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ОглавлениеCAPÍTULO III
Los nuevos dioses del mercado global
El universo simbólico del sujeto posmoderno ya no es el del sujeto moderno: sin gran Sujeto, es decir, sin referencias que permitan fundar una anterioridad y una exterioridad simbólicas, el sujeto no logra desplegarse en una espacialidad y una temporalidad suficientemente amplias. Queda atrapado en un presente dilatado que es el único tiempo en que se juega todo. La relación con los demás se hace problemática en la medida en que la vida futura personal está siempre cuestionada. Si todo se juega en un instante, el proyecto, la anticipación, el replegarse sobre uno mismo llegan a ser operaciones muy problemáticas. De tal suerte que hoy se atenta contra todo el universo crítico y todo eso que Kant llamaba el poder (crítico) del espíritu.
Dany-Robert Dufour, El arte de reducir cabezas
El dinero mismo es la comunidad, y no puede soportar otra superior a él.
Karl Marx, Grundisse I
Joseph Vogl es un filósofo y profesor de literatura alemán que, entre sus múltiples intereses, se detuvo a estudiar el carácter fantasmagórico de nuestra época, dominada por la expansión ilimitada del capitalismo en su fase neoliberal. Buscó, recurriendo a una compleja amalgama de información financiera y de interpretación teórica y literaria, penetrar en la trama simbólica de un orden económico que vino a transformar, de manera radical, no sólo las estructuras materiales de la sociedad, sino que también proyecta, y para muchos ya lo logró, modificar el sentido común y el horizonte de inteligibilidad que las sociedades construyen de sí mismas. Desentrañar el funcionamiento de la máquina financiera, penetrar en sus formas laberínticas y opacas, descifrar las telarañas de su lenguaje numérico y especulativo, es parte de su intento de comprender la actualidad de un sistema que penetra la totalidad de la vida. La digitalización del mundo de la información y el consiguiente abandono del paradigma analógico constituye uno de los puntos cardinales de la nueva configuración de una humanidad que cada vez comprende menos el sentido de los cambios que vive cotidianamente. Un frenesí enloquecedor atraviesa cuerpos y fantasías, lenguajes y sentimientos, hasta hacer estallar valores y creencias que hasta antes de ayer constituían las brújulas orientadoras de nuestras sociedades. Nada más erróneo, piensa Vogl, que subestimar la determinación de un sistema-mundo, como el capitalismo en su actual estadio, por penetrar en los intersticios del individuo hasta producir las transformaciones que desvanezcan la memoria de otro tipo de sociedad. Modelar un «hombre nuevo» es la utopía, cada vez más realista, de quienes han comprendido que se trata de capturar el fondo de la subjetividad adaptándola a las necesidades del flujo indetenible del capital. Y ese flujo apunta, entre otras cosas, a eternizar el instante haciendo estallar las antiguas pertenencias y filiaciones. Una nueva temporalidad que vacía de significado el pasado y que hace del futuro una mera extensión del aquí y ahora. Es la humanidad la que está siendo objeto de una radical mutación, uno de cuyos ejes centrales tiene que ver con el tiempo y la memoria, con esas formas de conciencia a través de las que se constituyó la experiencia y que hoy son desarticuladas penetrando en la intimidad del viviente. Existe una correspondencia entre la fugacidad y la velocidad propias del flujo del capital que opera desde lo virtual y lo abstracto, y el vaciamiento del sentido al que son sometidos los individuos en la sociedad del consumo y del espectáculo. Sin comprender esta dinámica resulta imposible articular una disputa. Deconstruir los mecanismos de dominación supone penetrar en esa lógica evanescente y fragmentadora que caracteriza la expansión ilimitada del capital. Una expansión que hace que el capitalismo se vaya devorando a sí mismo allí donde el trabajo humano, convertido en trabajo «muerto» por la lógica de la mercancía y de su valorización, va esfumándose en correspondencia con lo que al comienzo fue la revolución de la microelectrónica y que hoy atraviesa cada rincón de la vida sin dejar nada fuera de su tendencia a la virtualidad, la abstracción y la digitalización[1].
«Así como las sociedades de prevención modernas –escribe Joseph Vogl– alguna vez se formaron transformando los peligros en riesgos y domesticando la contingencia, ahora lo casual, lo peligroso y el torrente de sucesos indomables han regresado al centro de estas sociedades en forma de tyché, o casualidad, y lo han hecho adoptando un semblante arcaico: irregular, amorfo y ribeteado de no saber»[2]