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Clásico maya

“Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo”.

Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché. Capítulo primero

Imperio Antiguo

Cuna de una civilización

En Mesoamérica, los mayas desarrollan una de las más altas culturas durante el Periodo Clásico (250 a 900). Se considera la más desarrollada del hemisferio occidental. Para Sylvanus G. Morley, los mayas son “los griegos de América”, tal vez como dice Miguel Covarrubias, a causa de que su estética y logros técnicos “son más comprensibles para el punto de vista occidental” y también porque pueden más fácilmente “compararse con los de las civilizaciones del Viejo Mundo”. El arte maya combina el preciso hieratismo de los egipcios, la extravagancia decorativa de China y la sensual exhuberancia de la India, afirma Covarrubias.

Su historia clásica, posclásica y colonial recorre varios siglos, desde el año 400 en el entorno de las tierras bajas del Petén, hasta el XVII, durante el siglo de la Conquista por los soldados españoles. A lo largo de seis siglos, desde el IV hasta el X, la cultura maya clásica se extiende por la zona sur de Yucatán y el noroeste de Guatemala, El Salvador y Honduras. Es un tiempo lleno de esplendor que algunos llaman Imperio Antiguo, término que parece obsoleto, porque tampoco denominan Nuevo Imperio maya. En esta época se fortalecen las ciudades-Estado que se unen o separan “con fines bélicos por lo general”. Alberto Ruz precisa que en el momento de la conquista europea el área maya se divide en entidades políticas autónomas, estados, provincias o cacicazgos independientes. En la Época Clásica “debió existir una situación semejante”, no sólo porque la población está formada por numerosos grupos etnolingüísticos, sino por la diferenciación estilística que revelan los sitios arqueológicos, “pese a que la mayor parte fue ocupada por pueblos de un mismo nivel tecnológico, económico y cultural que participaba de los mismos conocimientos y de las mismas creencias”.

Es posible que con la erupción del volcán Illopango –en el altiplano salvadoreño– el desequilibrio ecológico del valle Zapotitlán, Chalchuapa y de otros centros que concentran la influencia olmeca, y un desarrollo maya de carácter autónomo, se despueblan, se abandonan y sus habitantes emigran hacia las Tierras Bajas; entonces se establecen y entablan relaciones culturales fructíferas con el área de Belice, el Petén y las Verapaces. Esta simbiosis, mezclada con el desarrollo autóctono de las comunidades en El Petén central, origina un auge cultural que, en su fase más desarrollada, crea un nuevo tipo de cerámica, otra arquitectura y un sistema de escritura. Paralelamente, se incrementa la población. Al final de estos ajustes y cambios históricos, se inicia una época de mayor esplendor a la que se denomina Clásica.

Es paradójico que la civilización maya nazca en lo más profundo de la selva baja, donde las condiciones geográficas –cálidas y húmedas con una altísima pluviosidad, que no se limita sólo a los ocho meses de temporada de lluvias, la existencia de reptiles venenosos y la abrumadora cantidad y variedad de insectos, entre ellos los mosquitos que pueden convertir la noche y el día en un suplicio– no son idóneas y sus antiguas ciudades alcancen un alto desarrollo cultural. Sorprende otra cosa: ¿Cómo se alimenta la población maya, en esas circunstancias, año tras año, siglo tras siglo, al menos durante los seis siglos del esplendor Clásico? Esta pregunta se la hacen muchos investigadores y aun quedan dudas por despejar.

Guillermo Céspedes del Castillo admite que es un misterio que lo que geográficamente es una zona aislada, “de refugio”, se transforme en cuna de una civilización única entre las arcaicas; “sería, por añadidura, la más avanzada del Nuevo Mundo en conocimientos matemáticos y astronómicos, creadora de un calendario tan complejo como exacto, un poco más exacto que el gregoriano que todavía usamos”.

Fin de la visión ideal

La selva guarda, desde hace siglos, muchos secretos de la civilización maya, en todos sus periodos. Aun están por descifrarse algunos más. Sin embargo, hay conceptos que cambian con los años y sobre todo con el desarrollo científico y técnico. Hablemos sólo de uno: el satélite, que detecta los intransitables caminos selváticos. Una de estas nuevas ideas sobre esta cultura mesoamericana es la que cree ver el fin de una “visión idealizada” de los mayas como un pueblo pacífico, gobernado por sabios sacerdotes que se entregan a la observación de los astros y a la filosofía del tiempo, y que desconocen casi por completo la práctica del sacrificio humano.

La “barrera” que forman autores clásicos como Sylvanus G. Morley y J. Eric Thompson, se rompe hacia finales del siglo XX. López Austin y López Luján reconocen que algunos de sus conceptos, que dominan los estudios sobre los mayas, llegan a su fin: sitios como Tikal, Palenque o Copán, dejan de ser consideramos como meros “centros ceremoniales” a los cuales confluye la población campesina los días de fiesta religiosas y de mercado. “El predominio de esta visión durante muchos años –puntualizan ambos–, acotó las vías de análisis, distorsionó la imagen histórica de los mayas y los aisló artificialmente de su contexto cultural mesoamericano, inhibiendo en buena medida las comparaciones con sus contemporáneos”. Eran, se decía con insistencia, los creadores de una civilización única. Pero hoy, “se desmorona por fortuna la idea de un mundo monolítico, excepcional y aislado, con lo cual se potencian las perspectivas de estudio y los mayas recobran su fisonomía humana”.

Así pues, el mundo maya a pesar de su aislamiento físico territorial (selva, montaña, costa y planicie, en las tres regiones geográficas ya conocidas) se extiende por todo el sudeste de México hasta Centroamérica, la región sur donde conviven con “los no mayas”. La frontera sur mesoamericana es eminentemente maya y son pocos los que cultural y lingüísticamente no pertenecen a ella.

El Clásico maya que hace las “envidias” de los especialistas de otras áreas de Mesoamérica, queda cronológicamente establecido “con una impresionante exactitud”, apuntan Austin y Luján, pues sus fechas “límites” se fijan a partir de los años extremos que registran las inscripciones calendáricas de Cuenta Larga en los monumentos de piedra. Según esta fórmula de fecha absoluta, el Clásico se inicia en 292, concluye en 909 (estela de Toniná, en Chiapas), y está dividido en Temprano y Tardío por un hiato en el registro cronológico. Pero esta “supuesta precisión” queda en desuso con el reconocimiento del carácter gradual de los cambios históricos; por eso algunos mayistas prefieren cerrar en ceros para dar al Clásico Temprano una temporalidad que va aproximadamente de 250 a 600, y al Tardío una duración de 600 a 900. Estiman que la división que se establece en el 600 “no es artificial” pues se basa en dos hitos fundamentales: la interrupción temporal de la práctica político-religiosa de erección de estelas y dinteles, y la notable diferencia de los vestigios arqueológicos pertenecientes a cada una de estas mitades.

Con otras palabras, en la primera fase temprana del Clásico hay influencia teotihuacana y se impulsan los elementos culturales más característicos de los mayas. Durante la segunda época tardía del Clásico, sin el ascendente del centro de México, crece el índice demográfico, hay grandes concentraciones en las zonas urbanas y se produce un notable florecimiento económico, político y cultural. El fin del Periodo Clásico (o Terminal, de 800 a 900) en el territorio maya se inicia con el “colapso” que provoca la decadencia de numerosas capitales mayas, como veremos.

Incomparable serenidad

La estela y el trono son los símbolos materiales que expresan en la monarquía maya “la inmutabilidad y permanencia del poder real”. Además de esos dos elementos, los mayas dejan para la historia (casi siete siglos) abundantes y bellas estelas para glorificar a sus gobernantes. Miguel Rivera Dorado alude a las palabras de Burckhardt en su visita al Ramsés II de Abu Simbel a comienzos del siglo XIX, al comparar las esculturas mayas donde se representan a sus reyes: “incomparable serenidad y placidez propia de un dios”.

Las estelas son grandes bloques de piedra labradas que tienen forma de laja. El grabado puede ocupar el frente, el lado o la parte posterior. La técnica básica es el relieve y la incisión, con algunos casos de figuras casi exentas. Salvo en zonas de Copán o Quirigua, donde el material es más duro, la estela-altar maya es de piedra caliza. Pueden pesar hasta cincuenta toneladas de peso y medir de dos a diez metros de alto, por uno o dos metros de ancho. Debido a las condiciones climáticas, algunas de las estelas de piedra calizas se han deteriorado con el tiempo. Las estelas más antiguas se levantan en la costa del Pacífico y las tierras altas de Guatemala, pocos siglos antes del inicio de la era.

Según Rivera Dorado, en las Tierras Bajas estos monumentos se remontan a finales del siglo III y llegan hasta un siglo antes de la conquista española.

La estela 29 de Tikal tiene la fecha más temprana de las Tierras Bajas: 8. 12. 14. 8. 15 (292 d.C). Hasta el año 435, únicamente se levantan estos monolitos en las cercanías de aquella ciudad, en sitios como Uaxactún, Balakbal y Uolantún, “pero en las décadas siguientes la costumbre se extendió con rapidez, y cuando, en el 475 d.C. se dedicó la primera estela en Oxkintok, en el norte de Yucatán, el inmenso territorio quedó integrado en la participación de las creencias y valores que tal práctica entrañaba”.

Las estelas reflejan la historia de los mayas en esta época: todos los rasgos del monumento, la forma, las proporciones, los motivos accesorios y los colores que rematan la obra tienen significado. No hay nada superfluo. Sus símbolos son necesarios para darle contexto a la historia narrada, explica Rivera Dorado en Los mayas, una sociedad oriental. Así, la estela maya “da idea de la unidad y extensión de esa cultura”, pero sobre todo es la representación gráfica “de una ideología social”. Los textos privilegian las historias dinásticas según Austin y Luján y constituyen grandes apoyos místicos y propagandísticos a la ideología del poder. Es la expresión plástica, talladas las estelas a intervalos regulares de tiempo, de un tiempo cósmico, “en el marco de un culto cronológico que absorbía las capacidades intelectuales de los sacerdotes astrónomos”. Por tanto, la veneración de las estelas se justifica porque en ella reside el poder “y cada monolito quedaba convertido en una profecía”. Vista así, la construcción de monolitos es un procedimiento “mágico, un rito recurrente destinado a romper, suavizar o asumir el fatalismo inextricable de todo momento histórico”.

Bien, la estela representa el árbol cósmico.

El glifo emblema

Las estelas reflejan la historia oficial de los mayas. Pero no ha sido fácil llegar a tal conclusión. Los últimos estudios arqueológicos sobre ella, se complementan con los aportes de la epigrafía que redondea toda la evolución de la sociedad antigua maya. La identificación de los “glifos emblema”, o símbolos asociados a sitios específicos, refuerza con mayor intensidad el entorno de los centros de poder. Esta aportación original del “glifo emblema” se debe a Heinrich Berlin, que descubre en 1958 que hay un glifo exclusivo de cada ciudad maya. Tatiana Proskouriakoff estudia a su vez la zona de Piedras Negras en 1960 y confirma a Berlin. Y así, otros se añaden a la lista de investigadores hasta conseguir los “mensajes revelados” de las piedras labradas.

Estos “glifos emblema” lo integran un signo o elemento principal que resulta ser único para cada sitio. El signo va acompañado del prefijo ah pop (antes ben ich, equivalente a “señor” o “señor de la estela”) y de un prefijo “del grupo del agua” que se traduce como “precioso” o “en la línea de descendencia”. La estela es siempre, entre los mayas, uno de los signos principales de poder político. Así, un glifo emblema puede referirse a un nombre o título dinástico, o bien, como apunta Antonio Benavides Castillo, a algún topónimo particular. En el caso del glifo emblema de Quiriguá, por ejemplo, la lectura podría ser “en la línea de los señores de la estela de Quiriguá” o bien “señor de la dinastía de Quiriguá”. En todo caso, estos glifos emblema revelan una parte de la historia política de las ciudades mayas. Hasta ahora se conocen 35 glifos emblema, la mayoría del sur y del centro del territorio maya.

Los mayas aplican la escritura jeroglífica que tanto cuesta descifrar y así convierten “en un arte el diseño de estos jeroglíficos” que van desde los más simples escritos con pincel sobre papel a los tallados en piedra.

Morley y Thompson

Los dos grandes arqueólogos mayistas, Morley y Thompson, bloquean con sus tesis, el estudio de las estelas, a las que consideran el papel de marcadores temporales y no, como se afirma en época reciente, la muestra de una trayectoria histórica, en el contexto de su época. Para Austin y Luján, Morley y Thompson creen que la escritura maya se usa únicamente para fines religiosos, calendarios y astronómicos, quedando muy lejos de los temas de carácter político y cotidiano. Con su postura, los arqueólogos del siglo XIX y mediados del XX, las consideran sólo como “ídolos”, jefes o sacerdotes. Morley cree improbable que los mayas hubieran narrado jamás acontecimientos o biografías de carácter histórico “y llegaba a describir como fenómenos astronómicos antropomorfos algunas escenas de triunfos bélicos del tipo dintel 2 de Piedras Negras”.

Rebasadas las tesis de los dos arqueólogos clásicos, ahora se argumenta que los mayas glorifican su nombre y sus hazañas en piedra para la eternidad. El cambio de actitud en el estudio de la historia maya se debe a Heinrich Berlin, David Kelley, Alberto Ruz y sobre todo a Tatiana Proskouriakoff, desde que en 1960 descubre que los contenidos en los monumentos de Piedras Negras se refieren a las biografías de sus gobernantes. En A pattern of dates and monuments at Piedras Negras, Tatiana identifica los glifos para nacimiento, entronización, captura, captor, sacrificio y muerte. Pero no sólo identifica los verbos, sino también a los sujetos (gobernantes) de cada oración, y con ellos el contenido histórico de las inscripciones mayas.

Tatiana revela en palabras sencillas la historia de los gobernantes mayas, su nacimiento, el ascenso, su matrimonio, su caída, su muerte, sus conquistas o la historia de los sucesores. Según Mercedes de la Garza, los mayas dejan plasmado en piedra la preocupación de los hombres y también de su propio ser histórico. La posición de los dos grandes mayistas clásicos, sin embargo, parece cambiar. Morley, el más reacio a mover su actitud, reconoce en 1915 que “ha sido demostrado, más allá de toda duda, que la mayoría de las fechas en los monumentos mayas se refiere al tiempo de su erección, de modo que las inscripciones que ellos presentan son históricas, dado que tienen registros contemporáneos de diferentes épocas”. En 1946, en su obra The Ancient Maya, se retracta y afirma que “no refieren historias de conquistas reales ni registran los procesos de un imperio, ni elogian, ni exaltan, glorifican o engrandecen a nadie”. Thompson sigue por su parte, en 1954, el mismo camino que su colega, en su obra Grandeza y decadencia de los mayas, pero en su último libro de 1970, Maya History and Religion, interpreta los monolitos en otro sentido y cree que sí cuentan historias sociales.

Arte y cultura

El tiempo y la memoria

Los inicios de la cultura clásica maya en las Tierras Bajas marcan la culminación de la diferenciación con otras culturas de la superárea de Mesoamérica, Teotihuacán y Monte Albán, sobre todo. Pero es igualmente contemporánea en algunas fases, con éstas y con otras más alejadas, en Occidente y la costa de Veracruz. Es marcado el avance técnico entre los mayas, como muestran el desarrollo de sus ciudades y centros ceremoniales, entre otros factores que ya se han visto, incluido el arte, las matemáticas, la astrología, el comercio o el calendario. La cultura camina hacia una etapa superior, ahí donde en otros momentos lo Preclásico inicia un incipiente desarrollo. Todo florece en el territorio maya.

En una sociedad estratificada como la maya, el arte persigue un doble propósito, estimula la fe religiosa y enaltece a los gobernantes. Para lo primero se construyen pirámides y para lo segundo, los bajorrelieves o estelas sirven para representar al jerarca. Alberto Ruz precisa que los distintos estilos artísticos apoyan la visión de un territorio dividido en Estados autónomos; además del factor geográfico, procesos históricos, influencias o invasiones extranjeras “explican cambios repentinos en la temática y en el estilo”. Sin embargo, lo singular es la importancia que se atribuye a la figura humana, no por sentimiento humanístico, sino por la necesidad que experimenta la clase dominante “de justificar ante los ojos de la población su misión trascendental como representantes de los dioses sobre la tierra”.

Lo clásico, en arte, se caracteriza “por un estilo rico y florido, maestría técnica, madurez estética y sobriedad austera y clásica”, cualidades que se pierden con la evolución, según Miguel Covarrubias. En las Tierras Altas las artes “se volvieron más y más convencionales y estilizadas; con el tiempo se mecanizaron, se vuelven pomposas hasta entrar en un periodo de franca decadencia”. En las Tierras Bajas tropicales tienen, en cambio, “un espíritu más libre, alegre y realista, que culminó en desbordamiento decadente”. A este arte solemne y estilizado de las Tierras Altas, Wigberto Jiménez Moreno lo llama apolíneo.

Covarrubias estudia el arte de la meseta y afirma que “es dramático, austero y tremendo, sus formas son arquitectónicas y geométricas, sus líneas precisas y ordenadas, a menudo rígidas y bárbaras, pero suavizadas por un sentido innato del ritmo y la comprensión por las formas de la naturaleza”. En las Tierras Bajas, la costa del Golfo y el área maya, es “sensual y etéreo, hecho de volutas, meandros y figuras desbordantes y entrelazadas. Las caras sonrientes y el modelado suave de los cuerpos humanos en la costa son desconocidos en las Tierras Altas, pero las dos tendencias estéticas se influyen mutuamente”.

De aquí al Clásico puro sólo hay un paso: la cultura entra en una dinámica conceptual superior. Parte de culpa de ese desarrollo la tienen la “polarización” entre el campo y la ciudad. Aparece el gigantismo urbano y ésta se convierte en “concentradora y distribuidora de la riqueza”. En el Clásico se dan las condiciones propicias para la transformación: cosechas abundantes, vías adecuadas para el flujo de recursos de la periferia a los centros, manufactura especializada “y en gran escala de bienes al comercio; integración de sistemas productivos y regionales; solidez del intercambio interregional; control de redes mercantiles y existencia de complejos aparatos administrativos y burocráticos capaces de impulsar y organizar la producción, digerir y proteger el comercio y de redistribuir los bienes que afluían a las capitales”, según Austin y Lujan. Sin embargo, su nivel tecnológico desconoce aún el uso de la rueda, el arado y el metal. Sus hazañas tienen mucho mérito por ello pero el sistema del modo de producción, dice Ruz, es aun “más explotador” que el que rige en las civilizaciones de Asia.

Según Covarrubias, el arte maya no tiene la poderosa fuerza plástica, ni la directa simplicidad de las culturas indias menos elaboradas; por el contrario, “estaba dotado de elegancia y refinamiento aristocráticos, de delicadeza en el concepto y de perfección técnica sólo comparables a las artes contemporáneas de entonces en el lejano Oriente, tales como el periodo clásico Gupta de la India, el Khmer de Indochina y el de la Dinastía Tang de China”.

A pesar de su compleja mentalidad, los mayas se limitan a glorificar a la aristocracia sacerdotal y a la representación de ideas religiosas, de dioses, de ciertos monstruos o dragones míticos, de conceptos astronómicos y de formas animales y vegetales ordinarias cuando tenían que indicar algún símbolo o glifo. “Nunca representaron escenas de la vida diaria, o al pueblo común, al menos que mostraren esclavos o víctimas”, dice Covarrubias. Los personajes lujosamente vestidos –de pie o reclinados en su trono– reflejan siempre la apoteosis de un jefe o un sacerdote en un rito o venciendo a un enemigo.

De la aldea en el campo a la ciudad y en ésta, el gran cambio arquitectónico, con planificación. Se construyen edificios de piedra y estuco; algunos edificios son pirámides-templos de cuerpos superpuestos con escalinatas enormes, palacios, juegos de pelota y terrazas dispuestos alrededor de plazas y avenidas; hay monumentos con fechas y estelas conmemorativas, talla de piedra en bajorrelieve, pinturas murales al fresco, cerámica funeraria sumamente rica, modelada o pintada, trabajos en jade color verde esmeralda, en contraste por ejemplo con el jade azulado de los olmecas.

El complejo calendario es uno de los grandes avances de la superárea. Gobierna la religión, la política, el destino de individuos y de las naciones, la periodicidad de mercados y comercio, la asignación de personas y lugares, la comprensión de los movimientos aparentes de los cuerpos celestes y el comportamiento de los dioses. El teotihuacano, en esta primera vertiente, que siguen otros pueblos, conserva los sistemas más sencillos de cómputo del tiempo. Según Austin y Lujan, tiene como parte medular la combinación del ciclo de 365 días (agrícola-religioso) y el de 260 (adivinatorio). En la segunda vertiente, que desarrollan al grado máximo los mayas, se emplean sistemas complejos. “El calendario usaba una combinación básica en la cual sumaba a los dos ciclos… el de 360 días (histórico-adivinatorio), y se valía de la cuenta larga, que hacía necesarios cálculos sumamente elaborados y precisos”.

Los mayas atribuyen fabulosa antigüedad a su historia, puntualiza Miguel Covarrubias. Según nos dice, cuentan el tiempo a partir de la fecha cero, o sea los comienzos míticos del mundo, la fecha ‘4 ahau, 8 cumhu’, que Spinden interpreta como “15 de octubre de 3375 a.C.”, hace unos cinco mil años, tiempo que curiosamente coincide con los comienzos de la civilización del Viejo Mundo. Desde este punto de arranque, los mayas computan el tiempo en grandes siglos llamados katunes, cada uno con una duración aproximada de 394 de nuestros años.

Por otra parte, los mayas usan un sistema numérico duodecimal de puntos y barras: un punto para la unidad, un guión para el número 5 y el anagrama que figura en la imagen para el cero, invención que los mayas usan muchos siglos antes que los europeos lo adopten de los árabes, y le dan un valor numérico por su posición relativa. Con estos simples elementos los mayas son capaces de efectuar cálculos complicadísimos, del orden de muchos millones, que “justifican su reputación de matemáticos”.

Los mayas son los primeros hombres de la era cristiana que se valen de un símbolo afín a nuestro concepto del cero y dan de forma constante un valor a los números en función de su posición. León Portilla sigue a Eric Thompson en Maya Hieroglyphic Writing, y recuerda que los sabios mayas conciben el tiempo como algo sin principio ni fin, lo que hace posible proyectar cálculos acerca de momentos alejados en el pasado sin alcanzar jamás un punto de partida. Thompson ofrece dos ejemplos en The Rise and Fall of Maya Civilization, según la estela de la ciudad de Quiriguá: computaciones precisas señalan una fecha de hace más de noventa millones de años y en otra estela del mismo lugar la fecha alcanzada se remota a cerca de cuatrocientos millones de años. Son cálculos que establecen correctamente posiciones precisas de los días y los meses.

Pero a esta original concepción de un tiempo sin límites en el pasado o en el futuro, León Portilla puntualiza que establecen un punto de referencia, especie de principio de su era cronológica. Así, casi todas las inscripciones calendarias de sus estelas se computan en función de ese momento de partida que, traducido en términos de nuestro calendario, se sitúa 3113 años anterior a la era cristiana.

El tiempo en Mesoamérica se resume en dos cuentas calendáricas: una abarca el año solar de 365 días; otra, el ciclo adivinatorio de 260, donde 20 signos de los días se combinan con trece números. Cuando se agota toda posible combinación de trece números con 20 nombres se cierra la cuenta: 13 x 20 = 260, de ahí que tengan que pasar 260 días para que se repita la combinación del mismo signo del día con el mismo número. Según Krystyna Magdalena Libura en Los días y los dioses del Códice Borgia, las veinte unidades de trece días se llamaban trecenas. “Como el ciclo de 260 días es más corto que el de un año: 360-260 = 100, en cada año solar se repetían 100 signos del calendario adivinatorio. Parecería que sobre una rueda calendaria de 260 días impregnada con las fuerzas divinas se deslizara otra más grande de 365. Estas dos ruedas se juntaban después de 52 años, es decir, se acababa entonces toda posible combinación de los días del ciclo solar con los del tonalamatl. Ese momento se llamaba toximmolpilla, “se atan nuestros años”. El gran ciclo de 52 años contenía 73 ciclos del tonalamatl (libros de los días)”.

Al calendario sagrado de los mayas lo llaman tzolkin, recordamos. Es el sistema más antiguo para medir el tiempo. La cuenta larga, más propio de olmecas, zoques, mayas yucatecos o choles se basa en un ciclo de 360 días llamado en maya una piedra (tun). Da lugar a una cuenta vigesimal, de días (kin), de veinte días (uinal), de dieciocho veintenas (tun), de veinte tunes (katun), de veinte atunes (baktun), y aun más múltiplos de veinte para cálculos astronómicos.

Para Munro S. Edmonson “la creación del calendario es quizás el triunfo máximo de su civilización”. No sólo llegan a trazar el movimiento de los planetas más visibles y a predecir eclipses, sino que miden la noción aparente del Sol “con la misma exactitud del calendario moderno gregoriano. Sólo que los mesoamericanos llegaron a la solución correcta, que el año solar dura 365.2422 días, en 433 a.C., mientras que nuestro calendario gregoriano se promulgó hasta 1584 d.C.”.

Los mayas, por tanto, se distinguen por sus complejos avances en la escritura y el cómputo del tiempo. Esta es la versión de mayor complejidad. La bifurcación cultural parece residir “en las diferencias sociales” y Austin y Luján apuntan que “es muy interesante comprobar que el pueblo más poderoso del clásico, el teotihuacano, no utilizara ni una escritura, ni una numeracón, ni un calendario semejantes a los mayas”.

Otra diferencia importante entre ambos pueblos está en el ejercicio de las armas y ninguno de los dos “fueron pueblos pacíficos”. Los mayas viven en un clima de tensión bélica casi “endémica”. Pero las guerras mayas de la época Clásica no tienen el “pronunciado militarismo” del Posclásico.

“así decían nuestros padres, nuestros abuelos, decían que así nos creó, nos formó aquel de quien somos sus criaturas, Topilzin Quetzalcóatl, y creó el Cielo, el Sol y el Señor de la Tierra”.

Pasaje de Sahagún, del Códice Matritense, de la Real Academia de la Historia, España

Según avanza la religión organizada, se perfecciona la época Clásica. La religión domina la vida de los antiguos mexicanos. Es una sociedad teocrática. Así, una gran parte del panteón mesoamericano se fragua en el Clásico, a la par que el afán constructor de pirámides y centros ceremoniales. Los dioses aparecen en representaciones pictóricas y escultóricas con atributos y atavíos que permiten reconocerlos a partir de la iconografía de épocas posteriores. Los dioses de la lluvia, el fuego, la tierra “y la sucesión temporal alcanzan una enorme importancia y amparan el poder de los gobernantes”. “Es verosímil que desde los inicios del Clásico el clero monopolizara todas las sabidurías: la del transcurso del tiempo, la de la voluntad de los dioses, la matemática, la astrología, la historia, la artística y posiblemente –así lo han supuesto algunos autores– la comercial y la política”. Los sacerdotes dedican todo su conocimiento e influencia religiosa al servicio del poder, en palabras de Austin y Luján. El clero queda adscrito, así, como el auxiliar más útil.

Mito y caos

De los mitos, uno de los dioses más poderosos de Mesoamérica entre los antiguos mexicanos (nahuas), con Tezcatlipoca, es Quetzalcóatl Ehácatl, la serpiente emplumada. Es el regente del Viento, un dios creador, porque con Tezcatlipoca separa el cielo de la tierra, “desgarrando al enorme monstruo Cipactli”. Ambos crean también otras deidades para poblar el cielo y el inframundo. Quetzalcóatl da vida a los hombres, es Venus y Sol.

Este dios mesoamericano nace de la vieja deidad del agua (la serpiente-nube de lluvia), asociada al rayo-trueno-relámpago-fuego. Según Román Piña Chan, su origen y culto procede de Xochicalco (Morelos), a finales del Clásico, pero admite que otros investigadores lo sitúen en Teotihuacán. En todo caso, es una figura que aparece luego en la región maya de Yucatán, durante el Posclásico, convertido en Kukulkán y transportado en la leyenda de los hombres barbados que vienen de Oriente, gracias a los toltecas. Quetzalcóatl se transforma entre los mayas quichés de Guatemala, en Gucumatz.

Sobre el origen del poder, los relatos fundacionales de nahuas, mayas y mixtecos coinciden en atribuirlo al mismo Quetzalcóatl.

Antes que la historia fue el mito, afirma Enrique Florescano en Memoria Mexicana. Y antes que el mito, el caos. Por tanto, los hombres y sus leyendas se dedican a narrar el comienzo de una nueva era y el ordenamiento del cosmos “para fabular sus orígenes y definir sus ideas del espacio y el tiempo”. Los mesoamericanos construyen poco a poco la historia del mundo en el que viven a través de sus dioses, encargados a su vez de “reordenar el cosmos”, víctima de cataclismos. Ante cuatro infructuosos intentos de controlar el universo, el mito produce la creación del Quinto Sol en Teotihuacán.

Los mayas y sus contemporáneos y los pueblos que les preceden construyen sus primeras poblaciones como una réplica de la organización fundamental que perciben en el cosmos: orientados hacia los cuatro rumbos del universo, conectadas verticalmente con el inframundo, la tierra y el cielo. La pirámide es un centro sagrado “donde convergen los espacios cósmicos, una construcción humana que, a semejanza de la montaña natural era el lugar donde se unían la región celeste, la tierra y el inframundo”.

En efecto, todas las culturas de Mesoamérica tienen sus propios mitos a pesar de que muchas de ellas tienen un tronco común, como en la leyenda de la creación. Los mixtecos, según Gregorio García en Origen de los indios del Nuevo Mundo, dicen:

“antes que hubiese días, ni años, estando el mundo en grande oscuridad, que todo era un caos y confusión, estaba la tierra cubierta de agua; solo había limo y lama sobre la haz de la tierra”.

Entre los quichés, siguiendo el relato del Popol Vuh, libro de los mayas de Guatemala:

“Ésta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo. Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía”.

O también entre los cholultecos, en la versión que transcribe el fraile Diego Durán en Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme:

“En el principio, antes que la luz ni el sol fuese creado, estaba la tierra en oscuridad y tiniebla y vacía de toda cosa creada. Toda llana, sin cerro ni quebrada, cercada de todas partes de agua, sin árbol ni cosa creada”.

Según los nahuas, el que actúa se llama, Ometéotl, dios de la dualidad; Ometecuhtli, señor dual, Omecíhuatl, señora dual. Los mayas yucatecos presentan, según León Portilla, a la suprema pareja en las páginas 75-76 del Códice Tro-Cortesiano y la llaman Ixchel, “la que yace”, e Itzamná, “casa de la iguana”, madre y padre de todos los dioses. Los quichés, por su parte, lo nombran “la que concibe”. Los mixtecos hablan a veces de la misma pareja con su nombre calendario 1 Venado, deidad a la vez masculina y femenina, como se le representa en el Códice Vindobonensis y en el rollo Selden.

Entre los nahuas los nombres de las edades cósmicas coinciden con los de los llamados cuatro elementos. Los mayas sólo creen en cuatro edades, mientras que los nahuas del Altiplano mexicano, en cinco. La última edad, que es la presente, se conoce como Nahui Ollin, Cuarto Movimiento y tiene su origen en Teotihuacán, lugar “doblemente sagrado” para los mexicas, porque ahí tiene su origen el Sol y la Luna. Recordemos que es la Ciudad de los Dioses.

Las últimas investigaciones sobre los mayas, aclaran muchas dudas; pero siempre hay detrás un elemento aún no descifrado, oculto al hombre de hoy. Su cultura es intrincada y difícil. De ahí que, quienes entiendan Palenque, “podrán comprender cualquier cosa hecha por los mayas”, expresa Linda Schele. Alude al descubrimiento del 16 de marzo de 1999 en Chiapas: los arqueólogos localizan en el templo XIX de Palenque (construido entre 721 y 736), en proceso de restauración, la figura de un gobernante moldeado en estuco y en excelentes condiciones. A raíz de esto, un montículo cae, apareciendo entonces una plataforma con “tableros bellamente decorados por glifos e imágenes”.

El Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché se divide en tres partes. La primera describe la creación y el origen del hombre, que después de varios ensayos infructuosos es hecho de maíz; en la segunda se refieren las aventuras de los jóvenes semidioses Hunahpú e Ixbalanqué y de sus padres sacrificados por los genios del mal en su reino sombrío de Xibalbay; la tercera parte no tiene el atractivo literario de la segunda, pero encierra un caudal de noticias sobre el origen de los pueblos indígenas de Guatemala, sus migraciones, su distribución en el territorio, sus guerras y el predominio de la raza quiché hasta antes de la conquista española. Para Michael Coe, el Popol Vuh tiene en los viejos tiempos una audiencia semejante a La Iliada o La Odisea en la cultura occidental.

Tikal

En unos 250 años más o menos, el Clásico eleva a la más alta cota de grandiosidad la urbe de Tikal. Se sitúa en el corazón de la selva pluvial del Petén. En el año 500 la ciudad tiene unos 40.000 habitantes y más o menos 500.000 hombres en las zonas rurales. Son contemporáneas de Tikal en la zona baja de Guatemala, junto a Caracol, las capitales de Copán en Honduras y Yaxilán, Bonampak, Palenque, Piedras Negras y Calakmul en México. La denominación política de estas capitales responde al concepto de ciudades-Estado, algunas agrupadas entre sí en confederaciones. Tikal y Calakmul corroboran esta situación: ambas encabezan sus respectivas alianzas de tipo militar, fundadas en el cobro de tributos “y en matrimonios diplomáticos”, según María Longhena. “Cada ciudad estaba gobernada por un personaje que detentaba el poder absoluto, y era por lo tanto jefe del Ejército, de la administración y probablemente de la clase sacerdotal”. Por encima de todos, esta figura real vive en el lujo, con su familia, hijos, futuros herederos del trono “y una corte de dignatarios, servidores, sacerdotes, artistas, como ceramistas, pintores, tejedores o joyeros”. Controla además a los esclavos, enemigos vencidos y capturados en batallas. La sociedad se estructura por jerarquías y, por encima de ellas, resaltan los artesanos, los mercaderes y los campesinos, la escala social más baja.

La ciudad maya es un núcleo de población de carácter religioso y administrativo, centro ceremonial en donde no puede faltar la pirámide, el templo y el palacio, las columnas y salas hipóstilas, juegos de pelota, arcos triunfales, observatorios, tumbas y cámaras sepulcrales y una arquitectura doméstica a base de chozas cubiertas de palmas y hojas.

El desarrollo de la civilización Clásica se fija en la piedra de las estelas, a partir de Copán, en el extremo sur oriental del territorio maya, desde la segunda mitad del siglo V (465), y antes de ese siglo a Oxkintok (Yucatán), a Altar de Sacrificios, en el sur de la cuenca del río Usumacinta y a Toniná, en la meseta de Chiapas; a Piedras Negras, Yaxchilán y Palenque, en el valle del río Usumacinta; y a Calakmul, en la base de Yucatán. Soustelle dice que, aun cuando en ella son raras las inscripciones, la península de Yucatán entra desde esa época en el ciclo de la arquitectura monumental, en Yaxuná, Acanceh y Cobá, al norte;en Xtampak (Santa Rosa) y en Becán, al sur.

El fervor constructivo baja entre los años 534 y 593, y marca el límite entre el Clásico y el Clásico Tardío. El ánimo constructor se renueva otra vez y en la fecha maya de 9.8.0.0.0 (593), la expansión vuelve al centro, en Yahá, El Encanto, Los Naranjos, Pusilhá; en Tzibanché, Yucatán, y Chinkultic, en la meseta de Chiapas.

En la primera parte de la etapa Clásica, la situación central de Tikal-Uaxactún, sugiere que las primeras ciudades mantienen una red de relaciones comerciales, con la costa oriental del continente y las tierras altas de Guatemala y México. Importan materias primas esenciales: obsidiana, piedra volcánica, jade, productos del mar, objetos o mercancías de lujo –plumas de quetzal–, el cacao y, desde luego, la sal. Exportan su cerámica polícroma y sin duda ricas telas de algodón, tal vez herramientas de sílex o de obsidiana reexportada. Pero tan importante como las cosas materiales, los primeros mayas clásicos “también exportaban prestigio”. Sus monumentos, santuarios, inscripciones o su elaborado ceremonial, “debieron fascinar a los pueblos vecinos como lo había hecho el florecimiento olmeca un milenio y medio antes”. De muchos puntos, convergen las miradas, a través de los ríos y las veredas de la selva o los bajos matorrales espesos del Yucatán árido, o las zonas altas del Altiplano de México o Guatemala. Todos miran hacia el centro, el Petén y la gran urbe, Tikal.

En esta sociedad de las Tierras Bajas, Tikal es la apoteosis entre las pirámides de la jungla. Sus torres sobrepasan el manto horizontal de las copas de los árboles de la selva. El colorido entre el verde esmeralda de la geografía natural, con la piedra blanca, convertida en supremo altar, produce una imagen llena de esplendor. Los templos de Tikal son los más altos que se construyen en la historia de los mayas del Clásico y del Posclásico. El Templo IV tiene 70 metros de altura. Conserva en la actualidad numerosos conjuntos arquitectónicos perfectamente visibles y, sobre todo, seis estilizados templos, únicos en el área. Ocupa una extensión de 120 kilómetros cuadrados y es posible que en su época de esplendor, vivieran más de 90.000 personas, distribuidas en numerosas unidades habitacionales en torno al núcleo central, dominado por la Gran Plaza y los templos I y II enfrentados. El último gran monumento de Tikal, el Templo III, de 55 metros de altura, se inaugura en 810 (9.19.0.0.0) por un alto dignatario, vestido con piel de jaguar, acompañado de dos guardias o servidores. Nunca más se vuelven a construir estos monumentales edificios.

El principio y el fin de Tikal está documentado. La Estela 29 (año 292) indica el principio del apogeo; con ella nace la dinastía de Garra de Jaguar. La estela más tardía ofrece esta fecha: 869, inscrita en la estela 11. Los descubrimientos de los últimos años, a partir de 1881, nos revelan más de 3.000 monumentos diseminados en torno a unos dieciséis kilómetros cuadrados. Por ese motivo, Tikal se considera la ciudad más grande del Clásico maya. Tras el colapso del mundo maya, la selva se come la ciudad de Tikal hasta que en 1844, el gobernador del Petén, Ambrosio Tut y el coronel Modesto Méndez, redescubren sus edificios, informados por los habitantes de aquella región inhóspita. El terreno donde se asienta es “en general plano, cortado por dos pequeñas barrancas entre las cuales, sobre un terraplén artificial, se encuentran los monumentos que forman el centro de la ciudad”, según la “Descripción de las ruinas”, realizada por Modesto Méndez.

Todo empieza en el periodo formativo. La bóveda de piedra salediza se impone pronto y se difunde rápido por muchas regiones del territorio maya, es “sólida y durable”, en contraste con el sistema arquitectónico más difundido en Mesoamérica, a base de techos planos de ladrillo, piedras y cemento sostenido mediante vigas. Las bóvedas más antiguas, de pequeñas dimensiones, se utilizan para cubrir sepulturas, “pero los edificios de Uaxactún y de Tikal las tienen desde el principio”. Soustelle ofrece otro de los elementos característicos de las construcciones mayas: la crestería que corona el techo de los templos y que, esculpida y calada, “se lanza hacia el cielo acentuando la orientación vertical de las pirámides”.

De gran importancia es el juego de pelota entre los mayas, muy difundido en Mesoamérica. No faltan nunca en los centros ceremoniales. Y entre los distintos pueblos o grupos humanos se intercambian diversos conocimientos, lo que evidencia, según Piña Chan, la estrecha relación entre los hombres de la superárea: así se ligan sitios y regiones tan lejanas entre sí, como la huasteca y el territorio maya. Eso explica por qué aparecen los yugos, las palmas y las hachas, relacionados con el juego de pelota y desarrollados en el centro de Veracruz, con otros lugares del Altiplano de México, Palenque o la costa de Guatemala. Muestra que la costumbre de la decapitación y sacrificio de los jugadores de pelota “pasaba a otras partes”, y se observa en los relieves del Juego de Pelota de El Tajín o en las estelas de Kaminaljuyú.

La importancia de Tikal no se debe sólo a la monumentalidad de sus edificios, sino a que las investigaciones tienen mayor cobertura espacial y temporal. La excavación de la acrópolis aorte de Tikal permite conocer la secuencia de construcción arquitectónica más larga y completa del área maya. Las relaciones de Tikal con otros lugares del altiplano de Guatemala (en particular con Kaminaljuyú) o México (donde prosperan Teotihuacán y Cholula) es evidente. Sus relaciones comerciales con implicaciones políticas, económicas e incluso estéticas, también. Este fenómeno parece haberse iniciado alrededor del 378, año en que se erige la Estela 4 de Tikal para celebrar el ascenso al trono por parte de Nariz Ganchuda. El estilo escultórico y la indumentaria del personaje recuerdan la tradición teotihuacana. “La tumba de ese gobernante tenía ofrendas muy similares a las del periodo teotihuacano de Kaminaljuyú. Su sucesor, Cielo Tormentoso, es representado en la Estela 31 a la usanza tradicional maya, pero va acompañado de guerreros con vestimenta teotihuacana, con yelmos, lanza dardos y escudos que llevan la imagen de Tláloc. Cielo Tormentoso amplió la red de relaciones políticas y económicas a su alrededor, especialmente con la cuenca del Usumacinta, donde después surgiría con fuerza propia Yaxchilán, y con el sureste, aparentemente llegando hasta Quiriguá”, escribe Benavides Castillo.

Las especiales relaciones que parecen tener Tikal y Teotihuacán se deterioran cuando la Ciudad de los Dioses empieza su decadencia. La zona de Tikal padece una “crisis económica” por la interrupción del comercio que beneficia a otras ciudades rivales, como Caracol, Ixtonton, Ixkún, Itsimté y Holmul.

Los extremos se tocan

El extremo suroriental

Desde el centro del Petén se irradia luz clásica y se recoge en la región sur oriental centroamericano. Ahí destacan Copán, Quiriguá –que progresan a partir del Preclásico– y algunos puntos de Belice. Copán es, con Tikal y Palenque, en el otro extremo, tres de las más grandes ciudades-estado del mundo maya Clásico. Copán entra en contacto con habitantes “no mayas” del istmo centroamericano y los mexica de la altiplanicie central de México. Copán tiene en su “colonia” de Quiriguá, esculturas del estilo de Cozumalhuapa, considerado un enclave mexicano en la vertiente meridional de Guatemala.

Copán tiene un monumental grupo central y dieciséis grupos satélites, en el valle del río Copán, afluente del Motagua. El grupo central tiene alrededor de 40 hectáreas, 6 de las cuales se dedican a la Acrópolis: es un enorme complejo de pirámides, terrazas y edificios. Ahí se encuentra el templo 26, construido en el año 756, el templo 11, de la misma fecha y el templo 22, dedicado en 771 al planeta Venus. Al norte de la Acrópolis (enorme basamento de planta casi cuadrangular, de unos 200 metros por lado) se abre un amplio patio rectangular de unos 100 metros de largo por 40 de ancho que conduce a la sorprendente Escalinata de los Jeroglíficos: sesenta y dos peldaños tiene y están grabados más de 2.000 signos, hasta llegar al templo 26, cuyas ruinas esconden la espléndida estatua del joven dios del maíz. Al centro de esa monumental escalinata, cada doce peldaños se eleva una gran estatua.

Esta descripción del centro de Copán de Jacques Soustelle, que no ahorra adjetivos ante el hermoso panorama que induce a recrear mentalmente la zona, es parte del desarrollo de uno de los centros más interesantes del mundo Clásico. Los antiguos mayas del Periodo Clásico se revelan no sólo como arquitectos sino como magníficos escultores pero, a diferencia de la región central del Petén, éstos trabajan una piedra más dura que la calcárea de aquella zona. Usan una piedra volcánica llamada traquita, de un matiz verde claro. Maestros escultores levantan estelas más altas y angostas que las de Tikal. Generalmente representan por su cara anterior un personaje, soberano o sacerdote, que sostiene en sus brazos la “barra ceremonial” en forma de serpiente de dos cabezas, adornado con joyas, tocado con plumas y vestido con telas muy bordadas. Según Soustelle, la mayoría de las veces ese personaje se destaca en altorrelieve, acentuando al punto de aparecer como una verdadera estatua monumental adosada a la estela.

“La cara posterior –escribe– está cubierta de inscripciones jeroglíficas, con fechas de Cuenta Larga, siendo Copán, junto con Palenque, una de las ramas ciudades donde existen inscripciones de “cuerpo entero” en que las cifras y los signos del calendario no se representan ni mediante glifos abstractos ni mediante rostros estilizados sino con personajes en actitudes graciosas”.

Las fechas inscritas en Copán sobre estelas y altares se escalonan entre los años 455 y 805. La hegemonía de esta ciudad-Estado en astronomía y matemáticas se afirma a partir de finales del siglo VII y principios del VIII. Desde el punto de vista estratégico, Copán se convierte en una fortaleza para contener las irrupciones de cualquier enemigo; la plaza se apoya en el río, del mismo nombre, en dos kilómetros y medio, aproximadamente. Por la ribera opuesta y a poco más de un kilómetro, “se eleva una fortaleza sobre una montaña que tiene dos mil pies de altura y que era, a no dudar –explica Alfredo Chavero– el punto avanzado de la ciudad fortificada”. En torno suyo se construye una gruesa muralla; la fortificación es un recinto cerrado de forma oblonga y confirma que se trata, al final, de una “ciudad-fortaleza”.

Quiriguá, a cuarenta kilómetros al norte de Copán, en territorio guatemalteco, levanta sus estelas a partir del año 751. Miden más de cinco metros de altura –algunas alcanzan los diez metros– pero no son tan elaboradas como las de Copán, su metrópoli, esculpen a un personaje de alta jerarquía pero en la cara posterior lleva glifos de Cuenta Larga, en ocasiones “de cuerpo entero”. Más notables aún son los altares monolíticos zoomorfos, entre ellos la famosa “Tortuga de Quiriguá”, que “dan prueba de una imaginación fantástica y de un sentido plástico consumado”.

Hacia el año 711 parece haber dominado a Pusilhá, el sur de Belice, pues se ve por primera vez el glifo emblema de Quiriguá. En el año 737, Cauac Cielo derrota y captura a 18 Conejo, décimo tercer gobernante de Copán, suceso que beneficia en gran medida a Quiriguá, porque se expande y toma el control absoluto del comercio fluvial a lo largo del río Motagua y según Benavides Castillo, “debió dominar, como antes lo hiciera Copán”, la ruta de la obsidiana hacia el altiplano guatemalteco, los yacimientos de jadita de Guaytán, a las poblaciones y recursos del Lago Izabal, así como el puerto de Nito, sobre la desembocadura del río Dulce y puerta de las rutas costeras del Caribe.

Hacia la parte inferior oriental de Yucatán, en Belice, los mayas clásicos construyen una serie de pequeños conjuntos urbanos, a partir de puntos de pescadores. Los centros ratifican las tesis de las rutas comerciales de los mayas, y sus frecuentes contactos con Centroamérica. Río Azul, a unos 75 kilómetros al noreste de Tikal, es un asiento importante que parece haber fungido como una “ciudad fronteriza” de los habitantes de Tikal, según Benavides Castillo, para proteger y conservar la ruta comercial que aprovecha los ríos Azul y Hondo hasta salir a la Bahía de Chetumal. El encuentro de Cristóbal Colón con una embarcación de mayas, en su cuarto viaje por América, también lo ratifica.

Por otro lado, a unos cien kilómetros al norte de El Petén, en Calakmul, territorio de Campeche, sus construcciones monumentales se localizan en torno a 1,5 kilómetros cuadrados. Los edificios más grandes orientan sus ejes a los puntos cardinales. En sus alrededores se encuentran unas 6.300 plataformas y restos de construcciones que pertenecen a la población. Su estilo arquitectónico se parece al de la región del Petén. El poderío de Calakmul parece extenderse en un radio aproximado de 30 kilómetros, de modo que posiblemente establece “alianzas, intercambios y/o exacción de tributos” con lugares como Oxpemul, La Muñeca, Altamira, Naachtún, Uxul y Sasilhá.

Occidente: la cuenca del Usumacinta

Hacia el extremo occidental de la jungla central de El Petén, se desarrollan las expresiones clásicas dentro del conjunto de la cuenca del río Usumacinta, con predominio de las ciudades de Palenque, Yaxchilán, Bonampak, Toniná, Chinkultic o Piedras Negras. Soustelle cree que incluso, en algunos aspectos, el auge artístico de estas regiones es superior a Tikal, Uaxactún o Copán. Benavides Castillo recuerda que esta región tiene forma de letra omega y no es casual, por ello, que hombres y mercancías entre la costa del Golfo y la zona del río de la Pasión, así como entre el Petén y los Altos de Chiapas y Guatemala “estuvieron bajo el dominio de Yaxchilán”.

Por Occidente, en la frontera con el mundo mexica, el valle del Usumacinta y sus afluentes (los ríos Jataté, Lacantún y Lancanhá, la costa del Golfo de México y los Altos de Chiapas), florece otra variante del mundo Clásico conocido hasta ahora. Hacia el final de esta época, la región se convierte en puerta de entrada a las filtraciones extranjeras que se reflejan sobre todo en Ceibal.

De estas ciudades, Palenque tiene una consideración más destacada por la monumentalidad de sus edificios y la extensión de la zona. Domina de entrada, por estar situada en una plataforma natural, la planicie costera del golfo, pero a diferencia de Tikal, sus edificios no alcanzan las alturas o el volumen de aquella ciudad central. En cambio, los mayas de Palenque ofrecen una “sabia armonía”, dice Soustelle, que reina entre los santuarios y sus terrazas, entre el palacio y su torre, entre el Templo de las Inscripciones –donde Alberto Ruz descubre en 1949, la tumba del rey Pacal, dentro de un sarcófago de piedra hecho de una sola pieza con un peso aproximado de 13 toneladas– y su pirámide, “produce una impresión de serenidad y elegancia”. A esto se añade la “finura incomparable de sus bajorrelieves y la gracia aristocrática de los tableros modelados en estuco”.

La arquitectura de Palenque no es distinta a la del Petén, pero los santuarios son más vastos y abiertos, las cresterías menos pesadas –descansan sobre la mitad del techo y no sobre el muro posterior–, las paredes del palacio tienen aberturas tan anchas que se reducen a pilares y algunas salas tienen ventanas en forma de t. Aquí las estelas se sustituyen con tableros de bajorrelieves en el interior de los templos, o con dinteles esculpidos. Con sus adjetivos, dignos del mejor elogio, Soustelle no repara cuando dice que los bajorrelieves del Templo del Sol y Templo de la Cruz, la losa esculpida del sarcófago del Templo de las Inscripciones, el Tablero de los Esclavos, por citar unos ejemplos, “se pueden contar entre las obras maestras del arte autóctono americano e incluso del arte mundial”.

Como remate natural del entorno de Palenque, en Chiapas, un pequeño río atraviesa toda la ciudad por un acueducto bajo una bóveda de piedras saledizas “que hace honor a los ingenieros mayas”.

Yaxchilán por su parte, es una “ciudad religiosa y guerrera”. Los jefes o sacerdotes se muestran en las inscripciones en “actitudes belicosas”. De menor calidad a los edificios de Palenque, Yaxchilán en cambio tiene sus edificios próximos al río Usumacinta, o escalonados en las colinas cercanas. Sus bajorrelieves tienen una gran calidad. Doce dinteles labrados adornan cuatro templos, dos de los cuales, advierte Soustelle, han ido a dar al Museo Británico. La fecha de su construcción data de la primera mitad del siglo VIII, y treinta años más tarde, se esculpen cuatro magníficas estelas. Entre sus cuadros rituales, esta escena, la de un fiel que podría ser tal vez una mujer, se arrodilla ante un dios que emerge de las fauces abiertas de una serpiente. Dos sacerdotes, además, sostienen en sus manos una cabeza de jaguar y un ayudante blande una bandera de plumas preciosas. La fe profunda que anima a esos hombres y a esas mujeres de una antigüedad lejana “parece emanar de los dinteles de la magia del escultor”.

Otros dinteles tienen por tema la historia dinástica de la ciudad y es, por lo general, elogiosa, llena de escenas victoriosas ante algún acontecimiento guerrero. La proliferación de las inscripciones sobre Pájaro-Jaguar, es posible que recuerde el poder durante el siglo VIII de la Dinastía Jaguar y tal vez originaria de Yucatán. El poder de esta dinastía sienta las bases alrededor del año 630, con Pájaro-Jaguar II, el segundo rector de Yaxchilán. La expansión de su predominio se fortalece con las conquistas de Escudo Jaguar, entre el año 682 al 741, puntualiza Benavides Castillo. Estas escenas guerreras indican lo “belicoso” de aquella ciudad en donde, por cierto, las figuras humanas no siempre se representan, como es clásico, de perfil, sino “a veces también de frente”.

Toniná se sitúa en el valle de Ocosingo, zona de transición entre las tierras bajas del Usumacinta y la altiplanicie de Chiapas. Es una gran ciudad durante el Clásico, entre los años 593 y 909; uno de sus edificios se construye sobre una montaña calcárea de siete plataformas y a juzgar por el testimonio de las representaciones de prisioneros en los muros de estuco y piedra, parece una potencia militar. Se conservan varios edificios entre las que sobresalen el juego de pelota y el Altar de los Sacrificios, el Palacio del Inframundo y el Palacio de la Greca y la Guerra. Su escultura tiene un gran realismo y, según los últimos descubrimientos a finales del siglo XX (años noventa), se reproduce incluso el concepto de la muerte en plena acción, participando de un rito de decapitación.

Más abierta la región, por su extenso valle, Toniná no se compara en cambio, con el intrincado medio ambiente en el que se encuentra Bonampak, la selva lacandona. Este centro ceremonial describe a través de sus murales, uno de los grandes hallazgos modernos (1946), la vida social, política y religiosa de los mayas.

Bonampak es un pequeño centro cercano y dependiente de Yaxchilán, en el valle del río Lacanhá. Al igual que su “metrópoli”, en Bonampak resaltan los aspectos de una vida de fuerte carácter belicoso, muy militarista. El arte mural que ofrece es “más popular y menos hierático” que el de los bajorrelieves de las ciudades ya citadas. Tampoco es un arte teocrático o aristocrático. “No retrocede ni ante la brutalidad ni ante la crueldad de las escenas guerreras”, dice Soustelle, pero también se complace en presentar aspectos de la vida cotidiana, el vestido, el adorno, en donde las mujeres y los niños ocupan allí un lugar importante. El pincel es más dúctil y más libre que el cincel y “un prisionero casi desvanecido en los peldaños de una terraza se representa en perspectiva con una maestría excepcional”.

Escenas fascinantes, pintadas en medio de una selva que ofrece poco para su conservación pero que, gracias a una capa calcárea translúcida que se forma en su superficie en el transcurso de los siglos, ofrece “una especie de enciclopedia ilustrada” de la vida de los mayas a finales del siglo VIII.

Es en las pinturas guerreras donde Bonampak llega a una de sus más altas consideraciones, a pesar de que también en la piedra hay grandes ejemplos de esta circunstancia. Sin embargo, los murales y las escenas de guerra, hablan con habilidad consumada, de aspectos sanguinarios de la vida y la época tardía del Clásico. Lucha de un “furioso” cuerpo a cuerpo entre guerreros de Bonampak, reconocibles por sus tocados de una “complejidad y una fantasía inaudita”, y sus adversarios, también mayas, “aparecen a medio vestir (tal vez sorprendidos por una inopinada incursión)”, en un cuadro de verdeante jungla.

Los analistas sobre el mundo maya reflexionan en Bonampak sobre el lejano carácter pacifista que se le da en un principio. Las investigaciones ofrecen una nueva imagen de los mayas, más proclives en la parte final del Periodo Clásico a considerarlos más bien, como hombres dispuestos para la guerra. Ahí esta el mural que ofrece estas imágenes coloridas del juicio después de la batalla: el gran jefe de Bonampak, con lanza de gala, vestido con piel de jaguar, domina el cuadro sobre una plataforma. Detrás de él, mujeres de blanco con abanicos. En la parte superior aparece el glifo emblema de Yaxchilán. Dignatarios y guerreros rodean a los cautivos e imploran al jefe. Un moribundo yace sobre las escaleras y sobre un peldaño se ve una cabeza cortada. Al margen de la composición artística de la escena, el mural da información: los mayas aparecen en esta fase terminal del Clásico, como hombres dispuestos para la guerra y el militarismo, contraste que no se observa tanto en Palenque como en Piedras Negras, cuya arquitectura se acerca más a la influencia del Petén, a pesar de que su acrópolis se apunta más hacia el influjo de Palenque.

Piedras Negras comienza en 435 y se desarrolla durante cuatro siglos hasta 810. Como sitio independiente, controla parte del tráfico fluvial del Usumacinta, y se asegura el acceso a los productos de la costa y “seguramente dominó a las poblaciones asentadas al norte, entre ellas y la cuenca del río San Pedro Mártir”, señala Benavides Castillo. Aquí se labran 35 estelas que narran la vida de siete soberanos. Los prisioneros carecen del rasgo maya y a pesar de que las escenas bélicas no alcanzan el número de las de Bonampak o Yaxchilán, en la región del Usumacinta da la impresión de un aumento del militarismo, a la par que se refinan las artes plásticas, en las que, como apunta Beatriz de la Fuente, en la plástica maya, a diferencia de la postura de los hombres del altiplano mexicano, “los seres humanos no tienen el modesto papel de servir a los dioses”. El hombre, dice, no es subordinado, el igual a la deidad, es el que controla la naturaleza gracias a sus conocimientos en calendarios, números y astronomía. “El jerarca maya tiene seguridad en sí mismo y los dioses son un recuerdo para imponer su dominio sobre la comunidad”. Su poder le lleva a independizarse. Estamos así a las puertas de una nueva fase en la historia de los antiguos mayas.

Los mayas

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