Читать книгу Correr con el alma es posible - Ramón Abdala - Страница 10
Ser más que pertenecer
ОглавлениеLa vida es tan corta que solo tengo tiempo para vivirla intensamente, disfrutar y ser feliz. Esto pasó por mi mente cuando cumplí 50 años. Me prometí a mí mismo ser lo que mi persona es. Alimentar mi alma, enriquecer mi espíritu con esa fuerza interior que nada la detiene. Esta firme decisión me llevó a cambiar mi vida, no solo quiero que me recuerden como odontólogo, también quiero dejar algo más trascendente. Quise ser capaz de vencer límites que impone el medio en que vivimos, vencer los no, responder por el sí. El mundo deportivo, el de maratón específicamente se abrió ante mí.
Además del deporte, me llena de satisfacción pintar. Decidí entonces tomar cursos de dibujo y pintura para aprender técnicas que no sabía y el arte complementa mis necesidades espirituales. Pinto todas las semanas y mis cuadros son otro diploma de logros. Me pasó lo mismo que con el deporte, nunca había pintado, pero siempre llevaba en mí la inclinación a hacerlo. Pero empecé, y como todo en la vida, hay que empezar despacio para llegar lejos. Me permitió sentirme identificado con ese yo que siempre quise ser, creando, disfrutando lo que hago, seguir experimentando.
Luego tomé clases en la Facultad de Arte de la Universidad Nacional de Cuyo como alumno libre. A mí solo me interesa aprender. Fue toda una experiencia porque yo soy treinta años mayor que los otros alumnos, y provengo de otro medio como es la odontología, que poco se espeja en el arte. Pero fui flexible y me adapté, me integré bien y fue un intercambio enriquecedor para todos.
Decidí pintar al óleo y el estilo hiperrealismo: figuras humanas, rostros y algún que otro paisaje. A pesar de que lo disfruto, pintar me tensiona, me pone mal y no sé si es un defecto o parte de mi personalidad, pero soy demasiado exigente y perfeccionista y casi nunca estoy totalmente conforme con el resultado, siempre encuentro que algún detalle no está del todo bien.
He realizado más de cuarenta obras en óleo sobre tela, he plasmado vivencias, rostros de personajes, momentos inolvidables vividos y experimentados durante las carreras y que gravé en mis retinas.
Como he corrido en el desierto de Sahara, he dormido en una carpa con los beduinos en medio de las arenas y con todas las estrellas sobre mí, los genes árabes que llevo despertaron y danzaron. La música y el baile árabe que escuché de muy niño y que llevaba dormidos en mi corazón se hicieron presentes. De regreso a Mendoza comencé a tomar clases de baile y música árabe. Otro desafío a mis 50. Comencé con el folklore árabe, el dabke, el derbake, la música de percusión. Sin darme cuenta ya estaba bailando. Finalmente me di el gusto de participar de una presentación en el Teatro Independencia, el más importante de Mendoza. Pude seguir una coreografía y experimenté los aplausos del público. Me sentí muy feliz, y pensándolo bien, es por la única razón que lo hago, porque me pone muy feliz.
Aprendo a tocar derbake, un instrumento musical de percusión. Me gusta la conexión cósmica que siento al ejecutar sus ritmos: los agudos elevan, contactan con el cielo, los graves contactan con la tierra y ése es el mensaje de este sonar que proviene de tiempos ancestrales. Siento tanto gusto la relación con este instrumento que no quisiera jamás dejar de tocarlo.
Dos experiencias relacionadas con la música me marcaron con huellas profundas. La primera hace más de diez años en la maratón de Sables que exigió 250 km en el desierto de Sahara –que ya mencioné- en autosuficiencia con más de 50º de temperatura. Finalizaba el tercer día de competencia y terminábamos la etapa más larga, de 80 km. Al llegar a las jaimas (tiendas de campaña), el director, el francés Patrick Bauer, nos anunció una sorpresa para esa noche, como para compensar el esfuerzo realizado. El tercer día de competencia siempre es difícil porque el cuerpo se agota, duele, se sienten las ampollas en los pies, se pierden kilos, se arriesga deshidratación y cuesta saber cómo se van a enfrentar los dos días que faltan. Así que una sorpresa que compense es muy importante para levantar el ánimo y las energías.
Fue maravilloso, toda mi vida agradeceré a Patrick Bauer el gesto para con nosotros: estábamos todos los corredores tirados en la arena, contemplando la infinita bóveda estelar en la noche con tantas estrellas brillando, sintiéndolas tan cerca que nadie se atrevía a hablar para no romper el encantamiento. La noche tibia, acunados por las arenas inmensas del desierto, con todas las estrellas sobre nosotros titilando bellamente. De repente se iluminó una de las dunas y apareció un escenario, sobre él, la Orquesta Sinfónica de Francia y una cantante lírica japonesa. Comenzó a sonar la música y el aleluya invadió el espacio y el alma. Con la piel encrespada y lágrimas en los ojos, sentimos elevarnos en un momento sublime que jamás se ha repetido. Supe que la música puede elevar el espíritu a dimensiones sagradas.
Creo que me cambió para siempre porque el Ramón que volvió era muy distinto al que fue. Los kilómetros que faltaban no se sintieron ni importaban, estábamos con el espíritu elevado y nada nos podía vencer.
Una segunda experiencia la viví en la maratón en los Alpes franceses: cien kilómetros sin paradas (modalidad non stop) en el Mont Blanc. Horas previas a la competencia se descargó una tormenta de viento y nieve que hizo descender la temperatura a -10º, pero esa carrera no se suspende por mal tiempo. Éramos unos 1000 corredores listos en la línea de largada, muertos de frío y de dudas. Repentinamente por los amplificadores comienza a escucharse Vangelis, y su obra “Conquista del paraíso”. Y todo cambió. Nos sentimos con fuerzas, optimistas, seguros de resistir porque no hay tormenta ni frío que nos detenga. Después de veintidós horas de correr, cruzaba yo la línea de finisher (finalista). Toda la vida agradecido a Vangelis y su bella música, así como a los organizadores por el obsequio.
En mi escala de valores ocupa el primer lugar el atletismo y esa actividad requiere dedicación, entrenamientos, descanso, alimentación adecuada. Ese tiempo es muy valioso y no lo negocio por nada del mundo por una razón muy clara: sin buen estado, sin buen entrenamiento, sin poner el cuerpo y la mente a punto es imposible lograr los ultra maratones, que son mi felicidad. Si no se está en condiciones, solo se sufren y se pone la vida en riesgo, por eso me tomo muy en serio cada una de las actividades que mi cuerpo y mi mente requieren para esta actividad deportiva que no es nada sencilla. Para lograrla necesito buena alimentación, buen ejercicio y buen descanso. Eso requiere dejar de lado actividades sociales que son comunes a casi todas las personas de esta sociedad, pero lo hago con gusto.
Además del atletismo, siento gozo y felicidad cuando pinto, cuando bailo, cuando aprendo música. He decidido dejar todo de mí de la mejor manera posible a aquello que quiero hacer. El objetivo de la vida es ser feliz, pero eso también requiere de esfuerzos.