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LIBRO PRIMERO

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Índice

I

Canto asunto marcial; al héroe canto

Que, de Troya lanzado, á Italia vino;

Que ora en mar, ora en tierra, sufrió tanto

De Juno rencorosa y del destino;

Que en guerras luégo padeció quebranto,

Conquistador en el país latino,

Hasta fundar, en fin, con alto ejemplo,

Muro á sus armas, y á sus dioses templo.

II

De allá trajo su sér el trono albano,

Su nombre el pueblo á quien el orbe admira

Roma de allá su cetro soberano.....

Mas tú á mi osado verso, Musa, inspira!

Abre de estos sucesos el arcano;

¿Qué ofensa suscitó la excelsa ira

Que á la errante virtud sigue y quebranta?

¿Cupo en celestes pechos furia tanta?

III

En frente, aunque á distancia, de la riba

Donde el Tibre en el mar su onda derrama,

Tiria de orígen, opulenta, altiva,

Alzóse la ciudad que Juno ama.

Más que á Sámos la Diosa vengativa

La amó: Cartago la ciudad se llama:

En ella la armadura pavorosa,

El carro en ella estuvo de la Diosa.

IV

Y ya anhelaba Juno y pretendia

Hacer del orbe á esta ciudad señora

Si consintiese el hado. Oido habia

Que, corriendo los tiempos, en mal hora

Para alcázares tirios, se alzaría

De troyana raíz, dominadora

Nacion potente, en los combates fiera;

Que así lo urdido por las Parcas era.

V

Eso la Diosa recelaba; y luégo

De irritantes recuerdos ocupada,

Ella no olvida que á vengar al Griego

Fué la primera en desnudar la espada:

Del troyano pastor el fallo ciego;

Su ofendida beldad, la raza odiada,

El alto honor á Ganimédes hecho,

Memorias son para afligir su pecho.

VI

Por eso avienta á términos distantes

Del ítalo confin, á los que á vida

Dejó incendio voraz, salvados ántes

Del acero de Aquíles homicida.

Por largos años sobre el ponto errantes,

Cerrando el paso á su virtud sufrida

El hado vengador ¿dónde no asoma?

¡Fué empresa colosal fundar á Roma!

VII

Haciendo nueva tentativa ahora,

De la orilla zarpando siciliana,

Ya á la vela se daban; ya la prora

Cortando iba veloz la espuma cana.

Mas la llaga cruel que la devora

Guardaba fresca la deidad tirana

En el fondo del alma; y sin testigo

Así comienza á razonar consigo:

VIII

«¿Y será que vencida retroceda

En la intentada empresa? ¿y que al troyano

Aborrecido príncipe no pueda

Léjos tener del límite italiano?

¿Conque adverso el destino me lo veda?

Pálas un dia, del insulto insano

Tan sólo de Áyax ofendida, airada,

¿No hundió á los Griegos y abrasó su armada?

IX

»Ella misma del cerco nebuloso

Vibró de Jove la veloz centella,

Y alteró de los mares el reposo

Y dispersó los navegantes; ella

En torbellino súbito, furioso,

Arrebatando al infeliz, lo estrella,

Cuando áun abierto el pecho llameaba,

Contra un agrio peñon, y allí le clava.

X

»Y yo, que entre los Númenes campeo

De los Númenes todos soberana;

Yo, que los altos títulos poseo

De consorte de Júpiter y hermana,

Ya tantos años há que en lid me empleo

Con solo un pueblo, y mi insistencia es vana!

¿Y habrá de hoy más quien me venere? ¿alguno

Que humilde ofrende en el altar de Juno?»

XI

Tal medita la Diosa, y sus sollozos

Ahogando en su furor, á Eolia vuela,

Region nublada en lóbregos embozos,

Region que aborta la hórrida procela:

Eolo allí en inmensos calabozos

Las roncas tempestades encarcela

Y los batalladores aquilones,

Y hace pesar su imperio en sus prisiones.

XII

Ellos dentro la hueca pesadumbre

Ruedan bramando, amenazando estrago;

Él, cetro en mano, sobre la alta cumbre,

Resuelve en aire el comprimido amago,

Que si aquella legion de servidumbre

Salir lograse, por el éter vago

La tierra, el mar, el ámbito profundo

Rauda barriera aniquilando el mundo.

XIII

El alto Jove recelando eso,

Al ejército aéreo abrió esta sima,

Y ahí en tinieblas le envolvió, y el peso

De altísimos collados le echó encima;

Y un rey impuso al elemento opreso

Que con tacto severo, ya reprima,

Ya dé medida libertad. Ahora

Juno ante él llega, y su favor implora:

XIV

«Éolo, á quien el Rey de cielo y tierra

Calmar concede y sublevar los mares,

Oye: aquel pueblo á quien juré la guerra,

Surca el Tirreno, y sus vencidos lares

Lleva, y su imperio, á Italia. Desencierra,

Éolo, tus alados auxiliares,

Y envíalos con ímpetus violentos

A romper naves y á esparcir fragmentos.

XV

»Catorce Ninfas sírvenme doncellas,

De hermosura dotadas milagrosa;

La que en encantos sobresale entre ellas,

Deyopeya gentil, será tu esposa:

Eternas gozarás sus gracias bellas;

Yo te la doy, porque de prole hermosa

Afortunado fundador te haga;

Y así el favor mi gratitud te paga.»

XVI

Éolo reverente la responde:

«Reina, escudriña cuanto ansiar pudieres,

Dí cuanto oculta voluntad esconde,

Pues son tus voluntades mis deberes.

De ti no fuesen dádivas, ¿de dónde

Mi cetro, mi privanza, mis poderes?

Tú en las mesas olímpicas me sientas;

Rey por ti soy de rayos y tormentas!»

XVII

Dice; y la hueca mole con el cuento

Hiere del cetro, y la voltea á un lado;

Y al ver el ancha puerta, cada viento

Quiere salir primero alborotado;

Y Noto á un tiempo, y Euro, y turbulento

Abrego con borrascas, monte y prado

Corren, barren el suelo, al mar se entregan,

Y ondas abultan que la playa anegan.

XVIII

Y remueven el ponto, el ponto gime;

Y silban cuerdas y la gente clama;

Roba las formas y la luz suprime

La oscuridad que en torno se derrama;

Noche tremenda el horizonte oprime;

El éter cruza intermitente llama;

Truena el polo, y suspenso el navegante

La pompa del terror tiene delante.

XIX

En este instante de la muerte el hielo

Siente Enéas que embarga sus sentidos,

Y entrambas manos extendiendo al cielo,

Clama con voz ahogada entre gemidos:

«¡Dichosos, ay, los que en el patrio suelo,

Al pié del alto muro, en liza heridos,

A vista de sus padres espiraron,

Y allí cual buenos su mision finaron!

XX

»¡Oh tú entre aquivos héroes el primero,

Diomédes esforzado! ¿qué impía suerte

Me negó bajo el filo de tu acero

En los campos de Troya hallar la muerte?

Do al ímpetu de Aquíles Héctor fiero

Cayó; do el grande Sarpedon; do inerte

Tanto noble adalid, rota armadura,

El Simois vuelca en su corriente oscura!»

XXI

Cállale aquí borrasca bramadora

Que hosca en las velas da, la onda agiganta;

Quiébranse remos, tuércese la prora,

La onda el costado del bajel quebranta:

Álzase el agua en cimas, y á deshora

Rómpese: quién en vago se levanta;

Quién la ola henderse ve que lo encadena,

Y ve el fondo mostrarse, hervir la arena.

XXII

Noto tres buques á su cargo toma

Y en adustos escollos los estrella

(Cuya espalda á flor de agua inmensa asoma,

Y ara el nauta la nombra, y huye de ella). Sobre otros tres rugiente se desploma Euro (¡escena de horror!), los atropella, Y dales, entre puntas destrozados, Tumba de arena en los hirvientes vados.

XXIII

Al bajel que á los Licios aportaba,

El mismo en que el leal Oróntes iba,

Súbito hiere en popa una ola brava

Descargada con ímpetu de arriba.

Enéas el embate viendo estaba

Que de un vuelco el piloto al mar derriba,

Tres vueltas da el bajel, la angustia crece,

Y el vórtice lo traga, y desaparece.

XXIV

Vense dispersos que en lo inmenso nadan;

Maderos y reliquias de combates,

Y troyanas riquezas sobrenadan.

De Ilioneo, aunque fuerte, á los embates

La nave ya, y las de Abas se anonadan,

Del viejo Alétes y el valiente Acátes;

Que, hondas las grietas, desligado el brío,

Abren su seno al elemento impío.

XXV

En tanto los rumores, los bramidos,

La inmensa agitacion Neptuno siente;

Siente los hondos sótanos movidos,

Y alza alarmado la serena frente

Por cima de las ondas. Esparcidos

Los buques ve de la troyana gente,

Por todas partes maltratada y rota,

Que el cielo la acribilla, el mar la azota.

XXVI

Ni ya de Juno se ocultó al hermano,

Industrioso el rencor que horrores trama;

Y al punto con acento soberano

Al Céfiro y al Euro á cuentas llama;

«¿Y así,» les dice, «os ciega orgullo vano?

Ya hundís los cielos sin mi vénia, y brama

El agua en cerros que encrespais gigantes;

¡Guay!... Mas el mar apacigüemos ántes.

XXVII

»¡Huid, vientos! ¡huid avergonzados;

Ni espereis de piedad segunda muestra;

Y á vuestro Rey decidle que los hados

No el tridente pusieron en su diestra:

Los reinos de la mar son mis estados!

Riscos él tiene allá, guarida vuestra;

Que respetoso á ajenos elementos,

Reine guardian de encadenados vientos!»

XXVIII

Dice; nubes disuelve, el sol desnuda,

Y pone en paz las olas que batallan:

Cimotoe y Triton de roca aguda

Los míseros navíos desencallan;

Con su tridente él mismo les ayuda,

Las sirtes abre, y cielos y aguas callan;

Y por cima del mar, que apénas riza,

En levísimo carro se desliza.

XXIX

¿Quién vió tal vez con la rabiosa ira

Que la plebe en motin ruge y revienta?

Teas, guijarros por el aire tira;

La fuerza del enojo armas inventa:

Mas si á un prócer piadoso alzarse mira,

Se contiene, se acalla, escucha atenta;

Sola esa voz los ánimos ablanda,

Lleva la paz, y la obediencia manda.

XXX

Neptuno así de una mirada enfrena

Del piélago insolente los furores,

Y gira por la atmósfera serena

Dóciles sus caballos voladores.

Entre tanto, de la áspera faena

Cansados los troyanos viadores,

A las vecinas, líbicas orillas

Vuelven prudentes las cascadas quillas.

XXXI

Vese allí en una cómoda ensenada

Formando puerto, una isla: á sus costados

Del piélago se rompe la oleada.

Y rota, entra á morir por ambos lados.

Guardando opuestos émulos la entrada,

Dos peñones, remate de collados,

Torvos se empinan: plácidas, á solas,

Tiéndense al pié las sombreadas olas.

XXXII

Luégo, al entrar, divísase eminente,

Del sol quebrando el trémulo destello,

Hórrido bosque, y negro, y grande; en frente

Cóncava peña cierra un antro bello.

Y allí hay bancos de piedra; allí una fuente

De agua dulce; es de Ninfas gruta aquello!

No aquí el cansado esquife ata la amarra;

No del áncora el garfio el fondo agarra.

XXXIII

Saca Enéas, en suma, á salvamento

Siete naves. La gente, que desea

De la tierra el materno acogimiento,

Salta al césped que el céfiro recrea,

Y allí á los miembros húmidos da asiento.

Acátes hiere el pedernal; chispea;

Hoja menuda allega, adusta rama,

Y, el fómes atizando, arde la llama.

XXXIV

Mojados sacan las cansadas manos

El dón de Céres y su tren; y aprestan

Piedras allí para moler los granos

Que en seco extienden y que al fuego tuestan.

Sube Enéas á un pico, y los lejanos

Horizontes registra, por si enhiestan

Las popas de Caïco allá su arreo,

Ó bien sus velas el bajel de Anteo;

XXXV

Ó ya á remo avanzando los navíos

Frigios parecen, ó el de Cápis. Nada

Por los ecuóreos límites vacíos

Descubre á su esperanza su mirada.

Mas tres ciervos divisa que baldíos

Recorren la ribera: la manada,

Al sabroso pacer vagando atenta,

Por acá y por allá los sigue lenta.

XXXVI

El arco y leves flechas, al instante,

Armas del fiel Acátes, arrebata

Enéas; y á los tres que van delante

Con orgullosa cornamenta, mata;

A tiros luégo el escuadron restante

Entre el frondoso bosque desbarata;

Ni desiste hasta ver de los venados

Siete grandes por tierra derribados.

XXXVII

Así el número iguala al de bajeles;

Al puerto vuelve, do el botín divida

Entre sus tristes compañeros fieles;

Y con vino, de aquél que á su partida

De las riberas sículas, toneles

Bondoso Acéstes les hinchió, convida;

Y cura consolar los corazones

El obsequio apoyando con razones:

XXXVIII

«¡Antiguos compañeros! sabedores

Ántes de ahora de aventuras tales:

Ya visteis acabar otros mayo es,

Dios dará fin á los presentes males.

De Scila atroz escollos ladradores:

De impios Ciclopes playas funerales:

¿Qué no habeis arrastrado? Alzad la frente,

Y ahogue su pena el corazon valiente!

XXXIX

»Desgracias de hoy, mañana son memorias

Que despiertan secretas simpatías:

Senda de rudas pruebas transitorias

Nos lleva al Lacio y sus riberas pias:

Renacerán nuestras antiguas glorias;

Sufrid, guardáos para mejores dias!»

Dice; rie esperanzas, y hondamente

Sella el fiero dolor que el alma siente.

XL

Presta la gente á aderezar la caza

Pieles arranca, entrañas desaloja;

Quién la carne, que á miembros apedaza,

Fija en el asador, tremente y roja;

Quién da en la orilla á las calderas plaza,

Y fuego allega; y ya en el musgo y hoja

Cobran tendidos el vigor postrado

Con vino añejo y nutridor bocado.

XLI

Calla el hambre; y locuaz la fantasía

Recuerda á los ausentes: teme; alienta;

Y ya salvos, ya en la última agonía,

Ya sordos al clamor los representa.

Consigo Enéas, de la suerte impía

Del animoso Oróntes se lamenta,

Y de Amico, y de Licio, y de héroe tanto;

Del grande Gias y del gran Cloanto.

XLII

Tarde era ya, cuando del alto cielo

Oteando el olímpico monarca,

Tierras y costas, el tendido suelo,

Y el mar de velas erizado, abarca

De una mirada, que con vivo anhelo

Fijó, en fin, en la líbica comarca;

Y, los ojos brillando humedecidos,

Vénus así le hablaba con gemidos:

XLIII

«Padre y señor de dioses y mortales;

Rey, cuyo brazo con el rayo aterra!

¡Oh! mira al hado, tras acerbos males,

Cuál á mi Enéas y á los Teucros cierra,

No del país que guarda, los umbrales,

Mas los ángulos todos de la tierra!

Para sufrir contrariedad tan fuerte,

¿Con qué crímen pudieron ofenderte?

XLIV

»Tú prometiste que de aquí, algun dia—

¿Lo recuerdas?—de aquí, de la troyana Estirpe restaurada, se alzaria Reina del mundo la nacion romana. ¿Qué nuevo plan la ejecucion desvía? Yo usaba con las dichas del mañana, Del ayer y sus ruinas consolarme; Mas ¿vemos hoy que el hado se desarme?

XLV

»No; que se ensaña cada vez más crudo!

¿Término á tanto mal darás al cabo,

Grande y buen rey? Con invisible escudo,

Del Adria entrando por el golfo bravo,

Al riñon mismo de Liburnia pudo

Anténor penetrar, y del Timavo

Las cabezas venció; de argiva hueste

Salvado en ántes por favor celeste.

XLVI

»Y en aquella region donde desata,

Los cerros atronando, mar rugiente

Por siete bocas su raudal de plata,

Y los campos inunda en su corriente,

Allí á Padua fundó: morada grata

En ella, y patrio nombre dió á su gente,

Y de Troya las armas; y tranquilo

Bajó á dormir en sepulcral asilo.

XLVII

»¿Y á nosotros, tus hijos, á quien silla

Previenes celestial, se nos traiciona?

¿Y anegadas las naves, ¡oh mancilla!

Porque de álguien el odio lo ambiciona, Tocar nos vedas la latina orilla? ¿Así nos vuelves la imperial corona? ¿O premio es éste de virtudes digno?» Oyóla el Padre, y sonrió benigno;

XLVIII

Y con la faz la besa con que el cielo

Serenar suele en tempestad oscura;

Y «Calma,» dice, «Citerea, el duelo;

De los tuyos el hado eterno dura.

Verás alzarse á coronar tu anhelo

La ciudad de Lavinio: á etérea altura

Tu heroico Enéas subirás un dia;—

Ni nuevo plan la ejecucion desvía.

XLIX

»Él (pues voy á tu pecho, áun mal seguro,

A revelar recónditos arcanos)

Él hará guerra larga; el cuello duro

Domará de los pueblos italianos;

Dará á los suyos circundante muro,

Y fundará costumbres. Tres veranos

Contará de los Rútulos triunfante;

Y tres inviernos le verán reinante.

L

»Y su hijo Ascanio, que festivo y tierno

Con renombre de Yulo se engalana,

(Ilo nombróse en el solar paterno

Cuando alzaba Ilïon la frente ufana),

Treinta años llenará con su gobierno

Mes á mes; y la sede soberana

Mudando de Lavinio, hará á Alba Longa

Robusta en fuerzas que al asalto oponga.

LI

»De manos de la hectórea dinastía

No habrá en tres siglos quien el cetro aparte:

Ilia, real sacerdotisa, un dia

Hijos gemelos parirá de Marte:

Con la piel de la loba que los cria

Ya al mayor miro ufano; baluarte

Alzará eterno, y porque al mundo asombre,

Rómulo á su nacion dará su nombre.

LII

»Y término, ni linde, ni parada

Fijo al poder de Roma: eterno sea!

Juno misma, que alarma exasperada

Cuanto baña la mar y el sol rodea;

Con nuevo acuerdo, á la nacion togada

Que al mundo, acerca el hado, señorea,

Vendrá por fin en proteger conmigo;

Y así se cumplirá cual yo lo digo.

LIII

»Y siglo traerá el tiempo en que cadenas

Dé la casa de Asáraco á la argiva;

A Ptia vencerá; verá á Micénas,

Si ántes gloriosa, ya á sus piés cautiva.

Tan noble sangre llevará en las venas

Julio—por nombre que de atras deriva;

César—con gloria que hasta el cielo alcanza

Él, cuyo imperio sobre el mar se avanza.

LIV

»Y tú, segura de contrario insulto,

Cargado con despojos de Orïente

Le cogerás en el Olimpo; y culto

Le dará el hombre en votos afluente.

Y, sosegado el militar tumulto,

La férrea edad se tornará clemente:

Fe anciana reinará y amor divino,

Y en union fraternal Remo y Quirino.

LV

»Y por fin con estrechas cerraduras

Y de hierro cargadas, de la Guerra

Cegadas quedarán las puertas duras:

El malvado Furor, que allí se encierra,

Sentado sobre rotas armaduras,

Con las manos atras, que el bronce aferra

De cien cadenas, lanzará bramidos,

Los dientes rechinando enrojecidos.»

LVI

Dice, y al punto del Olimpo envía

Al alígero dios hijo de Maya,

Que á allanar á los náufragos la via

Y el muro de Cartago á abrirles vaya;

Pues de Dido recela, que podria

Alejarlos tal vez de aquella playa

Si los altos designios ignorase.

Oyele el nuncio, y por el éter vase.

LVII

Y la pluma batiendo fugitiva

En la region inmensa, por do hiende,

Presto á las costas líbicas arriba,

Y á cumplir el mandato sólo atiende:

Y ya los Penos su rudez nativa,

Por él, remiten; y ante todo enciende

En Dido un vago y tierno sentimiento,

Prenda de hospitalario acogimiento.

LVIII

Enéas, que la noche pasó entera

Cavilando, áun no bien la luz celeste

Mira nacer al mundo placentera,

Ya ansioso sale á ver qué clima es éste

Do el viento le ha arrojado: si hombre ó fiera

Habita en él, segun le ve de agreste:

Todo saberlo, averiguarlo intenta,

Y á los suyos tornar á darles cuenta.

LIX

La flota deja so el peñon antiguo

Que las aguas socavan sin estruendo,

Y de las corvas selvas al abrigo

Con sombra en torno de negror horrendo:

Sólo á Acátes llevándose consigo,

Cada cual ancha pica entra blandiendo:

Ya en medio el bosque, Vénus de sorpresa

Vestida de espartana se atraviesa.

LX

Por su aire y armas lo parece; ó nueva

Harpálice gentil, que de vencida

A sus caballos en su esfuerzo lleva

Y al Euro alado en su veloz corrida:

Cual puesto al hombro á cazadores prueba,

Cuelga el arco; el cabello al aura olvida;

Y deja la rodilla ver desnuda

Do undosos pliegues lazo breve anuda.

LXI

«¡Hola! mancebos,» díceles la Diosa:

«¿A una de mis hermanas por ventura

Visto habeis por ahí, que vagarosa

Lleva aljaba, y pintada vestidura

De piel de lince? ó que tal vez acosa

A un jabalí soberbio en la espesura

Con agudo clamor?» Tal Vénus dijo;

Y de Vénus así respondió el hijo:

LXII

«En verdad no hemos visto aquella hermana

Tuya, á quien buscas, ni sabemos de ella.

Mas ¿cuál te nombraré? nos es cosa humana

Lo que suena tu voz, tu faz destella.

¿Eres alguna Ninfa? ¿eres Dïana?

Yo diosa te presumo, y fausta estrella,

Quienquier fueres, mi labio te saluda:

¡Oh! da propicia á náufragos tu ayuda!

LXIII

»Y por piedad, qué clima es éste, dínos,

Ó qué zona del mundo, qué campaña;

Que sin saber ni gentes ni caminos,

Vamos perdidos en region extraña

A donde, infortunados peregrinos,

De olas y vientos nos lanzó la saña;

Y, grata á recibidos beneficios,

Mi mano hará en tus aras sacrificios.»

LXIV

«No merezco ese honor,» Vénus contesta:

«Siempre de Tirias fué, si os maravilla,

De aljaba ornadas vaguear, cual ésta,

Con borceguí purpúreo á la rodilla.

Púnico imperio aquí se os manifiesta,

Pueblos fenicios, de Agenor la villa;

Empero, esta region parte fronteras

Con las tribus del Africa altaneras.

LXV

»De Tiro vino huyendo del hermano,

La que reina hoy aquí, por nombre Dido.—

El largo drama á desflorar me allano:—

Esta tuvo á Siqueo por marido,

Rico en tierras cual no otro comarcano;

Con vivo amor de la infeliz querido;

A quien, bella con gracias virginales,

La unió el padre en primeros esponsales.

LXVI

»Su hermano en Tiro entónces dominaba,

Pigmalïon, el más feroz malvado:

Enemistad entre los dos se traba,

Y él á Siqueo, ante el altar sagrado,

Sacrílego y traidor á hierro acaba,

Y tambien de codicia estimulado;

Y á la sencilla enamorada hermana

Oculta el crímen de su diestra insana.

LXVII

»Y con ficciones la entretiene en duda,

Y su amor de esperanzas alimenta;

Cuando en sueños por fin á la vïuda

De Siqueo insepulto se presenta

La sombra misma, alzando la faz muda

Con tétrico misterio macilenta;

Y el ara le señala enrojecida,

El pecho abierto y la profunda herida.

LXVIII

»Y el arcano espantoso que contrista

Y un rincon recataba, muestra entero;

Y la excita á buscar con planta lista

Más humano país, clima extranjero:

Para ayuda de viaje, abre á su vista

En sótano ignorado, de dinero

Antiguo y vasto acopio. Conmovida

Dido despierta á apercibir la huida.

LXIX

»Busca auxiliares; llegan á porfía

Quiénes que temen del cruel tirano,

Quiénes que odian la infame tiranía;

Apañan, cargan de oro las que á mano

Naves dispuestas por ventura habia;

Y ya cruza los campos de Oceano

De Pigmalion avaro la riqueza;

Y una débil mujer va á la cabeza.

LXX

»Y aquí al sitio pararon do ahora vese

Muralla colosal; do se levanta

La fortaleza de Cartago: en ese

Sitio compraron tanta tierra cuanta

La piel de un buey en derredor cogiese;—

De Brisa el nombre la aventura canta.— Mas ¿quiénes sois? ¿de dónde vuestra flota, Ó á dónde encaminaba la derrota?»

LXXI

Enéas respondiéndola, doliente

La voz arranca, y con suspiro dice:

«¡Diosa! si de su orígen al presente

La serie de mis lances infelice

Narro á tu corazon condescendiente,

Primero que mi labio finalice,

Su luz robando al mundo y su alegría

Habrá su giro completado el dia.

LXXII

»De Troya procedentes (si ya sabes

Lo que fué un tiempo la ciudad que digo),

Tras largas vueltas y fatigas graves

Golpe de airados vientos enemigo

Lanzó sobre estas costas nuestras naves.

Yo soy el pio Enéas, que conmigo

Voy llevando doquier, del mar por medio,

Dioses salvados de voraz asedio.

LXXIII

»Enéas, en las célicas esferas

Famoso ya; que por el mundo ando

De la Italia por patria, las riberas,

Y el linaje de Júpiter buscando:

Confié al frigio mar veinte galeras,

El camino mi madre señalando,

Yo su enseñanza celestial siguiendo;

¿Qué hallámos? bravo mar y Euro tremendo.

LXXIV

»Y hé aquí con siete buques mal librados,

Llego al cabo, ignorado, desvalido,

Del África á correr los despoblados,

Ya del Asia y Europa repelido!» ...

Mas aquí, con afectos reavivados,

Vénus interrumpióle en su gemido:

«Tú, quienquier seas, que á Cartago vienes,

Las simpatías de los Dioses tienes.

LXXV

»Ellos dan que los hálitos vitales

Respires para bien: feliz sendero

De la reina te lleva á los umbrales:

Vendrán á puerto nave y marinero,

Vueltos en su favor los vendavales;

Y si no falta el arte del agüero

En que hubieron mis padres de instruirme,

No dudes tú lo que mi labio afirme.

LXXVI

»Vé esos cisnes, en número de doce,

Del éter, donde Júpiter la asila,

A darles caza el águila veloce

Se lanzó por la atmósfera tranquila:

De alegre libertad vueltos al goce,

Míralos descender en larga fila;

Ya del campo se adueñan los primeros,

Ya á flor de tierra asoman los postreros.

LXXVII

»Cual el cielo cubrieron en bandada,

Y baten ora las festivas aves

La ala ruidosa, y cantan su llegada;

Tal la flor de los tuyos, tal tus naves

O entran al puerto, ó llegan ya á la entrada

Con vela abierta y céfiros süaves.

Tú sigue en tanto; y por do aquesta via

Conduciéndote va, los pasos guia.»

LXXVIII

Tal Vénus dice; y vuélvese, y el cuello

Con el matiz le brilla de la rosa;

Y partiéndose en ondas, el cabello

Mana esencia de cielo deliciosa:

Cae la veste á los piés, sublime sello;

Y, andando, ser mostró de véras diosa.

El héroe, al descubrir su madre en ella,

Clamando sigue la fugace huella:

LXXIX

«¿Y así burlado una vez más me dejas,

¡Oh madre mia! con falaz semblanza,

Tú tambien, tú cruel? ¿Y así te alejas

Sin que hablemos con dulce confianza

Ni estrechemos las manos?» Tal sus quejas

Al aire da, y á la ciudad se avanza;

Y ella, esparciendo opaca niebla en tanto,

Los ciñe en torno de nubloso manto.

LXXX

Y así los cubre porque nadie pueda

Ni verlos ni ofenderlos en mal hora,

Ni curioso se cruce en la vereda

Con sus preguntas á tejer demora;

Y por los aires se remonta, y leda

Vuela al templo de Páfos, donde mora,

Do aras ciento en su honor mezclan olores

De arabio incienso ardiente y tiernas flores.

LXXXI

Ellos con planta intríncanse ligera

Por do advierte la senda, y la colina

Coronan ya, que á la ciudad frontera,

De lleno allá sus cúpulas domina.

Enéas con asombro considera

La fábrica estupenda y peregrina

Do un tiempo fueron chozas; y suspenso,

Puertas ve, y calles, y el bullicio inmenso.

LXXXII

No descansan los Tirios: ó se empleen

En alzar el alcázar y dirijan

El giro á la muralla, y acarreen

Gruesos cantos á empuje; ó puesto elijan

Para casa, y con zanja le rodeen:

Sobre traza soberbia sitio fijan

Propio al legislador, al magistrado,

Y al augusto recinto del Senado.

LXXXIII

Quiénes, formando un muelle, cavan fosas;

Quiénes, para un teatro, anchos solados

Extienden, y columnas prodigiosas

Cortan, adorno á escénicos tablados.

Tales, en suma, suelen oficiosas

Ir las abejas por floridos prados

Cuando sacan al sol adultas crias

De estacion bella en los primeros dias;

LXXXIV

Tales la miel fabrican rica; y llena

Las celdillas al cabo el néctar blando;

Y ya salen de paz, la carga ajena

A recibir ufanas; ya cerrando

En trabado escuadron, de la colmena

Los zánganos alejan, torpe bando:

Con afan vario la labor se enciende,

Y á tomillo vivaz la miel trasciende.

LXXXV

«¡Qué gran dicha á unos hombres se depara

Que alzarse ven el suspirado muro!»

Dice Enéas á tiempo que repara

En las altas techumbres; y seguro,

Gracias, ¡oh maravilla! á que la ampara

Contino en derredor celaje oscuro,

Entra por la ciudad con paso listo;

Anda entre todos, y de nadie es visto.

LXXXVI

Antiguo bosque de frescor ameno

Habia en medio á la imperial Cartago:

Lanzados ya los Tirios á su seno

De ondas y vientos por furioso amago,

Hallaron en las capas del terreno

De un corcel la cabeza, don presago

Que allí Juno les puso de victoria,

Prenda de salvacion, señal de gloria.

LXXXVII

Grata la Reina á auxilios singulares,

Alzaba allí á la Diosa un templo extenso,

Que á la vez ilustraba sus altares

Con favor sacro y con devoto incienso:

Escalonado el atrio entre pilares

Y trabes bronceadas, daba ascenso

A la alta puerta de metal bruñido

Que el quicio oprime, y gira con rüido.

LXXXVIII

En este bosque el héroe al pecho laso

Halló aliento, á sus penas lenitivo,

Y alta leccion de que en adverso caso

Hay siempre de esperanza algun motivo;

Pues, ya en el templo suntuoso, al paso

Que todo lo registra pensativo,

Y aguardando á la Reina, allá en su mente

Mide el poder de la ciudad naciente;

LXXXIX

Miéntras nota á un plan mismo convertidas

Manos de artistas y el primor del arte,

Por órden halla en cuadros repartidas

Leyendas de Ilïon, lances de Marte,

Que al orbe ocupan ya. Ve á los Atridas,

Ve á Príamo, é igual á cada parte

Aquíles en los rayos de su ira;

Párase aquí, y con lágrimas suspira;

XC

«¡Acátes! ¿qué region, de nuestra fama

No hay ya en el mundo, ó nuestros hechos, llena?

Mira á Príamo: aquí la gloria llama

Al que allá injusta adversidad condena:

El sentimiento aquí llantos derrama,

Y aquí se siente en la desgracia ajena!

Animo, pues; nuestro renombre claro

Presta esperanzas de feliz reparo.»

XCI

Dice, y con mil recuerdos embebece

En la inerte pintura los sentidos,

Y mudo llanto el rostro le humedece;

Que en ella, muro afuera, en lid tejidos,

Ya la troyana juventud parece,

Que á los Griegos acosa despavoridos;

Ya á los Frigios, Aquíles, que bizarro

Con plumaje gentil vuela en su carro.

XCII

Reconoce con lágrimas, tras eso,

Las tiendas, con sus lonas cual de nieve,

Que Diomédes taló, vendido Reso

Del primer sueño en el regazo aleve:

Allí el cruel en sanguinario exceso

Huelga; y medroso de que alguno pruebe

Pastos de Troya ó en el Janto beba,

Los caballos indómitos se lleva.

XCIII

Tróilo en pos viene: juvenil locura

Ha hecho que fuerzas inferiores mida

Con Aquíles: perdida la armadura,

Derribado de espaldas, de la brida

Traba, que al vacuo carro le asegura:

Tiran los potros en veloz corrida;

Arrastra el cuello y cabellera suelta,

Y el polvo fácil marca el asta vuelta.

XCIV

Más allá al templo de Minerva, en tanto,

Teucras matronas á ofrecerle llegan,

Por vencer su rigor, un regio manto:

El tendido cabello al aire entregan;

Hieren el seno en muestra de quebranto

Las palmas; los humildes ojos ruegan:

Sorda la Diosa á la oracion prolija,

Torvas miradas en el suelo fija.

XCV

Enéas adelante á Aquíles halla

Volviendo, á trueco de oro, el insepulto

Cadáver que en redor de la muralla

Tres veces arrastró con fiero insulto:

Hondo gemido de su pecho estalla

El muerto amigo viendo allí de bulto,

Y el carro vencedor y los despojos,

E inerme suplicando el Rey de hinojos.

XCVI

Él mismo en noble puesto allá campea

Par del negro Memnon, que con su banda

De Oriente, cierra. Al fin Pentesilea

Las huestes amazónicas comanda

De corvo escudo: el cíngulo rodea

Aureo so el pecho descubierto; y anda

Furiosa entre los gruesos escuadrones,

Y hembra y todo, armas hace con varones.

XCVII

Miéntras con viva admiracion encuentra

Tales cuadros el héroe, y cada asunto

Le detiene, y la vista reconcentra

Luégo y la admiracion toda en un punto;

Dido, la hermosa Dido al templo entra,

La cual doquiera penetrando, junto

Con damas de copiosa comitiva,

La labor colosal risueña activa.

XCVIII

Tal del Eurótas por la vega umbría

Ó ya del Cinto por el halda amena,

Gentil Dïana leves coros guia

Y la aljaba pendiente al hombro suena.

Ninfas en torno agrúpanse á porfía,

Y á todas ella en majestad serena

Se aventaja al andar: delicia vaga

El seno de Latona oculta halaga.

XCIX

Ya á las puertas la Reina se presenta

De do la Diosa estableció morada,

Y en el trono magnífico se asienta

Que el ámbito promedia de la arcada:

Rodéanla sus guardias: ella, atenta,

En dar la ley y hacer la paz se agrada;

Y ya á cada uno igual la carga mide,

Ya, echando suertes, la labor divide.

C

Mas entre inmensa multitud, que en esto

Ansiosa al paso acude, al templo santo

Ha columbrado Enéas que Sergesto

Y Anteo viene, con el gran Cloanto,

Y otros que oscuro el Ábrego interpuesto

Lanzó á playas distintas. Con espanto

Entremezclado de alborozo vivo,

Ven los dos del embozo el fausto arribo.

CI

Y aunque las manos estrechar anhelan,

Mas lo raro del caso los detiene,

Y en la cóncava nube se cautelan,

Do á los que llegan atender conviene,

Que dó surgieron digan, ó qué apelan,

Pues embajada forman en que viene

De cada nave un noble personaje,

Y audiencia al paso claman y hospedaje.

CII

Como entraron, y el real asentimiento

Logrado hubieron de que alguno hable,

«¡Salve, oh Reina!» empezó con grave acento

Ilioneo, entre todos venerable:

«Tú, á quien fundar concede ilustre asiento

Jove, y justa regir gente intratable,

Hijos de Troya ves, ya há largos años

Agitados en piélagos extraños.

CIII

»Hoy de incendio amenaza gente osada

Nuestros bajeles: tu poder lo impida!

De un pueblo religioso te apïada

Que con su historia tu amistad convida!

No á hacer riza venimos por la espada

En comarca á tu imperio sometida,

No á la costa á volver con rica presa;

Ni es de vencidos tan soberbia empresa.

CIV

»Hay de antiguo un país, con apellido

De Hesperia por los Griegos señalado,

Pueblo en trances de guerra asaz temido,

Tierra asaz grata á la labor de arado:

Fué primero de Enotrios poseido;

Y hora Italia se nombra, por dictado

De famoso caudillo procedente,

Si ya constante tradicion no miente.

CV

»Bogaban para allá nuestros navíos

Cuando Orïon, que cóleras desata,

Surge infausto del mar, y entre bajíos

Con subitáneo golpe nos maltrata;

Y servido á placar de austros impíos,

Entre espuma y fragor nos arrebata

Por todo el mar. Muy pocos, cuasi á nado

Habemos á tus costas arribado.

CVI

»Mas ¿qué raza cruel, señora, es ésta?

¿No rige ley que su barbarie elida?

Que áun no bien nos divisa, á lid dispuesta,

Conjúrase á estorbarnos la acogida

Que á náufrago infeliz la arena presta.

Oh! si á hombre no temeis que cuenta os pida,

Que hay Dioses recordad que nunca mueren,

Y premian la virtud y al crímen hieren!

CVII

»Rey nuestro fué, de príncipes modelo,

Enéas, que otro igual no vió la tierra,

Quier en la paz por su piadoso celo,

Quier por su brazo poderoso en guerra.

Que si áun aura vital le otorga el Cielo,

Si hado adusto en tinieblas no le encierra,

Acabóse el temor, y á ti en agrado

Vendrá, fio, el favor anticipado.

CVIII

»Mas oye: en la poblada, en la guerrera

Comarca siciliana poseemos

De Acéstes el favor, que en ella impera.

Y troyana es su sangre. Que arrimemos

Nuestros restos, consiente, á la ribera,

Y en tus bosques cortar tablaje y remos,

Y á Italia iremos, nuestro Rey al frente,

Si salva el hado vuelve nuestra gente.

CIX

»Mas si ya feneció nuestra ventura;

Si ya, ¡oh amado Rey de los Troyanos!

Te dan líbicas olas sepultura,

Ni á Ascanio logran nuestros votos vanos;

Buscaremos siquier mansion segura

Navegando á los términos sicanos,

De do ya nuestra flota el vuelo alzara,

Que allí Acéstes bondoso nos ampara.»

CX

Dice, y todos barbotan de consuno

Oscura frase que el asenso explica;

Y con modestia y dignidad en uno

La culta Reina al orador replica:

«¡Troyanos! desterrad el que importuno

Vago recelo el alma os mortifica:

Mis fronteras guardar por fuerza debo;

Dura es mi situacion, y el reino es nuevo.

CXI

»Mas ¿quién no sabe á Troya y sus varones?

No de tantas virtudes el tesoro,

Los nombres de tan nobles campeones,

Ni ya esa guerra gigantesca ignoro:

No solemos los Penos corazones

Tan incultos llevar; ni al carro de oro

Sus caballos el Sol tan léjos ata

De una ciudad que vuestra gloria acata.

CXII

»Quier vuestro anhelo la region prefiera

De Hesperia, y campos que Saturno escuda;

Quier la de Érice os llame lisonjera,

A do el favor de Acéstes os acuda;

Doquiera ir presumais, ireis doquiera

Seguros con mi amparo y con mi ayuda.

¿O hacer mansion conmigo os acomoda?

Esta ciudad que fundo, es vuestra toda.

CXIII

»Meted la flota: un mismo tratamiento

Tendrá el Teucro en Cartago y el de Tiro.

Y ¡oh si arribase con el propio viento

El héroe que nombró vuestro suspiro!

Pues yo daré á emisarios mandamiento

Que exploren la comarca en largo giro,

Por si, náufrago Enéas, mueve acaso,

Ó en selva ó en poblado, incierto el paso.»

CXIV

De la arenga tocados, rato habia

Los de la nube ansiaban salir fuera;

Y, á Enéas vuelto, Acátes le decia:

«Falta el que hundirse viste en la onda fiera;

Cúmplese en lo demas la profecía,

Hijo de Vénus, que tu madre hiciera:

¿Qué aguardas?» Suelta en esto se evapora

La opaca nube en la aura brilladora.

CXV

Y el héroe apareció, de luz cercado,

A un Dios en aire y en miembros semejante;

Pues le habia su madre aderezado

La copia de cabellos arrogante;

Bañó sus ojos de inefable agrado,

Y dió luz rósea al juvenil semblante,

Bien cual bruñe el marfil, ó mármol pario

Ó argento engasta en oro el lapidario.

CXVI

«Ved salvo al que buscais; yo soy Enéas!»

Dice; y á Dido se convierte luégo:

«Tú, sensible mujer, dichosa seas,

Sensible á nuestra historia, á nuestro ruego;

Que reino y casa á náufragos franqueas,

De la espada reliquias y del fuego,

Juguetes de la mar, de la fortuna,

Ya sin arrimo ni esperanza alguna!

CXVII

»Señora, á tu largueza, á tu hidalguía

Corresponder nosotros mal podremos,

Ni cuantos restos de la patria mia

Errantes van del orbe en los extremos.

Mas si hay Dioses que ven con simpatía

La virtud; si áun justicia conocemos;

Si el tribunal de la conciencia es algo,

El Cielo premiará tu porte hidalgo!

CXVIII

»¡Oh feliz hora en que la luz primera

Viste del cielo! ¡oh ilustres genitores!

Miéntras amen del monte la ladera

Las sombras; miéntras corran bramadores

Los rios á la mar; miéntras la esfera

Alimente sus trémulos fulgores,

Durará tu alabanza y tu memoria:

Doquier yo aliente, vivirá tu gloria.»

CXIX

Dice; y adelantándose del puesto

Las manos da regocijado: en tanto

Que una ofrece á Ilioneo, otra á Seresto,

Y al gran Gias de ahí, y al gran Cloanto,

Y á todos á la vez. Dido de presto

Enmudeció de admiracion y encanto:

Al presentarse el héroe, con su brillo;

Luégo, al abrir los labios, con oillo.

CXX

Recobrada, expresó razones tales:

«¡Oh! ¿qué impía mano perseguirte osa

Al traves de contrarios temporales?

¿Quién, ilustre mortal, hijo de Diosa,

Á estas playas te impele inhospitales?

¿No eres tú á quien de Anquíses Cipria hermosa,

Del frigio Símois en el valle ameno,

Concibió grata en su amoroso seno?

CXXI

»Recuerdo á Teucro, que en Sidon venido,

Trocaba con destierro el patrio clima,

Ya de mi padre Belo protegido,

Que imperaba triunfante en Chipre opima.

Troya y Grecia de entónces en mi oido

Sonaron con tu nombre. En alta estima

El tenía á los tuyos, si contrario,

Y áun de Troya alabóse originario.

CXXII

»¡Mas venid luégo á mi real morada,

Mancebos! Cual vosotros combatida

De ruda suerte y vária, al fin cansada,

Donde agora os la doy, logré acogida

De mis propias desgracias enseñada

Miro por los que sufren condolida.»

Dice; y honrando á la Piedad divina,

Con el héroe á palacio se encamina.

CXXIII

Y próvido tendiendo el pensamiento

Á los que quedan en la playa, envía

Veinte toros allá, por bastimento,

Cien gruesos cuerpos de cerdosa cria,

Y cien ovejas y corderos ciento;

Y el dón de alegre Dios, por granjería;

En tanto que el palacio se adereza

Con vario alarde de imperial riqueza.

CXXIV

Ya en el seno interior del edificio

Previénese el opíparo convite:

Lucen vestes, do el clásico artificio

Con la soberbia púrpura compite;

Brilla de plata sólido servicio,

Y copas de oro, do el buril repite

Desde era inmemorial las patrias glorias,

Y los Reyes en serie, y sus historias.

CXXV

En este medio Enéas (no tolera

Amor, pecho de padre sosegado)

A Acátes manda que en veloz carrera

Lleve á Ascanio el obsequio, y á su lado

Venga Ascanio;—que Ascanio cobra entera

La ternura del padre y su cuidado,—

Y traiga cuanta rica prenda y joya

A los escombros se arrancó de Troya.

CXXVI

Acuérdale la veste de oro llena,

Con sólidas figuras y labores,

Y el rico velo de la argiva Elena

Que de amarillo acanto esmaltan flores;

El mesmo que ella, de rubor ajena,

Volando en pos de ilícitos amores,

Dón de Leda su madre peregrino,

Trujo de Grecia cuando á Troya vino.

CXXVII

Reliquias con que á par venir dispone

El noble cetro que regir solia,

Hija mayor de Príamo, Ilione,

Y el collar de menuda pedrería,

Y el diadema do el oro se compone

Con finas perlas en igual porfía.

Acátes, que cumplir el cargo anhela,

Camino de las naves corre, vuela.

CXXVIII

Nuevas trazas en tanto Citerea,

Nueva industria medita: que Cupido

Tome de Ascanio la figura, idea,

Y que, atenta al obsequio, obsequie á Dido;

Con que tocada de un incendio sea

Que el corazon le invada inadvertido;

Ca ese mixto hospedaje bajo un techo

Teme, y dos amistades en un pecho.

CXXIX

Y, á su idea presente sin desvío

Juno cruel que la robara el sueño,

«Tú á quien debo mi fuerza y señorío,»

Dice, humilde apelando á Amor risueño:

«Tú, el único que ves, dulce hijo mio,

Libre y seguro de mi Padre el ceño

Que de Titanes quebrantó el arrojo!

Merced vengo á pedir, y á tí me acojo.

CXXX

»Enéas sabes tú cuánto ha sufrido;

Cuál Juno en oprimirle atroz persiste,

De todo viento en todo mar barrido;

Que áun de él conmigo hermano te doliste:

Huésped agora la sidonia Dido

Con regio halago liberal le asiste;

Mas temo que á inclinarse en contra empiece

Hospedaje que á Juno á par se ofrece.

CXXXI

»Que no su odiosidad terná arrendada

En tan ardua ocasion. Y así primero

Poner de Dido al corazon celada

Y de mi llama rodealle quiero;

Porque otra inspiracion no la disuada,

Y, con afecto al cabo verdadero

Asida á Enéas, de mi lado quede:

Oye cuál finjo que lograrse puede.

CXXXII

«El infante real la voz de Enéas

Va á seguir, y de Acátes las pisadas,

A Cartago llevando las preseas

De Troya, al fuego y á la mar ganadas.

Porque él nada presuma, y de él no seas

Turbado de la Reina en las moradas,

A Citera ó á Idalia llevaréle,

Do sacra oscuridad su sueño cele.

CXXXIII

»Toma esta noche su figura, y lazo,

Niño en disfraz de niño, á armar vé á Dido:

Que ella habrá de acogerte en su regazo

Gozosa entre los bríndis y el rüido;

Y tú á vueltas podrás del blando abrazo,

En la miel de sus ósculos, Cupido,

Depositar la punta que á su seno

Oculto del amor lleve el veneno.»

CXXXIV

Manso á la tierna madre Amor da oidos,

Y marcha, á Ascanio igual, depuesta el ala;

Miéntras de Ascanio Vénus los sentidos

Con plácido sopor vence y regala;

Y abrigado en su seno, á los erguidos

Idalios bosques llévale, do exhala

Su aroma, y con sus sombras le guarece

El blando almoraduj que allí florece.

CXXXV

En tanto de Cartago en seguimiento,

Obediente de Vénus al mandado,

Cupido va con dones opulento,

Con el favor de Acátes bien hallado.

Cuando llegado hubieron, fué el momento

En que en el centro de grandioso estrado

Dido en cojines recamados de oro

Se reclinaba con gentil decoro.

CXXXVI

Enéas, que tras ella se avecina,

Entra, y con él la juventud troyana,

Que en órden se desparte, y se reclina

En muelles lechos de soberbia grana.

Agua da para manos cristalina

La servidumbre, y de suave lana

Toallas brinda, y de la rubia Dea

El dón en canastillos acarrea.

CXXXVII

Cincuenta esclavas dentro, los manjares,

Puestas en fila, en sazonar se emplean,

Y con incienso en propiciar los Lares;

Copas ministran, viandas acarrean

Otras cien, y en la edad cien mozos pares.

Entran, llamados, Tirios que pasean

Densos en los alegres corredores,

Y los lechos ocupan de colores.

CXXXVIII

Admiran de los dones la hermosura,

Admiran al garzon, su faz que brilla,

Y de su falsa labia la dulzura;

Ven la áurea veste, el oro que amarilla

La flor de acanto con primor figura:

Mas Dido en especial se maravilla,

Y de gozar no acaba;—ella, ¡ay! no sueña

Que á un abismo, gozando, se despeña!

CXXXIX

Y en el niño y los dones se recrea,

Los mira, y cuanto mira, eso se inflama.

¿Qué hace el rapaz? Al cuello se rodea

Del héroe, que en su error hijo le llama;

Mas luégo que feliz le lisonjea,

Déjale en paz, y con su activa llama

Va á Dido, que en su error, niño inocente

Jovial le invita con risueña frente.

CXL

¡Ay! ya al seno le estrecha dulce y blanda,

¡Y es un gran Dios lo que en su seno anida!

De la Reina en el seno, lo que manda

La gran Diosa, su madre, Amor no olvida:

De Siqueo la imágen veneranda

Sin sentir borra, y sin sentir convida

Con nuevo halago á nueva lid á un alma

Que retirada há tiempo vive en calma.

CXLI

Hubo el primer banquete terminado,

Y la mesa se sirve de licores,

Y festejan el vino regalado

Los hondos vasos adornando en flores.

Cien arañas del áureo artesonado

Penden: crecen sonando los clamores;

Y las hachas con luces triunfadoras

Quitan el campo á las nocturnas horas.

CXLII

En este instante la sidonia Dido

La copa demandó que usar solia

Belo, y que en órden desde allá traido

Cada progenitor usado habia:

Copa del oro sustentada, unido

Con finas piedras en igual porfía;

Y de vino la llena, y al momento

Calla el concurso á su palabra atento:

CXLIII

«¡Júpiter! si ya diste á los humanos

De la hospitalidad el sacro fuero,

Haz este dia á Tirios y á Troyanos

Grato por siempre y de felice agüero!

Lo aplaudan nuestros nietos más lejanos:

Benigna Juno y Baco placentero

Lo honren presentes; y en gozoso grito,

Tirios, á saludarlo ahora os invito.»

CXLIV

Dice; y sobre la mesa el néctar liba

Que generoso desbordaba, y luégo

La taza al labio toca fugitiva:

La alarga á Bícias con señal de ruego;

Toma, empínala él con ánsia viva,

Y el espumoso vino agota ciego:

Alzan todos los próceres sus copas,

Y el canto empieza del crinado Yópas.

CXLV

El cual describe con laud divino

Lo que Atlas le enseñó por gran fortuna:

Cómo el sol desfallece en su camino;

Por qué altera su faz la móvil luna;

Deónde la bestia de los campos vino;

Cuál fué del hombre la primera cuna;

Qué fuente al mundo suministra el agua;

Dó está de los relámpagos la fragua.

CXLVI

Canta eso mismo á Arturo, las dos Osas,

Y las Híadas tristes; el arcano

Que las noches alarga perezosas;

Por qué los soles del invierno cano

Con ruedas se despeñan presurosas

A bañarse en el líquido Oceano.

Cesa; y acogen su cantar sonoro

Tirios y Teucros aplaudiendo en coro.

CXLVII

Y vuela el tiempo en pláticas sabrosas,

Y Dido, platicando, amor apura;

Mil cosas sobre Príamo, y mil cosas

A preguntar sobre Héctor se apresura:

Ya qué huestes trujera pavorosas

El hijo de la Aurora, oir procura;

Ya la historia saber de los gentiles

Potros de Reso, ó el poder de Aquíles.

CXLVIII

«¡Que en fin,» exclama, «por ventura mia

Desde el principio en relatar vinieses

Los pasos de la griega alevosía,

Huésped, y vuestras glorias y reveses!

Tambien tus viajes entender querria,

Ya que contemplas los estivos meses

Tornar séptima vez desde que yerras

Mares cruzando y extranjeras tierras.»

Eneida

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