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2 SACRIFICIOS EN FE

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La palabra más común para “adoración” en el Nuevo Testamento griego nos resulta familiar por nuestro propio término para hablar de la adoración falsa. La palabra idolatría, que significa “adoración de ídolos”, es simplemente una combinación de la palabra ídolo y de la palabra en griego latria. Pero en el Nuevo Testamento, la palabra latria es traducida más frecuentemente como “adoración” en su sentido adecuado y positivo.

El concepto de adoración expresado en la palabra latria se encuentra desde el comienzo del Antiguo Testamento y a lo largo de la historia de los judíos. De acuerdo con los eruditos, el término originalmente se refería a un servicio particular que las personas prestaban con miras a ganar algún tipo de recompensa o compensación en el plano terrenal. Sin embargo, fue usado en la traducción griega del Antiguo Testamento casi exclusivamente con referencia a un servicio de culto. Cuando uso el término culto, no me refiero a las sectas o al ocultismo, sino al cultus, que era el centro de la adoración, el comportamiento enfocado en y alrededor del tabernáculo o del templo en el Antiguo Testamento. El servicio de culto abarcaba el comportamiento litúrgico y ritual de los judíos en el Antiguo Testamento. Por ende, el término latria se refería a las prácticas de adoración en la vida religiosa de Israel.

Había tres componentes básicos de este concepto de latria en la nación judía: la ofrenda de alabanza a Dios, la ofrenda de oración a Dios y la ofrenda de sacrificio a Dios. En otras palabras, la adoración en Israel era entendida básicamente en términos de alabanza, oración y sacrificios. De los tres, el componente central de la adoración era el tercero, la ofrenda de sacrificios. De hecho, podemos reducir la adoración del Antiguo Testamento a un solo enfoque central–ir al tabernáculo o al templo a ofrecer sacrificios. Incluso la alabanza y la oración eran formas espirituales de sacrificio. Fue por eso que en el complejo diseño del tabernáculo y el templo, Dios ordenó que debía haber un altar de incienso donde las oraciones de los santos fueran ofrecidas simbólicamente a Dios como sacrificios.

Hago énfasis en esto porque nosotros vivimos en la era del Nuevo Testamento y entendemos que el sacrificio que Cristo ofreció como nuestro Sumo Sacerdote en la expiación, la ofrenda de sí mismo como el sacrificio supremo a Dios, cumplió todo el simbolismo y el ritual de la adoración del Antiguo Testamento. El Suyo fue el sacrificio por excelencia, hecho a nuestro favor. Por esta razón, no vamos a la iglesia a poner toros, ovejas, machos cabríos o cualquier otra cosa en un altar como holocausto al Señor. Pero debido a que no ofrecemos sacrificios del tipo y la forma que se acostumbraba en el Antiguo Testamento, me temo que hemos perdido de vista esta dimensión central y esencial de lo que la adoración es históricamente.

Al examinar la adoración, quiero volver a las raíces. Veamos cómo Dios ordenó la adoración en primer lugar, cuáles eran sus elementos constitutivos y cómo la adoración de Israel en el Antiguo Testamento, aunque se cumple en el acto final de sacrificio de Cristo en la cruz, sirve sin embargo para orientar nuestra adoración en la actualidad. Nuestra comprensión de la adoración se reduce si la vemos completamente desligada de sus orígenes en el Antiguo Testamento.

No hay duda de la importancia del sacrificio en el antiguo cultus israelita. Grandes secciones de los cinco libros de Moisés describen con gran detalle los diferentes sacrificios que Dios ordenó a Su pueblo. Pero la importancia del sacrificio para la adoración ya era clara mucho antes de que Dios diera Su ley.

A mediados del siglo XX, un teólogo católico romano francés llamado Yves Congar publicó un ensayo titulado Ecclesia ab Abel; es decir, La Iglesia desde Abel. En esa obra, Congar indicó que la iglesia no comenzó en el Nuevo Testamento, sino que en realidad comenzó tan pronto como la Creación fue establecida y la adoración se llevó a cabo entre las criaturas originales que Dios creó. Yo hubiera titulado el ensayo Ecclesia ab Adam, o La Iglesia desde Adán, porque creo que el concepto de la iglesia puede identificarse incluso antes, con el padre y la madre de Abel, quienes disfrutaron una comunión en la presencia inmediata de Dios que ciertamente incluía adoración. Pero Congar empezó su estudio de la iglesia no con Adán y Eva sino con Abel por razón del registro que tenemos en los primeros capítulos de Génesis de las primeras formas de liturgia o adoración.

Volvamos al principio, o al menos al principio de la iglesia reconstituida después de la caída. No iré al jardín del Edén, donde la adoración era desinhibida, sin errores que pudieran de alguna manera perturbar la comunión pura e inmediata que Adán y Eva disfrutaban en la presencia de Dios. En cambio, iré a Génesis 4, donde leemos:

Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante (v. 1-5).

Esta narración del primer acto de cultus de Israel es tan breve e imprecisa que ha provocado mucha especulación. No se nos dice mucho acerca de ellos dos, solo que eran hermanos. Algunos creen que el texto da a entender que eran gemelos, pero eso es objeto de debate. Lo que sabemos es que Caín fue el primero en nacer, y eso es muy importante desde una perspectiva judía. En el mundo antiguo, en el periodo patrístico y a lo largo de todo el Antiguo Testamento, el primer hijo era quien heredaba el derecho de primogenitura y recibía la posición de honor y distinción en el hogar. Esta tradición no empezó con Jacob y Esaú; ya estaba en operación en la familia de Adán y Eva. Su primogénito fue Caín y su segundo hijo fue Abel. Así que, en términos de estatus familiar, la gloria era para Caín, no para Abel.

Este texto también nos muestra que había una división de trabajo entre Caín y Abel. Tenían vocaciones diferentes, funciones diferentes para realizar. Uno labraba la tierra y el otro era pastor. El rol mayor en términos de dignidad, respeto y estatus en la familia fue dado al primogénito, Caín, a quien se le dio la responsabilidad de sembrar las semillas para la cosecha. El rol de Abel era de menor importancia. De hecho, el trabajo de pastorear siempre ha tenido un estatus muy bajo en Israel, incluso en los días de Jesús. A los pastores ni siquiera se les permitía ser testigos en la corte porque eran considerados indignos de confianza, la escoria de la sociedad. En otras palabras, el pastor era visto casi como poco más que un esclavo; era un siervo humilde. Por eso fue tan significativo que el primer anuncio del nacimiento de Jesús fuera dado a los pastores en los campos de Belén. Esos pastores tenían el estatus más bajo en la cultura de la época. Era muy similar en los días de la primera familia, y eso es importante en relación con lo que ocurrió en Génesis 4.

Cuando llegó el momento de la adoración, los hombres trajeron diferentes tipos de ofrendas para sus sacrificios a Dios. Uno llevó frutas y vegetales. El otro llevó un animal de lo más gordo de su rebaño. Aunque Caín era el primogénito y tenía el trabajo más honorable, Dios “miró con agrado”, o aceptó, la ofrenda de Abel y no la de Caín. ¿Por qué pasó eso? La respuesta usual es que la ofrenda de Abel, un animal, era sustancialmente superior, en términos de su contenido. Muchas personas son guiadas a esta conclusión porque, en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, el sacrificio que Dios pedía normalmente era un cordero. Sin embargo, había excepciones. Por ejemplo, cuando María y José presentaron a Jesús por primera vez en el templo, María dio como ofrenda dos palomas (Lucas 2:22-24). Eso era permitido por la ley judía, pero solo en un caso de extrema pobreza. En la mayoría de los casos, se sacrificaba un cordero. Sin embargo, aunque el Antiguo Testamento especificaba que el sacrificio debía ser de la mejor calidad –un cordero sin mancha– Dios nunca dijo que el sacrificio de las primicias del rebaño era intrínsecamente superior al sacrificio de las primicias de la cosecha.

Menciono este punto porque, a través de la historia, en la literatura, sermones y exposiciones, los teólogos han saltado a la conclusión de que Dios estimó el sacrificio de Abel y no el de Caín porque Abel trajo un animal, una criatura viviente, y Caín trajo el producto de la tierra. Sin embargo, esa diferencia no tuvo absolutamente nada que ver con la respuesta de Dios a sus sacrificios. Martín Lutero comentó, acertadamente en mi opinión, que Abel podría haber sacrificado la cáscara de una nuez y habría sido más agradable a Dios que el sacrificio que trajo Caín. La razón era que la diferencia no estaba en qué ofreció Abel a Dios sino cómo lo ofreció.

El criterio general para el sacrificio aceptable ante Dios en el Antiguo Testamento era la postura y la actitud de la persona haciendo el sacrificio. Jesús afirmó esta verdad cuando observó a los adoradores haciendo sus ofrendas en el templo (Marcos 12:41-44). Él dio Su bendición a la viuda que ofreció dos blancas, la denominación más pequeña de la moneda. Jesús señaló que su dádiva era más costoso para ella que las ofrendas de los hombres adinerados, que dejaban el equivalente a 10 000 dólares en el plato de la ofrenda. Él dijo eso porque era capaz de leer su corazón cuando ella dio su sacrificio. Los hombres ricos daban porque querían el aplauso de las personas o algo de honor a la vista de Dios, pero Jesús sabía que la viuda pobre tenía un motivo diferente.

El apóstol Pablo nos dijo que el Señor “ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). Escuchamos ese versículo tan a menudo que podemos estar hastiados de él y no detenernos a pensar en su significado. Pablo no estaba diciendo que Dios ama a cualquiera que dé. Después de todo, Caín dio, pero Dios no estaba complacido con él en absoluto. No, Pablo estaba declarando que Dios ama a un tipo de dador en particular, un dador alegre. El término alegre describe la disposición del corazón, la actitud del alma al dar la ofrenda.

Imagina que es domingo en la mañana, y los ujieres vienen a recibir nuestra ofrenda, y supongamos que estamos pensando: “Aquí vienen otra vez con sus manos estiradas, pidiendo el diezmo y la ofrenda, y la gente está viendo si voy a poner algo en el plato. Lo voy a dar porque es mi deber diezmar”. Daría igual si guardamos el dinero del diezmo en nuestro bolsillo porque de acuerdo con las Escrituras ese tipo de sacrificios son detestables para Dios. Pero Él se deleita en aquellos que llevan sus ofrendas con gozo como un acto de adoración.

¿Cómo sabemos que Caín y Abel vinieron a hacer sus ofrendas con diferentes disposiciones de corazón? ¿Estoy leyendo entre líneas, especulando sobre el texto del Antiguo Testamento e imponiendo principios básicos del resto del Antiguo Testamento sobre este pasaje que es tan mudo en su extensión? No, sabemos esto porque la Palabra de Dios afirma claramente que Abel hizo su sacrificio con una actitud diferente.

En Hebreos 11, encontramos una lista de santos destacados que conmemora las actividades heroicas y gloriosas del pueblo de Dios a través de la historia de la iglesia. Hubo algunos que, por causa de la justicia y la fe, fueron cortados en dos, dados como alimento a las bestias, asesinados, apedreados, desechados, odiados y ridiculizados. Pero Dios estaba complacido porque ellos se mantenían fieles. La lista sigue y sigue: “Por la fe Abraham… Por la fe Isaac… Por la fe Jacob… Por la fe Moisés…”. Y justo ahí, entre estos grandes héroes de la fe, está Abel: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (v. 4). La fe de Abel hizo toda la diferencia.

¿Qué significa que Abel ofreciera un sacrificio en fe? Ahora voy a especular, ya que los silencios en la historia bíblica no han sido llenados.

La promesa de nuestra redención fue anunciada primeramente a Adán y Eva después de que pecaran y violaran su relación moral con Dios. Dios les dio el protoevangelium, el anunciamiento original del evangelio: la Simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza, y en el proceso Él sería herido en el calcañar (Génesis 3:15). Si ese versículo fuera la única referencia a la redención en la Biblia, nadie podría penetrar su significado porque es muy enigmático. Sin embargo, dado que tenemos el beneficio de la revelación del plan de redención de Dios a través de los tiempos y de la Escritura, sabemos exactamente a qué se refería Dios en Génesis 3:15. En esa promesa, el evangelio fue dado a Adán y Eva, el evangelio del perdón, la restauración y la comunión con Dios. Era el evangelio que proclama la destrucción del maligno, quien perturba y estropea la belleza y la santidad de la Creación de Dios. Dios prometió que el maligno sería destruido por medio del sacrificio de la Simiente de la mujer, quien sería herido en el proceso de Su conquista. Esta promesa del sacrificio de la Simiente de la mujer fue fundamental para la adoración de Abel. La ironía es que este primer evangelio fue dado en el contexto de la maldición a la serpiente después de la caída.

La adoración a Dios siempre ha involucrado la palabra de promesa hablada y, desde el principio mismo, Dios frecuentemente agregaba a la palabra algún tipo de señal sensorial tangible. Él le dijo a Noé: “Nunca más destruiré el mundo con un diluvio. Mira el cielo Noé. He puesto Mi arco en el cielo” (ver Génesis 9:13-16). Él le dijo a Abraham: “He aquí, te haré el padre de una gran nación, y tu descendencia será como las estrellas en el cielo y como la arena a la orilla del mar. Y esto será una señal para ti y para todas las generaciones, la señal de la circuncisión” (ver Génesis 17:1-14; 22:17). En estas y otras ocasiones, la palabra de promesa era respaldada por una señal tangible.

En términos generales, la palabra de promesa a través de cada página del Antiguo Testamento es la promesa del Redentor que vendría, quien salvaría a Su pueblo de sus pecados al ofrecer un sacrificio perfecto. Desde el principio, la redención estaba atada al sacrificio. Por eso el dramático reforzamiento de la palabra de promesa a través del Antiguo Testamento es un ritual elaborado que se enfoca en el sacrificio. Esto no empezó con Moisés. Lo vemos aquí en Génesis 4, cuando Abel vino con un sacrificio de fe.

¿Por qué lo hizo? Cuando llegó el tiempo de adorar a Dios, ¿por qué Abel buscó adorar por medio de un sacrificio? Obviamente este tipo de adoración fue instituido y ordenado por Dios mismo.

Esta es mi especulación: no puedo imaginar que nuestros primeros padres no les explicaran a sus hijos la esperanza que los sostenía. Esa esperanza era la promesa más importante que Adán y Eva habían recibido, la promesa de que la Simiente de la mujer destruiría la cabeza de la serpiente a expensas de la herida de Su calcañar. ¿Cuántas horas supones tú que Adán y Eva se sentaron con sus hijos a predicarles el evangelio y enseñarles los elementos de una adoración apropiada?

Sin embargo, no era suficiente para Caín y Abel que simplemente escucharan a Adán y Eva hablar de la promesa. El problema era si confiarían en la promesa. ¿En qué confiarían ellos en última instancia para reconciliarse con el Padre? ¿En qué confiarían para recibir la bendición de Dios?

No hay necesidad de especular sobre la confianza de Caín cuando trajo su ofrenda. A través de la historia de Israel, hay una herejía que se ha perpetuado de una familia a otra, e incluso Jesús tuvo que combatirla al tratar con los rabinos de Su época. Era el linaje. Esta era la idea que llevaba a muchos a decirse a sí mismos: “Soy el primogénito, así que mi futuro reposa en mi estatus superior como el hijo mayor. Iré a la iglesia y pasaré por los rituales como lo hacen todos los demás. Traeré mi ofrenda, la dejaré caer en el plato de recolección. Pero mi confianza está en mi estatus, en mi linaje”.

Casi que podemos oír a Dios diciéndole a Caín: “Caín, Caín, si confías en ti mismo de cualquier forma, en la posición de tu familia, en tus propias fuerzas, en tus habilidades como agricultor o cualquier trabajo que puedas hacer, incluso en tu propia fe–nada de eso me agrada. Tu adoración es una abominación para Mí. Pero tu hermano no tiene nada de este mundo en que confiar. Él es un siervo; es un pastor. Es un pecador que sabe que no puede salvarse a sí mismo, y cuando entra a Mi casa, viene confiando en Mi misericordia, confiando en Mi palabra, confiando solamente en Mi promesa. Amo su sacrificio porque lo amo a él. Lo amo porque él es justo. Pero tú no lo eres. Tu padre te enseñó que la única manera en la que puedes ser justo a mi vista es por fe”.

David sabía lo que Caín no: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:16-17). Y Jesús explicó la esencia de la adoración a la mujer de Sicar: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Noten que “en espíritu” aparece primero. Hay algo de ambigüedad en este texto, pero la idea central es que Dios se fija en la actitud espiritual de la persona que viene ante Él a adorar. Así que la adoración verdadera –la latria verdadera, el sacrificio verdadero, el servicio verdadero– empieza en el alma.

Una vez conocí a un hombre que era joven en la fe y lleno de ese entusiasmo tan característico de aquellos que recién han nacido de nuevo. Él estaba enamorado de la Palabra de Dios, estudiando las Escrituras atentamente todos los días. No puedo recordar haber visto alguna vez a un joven cristiano que pusiera su corazón tan diligentemente en la búsqueda del conocimiento de Dios. Un día vino y me dijo: “Romanos 8 y 9–esto es lo más emocionante que he leído hasta ahora. Ya sabes, ‘a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’–la elección y todo eso. Todo tiene mucho sentido. Sé que esa es la única manera en que yo podría entrar”. Estaba delirando en su entusiasmo por una de las doctrinas más controversiales de la fe cristiana. Mientras escuchaba su gozosa efusividad sobre Romanos 8 y 9, yo estaba pensando: “Si amas esto, tienes que haber nacido de nuevo”. Pero al mismo tiempo pensé que la mayoría de las personas que leen esa porción de la Escritura reaccionan con indignación, enojo, hostilidad y resistencia.

Esa fue la reacción de Caín a la Palabra de Dios. Génesis 4 dice que cuando a Dios no le agradó su ofrenda, él se airó y su semblante decayó. Sabemos lo que es la indignación justa. La asociamos con la ira de Dios. Cuando Dios está enojado, es un enojo santo, un enojo justo. Nunca nadie puede acusar a Dios de ser injusto o estar enojado arbitrariamente. Las personas se enojan unas con otras, en ocasiones justificadamente y en otras ocasiones injustificadamente. A veces se imputan motivos equivocados unos a otros. No conocen todos los hechos que necesitan; si supieran más, no se enojarían. Todos hemos tenido experiencias como estas. Pero si Dios está enojado con nosotros, no hay circunstancias atenuantes. No podemos decir a Dios: “Dios, si tan solo conocieras todos los hechos, no te enojarías conmigo”. Caín fue presuntuoso al enojarse con Dios cuando no le agradó su ofrenda. Tal vez nada prueba más vívidamente el estado del corazón de Caín que su reacción al juicio de Dios.

Si somos hijos de Cristo y estamos ante el tribunal de Dios en el día final y Dios nos dice: “Estás cubierto por la sangre de Mi Hijo, y eso es bueno porque tú hiciste esto, esto, esto, esto y esto”, nosotros no diremos: “Pero Señor, hice esto y aquello en Tu nombre. Realmente no estás siendo justo”. Sin embargo, habrá muchos que responderán de esa manera. Jesús les dirá a esas personas: “Por favor, vete, no sé quién eres” (ver Mateo 25). Una persona que confía en Dios confía no solamente en Sus promesas sino también en Su juicio. Incluso en una oración de arrepentimiento, esa persona reconoce que sería absolutamente justificado que Dios lo destruyera por su pecado. Nunca puedes venir a la iglesia de Dios o a la Mesa del Señor pensando que Dios te debe algo. Si lo haces, mejor abstente de orar, de participar de la Cena, porque estás blasfemando y difamando al Dador de toda buena dádiva y todo don perfecto, que solo te ha tratado con misericordia.

A diferencia de Caín, Abel era humilde en su adoración, que es la única postura que puede tener un ser humano caído en el contexto de la adoración. La adoración arrogante es un oxímoron, una contradicción de términos. No obstante, la vemos a través de la Escritura. El evangelio fue dado a Adán y Eva. A medida que la historia de la redención se iba desarrollando, el pueblo de Israel continuaba recitando la promesa y demostrándola con su liturgia, sus señales, sacramentos y adoración de culto. Pero el juicio de los profetas que vino sobre la casa de Israel fue este: “Tu adoración se ha convertido en idolatría. No estás poniendo tu fe en Dios; la estas poniendo en Baal, en el templo, en los rituales que haces, en tu herencia, en tu biología. Estás confiando en todo menos en Dios”.

¿Alguna vez te has preguntado por qué hay un fenómeno universal de religión? Puedes ir a cualquier parte del mundo y encontrar evidencia de prácticas de sacrificio. ¿Por qué? Yo sugiero que es porque el programa y la prescripción originales para la adoración del Dios vivo eran sacrificios. Adán se lo dijo a Caín, Abel y Set. Set se lo dijo a Enoc, y él se lo dijo a sus hijos, y ellos a sus hijos y así sucesivamente. Fue enseñado a Abraham. Fue enseñado a Isaac. Fue enseñado a Jacob. Fue enseñado a José. Fue enseñado a Moisés. También fue enseñado a Ismael y a Esaú, y así la idea del requisito de sacrificio en fe se extendió a toda la raza humana.

Pero hoy la necesidad de que los sacrificios se hagan en fe se ha olvidado–escuchamos que no importa qué es lo que crees siempre y cuando seas sincero. De hecho, el requisito básico del sacrificio es desconocido–no importa cuáles sean tus prácticas religiosas. No importa lo que adores. Solo importa que adores. Se dice que los judíos adoran a Dios a su manera, los musulmanes adoran a Dios a su manera y los budistas adoran a su manera. La suposición tácita es que Dios está dispuesto a recibir, honrar y respetar cualquier tipo de adoración que la gente traiga.

A Dios no le agradó toda la adoración en Génesis 4. No le agradó la adoración de Caín. Y Caín respondió con enojo cuando vio que su adoración era inaceptable para Dios. Una persona fiel, una persona justa, habría dicho: “Oh, Dios mío. Me arrepiento de corazón por haber pecado contra Ti. Enséñame Tus estatutos, Señor. Muéstrame el camino más excelente. Cambia mi corazón, para que la ofrenda que te traiga el próximo Sabbat te honre. Estoy feliz, Santo Padre, de que por lo menos la ofrenda de mi hermano te haya agradado. Padre, dame una actitud que me permita aprender de mi hermano, porque mi hermano vive por fe y trata de obedecerte”. Pero esa no fue la respuesta de Caín.

En realidad, esa nunca es la respuesta del impío ante el piadoso. ¿A cuál de los profetas no mataron? ¿Cuál de los reformadores en la historia de la iglesia no fue despreciado por la iglesia organizada? Como Caín, que se levantó y mató a su hermano Abel, las iglesias perversas han derramado la sangre de cristianos verdaderos. De hecho, fue la iglesia la que se levantó para matar a Jesús porque a Él no le agradaban sus sacrificios.

Nunca he sido torturado o puesto en juicio por mi fe. La persecución que he tenido que soportar en este mundo es minúscula comparada con lo que los héroes de la fe tuvieron que pasar. Pero cualquiera que haya sido la persecución que he experimentado en mi vida, la carga más pesada vino de la iglesia falsa, esa parte de la iglesia que no cree en el evangelio y no tiene un corazón dispuesto para la adoración. La iglesia siempre ha estado compuesta de trigo y cizaña, y la primera iglesia no fue la excepción. Las cizañas (Caín) eran muy religiosas, pero odiaban a Dios, y también odiaban el trigo. Así que avanzaron para destruir el trigo (Abel). Necesitamos saber esto porque siempre ha sido así.

Recuerda la palabra que Jesús usó repetidamente para los líderes religiosos de Su época: hipócrita. Él dijo: “Ustedes hacen sus sacrificios; pagan sus diezmos; leen su Biblia. Pero ay de ustedes escribas y fariseos, hipócritas. Están actuando. No hay fe en sus corazones. No me están ofreciendo adoración en fe” (Mateo 23). Eran muy religiosos, pero sus corazones estaban alejados de Dios.

Lo más importante que debemos entender sobre la adoración es que la única adoración aceptable para Dios es la adoración que proviene de un corazón que confía en Dios, y solo en Dios.

¿Cómo debemos rendirle culto?

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