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LIBRO SEGUNDO

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Índice

I

Todos callan; y Enéas, que cautiva

De todos la atencion, desde alto lecho

Comienza: «¡Oh Reina! mandas que reviva

Inefable dolor mi herido pecho;

Que cómo á manos de la hueste aquíva

El troyano poder cayó deshecho

Recuerde: horrores que podré pintarte,

De ello testigo y no pequeña parte.

II

«Mas ¿quién, ya que secuaz de Ulíses fuera,

Si á tan largo dolor velos levanto,

Qué Mirmidon, qué Dólope lo oyera

Sin dar, á su pesar, tributo en llanto?

Acercándose al fin de su carrera

Hé aquí la húmeda Noche rueda en tanto,

Y extinguiendo en la mar sus luces bellas

A descanso convidan las estrellas.

III

»Mas pues tu noble corazon consiente

En ser de este dolor particionero;

Pues mandas que de Pérgamo te cuente

El afan congojoso postrimero

En breve narracion; aunque se siente

Horrorizado el ánimo, y del fiero

Espectáculo aparta la memoria,

Principiaré la miseranda historia.

IV

»Yacian con el cerco prolongado

Rotos los jefes de la hueste aquea,

Maltrechos siempre del adverso hado;

Cuando Minerva en su favor emplea

Artificio sagaz. Por su mandado

Hueca mole fabrican gigantes

Que gran caballo al parecer figura,

De recia tablazon y contextura.

V

»Simulan y propalan que se eleva

Por voto á Pálas hecho, de tranquilo

Viaje en demanda: por doquier la nueva

Mentirosa se esparce; y en sigilo,

Echadas suertes entre gente á prueba,

A ocupar suben el oscuro asilo

Del vasto seno y cóncavos costados,

Provistos de sus armas los llamados.

VI

»Frontera á Troya Ténedos se ostenta,

Que otro tiempo gozó de nombradía:

Isla famosa, fértil, opulenta

Durante la troyana monarquía:

En su abandono y soledad presenta

Hora á las naves pérfida bahía:

A sombra de sus costas sin testigo

Los bajeles enseña el enemigo.

VII

»Pensamos que, la vela dada al viento,

Bogando irian por la mar serena

Para la patria: el largo abatimiento

La ciudad de sus hijos enajena:

Las puertas abre; al griego acampamento

Rápida corre de alborozo llena

La multitud, y visitar le agrada

Yermo el campo, la playa abandonada.

VIII

»Aquí los batallones del furioso,

Del fuerte Aquíles; acullá su tienda:

Allí tomaban plácido reposo,

Acá trabámos áspera contienda.

Así van discurriendo; y el coloso

Infausto, reputado por ofrenda

A la casta Minerva, hace que, muda

De asombro, turba inmensa en ruedo acuda,

IX

»Fuese traicion, ó que la adversa suerte

Para entónces el golpe reservase,

Timétes clama que la mole al fuerte

Se lleve al punto, y las murallas pase.

Cápis, empero, que el peligro advierte,

Aconseja con otros que la abrase

Fuego voraz, y la vecina onda,

El sospechoso dón trague y esconda;

X

»Ó que el oscuro seno se barrene

Para indagar lo que en el fondo encela.

Indecisa la turba se mantiene.

En esto de la excelsa ciudadela

Con numerosa muchedumbre viene

Laoconte, al campo arrebatado vuela,

Y, «¡Oh desgraciados!» desde léjos grita:

«¿Qué demencia á la muerte os precipita?

XI

»¿Pensais que el enemigo nuestra tierra

»Dejó? ¿Fiais en sus mentidos dones?

»¿Cuán poco á Ulíses conoceis? Ó encierra

»Esta fábrica aquivos campeones,

»O artificiosa máquina de guerra

»Es: nuestra situacion y habitaciones

»Por cima intentan registrar del muro,

»Para luégo caer sobre seguro.

XII

»Ello, hay engaño. ¡Oh Teucros, confianza

»Negad á ese caballo! Como quiera,

»Yo temo de los Griegos la asechanza

»A vuelta de sus dones traicionera.»

Dijo; y desembrazó fornida lanza

Hácia un lado del cóncavo; certera

Vuela, clávase, vibra: conmovido

Dió el seno cavernoso hondo bramido.

XIII

»¡Ay! á no ser por la fortuna impía

Que nos robaba libertad y acierto,

Laoconte en su furor logrado habria

Que pusiésemos luégo en descubierto,

Hendiendo la armazon, la alevosía.

Aun hoy tu alcázar descollara yerto,

¡Oh Patria! ¡al filo de traidora espada

No cayera tu pompa derribada!

XIV

»Frigios pastores con tumulto y grita,

Atras ambas las manos, prisionero

Traen ante el Rey un mozo. Audaz medita

Abrir el muro con ardid artero

A los suyos; ni el ánimo le quita

El peligro de infame paradero;

Resuelto á todo, el pérfido se hizo

Con aquellos pastores topadizo.

XV

»La multitud agólpase, y denuesta

Al prisionero que curiosa mira.

(Reina, las artes de los Griegos de esta

Traicion colige; su maldad admira.)

Inerme se detiene, manifiesta

Medrosa turbacion: los ojos gira

La turba rodeando que le oprime,

Abre los labios, y temblando gime:

XVI

«¡Cielos! ¿á dónde me arrojais? ¿qué puerto

»Queda ya á mi infortunio? La cadena

»Del Griego á quebrantar áun bien no acierto,

»Y ya el Troyano á muerte me condena.»

Compone á su gemido el desconcierto

La multitud, el ímpetu serena,

Y con instancia á declarar le mueve

Patria, linaje, y la intencion que lleve.

XVII

»Títulos aguardamos con que abone

Palabras de cautivo. Reparado

De la sorpresa, el impostor repone:

«¡Rey! la verdad confesaré de grado:

»No á mi labio veraz candado pone,

»Aunque adverso me fuere, el resultado:

»Yo Griego soy, no ocultaré mi cuna;

»Me hizo infeliz, no falso, la fortuna.

XVIII

»Quizá en conversacion por accidente,

»De Palamédes, generosa rama

»Del linaje de Belo floreciente,

»Llegó á tu oido el claro nombre y fama.

»Porque la guerra no aprobó, demente

»Llamóle el pueblo, y con indigna trama

»Trájole al hierro de la muerte: ahora

»Inmaculado le confiesa y llora.

XIX

»Mi padre, escasa el arca de dinero,

»Guerrero aventuróme, y al cuidado

»De aquel varon fióme, compañero

»Antiguo nuestro y próximo allegado.

»Tomámos de esta playa el derrotero

»Muy al principio. Prosperó el Estado

»Miéntras honrarle y atenderle supo,

»Y parte á mí de su esplendor me cupo.

XX

»Mas el término vi de mi contento

»Cuando de sus manejos el astuto

»Itacense, el infame acabamiento

»De Palamédes recogió por fruto.

»Notorio el caso fué. Yo en aislamiento

»Dime á vivir y en miserable luto:

»Pensaba siempre en mi inocente amigo,

»Y eterna indignacion iba conmigo.

XXI

»Ni pudiendo tener contino á raya,

»Demente ya, mi cólera sombría,

»Clamé, juré que si á la amada playa

»Tornase vencedor, me vengaria.

»Odios que Ulíses en silencio ensaya

»Hubo de acarrearme la osadía

»De mis palabras: sin enmienda aquello

»Vino á poner á mi desgracia el sello.

XXII

»De entónces más, calumnias el aleve

»Ideó nuevas: comenzó rumores

»Vagos á propalar entre la plebe;

»Ni pudo sosegar en los terrores

»Con que el crímen persigue, hasta que en breve

»Con Cálcas, el augur, á sus rencores ...

»Mas ¿á qué, derramando el pensamiento,

»Así os fatigo, y mi dolor aumento?

XXIII

»Ya os dije, Griego soy: ¿qué más indicio,

»Si á todos nos nivela vuestra saña?

»Ea, pues: ¡consumad el sacrificio!

»Bien los de Atreo os pagarán la hazaña;

»Su triunfo, el Itacense.» El artificio

No vemos con que á fuer de Griego engaña;

Antes le instamos á explicarlo todo.

Con fina astucia y misterioso modo,

XXIV

«Los Griegos,» sigue, «no una vez la prora

»Volver pensaron, y soltar la clava,

»Del asedio cansados. En mal hora

»Tornábalos á puerto la onda brava

»Y el ala de los vientos bramadora.

»Mas esa estatua al ver, que en pié se alzaba,

»Con ira nueva y general tronido

»Resonó el cielo en llamas encendido.

XXV

»Eurípilo, que hicimos acudiera

»Al apolíneo oráculo, tornando

»Trajo esta, en solucion, voz lastimera:

»Griegos: los vientos aplacasteis, cuando »Marchabais á Ilíon la vez primera, »En el ara una vírgen inmolando: »Si en la vuelta anhelais propicia calma, »Sangre verted, sacrificad un alma.

XXVI

»La voz á oidos de las gentes vino

»Moviendo al corazon mortal recelo;

»Todos el rigor tiemblan del destino;

»Cuaja á todos la sangre torpe hielo.

»En tal crísis á Cálcas adivino

»Saca Ulíses con ímpetu y anhelo,

»Y de la hueste aquéjale en presencia

»A interpretar la funeral sentencia.

XXVII

»Ya de aquel pecho de piedad desnudo

»Sondando muchos el ardid secreto,

»Me auguraban mal fin. Diez dias mudo

»Difirió Cálcas el fatal decreto.

»Cediendo al cabo al clamoreo agudo,

»Y á la mente ajustando del inquieto

»Instigador el fallo, lo pronuncia:

»Yo la víctima soy; mi nombre anuncia.

XXVIII

»Place á todos; y el golpe que temia

»Cada uno enántes en su mal, en cuanto

»Sobre un triste desciende, en alegría

»Pública trueca el general quebranto.

»Ya se acercaba el tenebroso dia

»De la degollacion: con gozo, en tanto,

»La salsamola alistan, y disponen

»Fúnebres vendas que mi sien coronen.

XXIX

»Libertéme, es verdad, de la atadura;

»Y de un pantano entre la juncia y cieno

»Logré ocultarme con la noche oscura,

»Aguardando partiesen, si sereno

»Lo comportaba el mar por mi ventura.

»Mas la esperanza huyó de ver el seno

»Antiguo de la patria, y á mi lado

»El hijo dulce, el padre deseado.

XXX

»Ellos, blanco al furor de mis tiranos,

»Por mí habrán de lastar en roja pira!

»Por los dioses del cielo soberanos

»Que apartan la verdad de la mentira,

»Por la noble lealtad, si ya en humanos

»Pechos cupo lealtad, la suerte mira

»No merecida, ¡oh Rey! que en mi se ceba;

»Tanto infortunio á compasion te mueva!»

XXXI

»La piedad que con lágrimas demanda,

Con lágrimas le dan los corazones.

Abogamos por él. Al punto manda

Que los lazos le suelten y prisiones

El Rey, y así le dice con voz blanda:

«Olvida ya las bárbaras legiones,

»Mancebo, y sus malvados procederes:

»De hoy más, quienquier tú seas, nuestro eres.

XXXII

»Mas la verdad declara sin rebozo:

»¿Quién inventó esta mole? ¿Con qué intento?

»¿Máquina amenazante de destrozo

»Es? ¿ó bien religioso monumento?»

Dice el buen Rey; y el atrevido mozo

Mostrado, á usanza griega, al fingimiento,

Exclama así, las manos desatadas

Volviendo al cielo, y húmidas miradas:

XXXIII

»¡Astros eternos! ¡Dioses que castigos

»Al dolo reservais! ¡Cuchilla! ¡velo!

»¡Aras del sacrificio! sed testigos

»Del derecho cabal con que cancelo

»Antiguos pactos: odio á los que amigos

»Pude llamar; ¡sus crímenes revelo!

»Mas ¡oh! ¡si en mí tu salvacion se apoya,

»Guárdate fiel á tus promesas, Troya!

XXXIV

»Los Griegos de Minerva en el robusto

»Auxilio descansaron confiados

»Hasta que el hijo de Tideo injusto

»Y fraguador Ulíses de atentados,

»Su estatua milagrosa al templo augusto

»Se aunaron á robar; y, degollados

»Los guardias del castillo, con sangrienta

»Mano asieron de la alba vestimenta.

XXXV

»Cayó miedo en los ánimos: su ayuda

»Cambió la Diosa en no dudoso amago;

»Que, al campo apénas se llevó, ceñuda

»Los ojos clava con fulgor aciago;

»¡Raro prodigio! humor amargo suda,

»Y del suelo tres veces se alza en vago,

»El escudo flamígero delante,

»Y el asta blandeando retemblante.

XXXVI

»Incontinente Cálcas determina

»Que el sitio los guerreros abandonen;

»Diz que en vano de Troya la rüina,

»Por bien que la expugnaren, presuponen,

»Si, tornando á cruzar la onda marina,

»En Argos los auspicios no reponen,

»Á la Diosa aplacando en sus desvíos

»Que cuidaron llevar en los navíos.

XXXVII

»Á Micénas ahora encaminados

»(De Cálcas los auspicios tal declaran),

»Prevenidos mejor y apertrechados,

»La vuelta á dar de asalto se preparan,

»Mas ántes que partiesen, avisados,

»En igual de la que ímpios enojaran

»Robada estatua, edificaron ésta

»Para purgar la violacion funesta.

XXXVIII

»Plúgole á Cálcas, además, que fuese

»De trabes poderosas guarnecida

»Y que las nubes con la frente hiriese,

»Porque su peso y altitud impida

»Que por las puertas quepa, y atraviese

»Las murallas, no avenga que presida

»A la ciudad, del Paladion vïuda,

»Y con la antigua proteccion la acuda.

XXXIX

»Que si este dón violais—el agorero

»Pronostica (primero se convierta

»En quiebra suya el malhadado agüero!)—

»Troya vencida quedará y desierta:

»¿Qué es Troya? ¡el Asia! ¡Triunfareis, empero,

»Si le internareis, la muralla abierta,

»Y á las aguas de Grecia vuestras proras

»Irán, andando el tiempo, vencedoras!»

XL

»Así en un punto entre sus lloros viles,

Caza Sinon con pérfidos amaños

En red de muerte á los que el grande Aquíles,

Ni el hijo de Tideo, ni diez años

De terca opugnacion, ni naves miles

Pudieron domeñar. Tras sus engaños,

Con espanto de todos repentino,

Oye el paso cruel que sobrevino.

XLI

»Sacerdote por suerte designado

Á honrar al Dios del húmedo elemento,

Era Laoconte: ante el altar sagrado

Degollábale un toro corpulento.

Súbito á la sazon venir á nado

Vemos (de horror estremecerme siento),

De la ínsula vecina procedentes,

Por sobre el mar tranquilo dos serpientes.

XLII

»El pecho entrambas enhestando iguales,

Con encarnada cresta gallardean,

Y en ruedas, al andar, descomunales

El largo cuerpo sobre el ponto arquean:

Rotos gimen los líquidos cristales

Por do hienden: abordan ya y campean,

La vista en sangre y rayos encendida:

Todos huimos, la color perdida.

XLIII

»Lamiéndose las bocas sibilantes

Con la vibrante lengua, van derecho

Para Laoconte: mas sus hijos ántes,

Tiernos gemelos, en abrazo estrecho

Aferran, y sus miembros palpitantes

Apedazan, devoran. Pecho á pecho

Y meneando la aguzada hoja,

Encima el genitor se les arroja.

XLIV

»¡Vano auxilio! ¡arduo afan! Ellas le abrazan

Con doble, firme vuelta la cintura;

Los escamados lomos le relazan

Á la garganta, y á mayor altura

Sobrealzando las crestas, amenazan.

Con ambas manos él entre la impura

Ponzoña que las ínfulas le afea,

Por sacudir los ñudos forcejea.

XLV

»Descoyuntado al fin, y cual pudiera

El toro que del ara huyendo herido,

De hacha insegura libertado hubiera

Su manchada cerviz, en alarido

Rompe horrible. Las sierpes de carrera

Parten al templo de Minerva, y nido

A los piés de la Diosa encrudecida

Hallan seguro bajo el ancha egida.

XLVI

»Nuevo motivo de terror asalta

Los ánimos, que el miedo señorea;

Supone el vulgo que Laoconte, al alta

Estatua encaminando el asta rea,

Mereció el golpe que siguió á su falta;

Que el caballo se interne, clamorea,

Y que á la Diosa con devotas preces

Se persuada á poner sus altiveces.

XLVII

»Presto aportillan el adarve: toma

Movimiento el coloso: iguales giran

Ruedas que al pié le ajustan: con maroma

Atando el cuello, á competencia tiran.

Ya grave de armas sobre el muro asoma:

Todos con ánsia á la labor conspiran:

Garzones y doncellas entre tanto

Alzan en torno religioso canto.

XLVIII

»Ya entra bamboneando, á tu firmeza

Cierta amenaza, ¡oh Troya! ¡oh patria! ¡estancia

Antigua de altos Dioses! ¡fortaleza

Do vió un pueblo estrellarse su arrogancia!

Sigue, y tres veces al umbral tropieza

Con ronco són que retumbó á distancia;

Mas insta el vulgo en su porfía loca,

Y al fin en el alcázar le coloca.

XLIX

»Vanamente Casandra entusiasmada

Esforzando la voz—su voz divina,

Por castigo de un Dios menospreciada—

Grandes calamidades vaticina.

¡Ay! sus anuncios estimando en nada,

Al borde ya de la comun rüina,

Nosotros sólo en decorar pensamos

Templos y altares con festivos ramos.

L

»Gira miéntras la esfera, y vase alzando

La noche de las ondas, el desvelo

Y fraudes enemigos ocultando

En espantoso horror, la tierra, el cielo.

Yacen mudos los Teucros: sueño blando

Acá y allá los encadena. A vuelo

Torna entre tanto la pelasga flota

A las sabidas playas la derrota.

LI

»A sordas con la luna y el sosiego

De la noche, que muda las arropa,

Marchan las naves ya, que ha dado el fuego,

Concertada señal, la régia popa.

Sinon, á quien, en daño nuestro ciego

El hado guia, la escondida tropa

Acude á libertar, y la honda cava

Abre que tenebrosa los guardaba.

LII

»Y por cables que lanzan de ligero,

Desguíndanse de la hórrida guarida

Esténelo, Tisandro, Ulíses fiero,

Tornando á respirar aura de vida:

Menelao; Macaon, que fué el primero,

Y Acamante y Toante de seguida,

Y Neoptólemo audaz el de Peleo,

Y el trazador del artificio, Epeo.

LIII

»Á entrar la muchedumbre se acelera

En la ciudad, que yace en sueño y vino,

Y matando las guardias, carnicera,

Y las puertas abriendo, da camino

Y se une á los que abordan. Tiempo era

En que el sueño primero, dón divino,

Los cuerpos sosegando fatigados

Envuelve en manso olvido los cuidados.

LIV

»En medio del silencio, á la imprevista,

Reputándolo yo por caso cierto,

Héctor en sueños muéstrase á mi vista,

De polvo vil y amarillez cubierto:

Mustia la faz, que el ánimo contrista,

Mustia y llorosa; y, cual despues de muerto

Y arrastrado por rápidos bridones,

Taladrados los piés de correones.

LV

»¡Cuán trocado de aquél que á nuestros ojos

Resplandeció tras recias embestidas,

Ó de Aquíles trujese los despojos

O incendiase las naves combatidas!

Yerta barba; cuajados los manojos

Del pelo en sangre; vivas las heridas

Que en torno recibió de la muralla;—

Y aquí en sueños mi voz en llanto estalla:

LVI

«¡Gran Héctor, que de gloria y de consuelo

»Astro por siempre á los Troyanos fuiste!

»¿De cuál remoto y olvidado suelo

»Tornas al fin á nuestra playa triste?

»¿Y tras fatiga tanta, estrago, duelo,

»Hoy de nuevo tu brazo nos asiste?

»¿Mas por qué herido así? Tu faz serena

»¿Por qué se cubre de sangrienta arena?»

LVII

»Nada contesta: con mortal gemido

«¡Vuela! ¡huye!» exclama: «el Griego se apodera

»De la ciudad: incendio embravecido

»Estalla: ¡Troya se desploma entera!

»Mucho á la patria y al monarca ha sido

»Sacrificado: si algo la valiera,

»Salvárala este brazo: en su agonía,

»Su culto, hijo de Vénus, te confía.

LVIII

»Mansion busca á sus Dioses tutelares

»Que fundarás, y grande, finalmente,

»Audaz cruzando procelosos mares.»

Y miéntras habla entrégame impaciente

La alma Vesta que arranca á los altares,

Y los velos y el fuego indeficiente.

Por la ciudad en tanto se extendia

El estruendo confuso y vocería.

LIX

»Y aunque distante de la puerta Escea

Yacia de mi padre la morada,

Opaca de un jardin que la rodea,

De la invasora muchedumbre armada

Llega sordo el rumor; mi sien golpea;

Salto veloz, el ánima azorada,

Y á la azotea trepo, y al rüido

Que crece más y más, tiendo el oido.

LX

»Tal cuando en mieses subitánea llama,

Soplando el Austro, enfurecida prende;

Ó bien si desbordado se derrama

Y valles, surcos y sembrados hiende

Bravo raudal, y en remolinos brama

Arboles arrastrando que desprende;

Sobre un peñon, de la tormenta aquella

Testigo inmóvil el pastor descuella.

LXI

»Bien á mis ojos lo que en torno pasa,

Bien la aviesa traicion se patentiza.

Con estampido el gran palacio arrasa

De Deífobo, el fuego, y se encarniza

Sin detenerse, en la contigua casa

De Ucalegonte, y de su luz rojiza

Parece arder abierto el mar Sigeo:

Suenan trompetas, cunde el clamoreo.

LXII

»Echo mano á las armas alterado,

Y á discurrir no acierto á mi albedrío:

Al alcázar volar con un puñado

De compañeros, en confuso ansío;

Mal ciego de furor, desatentado

En manos de la muerte la honra fio;—

Cuando al Otrida, del altar febeo

Ministro en el alcázar, llegar veo.

LXIII

»Él los Dioses vencidos, casi á vuelo,

Trae, y sacros adjuntos que á la saña

Hurtó enemiga su piadoso celo;

Y un nieto pequeñuelo le acompaña.

«¡Panto!» al verle clamé con vivo anhelo:

«¡Habla! ¿qué pide adversidad tamaña?

»¿En dónde haremos la defensa? ¿en dónde?»

Dando un hondo gemido me responde:

LXIV

«¡La hora que los hados previnieron

»Llegó de asolacion! ¡Jove inclemente

»Trastorna la balanza! Fueron, fueron

»Troya, su gloria, su esplendor potente!

»Todo los enemigos lo invadieron:

»Del caballo intramuros eminente

»Griegos brotan armados: triunfante

»Sinon propaga el fuego devorante.

LXV

»Por las ya francas puertas á oleadas

»Cuantos vinieron de la gran Micénas

»Tantos que entran parece: están tomadas

»Las avenidas: de reposo ajenas

»Amenazan fulgentes sus espadas:

»La primer guarnicion ensaya apénas

»Al tropel oponerse que la embiste,

»Y en ciega riña desigual resiste.»

LXVI

»Ardo á su voz: el corazon me inflama

No sé cuál Dios ó aliento sobrehumano:

Do la ira impele, do el rumor me llama

Corro el hierro á arrostrar y el fuego insano.

Á la luz vaporosa que derrama

La blanca luna, de Ífito el anciano,

De Hípanis, de Dímas y Rifeo,

Que se me allegan, los semblantes veo.

LXVII

»Corebo, el hijo de Migdon, partido

Tomó tambien, y se nos puso al lado:

Estaba en Ilïon recien venido,

Con pasion de Casandra enamorado;

Y de Príamo yerno prometido,

Su espada nos brindó como alïado.

¡Ay! ¡cuán diverso su destino fuera

Si á la inspirada profetisa oyera!

LXVIII

»Yo así á todos les dije en el momento

Que en órden los vi puestos de pelea:

«¡Mancebos de alma grande, que de aliento

»Heroico, pero estéril, se rodea!

»Si seguir pretendeis mi osado intento,

»Igualad el peligro con la idea:

»Los Dioses que este reino custodiaran

»Hoy altares y templos desamparan.

LXIX

»Á una ciudad, oh pechos denodados,

»Acorreis que en pavesas se convierte:

»La muerte, pues, busquemos, y arrojados

»Entre enemigos, generosa muerte;

»¡Quien con el cielo lucha y con los hados

»Sólo desnudo de esperanza es fuerte!»

Así exaltado les hablé, y mi acento

Su denuedo redobla y su ardimiento.

LXX

»Cual del hambre al furor lobos rapaces,

Miéntras que los cachorros por su vuelta

Anhelan, seca la garganta, audaces

Corren en sombras la campaña envuelta;

Por medio de los hierros y las haces

Enemigas así la planta suelta,

De la muerte lanzados al encuentro

Tocamos ya de la ciudad al centro.

LXXI

»La noche miéntras con su negro manto

Nos cobijaba. ¡Oh noche de tormentos!

¿Quién podrá darte el merecido llanto

Ó el número decir de tus lamentos?

¡La alta, antigua ciudad, de lauro tanto

Coronada, flaquea en sus cimientos!

Por calles, plazas, templos invadidos,

Cadáveres se ven yacer tendidos.

LXXII

»Mas no toda la sangre que se vierte

Sangre es troyana. Amenazante aviva

Tal vez el ántes abatido; inerte

El vencedor en tanto se derriba.

Igual á entrambas partes la ímpia suerte

Terror, desolacion sembrando iba

Por acá y por allá: la muerte toma

Miles semblantes, y doquier se asoma.

LXXIII

»Al paso Andrógeo nos salió el primero

Con gente mucha entre la sombra espesa,

Y creyéndonos suyos, delantero,

«Amigos,» dice, «¿qué indolencia es ésa?

»¡Apresurad! Cuando Ilïon entero

»Es ya ceniza y dividida presa

»Al ímpetu feliz de nuestras tropas,

»¿Vos apénas dejais las altas popas?»

LXXIV

»Haber caido entre enemiga gente

Nuestra respuesta adviértele indecisa,

Y cortando el discurso de repente,

Arredra el pié con azorada prisa;

Bien cual trémulo salta el que serpiente

Inesperada entre malezas pisa,

Que se le vuelve enfurecida de ello

Y enhiesta ensancha el azulino cuello.

LXXV

»Andrógeo así despavorido huia;

Y á su tropa nosotros con denuedo

Cargámos, que el lugar desconocia,

Y á más temblaba en vergonzoso miedo:

Cargámosla, y en ellos á porfía

Matar pudimos. Animoso y ledo

Al aura de fortuna lisonjera,

Corebo razonó de esta manera:

LXXVI

«Bien la fortuna apunta, amigos; ¡ea!

»El camino sigamos que señala:

»Con los Griegos cambiemos de librea;

»En mal del enemigo, ¿quién no iguala

»Fuerza y astucia? ¡El mismo armas provea!»

Dice, y ciñe el estoque argivo, y cala

El almete de Andrógeo penachudo,

Y ornado de blason prende el escudo.

LXXVII

Rifeo le imitó; ni hacerlo dudan

Dímas al punto y los demas presentes:

Todos en armaduras propias mudan

Los trofeos magníficos recientes.

Así ajenos auspicios nos escudan

Y oscuro el aire: á su favor frecuentes

Choques de paso aventurando á tiento,

Despeñámos al Orco almas sin cuento.

LXXVIII

»Cuáles en tanto, de peligro ajenos,

Merced de presta fuga, en la ribera

Se acogen á las naves: cuáles llenos

De vil temor, del monstruo de madera

En los profundos conocidos senos

Trepan á guarecerse. Mas ¿qué espera

El mortal infeliz, ó en qué confía,

Si al brazo de los Dioses desafía?

LXXIX

»Hé aquí entre ásperas puntas, falleciente,

Casandra, hija de Príamo, iba envuelta:

Del sagrario de Pálas por furente

Ciego invasor arrebatada: suelta

La cabellera; al cielo vanamente

Con vivísimo ardor los ojos vuelta ...

¡Los ojos, ay, que las hermosas manos

Con cadena oprimieron los villanos!

LXXX

»No tal sufrió Corebo arrebatado,

Y entre el tumulto, de morir sediento,

Precipitóse: en escuadron cerrado

Seguimos los demas su movimiento.

Mas, ¡ay dolor! los nuestros del terrado

Del templo, observan en fatal momento

Nuestro arreo y crestones, y en su engaño

Presto nos hacen lastimoso daño.

LXXXI

»Como vientos alígeros que en roto

Torbellino se encuentran frente á frente,

Y Zéfiro combate, y Euro, y Noto,

—Euro, que en sus bridones del Oriente

Va ufano;—y gime estremecido el soto,

Y, de espumas cubierto el gran tridente,

Nereo en su furor no da reposo,

Y mueve desde el fondo el mar undoso:

LXXXII

»Así brama, con fiera arremetida

Correspondiendo á nuestro audaz embate

Caterva que á vengar salta ofendida

De la doncella el súbito rescate:

Ayax violento, y uno y otro Atrida,

Y los Dólopes todos. En combate

Entran tambien los que esparcido habia

Por la oscura ciudad nuestra artería.

LXXXIII

»Tornan éstos á hallarnos cara á cara,

Y el habla que nos oyen diferente

El disfraz de las armas les declara.

Al número sucumbe, en fin, mi gente.

Peneleo á Corebo al pié del ara

Inmoló de la Diosa armipotente;

¡Ay! de los suyos recibiendo heridas

Rinden Dímas é Hípanis las vidas.

LXXXIV

»Ni tu piedad ni el apolíneo velo

Te hurtaron, Panto, á la enemiga hueste;

Y el justo, el santo del troyano suelo,

Rifeo, cae, sin que amparo preste

A su virtud (¡misterio grande!) el Cielo.

Conmigo Ífito y Pélias quedan: éste

Mal herido de Ulíses, tardo el paso;

Esotro por la edad de fuerza escaso.

LXXXV

»Con ellos en forzosa retirada

Abandoné la desigual porfía.

¡Oh pira extrema de mi Patria amada,

Sacras cenizas de la gente mia!

Testigos sed que en la infeliz jornada

Tanto arrostré cuanto arrostrar debia,

Y, á consentirlo el fallo de la suerte,

Ganara por mi mano honrosa muerte.

LXXXVI

»Torcemos al estruendo sin tardanza

Al palacio del Rey, do tan horrenda

Refriega hallamos, cual si aquella estanza

Fuese el único campo á la contienda;

¡Tal era el brío y la marcial pujanza!

¡Así en masa á los Griegos estupenda

Precipitarse vemos, y la entrada

Asediar bajo densa empavesada!

LXXXVII

»De un lado y otro el edificio ascienden.

Por pilares y escalas; con los brazos,

El escudo al izquierdo, se defienden

De pedradas sin cuento y saetazos;

Suelto el derecho, en el remate prenden

Del edificio altísimo. En pedazos

En tanto los troyanos campeones

Las techumbres derruecan y bastiones.

LXXXVIII

»De tales armas su defensa fian,

Áureas trabes lanzando en su despecho

Que de antiguos monarcas dado habian

Noble decoro al admirado techo.

Otros abajo á resguardar se alían

Las puertas, y tras ellas en estrecho

Grupo, puñal en mano, se aglomeran,

Y apercibidos la avenida esperan.

LXXXIX

»Al palacio escalado se convierte

Mi atencion toda: diligente acudo

A esforzar á quienquier se desconcierte

Y alientos dar contra el asalto crudo.

Un portillo hubo atras, que á buena suerte

Al ciego sitiador hurtarse pudo;

Tras él los tramos del palacio unia

Tránsito oscuro, oculta galería.

XC

»Por allí sola Andrómaca en su duelo,

Cuando áun cetro empuñaba el Rey anciano,

Ir solia á sus suegros, y al abuelo

Llevaba el hijo tierno de la mano.

A entrar por allí mismo ahora yo vuelo;

Calo el postigo, y la eminencia gano,

Do abajo (¡vano ardor!) los Teucros echan

Cuanto á la mano ven, cuanto destechan.

XCI

»Á plomo allí con la pared se erguia

Excelsa torre en la region del viento,

Que toda la ciudad mandaba un dia

Y la enemiga armada y campamento.

Por do fácil de herir aparecia

Batímosla en redor: del alto asiento

Al combinado impulso desprendida,

Cede, y precipitamos su caida.

XCII

»Ella rodando con fragoso estruendo

En fragmentos veloz se despedaza,

Y abajo ámplio escuadron tapa cayendo,

Que otro, cual ola súbita, reemplaza.

Sigue sin tregua el combatir tremendo:

Ya ante el mismo vestíbulo amenaza

Pirro animoso, en el umbral primero,

Con metálica luz radiante y fiero;

XCIII

»Cual dragon que aterido, soterrado,

De venenosas hierbas se sustenta,

Mas de nuevo arreándose, en el prado

Sale á campar cuando el calor le alienta:

Voluble el lomo en roscas arrollado

Miles colores con la luz ostenta;

Al sol mirando, el cuello al aire libra,

Y la trisulca lengua hórrido vibra.

XCIV

»Automedonte, que de Aquíles fuera

Auriga, ora escudero, y Perifante

Corpulento acomete, y la guerrera

Esciria juventud, y á un mismo instante

Llama arrojan que al aire va ligera:

Pirro, hacha en mano, abócase adelante,

Quiciales estremece, vigas raja,

Y las ferradas puertas desencaja.

XCV

»Las trabes á su empuje crujen, ruedan;

Enorme boqueron dan los tablones,

Ni cosa abrigan que ocultarle puedan

Dentro los vastos atrios y salones:

De los antiguos soberanos quedan

Francas y descubiertas las mansiones,

Y afuera comparecen los soldados

Que las puertas guardaban atropados.

XCVI

»¡Oh cuánta turbacion adentro! ¡oh cuánto

Terror! Los huecos artesones llena

Femenil alarido, ronco planto,

Grita confusa y vária al cielo suena.

Cruzan matronas con afan y espanto

Las anchas salas que el rumor atruena,

Y las colunas á abrazar se arrojan,

Las besan, y en sus lágrimas las mojan.

XCVII

»Mas Pirro igual al padre se adelanta.

¿Qué arma, qué brazo atajará el pujante

Hierro esgrimido con braveza tanta?

Postes ni cerraduras son bastante;

Ferrada maza á golpes los quebranta.

Plaza abre á fuerza: á quien le va delante

Atierra, y su cohorte furibunda

A la redonda el edificio inunda.

XCVIII

»Así de altiva cumbre se desata

De pronto hinchado un espumoso rio,

Y oleadas horrísonas dilata

Hundiendo el malecon, creciendo en brío;

Y establos y ganados arrebata

Impetüoso. Yo, yo vi al impío

Cebarse airado en el estrago horrendo;

Vi á los Atridas el umbral cubriendo.

XCIX

»Vi á Hécuba y sus hijas, sus amores

Vi á Príamo, del ara en el sagrado,

El fuego que adoraron sus mayores

Matar en sangre suya mal su grado;

Vi los cincuenta lechos, que de flores

Habia la esperanza engalanado

En pro del trono, y las soberbias puertas

De oro y rico botin rodar cubiertas.

C

»Griegos el campo ocupan que áun da el fuego.

—Mas ya ansiosa querrás, augusta Dido,

De Príamo saber. Príamo, luégo

Que de las puertas oye el estallido,

Y encima siente al desbordado Griego,

Ciñe al endeble cuerpo envejecido

Inútil hierro y olvidada malla,

Y aguija á perecer en la batalla.

CI

»Al raso en medio del palacio habia

Ancho altar, y por cima un lauro anciano

Asombrando á los Lares, descogia

Denso follaje de verdor lozano.

Hécuba en la marmórea gradería

Con sus hijas los Dioses ciñe en vano,

Bien cual palomas que en bandada avienta

El repentino són de la tormenta.

CII

»Como á recursos el Monarca apele

Ya ajenos á su edad, «¿Qué desvarío,»

Hécuba clama, «á perdicion te impele?

»Hoy de mi Héctor la fuerza y poderío

»Fuera en vano; pues ¿qué ese brazo imbele

»Hará en el caso extremo? Esposo mio,

»Vén: este altar refugio á todos sea,

»O á todos juntos sucumbir nos vea.»

CIII

»Dice; á su lado le reduce, y puesto

Sobre las losas á ocupar le obliga.

Desacordado y jadeante, en ésto,

Polítes, de ellos hijo, á quien hostiga

Pirro desaforado, el pié, tan presto

Como lo sufre su mortal fatiga,

Por los vacíos atrios acelera,

Y señala con sangre su carrera.

CIV

»Ya con la pica por detras le toca,

Ya entre las manos el cruel le mira,

Cuando en faz de sus padres desemboca,

Y dando en tierra ensangrentado espira.

El venerable viejo, á quien provoca

El duro lance á generosa ira,

No en lo sumo del riesgo el labio sella,

Mas respetos y amagos atropella:

CV

«Si justo el cielo de los hombres cura

»Darános,» dice, «por tamaña ofensa,

»A mí venganza á colmo; larga y dura

»A tí la merecida recompensa!

»Poner te place al padre en angostura

»De ver caido al hijo sin defensa,

»Y no acatando encanecidas sienes

»A darle en rostro con su sangre vienes.

CVI

»Calla de hijo de Aquíles el dictado,

»Que le desmiente tu cobarde encono:

ȃl supo dar la mano al que postrado

»Miró á sus piés en mísero abandono;

»Tornóme el hijo muerto, que enterrado

»Fuese en fúnebre pompa, y á mi trono

»Me concedió volver.» Dijo, y con tardo

»Aliento el Rey de allí soltóle un dardo

CVII

»Que rebotado al punto con sonido

Ronco, al tocar el defendido acero,

Quedó en el centro del broquel prendido.

Pirro repuso con sarcasmo fiero:

«¡Sí, vé á mi padre, y que su ejemplo olvide

»Díle; que de su sangre degenero;

»Que oprobio eterno de mi porte espere;

»Eso y más dile; y por ahora muere!»

CVIII

»Y diciendo y haciendo, el inhumano

Al mismo altar impávido arrastraba

Al noble Rey, que, trémulo de anciano,

En la sangre del hijo resbalaba:

Le ase del pelo con la izquierda mano,

Y con la diestra á su placer le clava

Hasta el pomo la daga en el costado,

Fúlgida en alto habiéndola vibrado.

CIX

»Tal rodó su corona refulgente;

Tal vino á ver su antigua fortaleza

Humo y polvo tornarse de repente,

Aquél que al esplendor de su grandeza

Miró á cien pueblos inclinar la frente!

Su cuerpo, tronco informe, la cabeza

Cercenada por bárbara cuchilla,

Yace sin nombre en solitaria orilla.

CX

»Horror profundo allí por vez primera

Sobrecogióme, viendo la agonía

Penosa de mi Rey, y la manera

Como el postrero anhélito rendia.

Mi padre, que cuanto él anciano era,

Delante me fingió la fantasía:

La dulce esposa, el hijo tierno, á rudo

Ultraje abandonados sin escudo.

CXI

»Por ver con quiénes cuento, en torno paso

Las miradas; á nadie ya diviso:

Dieron unos al fuego el cuerpo laso,

Arrojáronse otros de alto piso.

Así todo oteándolo de paso,

Al claror de las llamas, de improviso

Observo un bulto en el umbral de Vesta;—

Erase Elena en lo escondido puesta.

CXII

»Esa ahora á las aras acogida,

Furia que al mundo le nació ominosa,

De Troyanos y Griegos maldecida,

De Griegos y Troyanos temerosa,

Salvar tentaba la infelice vida

Huéspeda ingrata, amancillada esposa;

Matar pensé la infame advenediza

Por vengar de la Patria la ceniza:

CXIII

»¿Cómo? ¿habrá de salvarse la menguada

»Rastrándose en oscuros escondrijos?

»¿Y en Micénas y Esparta hará su entrada

»Reina ella entre marciales regocijos,

»De troyanos esclavos acatada

»Tornando á ver esposo, padres, hijos?

»¿Y Troya en bravas llamas consumida?

»¿Y triunfante el acero regicida?

CXIV

»¿Y para esto tornada ardiente lago

»Tantas veces la playa en sangre nuestra?

»¡Oh! ¡no! que si en matar una hembra, no hago

»De varonil valor gloriosa muestra,

»Dar á tal monstruo el merecido pago

»Hazaña es justa y digna de mi diestra:

»No ya sedienta al envainar mi espada,

»Más de una sombra dejaré vengada!»

CXV

»Rugia yo con voz tempestüosa

Cuando espléndida toda de hermosura,

Me apareció mi madre bondadosa

Radiante entre la sombra de luz pura,

Con el encanto y majestad de Diosa

Con que se muestra en la celeste altura;

Súbito el vengador brazo me toca,

Y abre entre aromas la purpúrea boca:

CXVI

«¡Cálmate, hijo! ¡tus palabras mide:

»Tu pecho hirviente su ímpetu reporte!

»Dí, ¿será justo que el rencor te olvide

»De la familia nuestra, y no te importe

»Saber si el genitor, á quien impide

»Vejez cansada, el hijo, la consorte

»Vivos están? ¿No ves que los circunda

»La multitud que la ciudad inunda?

CXVII

»Por mí, el hierro su sangre no devora;

»Por mí, el fuego sus huesos no calcina.

»¿Y á qué la faz baldonas seductora

»De esa Lacedemonia que abomina

»Tu corazon? Y á Páris á deshora

»¿Por qué oprobias? No tiene la rüina

»De Troya la opulenta humano orígen:

»Airados Dioses son quienes la afligen.

CXVIII

»Es fuerza superior la que derriba

»Sus altos techos. Si cejar te duele,

»Yo esa que lenta en derredor te priva

»De luz, haré que de tus ojos vuele,

»Húmida, opaca niebla, y la cautiva

»Vista dilates. Quién, verás, demuele

»Aquestos muros, y al materno aviso

»La frente inclinarás grato y sumiso.

CXIX

»Allá, do envuelto en polvo el humo ondea,

»Y en pié no hay mole ya ni canto alguno,

»La ciudad en su asiento bambalea

»A golpes del tridente que Neptuno

»Sacude. Acá sobre la puerta Escea

»Ante todos sañuda avanza Juno,

»Y audaz, cubierta de acerada escama,

»La amiga tropa de las naves llama.

CXX

»Torna, torna á mirar: Pálas cruenta

»Ya los altos alcázares domina.

»Y envuelta en nimbo centelloso, ostenta

»La terrible cabeza serpentina.

»A los Dánaos el Padre mismo alienta,

»El Padre universal, y en la divina

»Legion contra tu Patria iras enciende.

»Tu el hierro envaina, pues; la fuga emprende.

CXXI

»Nada temas: tu planta irá segura

»De la paterna casa á los umbrales;

»¡Contigo soy!» Y bajo sombra oscura

Encubrióse, al decir palabras tales.

Entónces la terrífica figura

Vi de adversas deidades colosales;

La hoguera vi donde Ilïon se abrasa;

Y Troya conmovida por su basa,

CXXII

»Cual viejo fresno que la ufana frente

Señorease sobre el monte enántes,

Y hora en redor la campesina gente

Le diese al tronco hachazos incesantes;

Que la alta copa temerosamente

Estremece á los golpes resonantes,

Y amenaza, y restalla, y de la cumbre

Desploma con fragor su pesadumbre.

CXXIII

»Desciendo, en fin; mis piés mi madre guia;

Campo las armas dan, receja el fuego.

Mas no bien de la antigua casa mia

Á los umbrales anhelante llego,

Mi padre, ¡ay! el primero á quien queria

Fuera llevarme, niégase á mi ruego

Pues sobre tantas ruinas apellida

Vil el destierro y mísera la vida:

CXXIV

«¡Huid los que en lozana primavera

»Corazon abrigais esperanzado:

»No así el Cielo mi nido destruyera

»Si fuese mi existencia de su agrado!

»¿Qué aguarda el que la Patria ya á extranjera

»Cadena vió doblarse? demasiado

«Sobrevivo al estrago de los mios;

»¡Oh! ¡dadme el adios último, y partíos!

CXXV

»Avara del botin, condolecida

»De mi miseria, el fin dará que aguardo

»Alguna mano á mi cansada vida;

»Ni por falta de tumba me acobardo.

»A mi inútil vejez, aborrecida

»De los Dioses, el término retardo

»Desde que plugo al brazo omnipotente

»Lanzarme un rayo y aturdir mi mente.»

CXXVI

»Mi padre así tendido en tierra dijo;

Y vanamente en lágrimas bañados

Yo, mi Creusa, mi inocente hijo,

Todos le suplicamos apiñados

No así mal tanto consumase, fijo

En afrontar los inminentes hados;

Mas él, sordo al solícito lamento,

Mantiénese en su puesto y firme intento.

CXXVII

»Torno á las armas, y el arnes requiero,

Y á morir batallando me preparo;

Ni más alivio á mi dolor espero,

Ni otra salida, ni mejor reparo.

«¡Oh padre mio!» en mi dolor profiero;

«¿Y pudiste idear que en desamparo

»Te abandonase por salvarme? ¿Agravios

»Vierten cual éste paternales labios?

CXXVIII

»Si es que completa asolacion previene

»A Troya el Cielo en su insaciable enojo,

»Si la medida quieres que se llene

»Con nuestros restos, cumplirás tu antojo

»Ya vendrá Pirro; franco el paso tiene:

«Pirro con sangre del Monarca rojo,

»De cuyo brazo matador no ampara

»Ni al hijo el padre, ni al anciano el ara.

CXXIX

»¿Y á ésto sólo me sacas, alma Dea,

»Salvo por medio del adverso bando?

»¿A que testigo en mis hogares sea,

»No ya en la lid, de su rencor infando?

»¿A que, uno entre la sangre de otro, vea

»Hijo, padre y esposa agonizando?

»¡Al arma! ¡al arma! ¡La postrera hora

»Llama al vencido, amigos, vengadora!

CXXX

»¡Tornar dejadme á la ardua lid! Mi diestra

»Renovará el conflicto: al fin, vengada

»Corra, si ha de correr, la sangre nuestra.»

Dije, á la cinta acomodé la espada,

Y el escudo embrazando á la siniestra,

Ya iba á salir, cuando mi esposa amada

Se echa á mis piés en el umbral de hinojos,

Y nuestro dulce hijo alza á mis ojos.

CXXXI

«Si es morir lo que atentas,» me decia,

«Todos iremos á morir contigo;

»Mas si áun tu brazo de las armas fia,

»Primero es que defiendas este abrigo.

»¡Cómo! tu hijo, tu padre, la que un dia

»Buena esposa llamaste, ¿al enemigo

»Así vas á entregar?» Tal su desgracia

Gime; el eco en los ámbitos se espacia.

CXXXII

»Súbita maravilla sorprendente

De todos luégo las miradas llama:

En medio del abrazo y el doliente

Coloquio paternal, brota una llama

De Ascanio en la corona, y por su frente

E ilesos rizos mansa se derrama:

Quién, al verle, el cabello le sacude;

Quién ya con agua, en su temor, le acude.

CXXXIII

»Mas mi padre con plácida alegría

El rostro augusto eleva; ambas las manos

Tiende, y al cielo esta plegaria envía:

«¡Omnipotente Júpiter, si humanos

»Ruegos te mueven á clemencia pia,

»Una mirada compasiva dános!

»Si merecemos proteccion, propicio

»Sénos, y sella el venturoso auspicio.»

CXXXIV

»Á estas voces en súbita estampida

Tronó á la izquierda; y por el vago cielo

Rápida estrella de esplendor vestida

Hendió á la noche el nebuloso velo:

Llegaba hácia nosotros, cuando al Ida,

Alumbrando el camino, tuerce el vuelo;

Su luengo sulco blanda luz señala,

Y humo sulfúreo al esconderse exhala.

CXXXV

»Convéncese mi padre, se levanta,

Da gracias á los Númenes, y adora

La luz divina. «Gobernad mi planta,»

Dice: «no más suscitaré demora.—

»Y ¡oh patrios Dioses! vuestra mano santa

»Reconozco que á Troya cubre ahora:

»¡Mi familia guardad, guardad mi nieto!

»Partamos, hijo; la Deidad respeto.»

CXXXVI

»Mas ya el calor sofoca; ya se escucha

Más y más cerca el fuego turbulento

Que con los muros y edificios lucha

Su furor avivando y movimiento.

«Sube en mis hombros, padre: á fe que mucha

»No ha de serles la carga: en todo evento,

»Uno sea el peligro á entrambos; una,

»O piadosa ó adversa, la fortuna.

CXXXVII

»Ascanio venga de su padre al lado;

»Tú, Creusa, seguir mis huellas cuida;

»Y todos en los ánimos grabado

»Tened lo que os encargo en esta huida:

»Bien sabeis, servidores, de un collado

»Que está de la ciudad á la salida,

»Do de Céres ruinoso un templo antiguo

»A un vetusto cipres yace contiguo:

CXXXVIII

»Cipres que nuestros padres reverentes

»Honraron siempre en sus felices dias;—

»Allí nos juntaremos, diligentes

»Sendereando por diversas vias.—

»Toma, ¡oh padre! los Dioses: yo de ardientes

»Refriegas salgo; si las manos mias

»Pusiese en ellos, en corriente clara

»No lustradas aún, los profanara.»

CXXXIX

»Callo; y encima del comun vestido,

Con una piel bermeja leonina

Los anchos hombros encubrirme cuido,

Y al grato peso mi cerviz se inclina.

El tierno Ascanio, de mi mano asido,

Conmigo á paso desigual camina:

Quedóse atras mi esposa: opaca niebla

En torno nuestro los espacios puebla.

CXL

»Mas yo que en la ciudad momentos ántes

No temí de la lid el alto estruendo,

No las armas, no griegos batallantes

Remolinados en tropel horrendo,

Ahora al sonar las auras oscilantes,

Al más leve rüido me suspendo,

No temeroso por la vida mia,

Sí por mi dulce carga y compañía.

CXLI

»Parecíame ya llegar seguro

Al deseado fin, cuando repente

Cual de veloces piés que el suelo duro

Batiesen, sordo estrépito se siente;

Y mi padre mirando de lo oscuro,

«Hijo,» dice, «huye, hijo; asoma gente:

Desvía; el temeroso centelleo

De las rodelas y corazas veo.»

CXLII

»¡Ah! en tanto que mi pié medroso excusa

Por ignoradas vueltas el camino,

No sé qué ínvido Dios mi ya confusa

Razon de lleno á desquiciarme vino:

No supe más qué fué de mi Creusa;

Si la detuvo mi cruel destino,

Si erró la via, ó se sentó cansada;—

De entónces más, á mi clamor negada.

CXLIII

»Ni la eché ménos hasta haber llegado

Todos los mios, con turbada huella,

Al templo antiguo y salvador collado:

Reunímonos; ¡faltaba sola ella!

Faltaba á su hijo, en lágrimas bañado;

Faltaba á mí, que en áspera querella,

¡Oh entre males tamaños mal supremo!

De hombres y Dioses con furor blasfemo.

CXLIV

»Hijo, y padre, y penates encomiendo,

Puestos y ocultos en profundo valle,

A mis amigos: despechado emprendo

La ciudad recorrer hasta que halle

La infelice consorte; y no temiendo

Volver á abrirme entre enemigos calle,

Me ciño de la fúlgida armadura,

Y entrégome al dolor y á la ventura.

CXLV

»Llego primero al murallon oscuro,

Puerta y umbral por do pasado habia;

Esfuérzome á mirar, y mal seguro

Sigo por rastros una y otra via.

Horror, silencio en el desierto muro

Sólo hallar pude. Á la morada mia

Acudo, por si allá mi compañera

Tal vez, tal vez la planta dirigiera.

CXLVI

»Mas de los enemigos mi morada

Presa era ya: la llama devorante

Por el Ábrego rápido aventada,

Crece, sube, revuélvese ondeante.

Enderezo al alcázar, y en la entrada

Del sagrario de Juno (en lo restante

Abandonada ya la ciudadela),

Hacen Fénix y Ulíses centinela:

CXLVII

»De los templos tornados en pavesas

Custodian el espléndido tesoro,

Vestes sacerdotales, sacras mesas,

Macizos vasos de luciente oro.

Víanse en torno de las ricas presas

Niños sumidos en confuso lloro,

Mustias las madres que el dolor embarga,

Cautiva muchedumbre en rueda larga.

CXLVIII

»Allí sin fruto y por doquier demando

El bien perdido: una vez y otra al viento

Su nombre doy, los ámbitos llenando

Con la cascada voz de mi lamento.

Así por las sombrías calles ando

En su busca con ciego desatiento,

Cuando al paso atraviésase y me nombra,

Pálido, alto fantasma;—era su sombra.

CXLIX

»Tiémblame el corazon, se me eneriza

El cabello, la sangre se me hiela:

Mas ella hablando así me tranquiliza

Y futuros destinos me revela:

«¿Por qué tu corazon se martiriza,

»Ó á dó tu loca fantasía vuela?

»Templa el furor: no temerario oses

»Al imperio oponerte de los Dioses.

CL

»Vencer no pienses mi eternal reposo,

»No contigo llevarme á otra ribera:

»Védalo aquél que todopoderoso »En las sedes olímpicas impera. »Vasto mar que surcar, amado esposo, »Largo destierro que cumplir te espera; »Mucho errarás; empero, finalmente, »Llegarás á las playas de Occidente:

CLI

»A Hesperia, patria de ínclitos varones,

»A donde ameno y dilatado ondea

»El lidio Tibre, que en besar los dones

»De sus fértiles ribas se recrea.

»Ancho imperio, magníficos blasones,

»Régia consorte encontrarás; ni sea

»Mi memoria á tu pecho dolorosa:

»Harto has llorado á tu apartada esposa.

CLII

»Que no á la nuera de la cipria Diva,

»La hija del frigio Rey, reduce el hado

»A sierva humilde de matrona aquiva:

»¡No irá á ver, no, del vencedor airado

»Soberbios techos mísera cautiva!

»La madre de los Dioses á su lado

»Me acoge. ¡Adios! por nuestro Ascanio vela;

»¡Amale siempre, y tu dolor consuela!»

CLIII

»Yo que la oia en lágrimas deshecho,

Mil cosas fuí á decir, cuando en sombríos

Celajes se encubrió. Tres veces le echo

Al cuello los amantes brazos mios,

Y tres veces, ¡oh pena! los estrecho

Contra el burlado corazon vacíos,

Desvanecida á mi anheloso empeño

Cual humo vano ó fábrica de un sueño.

CLIV

»La noche terminó con mi porfía,

Y torné. Con portátiles haberes

Notable multitud llegado habia,

Ausente yo, cabe el altar de Céres.

Apellídanme todos jefe y guia:

«Contigo,» dicen, «á doquier esperes

»¡Ay! alejarnos del confin troyano,

»Rostro haremos al lóbrego Oceano.»

CLV

»Allí varones y hembras, niños, viejos,

Y larga y miserable muchedumbre.

Y ya anunciaban pálidos reflejos

Al sol, del Ida sobre la ardua cumbre.

Ocupadas las puertas á lo léjos,

Huye de auxilio la postrer vislumbre:

Cedo á la suerte: á recibir me inclino

Mi padre, y á los montes me encamino.

Eneida

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