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PREFACIO

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Observamos el vuelo de las aves con una sensación de asombro. Las vemos alzarse por encima de los árboles con sus alas arqueadas mientras se elevan hacia las nubes. Toda persona tiene un deseo innato de imitar a las aves. ¡Ojalá pudiéramos volar sin ayuda, sin la intervención de máquinas! Pero volar no está en nuestra naturaleza. Dios otorgó a las aves habilidades y características inherentes que hacen posible su vuelo. Él las creó con huesos ligeros, plumas y alas que las impulsan para volar. Sin embargo, las aves no vuelan desde el momento en que salen del huevo. Deben madurar por un periodo corto en el nido y aprender de sus padres los rudimentos del vuelo hasta que el instinto de los padres las empuje al acto de volar desafiando la gravedad.

De igual manera, el Creador dota a los peces con todas las características necesarias para que estén cómodos en un lago o en el mar. Los peces tienen branquias, aletas y escamas que los hacen completamente compatibles con su ambiente. Los peces no necesitan aprender a nadar, ellos nadan desde el momento en que nacen. Tal como las aves vuelan por naturaleza, así también los peces nadan por naturaleza.

Pero luego vemos la cúspide de la Creación, el mayor acto creativo de Dios–la especie humana, la única hecha a imagen de Dios y a la que le fue dado el dominio sobre las aves, los peces y toda la tierra. La naturaleza de este ser creado, el ser humano, es adorar a Dios. Pero algo ha sido añadido a la mezcla, algo que induce a los seres humanos a actuar en contra de su naturaleza, a dejar de hacer lo que es natural. Hemos caído de nuestra posición original en la Creación, ese lugar en el cual, antes de la caída, Adán y Eva se deleitaban dando honor, gloria y reverencia a su Creador. Desde la caída, esta tendencia natural a la adoración ha sido oscurecida y dañada.

En el primer capítulo de Romanos, el apóstol Pablo dejó claro que el pecado universal, el pecado más fundamental entre los seres humanos, es la idolatría. Es la propensión a cambiar la gloria de Dios por una mentira, y adorar y servir a la criatura antes que al siempre bendito Creador. Mediante la acusación de Romanos 1, aprendemos que todos los seres humanos reprimen la autorrevelación manifiesta de Dios y se niegan a honrarlo como Dios, además de que no le dan gracias (v. 21). Estos dos actos de traición en contra de la gloria divina, negarse a honrarle como Dios y negarse a mostrarle la gratitud que merece por todas las bendiciones que recibimos de Su mano, son tan poderosas que cuando una persona se convierte, estas inclinaciones no son eliminadas de forma instantánea o automática. Ciertamente, el Espíritu de Dios aviva en el alma de los redimidos un nuevo deseo de adorar. Pero ese deseo no puede abandonarse al curso natural de la experiencia. Debe ser cultivado. Debe ser aprendido de acuerdo con las directivas de la Escritura. La adoración a la cual somos llamados en nuestro estado renovado es demasiado importante como para dejarla a las preferencias o caprichos personales, o a estrategias de mercadeo. Agradar a Dios es lo central de la adoración. Por tanto, nuestra adoración debe estar informada por la Palabra de Dios en todo momento, debemos buscar las instrucciones propias de Dios para la adoración que le agrada a Él.

En nuestra época, hemos experimentado un eclipse radical de Dios. La sombra que ha cubierto el rostro de Dios no puede destruir Su existencia más de lo que una nube puede destruir el sol o la luna. Pero el eclipse esconde el carácter real de Dios a los ojos de Su pueblo. Ha resultado en una profunda pérdida del sentido de lo santo, y con ello, cualquier sentido de la solemnidad y seriedad de la adoración piadosa.

Somos un pueblo que ha perdido de vista el límite y entonces dejamos de hacer una transición en las mañanas de domingo de lo secular a lo sagrado, de lo común a lo no común, de lo profano a lo santo. Continuamos ofreciendo fuego extraño al Señor, como lo hicieron los hijos de Aarón, Nadab y Abiú (Levítico 10:1-2). Hemos hecho que nuestros servicios de adoración sean más seculares que sagrados, más comunes que no comunes, más profanos que santos.

Este libro es una breve introducción a los principios básicos de adoración presentados en la Escritura para nuestra instrucción y edificación, y para nuestra obediencia. Trata tanto de los principios ordenados por la Escritura, como de los modelos mostrados en ella. Nuestra adoración moderna necesita la filosofía del segundo vistazo, un intento continuo de asegurarnos de que todo lo que hacemos en las reuniones de adoración sea para la gloria de Dios, Su honor y de acuerdo con Su voluntad. Mi deseo es que este libro ayude a disipar el eclipse de Dios en nuestros días, y que nos ayude una vez más a rendir a Dios la adoración que hemos sido diseñados para dar.

¿Cómo debemos rendirle culto?

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