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Mi vida

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Mi nombre es Ramón Clemente Abdala. Nací el 29 de agosto de 1949 en Rivadavia, Mendoza. Y si bien yo crecí en el centro urbano, el departamento se sustentaba con una economía rural, rodeado de fincas, quintas y bodegas. En mi niñez, vivía más gente en la zona rural que en la ciudad.

Mis padres fueron Clemente Abdala y Yolanda Reneé Chada, ambos descendientes de libaneses. Mis abuelos tanto paternos como maternos eran libaneses. Y eso significa mucho. Pues los libaneses son gente de trabajo y muy inteligentes para el comercio.

Tengo un hermano un año y medio mayor: José Salvador Abdala, casado con María del Carmen Pérez y tiene tres hijos que han realizado bien sus vidas.

En mis recuerdos, en mi infancia fui muy feliz, aunque no me diera cuenta. En medio de primos, tíos, abuelos y amigos, compartíamos diversión y afecto. Todos nos conocíamos en Rivadavia, y a cada paso alguien saludaba, se detenía, conversaba. Éramos partícipes de todos los acontecimientos privados y públicos, alegres y tristes. Pero lo que más recuerdo, las fiestas patrias y patronales de mi pueblo, con desfiles, kermeses, fuegos artificiales y grandes procesiones. Tal vez yo no entendía bien el significado religioso o político de cada fiesta, pero me divertía mucho. Más no necesitaba.

Los recuerdos más atesorados es que en la Rivadavia de entonces nadie cerraba la puerta con llave. La gente saludaba en voz alta y entraba, las casas eran de todos y no conocíamos la inseguridad. Recuerdo que había olvidado mi bicicleta en el correo porque me mandaron a echar unas cartas. Al otro día noto que no estaba en mi casa y recordé: fui a buscarla y allí estaba. Nadie la había tocado, pasó toda la tarde y toda la noche apoyada en una pared, por supuesto sin candado ni cadena, pero ahí estaba. Así era mi pueblo.

Jugábamos en la plaza a mil juegos, en la vereda, en el baldío, en el corralón de mi abuelo. Todo el espacio y todo el tiempo era nuestro. Todos los chicos amigos, pues las familias se conocían.

Cursé la primaria en la escuela estatal Bernardino Rivadavia –todos somos hijos de la escuela pública-. Quedaba a cinco cuadras de mi casa y siempre fui y volví solo. A ningún chico llevaban ni traían, salvo los niños de la campaña. Íbamos solos a la escuela, con lluvia, sol, frío o calor. El guardapolvo blanco, limpio y la maleta de cuero. Nunca conocimos calefacción ni estufas en las escuelas. Jugábamos en el patio, corríamos. En los inviernos, se escarchaba el agua en las acequias y jugábamos a romperla con el taco del zapato. Y no nos enfermábamos. En general éramos delgados y sanos. Pienso que se debe a dos factores: nuestras madres cocinaban muy sano y nutritivo, por ende, estábamos bien alimentados. Y el cuerpo se hace resistente, se adapta a la temperatura, pues la mayor parte del tiempo estábamos afuera. No voy a decir que no había enfermedades ni mortandad infantil porque estaría faltando a la verdad. Sí había problemas también. Pero nosotros no nos enterábamos.

Crecimos con valores que se respetaban. La autoridad la tenían los padres, no los niños, y sin tantas vueltas. A ningún padre se le ocurría cuestionar a la maestra o a la escuela (aunque no siempre tenían razón). Pero la escuela era una institución muy respetada por toda la comunidad, era como sacrosanta y nada que pidiera se le negaba. En la escuela cifraban los padres, pobres o ricos que allí, con el guardapolvo blanco éramos todos iguales, las esperanzas de un futuro promisorio para los hijos. Y esa promesa en infinidad de casos se cumplió. Yo cursé la escuela enciclopédica, del ascenso social posible. De libro de lectura, manuales, diccionario, compás, transportador, y simulcop. Con clases de gimnasia con zapatillas pampero bien blancas. Cuando recuerdo mi niñez, me siento agradecido con la vida.

El colegio secundario lo cursé en San Martín, a 18 km de Rivadavia porque era un colegio comercial, y en Rivadavia no había esa especialidad. Viajaba en colectivo o hacíamos dedo, alguien nos acercaba porque no temíamos nada parecido a la inseguridad. Cursaba a la mañana y las clases de educación física se daban a la tarde de manera que tenía que volver rápidamente a la escuela. Siempre encontraba una excusa para no ir porque la verdad, no me gustaba la actividad física. De adolescente no hice deporte alguno, era muy holgazán para eso.

Puedo asegurar que todos podemos ser atletas, deportistas a cualquier edad. Creo que un deportista se hace, no se nace. Es producto de la convicción y del trabajo. De la aplicación de las 10 P, a saber: práctica, perseverancia, paciencia, predisposición, progresivo, pensamiento positivo, poder pleno, presente y una plegaria de deportista.

No tengo ningún antecedente familiar que sea deportista, ni existía en la familia tal inquietud. No está en mis genes. Estuvo en mi deseo, en mi voluntad, en la alegría y la plenitud que encontré en el deporte. Por eso digo que el talento está dentro de uno, tiene que manifestarse y desarrollarse. La fortaleza no proviene de la capacidad física sino de la voluntad indómita.

Los estudios universitarios los realicé en la Universidad Nacional de Rosario. Llegué a aquella ciudad, a 900 km de casa, siendo un adolescente que creció en un pueblo. Una ciudad populosa, desconocida, donde nadie sabía quién era yo y a nadie preocupaba.

Cuando llegué, no sabía dónde quedaba la facultad de odontología. Pues me proponía seguir esa carrera. Y recuerdo bien, vi unos estudiantes que iban con guardapolvos blancos. Pensé: “estos deben ir a la facultad de medicina o a la de odontología” y los seguí. Así llegué a la facultad y me inscribí. Estaba seguro de que me gustaba odontología porque yo siempre tuve mucha habilidad manual y sobre todo destreza fina. Y, además, tiene un gran costado humanitario aliviar el dolor de la gente. Sin test vocacional, solo por intuición, siempre supe que era una carrera para mí. Aprobé el examen de ingreso y comencé mis estudios. Corría el año 1968.

La integración me costó. Mi manera de hablar, de vestir, mi pobre preparación del secundario. Todo fue un esfuerzo de superación. Pero poco a poco fui lográndolo, y finalmente fui uno más que tuvo amigos, compañeros, idas y venidas. Después supimos todos que no debíamos juzgar por las apariencias, que primero hay que conocer el corazón de las personas, pues todos tienen una historia.

Cursé y aprobé la carrera en tiempo y forma. Siempre rendí con buenas notas y eso implicaba muchas horas de estudio y mucha voluntad. Odontología es una carrera que necesita mucho dinero en material así que como estudiantes nunca teníamos un peso y en las horas y horas de estudio nuestro gran compañero era el mate. Cuando llegaban encomiendas de nuestras madres, era una fiesta: tortitas, bizcochuelos, frascos de dulces, y mucho más. Porque en seguida tuve amigos verdaderos y todo iba a la mesa para todos. Pelusa, de San Cristóbal, Liliana López, de Rosario, quien terminó con medalla de oro. Estudiábamos juntos en la biblioteca, en el laboratorio, con los libros o apuntes. Mucho les costará imaginarse a los jóvenes de estos tiempos que nosotros no teníamos fotocopias, ni computadoras, ni teléfonos, ni pendrive, ni internet… teníamos libros y apuntes… y mucha voluntad.

Me recibí el 11 de diciembre de 1974. La última materia fue Odontopediatría. La alegría que sentí no cabía en mi corazón. Sentía que había logrado mi objetivo. Supe que soy capaz, que puedo si me propongo algo, aunque sea difícil. Le mostré a mis padres, a toda mi familia que podían confiar en mí. Que yo no defraudo. El proceso interior en mi persona fue muy importante.

Pero faltaba algo más, y no poca cosa: el servicio militar. Había pedido prórroga.

En el sorteo me tocó el número 900, de manera que debía ser incorporado a la marina. Fui incorporado en forma inmediata y opté por hacer el curso oficial de marina en Bahía Blanca. Por ser profesional y aprobado el curso se me designó como guardiamarina odontólogo en el Hospital Naval Río Santiago en Ensenada –La Plata-.

Fue un tremendo cambio: de estudiante a oficial de marina. Viví dos años en el hospital compartiendo con oficiales. Fue otro esfuerzo de adaptación. Y fue difícil porque fue durante el proceso militar y yo sabía quiénes eran y qué estaba pasando. Yo no quería ser parte de ese gobierno. Había visto compañeros estudiantes desaparecer y yo tenía que disimular para que no desconfiaran de mí porque siempre estábamos en peligro. Puedo asegurar que no fue fácil vivir con una máscara tratando de mostrar otro yo, sufrí mucho, no estuve a gusto en ningún momento. Pude sobrellevar esa circunstancia no elegida sino por obligación cívica y eso puso a prueba mi templanza, mi capacidad de resiliencia y me dije “todo pasa” y así fue. Cumplido el plazo, pedí la baja y regresé a Mendoza.

En 1976 empecé a trabajar alquilando un consultorio en el centro de la ciudad. Por el momento no podía comprarme el equipamiento necesario porque es oneroso. Compartía con otros cuatro odontólogos. Los comienzos fueron difíciles porque no tenía clientes, solo familiares y amigos a quienes no les cobraba. Recuerdo tardes enteras sin turnos ni nadie que me requiriera y yo debía pagar el alquiler y vivir. Pero me dije con firmeza: “voy a triunfar, yo puedo” y poco a poco, por recomendaciones iba siendo conocido y empezaban a llegar los pacientes. Entonces agregué las mañanas. Los fines de semana preparaban las prótesis en un laboratorio para ahorrarme ese gasto. La competencia con los demás odontólogos acabó con la amistad, así que tuve que dejar ese sitio y mudarme.

A dos cuadras de allí conseguí una casa antigua estilo colonial inglés con frente de ladrillo visto. El resto era de adobe. Estaba averiada por un terremoto que la afectó. Pude comprarla pues pagué solo el valor del terreno, y la ubicación era muy buena, estaba en una zona muy linda del centro de Mendoza. Acondicioné siguiendo el estilo la sala de espera y el consultorio. La embellecí y nunca le hacía faltar flores para lograr un ambiente agradable. Los pacientes me siguieron y mi clientela aumentó notablemente. Trabajaba toda la mañana y toda la tarde, inclusive hasta la noche porque muchos nuevos pacientes podían venir después que terminaran sus ocupaciones.

Los odontólogos trabajamos en un consultorio encerrados. En invierno era difícil disfrutar del sol y del aire libre. Y comencé a sentir la necesidad del ejercicio, de las salidas.

Al poco tiempo de tener mi casa y mi consultorio propio, mi madre se enferma gravemente. La traje a Mendoza y la interné. Fue un largo peregrinar de terapias, médicos y remedios, todos ambientes desconocidos para mí. En esta circunstancia la vida me da otra lección: tomo conciencia del gran negocio de la medicina. Y detrás de ello, la deshumanización. Mi madre estaba en terapia intensiva, conectada, con un cuadro irreversible. Entonces me enfrenté a los médicos porque les pedí que la sacaran de allí. Yo tomé la decisión y me hice responsable. Yo no podía ver sufrir a mi madre conectada, obligada a vivir sin esperanzas. Yo sabía bien por la profunda conexión que siempre tuve con ella. Ni hablar de la gran cantidad de medicamentos que me pedían, listas por hora, que no hay cuerpo que pueda absorber esa cantidad de remedios. Y yo sé que todos ellos tapan el síntoma y no curan –al menos el cuadro que mi madre sufría- y además traen complicaciones secundarias. Así que insistí en desconectarla. Porque yo creo que hay que preservar la vida, no la agonía.

Así, en 1983 fallece. Una paz tremenda embargó mi corazón porque como hijo hice todo lo que estaba a mi alcance. Sé que en algún lugar me está escuchando: gracias madre, por haberme dado la vida y poder ser yo como soy.

Una consideración: la industria farmacéutica es la que más factura en el mundo después del petróleo y la publicidad. Entonces vivimos una sociedad enferma y una economía vigorosa.

Me encargué de todas sus pertenencias, de repartir y ordenar lo suyo. Fue una enseñanza, un despertar para mí. Ella vivió atada a su tiempo con más ilusión que realidad. Tenía ropas finas, elegantes y un tapado de piel, pero ella siempre estaba vestida con un batón en la cocina. El comedor impecable y el juego de porcelana preservado para ocasiones especiales que nunca llegaron. ¿Qué pasó con todo eso? Al tapado de piel se lo comieron las polillas, la ropa elegante quedó en un baúl y nadie la quiere, el juego de porcelana desapareció, no sé quién se lo llevó y en el impecable comedor la velamos, se abrió para la última despedida de su casa. Pensé que es un gran error esperar ocasiones especiales para disfrutar de la vida, que esas ocasiones nunca llegan y que las cosas son para uno, no al revés. Entonces me dije: la realidad es el presente. Vivir el presente aquí y ahora es lo verdadero, lo demás es pura ilusión no vivida.

Y pensando en eso, empecé a viajar. Nunca había salido del país. Me inscribí en un congreso de odontología en Japón, un lugar que despertaba toda mi curiosidad. Fue una gran experiencia y admiré mucho esa sociedad: cultura, espiritualidad, orden, disciplina, limpieza y voluntad férrea de superación llegando a ser una potencia después de tremenda derrota en la segunda guerra mundial. Mi pregunta es cómo lo lograron, cuál es la clave, porque Japón es una pequeña isla sin recursos naturales ni petróleo, ni materia prima y superpoblada, además. Debo decir que me identifiqué plenamente con el espíritu y el hacer de la sociedad japonesa. La perseverancia es una de sus virtudes.

Y viene a cuento las palabras de Mandela que hice mías: no me juzgues por mis éxitos, júzgame por la cantidad de veces que me caí y me levanté de nuevo.

De Japón viajé a India y a Tailandia. Allí encontré solo miseria, hambre, abandono, muertos en las calles. El lugar en que trabajó Teresa de Calcuta, que solo podía ofrecer algo de dignidad al morir. Pero lo que me llamó la atención fue la aceptación de vivir en esas condiciones con un conformismo absoluto. Parecían estar en paz con toda esa miseria. Como no soy de juzgar, empecé a leer Bhagavad – gita, un texto religioso. Con el propósito de entender, de comprender la mirada de ese pueblo. Entendí que las castas sociales son partes de la religión. Creen que la vida es eterna y creen en la reencarnación y se debe aceptar lo que toca, no se puede pasar a otra casta. No creen que mueren, creen que trascienden, que el alma se eleva. Conviven en armonía budistas, hinduistas, jainistas porque los une la idea común del ser sagrado espiritual. Este libro iniciático me llevó a informarme más leyendo otros libros: Krishnamurti, Osho, Deeprak Chopra, Eckhart, Tolle entre otros. Recuerdo cuando iba a Buenos Aires pasaba horas leyendo en la librería Ateneo o Kier zambulléndome en las enseñanzas taoístas que muestra un camino de iluminación y paz espiritual.

Empecé a practicar tai chi chuan, una disciplina milenaria de la cultura china que es una filosofía de vida, donde se considera de mayor importancia el cultivo de la salud a través de la respiración energética, el correcto control de la energía vital y la meditación en movimiento. Lo experimento cuando corro y esa forma potenció mis capacidades.

Así fue transcurriendo y cambiando mi vida en el día a día: compatibilizando mi responsabilidad en el trabajo profesional y buscando permanentemente la superación para creer y gozar, siempre con estos objetivos por delante. Me fui transformando, el Ramón de ayer no es el mismo de hoy y no será igual mañana. En realidad, todos estamos cambiando siempre. Porque la vida es energía en movimiento, lo que no se mueve está muerto. Somos como un árbol que cambia continuamente, no como un poste estático. Aprendí que estamos vivos porque estamos en movimiento, si quieres que algo muera, déjalo quieto. Trato de ser artesano del presente y construir el arte de vivir. Para eso no hay recetas, cada uno tiene que encontrar su camino. Porque cada uno es único y lleva sus propios deseos y sus propias cicatrices. Está en el universo.

También cambié la forma en que atendía a mis pacientes. Un trato amistoso. Conversaba con ellos cómo era su vida, sus hábitos, sus comidas. Quienes estaban sanos y vitales, tenían en común el movimiento y el deporte. Aprendí mucho de ellos.

Mi vida era satisfactoria, y me acercaba a los 50 años. ¿Qué más hay? Algo pedía adentro, un vacío de insatisfacción pese a todos los logros a lo largo de mis años. Sentía que solo pasaba por la vida. A los 50 años tenía experiencias, confianza en mí mismo, algo había aprendido de la vida. He aprendido que todo lo que uno incorpora en la vida viene de afuera a través de la familia, la escuela, la iglesia, la cultura. Es importante como guía, pero no conduce a la esencia del ser. Porque yo busco ser, más que pertenecer. Así, me di cuenta que la felicidad es interior a uno, y depende de cada uno. La alegría es un estado interior, que no es diversión, es felicidad. Y es invisible a los ojos. Así, yo elijo en la segunda etapa de mi vida ser feliz, ser sano, completo, buscar la paz interior en un constante crecimiento espiritual.

En el año 2000 me hice un regalo de cumpleaños muy especial: correr la maratón de Nueva York. Yo nunca había corrido más de 5 km. En mi favor contaba un cuerpo sano, una mente equilibrada y espíritu de superación.

El desafío fue creciendo y ya no me satisfacía correr en las ciudades, busqué maratones más difíciles. Y comencé a correr en los ultra maratones: el primero y que fue el puntapié inicial fue en 2003: Two Oceans Maratón. Consistía en correr 56 km en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, uniendo el océano Atlántico con el océano Índico. Fue una experiencia maravillosa, la disfruté tan intensamente que de inmediato comencé a buscar y anotarme en maratones exigentes, ultras, porque en mí es una pasión que no tiene límites.

Templar el espíritu

La palabra atletismo proviene del vocablo griego athlon, que significa lucha, combate, fuerza. En el caso de maratón la lucha es contra uno mismo y los límites propios puesto que no se compite contra un rival. Como deportistas de alto rendimiento nos moviliza el deseo de superación, de vencer circunstancias, barreras, obstáculos y llegar a la meta. La adversidad hace templar el carácter, saca lo mejor de las personas y se resuelve en fortaleza. Es el propio guerrero interior porque el oponente no está frente a uno sino dentro de uno. Así: no sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción.

Cuando estoy detrás de la línea de largada de una carrera de ultra distancia y comienza el conteo regresivo: 5…4…3…2…1… miro a mis compañeros y me digo que estamos aquí porque tenemos confianza, porque nos sabemos fuertes, porque nada será fácil una vez largada la carrera. Horas corriendo kilómetros y kilómetros, con temperaturas extremas, con lluvia, con vientos, con nieve, con sol, en terrenos de montaña, de desierto, atravesando ríos… con el cuerpo cansado, cansadísimo, con ampollas en los pies y a veces con calambres. Es entonces cuando surge el guerrero interior y voy repitiendo una y otra vez: el cuerpo no siente nada, todo está en la mente, la mente puede ser conscientemente influenciada por la voluntad y la voluntad por el espíritu. Cuando decae la voluntad comienza el fracaso.

Si los cuerpos están conformados de manera similar ¿dónde reside la diferencia? Pues en el espíritu. La vida se expande o se contrae en proporción al coraje. Es la diferencia entre tener voluntad para realizar los sueños o tener solo deseos. Pues, la mente es todo, en lo que piensas te conviertes. (Gautama Buda)

Libertad consciente

Correr es un acto de libertad que me hace sentir feliz, pleno, conectado a mi ser. Encontré el despertar de mi vida en el camino señalado por Buda, ese príncipe que quinientos años antes de Cristo se sentó debajo de un árbol hasta encontrar la liberación. Logró liberarse del sufrimiento y nos legó cuatro verdades. El camino embarcado se llama Bodhisattva, término compuesto por Bodh: supremo conocimiento, iluminación; sattva: ser. Un ser iluminado lleva a un estado de paz, de gozo y de bienestar del alma. Me dije: por qué no tomarlo y comencé a transitarlo.

Liberar la mente de la cautividad egocéntrica, del querer –función de la mente- al sentir –función del corazón-. De la ignorancia a la sabiduría, de la bipolaridad de la mente a la unidad del amor, de Dios, de uno, de la energía universal indiferenciada.

La verdad hace libre y es necesario ir aprendiendo a morir en cada acto, es la única manera de encontrar la libertad consciente. Es un trabajo del alma. Ser libre es vivir el milagro de la vida, la aventura de lo imprevisto, el asombro.

El individuo atado al consumismo, creyendo calmar la ansiedad y la angustia existencial carece de luz interior y por ello no tiene paz, pero cree que satisfaciendo sus deseos logra esa paz. Pero inmediatamente surge otro y otro deseo de cosas, y las cosas no satisfacen la necesidad interior de luz. Como establece mi amigo Néstor Almagro, tomar conciencia es el primer paso para dar el salto cualitativo para encender la lámpara interior y compartirla. Salir de la zona de confort para disfrutar con el alma, un goce especial que surge del sentido trascendente de la vida.

La libertad consciente es un estado del alma humana que no sucumbe, no claudica, no se rinde ni en el cautiverio ni en la muerte. Está más allá de todo pensamiento, dogma o estructura porque ha dado el salto cuántico cualitativo, se aproxima a vivir en libertad, armonía, paz y amor. Ha trascendido todo condicionamiento, apego al dolor, sufrimiento, lucha o egoísmo. Da un carácter sagrado a la existencia, cambia la calidad de la conducta, el valor de las relaciones, la autoestima, jerarquiza al prójimo sin discriminación. Percibe el amor de una manera diferente, mira directo al alma de la gente, aprecia la vida. Vive cada minuto como el milagro de estar vivo y se maravilla de la existencia de todo el universo.

Albert Einstein sostenía que un ser humano es parte de un todo al que llamamos universo, una parte limitada en tiempo y espacio. Experimenta sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esa ilusión es para nosotros una especie de prisión que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas que tenemos cerca. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esa prisión ampliando nuestro círculo de compasión hasta llegar a abrazar todas las criaturas vivientes y a la totalidad de la naturaleza en su belleza. Nadie es capaz de lograrlo completamente, pero la búsqueda es un logro en sí misma, parte de la liberación y base de la seguridad interior.

La libertad consciente solo es posible a través de la experiencia, de la práctica, del ejemplo, sobre todo del hacer. Nadie es buen jinete porque solo habla de caballos.

La libertad es una aspiración máxima del ser humano, es la forma única de humanidad, por eso está en las canciones, en los himnos, en las constituciones, en los escudos, en las declaraciones. Pero es necesario romper los condicionamientos mentales para poder ejercerla realmente. Tanto condiciona al ser humano, que no hay humanidad sin libertad. Es más importante que el amor porque sin libertad no hay amor y sin amor no hay humildad y sin humildad no hay atención, pues sin atención no hay observación, la observación lleva a la comprensión y la comprensión a la comunión. Entonces la comunidad es posible. La libertad consciente está en la cima de toda condición.

Tao te ching

Tao significa camino, vía. Ching, libro sagrado. Un testamento espiritual dejado por Lao Tse. Estas enseñanzas milenarias fueron impartidas en forma verbal de maestro a discípulo para el pueblo de China porque sufrían, estaban continuamente en guerras, con la intención de dar un camino de alivio. Busca vivir en armonía con todos los seres vivientes porque todo tiene vida en el cosmos. También tomé las enseñanzas del taoísmo y las integré a las de Buda porque no se diferencian demasiado. Más bien son complementarias.

Yo quisiera transmitirles los cinco pasos del camino elegido, sin exactitudes, pues fueron transmitidos en forma oral porque en China no existía la escritura en esa época, al menos no estaba al alcance de las personas. Pues se interpreta de esta manera:

El movimiento es energía, es vida, es el correr. Todo lo que vive está en continuo movimiento: el agua es vapor, es nube, es lluvia. La semilla es planta, es flor, es fruto. Lo que cambian son las formas, de modo que no deben ser rígidas las formas porque la vida es un proceso y cada uno de nosotros es un proceso.

Ser flexible y suave como el pasto tierno, no duro como un árbol viejo. Ser fluido es ser como el agua que penetra en todos los poros, como un río manso que riega las orillas y no se detiene, ya sea que vea algo hermoso o algo malo, nunca se detiene, siempre sigue su curso. Así es la humildad, es la aceptación de lo que nos toca en el curso de la vida.

Ser conscientes con solo respirar. La vida debe vivirse a conciencia. La respiración es el sustento de la vida, con la primera respiración venimos al mundo y nos despedimos con la última. Ser conscientes es lo que nos diferencia de los animales. Si se está consciente de la respiración, no se está pensando en otra cosa. La meditación consiste en ser consciente de vivir cada minuto del presente. La mente debe dominar los deseos. Nadie hace sufrir tanto como la propia mente, y al mismo tiempo nadie puede dar más paz, gozo y bienestar que la propia mente. En lo más profundo del ser se encuentra esa serenidad que lleva a la armonía si se consigue traspasar la agitación de la superficie del pensamiento. La mente debe ser el alumno de cada uno, no el maestro.

Tierno y puro como un niño recién nacido que no está condicionado por la sociedad. Los niños disfrutan lo que hacen y no tiene ningún propósito. El niño juega porque le da placer, sin intereses y sin prejuicios. Hasta que le enseñan a tenerlo. El proceso educativo lo condiciona ya sea por parte de los padres, de las escuelas o de las iglesias. La educación no debiera ser como vasos para llenar sino fuegos para encender. No hay más cielo ni infierno que el que está dentro de uno. El mensaje de Cristo es de amor, jamás puede castigarte. Así la vida debe vivirse cada momento con un disfrute sin más propósito que dar alegría al espíritu.

Al final del camino haber logrado ser un hombre centrado en sus principios espirituales. Este camino eleva, centra, equilibra para llegar a ser un hombre sabio. Conectado al interior de uno mismo que se maravilla de la vida y de la magia de estar vivo.

En la sociedad occidental, llevar una vida espiritual elevada es muy difícil. Es difícil abstenerse del consumismo y sentir que no se necesita casi nada de lo que nos ofrecen porque en ninguna de todas esas cosas radica ni mi realización espiritual ni mi felicidad. Un día, caminando por el centro me encontré un amigo. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y entablamos un diálogo acerca de nuestras vidas. Le comenté lo que hago en mi diario vivir y cuando terminé me dijo: vos no sos normal. Le contesté: sí, en este mundo no soy normal, pero ¿sabés una cosa? soy muy feliz. Mi amigo no tuvo respuesta.

Me quedé pensando y pensé mucho. Y supe de mí mismo que yo soy una persona normal pero mis hábitos no son los que todos tienen. Es decir, mis comidas, mis entrenamientos, mis reflexiones, mi espiritualidad no condice con el consumismo y con el materialismo excesivo que se impone en esta sociedad. Yo no encuentro satisfacción en las cosas. Las cosas las necesito, pero no son el centro de mi vida. Pero me dije también que si vivo en Mendoza es por algo, que tengo una misión aquí. Y aquí me quedo. Porque cada copo de nieve cae en el lugar que tiene que caer. Mientras me aferro a la sabiduría del budismo y del taoísmo y a mis reflexiones diarias y al tai chi chuan. A mis entrenamientos diarios y a mis ultra maratones.

Yo siempre me identifiqué con estos principios y cuando los conocí supe que estaban hechos a mi medida. Tratar de vivir según ellos me llena de alegría. Pues según estas creencias y que yo comparto, no somos seres humanos con experiencia divina, somos seres divinos con experiencia humana. Es decir, todo ser humano es sagrado.

La búsqueda del tesoro.

El tesoro más valioso está muy cerca de cada uno de nosotros. Encontrarlo nos hace afortunados: cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente.

El cuerpo es el templo del alma y es necesario cuidarlo lo mejor que se pueda. En primer lugar, con alimentación saludable, no contaminados con químicos. Procurar alimentos orgánicos de alto valor energético: frutas, verduras, hortalizas frescas de la temporada y del lugar.

En cuanto a la mente, también es necesario cuidar y vigilar bien lo que entra. Procurar que los pensamientos sean positivos y como en un jardín, quitar las malezas. El universo no castiga, no bendice, no controla, el universo responde a las vibraciones que cada uno emite. Si se es feliz, si se piensa feliz, la felicidad viene, si se es negativo, la negatividad vuelve. Lo que enviamos al universo el universo nos devuelve como un eco.

La energía es movimiento de vida que nunca se detiene. Cuando esto sucede es como el agua estancada que se pudre. Entonces el cuerpo se enferma. Este concepto es la base de la medicina china. La acupuntura es el desbloqueo de la energía. Cuando el cuerpo se mueve fluye la vida, el oxígeno, y los órganos y músculos se masajean. Es necesario moverse para mantener el cuerpo sano. Si quieres que algo muera, déjalo quieto.

En esas tradicionales y antiquísimas culturas, saben que la longevidad se logra con tres actitudes básicas: cuerpo sano, pensamientos positivos y movimiento permanente.

El amor es la propia existencia porque estamos hechos de esencia amorosa. No se busca el amor porque lo tenemos en nosotros como persona amorosa que somos. El amor es la fuerza más poderosa del mundo, el amor no es ser bueno, sino ver lo bueno en todo. Vivir en el ser es servir al amor.

La felicidad es la conquista de un viaje interior y se encuentra cuando no se busca. La felicidad es simple, lo difícil es ser simple.

La armonía es equilibrio, es percibir la eternidad del presente dejando atrás las oscilaciones egocéntricas entre la ansiedad del futuro y las angustias del pasado. Armonía se logra viviendo el aquí y ahora sin temor, en paz. La energía interior vital, que es invisible, fluye y sale a la superficie si se logra armonía, y entonces simplemente aparece la felicidad.

El tesoro está al alcance de la mano, dentro de cada uno.

Alimentación consciente.

Decidí empezar en el camino del naturismo, no por enfermedad ni otros problemas, fue una decisión personal. Me sentía muy bien físicamente, pero quería estar mejor, con más energía, más vitalidad, ligero, limpio de mente y mantenerme sano. Porque comprendí que sin alimentos sanos no existe salud posible. Cuando hay salud y paz interior, se manifiesta el talento.

Este cambio de alimentación me significó el comienzo de una nueva vida, más rica y plena, con más salud y energía. Me permitió alcanzar rendimientos máximos en el deporte hasta la más avanzada edad. Sentí alegría de vivir.

A mi entender, se trata de estar atento a lo que se come. Se llama alimentación consciente. El cuerpo dice, pide, dictamina lo que se debe comer. La mente dice lo que quiere comer y ahí radica la diferencia: si haces caso al cuerpo o a la mente. El cuerpo dice cuánto, cuándo. Si tienes hambre o no. Y cuando algo cae indigesto o el cuerpo se siente mal, no se trata de tomar digestivos, se trata de escuchar: el cuerpo rechaza aquello que no debe ingerirse. Entonces hay que escucharlo. En cambio, la mente continuamente quiere, quiere y quiere. Pide todo lo que no se debe comer: salado, dulce, graso y en cantidad. Entonces viene la obesidad y sus consecuentes enfermedades. La mente tiene dependencias, apegos, condicionamientos y es adictiva. A cada rato está pidiendo comida, ropa, cosas. El único freno a la mente es la conciencia. Si la persona no es consciente de lo que debe, la mente maneja y a través de ella, intereses que solo quieren lucrar con la salud. La propaganda y los comerciales de todo tipo han estudiado muy bien cómo manejar la mente, y lo hacen todo el tiempo. Es el efecto del marketing. Llenan a las personas de necesidades superfluas e innecesarias a través del mensaje subliminal. Así tenemos una sociedad enferma y una economía próspera . Para alimentarse en forma saludable, cada uno busca en forma instintiva, lo que el cuerpo necesita y la naturaleza lo brinda. Pero es necesario tener una conciencia muy clara sobre esto.

El otro aspecto importante es evitar el ambiente hostil porque entonces seguro que la comida caerá mal. Sin televisión ni noticias tóxicas, sin celulares a la mesa, sin discusiones. Los problemas deben tratarse fuera de la hora de la comida. Buscar temas amigables, tranquilos y en armonías. Sin sonidos altos ni molestos. Sin apuro. Poca cantidad, es sano levantarse de la mesa con algo de hambre. No es bueno nunca el exceso de comida. Es recomendable un buen desayuno, una comida abundante al mediodía, y cenar muy poco. No es bueno ir a la cama con el estómago lleno porque al dormir no se gastan energías y se acumulan transformándose en grasa. Es decir: desayunar como un príncipe, almorzar como un rey y cenar como un mendigo.

No es mi intención darles recetas ni indicar a nadie qué debe o no comer. Solo quiero testimoniar que mi experiencia con el naturismo es que he llegado a los 70 años con excelente salud y con mucha energía y vitalidad, lo que me permite pensar en nuevos proyectos. No he padecido enfermedad alguna y no tomo ningún medicamento, salvo analgésicos o antiinflamatorios luego de largas carreras por esguince o torceduras.

Para resumir, es necesario ser conscientes de lo que comemos. Prestar mucha atención a la hora de elegir los alimentos procurando que sea comida sana, de altos valores nutritivos, energéticos, en lo posible orgánicos (sin químicos ni aditivos), frescos, de la temporada y propios del lugar. Por el contrario, evitar las comidas procesadas, aditivos minerales sintéticos, edulcorantes, transgénicos, densos en calorías y con exceso de azúcar o sal, así como las grasas. Todos ellos son nocivos para la salud. Las legumbres y cereales que consumo son integrales, sin refinar, pues este proceso le quita nutrientes que se encuentran en las cáscaras. Recomiendo no consumir harinas, arroz y azúcar, pan ni pastas. En mi alacena no hay productos envasados, procesados ni refinados.

Suelo hacer una relación útil para comprender: si tienes un auto de alta gama, pero le echas un combustible de mala calidad, éste no responderá en toda su potencia. Si tienes un buen auto, buscas el mejor combustible. Igual pasa con el organismo: si tienes muy buena salud, busca cuidarla y mantenerla con buen alimento, pueslas enfermedades son el resultado de transgredir las leyes naturales. Tener un organismo libre de toxinas nos proporciona una vida llena de salud y fuerza. Nos facilita los buenos resultados y una vida de alegría y actividad.

En mi diario vivir consumo frutas, verduras, legumbres, semillas, alimentos frescos. Laben que yo preparo con cultivo madre. Bebo tisanas, infusiones, mate, té. Todo natural y sin azúcar. Pan integral hecho con harinas de trigo, amaranto y una mezcla de semillas, dulces caseros. También, para darme energías, y sobre todo antes de entrenar consumo nueces, almendras, pasas de uvas, frutos secos porque tienen gran aporte de vitaminas y grasas saludables, así como minerales. Durante el entrenamiento bebo agua de los bebederos y evito las botellas de agua mineral, porque el plástico, a partir de los 40º contamina el agua, es necesario tener esta información. El agua de los bebederos es corriente, es decir, corre, no está estancada en una botella, y por lo tanto tiene más energía y más oxígeno, es más saludable… y es gratis. Jamás tomo energizantes ni bebidas gaseosas. Luego del entrenamiento, como una buena cantidad de frutas. Las frutas son una fuente inagotable de salud. Uso sal del Himalaya o sal marina para reponer las sales que el organismo ha perdido porque son ricas en sulfato de calcio, potasio, hierro y magnesio. También consumo miel, que es un azúcar natural que aporta hidratos de carbono y glucosa.

Yo preparo mi comida y lo hago con amor, con gusto de hacerlas. Eso le da una energía adicional por el cariño y la creatividad puesta en las manos. La comida casera es más saludable y además es mucho más económica, además del ahorro en medicinas. Tengamos en cuenta el siguiente principio: nuestro alimento proviene de una planta, no de una planta industrial. Tenemos que ser conscientes, insisto, y cuidadosos cuando escogemos los alimentos.

Optar por ser vegetariano naturista es una elección de vida sana, segura. Es tener soberanía sobre nuestros alimentos. No se trata de seguir una dieta o un régimen de comidas para adelgazar o para aliviar enfermedades. Es un estilo de vida, es un cambio de hábitos para mantenerse sano y lleno de energías. Es una valoración de la salud por sobre todas las cosas, una conciencia de valorar que todo lo que se pierde se puede recuperar, menos la salud, y sin salud, la vida es muy penosa.

Correr con el alma es posible

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