Читать книгу Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile - René Millar - Страница 6
ОглавлениеPREFACIO
DIOS Y LA HISTORIOGRAFÍA CIENTÍFICA
Las fascinantes narraciones que René Millar nos ofrece en este muy bien documentado libro y las agudas observaciones acerca de las cadenas causales de los acontecimientos, fruto del análisis de las fuentes, nos ponen en contacto con elementos fundamentales de la visión de mundo de la cultura colonial del siglo XVII, tan importante para conocer nuestras raíces y para comprender nuestra actualidad. Algunos temas que antes eran tratados sólo en el ámbito de la historia eclesiástica o eran abordados de modo negativo, con fines polémicos, son estudiados con seriedad por medio del método propio de la historiografía, y así, la obra ofrece una nueva perspectiva de acceso a estos viejos fenómenos. Pero, tal vez lo más estimulante del libro del profesor Millar es que, con seriedad científica y abundancia de fuentes, suscita en el lector una pregunta más radical, quetrasciende los documentos y cuestionala amplitud de la realidad. ¿Qué existencia es posible reconocer en las narraciones científicamente reconstruidas? ¿Cómo enfrentar un estudio científico acerca de fenómenos que, metodológicamente, no tienen cabida en el mundo científico?
Ya pasó el tiempo en que se pensaba que la historia consistía en la acumulación y ordenamiento de datos positivos, realizada por un investigador que se enfrentaba de modo neutro, tamquam tabula rasa, a los datos objetivos y se disponía a descubrir las relaciones causales para dar una explicación científica a los hechos registrados por los documentos antiguos.
La filosofía hermenéutica nos ha enseñado que el observador forma parte del sistema y que, por tanto, nunca es neutro, sino que siempre aporta las categorías y los puntos de partida desde los cuales se hace inteligible la realidad. Por ello, el observador nunca es un mero observador, sino que siempre es protagonista de la interpretación que se gesta. De suyo, esta afirmación no implica la negación de la objetividad de las cosas, sólo destaca la necesidad de prestar particular atención a los supuestos desde los cuales se realiza la observación de la realidad, porque no hay historiador neutro. Más aún, antes de cualquier opción hermenéutica, se debe reconocer que tanto el creyente como el agnóstico o el ateo parten de supuestos precientíficos, empíricamente no demostrables: hay cuestiones filosóficas anteriores al estudio historiográfico de los datos.
Ahora bien, en este contexto, ¿cómo estudiar científicamente el fenómeno religioso? Este es el propósito de la presente obra que, como dice su autor, se propone estudiar científicamente «la búsqueda de la perfección espiritual, que llevaría al encuentro con la divinidad», en que se aborda la santidad y sus contrarios, es decir, la santidad fingida y la posesión diabólica.
Este tipo de estudios históricos, que abordan el fenómeno religioso con rigurosidad, son un gran aporte para comprender hasta qué punto la dimensión religiosa –más allá de las opciones del historiador– forma parte del ser humano.
Con ese propósito, el autor revisa con agudeza abundantes fuentes del siglo XVII que son de gran calidad por su carácter jurídico y, a veces, incluso oficial. No se trata de noticias dispersas, sino de verdaderos testimonios judiciales. Por medio de fuentes documentales, estudiadas con rigor, se pone al lector frente a visiones de cruces en el cielo y revelaciones (cc. II y VII), a milagros, profecías y curaciones, al inexplicable funeral multitudinario de santa Rosa (c. I), a relatos de acciones en las que el protagonista es el diablo (c. VIII), y muchos otros hechos sorprendentes. Ante estos testimonios, el mismo autor, junto con el lector, se pregunta: «¿Qué es realidad y qué es imaginación?» (c. II). Por otra parte, como aparece en el capítulo VIII, la búsqueda por «encontrar una explicación, razonable y demostrable» a fenómenos prodigiosos atribuidos a Dios, a la santidad o al diablo, lleva al lector a preguntarse: ¿Cuáles son los motivos de los hechos y las motivaciones de los actores de estos acontecimientos? El oficio del historiador es reconstruir cómo los actores de la historia comprendieron esos sucesos y «encontrar una explicación, razonable y demostrable» de la sucesión de aquellos acontecimientos. Ahora bien, el lector puede preguntarse, ¿quién determina cuáles explicaciones son las razonables? El libro no pretende abordar estas preguntas, pues no se propone elaborar una teoría de la historia, pero, de algún modo, el fino análisis de los documentos, en cada página, plantea estas interrogantes al lector. Sin pretender ofrecer una respuesta, me atrevo, en este prefacio, a plantear algunas preguntas.
¿CUÁLES SON LAS VERDADERAS MOTIVACIONES DE LA HISTORIA?
El profesor Millar afirma que «la santidad depende de numerosos factores y condiciones entre los que encuentra sin duda, como factor clave, una vida en la que se han practicado las virtudes cristianas en grado heroico» (c. I), es decir, afirma el heroísmo, la práctica de las virtudes y el deseo de buscar a Dios como factores reales que inciden en los procesos históricos. Por el contrario, como contrapunto, propone la opinión de Peter Burke, que sostiene que «las cualidades del individuo no explican por sí sola a la santidad y que tampoco lo hacen las declaraciones de los testigos. A su juicio, sería resultado de un proceso de ‘negociación’ entre el centro y la periferia, entre el culto no oficial y el culto oficial» (nota 1 del c. I). Parece ser el caso de quienes desconfían de las motivaciones declaradas y sospechan que tras ellas se encuentran otras, menos luminosas. El historiador Paul Veyne, en su prefacio a la clásica obra de Peter Brown, The Making of Late Antiquity, denuncia esta tendencia: «Trotsky expresaba una tendencia del espíritu de nuestro siglo cuando escribía que ningún hombre sensato podría creer que, a través de los siglos cristianos, multitudes se hayan enfrentado por oscuras controversias teológicas: esos conflictos contenían seguramente un desafío más serio». En efecto, el espíritu de nuestro siglo nos lleva a desconfiar de las motivaciones espirituales y a suponer que tras ellas hay otras motivaciones, reales pero no declaradas. Sin embargo, ¿son históricamente legítimos sólo los motivos sociales, políticos, de beneficios personales o económicos? El amor a los demás, la gratuidad, la generosidad, el deseo de entregarse a Dios, o el don de sí, ¿pueden ser considerados causas reales de acontecimientos históricos estudiables o debemos sospechar que detrás de ellos se esconde algún egoísmo disfrazado de benevolencia? No debemos desconfiar de los testigos a no ser que las fuentes mismas nos den motivos para ello. Nuevamente nos encontramos aquí con el problema de las precomprensiones de cada disciplina y de cada estudioso.
¿QUÉ ES REALIDAD Y QUÉ ES IMAGINACIÓN?
Aquí enfrentamos la pregunta más radical: ¿Qué es realidad y qué es imaginación? ¿Qué hacer con los «elementos de carácter prodigioso» referidos por las fuentes documentales? ¿Es posible explicar históricamente los fenómenos cuyos protagonistas los atribuyen a Dios? ¿Cómo reconstruir una cadena causal, razonable y demostrable, sin recurrir a las causas reconocidas por los propios protagonistas, en quienes debemos confiar? Ciertamente, no es posible introducir a Dios como una causa al mismo nivel que otras. Pero, ¿qué consecuencias tiene excluir a Dios como factor relevante en la explicación histórica? En estas circunstancias, ¿no debemos acaso buscar una causa sucedánea para explicar los fenómenos religiosos? Los efectos de estos fenómenos son positivamente verificables, pero, ¿qué sucede cuando podemos comprobar históricamente los efectos de una causa que no podemos aceptar por motivos metodológicos? Naturalmente, más que exigir una respuesta, estas preguntas buscan plantear un problema y abrir el horizonte del lector.
La historiografía no puede pretender hacer «una historia de Dios en el mundo», la pregunta por la acción de Dios en la historia sobrepasa los límites de la disciplina, que está fundada sobre el método empírico. Pero ello no significa que sea una pregunta ilegítima. Hay interrogantes que no son legítimas para la historiografía como disciplina, pero sí son legítimas en otros ámbitos del pensamiento humano, tal como la filosofía y la teología. Si excluimos programáticamente la acción de Dios en el mundo, ¿no será necesario, en nombre del método, mutilar la realidad?, ¿o al menos negar un ámbito posible de realidad? Esta parcial ceguera metodológica ¿no implica, en algunos casos, excluir a priori lo que podría ser la clave para comprender un determinado acontecimiento histórico documentado? Por el contrario, incluir a Dios en la historiografía científica implicaría poner a Dios al mismo nivel de las creaturas, lo que, por decir lo menos, es problemático.
¿Cuál es, entonces, el criterio de realidad?, ¿es serio considerar, a priori, como irreal la acción de Dios en la historia?, ¿es legítimo simplemente descartar aquello que no se puede verificar con el método empírico? ¿Se pueden, sin más, reducir los límites de la realidad a lo controlable empíricamente? Si bien no es posible demostrar experimentalmente la acción de Dios en el mundo, tampoco es posible lo contrario. La convicción de que Dios actúa o no actúa en la historia no son puntos de llegada, sino puntos de partida de cada lector. Y ambos son legítimos. La pregunta sobre «¿Qué es real?» es tan radical que no puede ser respondida desde otras convicciones, sino que es la que fundamenta las demás convicciones.
A veces, al estudiar el fenómeno religioso, en la práctica (no en la teoría), la diferencia entre el teólogo y el historiador reside en el hecho de que sólo el primero declara su punto de partida, en este caso la fe cristiana. No podemos afirmar que, a diferencia del historiador, el teólogo investiga desde una ideología, pues, declarada o no, el historiador también lo hace desde su propio credo. De diversos modos, tanto la fe cristiana, como el agnosticismo metodológico, afirman algo indemostrable acerca de Dios. En síntesis, por medio de la exclusión metodológica de factores trascendentes en la historia humana, ¿no se arriesga el lector a rechazar, a priori, ámbitos posibles de la realidad?
La riqueza del material contenido en esta publicación de René Millar, no sólo nos informa acerca del siglo XVII, sino que nos lleva a hacernos preguntas que van más allá de los ámbitos propios de la historiografía científica; nos impulsa a enfrentar las preguntas centrales, precisamente aquellas que, normalmente, no nos planteamos. Tal vez, esta constatación sea una de las mayores alabanzas que puede recibir un libro.
Samuel Fernández Eyzaguirre, pbro.
FACULTAD DE TEOLOGÍA
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE