Читать книгу Buscar el Domingo - Rachel Held Evans - Страница 10
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Bautismo del creyente
Toda el agua tiene una memoria perfecta y siempre
está tratando de volver a donde estaba.
—Toni Morrison
Fui bautizada por mi padre. Su presencia a mi lado en el bautisterio, con el agua hasta la cintura, marcó otra de las ventajas de tener un padre que fue ordenado pero no que no era pastor, capaz de participar en mi vida espiritual sin arruinarla. Déjame decirte que las expectativas hacia una hija de profesor bíblico universitario son mucho más laxas que hacia un hijo de pastor, y principalmente involucran sugerencias gentiles de redirigir algunas de las preguntas que realizaba en la escuela dominical a la única persona en mi vida que sabía hebreo antiguo y que, mientras desayunábamos, podía explicarme exactamente cómo se las había arreglado Dios para crear la luz antes que el sol.
Así que, cuando mi padre me aseguró que no iría al infierno por esperar hasta los trece para bautizarme, le creí casi totalmente a mi padre. Casi totalmente. Sabía que estaba jugando al límite de la “edad de imputabilidad”, el punto en el cual los niños ya no comen gratis en O’Charley’s ni entran al cielo sobre la base de la fidelidad de sus padres, y sabía que algunos cristianos creían que tenías que estar bautizada para ser salva. En una tosca presentación de las realidades del denominacionalismo, un compañero de quinto grado me informó que, aunque le hubiera pedido a Jesús que entrara en mi corazón cuando estaba en el jardín de infantes, necesitaba sellar el trato y bautizarme rápidamente antes de que un accidente automovilístico o una desagradable caída desde un tobogán alto me llevaran directamente con el diablo.