Читать книгу Razón y persona en la persuasión - Rafael Jiménez Cataño - Страница 6
Оглавление2. Márgenes del diálogo*2
El título que se me presenta de modo espontáneo para este segundo capítulo es “extremos del diálogo”. Si no lo dejo así es por evitar que se entienda sólo como el extremo que se debe evitar, siendo que cabe el sentido de puntos de referencia, de elementos entre los que se encauza el diálogo sin que prevalezca ninguno de los dos. ¿Qué cualidades vemos en las personas naturalmente dotadas para la mediación? Una de importancia capital es la capacidad de entender lo que el otro dice, a veces en marcado contraste con lo que el tenor de las palabras parece expresar. Ya la sola posibilidad de pensar en esto nos revela que hay allí dos elementos: algo que pueden compartir los dos interlocutores, y una presentación que puede cambiar sin que lo presentado se les escape de las manos.
2.1. Relativismo y fundamentalismo
Luigi Pareyson (1918-1991), del ámbito de la filosofía hermenéutica y del existencialismo (él prefería la segunda denominación), encontraba aquí la diferencia entre la verdad y sus formulaciones. Cuando se confunden es inevitable caer en uno de dos extremos: o se parte del principio de que la verdad sólo puede ser una, y se elimina la pluralidad de formulaciones; o se parte de la experiencia de esa pluralidad, con la constatación de que diversas formulaciones resultan verdaderas, y entonces se niega la unicidad de la verdad. El primer extremo es el fundamentalismo; el segundo, el relativismo.
El fundamentalismo puede presentar también otras características, y en los últimos tiempos se ha convertido en una etiqueta vaga de algo aberrante –como ha sucedido con el término “fascista”–, pero su estructura básica está en fijar una forma excluyendo otras posibles, muchas veces debido a una falta de capacidad interpretativa.
2.2. Verdad y persona
La verdad, al admitir una pluralidad de formulaciones válidas, se aproxima notablemente a la realidad de la persona (una proximidad muy presente en la filosofía de Pareyson): también la persona es así. ¿Quién de nosotros es exactamente igual para dos personas? Sin que estemos hablando de doblez, es fácil ver cómo con cada uno de los miembros de nuestra familia, con cada uno de nuestros amigos, somos de un modo diverso, porque la relación es personal: las formas del afecto, el tipo de humorismo, el modo de considerar evidente o no lo que decimos.
Mencioné antes la noción de interpretación. Entre los muchos campos en los que esta noción es pertinente, propongo pensar en el musical y el teatral. Pareyson dice que la obra de arte “no es un ‘objeto’ al cual el intérprete deba adecuar su representación desde el exterior, ya que la obra está caracterizada por una ‘inobjetivabilidad’ que le viene del ser inseparable de la ejecución que la hace vivir y, al mismo tiempo, no poderse reducir a ninguna de sus ejecuciones”.1 Estoy en todo mi derecho de que la interpretación de, pongamos, Daniel Barenboim de la sonata para piano de Beethoven Op.111 me guste por encima de todas las demás, pero declararla como la única, decir que sólo ésa es la sonata Op. 111, eso es fundamentalismo.
Hace años, después de haber visto el Hamlet cinematográfico de Zeffirelli (1990) o de Kenneth Branagh (1996), no recuerdo ahora cuál, me tocó oír el comentario condescendiente de una persona de más años que yo: “Bien, está bien, pero Hamlet, el verdadero Hamlet, es el de Lawrence Olivier” (de 1948). Probablemente es el que vio en su juventud y todo lo demás lo juzga con ese modelo. Fundamentalismos de este tipo es difícil no tener alguno: en cuestiones de gustos y modales, en lo que consideramos propio de una tradición o ajeno, etc. La amistad, el diálogo, el incremento de nuestra cultura y alguno que otro frentazo nos los descubren poco a poco y nos hacen más libres.
Ahora, si queremos ejemplificar un fundamentalismo de mayor calibre, pensemos en el cisma de Léfebvre de 1988. ¿No era auténticamente católico lo que él quería? El problema estaba en lo que negaba al identificar el catolicismo con una de sus formas históricas: el catolicismo es eso, sí, pero también mucho más. Me parece importante abordar el tema en el campo de la fe, porque cabe la tendencia a aceptar la pluralidad de formulaciones en todos los campos menos en éste. Aquí el Catecismo de la Iglesia católica nos apoya casi con las mismas palabras al afirmar que “no creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe nos permite ‘tocar’. ‘El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad (enunciada).’ Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Éstas nos permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más”.2
2.3. El conocimiento encarnado
La pluralidad de formulaciones nace de la condición humana, del hecho de que no nos venga dado todo con la naturaleza sino que nos hayamos de llevar a plenitud por medio de una cultura, y aquí caben infinidad de direcciones. Cada uno de nosotros parte de un lugar, una determinada familia, un idioma, una educación del paladar, unos estudios, unos gustos en parte congénitos y en parte adquiridos, convicciones en diversos campos, etc. Cuando alguien, tras un buen tramo de la existencia, se encuentra con otro, cada uno habrá explorado el mundo siguiendo el recorrido que la vida le fue ofreciendo, entendiéndolo según los recursos que tenía a disposición, usando todo su léxico para denominar las cosas con las que se iba topando. En ese encuentro es razonable que no hayan coincidido en asociar la misma palabra a la misma cosa, que no hayan atribuido la misma relevancia a un concepto, que no hayan postulado la misma jerarquía entre varias realidades. Es entonces probable que a veces, pensando lo mismo en algún tema, les parezca que sus posiciones son divergentes, porque lo son sus formulaciones. Aprender a dialogar y a interpretar es ante todo alcanzar la conciencia adecuada de los recursos propios y ajenos y, con esto, superar éstos y aquéllos.
En la encíclica Fides et ratio se afirma que, “aunque la formulación esté en cierto modo vinculada al tiempo y a la cultura, la verdad o el error expresados en ella se pueden reconocer y valorar como tales en todo caso, no obstante la distancia espacio-temporal”.3 Con esto se recorre el camino que va de la pluralidad de formulaciones a la unidad de la verdad. El camino inverso (reconocer legítima la pluralidad de formulaciones) se expresa al afirmarse que “ninguna forma histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad ni ser la explicación plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con Dios”.4
Me viene a la memoria el tiempo que estuvo detenida la causa de beatificación de Duns Scoto porque su doctrina no se veía compatible con el tomismo. Por fortuna terminó por imponerse el criterio de la compatibilidad con la Revelación, abriendo paso a su beatificación en 1993,5 y así tenemos la maravilla de dar culto a dos personajes cuyos pensamientos, más allá de la diversidad, más allá de una muy notable diversidad, nos hacen pensar en una divergencia irreductible.
1 Luigi Pareyson, Verità e interpretazione, Milán, Mursia, 1971, p. 71.
2 Catecismo de la Iglesia católica, núm. 170. La cita es de Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 2-2, 1, 2, ad 2.
3 Juan Pablo II, Carta encíclica Fides et ratio, núm. 87. Este punto está en cierto modo preparado por el núm. 5: “La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual”.
4 Ibid., núm. 51. Este punto está preparado por el núm. 4: “La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático. Gracias a este proceso, en diferentes contextos culturales y en diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la elaboración de verdaderos sistemas de pensamiento. Históricamente esto ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico”. Además de los números 87, 51, 5 y 4 se puede sugerir, a quien desee profundizar en el tema, la lectura de los números 92 y siguientes.
5 Con tal ocasión el Pontificio Ateneo Antoniano organizó el congreso Via Scoti. Methodologica ad mentem Ioannis Duns Scoti, del 9 al 11 de marzo de 1993, en Roma. De ese evento publiqué una reseña en Acta Philosophica, 1993, 2(2):331-332.