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Daniel Samper Pizano

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Cuando el humor es noticia

Octubre de 2011

Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945), considerado el padre del periodismo de investigación en su país, es a la vez uno de los representantes más destacados de esa labor casi imposible que es mezclar periodismo con humor.

Encabezó una unidad especial de investigación del diario El Tiempo de Bogotá, una tarea peligrosa que lo llevó a dejar Colombia bajo el peso de las amenazas constantes, para residir en Madrid. Paralelamente a su labor periodística, se ha dedicado a escribir columnas de humor que ha recogidos en los libros La mica del Titanic y otros artículos para naufragar de la risa, El huevo es un traidor y otros artículos para cacarear de la risa, Ni atacar ni defender, sino todo lo contrario y Breve historia de este puto mundo. Además, ha dedicado tiempo a investigar y recopilar la música vallenata y la obra del grupo argentino de humor musical Les Luthiers.

Alto, delgado, calvo y pelirrojo, su aspecto y pasado caballeroso contrastan con su incapacidad de no intercalar entre dos frases o menos una cantidad infinita de juegos de palabras y chistes dedicados a su mujer, a su hermano (Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia), al embajador que lo alojaba y le pagaba el pasaje, y a él mismo. El humor es en él un instinto irrefrenable que le permite sentirse como en casa en cualquier situación.

Ese manantial imparable de chistes de todo calibre desapareció milagrosamente cuando, en la Facultad, al día siguiente de la entrevista que aquí se recoge, habló a los alumnos de las posibilidades y peligros del periodismo de investigación. No perdió su informalidad ni su simpatía ni su capacidad infinita de hacer bailar las palabras, pero el rigor de los datos, la testarudez del reportero, se manifestaron en su obsesión. El periodismo en serio, ese por el que arriesgó varias veces la vida y que lo mantuvo viviendo lejos de su país, no es broma para ese bromista impenitente que era y es Daniel Samper Pizano. Todo el resto, religión, país, fútbol, música, amor, poesía, es ocasión para más y más chistes, de los que pudimos recoger, por la tiranía del espacio, apenas una parte.

—Tú escribes para Colombia, que es un país marcado por la violencia. ¿Cómo el humor y el periodismo pueden convivir con ese estado de alarma permanente?

Nuestra historia es una historia muy larga de violencia y hemos sido fieles a ella, siempre somos violentos. En esa larga historia, lo que ha salvado al país es su humor, básicamente. De alguna manera su inteligencia, porque tener humor es tener inteligencia. El humor colombiano se mantiene, en cualquier parte donde vayas se mantiene y es distinto de, por ejemplo, el humor español, que a mí me sorprende porque vivo hace muchos años en España...

—¿Te sorprende por distinto o por inexistente?

No entraría yo en esas diferencias porque como español me molestaría mucho, pero el humor español es distinto, el humor español es a una sola banda, es decir, tá y tá y ahí te ríes o no te ríes. El humor colombiano forma parte de esa gran escuela, o sensibilidad mejor, que se llama mamagallismo, que es hablar aparentemente en serio pero estar tomándote el pelo… García Márquez hizo inmortal la expresión, aunque nace en Venezuela en el siglo diecinueve, eso está investigado. Es una manera de sobrevivir, en Colombia sinceramente hay mucho humor, el colombiano es una persona con mucho humor a pesar de toda la violencia. Eso es un poco lo que salva al país. Yo te diré que he tenido experiencias muy cercanas de humor y violencia, las dos, y voy a citar a una persona, a un político por el cual nunca he votado, que es mi hermano, que en fin, ostenta un cargo ahí importante…

—Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia entre 1994 a 1998. ¿Tiene sentido del humor?

Fue Presidente de Colombia, con eso te digo todo (risas). Pero, bueno, las cosas que él decía cuando estuvo enfermo, después de un atentado gravísimo que sufrió, han sido de verdad ejemplo de lo que se puede hacer para sobrevivir. Había un senador, que después murió también de muerte natural, es decir, lo mataron, que es la muerte más natural en Colombia, y este senador se llamaba Cristo, un senador liberal, muy querido. Mi hermano estuvo agonizando como dos meses, tendido en una cámara de cuidados intensivos, con oxígeno, algo muy muy sofisticado, y estaba prohibido el acceso, no podía entrar nadie, entraba mi cuñada a visitar, pero lo logró el senador, que lo quería mucho, logró colarse y entrar. Ernesto, mi hermano, muy sedado porque además tenía que estar con el abdomen abierto por una infección, escucha que lo viene a visitar el senador Cristo. Y dice “¡hijo de puta, me morí!”.

En ese mismo atentado a mi hermano se le desapareció el ombligo, uno no sabe cuándo está de frente y cuándo de espaldas, y ha tenido problemas de espalda justamente, porque no hay ombligo. Bueno, a partir digamos de aquí en la cintura después sí, pero no mucho tampoco, pero entonces tú no sabes bien si está mirándote o no, porque no hay ombligo.

—Pero eso para la política es perfecto.

No creas, el ombligo hace mucha falta, uno nunca se da cuenta de lo del ombligo si no en dos circunstancias: cuando quieres saber si alguien está de frente o de perfil, y es muy útil; también lo recomiendo mucho a los aficionados a la televisión, yo soy muy aficionado al fútbol, como verán, a ver fútbol por televisión, es muy bueno llevar apio a la cama, y echas la sal en el ombligo, entonces estás comiendo. El ombligo parece feo pero es muy muy práctico, de modo que yo lo recomiendo mucho. Ernesto no ve televisión porque no puede, porque le falta el ombligo para la sal y el apio.

—Siendo periodista tener un hermano Presidente debe ser muy difícil, muy complicado, ¿te ayudó el humor en ese sentido?

Si Dios quiere castigar a un periodista, hace a su hermano político, y ahora eso le pasa a Enrique, el hermano del Presidente Santos, que ha sido mi compañero entrañable durante cincuenta años de periodismo; hemos llevado unas vidas paralelas, solo que él se consigue las chicas atractivas y a mí me toca mi mujer, y Enrique ya está viviendo eso, y yo me comunico mucho con él y me dice “ahora entiendo lo que usted me decía, ser hermano de Presidente es una tragedia para un periodista”. Yo dejé de serlo en Colombia, seguí siéndolo en España, que es donde vivo hace muchos años, cuando fue elegido como candidato del Partido Liberal; dije “un país que elige a mi hermano candidato del Partido Liberal, no, no puede ser”.

—¿Te autoexiliaste o ya vivías en España antes?

No, ya vivía en España, me habría exiliado en ese momento, pero ya vivía antes en España. Pero entonces ahí ya resolví que no volvía a Colombia por un tiempo, y durante dos años de la campaña y cuatro del gobierno y dos más dejé de escr ibir, durante ocho años no escribí columnas, no opiné, no dije nada, porque creo que el lector tiene todo el derecho a desconfiar de lo que uno le diga, porque teniendo una cercanía con un tipo muy poderoso no se puede ser independiente, no puede ser.

—¿Cómo se combina el humor con el periodismo de investigación que tú has ejercido en Colombia?

En el ejercicio periodístico he tenido ocasión de escribir columnas de humor; tengo una columna de humor desde hace no sé cuánto, veinticinco años, en una revista de El Tiempo que se llama Carrusel, y he hecho periodismo de investigación. Uno puede hacer todo eso, pero tiene que saber cuándo no se mezcla. Para hacer el trabajo periodístico de investigación éramos profundamente rigurosos, ahí no había las libertades que uno se puede conceder como humorista, era de un rigor absoluto. Pensando que hay un juez chiquito sentado encima de tu escritorio, entonces tú dices una palabra y él te dice “¿dónde está la prueba?”, aquí está la prueba. Ese es el espíritu con el que hay que trabajar en el periodismo de investigación, y la redacción del trabajo investigativo es con ese espíritu. De ahí en adelante si tú puedes probar cada palabra que hay allí, le puedes poner o le debes poner un poquito de agilidad y un poquito de amenidad hasta donde se pueda, pero no es una columna de humor. Una columna de humor se puede hacer mucho más libre, se pueden decir muchas barbaridades.

—O sea el humor te permite decir cosas que el periodismo serio no te deja decir del todo.

Yo creo firmemente también, hablando siempre del humor, en lo que decía el gran Millôr Fernandes, el gran humorista y filósofo brasilero, que decía “la mordaza aumenta la mordacidad”. Eso es verdad, eso lo demostró, por ejemplo, Brasil. En Brasil, en la época de los militares, de la dictadura militar, ¿quiénes sacaron la cara por la gente, por pedir derechos, por exigir un cambio? Cantantes y humoristas. A los otros, los políticos, los perseguían, los mataban, los metían a la cárcel. Cantantes y humoristas. O Pasquim fue la gran publicación satírica de Brasil en esa época, era demoledor incluso con sus silencios, y las canciones de Chico Buarque y de otros de los grandes cantantes. La dictadura llegó a prohibir las letras de varias de esas canciones, y ¿qué hacían los cantantes brasileños? Salían al escenario, como estaba prohibida la letra pero no la música, porque ya hay que ser una dictadura muy jodida para prohibir la música, entonces ponían la música y la gente cantaba, es decir, quince mil personas cantando las canciones de Chico Buarque. Entonces Chico Buarque simplemente callaba y arribaba el micrófono y quince mil voces cantaban la canción. ¿Cómo metes tú presos a quince mil muchachos que están cantando?

—Ese es quizás el inconveniente del periodista que usa humor, que la forma de desautorizarlo es decir “bueno, usted es un payaso, no se lo puede tomar en serio”. ¿Cómo se hace con eso?

No, yo creo que uno tiene que saber que le van a decir eso, es decir, cuando tú entras a pelear y acudes al humor, en este caso, por ejemplo, decir “ah, ese es un payaso, ese tipo no vale la pena”. ¿Por qué? Porque el humor es un arma muy buena, y una persona cuando tiene la posibilidad de escoger entre un libro de Kant y un libro de Woody Allen siempre escogerá a Woody Allen, pero dirá que lee a Kant, porque el humor tiene menos prestigio que la alta literatura, siendo que, repito, el humor ha sido la fuente o el rodamiento, el rodaje de grandes obras literarias. Por ejemplo “Una modesta proposición” de Swift, en que había que comerse a los niños. Eso es directamente humor, y hubo, no sé, no le debería decir, pero hubo sacerdotes que no entendieron bien el sentido de la cosa y se comieron a los niños.

—¿Cómo pasas del humor al periodismo serio? ¿Hay alguna rutina que te permite meterte en un mundo o en el otro?

Yo no cambio mi manera de ver la sociedad ni mi manera de sentir el país cuando escribo humor o cuando escribo relativamente en serio, sigo siendo el mismo, solo utilizo mecanismos distintos. Así como duermo con un pijama muy sexy que nunca llevo a las fiestas para bailar, bailo con una ropa especial que tengo para bailar, es decir, es un traje distinto, pero sigo siendo el mismo.

—¿Cómo diferenciar, cómo no equivocarse de tono?

Es que uno siempre tiene, como periodista, como escritor, tiene sus ídolos, yo tengo mis ídolos y mi máximo ídolo, por lo menos en esa materia, es don Francisco de Quevedo. Quevedo es el tipo que con la misma mano escribió los más hermosos sonetos de amor que hay en la lengua castellana, los más bellos sonetos metafísicos, y los más graciosos poemas escatológicos que se conozcan. Parecería que no fuera el mismo, es el mismo…, y también se puede ver en Cervantes, en Lope, las cosas que escribieron esos tipos eran de esa naturaleza, es decir, una especie de aproximación al ser humano extraordinaria como es la del Quijote, pero también mezclada con otra serie de elementos, las páginas escatológicas de Cervantes son extraordinarias. Ellos no tenían este problema de que o usted escribe sobre humor o usted es un tipo serio en política, eran pluridimensionales.

Esta unidimensionalidad es un invento nuevo nuestro, contra el cual yo modestamente me rebelo. Lo que sí trato es de no utilizar los instrumentos inadecuados. Hay cirujanos que también son aficionados a la electricidad, pero nunca, nunca tratan de arreglar un enchufe con un bisturí y nunca mucho menos abren a un paciente con unas tenazas, es decir, saben que cada cosa tiene su instrumento.

—¿Cómo es tu humor, cómo lo verías tú?

No sabría cómo definirlo, yo tengo la idea de que el humor es primo hermano de la ternura, es decir, que al humor se puede llegar muy rápidamente por la vía de la ternura y que del humor se puede salir por la vía de la ternura. También tengo clara la idea de que lo opuesto al humor no es la seriedad sino la solemnidad; la seriedad no riñe con el humor. También sé que hay distintas clases de humor; por ejemplo, el humor inglés se parece más a lo que tú dices, es un humor heredado de Ben Jonson, que fue este dramaturgo de la época de Cervantes que realmente inventó el humor inglés, que es un humor de tolerancia.

—El don, ese don del que tú hablas, ¿has llegado a racionalizarlo, has llegado a pensar en el don que es el humor? ¿En el caso tuyo de dónde viene, de la universidad con los jesuitas?

Ese es un buen chiste (risas).

—Sí, es que ha creado muchos humoristas la universidad jesuita.

No sé si Álvaro Uribe era de los jesuitas, lo cual echaría tierra a todo, pero, bueno, olvidémonos de él. No, yo creo que es difícil saberlo, yo tengo la tendencia a creer que muchas cosas son heredadas, por ejemplo yo heredé la burricia general de la familia para las matemáticas, somos burros todos, eso es una cosa muy linda. A mi papá no necesitaron hacerle el ADN, me pusieron a mí dos más dos, dije cinco y dijeron “es hijo de Andrés”. Al mismo tiempo hay unos talentos que se heredan, no sé cómo, por el ADN y todas esas cuestiones, por ejemplo el talento para escribir. Yo creo que el talento para reír o para hacer reír, que es distinto, se hereda también un poco. En mi familia eran chistosísimos todos.

—¿Incluido el Presidente?

Es muy gracioso, si vieran al Presidente uno se podría morir de la risa. Pero mis hermanos han sido todos de verdad muy graciosos y en mi casa la hemos pasado siempre muy bien, y los pesares los diluimos con un poco de humor. Y es un humor además en que nos criticamos mucho, por molestar. Creo que es un poco herencia de mi mamá, pero sobre todo porque mi papá era un tipo con mucha chispa, era muy bogotano.

—¿Te han echado de muchas partes por hacer chistes?

No, no me han echado; no me han recibido, que es distinto. Una vez me desafiaron a duelo. Yo había contado que tal tipo no pagaba las cuentas, y tal había sido embajador en algún sitio. Él me dijo “esto solo se puede lavar en el campo del honor”, una cosa ridícula, entonces yo le dije “bueno, yo acepto cualquier arma menos culebra”. Culebra en Colombia son los acreedores… No, no, no, yo dije “escojo arma, escojo culebra”. Yo no tenía acreedores y él sí, entonces desistió. Uno en el humor se puede echar muchos enemigos, a veces injustamente, quiero decir, gente que uno critica injustamente o hace un chiste a costa de alguien...

—¿Lo has hecho? ¿Te acuerdas de alguien?

No, porque me da tristeza. No, uno lo hace, mi hijo lo hace, por ejemplo, que es terrible eso. Sí, a veces por hacer un chiste uno puede llegar incluso a ofender al poderoso y eso está muy bien, y el humor es para eso, pero al débil…, no es buena fórmula pelear con el débil con humor, es un poquito cobarde, ¿no?

—Y no es divertido.

Es menos divertido, sí. Es barato, es un poquito cobarde. Ahora, hay veces en que hay que defenderse como se pueda, ¿no? Uno siempre tiene que tener presente que el humor es un arma muy poderosa y no todo el mundo la tiene, ¿no? Entonces, yo eso lo tengo presente, en polémicas así. Una vez tuve una polémica con un tipo que en ese momento era archiconservador y era un tipo muy desagradable, y luego se volvió un tipo razonable, qué curioso, a raíz de la muerte de Allende y de las cosas que pasaron. Este archiconservador se volvió de izquierda y fue candidato de la izquierda colombiana y yo voté por él. Se llama Alfredo Vázquez Carrizosa. Una vez tuve una pequeña polémica con él, digo pequeña porque yo escribí algo sobre los límites de Colombia y el tratado con Venezuela y él que era canciller dijo que ese tema era “para espíritus maduros”, y citaba por ahí una cantidad de tratadistas. Y yo me acordé de que Mafalda tiene una historietica en que está hablando un político por televisión, entonces dice “puedo asegurar que el país está, políticamente hablando, completamente maduro”, y Mafalda le pregunta a la mamá: “¿Maduro para que se lo coma quién, políticamente hablando?”. Entonces yo cité a Mafalda y fue demoledor.

—¿Y qué te contestó él?

Se quedó calladísimo porque era muy serio. Él consideraba que era ridículo que un canciller estuviera en peleas con un columnista.

—¿Pero cuál es el límite, si es que tienes algún límite a la hora de hacer humor?

Yo creo que es la audiencia la que te da la medida del límite y la pertinencia del humor. Hay humor que puede ser impertinente y hay humor que es pertinente, entonces eso te lo da la audiencia. Los judíos, por ejemplo; no hay un grupo étnico más autocrítico con el humor que los judíos, es extraordinario; además, es un humor muy gracioso, muy gracioso, pero contado por judíos. Yo no puedo, porque mis papás son judíos, mi papá es como rabino. Me han pasado cosas horribles porque, por ejemplo, yo cuando iba a fiestas de disfraces, o no fiestas de disfraces sino que decían “ponte alguna cosa divertida para ir esta noche a la casa”, yo me ponía un sombrero que era de mi abuelo y un vestido negro sin corbata, entonces parecía un rabino, y dejé de hacerlo porque ya a cierta hora empezaban a pedir circuncisiones.

Pero es eso, digo, los judíos tienen muy claro que ellos son de una crueldad pavorosa, es una marca de identidad de ellos, el humor, pero hecho por judíos, es decir, los chistes que se echan sobre las madres judías son muy graciosos si los cuenta un judío, si los cuenta un cristiano son menos graciosos. Lo mismo pasa con las nacionalidades, en todo país hay una región o una ciudad o un pueblo que lo toman como estereotipo de los tontos y se hacen chistes, no sé si en Chile.

—Nosotros hacemos chistes de gallegos.

Ah, sí, y en Argentina también de gallegos.

—Lo hacemos por imitación, porque no hay una fuerte población gallega en Chile. Y hacemos esos chistes del tipo “había un chileno, un peruano, un argentino”…

Y gana el chileno. Eso lo hemos inventado los colombianos, pero lo han probado los chilenos. Nosotros nos reímos de la población del sur del país, los pastusos, que son una gente adorable y además tienen mucho sentido del humor, pero siempre en los chistes aparece el pastuso. Yo he estado y tengo muchos amigos pastusos, y con quien era mi abogado —porque me defendía cuando me demandaban y cosas y siempre ganaba, aunque nunca teníamos la razón— hacíamos esos chistes, que son chistosísimos cuando estás entre pastusos o amigos de pastusos, pero cuando alguien que no procede de allí cuenta un chiste de pastusos es terrible. Me acuerdo de que una vez en El Espectador que María Teresa Herrán, una columnista de espectáculos, contó un chiste de pastusos y se pusieron bravísimos y fueron y quemaron las oficinas de El Tiempo, porque la otra estaba muy lejos (risas).

Los mejores chistes eran de los pastusos pero contados por pastusos. Todo depende de la audiencia.

—Estamos en momentos de creciente sensibilidad ante los chistes. ¿Cómo lidias con la corrección política?

La corrección política es una enfermedad atroz y mortal, que consiste en nunca faltarle el respeto a nadie, y es atroz y mortal pues acabaríamos con el humor tranquilamente. Pero yo sí creo que en algunos momentos es impertinente un chiste. Los negros tienen todo el derecho a llamarse negros entre ellos, yo veo las series norteamericanas y siempre dicen “había un nigga y no sé qué”, pero un blanco no le puede decir a un negro nigga. En una serie ni siquiera, tampoco en la realidad; hay limitaciones. Yo creo que es válido el humor en todas las circunstancias, quiero decir, en cualquier tema, no en todas las circunstancias, en cualquier tema, pero su ejercicio depende un poco de la audiencia a la que vayas.

Risa adentro

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