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El origen de la civilización maya

“Si los progenitores prehumanos del género humano no se hubieran convertido ya en animales sociales, es difícil imaginar de qué manera podrían haberse convertido en seres humanos. Una vez que el hombre se hubo convertido en ser humano, continuó en sociedades primitivas durante centenares de millones de años antes de que aparecieran las primeras civilizaciones”.

Arnold J. Toynbee

Historia del territorio

Medio ambiente

En días prehistóricos, el grupo maya estaría unido en un territorio; habrían iniciado la vida sedentaria, las actividades agrícolas fundamentales, cuando la diáspora huasteca; el descubrimiento de la cerámica ya los encontró separados. Pero la circunstancia de haber islotes “de vivencias etnográficas huasteco-mayas”, a lo largo de la costa de Veracruz, hace pensar también en otra posibilidad, puntualiza José Luis Melgarejo: una primitiva ocupación del territorio por tales pueblos, interrumpida posteriormente por totonacas y popolocas. De todos modos, el conocido territorio maya “conservó la unidad por siglos” y sus alteraciones no han dejado de ser simples variaciones, “tal vez al contacto con otros pueblos y culturas operando marginalmente, toda vez que las incrustaciones en el interior del cuerpo maya, le fueron absorbidas”.

En el análisis sobre la causa productora de la cultura maya, en el supuesto del clima, Melgarejo expone dos corrientes, la de Ellsworth Huntington, que cree que la civilización maya surge cuando la oleada climática sustrajo humedad y la selva fue sustituida por la sabana, o la de Arnold J. Toynbee, que sin desechar los fundamentos ni las relaciones entre clima y civilización, dentro de su marco de incitación y respuesta, estima que la tremenda selva maya acuna los elementos de una civilización adecuada para domarla.

Melgarejo recuerda que, en tono menor, pero más concreto, los mayistas plantean el problema de las Tierras Altas y las Tierras Bajas. Con otras palabras, Sylvanus Morley divide el principio de la civilización maya según los orígenes del cultivo del maíz. Sitúa la clave del origen en las tierras altas de Guatemala, y la acompaña con los viejos testimonios de la cultura material. Pero no descarta la consideración de las Tierras Bajas, a partir del eje Uaxactún-Tikal. El maíz, recordemos, se adapta a todos los climas y para los pueblos prehistóricos es una planta divina. “El maíz moriría irremisiblemente si no tuviera los cuidados constantes del hombre que cava la tierra, que lo cosecha y que lo siembra. A diferencia del trigo y de los demás seres vivos que sirven de alimento, el maíz no existe en estado silvestre y nunca ha podido evadir la mano del hombre para crecer libre. No puede vivir libre. El viento no puede esparcir la semilla, sembrándola en el suelo”, escribe Paul de Kruif en Los vencedores del hambre.

Morley considera definitivo el encuentro de “una escritura jeroglífica y una cronología únicas en su género” y la “bóveda de piedra salediza”. José Luis Melgarejo añade que para lo primero así es, considerado el ejemplo de la inscripción de la Cuenta Larga; “pero ahora es obligado el cotejo con inscripciones de indudable filiación olmeca y aunque parezca temerario, todavía no podrá echársele siete candados a la posibilidad tolteca de haber contribuido, en parte, aun cuando fuese mínima”.

La influencia olmeca parece evidente, pero lo anterior “no rebaja los brillantes méritos” del maya en el Preclásico, ni después, con otras influencias externas, que absorben más “como acicate” para respuestas espléndidas, que como inhibidores de potencias creadoras. Melgarejo resume las notables características de su capacidad mental, de su lengua melódica, de su esfuerzo perseverante y de su fina sensibilidad, estaban en marcha. Y Eric Thompson, a su vez, puntualiza que las tres características que señalan el nacimiento de la cultura maya en las tierras abajeñas del área llegan a Uaxactún “casi simultáneamente”: la escultura de estelas con jeroglíficos, la erección de templos con techo de piedras saledizas, y la introducción de cerámica polícroma.

La división territorial

“Cada cual cree lo que le acomode; yo pienso que la naturaleza puede hacer cosas grandes”.

Pedro Mártir de Anglería

El pueblo maya se instala en un entorno de unos 400.000 kilómetros cuadrados que, en la actualidad, ocupa el sudeste de México, Guatemala y Belice, el occidente de Honduras y El Salvador. El paisaje, a pesar de situarse por debajo del Trópico de Cáncer, lo condiciona la altitud y en este sentido, se establecen tres regiones que coinciden con otras tantas fronteras culturales: la costa Pacífica y Bocacosta, que se levanta hasta los 800 metros de altitud. Esta llanura costera –que se utiliza desde los primeros momentos de ocupación Mesoamericana como “zona de migraciones”, es muy ambicionada desde el punto de vista comercial– enlaza el istmo de Tehuantepec con El Salvador. Entre los esteros y lagunas se mueven reptiles, tortugas, caimanes, aves de vistosos plumajes, serpientes, jaguares, ocelotes, pumas o venados. Las Tierras Altas –consideradas marginales–, con alturas de hasta 3.000 metros y las Tierras Bajas (Norte, Centro y Sur), son el centro donde crece y se desarrolla la cultura maya.

En términos generales, el mapa arqueológico de la zona maya comprende tres regiones: al Norte, la península de Yucatán, área septentrional. Es una meseta calcárea ondulada, con tierras un tanto áridas, donde sólo las colinas puuc –que no pasan de los cien metros sobre el nivel del mar– señalan una ligera elevación, que parte el ancho paisaje, entre el contraste de sus blancas y rojizas calizas, con el verde del monte un poco más alto. Carece de lagos, y de ríos, salvo el Lagartos, Champotón y Xelhá, algunas aguadas y lagos principalmente en la parte oriental costera de la península, como Bacalar y las lagunas de Chichankanab y Cobá; las únicas fuentes acuíferas son subterráneas. Los pozos que se descubren por el hundimiento del terreno se denominan ‘cenotes’ (dz’onot, en maya). La tierra porosa permite una rápida filtración del agua. La vegetación es densa y poco elevada. Entre los animales de la zona, destacan monos, tapires, loros, aves trepadoras como los quetzales, de hermosas plumas, guacamayas, venados, jaguares, temibles garrapatas, la amenazante mosca “chiclera”, hormigas “arrieras”, cucarachas “voladoras”, arañas “viuda negra”, mosquitos, o serpientes venenosas como el coralillo o la víbora sorda, así como abundantes abejas.

El centro ocupa parte de Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Belice y occidente de Honduras, territorio que ya anuncia, con una selva abigarrada de grandes árboles y bosques tropicales, ríos caudalosos y lagos alrededor de la antigua Cobá y de Chetumal, en la costa oriental de la península yucateca, las características geográficas y climatológicas de el Petén. Sólo en la desembocadura del Grijalva, el río se expande un kilómetro y medio de anchura. El centro forma parte de las Tierras Bajas, una ancha franja que va del golfo de México al mar Caribe y el golfo de Honduras. Las Tierras Bajas engloban un clima lluvioso, pantanos, lagos como el Petén-Itzá o de las Flores, el lago Izabal y el valle del río Motagua, con ríos muy caudalosos. En el Petén guatemalteco hay pequeñas elevaciones con alturas hasta de 600 metros sobre el nivel del mar, entre sabanas y tierras bajas que en la época de lluvias se convierten en pantanos y ciénagas. El clima es muy cálido y húmedo, por sus lluvias torrenciales.

Jacques Soustelle dice que “en mitad de las inmensas selvas del Petén nació la civilización maya, bajo un cielo tórrido y lluvias torrenciales, de tres a cuatro metros de precipitación por año”. Abundan los árboles de maderas preciosas, caobas, cedros, ceibas, palmeras, árboles de caucho, o palo de tinte. Viven multitud de roedores, iguanas, armadillos, venados, ocelotes, arañas, tucanes, chachalacas y una gran variedad de reptiles venenosos, abejas y muchos insectos, muchos de ellos perjudiciales. La tierra cultivable es delgada y frágil y cubre un suelo de piedra calcárea sembrada de núcleos de sílex, que hace difícil la preparación de los campos para el cultivo del maíz. En territorio hondureño, se levanta Copán. El centro por la parte occidental mexicana adquiere condiciones más o menos parecidas a las del Petén Guatemalteco, en la cuenca del gran río Usumacinta, con sus poderosos afluentes tributarios: la Pasión, Jataté, Lacanhá o Lacantún y sus lagos Miramar o Metsaboc; la zona es más accidentada y ondulada y se eleva ligeramente en la zona de Palenque. En la meseta de Chiapas destacan las pirámides de Toniná. En los Altos de Chiapas abundan ricos yacimientos de minerales de jadita y serpentina, ambicionada por los mayas.

La tercera región maya, meridional, pertenece a los Altos de Chiapas, Guatemala y El Salvador, con sus bosques de pinos, volcanes muy activos, y yacimientos de obsidiana; hay alturas que sobrepasan los 4.000 metros de altitud y altiplanicies de clima templado y vegetación de sabana. Es un área muy escarpada con fértiles valles de mayor o menor amplitud, con ríos que bajan hacia el Pacífico. El otro altiplano por donde descienden el Grijalva, en Chiapas –hacia el golfo de México– y el Motagua, Polochic y el Sarstum, en Guatemala –en dirección al Caribe– tiene la misma dialéctica montañas-valles, con una amplia hidrografía. Y entre conos volcánicos, el lago Atitlán y Amatitlán. Su diversidad orográfica permite que se hable de tierra fría, caliente y templada. Según se avance hacia el Norte, sus precipitaciones fluviales se incrementan, en mayor cantidad de las que asoman en la vertiente que desemboca en el Pacífico. Destacan el jaguar, el ocelote, el puma, el venado, el conejo, numerosas aves (quetzal). La montaña proporciona lava, toba, obsidiana y ceniza.

Durante el Periodo Preclásico (1500 a.C. a 200 d.C.), los mayas desarrollan la agricultura y construyen poblados. Los lechos de los pantanos y los ríos de las tierras bajas selváticas proporcionan el material fértil para productos de elevada producción como maíz, cacao, chile, tomate, chayote, henequén, tabaco, mamey, papaya, aguacate y algodón. Los ríos Hondo (Belice), Usumacinta –nace en Guatemala– y Grijalva –emana en la meseta central de Chiapas– proporcionan el acceso al mar mediante canoas. Esta cuenca de los ríos Usumacinta Grijalva tiene una superficie de 32.760 kilómetros cuadrados y recibe la mayor cantidad de agua de México.

Los primeros mayas

El área maya fue poblada hacia el 11000 a.C. por pequeñas bandas de cazadores-recolectores. Tras un proceso evolutivo, en el que interviene un cambio climático, los hombres alteran su tecnología y organizan su sociedad. Se convierten en agricultores y domestican plantas; otros grupos se adaptan a las costas y recolectan alimentos en los esteros y el mar. Desde tiempos remotos, por este territorio se asientan numerosos grupos, cuyos restos materiales provienen entre otros de Chiapa de Corzo, Tonalá, Izapa, Mazatán, Padre Piedra, Santa Rosa, en Chiapas; Kaminaljuyú, El Baúl, La Victoria, Zacualpa, Uaxactún, Champerico, en Guatemala; playa de Los Muertos, Yojoa y Cobán, en Honduras; Barton Ramic, Benque Viejo y Mountain Cow, en Belice; Santa Rosa Xtampac, Edzná, Xicalango y Tixchel, en Campeche. Cenote Maní, Yaxuná, Dzibilnocac, Holactún, Dzibalchaltún, y otros, en Yucatán; Cobá, en Quintana Roo, y Balancán, en Tabasco.

La evidencia lingüística de que estos hombres son mayas, proviene de los inicios del Preclásico. Se establecen los patrones básicos de la civilización, con sistemas agrícolas, poblados sedentarios e introducción de la cerámica. Según lingüistas como Campbell y Kaufman, citados por Soustelle, los antiguos olmecas habrían hablado la lengua zoque, confinada en la actualidad a ciertas zonas montañosas de Oaxaca. Ese pueblo zoque se habría incrustado como una cuña en la masa premaya, empujando a dos fracciones, una hacia el norte de Yucatán y otra hacia el sudeste por Guatemala. Según Alfonso Toro, la lengua maya “es aglutinante”: los monosílabos, que son muy abundantes, no se alteran al reunirse para formar nuevas palabras, sino que se modifican por medio de afijos y sufijos. La lengua “es gutural, abundante en vocales y onomatopeyas” y se expresan en ella “toda clase de ideas, debido tanto a su riqueza cuanto a su facilidad para formar nuevos vocablos”. El maya tiene verbos y palabras para expresar acciones y cosas “que no tienen correspondencia en español”. Su diccionario contiene más de treinta mil voces.

Desde el punto de vista lingüístico, el territorio maya parece un bloque homogéneo. Jacques Soustelle compara las semejanzas en Europa entre el italiano, el francés o el español, con el tronco del latín, y los dialectos del chol, el tzeltal y el tzotzil de Chiapas, el quiché, el mame, el cachiquel de Guatemala o el chorti de Honduras, con el maya de Yucatán. A excepción de la lejana rama huasteca desligada del tronco maya hace tal vez unos tres mil quinientos años y establecida en el noreste de México, todos los indios que hablan maya se concentran en la parte de la América Media.

Sobre la naturaleza de la lengua maya, Tozzer admira la “unidad geográfica” de los pueblos mayas: “parecen haberse contentado con permanecer largo tiempo en un mismo lugar y es evidente que no tenían por costumbre establecer colonias en regiones distantes del país”.

Los grupos que finalmente ocupan el territorio maya, puntualiza Piña Chan, se parecen por cultura y lengua a los primeros pobladores de la Costa del golfo, los cuales desde 1800 antes de la era, comienzan a extenderse de Pánuco hasta Centroamérica, “desarrollando variantes regionales e interrelacionándose e influyendo algunas sobre otras, como sucedió con los olmecas en tiempos tempranos”. Esto explica la relación lingüística de huastecos y olmecas.

Es una época de influencia olmeca que deja por el Sur, rastros de vida compleja, una ideología y una organización a base de centros (montículos, estelas y altares grabados, sistema de escritura y calendario). En las Tierras Bajas, en una evolución autóctona, aparecen los primeros centros jerarquizados, aunque existe menor complejidad. Antes de nuestra era, allá por el año 400, los antiguos mexicanos estratifican la población de manera que hubiera especialistas económicos y políticos de tiempo completo y que tales hombres “tuvieran acceso preferente a las riquezas que el grupo producía u obtenía por cualquier medio”, escribe Miguel Rivera Dorado en Luces y sombras de la civilización maya.

¿Eran premayas los que poblaron Tikal y Uaxactún que cultivan maíz y usan cerámica monocroma en la época Preclásica, entre los años 800 y 600 antes de nuestra era? Es imposible asegurarlo pero Eric Thompson lo cree así, por las figuras de barro cocido que muestran formas de cabeza y nariz “típicamente mayas”, y por el único cráneo más o menos conservado y descubierto en Uaxactún, que “es extremadamente branquicéfalo”.

En el Preclásico Temprano (2000-1000 a.C.) los pequeños poblados más importantes son los de Cuello (Belice), Maní y Cueva de Loltún (Yucatán), Altamira (Chiapas), Ocós y Salinas La Blanca (Costa del Pacífico de Guatemala). Al final del periodo hay asentamientos en Ceibal y Altar de Sacrificios, en la selva del Petén. En el Preclásico Medio (1000-400 a.C.), como producto de transacciones comerciales en la zona del Pacífico, entre las que destaca la jadeita, aparece la escultura monumental y la escritura, en Padre Piedra (Chiapas), Abaj Takalik (Guatemala) y Chalchuapa (El Salvador). En el Preclásico Tardío, que María Josefa Iglesias sitúa entre el año 400 a.C. y el 100 d.C., se perfilan “con mayor claridad” los rasgos que definen el Periodo Clásico, reflejados en Tikal y el Mirador, en Guatemala, o en Cerros y Lamanai, Belice, donde surgen ya grandes plataformas sustentando templos –que indican una marcada tendencia religiosa–, enterramientos de élite –síntoma de jerarquización social– y calzadas entre los edificios.

Si se modifica levemente el periodo del Preclásico tardío (300 a.C. a 300 d.C.), se observa que mientras se potencia la cultura de élite en el Sur, surge en las Tierras Bajas una iconografía a base de grandes mascarones de estuco colocados en los basamentos de los templos, que son fiel reflejo del poder de los reyes, que se sitúan en el centro del universo interfiriendo en la órbita del Sol y de Venus; se inicia una arquitectura pública monumental en torno a la cual se organizan los centros. Hacia el final del Preclásico algunos sitios del sur como Abaj Takalik o Chalchuapa, decaen en beneficio de la región de Petén, donde ciertos núcleos inician un período de poder sin precedentes: El Mirador, Tikal, Cerros, Lamanai y Uaxactún. Algunos de ellos, sin embargo, decaen. María Josefa Iglesias cree que entre el año 100 y el 250 d.C., hay una etapa de “indefinición” en la historia maya. La decadencia y el cambio habrían nacido de la catastrófica erupción del volcán Ilopango, en El Salvador, que despuebla una amplia zona en su entorno, y causa la emigración de grupos supervivientes “con sus variaciones culturales correspondientes”.

La sociedad primitiva

Los antiguos mayas acostumbran deformar el cráneo de los recién nacidos para obtener una frente aplanada que casi se confunde con el plano de la nariz, como se observa en muchas figurillas, estelas o pinturas. Practican la bizquera intencional y la escarificación principalmente en la cara, “como ideal estético”, como rasgos de nobleza o alcurnia “para distinguirse de otros pueblos”, según Román Piña Chan. “Los mayas son de mejor figura que el resto de los indígenas, de mediana estatura, recios, de brazos muy largos, de cabello negro y poseen por lo general gran fuerza muscular. Branquicéfalos, sus índices cefálicos son los más altos de todos los de las tribus aborígenes del sur de México. La frente es ancha, los pómulos salientes, la nariz aguileña y la mirada audaz”, escribe Alfonso Toro. Para Sylvanus G. Morley, “el color de los mayas es de un vivo pardo y cobrizo; las mujeres, por regla general, son ligeramente más oscuras que los hombres”. Afirma que el trazo de ciertas líneas de la palma de la mano de los mayas modernos y el de los chinos se parecen tanto entre sí “que indican un grado notable de semejanza racial”.

Evolucionan de una sociedad aldeana a una sociedad teocrática y posteriormente militarista. En la primera etapa, gobiernan la comunidad “jefes de prestigio” gracias a su experiencia y edad. Organizan el trabajo comunal y deciden qué conviene a la sociedad tribal. En la etapa teocrático, aparece un grupo social que basa su poder en la religión para obtener tributos de la masa campesina y artesanal incipiente. De ahí surge una sociedad estratificada con jerarquías sociales y funciones específicas “en la que ya existía la desigualdad y la explotación de unos pocos sobre muchos“, estima Piña Chan.

Este tipo de sociedad militarista se agudiza y trae como consecuencia afanes guerreros, conquista y comercio. Así se fundan los grupos en el poder, como se observa durante las etapas Clásica y Posclásica. En resumen, la estratificación muestra una sociedad divida en clases: en la cúspide, la clase minoritaria, nobles, señores y sacerdotes; en la parte inferior, los mercaderes profesionales, un estrato intermedio entre los nobles y la gente común, según Alberto Ruz Lhuillier. La gran masa por debajo de los anteriores y, aún más abajo, los esclavos, prisioneros de guerra, carne de cañón para los sacrificios humanos. La civilización maya se sitúa en el tiempo desde fines del siglo III de nuestra era, hasta la conquista española. Las fechas extremas que se admiten en esta tesis son, para el principio, el año 292 grabado en la estela más antigua de Tikal (Estela 29) y, para el fin, el año de 1541, cuando los conquistadores se apoderan de Yucatán. En suma, la historia maya empieza en Diocleciano y termina con Felipe II. El principio en Tikal, donde aparecen los primeros mayas, por la muestra desde el siglo I, de la bóveda falsa o de piedras saledizas, tan característica de la construcción maya. Y el fin de este mundo, en la ciudad lacustre de Tayasal, a unos treinta kilómetros de Tikal, donde se registra la muerte de una de las grandes civilizaciones de la humanidad, en palabras de Soustelle. Principio y fin en la selva del Petén.

Los mayas, sin embargo, no se rinden con facilidad.

Los mayas

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