Читать книгу Monstruos En La Oscuridad - Rebekah Lewis - Страница 13
Capítulo 2
ОглавлениеHombres. ¿Quién los necesitaba? Phoebe entró en su apartamento y cerró dando un portazo. Nada más gratificante que vivir en la planta baja, en especial cuando su noche había sido un auténtico desastre. Lo primero que haría sería cambiarse de ropa. Luego darse una ducha y comerse un cuarto de helado. Aunque quizás no hiciera las cosas en ese orden. Se quitó todo el maquillaje de la cara. En dos ocasiones tuvo que controlarse para no llorar tanto que la máscara de pestañas le quemaba en los ojos.
Phoebe sorbió por la nariz y se dirigió por el pequeño pasillo hasta el cuarto de baño para terminar de limpiar lo que quedaba de maquillaje. Vio su reflejo en el espejo y empezó a llorar con intensidad. Todo el esfuerzo que había hecho por lucir guapa para ese estúpido y ni siquiera había aparecido en la fiesta. La había dejado plantada. No le hizo ni una llamada para darle alguna explicación. Ni tan siquiera una excusa de mierda. ¿Le estaba siendo infiel o es que simplemente había dejado de desearla? En realidad, siempre había intentado mejorarla. Córtate el pelo. No te comas esa galleta o te pondrás gorda. Deberías maquillarte más a menudo. Blanquéate los dientes. ¿Has pensado en hacerte un aumento de pecho? Phoebe se abrazó y luchó contra un nuevo mar de lágrimas. Adam no la merecía.
Sintió frío al escuchar el ruido de pisadas que venían del otro lado de la pared, entre el cuarto de baño y el dormitorio.
—¿Adam? —se giró, sonándose la nariz con un pañuelo de papel que tiró en la papelera—. ¿Eres tú? —a lo mejor había venido para darle una sorpresa (y, de paso, para que lo echara de su apartamento). Imbécil.
Atravesó el salón hasta llegar a su dormitorio donde le dio al interruptor de la luz. Phoebe echó un vistazo.
—¿Adam? —la habitación estaba vacía y la puerta del armario estaba abierta de par en par, a pesar de que estaba segura de que la había cerrado justo antes de ir a la fiesta. Sin pensarlo dos veces, se fue corriendo al salón y cogió su teléfono y las llaves. No se detuvo en cerrar con llave, sino que se fue directa al coche. Una vez dentro, cerró la puerta y llamó a la policía.
No la creyeron. No había signos de que la entrada hubiera sido forzada y tampoco habían robado nada, así que aseguraron que si alguien había entrado en la casa y abierto el armario era porque tenía llave. Phoebe había escuchado ruidos de pisadas, pero no podía probarlo. Una agente advirtió que su cara presentaba signos de haber estado llorando, por lo que le preguntó si había vivido alguna experiencia traumática. Ella le habló de Adam, que no había ido a la fiesta, con lo que había roto con él. Obviamente, la conclusión fue que Adam había intentado asustarla. La agente propuso a Phoebe que pasara la noche en casa de alguna amiga y que cambiara la cerradura al día siguiente.
Sabio consejo si es eso lo que había sucedido. Ella descubriría si había sido Adam. Este no tenía problema alguno en gritarle cuando algo no le gustaba. Si le importaba que hubiera terminado con él mediante un mensaje de texto, tendría noticias suyas. No perdería el tiempo deambulando sigilosamente por el apartamento solo por diversión.
Derrotada, Phoebe volvió a su apartamento, se quitó los zapatos y se metió en el dormitorio. Lo único que deseaba era dormir. Echó un vistazo a su móvil cuando lo puso a cargar y vio que tenía un mensaje de Adam. Pulsó en la bandeja de entrada para leerlo y la tristeza le desgarró el corazón. No se había dignado a discutir sobre la ruptura. Ni siquiera había tratado de razonar con ella. Había escrito un simple «Ok». Únicamente dos letras para indicar que estaba de acuerdo, ni siquiera había escrito las palabras enteras. Adam había economizado hasta para terminar su relación.
Sin importarle las luces, comenzó a quitarse la ropa. El top del vestido le costó un poco —más de lo que había invertido en ponérselo—, pero lo consiguió. Luego lo lanzó con rabia al cesto de la ropa sucia que estaba en la esquina. Después de quitarse la falda se quedó en ropa interior, una lencería que se había puesto para nada.
—Debería salir y acostarme con el primer desconocido que me encuentre para fastidiarte, Adam. ¡Capullo!
Se desabrochó el collar y se lo quitó. Seguidamente, los pendientes. Colocó ambos sobre la cómoda, junto a su monedero.
—Soy un desastre y al parecer no soy lo suficientemente atractiva para retener a un hombre a mi lado. ¿Quién me va a querer a mí? —su sombra frunció el ceño o eso parecía si se hubieran distinguido sus rasgos en la oscuridad. Se notaba que la puerta del armario estaba abierta —¿y tú? —preguntó en tono acosador mirándola —¿por qué no te quedas cerrada?
—Porque entonces no podría verte. Voy a dejarte claro que te quiero y que aceptaría de buen grado tu oferta.
Se quedó mirando boquiabierta al espejo, sin estar segura de si lo que habían escuchado sus oídos era real o producto de su imaginación. Se suponía que no debería haber respuesta a sus preguntas. Para empezar, su monólogo le servía tan solo para expulsar su frustración. Era perfectamente normal, incluso un poco tonto. Sin embargo, la voz masculina que ella había escuchado no era normal. De hecho, si la policía había revisado cada centímetro de su apartamento y no había sido capaz de encontrar nada extraño, no debería haber ningún hombre allí.
Los pensamientos lógicos suenan perfectamente razonables. Pero, es que hay alguien en mi armario...
Se giró para mirar hacia el lugar de donde había salido la voz del hombre. Quienquiera que fuese tenía una voz profunda y ronca con un extraño acento. Era extranjero, sin lugar a dudas.
—¿Quién anda ahí? —se estiró hasta el interruptor de la luz que estaba junto a la cómoda y lo accionó. No vio a nadie, pero una parte del armario estaba fuera de su ángulo de visión. Phoebe buscó un arma y cogió un florero con rosas rojas. No serviría de mucho, puesto que eran de plástico, pero si se las arrojaba al atacante le daría ventaja para empezar a correr y así poder escapar.
—Te lo advierto...
Se dirigió sigilosamente hasta el armario, sin saber lo que podría encontrar. La puerta se abría hacia adentro, así que la empujó con el pie hasta que la perilla tocó en la pared. No había nadie allí, a menos que estuviera escondido entre la ropa. Entró toqueteando toda la ropa. De repente, la puerta se cerró tras ella. Dio un grito, se le cayó el florero, haciendo un ruido sordo en la alfombra al caer a sus pies. Phoebe levantó el brazo en busca de la cuerda que encendía la luz y tiró de ella cuando la encontró. Nada sucedió. Volvió a repetir la operación, pero el resultado fue el mismo.
—¿Buscabas esto? —el hombre que estaba en el armario le cogió una mano y le puso algo en ella. La bombilla. Había desenroscado la bombilla y le había tendido una trampa para que entrara. ¿Pero dónde se había escondido?
—¿Qué qué es lo que quieres? —preguntó Phoebe en su lugar.
Este dio vueltas a su alrededor como si fuera un depredador felino a punto de saltar sobre su presa. Ella no alcanzaba a ver nada, pero el calor que desprendía su cuerpo lo delataba. Fue la falta de respuesta lo que le causó más miedo que el saber lo que iba a pasar. Finalmente, este contestó.
—¿Sigues queriendo acostarte con un desconocido para fastidiar a ese idiota que no te ha merecido nunca? —le pasó un nudillo por la mejilla, hecho que la hizo estremecer —el mismo que te ha hecho llorar... si tú quisieras, podría mandar a uno de mis mejores hombres para que le hicieran daño. ¿Te apetecería tener sus partes de trofeo? Podemos llegar a un acuerdo.
¿Pero de qué hablaba? ¿Acaso estaba ofreciéndose para castrar a Adam?
—Por mucho que se lo merezca, no soy partidaria de la violencia —se puso recta y entonces pudo advertir que este hombre superaba su metro ochenta.
—Una pena —replicó justo detrás de ella. De repente, se encontraba apoyada contra un pecho musculado—. En cuanto a lo que dijiste antes...
¿Es que pensaba que se podía esconder en su armario y poseerla por una tontería que había dicho anteriormente? ¡Ja!
—Escúcheme, caballero. No tengo ni idea de quién es usted o cómo ha llegado hasta aquí, pero no haré nada con usted. La policía está afuera. Todo lo que tengo que hacer es gritar—. De alguna forma, tenía la sensación de que él no quería forzarla. Si lo que buscaba era hacerle daño, ya lo hubiera hecho. El hecho es que no se explicaba por qué lo presentía.
—Los hombres que has llamado para que me busquen hace tiempo que se han marchado. No debes tener miedo de mí. No te haré daño —la había rodeado con sus brazos sin hacerle daño. ¿La estaba... abrazando? —cuando follemos, querrás ser mía. Ya has hecho esa oferta sin pensarlo, y si yo no fuera una buena persona, podría haberla aceptado de inmediato —dicho esto, la liberó.
Phoebe se dio la vuelta para mirarlo a la cara y volvió a darle la espalda. La puerta había dado en la pared cuando se abrió por completo.
—Estás delirando si crees que vamos a estar... follando, tan alegremente como lo describes.
El hombre rio y por la calidez de su cuerpo, Phoebe advirtió que se había acercado. Le retiró el pelo de la cara y le dijo:
—Supongo que quieres marcharte. ¿Me equivoco?—no hubo respuesta. Lo que quería era que él se fuese. Era su armario, joder—. Te he hecho una pregunta. ¿Quieres marcharte?
Este tipo era raro como el demonio.
—Sí, así es. ¿Por qué insistes? —el ambiente se enfrió, pero tenía asuntos más importantes de los que preocuparse que la calefacción.
—Me alegra saberlo —siguió el hombre avanzando un paso. Phoebe se giró, pero no podría avanzar mucho puesto que la pared estaba cerca. ¡A no ser que se alejara de él! Dio un paso, dos, luego tres. La pared había desaparecido y eso terminó por atemorizarla. Dio un grito aterrador antes de intentar escapar de allí, hacia donde se suponía que estaba la puerta del armario. Pero el hombre se inclinó, la cargó sobre los hombros y avanzó justo hacia donde la había estado acorralando.