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Paloma Salas

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El stand up como una disciplina zen Abril de 2019

Palomas Salas (34 años) es una de las pioneras de la stand up comedy chilena. Una de las primeras también en declararse feminista y abordar sus espectáculos desde la perspectiva de género. Muy lejos, sin embargo, de cualquier dogmatismo, su forma de abordar el humor es como ella misma, una mezcla secreta de exactitud y descuido. Ha enfrentado con el mismo desparpajo el cine (Ella es Cristina, 2019), la televisión (Campo minado, Vía X) y la radio. Llegó sin embargo a la comedia por un camino inesperado. Antes de subir al escenario estudió Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales.

Lo primero que le sorprendió fue volver a hacer el camino que hacía para estudiar. De alguna forma su aspecto coquetamente descuidaba mantenía algo de estudiante eterna que quiere convencer al profesor que no le interesa nada estudiar y sacarse buenas notas pero lo sigue logrando, implacable.

—¿Por qué estudiaste Literatura?

No sé. Y tampoco se me ocurre otra cosa que podría estudiar. ¿Así como Fonoaudiología, dices tú? Igual podría haber estudiado Teatro. O sea, ahora pienso que me hubiese gustado tener sus herramientas, pero veía a los alumnos de Teatro haciendo ruidos de animales, manoseándose, y yo no estaba preparada para eso.

—¿Pero te ha ayudado la literatura de alguna forma en tu trabajo como comediante?

Yo creo que sí. Creo que si te obligan a escribir ensayos todo el rato, sin parar, y de todas las cosas, especialmente esos ramos que te hacían hacer como rápido, así como en tres días tenías que estar entregando algo de dos o tres páginas, y estar todo el día en eso, aprendes mucho de forma. Aprendes a hablar en un formato, en el fondo. No sé si me explico, es raro.

—¿Qué lugar tiene la escritura en tu trabajo actual?

Yo al principio me sentaba a escribir y escribía párrafos y párrafos de cosas y trataba de aprenderme de memoria esas cosas, y es terrible porque después las dices en otro contexto y no funcionan. Te das cuenta de que en el fondo tiene dos patas la cuestión: una es lo que escribiste en tu casa, y otra es como la ausencia total de ensayo. Como que el ensayo en el stand up no existe, entonces el show es el ensayo, y es terrible porque hay gente que se ducha para ir, y paga estacionamiento y otras cosas, para ir a ver un ensayo, básicamente.

—Entonces, ¿improvisas a partir de una pauta?

Cuento historias largas, como de quince minutos, pero no puede haber un bache muy largo sin un propósito. Generalmente, si hay un bache largo donde no pasa nada, es como que quiero que en esa parte se queden callados, que me escuchen y que haya un silencio porque viene algo más grande después. Pero si estás hablando sin parar de distintas cosas y no hay risas, estás mal.

—¿Y cómo manejas esos silencios?

Con Lexapro (risas). No, ¿cómo manejo esos silencios? Nada, se maneja, es deporte, ya te acostumbras a apestar, no más. Y muchas veces lo podrías decir: “Ah, estoy apestando” y la gente “jajajá, sí…”.

—¿Lo manejas a través de la complicidad?

Yo creo que al final lo único que importa, más que ser chistoso incluso, es que la gente vea que tú estás cómoda y que estás relajada. Porque si tú estás mal, la gente inmediatamente piensa que te va a ir mal o quiere que te vaya mal. Si tú te relajas, ellos se pueden relajar también.

—¿Cuánto lugar tiene la técnica en tu trabajo?

Yo creo que es solamente subirse al escenario sin parar. Y apestar por completo, que es lo que me pasó tres años sin parar, que es apestar profundamente, estar en las profundidades del apestamiento y pudrirte, porque te vas a tu casa y no sabes dónde meterte. Y lo peor es que, más encima, cuando uno está partiendo la gente que te va a ver son tus amigos y tu familia. Y piensan “¿Por esta tontera va a dejar la universidad?”, y apesta. Es muy heavy. La presión es demasiado alta. Incluso, en esa época y gracias a apestar tanto en el stand up pude poner en perspectiva otras cosas que apestaban de mi vida y me dejaron de importar, también.

—¿Como qué?

Tenía un pololo que me ponía el gorro todo el rato y me dio lo mismo. Era mucho peor lo que me pasaba en el bar. Era mucho más grave porque, más encima, era en el segundo piso del Cachafaz, el Cachafaz era un bar donde se hacían clases de tango, entonces los chistes no funcionaban y se escuchaba tango. Una cosa terrible porque bajabas al primer piso y tus papás te decían “simpático”, esos eran los comentarios…, y bajabas y había unos viejos bailando tango.

—¿Por qué lo hacías entonces?

No sé. Yo estuve estudiando el eneagrama, que no lo conocía, y descubrí que mi número es de gente que es capaz de mentir, de matar, de cualquier cosa por caerle bien a gente que ni siquiera me cae bien (risas). Y me ha pasado siempre en mi vida. Como que siento que le caí mal a alguien que igual me cae mal y soy capaz de atropellar a mi mamá para caerle bien a una persona que ni conozco.

—Ya, pero el humor que tú haces no es un humor de caer bien.

Claro, pero ponte tú te cae mal a ti, pero le cae bien a ella (apunta al público), y a ella le cargas tú… Estrategia. No, no sé, pero incluso a la gente que le caigo mal siento que igual le podría caer bien.

—Entonces, ¿hay un trabajo de conquista en el humor?

Sí, y yo creo que todos los humoristas quieren conquistar. Mucha gente piensa que el stand up es reírse de uno mismo solamente, pero yo creo que esa es la estrategia, en el fondo, para poder reírse de los demás. Si te subes al escenario y dices “estoy gorda, soy horrible, soy asquerosa” y todos como “jajajá, ¡es cierto!”, es como “ya, bueno, ya” (risas). Y después puedes decirle a él “cacha, guatón enano, ridículo, no sé qué” y así te vas.

—Ahora, ¿la técnica es empezar con uno mismo?, ¿cómo fue eso para ti?, ¿qué encontraste en ti que pudo ser un motor para la risa?

Me di cuenta de que, si contaba lo que más vergüenza me daba, siempre funcionaba. O sea, si buscaba adentro mío algo que me cuesta incluso decírmelo a mí misma, esas cosas que como que te quieres morir, si las dices en público casi siempre funcionan. Lo que menos hay que contar es lo que más hay que contar. Pero igual es difícil darse cuenta de esas cosas.

—¿Cuáles fueron las primeras confesiones?

Las primeras eran falsas, eran cuando no había descubierto que era mucho más fácil. Pero mi primer chiste, que yo quería mucho y que era una cochinada, igual, y lo voy a contar acá, o sea no lo voy a contar como lo contaba porque ya no me acuerdo tanto, era de que yo tenía un rollo con que había perdido la virginidad muy vieja, había perdido la virginidad como a los 23. ¿Es viejo igual eso, o no? Y tenía ese rollo, el de que yo era sexualmente penca, no sé. Y yo tenía 27 y contaba que todavía era virgen y que nadie hablaba de la “virginidad tardía”, como que le inventaba un nombre y que el himen seguía creciendo y que se engrosaba como una lonja de jamón de pavo. Y tenía un remate muy feminista, pre MeToo, que decía que cuando perdiera la virginidad él iba a sangrar. Y era como “¡bravo!, ¡genial!”.

—¿Y por qué dices que eso era falso?

Porque no es verdad que me pasara eso. Ahora, sería mucho más gracioso y me rendiría mucho más material contar cómo era para mí en realidad a los 23 ser virgen. Y quizá por eso se han alargado más mis historias. Antes inventaba y aparte era asqueroso, a veces no funcionaba en un lugar donde estaba ese señor que iba a ese show con toda su familia. Pero sí es más probable que todo el mundo conecte con la inseguridad de alguien que no ha culeado rodeada de gente que sí. Y, bueno, tiene mucho que ver con hacer una experiencia más universal, también.

—¿Tú dices que la experiencia propia es más universal que la imaginaria?

Sí. Y tampoco queda mucho otra en el stand up, siento yo. Como que el stand up observacional de Seinfeld ya está un poco muerto. Como que en internet hay demasiado más chistes mejores que los de Seinfeld ahora y cada dos segundos. Entonces la única manera de competir con eso es hacer comedia más subjetiva, más de cosas que le pasan a uno.

—Ahora, esas cosas que son secretas, que son vergonzosas, que son íntimas, ¿al contarlas dejan de ser vergonzosas, íntimas? ¿Se arregla el problema? O sea, ¿tiene una función terapéutica el humor?

Sí, en cierta medida sí. Yo creo que cuando te estás riendo de algo ya pasaste por lo menos algunas etapas de crecimiento. Creo. Como, no sé, financieramente soy terrible y vivo endeudada, y la primera etapa es como agobiante. Y después te das cuenta de que tienes el problema y seguramente pasaron un par de cosas antes de que te puedas reír. Si ya te estás riendo, estás mejor, creo.

—Pero, cuando uno ya arregló algo, tiene que inventarse nuevos desastres para seguir haciendo humor…

Bueno, y por eso yo creo que los comediantes cuando se hacen muy famosos y ganan mucha plata se ponen más fomes igual. Pasa eso, siento yo, y es la misma razón por la que la comedia en los países tropicales es supermala. Es porque lo pasan la raja, no necesitan reírse, siento. Están todo el día en pelotas comiendo mangos, ¿y más encima quieren tener estas ideas intrincadas sobre la sociedad y reírte? No es necesario.

—¿Es importante conocer al público antes del show?

No. Creo que es importante tratar de actuar con la mayor cantidad de gente diferente. Igual, también creo que no tiene que ser tu ambición, no es necesario ser totalmente transversal. Está bien eso, pero, ponte tú, yo tengo un show todos los lunes en el Comedy, que es una miseria. O sea en el verano, en enero, está lleno siempre, pero en agosto es terrible, yo hago unos shows para cinco personas, que me encantan igual.

—Público familiar.

Pero yo partí haciendo ese show con Felipe Avello hace tres años. Y esa época para mí fue ¡uf! Porque yo venía de Hardcore, donde hacía stand up con la Natalia Valdebenito, con Villouta, la Jani Dueñas y yo; entonces el público eran puras tortas, colas y feministas y pololos enojados. Ese era nuestro público, entonces era superseguro y cómodo, y todo lo que dijera tenía cierta recepción entre gente que al final era la misma gente con la que carreteo. Pero cuando volví a hacer stand up fue terrible, volví a apestar. Volví a cero porque el público de Avello eran unas familias: mamá, papá de Llay Llay (risas). Entonces yo ahí con lo de “el himen crece” y me gritaban “¡qué asco, señora, váyase!”.

—¿Y qué hiciste?

Apesté después de cinco años. Volví a apestar todos los lunes. Apestar, apestar, hasta que de a poco dejas de apestar.

—¿Y cómo se hace?

Con muchas ganas de caerle bien a las familias de Llay Llay (risas). Llegaba a mi casa y no sabía por qué la gente de Llay Llay me odiaba tanto. Yo creo que ahí, en la miniepifanía que tuve, entendí que podía ser más amorosa. Yo antes no era tan amorosa y me fui ablandando un poco y esto que están viendo es lo más amoroso que hay, no queda más. Tuve que encontrar una suavidad y encontrarle la razón a la gente, porque igual tienen razón. Si eres aburrido no es culpa de ellos, es culpa tuya. O que caímos en el mismo lugar equivocadamente y hay que tratar de evidenciar eso: que no es culpa de ninguno de los dos, pero que tratemos de hacer lo mejor posible.

—Es como una terapia de pareja.

Un poco sí. Es como: “Rodolfo, sé que te cayó mal lo que te dije. Tratemos de encontrar algo entremedio, juntémonos en la mitad”.

—Claro, porque, por lo demás, la gente va a reírse a un espectáculo de humor.

Igual hay gente que va a enojarse.

—¿Sí? ¿Y cómo se gestiona la gente que va a enojarse?

No sé. Vienen solos, son hombres sobre los cuarenta y se sientan así (gesto encorvado y con brazos cruzados), y pasa seguido. Una botella de vino tinto, solo, chorrillanas para uno, solo. Una persona miserable, yo creo, pero lo he visto.

—O sea, ¿tú ves a la gente mientras haces tu show?

Sí. También descubrí que el stand up —y acá viene la autoayuda fuerte— es una disciplina superzen, igual. Porque tienes que tener claro lo que estás diciendo, pero al mismo tiempo tienes que estar superpresente. Si alguien se tira un peo en la segunda fila, es primordial y tienes que estar atento a eso y poder reaccionar. Tener espacio mental para esas dos cosas: para honrar tu texto y hacerlo bien, cuando lo tienes, y para estar presente y hacer contacto visual y tener onda con la gente.

—¿Tienes que escuchar?

Sí, un montón. Y estar presente. Lo que yo he descubierto, y que es la base de todo, es que todos preferimos una talla interna que un chiste, con eso todos nos reímos más. ¿O no? A todos nos da risa cuando una amiga te dice algo que es el origen de la talla interna y es ¡muy aburrida!, mala, pero se actualiza cada vez que vuelve a pasar. Y en la talla interna hay hermandad, hay complicidad, estamos los dos presenciando un momento gracioso que está afuera de los dos. Entonces el texto que llevas preparado siempre va a ser más aburrido que algo que pase en el escenario ese día.

—O sea, tú dices que la gente, en el fondo, está tratando de crear comunidad.

Totalmente, y esperando un milagro.

—Empezaste en el humor antes del #MeToo y el auge del movimiento feminista. Llegó esta oleada y tú justo estabas en el escenario en ese momento. ¿Cómo fue para ti eso?

No sé, hay muchas aristas distintas. Por un lado, los comediantes hombres empezaron como a pedir permiso para contar chistes, que es súper ridículo. Como que tenían miedo de que los funaran por un chiste. Sucedió igual, pero fue como: “Oye, tengo este chiste nuevo, ¿qué opinas? ¿Puedo contarlo?”. Como que solo porque eras mujer te pedían una especie de visa. Y, bueno, yo también soy problemática para otras mujeres.

—¿En qué sentido?

Hace una semana me pasó: estaba en un show hablando de la menstruación y dije “me enfermé” como catorce veces, y después del show me dijeron “na’ que ver que digas que te enfermaste, se dice me llegó el período”; porque genuinamente mi cerebro se apaga o no sé, no tengo integradas un montón de cosas que quizá debería. Ayer también, ¿qué dije? Ah, que una mina se chifló, y “no, no se chifló, hizo catarsis”. Entonces yo misma estoy viendo cómo lo hago. Creo que muchas veces se ha dicho de mí o de la Jani que somos “las comediantes feministas”, que es cierto porque somos feministas, pero no es mi pie forzado para escribir mi material de ninguna forma.

—¿Eres comediante y feminista y no una comediante feminista?

Claro, y lo que digo suena feminista porque lo que digo es lo que pienso y trato de decir las cosas lo más parecido a lo que pienso. Muchas veces no podemos porque nos equivocamos, pero cuando se me acercan hombres o incluso otras mujeres y me dicen “¿Qué opinas de…?”. Yo no soy de la idea de censurar y decir estos comediantes no pueden existir más, o qué sé yo, soy de la idea de que si tu chiste es machista, y a ti te gusta y te hace reír tu chiste machista, y a tu público le gusta tu chiste machista, forro de mierda, quizá eres un comediante machista no más. ¿Y qué importa? Lo que pasa es que no puedes ser un comediante machista y esperar que te encontremos bacán todos al mismo tiempo. A mí no me encuentran bacán todos al mismo tiempo. ¿Por qué a ti sí?

—Me encanta la frase de Carlos Caszely: “No tengo por qué estar de acuerdo conmigo mismo”. Es como la esencia del humor.

Oh, qué difícil la coherencia… Yo creo que sí, que la coherencia no siempre está en el discurso ni está necesariamente en lo que estás diciendo, hoy día hay doscientas maneras más de mostrarte coherente: qué sé yo, no vender Clorox en tu Instagram, para empezar, por ejemplo. Creo que ese es un plus: no estar vendiendo Clorox en tu Instagram o elegir tus lugares, no sé. Para mí la coherencia no va tanto en lo que dices en los escenarios, especialmente en los bares, de noche, donde está todo el mundo curado…, ahí estás probando, seguramente vas a decir cosas con las que no estás de acuerdo, o cosas que no van a quedar en tu rutina para siempre. Pero si estás diciendo algo terrible en el Teatro Nescafé, en un show que ya está pulido, es diferente, creo yo.

—¿Tú crees que el humor une?

Totalmente. Algunos, pero sí, de todas maneras. Hablar mal de alguien… Ese pequeño shot adrenalínico cuando decís “¿Y qué me dices de tal persona?” y no sabes cómo va a reaccionar la persona a la que le dijiste, porque puede que te diga “¡Es mi primo!”.

—¿Tú crees que en el fondo la labor del stand up es que la gente se sienta más unida?

Sí, totalmente. Yo creo que el stand up gringo, como ya es una industria tan grande, ya es como una especie de idioma. Es casi rítmico, lo puedes escuchar en la TV de la pieza de al lado y se oyen unos sonidos y unos jajajá y ya sabís que es stand up. Como que suenan, como que hay un ritmo de primicia y remate, entonces la libertad, la espontaneidad de ese modelo tan Comedy Central es poca porque ya es un formato. Pero tú vas a los bares en Estados Unidos y no es así, es mucho más libre.

—Sí, también pasa en Chile con todos estos humoristas de la televisión o del Festival de Viña. Uno los ve en sus shows en vivo y son otra cosa.

Creo que el stand up es en vivo, no es grabado. Lo que uno ve, o sea cuando decís “qué bueno el especial de John Mulaney”, es un Frankenstein lo que estás viendo. Mulaney grabó cuatro veces, editó todas las partes buenas, le suben las risas, es un producto hermoso de mirar y muy perfecto, pero está editadísimo. La vida real es más aburrida, pero en vivo es mucho más chistoso porque está ahí el señor y no sabes lo que va a decir.

—¿Pero qué pasa cuando el escenario es grande, como el Nescafé o el Festival de Viña?

No, ahí ya es otra cosa, lo que tienes que hacer es una secta, ya. Yo estoy hablando de un carrete chico en que salimos todos amigos. Eso es ya religión organizada (risas). Pero pasa un poco igual, pasa un poco. Siento que con los comediantes de acá ha pasado un poco: Avello, Edo Caroe, la Nata Valdebenito, tengo la impresión de que los tres convocan a más gente. Son cada uno una religión distinta, igual. Son gente que amo, gente que de verdad quiero mucho, gente que admiro, que respeto y que, o sea, les robaría todos los chistes a los tres. Son todos como un pedazo de Chile, siento. ¿O no? La Nata también, incluso sus shows con ese traje de dos piezas, siento que es como todas las mujeres que veo en la calle. Es muy loco eso, de verdad reflejan algo tan grande. Yo no tengo eso, ni una posibilidad.

—¿Crees que es más importante para la gente ver a alguien que ver un material o no?

Sí, yo creo eso. Más que decir cosas originales, ser original. Quizá son un poco lo mismo, pero, no sé, tiene que ver con conocerse a uno mismo, y no hay talleres de stand up para eso.

Risa adentro

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