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REFLEXIÓN PRELIMINAR: MI GRAN DESCUBRIMIENTO PERSONAL, ELYOGA

Había cumplido quince años cuando por primera vez oí hablar del yoga. Nunca antes había escuchado este término o, al menos, jamás había sido consciente de ello.

Varios jóvenes mayores que yo estaban conversando sobre el autoconocimiento y el desarrollo de uno mismo, y de los labios de uno de ellos surgió este para mí tan curioso y desconocido vocablo que era «yoga». No me dejó en absoluto indiferente, sino todo lo contrario. Resonó este término en lo más hondo de mí y me conmovió, sin comprender la razón.Ávidamente pregunté: «Pero ¿qué es el yoga?». El compañero que iba a encargarse de satisfacer mi impaciente curiosidad se llamaba Rafael. «Es un método de perfeccionamiento y autodesarrollo», dijo. Enseguida le insté, con vehemencia, a que me hablase sobre este método, pues desde el inicio de la adolescencia siempre me había interesado por la mística, el autodescubrimiento y la búsqueda de un sentido a la existencia. Me puso al corriente de que era un método originario de la India y que significaba «unión». Representaba la unión del yo individual con el Alma Cósmica y también la del cuerpo con la mente. Era una vía de integración, liberación mental y realización espiritual. Yo estaba emocionado y fascinado. Mi entusiasmo por la India venía de años atrás, y ya el solo hecho de saber que el yoga era un método liberatorio procedente de ese país me conmovía y enardecía. Supe que tenía más de siete mil años de antigüedad y que, aunque había muchas ramas de yoga, dos de las más conocidas por los occidentales —y las más practicadas en países como Argentina, Alemania, Francia o Inglaterra— eran el yoga físico, denominado hatha-yoga, y el yoga mental, o radja-yoga.

Aquella lejana tarde de 1958, jamás hubiera podido sospechar, ni remotamente, la enorme importancia que en muchos sentidos iba a adquirir en mi vida un método tan milenario y venido de un país que entonces se nos antojaba tan lejano, misterioso e inaccesible.

Desde pequeño había experimentado una viva e irreprimible inclinación hacia los temas psicológicos y espirituales, así como hacia los lejanos países de Asia y, de manera muy especial, la India. Sentía la India como el lugar más fascinante y enigmático del mundo, pese a no saber cuándo había empezado a sentirme cautivado por ese enorme subcontinente que era la patria del yoga y la cuna de las más elevadas, sugerentes y reveladoras místicas. Aunque antes de saber de la existencia del yoga había leído relatos sobre la India y me sentía arrebatado y cautivado por su cultura y su arte, no fue hasta que tuve noticias del sistema del yoga cuando comencé, casi compulsivamente, a buscar obras sobre la India para leerlas con fruición, y al mismo tiempo también traté de adquirir cuantos libros pude sobre esta disciplina, si bien aquellos que se encontraban en las librerías españolas eran muy simples y sólo hacían referencia, por lo general, al yoga físico y, más concretamente, a los asanas o posiciones corporales del yoga. Más adelante fui recopilando un buen número de obras al respecto que se editaban en Argentina, México y otros países hispanoamericanos, y muchas otras publicadas en Francia, donde ya desde hacía tiempo había un gran interés por la disciplina del yoga, sus técnicas y métodos.

Con los manuales que fui adquiriendo, y a la edad de dieciséis años, comencé a practicar posturas de yoga y algunos ejercicios respiratorios; también empecé a interesarme vivamente y a poner en práctica los ejercicios de concentración y, de manera muy especial, a ejercitarme en la relajación, denominada por los textos de yoga savasana, o sea, postura del cadáver. Mi madre —maravillosa mujer de una prodigiosa sensibilidad, muy inclinada también a la espiritualidad y al autoconocimiento— comenzó a recibir clases, en grupos muy reducidos, de yoga físico (hatha-yoga), impartidas por un profesor indio. Yo practicaba habitualmente en casa, de modo muy rudimentario y centrándome en algunas posiciones básicas y en las respiraciones abdominal, intercostal y clavicular. Aún igonoraba prácticamente por completo la colosal suma de conocimientos propios del yoga y su fabuloso arsenal de métodos para el desarrollo de uno mismo y la liberación de la mente.

Un día, animado por mi madre, también comencé a asistir a las clases de yoga impartidas por el instructor hindú. Desde aquellos ya muy lejanos días puedo haber sido más o menos disciplinado y perseverante en la práctica, pero nunca he dejado de llevarla a cabo y siempre he mantenido una confianza consistente y plena en los métodos del yoga, todos ellos verificados a lo largo de milenios y sumamente prácticos y beneficiosos para el ser humano. Cada día estoy más convencido de las excelencias indiscutibles del yoga, cuyos resultados puede experimentarlos cualquier persona que lo practique con algún rigor. Al filo de mis sesenta años de vida, cada día sigo haciendo yoga con ánimo renovado y una confianza cada vez más inquebrantable en sus posibilidades, pero también cada día soy más consciente de cuánto me queda todavía no sólo por practicar, sino también por aprender, porque el yoga es un océano insondable e inabarcable de conocimientos y técnicas para el mejoramiento humano y la autorrealización. Resulta de gran consuelo poder contar con tal caudal de enseñanzas tendentes al desarrollo y armonización de la psique, y poder disponer de una amplísima «farmacopea» psicológica y espiritual para equilibrar la mente y desencadenar un entendimiento correcto que a todas luces brilla por su ausencia en la mayoría de los seres humanos.

Supe que el yoga es medicina natural, la primera psicología del mundo, ciencia psicosomática, sistema para la salud integral, metafísica y mística, filosofía liberadora (apoyada en un método pragmático y experiencial) y senda de autorrealización, pero, sobre todo, es un conjunto vastísimo de técnicas psicofísicas para actualizar los potenciales psicosomáticos de la persona y reorganizar la psique en una dimensión más equilibrada y madura. A medida que iba indagando y explorando en el sistema del yoga, me iba dando cuenta de hasta qué punto era un «universo» que tardaría años en sondear; pero no han sido años, sino toda una vida, puesto que, mientras escribo estas líneas, todavía continúo invirtiendo la mayor parte de mi tiempo en explorar y experimentar los milenarios métodos yóguicos y en tratar de seguir desentrañando sus enseñanzas más sutiles. No es de extrañar que el yoga se convirtiera desde antaño en el eje espiritual de Oriente y que sus métodos fueran incorporados a innumerables sistemas filosófico-religiosos y psicologías de la realización tanto de Oriente como de Occidente. Suprarreligioso y adogmático, es un método de autodesarrollo completamente aséptico, en el que todas las enseñanzas deben reflexionarse lúcida y conscientemente, y todos los procedimientos hay que verificarlos personalmente. Nada queda libre al azar. Cada día estoy más convencido de que si una persona no encuentra en la práctica del yoga los frutos que éste ofrece, es porque no se ejercita lo suficiente o la práctica está resultando desacertada.

Para mi propia sorpresa, tuve la oportunidad de poder comenzar a publicar mis obras cuando era muy joven. Una modesta editorial catalana confió en mí. Aunque he escrito sobre los temas más diversos (libros de viaje, ensayo, novelas, cuentos, guías), he publicado especificamente gran número de obras sobre yoga y orientalismo y también me hice cargo de una enciclopedia de cuatro extensos tomos sobre el tema. No obstante, salvo muy sucintos y ocasionales apuntes, nunca me he referido con minuciosidad a mi propia práctica y a mis aventuras y desventuras en la senda del yoga. Esta obra, sin embargo, está motivada por el anhelo de poder compartir con otros muchos aspirantes y practicantes las excelencias y los beneficios de las prácticas yóguicas, así como el de mostrar las enseñanzas esenciales de la disciplina del yoga y sus más efectivas técnicas y procedimientos. En principio, nadie puede ni siquiera imaginar la ayuda que puede encontrar en la práctica asidua del yoga y hasta qué punto este método puede proporcionar un bienestar psicosomático real.

El yoga es una de las mejores y más fiables y solventes herramientas con las que podemos contar para la realización de uno mismo y para la salud psicofisicoenergética. Como señala la profesora de yoga Isabel Morillo, se trata de un maravilloso regalo de la India para el resto del mundo. Si me he decidido a escribir esta obra (complementaria de otras mías, pero abarcando en ella todos los yogas) es porque considero necesario seguir poniendo en manos del lector y del aspirante todos los conocimientos y procedimientos más eficaces del yoga y ofrecerle todas las pautas válidas para su aplicación, tanto si asiste a un centro especializado como si lo practica en su propio hogar.

Cuanta más información fiable y verdaderamente orientadora pueda recibir el lector, con más consistencia y efectividad podrá ejecutar las numerosas técnicas que configuran el campo de herramientas yóguicas para la liberación interior, la emancipación psíquica y la actualización de potenciales internos que, por lo general, nos pasan desapercibidos. Estoy en deuda con el yoga, y con este nuevo acercamiento al lector pretendo que esta obra pueda resultar eminentemente práctica y esclarecer muchos aspectos del desarrollo de esta disciplina, hasta donde ello se pueda lograr con un libro. Todos los seres humanos poseemos un potencial mental y espiritual que podemos activar y desarrollar, sobre todo si disponemos para ello de un método tan solvente como lo es el yoga, en el cual nada resulta casual o gratuito ni se deja al azar. Mediante la práctica del yoga podemos ir resolviendo de forma paulatina condicionamientos internos, aprender a afrontar con más ecuanimidad los externos y poder ganar libertad interior, así como recobrar el sosiego perdido o tan siquiera jamás hallado. La reeducación mental juega un papel esencial en todas las ramas del yoga, puesto que todas las técnicas deben llevarse a cabo con el máximo de atención mental. No es de extrañar que los yoguis se refieran a la atención como la luz, la llama o la perla de la mente, denotando así hasta qué punto consideran preciosa y salvadora esta función mental.

El yoga en absoluto exige la renuncia exterior, ni el aislamiento, ni el eremitismo ni el retiro de la sociedad profana. A lo que hay que renunciar es a la necedad de la mente y al egocentrismo exacerbado. El yoga es una actitud de vida y previene o ayuda a superar dos masas de sufrimiento que son evitables y que derivan de la mente ofuscada que da por resultado en el ser humano la codicia desmesurada y el odio. Hay tres clases de sufrimiento: el que es inherente a la vida (enfermedad, vejez, muerte, separación de seres queridos, desastres naturales, etcétera); el que se desencadena en la mente por el desequilibrio y el desorden de la misma; y el que los seres humanos infligen a los otros seres humanos y criaturas en general por culpa de los malos sentimientos y emociones negativas. Sólo el primer tipo de sufrimiento es inevitable y universal, en tanto que las otras dos grandes masas de sufrimiento bien se podrían evitar si se esclareciese la mente humana y se tornase compasiva.

El yoga es un método para la liberación del sufrimiento. Eso me quedó bien claro desde que comencé a dar mis primeros pasos en esta disciplina. Nos ayuda a enfrentar con más sabiduría y ecuanimidad el sufrimiento inevitable y, por supuesto, a disipar el sufrimiento inútil, que genera tanta desdicha propia y ajena debido a la ofuscación de la mente y la malevolencia. Uno de los grandes y primordiales objetivos del yoga es no añadir sufrimiento al sufrimiento, aprender incluso a transformar las adversidades en aliados para el desarrollo de uno mismo y evitar en lo posible cualquier tipo de perjuicio sobre uno mismo y sobre los demás seres sensibles. El verdadero yoga es, pues, una actitud de vida además de un método liberatorio. Apunta de modo directo a la mente humana para poder solventar los modelos de pensamientos que engendran ofuscación, avidez y aversión y, en consecuencia, tanto sufrimiento, injusticias y desigualdades.

El yoga (yugo) es unión, pero también —y esto es fundamental— las enseñanzas y métodos para lograr esa unión y para mostrarle a la persona el medio de trasladarse del yo ficticio al yo real, de la personalidad a la esencia. El completo sentimiento de unión y cosmicidad se recobra mediante un especial estado de la mente —el yóguico— que sobrepasa a la consciencia ordinaria, ya que ésta, al ser condicionada, no puede aprehender lo Incondicionado.

Lo que desde el primer momento me atrajo de manera muy especial del yoga es su sentido eminentemente práctico, que apela la inteligencia primordial de la persona y la insta a que lo experimente todo por sí misma. Me sentí con muchísimas ganas de empezar a saber de un método que todo lo configuraba magistralmente y casi me atrevería a decir que matemáticamente. Desde muy niño había experimentado una gran insatisfacción que me hacía estar a la ansiosa espera de poder hallar un método de autorrealización.

El yoga es una senda del conocimiento, pero de ese conocimiento especial que hace posible la transformación y no se queda tan sólo en un mero conocimiento intelectual que se desvanece en la superficie de la mente. Es un conocimiento vivencial y experiencial que penetra en lo más íntimo de uno; casi podríamos decir que se visceraliza y produce modificaciones internas de gran alcance. En última instancia, uno es siempre su propio maestro y su propio discípulo, y convierte su cuerpo-mente en el laboratorio en el que trabajar con minuciosidad y diligencia. Así pues, no hay lugar para las abstracciones metafísicas o las alambicadas y perturbadoras abstracciones filosóficas; bien pronto conocí ese adagio puramente yóguico que reza: «Vale más un gramo de práctica que toneladas de teoría». Lo que sí sentí desde el principio de mi relación con esta disciplina es que ésta jugaba el verdadero papel de Dharma («apoyo, sostén») y que por ello me procuraba confortamiento interior y me ofrecía una dirección algo más clara en mis muy confusas aspiraciones y difusas intenciones. Aun en los momentos más difíciles o de mayor desánimo, siempre he considerado el yoga como ese «soporte» en el que hallar aliento, consuelo, prestancia y ánimos renovados. Al ser básicamente una práctica, lo esencial es ejercitar sus métodos, que no han de defraudarnos, pues toda filosofía o metafísica liberadora sin método, al fin y al cabo, ni nos transforma (porque para ello no basta el conocimiento intelectivo) ni de nada nos libera. Mientras dispongamos de un mínimo de energía para practicar, incluso en los momentos más difíciles de nuestras vidas podremos seguir el sadhana (ejercitación yóguica) y mejorar y estimular nuestro tono vital y activar nuestro humor. El yoga otorga paz y procura armonía, y nada es tan cercano a la dicha como la paz y la armonía.

Nos hemos encontrado —o se nos han dado, es lo mismo— unos instrumentos vitales que son la corporeidad, la mente y la energía o proceso cósmico que a ambos impregna y dinamiza. Los vamos a tener con nosotros setenta u ochenta años, o los que fuere, y debemos atenderlos adecuadamente y cuidarlos para que se conviertan en amigos, no declinen prematuramente y nos ayuden en la vía de la realización de uno mismo. En esta misma vida —declaran todos los yoguis— hay que tratar de ganar la liberación de la mente… o aproximarse a ella tanto como resulte posible.

Desde niño tuve que soportar una profunda insatisfacción vital y un gran descontento existencial. Antes de que pudiera formularme las preguntas conceptualmente, ya me asaltaban toda clase de interrogantes metafísicos que me producían desconcierto y zozobra. Si algo anhelaba, desde que puedo recordar, es la paz interior y la calma de la mente. Por eso, desde el instante en que supe de la existencia de un método que era capaz de otorgar serenidad al que lo siguiese, me lancé entusiasmado a investigarlo. El yoga nos indica una meta y nos abre una dirección, al tiempo que nos facilita unos medios hábiles para desplazarnos de la confusión a la claridad.

Aunque físicamente yo era de una rigidez alarmante, sobre todo en las articulaciones de las piernas (pues en la adolescencia me había visto obligado a llevar unos aparatos ortopédicos durante meses), enseguida comencé a ensayar algunas posturas de yoga y a intentar aplicar los primeros ejercicios de concentración. También empecé a realizar la práctica de las respiraciones más básicas pero muy sedativas, las abdominales, y a tratar de leer biografías de grandes yoguis, como Ramakrishna, Vivekananda, Ramana Maharshi y otros. Comenzaba así a «tantear» la senda del desarrollo de uno mismo y el autoperfeccionamiento psicosomático, sin reparar entonces en que habría de ser un trabajo para toda una vida. Si a algo aspiraba yo —desde mi agitación y angustia— era a esa armonía que parecía garantizar la asidua práctica de ese método milenario originario de la India, pero que ya se estaba practicando en muchos países del mundo. Le daba la bienvenida a toda disciplina que pudiera aliviar mi zozobra y ayudarme a reunificar mis energías y orientarlas hacia el equilibrio. Mediante el yoga también iba a tomar más consciencia de mi fragmentada psicología y de esa enconada lucha de tendencias anímicas que me creaba tanta desorientación. No era la mía una psicología fácil, desde luego, y a lo largo de muchos años tuve que «bregar» con mis conflictos internos, mis ambivalencias y mis dificultades anímicas. El yoga nos enseña que, además de las dificultades externas, están las que se enraízan en nuestra propia mente y se pueden tornar feroces enemigos que hay que ir neutralizando mediante la activación de esos recursos anímicos que también permanecen, aunque a menudo aletargados, en muchas personas.

Enseguida supe que el yoga era mi senda. No es ni mucho menos la más fácil, pero yo la presentía como la más investigada, comprobada y segura. Necesitaba, además, trabajar con la corporeidad, afinar todas mis energías nerviosas y estabilizar mis humores, no sólo anímicos sino también orgánicos. Debido a mis desequilibrios emocionales, mi salud física también se resentía. El yoga no sólo nos procura una vía hacia la elevación de la consciencia y el desarrollo de uno mismo, sino también hacia la salud total, puesto que es una ciencia integral del bienestar. Enseguida me percaté de la gran importancia que este sistema le daba al conocimiento y dominio de la mente, pues considera que ésta constituye el fundamento de todo y, si bien puede ser una eficiente secretaria, también puede convertirse en una perversa ama. No tuve que consultar muchos libros para encontrar instrucciones yóguicas como: «Así como piensas, así eres» o «Eres el resultado de tus pensamientos» o «Un pensamiento tiende a convertirse en un acto; un acto, en un hábito, y los hábitos hacen tu destino». Comencé a percatarme, con no poco asombro, de hasta qué punto las técnicas del yoga cubrían todos los aspectos y ámbitos del ser humano, fuera el somático o el energético, el emocional o el espiritual, el mental o el relacional con otras criaturas. Empecé a presuponer que todos estos conocimientos y técnicas habían sido concebidos y ensayados por personas que en tiempos remotos anhelaron sobrepasar los límites ordinarios del cuerpo y de la mente y, sobre todo, poder hallar el yo real y establecerse en él. Así era. Seguramente —y eso no es lo preferible, como tampoco un entusiasmo febril— ello despertó muchas expectativas en mi mente joven y tal vez me hizo esperar resultados rápidos, cuando todos son graduales y siempre dependen del esfuerzo bien aplicado y de la práctica constante y asidua. En el transcurso de los años iría disipándose ese entusiasmo un poco pueril, pero nunca perdería la confianza en la eficacia del yoga, aunque siempre hay desmayos a lo largo de cualquier senda de autorrealización y hay que evitar apartarse demasiado de la misma, no sea que uno, por inercia, no vuelva a retomarla y pierda así una ocasión preciosa de proseguir en la realización de uno mismo y poder convertir la vida en aprendizaje y autoconocimiento.

La sabiduría del yoga nos exhorta a que cada persona encienda su propia lámpara. Nadie, ciertamente, puede hacerlo por nosotros. A veces falla la voluntad porque también se resiente la motivación. Hay que ser ecuánime con uno mismo y no culpabilizarse ni desfallecer. Hay etapas en las que caminamos más resuelta y velozmente, y otras en las que lo hacemos con más indecisión y lentitud. No importa. La vía que propone el yoga es gradual. No hay atajos. Pero ningún esfuerzo se pierde e incluso los «retrocesos» son aparentes. Una vez comenzada la larga marcha hacia la armonía y el autodesarrollo, el secreto está en no abandonar y, aunque a veces sea en pequeñas dosis, no dejar de practicar. La propia sabiduría, que se esconde tras la ofuscación de la mente, no nos dejará de alentar y reorientar. Como me dijo en una ocasión un mentor: «Usted practique. Tanto si se siente dichoso como desgraciado, no deje de practicar y la práctica se encargará de hacer su cometido».Tenía razón. Sigo practicando y aprendiendo. Queda mucho camino por recorrer, pero lo esencial es no detenerse.

En esta obra me referiré de manera muy especial a los yogas más esenciales (hatha-yoga, radja-yoga, karma-yoga, bhakti-yoga, gnana-yoga, mantra-yoga y kundalini-yoga) por ser los que en principio más pueden cooperar en la evolución y bienestar de todo ser humano. Todos ellos se complementan idóneamente. A través del yoga psicofísico también se favorece la mente, así como el mental beneficia al cuerpo. En otra de mis obras me he ocupado a fondo de otros yogas o de otras vertientes de los yogas mencionados como el tantra-yoga, al que he dedicado estudios muy extensos en mi libro La vía secreta del amor, entre otras publicaciones. Lo que pretendo en esta obra es hacer una exposición tanto teórica como práctica de los yogas realmente más esenciales, ya que todos ellos pueden aportar al ser humano enseñanzas y técnicas muy útiles para la evolución de su consciencia y favorecer todos sus planos y funciones, encauzando sus energías hacia la realización de sí mismo y la plenitud de la conciencia. Dependiendo de la naturaleza mental del aspirante, éste puede inclinarse más por una u otra modalidad del yoga, pero ello no quiere decir que desatienda las otras y que no incorpore a su práctica métodos de las mismas y pautas y actitudes para la vida diaria. Se pueden observar diferentes ramas del yoga, aunque se tienda hacia una en particular. En mi caso, por ejemplo, practico habitualmente los yogas físico y mental, complementándolos en lo posible con la actitud yóguica en la vida diaria y las enseñanzas del karma-yoga y del gnana-yoga. De cualquier modo, para todos los yogas son factores imprescindibles el genuinamente ético y el mental, y la propia razón de ser del yoga es procurar los medios para lograr la emancipación psíquica y la libertad interior.

RAMIRO CALLE

NOTA: Puede contactarse con el autor directamente en su centro de yoga Shadak, en la calle Ayala, 10, de Madrid, o a través de su página web: <www.ramirocalle.com>.

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