora de retratar las relaciones de sus personajes con el poder, registro que William Shakespeare supo aprovechar en buena parte de sus tragedias de temática clásica.