Читать книгу Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile - René Millar - Страница 9
ОглавлениеCAPÍTULO I
Rosa de Santa María.
Génesis de su santidad y primera hagiografía*
La santidad depende de numerosos factores y condiciones entre los que encuentra sin duda, como factor clave, una vida en la que se han practicado las virtudes cristianas en grado heroico1. En el caso de Rosa de Santa María eso fue así, como lo demuestran los más variados y concordantes testimonios que hacen referencia a hechos y comportamientos relacionados con su existencia. Con todo, estimamos que el proceso que culminó en su santificación tuvo su punto de partida, no tanto en su vida, como en las circunstancias que rodearon su muerte y entierro. Por lo demás, este es un fenómeno bastante común en el ámbito de la santidad de la época Moderna. Como señala Jean-Michel Salmann todo no se detiene con la muerte sino que todo comienza con ella. Tal acontecimiento no haría más que confirmar una opinión de santidad ya bien establecida2. Este planteamiento es válido para el caso de Rosa, pero sólo parcialmente porque en su muerte confluyen una serie de circunstancias que le otorgan a ese hecho una significación especial.
En la historia de la virgen limeña se da una situación curiosa, que será importante en el proceso de canonización, y que hasta ahora no ha contado con una explicación mayor 3. Rosa tuvo una existencia bastante retraída, rehuyó el contacto con la gente y vivió su religiosidad de manera muy privada4. Sólo en los últimos cinco años de vida, cuando se vinculó al hogar del contador Gonzalo de la Maza, su persona comenzó a adquirir una cierta notoriedad, pero siempre muy limitada a pequeños grupos en el contexto de la sociedad de Lima. Ella no fue una mujer que gozara de gran popularidad, como aconteció con muchos otros personajes que tuvieron fama de santidad 5. Casi no estuvo asociada a hechos milagrosos que beneficiaran a otros sujetos. Pocas personas recurrían a ella buscando conocer el futuro mediante visiones o la cura de enfermedades. En vida no desempeñó un especial papel taumatúrgico, que era una de las actividades que hacía de alguien un personaje popular y valorado como hombre santo6.
No obstante lo anterior, Rosa tuvo un entierro multitudinario y la sociedad limeña se volcó en sus exequias, en las que participaron incluso las más altas autoridades civiles y eclesiásticas del virreinato. Personas que nunca la conocieron se abalanzaron sobre el féretro para tratar de tocarla u obtener alguna reliquia. ¿A qué se debió ese fenómeno? En gran medida dicha situación está vinculada a los confesores de la joven, que se encargaron de difundir sus virtudes y de comprometer a las órdenes religiosas en una participación activa e institucional en las exequias. Esto es especialmente clave en lo que respecta a la Orden de Santo Domingo. Un miembro de ella tomó nota puntual de las revelaciones de Luisa de Melgarejo, durante el velatorio, y otro escribió a los pocos días una breve relación de su vida. Los dominicos asumieron a la difunta como un miembro de la orden y el procurador general de ella, a la semana de la muerte, solicitó al arzobispo que se recibiera información de testigos acerca de “su santa vida”.
EL INGRESO A LA GLORIA
La noticia de la muerte de Rosa de Santa María se extendió como un reguero por la ciudad debido a esa relativa fama que tenía. Pero sin duda, que también influyó de manera muy decisiva la visión que a las pocas horas de su deceso, y delante del féretro, tuvo Luisa de Melgarejo. La mujer, arrobada ante quienes allí estaban, fue narrando durante horas la entrada al cielo de la difunta y la recepción que la divinidad hizo de ella. Luisa era la esposa del doctor Juan de Soto, abogado, relator de la Audiencia de Lima y ex rector de la Universidad de San Marcos7. Dicha señora, desde hacía algún tiempo, gozaba de gran fama como mujer de acendrada espiritualidad. Los padres jesuitas le tenían especial consideración y miembros de la orden fueron sus confesores y guías espirituales. Incluso más, algunos de estos fueron profundos admiradores de ella por estimar que llevaba una vida virtuosa ejemplar y que gozaba de ciertos dones especiales, indicadores del favor divino que le agraciaba. El ex provincial de la Compañía y místico de renombre, Diego Álvarez de Paz, fue su confesor y la estimuló para que pusiera por escrito sus experiencias místicas8. Varios otros miembros de la orden, entre los que estaba Juan de Villalobos, rector del colegio de San Pablo, Joseph de Arriagada, Diego Martínez y Juan Sebastián Parra, la tenían en gran estima sobre todo por sus condiciones como visionaria9. Pero si la apreciaban numerosos religiosos, con mayor razón era admirada por el común de los fieles. Así, Isabel de Soto, testigo en las causas inquisitoriales contra las ilusas de Lima, declaraba en 1623 que hacía unos nueve años estuvo viviendo en casa del doctor Soto “y como era recién venida de España y vide tanta santidad en su mujer doña Luisa, andaba yo envidiosa por saber su vida, veíala tomar muchas disciplinas y mucha oración” 10. Por su parte, Ana María Pérez, cocinera de la familia de la Maza, por la misma época reconocía que tenía una gran admiración por doña Luisa, a la que trataba de imitar en sus prácticas piadosas11. Como lo constata el vecino limeño Francisco de la Carrera, por ahí todos andaban diciendo que doña Luisa de Soto “es grandísima santa” 12.
Dicha mujer se relacionó con varias de las personas que en la época tenían fama de virtuosas, como el médico Juan del Castillo13, el contador Lorenzo de la Maza y su mujer María de Uzátegui, y con Rosa de Santa María, entre otras. A esta la conoció cuando se fue a vivir a la casa del contador, unos cinco años antes de su muerte14 y llegó a tener con ella un trato relativamente frecuente15. Luisa de Melgarejo tenía gran admiración por Rosa y siempre que se encontraban le hacía ostentosas manifestaciones de respeto. Leonardo Hansen dice al respecto que “la saluda de rodillas… y si la veía pasar no se podía contener sin fijarse en las huellas de sus pies, y besar el sitio en donde los había puesto en señal de reverencia” 16.
Retratos de Don Gonzalo de la Maza y de su esposa doña María de Uzátegui. EN Lima religiosa DE ISMAEL PORTAL.
Rosa de Santa María falleció poco después de las doce de la noche, al empezar el 24 de agosto, día de San Bartolomé. Su cuerpo, después de vestido con el hábito de Santo Domingo, fue llevado de la habitación en que murió, a una cuadra o sala más amplia en la que se juntaron alrededor de 20 personas17. Allí, Luisa de Melgarejo se arrobó y estuvo en “éxtasis desde la una y un cuarto poco más o menos, hasta cerca de las cinco de la mañana…, y estando en él prorrumpió en habla”18. De lo que dijo en esa oportunidad tomaron nota puntual los testigos Juan Costilla Benavides, oficial mayor del contador de la Maza, y el fraile dominico Francisco Nieto. El texto íntegro de esas visiones, sacadas en limpio, las incluyó Gonzalo de la Maza en su respuesta a la pregunta 24 del cuestionario a los testigos que declararían sobre la vida de Rosa de Santa María con motivo de las informaciones ordenadas por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero.
Lo expresado por Luisa es bastante inconexo y confuso, no obstante lo cual hay ciertas ideas que quedan más o menos claras. Lo fundamental tiene que ver con la recepción que Rosa habría tenido en el cielo. Al respecto refiere el recibimiento que le hizo la Virgen en “la morada eterna, allá donde no hay hastío, allá donde la hartura no empalaga, allá donde mientras más se goza más se desea gozar”. A continuación mencionaba los cánticos celestiales con que la recibieron los ángeles. Más adelante enfatizaba que esas maravillas que Rosa estaba experimentando, como el vivir eternamente, el gozar del banquete celestial donde Dios equivalía al manjar, eran consecuencia de la vida de santidad que había llevado, del amor al Señor que había cultivado. Terminaba describiendo lo que implicaba la gloria eterna para Rosa, que, al tener a la vista a su esposo, experimentaba fruición en el alma, paz y un gozo eterno19.
Lo más significativo de esas visiones que Luisa refirió en voz alta para que las escucharan todos los que estaban en el velatorio, tuvo que ver con el alcance y derivaciones de ese acontecimiento. Luisa, al describir la recepción de Rosa en el cielo, lo que hizo fue santificarla, certificar de manera pública que ya se encontraba en el jardín eterno junto a su divino esposo20. Para valorar la trascendencia de esa certificación no se puede dejar de lado la imagen que Luisa de Melgarejo tenía en la sociedad limeña. En esos momentos nadie discutía su vida virtuosa y, desde clérigos a laicos, todos le reconocían sus virtudes místicas y la capacidad para entrar en trance y tener visiones sobrenaturales21. Como es sabido, en 1622, Luisa fue procesada por la Inquisición, junto a otras mujeres visionarias, por ilusa y falsa santidad. De las declaraciones de los testigos, tanto laicos como eclesiásticos, quedó en evidencia el fingimiento de los arrobos y visiones de dicha mujer. Con todo, el proceso no llegó a concluirse, en parte, debido a la significación social del marido y a la intervención de algunos padres de la Compañía de Jesús, confesores de la acusada, que metieron pluma y adulteraron los escritos en que refería sus visiones22. El prestigio de Luisa era tan grande que ese tropiezo con la Inquisición no le afectó en su fama, al punto que gozó de reconocimiento hasta el final de sus días y a su entierro asistieron las más altas autoridades del virreinato23.
Pero como si el impacto de las visiones de Luisa entre los asistentes fuera poco, resulta que antes de que concluyeran también entró en éxtasis María Antonia, mujer de Juan Carrillo, analfabeta, la que, en medio de contorsiones, comenzó luego un discurso en el que invocaba al Señor. Entre otras cosas decía que Él, como amoroso y benigno padre, engendró a Rosa, la cual había sembrado “el amor divino en aquel fértil campo”; era “el grano divino que llevó aquella fértil espiga”. Tomó nota de los dichos de María Antonia el hermano mayor de Rosa, Hernando Flores24.
MUERTE, VELATORIO, ENTIERRO Y HONRAS. FUNDAMENTOS DE SANTIDAD
A raíz de la Contrarreforma el pensamiento en torno a la muerte experimentó un cambio significativo. Se enfatizó y generalizó la idea de que el cristiano debía prepararse para la muerte, porque esta podía llegar en cualquier momento, sin aviso previo. Por ello, la preparación debía ser un asunto de toda la vida y de cada día. Se escribieron numerosas obras sobre el tema, las que en general mostraban a los fieles lo que debían hacer para “bien morir” o para tener una “buena muerte” 25. En ese contexto, la vida y muerte de los santos pasó a ser un buen ejemplo o modelo a seguir, pues implicaba una nueva manera de acercarse a la pasión y muerte de Cristo. La muerte de un santo era la forma más depurada de la buena muerte26. Pero por otra parte, la forma como moría una persona virtuosa y las circunstancias que rodeaban el deceso, pasaban a ser un factor de santificación del sujeto.
Las revelaciones de Luisa Melgarejo contribuyeron a darle a la muerte de Rosa una proyección social multitudinaria. Así queda de manifiesto en las declaraciones de Gonzalo de la Maza, 22 días después del deceso, cuando señala que “por haber concurrido tanta gente a los arrobamientos y hablas y sido Nuestro Señor servido que fuesen con tanta publicidad ha dicho este testigo y declarado los nombres de las personas que los tuvieron y por haberse publicado en esta ciudad”27. El suceso descrito por aquella mujer de reconocida vida virtuosa dejaba en evidencia que no había muerto sólo una buena católica, sino que había muerto una santa y, por lo tanto, era de esperar que los fieles efectuaran los rituales que en las situaciones de ese tipo se acostumbraba.
En el caso de Rosa de Santa María se cumplen todos los signos y ritos que rodean la muerte de un santo. Desde la larga agonía, la propia anunciación de su muerte, pasando por su ocurrencia un día particular a ser interpretado de elección divina, hasta la forma edificante en que se producía, unido al clima de exaltación que se generaba, propicio a las reacciones imprevisibles y a los actos emotivos. A todo eso se agregaban las actitudes de los fieles, entre las que cabe destacar la gran concurrencia para ver el cadáver, su larga exposición, a requerimiento de la muchedumbre, y la demanda incontrolada por reliquias que obliga a un entierro casi secreto. Salmann analiza con detalle estos hechos y situaciones para el caso de los santos de Nápoles en la época Moderna28, que igualmente han sido puestos en evidencia en relación con los santos franceses29, y que también podemos verlos presentes, y de una manera casi idéntica, en la muerte de la virgen limeña. Como lo enfatizan André Vauchez y Éric Suire, la santidad de una vida se probaba con la forma en que se moría30.
Según lo consignan las hagiografías, Rosa profetizó su muerte, primero a tres años de que ocurriera y ante su confesor, Fr. Luis de Bilbao. Luego, lo volvió a reiterar a un año de ella y después a cuatro meses; en ambos casos se lo dijo a María de Uzátegui, dueña de la casa en que residía. Los biógrafos también asociaron el día de su muerte con la especial devoción que Rosa tenía a San Bartolomé31, de tal modo que vieron una relación entre ambas situaciones. Hansen escribe al respecto: “Sabía con luces soberanas que en este día había de pasar del destierro de este mundo a la patria celestial”32. De esa manera se enfatizaba el don de la profecía con que Dios la había adornado y que los biógrafos y testigos del proceso de beatificación destacarán con variados ejemplos33. El significado de la intervención divina se hacía más patente al enfatizarse la prolongación de la agonía el tiempo necesario para que Rosa expirara nada más iniciado el día de San Bartolomé34. Salmann plantea, en relación con los santos de Nápoles, que el anuncio de la muerte se conoce más bien tarde en el desarrollo del proceso de canonización, cuando los testigos establecen coincidencias entre ciertas palabras o hechos insólitos35. Lo interesante en el caso de Rosa es que el anuncio profético de su muerte fue registrado cuando su cadáver acababa de ser enterrado y sin que aún existiera el proceso de beatificación de por medio36.
El catolicismo post tridentino había enseñado a los fieles a morir en paz, esperando confiados el juicio final. Si lo que se consideraba una “bella muerte” debía ser la aspiración de todo buen católico, en el caso de los santos el tránsito a la vida eterna debía revestir características especiales. Ella no podía sorprender de improviso al hombre virtuoso; una larga preparación era lo que correspondía. Pero además, la muerte debía ser edificante y observada con expectación y recogimiento por numerosas personas37. Según las hagiografías, Rosa se preparó para la muerte con bastante antelación e incluso pocos días antes, no obstante su enfermedad, visitó la casa de sus padres para despedirse de la pequeña celda que tenía en el jardín. Fr. Francisco Nieto, testigo presencial de las últimas horas de Rosa, habla de su “feliz muerte”. Esto puede parecer contradictorio con el sufrimiento físico que experimentó, pero lo cierto es que la calificación del padre Nieto responde al comportamiento que guardó en la agonía. Mantuvo una lucidez total hasta los últimos instantes, tomó diversas medidas y efectuó varias acciones, como pedir el viático y la extremaunción; además de caer en éxtasis luego de recibir la eucaristía; firmar un poder para solicitar su entierro en el convento de Santo Domingo; confesar que moría como “hija legítima de su Gran Patriarca Santo Domingo”; solicitar que estuviera a la vista y extendido en la cama el escapulario de la orden; pedir que un sacerdote le leyera un formulario en que solicitaba perdón por los agravios cometidos, mientras sostenía un crucifijo en sus manos; convocar a todos los de la casa del contador de la Maza y solicitarles perdón por las posibles ofensas; demandar de sus padres que le dieran la bendición y rogar que le pasaran la vela bendita de los agonizantes. En sus últimos instantes pidió que le quitaran la almohada para poder apoyar su cabeza en el madero de la cama y hacer de ese modo un símil con la muerte en la cruz. Expiró diciendo “Jesús, Jesús, sea conmigo”. El padre Nieto y otros que la velaban quedaron convencidos que a medida que se acercaba la hora e iba desfalleciendo físicamente, se reforzaba su espíritu y recobraba bríos y alegrías, al punto que experimentaba gozo a raudales38.
De acuerdo a las costumbres de la época los cadáveres de los difuntos no eran enterrados de inmediato, sino que se dejaban expuestos por dos o tres días. Razones médicas (asegurar la muerte biológica), religiosas (hacer coincidir con el tiempo de la Resurrección) y sociales (dar tiempo a la realización de los ritos) explican esas prácticas39. Durante esta etapa los fieles desempeñaban un papel determinante. Era la sociedad en su conjunto la que se identificaba con quien consideraban muerto en santidad. En la mayoría de las situaciones que involucraban a los Siervos de Dios de la Edad Moderna, los fieles se enteraban pronto de la muerte y concurrían masivamente al velatorio. Rosa no fue una excepción en ese sentido y ya vimos que Luisa de Melgarejo desempeñó un papel significativo en informar a los limeños de la muerte de una santa. La multitud pronto llenó el patio de la casa del contador, “los zaguanes, las salas; y así se vio obligado D. Gonzalo a abrir la puerta falsa de su casa, para que saliendo los que habían visto a la virgen diesen lugar a los que venían de nuevo”40.
Los testimonios más cercanos a esos sucesos no nos permiten saber si los deudos pensaron velar los restos de Rosa durante 48 horas o sepultarlos de inmediato. Pareciera que la duración de las exequias estuvo condicionada por el comportamiento de los fieles, que presas de una reacción psicológica incontrolable obligaron a las autoridades civiles y eclesiásticas a tomar medidas extremas para evitar tumultos y el desmembramiento del cadáver. La multitud se volcó primero a la casa del contador, donde tuvieron que cerrar las puertas y, para prevenir males mayores, se decidió llevar el féretro al convento de Santo Domingo. El cabildo eclesiástico y religiosos de diferentes órdenes, comenzando por los dominicos, llevaron en hombros los restos de Rosa, con muchas dificultades a causa del gentío que se juntó en el trayecto y que se disputaba por acercarse a tocar el cadáver41. Hasta el cabildo de la ciudad pugnó por llevar el cuerpo en la última etapa del trayecto. Una vez en la iglesia, la presión popular por coger pétalos de la corona de rosas y trozos del hábito y de la palma que le habían puesto adquirió tal intensidad que fue necesario trasladar el féretro a la casa de novicios42. En la iglesia se había dispuesto un túmulo de gran tamaño y altura que dejaba a aquel cerca de la bóveda y lo suficientemente aislado para impedir el acceso de la multitud. Para mayor seguridad se instalaron religiosos y una guardia de alabarderos que sólo permitían el paso de los enfermos que buscaban sanar sus males tocando el cadáver. Todas esas precauciones resultaron insuficientes y por eso, a instancias del arzobispo, debió velarse el cadáver en el noviciado y sólo por algunos religiosos. Finalmente, en la mañana del viernes 25 de agosto se pudieron realizar las ceremonias fúnebres, que contaron con la participación del obispo de Guatemala y cientos de fieles que volvieron a dificultar los actos, al punto que el entierro debió efectuarse horas después y a escondidas43.
Como lo hemos señalado, los acontecimientos que rodearon la muerte de Rosa respondían a unas prácticas que se daban en casi todos los casos de personas que morían en fama de santidad. La reacción multitudinaria y tumultuosa de los fieles, la necesidad de recurrir a la fuerza pública para salvar el cadáver del acoso popular que buscaba reliquias o el remedio de sus enfermedades, eran la demostración evidente de una santidad. Otra prueba de esto, por considerársele una propiedad sobrenatural, lo constituía el estado de conservación del cadáver. El que fuese capaz de mantener la flexibilidad de sus miembros y no despedir mal olor y por el contrario exhalar un perfumado aroma a pesar del paso de las horas, reafirmaba a los ojos de los fieles la certeza de la santidad44. El morir en “olor de santidad” era una de las razones que se esgrimía con más fuerza a la hora de solicitar la beatificación de una persona. El primer hagiógrafo de Rosa, testigo directo de los sucesos, escribe a los pocos días sobre el particular: “El Señor Arzobispo en compañía de los demás señores de esta audiencia, hincados de rodillas ante el bendito cuerpo de esta hermosa rosa, le besaron las manos, las cuales tenía con los dedos de ellas tan tratables que causaba admiración. Así se jugaban los brazos, dedos y manos como si fueran de gonces o cosa viva llevándolos cada uno hasta la parte que quería. Exhalaba de sí este santo cuerpo después de 36 horas que le había dejado el alma según el dicho de todos una fragancia y olor como de Rosa de Santa María”45.
El último elemento de carácter prodigioso asociado a la muerte y entierro de un santo era la materialización de diversos milagros que el contacto con los restos del difunto y con la tierra de la sepultura producía. En medio del tumulto y del estado de excitación generalizado por acercarse al cadáver, aparecían tullidos caminando, ciegos que veían, mudos que hablaban. Lo que en ese aspecto ocurrió con Rosa de Santa María lo relatan algunos testigos del proceso46 y también hagiógrafos. Uno de ellos señala que la mujer de Jacome Carlos, que era impedida del brazo derecho, sanó luego de tocar con una mano el cadáver que estaba en el túmulo. Un sacerdote con problemas en un brazo, un “moreno”, varios tullidos y otras personas enfermas sanaron después de refregarse con tierra de la sepultura en que hacía pocas horas la habían enterrado47.
EL COMPROMISO DOMINICO Y LA PRIMERA “VIDA” DE ROSA
Las biografías de personas virtuosas que se escribían en la época Moderna perseguían diversos objetivos, uno de los cuales era impulsar un proceso de canonización futuro o en desarrollo; otro, era desempeñar una función edificante, que sirviera de modelo de vida; también, a veces se buscaba con ellas destacar la labor de una determinada orden religiosa en virtud de su vinculación con el biografiado48. En el caso americano podría agregarse el interés por destacar los logros del cristianismo en estas tierras49. Por todo ello, abundaban las denominadas “Vidas”, que en muchos casos permanecían manuscritas, dadas las restricciones impuestas por las autoridades eclesiásticas, Inquisición incluida, para evitar el desarrollo de las supersticiones y la proliferación de la falsa santidad.
Las biografías desempeñaban un papel significativo en relación con los procesos de canonización, no sólo porque se constituían en una prueba más a ser esgrimida ante la Sagrada Congregación de Ritos, sino porque permitían difundir y mantener en el tiempo la fama de santidad de un candidato. En relación con Santa Rosa, la “Vida” más antigua que se conoce es la que en 1619 escribió su confesor, Fr. Pedro de Loayza, que de hecho sólo se vino a difundir en el siglo XX50. Su objetivo, al igual que la de Hansen que salió en 166451, era estimular el proceso de beatificación, al punto que se incorporó al expediente formado con las informaciones recogidas por orden del Arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero52. La de Hansen, por su parte, dada la descripción pormenorizada de la vida y milagros de la venerable y la difusión que tuvo en todo el mundo católico, se transformó en una de las fuentes básicas de las hagiografías que se escribieron con posterioridad53. La del padre Loayza en cambio, en la medida que se conoció tardíamente, no ha sido una fuente significativa para la historiografía de la virgen limeña.
Los esponsales de Santa Rosa. LAUREANO DÁVILA (QUITO, S. XVIII). CONVENTO DE LAS DOMINICAS DE SANTA ROSA. SANTIAGO, CHILE.
Pero además de las mencionadas, existe otra, breve y al parecer desconocida, hagiografía de Rosa, escrita no sólo con anterioridad a aquellas sino que lo fue a la semana, poco más o menos, de su muerte. Se trata de un documento inédito muy valioso, porque su autor, religioso dominico, anónimo, fue testigo directo del entierro de Rosa y lo escribió días antes que se celebraran las solemnes honras fúnebres presididas por el arzobispo y el virrey el 4 de septiembre de 1617. El documento en cuestión se encuentra en la sección Manuscritos de América de la Biblioteca Nacional de Madrid junto a una copia incompleta de las visiones que tuvo Luisa Melgarejo a la muerte de Rosa54. Por cierto que ambos documentos son manuscritos, en letra del siglo XVII, aunque los copistas son distintos. Se desconoce por qué vía llegaron esos papeles al actual repositorio, pues lo único cierto es que dicha sección está constituida por documentación proveniente del antiguo fondo de la Real Biblioteca, por papeles que pertenecían al archivo del duque de Osuna y por compras efectuadas por Pascual Gayangos. Figura bajo el título “Noticia de la vida mística de sor Rosa de Santa María de Lima y de las curaciones obradas por su intersección” y tiene siete folios.
El hecho de que esté junto con el texto de las visiones de Luisa Melgarejo no puede ser casual. Estas refieren la santificación de Rosa por Dios Padre, que la recibió en el cielo como esposa de Jesucristo. Por su parte, la relación anónima, en el fondo, refiere la santificación que el pueblo hizo de Rosa durante las honras fúnebres y entierro en respuesta a una vida de virtud. Esta hagiografía se divide en dos partes, en la primera se mencionan aquellos hechos de la vida de Rosa que muestran de manera patente que gozaba de dones sobrenaturales y que practicaba en grado heroico las virtudes cardinales y teologales. En la segunda se describen con cierto detalle las incidencias que se generaron en su entierro y los milagros que por su intercesión se realizaron.
No deja de resultar interesante que el autor anónimo destaque una serie de hechos de la vida de Rosa, que también serán resaltados por las biografías posteriores. Para valorar esa situación debe considerarse que esta relación se escribió antes que se iniciara el proceso ordinario de beatificación, es decir, sin que se dispusiera de las testificaciones a las que, entre otros, tuvo acceso Hansen. Por el tipo de información que contiene esta “Vida” pareciera que las fuentes principales de que se nutrió el autor fueron los decires de algunos confesores. En la hagiografía queda en claro que Rosa fue poco conocida debido a su gran humildad; también se menciona que a los cinco años hizo voto de castidad, el que mantuvo hasta su muerte; se resalta el tiempo que le dedicaba a la oración, que llegaba a las 12 horas y que no iba a más porque muchas veces la vencía el sueño, que era uno de sus peores enemigos; en este tema recoge la historia de que para no ser vencida por él se ataba el cabello a un clavo que puso en la pared de su oratorio. De hecho, las mortificaciones que realizaba ocupan un espacio importante en el texto, pues a la práctica anterior añade la mención a la aspereza de la cama en que dormía; al uso de una corona con puntas metálicas, siguiendo en ello a Santa Catalina de Siena; también alude a las disciplinas y ayunos que acostumbraba practicar y que tenían un significado similar al que le asignaban las santas medievales, que veían en el sufrimiento y en la abstinencia un medio para el encuentro con Dios al imitar la pasión de Cristo55. Por último, destaca la oración contemplativa que practicaba en el jardín de su casa o en el convento de Santo Domingo, que la llevaba a tener visiones sobrenaturales y al encuentro con Jesús, con quien se desposó, teniendo a la Virgen como madrina.
En cuanto a la otra parte del texto, el autor describe el impacto que provocó en los vecinos de Lima la muerte y entierro de Rosa de Santa María. Menciona con cierto detalle la aglomeración que se produjo en la casa de Gonzalo de la Maza cuando los fieles se enteraron del fallecimiento; luego se refiere al traslado de los restos al convento de Santo Domingo y a las incidencias que allí se vivieron hasta que pudo ser enterrada. Sobre el particular describe los tumultos que se produjeron a raíz de los intentos de los fieles por acercarse al féretro y obtener alguna reliquia de la difunta. También menciona la comprobación de la flexibilidad y fragancia de su cuerpo que realizó el arzobispo y oidores de la audiencia. Por último, se detiene en la enumeración de los milagros que realizó el Señor por la mediación de Rosa. El contacto con el cuerpo de la difunta hizo posible que varios tullidos y mancos sanaran, lo que también les aconteció a otros que se frotaron con tierra de la sepultura en que recién la habían enterrado.
¿A quién estaba destinado este texto? ¿Con qué objetivo fue escrito? Como lo hemos indicado, el autor es un miembro de la Orden de Santo Domingo y lo escribió para sus compañeros de religión. Pretendía que aquellos que no la conocían supieran de su admirable vida. Pero además, le interesaba mostrar a Rosa como un miembro de la orden con todo lo que eso significaba para el engrandecimiento de la misma56. Ellos debían alabar a Dios por haberles dado esta “santa” en “tan calamitosos tiempos”. Tenían que estar agradecidos con Él por lo que significaba Rosa para la Iglesia, para la Orden de Santo Domingo y para la patria, es decir, para la tierra que la vio nacer. Esta última idea, que tendía a identificar a la “santa” con el terruño, la reitera57. El autor trata de resaltar que Dios había hecho posible que en ese medio naciera y viviera una santa: “Niña entre nosotros, nacida en nuestra propia tierra y patria, de nuestra misma masa, con quien conversamos y tratamos”. También destaca el aporte de la Orden de Santo Domingo en cuanto contribuyó a hacer realidad esa maravilla. Sobre el particular señala que fue alimentada con “la leche de nuestra doctrina (y) sustentada con el buen ejemplo de los religiosos de esta casa”. Pero además de todo aquello, el autor buscaba comprometer a la orden en torno a la “devoción de la virgen soror Rosa de Santa María, nuestra hermana”; e incluso iba más allá en su objetivo como puede desprenderse del siguiente texto: “Nosotros padres pues, con nuestro ejemplo, con nuestra exhortación y palabras, hacemos santos, debiendo siempre, según el estado, aventajarnos, no nos quedemos atrás”. Esa impresión, en cuanto a que buscaba promover el proceso de beatificación de Rosa también parece confirmarla la frase con que termina el escrito: “Yo tendré cuidado, con ánimo de que Dios sea engrandecido, de enviar a Vs. Rs. un traslado de la certificación de la vida y milagros de esta santa, que a su cargo ha tomado el cabildo de esta ciudad”.
Tal como se desarrollaron los acontecimientos pareciera que ese objetivo se cumplió con plenitud. Por los mismos días, específicamente el 1 de septiembre de 1617, el procurador general de la Orden de Santo Domingo, Fr. Francisco de Balcázar, presentaba al arzobispo una solicitud para que se recibiera “información ad perpetuam rey memoriam de la prodigiosa vida e insignes milagros de Sor Rosa de Santa María, religiosa beata de mi sagrado hábito”58. Simultáneamente, el cabildo de la ciudad hacía una petición similar al arzobispo con el objeto de que la vida y prodigios de aquella fueran conocidos en España y en estos reinos “y en los unos y los otros se haga estimación de vida a tal santa y a la tierra que ha producido tal fruto”. Por otra parte, las preguntas del cuestionario que debían responder los testigos de la causa, presentadas por el procurador general de la orden, abordaban con bastante detalle la vida, muerte y milagros de Rosa y, como era lógico, resultaban muy coincidentes con muchos de los puntos contenidos en la relación. El 5 de septiembre, el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero autorizó la apertura de las informaciones solicitadas.
En consecuencia, la génesis de la “santificación” de Rosa de Santa María está asociada a Luisa de Melgarejo, que informó a la sociedad limeña del ingreso glorioso de aquella al cielo, pero también desempeñó un papel determinante el entierro y las honras fúnebres que se le dispensaron al cadáver. Las circunstancias que rodearon esos acontecimientos fueron, a los ojos de los fieles, la demostración más palpable de la acogida que Dios le había dispensado a Rosa. Los frailes dominicos, conscientes de la trascendencia de la reacción popular, de inmediato buscaron la manera de encauzar institucionalmente ese fervor popular, por lo que ello podía representar para el engrandecimiento de la Iglesia, de la patria y de la propia orden.
ANEXO
RELACIÓN DE LA VIDA Y MILAGROS DE ROSA DE SANTA MARÍA59*
Alabemos al Señor. Padres engrandezcamos su nombre y démosle gracias por los beneficios que de su mano recibimos, en especial por el cual al presente, en tan calamitosos tiempos recibimos de su mano.
Fue su Majestad servida para gloria suya y honra de nuestra sagrada orden, darnos a nuestra buena hermana y beata Soror Rosa de Santa María. Bien merecido este nombre por la hermosura de su alma y por el suavísimo olor con que entre tantas espinas y asperezas recreaba al cielo y alentaba a los que en la tierra sabían sus virtudes y aunque por su grande humildad, no conocida de todos, tengo por cierto los más de Vsa. Rs., por la comunicación que siempre tuvo con este convento, la conocerán.
Nació en esta dichosa ciudad de Lima. Fueron sus padres Isabel de Oliva y Gaspar Flores. De cinco años esta tierna doncella tuvo uso de razón y amó tanto a su regalado esposo Cristo que el primer acto que con ella hizo fue consagrarle con voto su virginidad y limpieza, la cual guardó hasta la muerte y así su vida fue un prodigio de la gracia y un real portento de santidad. Su penitencia tan rigurosa, que más parece admirable que imitable; doce horas de 24 que tiene el día natural se ocupaba en oración y porque la apretaba el sueño, que este fue el mayor enemigo que tuvo. Para no dormir se fijó un clavo en la pared de su oratorio y atando los cabellos suyos con una cuerda asiéndolos fuertemente del clavo se dejaba colgar de ellos y en esta forma hacía su oración, en las cuales siendo vencida del sueño, la misma Virgen madre de Dios, llegando a ella, le decía: hija Rosa despierta no duermas, vela, haz oración a tu esposo. Su cama era una barbacoa de unos maderos muy juntos, entre los cuales tenía puestas unas tejas de botijas quebradas con unas puntas hechas de las mismas tejas que salían de entre los maderos de la parte alta, porque acostándose sobre la cama la atormentasen y no dejasen dormir. Tan áspera y rigurosa era la cama que solía decir la tierna doncella a sus confesores que le daban sudores de muerte cuando consideraba solo se había de recostar en tal cama; pero no por eso lo dejaba de hacer, antes con mayor ánimo se arrojaba en ella.
Traía una corona de espinas. Las puntas hechas de plata de tres órdenes. Cada orden tenía 33 puntas, que por todas vienen a ser 99. Imitó a nuestra madre Santa Catalina de Sena y así lo dijo a su confesor. No comió carne sino en la ocasión de enfermedad solo y cuando fuese grave y esto por mandado del médico y padre de confesión, a quien siempre estuvo muy sujeta por su grande humildad. Su ordinario sustento eran yerbas y tenía cuidado para que fuesen las que apetecía enviar por unas que hay en la sierra, amarguísimas y entre ellas la traían la flor de la granadilla. Ayunaba las cuaresmas enteras y advientos, a pan y agua; y el demás tiempo, los lunes, miércoles y viernes y sábados de las semanas, aunque estos últimos años los ayunó todos, sin comer otra cosa más que pan y agua solo. Los domingos, cuando mucho, demasiándose en comer era un huevo o un pedacito de pescado y esto a la noche, porque era día de comunión, que en tales días acostumbraba esta tierna niña no comer hasta la noche, aunque muchos de ellos, lo uno ni lo otro comía.
Hacía sus oraciones, disciplinas; vistió siempre lana y a raíz de sus tiernas carnes vistió un riguroso y áspero cilicio con tales rigores y asperezas no fue posible sino que perdiese el color hermoso de su rostro, que dicen era grande causa de que sus padres la afligiesen. Y porque veía la quitaban el regalo de sus abstinencias pidió a Dios en sus oraciones la diese un rostro y color en él, tal, que no se pudiesen conocer las penitencias, los ayunos que pensaba hacer con su divino favor. Pidiole más que de ninguna suerte (si merecía algo con su divina majestad) conociese el mundo la hacía tal favor. Oyola Dios y así a los 13 años de su edad le dio una enfermedad de postemas que le duró tres. Levantose de la cama al fin de ellos. Quedole un color blanquizco con el cual siempre vivió y un rostro tan lleno y tan hermoso que parecía un ángel; figura y color que jamás perdió aunque se le pasaban las semanas y los días sin comer como dicho es más que pan y agua. Maravilla grande después de haber estado esta dichosa virgen dos días naturales en este santo convento de rodillas orando en la presencia del Santísimo Sacramento, que fueron jueves y viernes santo. Saliendo con su madre para su casa por la puerta de la iglesia unos hombres que en ella estaban pusieron los ojos en nuestra Soror Rosa de Santa María y pareciéndoles que su rostro iba hermosísimo dijeron a la madre: muy gordita tiene Vm. a la beata, muy linda va, débenla de haber regalado mucho los padres.
También le concedió el Señor no fuesen conocidos ni aun de sus propios padres estos portentos y maravillas y para disimularse y tener sus votos de oración y disciplina en un lugar apartado del bullicio de su casa plantó unos claveles diciendo que del fruto de ellos pensaba remediar alguna de las necesidades de sus padres, que fueron muchas. Y así fue que a su tiempo vendiera las clavelinas; y con la ordinaria labor de sus manos los remedió muchas veces; y como los padres veían ser ocupación de la doncella, dejábanla. Y tomando ocasión nuestra hermosa Rosa del aderezo de su jardín, gozaba a todas las horas, o las más que podía, a sus solas, recreándose con Dios. Desde los once años de su edad hasta los 30, que fueron los últimos de su vida, gozó de la presencia de Cristo y de su Santísima Madre y de Santa Catalina de Sena a la cual tuvo por maestra. A todos tres veía, oía, hablaba innumerables veces en forma visible. Y desde el tabernáculo que este convento tiene de Nuestra Señora del Rosario háblanle la Virgen y su hijo a esta dichosa Rosa. Conocía en el rostro de la imagen de Nuestra Señora del Rosario los trabajos del reino y las necesidades de él.
Alcanzó que el mismo hijo de Dios se desposó con ella diciéndola Rosa sed mi esposa. Y la Virgen Santa María, en tal desposorio, fue la madrina; porque en aquesta ocasión tenía al niño Jesús en sus manos, mirando a Soror Rosa, la dijo: gran favor es el que te ha hecho mi hijo Rosa. Padres, querer decir los portentos, los prodigios, maravillas y gracias que Dios comunicó a Soror Rosa de Santa María agradecido del amor con que esta sierva suya la servía y amaba, es nunca acabar.
Buena ocasión es esta y bastante motivo para que amemos a Dios, para que de todo corazón le sirvamos. Ver una sierva desde sus tiernos años abrasarse con tan rigurosas penitencias. Niña entre nosotros, nacida en nuestra propia tierra y patria de nuestra misma masa con quien conversamos y tratamos. Paladeada con la leche de nuestra doctrina. Sustentada con el buen ejemplo de los religiosos de esta casa, tan adelante en la virtud y tan honrada de Dios. Así como cosa suya se la llevó para sí en 24 días del mes de agosto año de 1617, día de San Bartolomé a las doce y media de la noche. Dijo antes que muriese el día de su muerte sin errar un punto en ella.
No es poca ponderación de su virtud y de que la estimaba Dios Nuestro Señor, el concurso de la gente que a la mañana y tarde concurrió a la casa donde estaba el cuerpo difunto, teniéndose por dichosos los que alcanzaban poderla besar las manos y tocar en ellas sus rosarios. Moción no sólo en el cuerpo, pero ha sido también en las almas y corazones de muchos que con voces y lágrimas, manifestando sus culpas a Dios, han determinado mudar su vida y mejorar las costumbres. Y aunque esto más en particular ha sido en algunos seglares de que me consta, la voz del pueblo la misma ha sido y todos vienen a llorar sus pecados sintiéndose mucho de no haberla conocido. Fue tanto el golpe de gente y la fuerza de devoción con que la reverenciaban que fue bien menester la diligencia que se hizo de cerrar las puertas de su casa y que sacasen el cuerpo muchos religiosos de la orden para que no quedase desnuda. Antes de sacarla de su casa fue el cabildo eclesiástico a su entierro de gracia; y movidos de su particular hermosura sacaron el cuerpo santo en sus hombros hasta la primera posa; los cuales no pudieron sino fue haciendo que los sacerdotes que la llevasen, parados, sustentasen el cuerpo sobre sus hombros, acudiendo a esto religiosos de otras órdenes sin haberlos convidado, con una devota competencia y loable porfía sobre quien había de gozar de tan felice suerte, cual había de poner sobre sus hombros a la que traían en sus almas la gente que acompañó su cuerpo.
PENITENCIAS PARA VENCER EL SUEÑO. LAUREANO DÁVILA (QUITO, s. XVIII).
Convento de las Dominicas de Santa Rosa. Santiago, Chile.
El concurso que había en nuestra iglesia y en las calles fue tan extraordinario que jamás se ha visto otro igual. A la última calle antes de entrar en el convento, el cabildo seglar llegó a quererse llevar el cuerpo y fue tanta la gente que fueron sobre el ataúd a coger de la corona de rosas y de la palma que llevaba, que fue necesario, para que no hiciesen el cuerpo pedazos y el hábito para reliquias, sacar el cuerpo de la iglesia y entrarlo en la casa de novicios, que ni aun allí no estaba seguro. El Señor Arzobispo, en compañía de los demás señores de esta audiencia, hincados de rodillas ante el bendito cuerpo de esta hermosa rosa, la besaron las manos, las cuales tenía con los dedos de ellas tan tratables que causaba admiración. Así se jugaban los brazos, dedos y manos como si fueran de gonces o cosa viva, llevándolos cada uno hasta la parte que quería. Exhalaba de sí este santo cuerpo, después de 36 horas que le había dejado el alma, según el dicho de todos, una fragancia y olor como de Rosa de Santa María; y con ser de ordinario asqueroso un cuerpo difunto, en especial en ojos y boca, en esta dichosa virgen Rosa no solo no lo fue. Pero parecía que los ojos los tenía dormidos, la boca, que tenía algo abierta tan hermosa, y toda ella de si tan linda que por particular alegría y devoción llegaba el pueblo a verla, teniendo a infelice su suerte no poder llegar a este cuerpo santo sus rosarios, cruces e imágenes, niños que de todas enfermedades padecían dolor.
Fue una cosa de espanto que con no poderse enterrar el día de San Luis, que fue el siguiente de su muerte; a la mañana viernes, con poner el cuerpo en un túmulo alto y dos sacerdotes arriba y otros muchos religiosos y guarda de alabarderos para que no pudiesen llegar seglares al cuerpo no fue posible; y así fue necesario, por las muchas voces y ruido que en la iglesia había al oficiar de la misa porque no se oía en el coro aunque se hacía señal con campanillas, viniesen algunos religiosos al mismo altar mayor y allí respondían; y como el pueblo sintiera acabado el oficio que la querían enterrar fueron tantos los alaridos, las voces y muchedumbre de gente que por entre las alabardas procuraron subir al túmulo, como de hecho subieron algunos, entre los cuales fue una la mujer de Jacome Carlos, manca y impedida de un brazo, la cual, con la devoción que pudo, hizo que una mano desta dichosa virgen la tocase el brazo enfermo y luego al punto sanó. Aquí fue donde todos se abalanzaron al cuerpo y viendo que le hacían pedazos los hábitos, procuraron hacer que la enterrasen dentro del convento; y entre la una y las dos, con el mayor secreto que pudo, la enterraron. Está dentro de una caja de cedro, cubierta la sepultura de ladrillos; y porque sabiendo el pueblo que la habían enterrado llegaron con tan grande extremo a llevar tierra de la sepultura que temimos la desenterrasen; pero el Señor, que se honra de sus santos, ha obrado mil maravillas en esta santa, con cojos, mancos, tullidos y otras mil enfermedades y achaques. A dos mancos impedidos de todo punto, que oraron encima de su sepultura refregando el brazo dolorido encima del, les concedió Dios salud. El uno es un sacerdote, hermano del padre fray Joan de Aranda, que apenas podía decir misa y ya manda el brazo como si no hubiera tenido enfermedad. El otro es un moreno conocido de todo el reino. El mismo día de su entierro en la tarde dio salud a un tullido que estaba sobre su sepultura llamado Alonso Díaz Durán, que por esta ciudad andaba arrastrando pies y manos pidiendo limosna. A un mulatillo, que ni aun con muletas podía andar sin arrimarse a las paredes, le dio esta virgen manos y pies tan ágiles que podía dar carreras y saltar sin ayuda de muletas. Aquella noche siguiente, a las diez de la noche, cobró salud en su sepultura un hombre llamado don Diego de Zúñiga, que había mucho que andaba notablemente contrecho de una pierna y padecía gravísimos dolores. Una india cacica de Chincha estaba hacía cuatro años tullida, habiéndose tocado con una reliquia de la bendita Rosa pidió vestir y se levantó buena y sana. A un hombre que tenía una pierna disformemente hinchada, una reliquia de esta virgen le dio salud. A otro hombre tullido, que en una silla le trajeron al sepulcro, que de otra suerte no podía menearse, le sanó de todo punto. En el Callao, la tierra de su sepulcro y sus reliquias han hecho muchos milagros que por abreviar la relación no los refiero.
El sábado 26 de agosto se mostró la imagen de nuestra Señora del Rosario, que está en este convento, con los colores del rostro tan encendidos y bañados de tan hermosos resplandores de luz que a todo el pueblo, que había concurrido a un milagro, le pareció que la imagen sudaba levantando el grito con un clamor grandísimo de devoción y con muy grandes lágrimas decían ser así. Averiguose que no sudaba sino que era un resplandor y alegría que mostraba la imagen en significación del excesivo y nuevo gozo que la emperatriz soberana tenía con las maravillas de su linda Rosa. Justo es pues Dios, nos ha hecho favores. Padres, que los conozcamos; que si los de fuera agradecidos de los referidos bienes que Dios a su Iglesia, a nuestra religión y a su tierra dichosa hace muestra tan gran de alegría; y exteriormente la ternura de su alma y corazón protestando mejorar la vida doliéndose de sus pecados. Nosotros padres pues, con nuestro ejemplo, con nuestra exhortación y palabras, hacemos santos, debiendo siempre según el estado aventajarnos, no nos quedemos atrás. Conozcamos las maravillas de Dios, engrandezcamos su nombre en sus santos y pues también hemos saber honrar a los suyos lleguémonos a él. Amémosle y con dolor de nuestra vida pasada pidámosle favor en la porvenir, acordándonos de la devoción de la virgen soror Rosa de Santa María nuestra hermana. El domingo que viene celebran en este convento sus honras por haberlo pedido así el Señor Virrey y Audiencia, el señor Arzobispo y cabildo. Pidiéndole juntamente para aquel día el altar y coro, vendrá el Señor Arzobispo vestido de pontifical, los señores del cabildo con sus capas de tel... y los demás señores clérigos en forma de comunidad con sus sobrepellices y el padre maestro Velázquez predicará por haber sido su confesor. Yo tendré cuidado con ánimo de que Dios sea engrandecido de enviar a Vs. Rs un traslado de la certificación de la vida y milagros de esta santa que a su cargo ha tomado el cabildo de esta ciudad.
* Este trabajo fue publicado originalmente en la revista Historia, nº 36, 2003.
1 Peter Burke, por ejemplo, sostiene que las cualidades del individuo no explican por sí sola a la santidad y que tampoco lo hacen las declaraciones de los testigos. A su juicio sería resultado de un proceso de “negociación” entre el centro y la periferia, entre el culto no oficial y el culto oficial, ver “How To Be a Counter-Reformation Saint”, en Religion and Society in Early Modern Europe 1500-1800, edited by Kaspar von Greyerz, London, 1984, pp. 45-55.
2 Jean-Michel Salmann, Naples et ses saints à l’âge baroque (1540-1750), Presses Universitaires de France, Paris, 1994, p. 284.
3 Teodoro Hampe Martínez, Santidad e identidad criolla. Estudio del proceso de canonización de Santa Rosa, Centro Bartolomé de las Casas, Cuzco, 1998, se refiere a las diferentes etapas que culminan en la santificación de la virgen limeña, pero inicia su análisis a partir de 1618, con la intervención del Príncipe de Esquilache, y no se plantea la cuestión que a nosotros nos preocupa.
4 Leonardo Hansen, Vida admirable de Santa Rosa de Lima. Patrona del Nuevo Mundo. Segunda edición, Vergara, España, 1929, p. 394, señala: “Tanto como todo esto montaba en el concepto de todos presenciar el entierro de una pobrecita hija de un soldado apenas conocida en Lima”. El doctor Castillo, como testigo en el proceso ordinario de beatificación dice: “Y lo que admiró a esta general moción, fue que hasta entonces no se habían manifestado sus revelaciones y favores que Nuestro Señor le hacía y sus milagros, y con todo eso, fue y concurrió a su entierro, muy grande concurso de toda la gente de la ciudad, teniéndola por santa y respetándola por tal y que estaba gozando de Dios”, en Primer proceso ordinario para la canonización de Santa Rosa de Lima, Transcripción, Introducción y Notas R.P. Dr. Hernán Jiménez Salas, Lima, 2002, p. 42.
5 En lo que toca a Chile se puede mencionar el caso de Fr. Pedro de Bardeci, lego franciscano de fines del siglo XVII, en proceso de beatificación y que en vida gozó de gran popularidad. Ver cap. IV de este libro. Para el Perú podemos mencionar al jesuita Francisco del Castillo, muy conocido y apreciado por la sociedad limeña de su tiempo, al punto que fue confesor del virrey Conde de Lemos y padrino de tres de sus hijos. Ver Armando Nieto, Francisco del Castillo. El apóstol de Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1992, cap. XVII-XVIII y XXI.
6 Sobre la significación de los milagros en la santidad, ver Salmann, op. cit., p. 277 y ss. También, Éric Suire, La sainteté francaise de la Reforme catholique (XVIe-XVIIIe siècles), Presses universitaires de Bordeaux, France, 2001, p. 191 y ss. En todo caso, ambos autores hacen presente que dentro de la actividad milagrosa de los santos, el papel taumatúrgico es desempeñado de manera preferente por los hombres y que las mujeres aparecen sobre todo asociadas a las actividades proféticas.
7 Referencias biográficas sobre doña Luisa puede verse en Fernando Iwasaki Cauti, “Luisa Melgarejo de Soto y la alegría de ser tu testigo señor”, Histórica, vol. XIX N° 2, diciembre de 1995. Del mismo autor, “Mujeres al borde de la perfección: Rosa de Santa María y las alumbradas de Lima”, Hispanic American Historical Review, 73:4, 1993. Ramón Mujica Pinilla, “El ancla de Rosa de Lima: Mística y Política en torno a la Patrona de América”, en Santa Rosa de Lima y su Tiempo, Ed. Banco de Crédito del Perú, Lima, 1995, pp. 60-64. También, de este autor Rosa limensis. Mística, política e iconografía en torno a la patrona de América, FCE y Banco Central de Reserva del Perú, Lima, 2001, pp. 73-80. René Millar Carvacho, “Visiones y Visionarias ante la Inquisición de Lima”, en prensa. También, cap. V de este libro. Luis Miguel Glave, “Santa Rosa de Lima y sus espinas”, en De Rosa y espinas. Economía, sociedad y mentalidades andinas, siglo XVII, Instituto de Estudios Peruanos y Banco Central de Reserva del Perú, Lima, 1998, pp. 207-215.
8 Ramón Mujica, Rosa limensis, op. cit., p. 76. También, Fernando Iwasaki, “Luisa Melgarejo de Soto”, op. cit., pp. 227-228.
9 Fernando Iwasaki, “Luisa Melgarejo.., op. cit.”, p. 227.
10 Ibid., Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN), sección Inquisición, leg. 1647/5, N°1.
11 Ver cap. V
12 AHN, Inquisición, leg. 1647-1, N°5.
13 Sobre el místico doctor Juan del Castillo ver cap. VI y también Ramón Mujica, Rosa limensis, op. cit., p. 129 y ss.
14 Declaración de Luisa de Melgarejo en Primer proceso ordinario para la canonización de Santa Rosa de Lima, op. cit, p. 155.
15 Decimos relativamente porque en sus respuestas al cuestionario a los testigos del proceso ordinario queda en evidencia su conocimiento de oídas de la mayoría de los hechos sobre los que se le interroga. Cfr. Primer proceso ordinario, op. cit., pp. 155-160.
16 Fray Leonardo Hansen, op. cit., p. 177. Fr. Juan Meléndez, Tesoros verdaderos de las Indias en la historia de la gran Provincia de San Juan Bautista del Perú de el Orden de Predicadores, Roma, 1681-1682, vol. II, p. 311, sobre el punto dice de Luisa: “una señora de singular espíritu y perfección, como conocía el fondo de su mucha santidad, no quería hablarla, ni recibirla en su casa sino de rodillas, besando el suelo que pisaba y si había de escribirle algún papel, consultándole materias de su espíritu siempre lo escribía de rodillas”.
17 Declaración de Gonzalo de la Maza en Primer proceso ordinario…, op. cit., p. 81. Luis Millones, Una partecita del cielo, Lima, 1993, incluye también, en apéndice, las declaraciones del contador en el proceso ordinario de beatificación.
18 Ibid.
19 Ibid., pp. 81-87.
20 Luis Miguel Glave, op. cit., p. 212, expresa que Luisa “a voz en cuello narró <su divino tránsito> para la sociedad limeña que se arremolinó esa noche de 1617 para velar y crear a su santa”.
21 El jesuita Antonio de Vega Loayza declaró en diciembre de 1617, en calidad de testigo en el proceso ordinario de Rosa, que Luisa de Melgarejo se había arrobado “como suele por muchas horas, veces y tiempo, así en su casa como todos los días por muchas horas…, en este dicho templo de San Pablo, a vista de toda la ciudad y de sus vecinos y moradores, que han sido casi todos hombres y mujeres, los que han venido a ver dichas maravillas, que Dios Nuestro Señor por ella o con ella obra, con diferentes fines y afectos”. Cfr. Primer proceso…, op. cit., p. 269.
22 AHN, Inquisición, leg. 1647-1, N°5, carta del inquisidor Lima Andrés Gaytán al Consejo de la Suprema de 1° de mayo de 1624. Ver cap. V de este libro. También, Fernando Iwasaki, “Luisa Melgarejo…, op. cit.”, pp. 227-229. Luis Miguel Glave, op. cit., pp. 213-214.
23 El místico jesuita Francisco del Castillo, en su autobiografía, en que relata acontecimientos hasta 1672, se refiere a Luisa Melgarejo como “señora bien conocida en Lima por su gran santidad y ejemplarísima vida”, la cual había visto al padre Gonzalo Suárez “en el cielo con otros muchos de la Compañía muy adelantado en gloria”. Un místico del siglo XVII. Autobiografía del venerable padre Francisco del Castillo de la Compañía de Jesús, Introducción y notas Rubén Vargas Ugarte, Lima, 1960, p. 103. Otro gran místico de la Compañía, el padre Antonio Ruiz de Montoya, dice hacia 1650 haber utilizado como fuente en su obra Silex del Divino Amor, (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1991, p. 250) los éxtasis y revelaciones con que el Señor había adornado a Luisa de Melgarejo.
24 Declaración de Gonzalo de la Maza, en Primer proceso…, op. cit., pp. 86-87.
25 Michel Vovelle, La mort et l’occident, Gallimard, France, 1983, pp. 290 y ss.
26 Ibid., p. 325. Sobre el tema de la muerte en la América colonial, ver Isabel Cruz, La muerte. Transfiguración de la vida, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, Santiago, 1989.
27 Declaración de Gonzalo de la Maza, en Primer proceso, op. cit., p. 88.
28 Jean-Michel Salmann, op. cit., pp. 285-301.
29 Éric Suire, op. cit., pp. 267-283.
30 Ibid.
31 En uno de los pocos escritos autógrafos de la Santa que se conservan queda explícita dicha devoción. Se trata de un breve texto sobre espiritualidad que lo encabeza con las siguientes palabras: “bispera (sic) de mi Padre y Apostol S. Bartolome ise (sic) las dos obras que remito”. Ver P. Luis Getino O.P. La patrona de América ante los nuevos documentos. Publicaciones de la Revista de las Españas N° 1, Madrid, 1926, p. 29.
32 Leonardo Hansen: Vida admirable de Santa Rosa de Lima. Patrona del Nuevo Mundo, segunda edición, Vergara, 1929, p. 360. Los biógrafos posteriores siguen en este punto a lo indicado por Hansen en 1664, a modo de ejemplo podemos citar a José Manuel Bermúdez, Vida de la gloriosa virgen dominicana Santa Rosa de Santa María, Lima, 1869, pp. 323-326. María Wiesse, Santa Rosa de Lima, Lima, 1922, p. 109. Rubén Vargas Ugarte, Vida de Santa Rosa de Lima, (1944) tercera edición, Buenos Aires, 1961, pp. 141-142.
33 Hansen, op. cit., cap. XXVIII. Fr. Pedro de Loayza, Vida de Santa Rosa de Lima, reedición, Santuario de Santa Rosa, Lima, 1985, pp. 106-110. También, testificaciones del padre Juan de Villalobos y del padre Fr. Luis de Bilbao. Primer proceso, op. cit., p. 180 y 369.
34 Hansen, op. cit., p. 383.
35 Jean-Michel Salmann, op. cit., p. 287.
36 Ver anexo.
37 Jean-Michel Salman, op. cit., pp. 289-290.
38 Hansen, op. cit., cap. XXX. Una descripción de sus últimas horas, de acuerdo a las declaraciones de los testigos del proceso ordinario de beatificación, en José Antonio del Busto, Santa Rosa de Lima. Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, Lima, 2006, p. 307 y ss.
39 Salmann, op. cit., pp. 296-297.
40 Hansen, op. cit., p.391.
41 Ver anexo. También Hansen, op. cit., p. 393 y ss. Y Fr. Pedro de Loayza, op. cit., pp. 120-123.
42 Ibid.
43 Hansen., op. cit., p. 396 y ss. También Loayza, op. cit., pp. 122-123.
44 En el caso de Toribio de Mogrovejo también se destaca ese fenómeno como muestra de santidad, ver Victoria Cummins, “Blessed Connections: Sociological Aspects of Sainthood in Colonial Mexico and Peru”, en Colonial Latin American Historical Review, vol. 3, N° 1, 1994, p. 11.
45 Ver anexo.
46 Testificaciones del doctor Castillo, de María Eufemia de Pareja, y del padre Nieto, entre otros, en Primer proceso ordinario, op. cit., p. 43, 153 y 321.
47 Ver anexo.
48 Éric Suire, op. cit., pp. 38-45.
49 Fernando Iwasaki, “Vida de santos y santas vidas: hagiografías reales e imaginarias en Lima colonial”, Anuario de Estudios Americanos, T. LI, Sevilla 1994, pp. 48-49.
50 En 1937 Ángel Menéndez Rúa hizo una edición. Luego, en 1965 el P. Carlos Aníbal Álvarez lo reeditó y, por último, en 1985, Joaquín Barriales lo publicó a través del Santuario de Santa Rosa.
51 Teodoro Hampe Martínez, op. cit., p. 63.
52 Ramón Mujica, El ancla…, op. cit., p. 346.
53 Es lo que acontece con las de Jacinto de la Parra y Antonio González Acuña, por mencionar otras del siglo XVII. La obra de Fr. Juan Meléndez, Tesoros verdaderos, op. cit., que dedica 340 a la vida de Santa Rosa también sirvió de base a biografías posteriores, como la de José Antonio Catá de Calella, Vida portentosa de la esclarecida Virgen Santa Rosa de Santa María, vulgo Santa Rosa de Lima, Barcelona, 1886.
54 Biblioteca Nacional, Madrid. Manuscritos de América, N° 18671 28.
55 Es también a través del modelo que representa santa Catalina de Siena como Rosa de Santa María recepciona el significado religioso que las mujeres virtuosas de la Edad Media le dieron al alimento. Sobre este último tema ver Caroline Walker Bynum, Holy Feast and Holy Fast. The religious significance of food to medieval women, University of California Press, USA, 1987.
56 Frank Graziano, “Santa Rosa de Lima y la política de la canonización”, Revista Andina, N° 34, destaca el papel que desempeñó la Orden de Santo Domingo en activar el proceso de canonización en Roma.
57 Es muy posible que el énfasis que se pone en destacar el origen criollo de Rosa, sea, por una parte, manifestación de la nacionalidad del autor y, por otra, constituya un reflejo de los conflictos entre criollos y peninsulares que por esas fechas afectaban a la orden. Sobre este punto ver, Bernard Lavallé, “Los dominicos en Lima (1565-1625. Paradojas y prefiguraciones del primer criollismo peruano”, en Las promesas ambiguas. Criollismo colonial en Los Andes, Pontificia Universidad Católica del Perú. Instituto Riva-Agüero, Lima, 1993, pp. 182-185. Sobre la identificación de Santa Rosa con el criollismo colonial, ver Ramón Mujica, “El ancla de Rosa de Lima”, op. cit., p. 175 y ss. Del mismo autor, Rosa limensis, op. cit., p. 295 y ss. Teodoro Hampe, Santidad e identidad criolla, op. cit., p. 109 y ss. Francesca Cantú, “Rosa da Lima e il “místico giardino” del Nuovo Mondo: identità e trasfigurazione di una santa nell’immaginario sociale peruviano”, en Ordini religiosi, santità e culti: prospettive di ricerca tra Europa e America Latina, a cura di Gabriella Zarri, Università degli Studi di Lecce, Congedo Editore, 2003, pp. 98-102. Un análisis de la relación entre hagiografía e identidad criolla en el mundo colonial hispanoamericano, en Ronald J. Morgan, Spanísh Amerícan Saints and the Rhetoric of Identity 1600-1810, The University of Arizona Press,USA, 2002.
58 Primer proceso ordinario, op. cit., p. 15.
59* En el texto se ha modernizado la grafía y puntuación. Además, la mayoría de las abreviaturas han sido suplantadas por la palabra completa. El título que encabeza el texto es nuestro.