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EL PERDÓN MODERA LA IRA

EN ESTE CAPÍTULO SE EXPONEN LOS BENEFICIOS del perdón para moderar y resolver la ira provocada por acontecimientos inmediatos estresantes, por el daño causado durante el matrimonio y por las heridas encubiertas sufridas en edades tempranas. El perdón diario protege a los matrimonios de los efectos negativos de la ira desproporcionada.

Las explosiones de ira pueden hacer daño tanto al cónyuge como a los hijos. De ahí que los adultos, aun siendo conscientes de lo difícil que resulta evitar las sobrerreacciones, tengan el deber de controlarla. Dominar la ira pasa por servirse del perdón para descubrir y resolver el dolor que los esposos aportan inconscientemente al matrimonio: el dolor generado en la relación con los padres o en anteriores relaciones amorosas.

La ira motivada por heridas del pasado, que permanece oculta en lo más hondo y se va desarrollando a lo largo de los años, es un enemigo capital del amor matrimonial, ya que suele desviarse de forma involuntaria contra el cónyuge. La buena noticia es que la terapia del perdón soluciona la ira del presente y del pasado, evitando sobrerreacciones muy dañinas para los esposos y los hijos.

Scott y Mónica

Cuando Scott entró en mi despacho, su tensa mandíbula mostraba unos dientes firmemente apretados; mientras que a la sonrisa forzada de Mónica se sumaba una fría mirada. La rigidez y la incomodidad de ambos se hicieron patentes mientras tomaban asiento.

—Mónica dice que pierdo la cabeza —empezó diciendo Scott—, pero si fuera un poco más comprensiva…

—¿Yo? —lo interrumpió Mónica—. Yo no me paso todo el día gritando, dando voces y montando follón.

—Si me trataras con más respeto y escucharas, no tendría que levantar la voz para que me hagas caso.

Scott iba subiendo el tono de voz mientras su rostro enrojecía.

—Si no estuvieras pegándome gritos día y noche, a lo mejor conseguiría entender qué es lo que quieres —replicó Mónica.

Me apresuré a pitar tiempo muerto.

Evidentemente, el problema de ambos era el exceso de ira. Después de unas cuantas preguntas de sondeo, quedó claro que las reacciones de ira de Scott ante el más mínimo desaire eran desproporcionadas. Mónica, a su vez, se encerraba en sí misma y le daba la espalda. Luego venía un periodo de reconciliación, seguido del mismo patrón repetido. La ira estaba causando graves daños en su matrimonio y socavando lo mucho que se querían.

Después de unas cuantas sesiones dedicadas a intentar entender la causa de sus problemas, se dieron cuenta de que ninguno de los dos tenía intención de herir al otro. Se hacían daño porque no eran conscientes de sus debilidades emocionales ni sabían cómo dominar su ira. Poco a poco, fueron reconociendo que esas sobrerreacciones estaban motivadas por la ira sin resolver generada en sus familias y aportada por ambos al matrimonio. El padre de Scott era emocionalmente distante y el de Mónica alcohólico. Ambos luchaban contra su temperamento y solían reaccionar con una ira directa o pasiva excesiva.

La ira encubierta de Scott y de Mónica fue disminuyendo a lo largo del proceso de identificación y resolución del conflicto mediante el hábito del perdón. La práctica del perdón no surgió de modo natural ni con facilidad: exigió mucho esfuerzo. No obstante, Scott y Mónica estaban muy satisfechos con los numerosos beneficios derivados de sus esfuerzos, que los hicieron más capaces de resolver tanto la ira de su infancia como la provocada por los numerosos retos de la vida matrimonial. Y, simultáneamente al control de la ira, sus corazones fueron abriéndose hasta redescubrir un amor mutuo aún mayor.

La naturaleza de la ira

La ira es un poderoso sentimiento de desagrado o antagonismo, generalmente provocado por lo que se percibe como un agravio o una injusticia. Se trata de la respuesta natural a la incapacidad de otros de satisfacer nuestras necesidades de amor, respeto y elogio. La causa del exceso de ira puede ser el egoísmo, la ansiedad o la tristeza, o bien la imitación de un padre o una madre coléricos.

La ira suele hacer acto de presencia cuando se dan conflictos tanto en las relaciones dentro del hogar como en la escuela, el trabajo o la comunidad. En muchos casos las reacciones airadas o el trato con una persona colérica forman parte del día a día. Un estudio llevado a cabo con pacientes psiquiátricos ambulatorios reveló que la mitad de ellos sufría una ira entre moderada y excesiva, proporcional a sus niveles de ansiedad y depresión[1].

Cuando una persona se siente herida, primero experimenta tristeza y luego ira. La tristeza y la ira del pasado contenidas en la ira del presente provocan sobrerreacciones. Como advertía san Juan Pablo II, sin el perdón somos prisioneros de la ira del pasado. Por lo general tendemos a considerar que nuestra ira está justificada y es proporcionada. La ira desmedida, sin embargo, no es ni una cosa ni otra, máxime cuando lo que hace es dirigir el castigo por las heridas que otros nos infligieron en el pasado contra aquellos con quienes convivimos en el presente.

El daño provocado por la ira

El daño visible provocado por la ira es la herida emocional y física que deja en el extremo receptor. No es sorprendente que los estudios hayan hallado un riesgo diez veces mayor de presentar síntomas depresivos en quienes viven con un cónyuge colérico. Las personas no están «programadas» para recibir el resentimiento de los demás, sino su amor, su respeto y su delicadeza. La ira dirigida contra el cónyuge incrementa su ansiedad, disminuye su capacidad de confianza, debilita su seguridad, aumenta su irritabilidad y puede ser perjudicial para su salud física.

Los hijos de las personas coléricas también acusan el daño, porque necesitan sentirse seguros en el hogar, y esa seguridad depende de la unión estable de sus padres. Sus peleas provocan en los hijos tristeza, enfado, ansiedad e inseguridad, así como el temor a la posibilidad de una separación o un divorcio. A veces se sienten culpables y se preguntan si han contribuido a la ira de sus padres, o bien desarrollan trastornos físicos como el síndrome del intestino irritable, o desórdenes psicológicos como ansiedad y trastornos obsesivos compulsivos.

El daño que sufre la persona colérica es menos visible. Aunque en su primera fase la ira suele ir asociada a la tristeza que provoca el sentimiento de haber sido herido, es posible que más adelante vaya acompañada del placer derivado de expresarla. Es frecuente observar este fenómeno perverso en la persona que de joven temía a su padre, pero nunca llegó a manifestar su ira contra él, desviándola posteriormente contra su mujer o contra alguna otra persona. El placer asociado a los sentimientos de ira y la euforia asociada a su activación y su liberación desencadenan un grave desorden psicológico y espiritual, así como perjuicios para la salud física. Un estudio de la Harvard Medical School ha hallado un riesgo de infarto más de dos veces mayor después de un estallido de ira. A mayor intensidad del estallido, mayor riesgo[2]. La importancia del control de la ira para la salud y el bienestar está bien documentada.

Las causas de la ira

Es posible que la ira iniciada en la infancia temprana se extienda más adelante a las relaciones con aquellos a quienes hemos querido confiar nuestro corazón. La ira provocada por los padres o por otras personas es capaz de permanecer oculta durante años y décadas, para aflorar más tarde en el matrimonio y desviarse injustamente contra el ser más querido: el cónyuge.

La ira nace también de las decepciones y tensiones vividas dentro del propio matrimonio. En la relación conyugal sus causas pueden ser la soledad, la falta de afecto, una comunicación escasa, las conductas egoístas y controladoras y la ansiedad. Existen otras causas posibles como el sentimiento exagerado de responsabilidad, el estrés laboral, la falta de equilibrio vital, los celos, los conflictos con los suegros, unas expectativas desproporcionadas, el abuso de sustancias, las conductas desafiantes de los hijos, las dificultades económicas, la falta de sueño y la enfermedad de uno mismo o de otro miembro de la familia. La ira desmedida puede nacer también del orgullo y llevar a los esposos a sobrerreaccionar frente a la más mínima tensión o contratiempo. Por último, algunos esposos se sorprenden cuando descubren que su ira está relacionada con el síndrome posaborto.

Tres métodos de gestión de la ira

La señal que mueve a una persona a resolver una injusticia suele ser la ira. Pensemos, por ejemplo, en alguien que presencia cómo un hombre le roba la cartera a una mujer. En una situación como esta, la ira es la respuesta adecuada del testigo y lo que lo mueve a salir detrás del ladrón (y a avisar a la policía).

No obstante, buena parte de la ira que se experimenta dentro del matrimonio no está suscitada por injusticias reales, sino por tensiones y contratiempos menores. En ese caso, existen tres opciones básicas para gestionar una emoción tan compleja y poderosa como esta: (1) negarla, (2) expresarla activa o pasivamente, o (3) perdonar lo que se ha percibido como algo doloroso. En la vida matrimonial el medio más eficaz para disminuir y controlar la ira es el perdón. Solo el perdón es capaz de resolver la ira causada por las decepciones del pasado que la mayoría de los cónyuges aportan inconscientemente al matrimonio.

Negación

Durante la infancia el método psicológico más habitual para gestionar la ira es la negación, que en muchas personas se prolonga hasta la vida adulta. Entre las numerosas razones de esa negación se incluyen la necesidad de idealizar a los padres, los hermanos o los iguales; no saber cómo resolver la ira mediante el empleo del perdón; los miedos y las inseguridades a la hora de expresarla; el sentimiento de vergüenza; el temor a la tristeza asociada a la ira; el deseo de mantener una vida familiar agradable y pacífica; y la lealtad a los propios padres. En el caso de los niños, la relación mayoritariamente afectada por esa negación es la relación padre-hijo. Los principales motivos son el temor a una respuesta airada por parte del padre o a aumentar la distancia entre los dos.

Con el paso del tiempo, algunos de los daños que genera recurrir a la negación para gestionar la ira son tristeza, ansiedad, inseguridad e incluso el aumento de la misma ira que se está negando. No admitirla ni resolverla lleva a desviarla injustamente contra los hermanos, los padres y los iguales y, finalmente, contra el cónyuge y los hijos. Esta dinámica psicológica es la principal causa de la ira desproporcionada dentro de la vida matrimonial.

La mejor manera de superar la negación no consiste en expresar la ira contra el otro —que suele ser la recomendación más frecuente—, algo que genera aún más tensión tanto en la persona colérica como en su entorno. Es mucho más beneficioso pensar: «Quiero superar mi posible situación de negación explorando la necesidad del perdón. ¿Tengo que perdonar a un padre, a un hermano o a algún igual que me ha hecho daño en el pasado? ¿Tengo que perdonar a mi cónyuge aquí y ahora?».

Expresión

Por desgracia, muchos esposos creen que el mejor modo de gestionar la ira consiste en expresarla. Algunos se ven animados a ello por la idea —carente de demostración psicológica— de que desahogarse es algo saludable. Este enfoque suele contar con el apoyo de la familia, los amigos y los libros de autoayuda, e incluso de un número considerable de profesionales de la salud mental. Lo cierto es que los esposos no son conscientes de los graves peligros que entraña dar rienda suelta a sus sentimientos de ira.

Desde el punto de vista psicológico, la realidad es que la mayoría de los esposos no saben cómo expresar la ira del modo adecuado, porque han aportado al matrimonio demasiada ira inconsciente y encubierta. La mayoría ignora las graves heridas que puede dejar sufrir la ira de la persona en quien más se confía y a la que más se quiere. La expresión de la ira entre los esposos, además de disminuir la confianza, afecta al sentimiento amoroso. Por otra parte, ni resuelve del todo esa emoción ni ayuda a solucionar los conflictos matrimoniales.

El empleo del perdón, sin embargo, sí resuelve la ira provocada por las heridas del presente y del pasado, y reduce la tensión matrimonial. El perdón ayuda a eliminar las explosiones de ira. El camino hacia el perdón se inicia detectando sus formas de expresión: tanto las directas como las indirectas, es decir, las formas pasivo-agresivas o encubiertas. La lista siguiente puede ayudar a identificar los tipos de ira activa y pasivo-agresiva que se dan dentro del matrimonio:

Activa

 Falta de respeto

 Exceso de disputas

 Irritabilidad

 Decepciones frecuentes

 Susceptibilidad

 Comunicación y crítica negativas

 Descortesía

Pasivo-agresiva

 Trato frío y silencioso

 Conductas irresponsables

 Represión del afecto y las expresiones de amor

 Desaliño o descuido —del hogar o personal— deliberados

 Comportamiento no colaborativo

 Falta de apoyo

Una vez identificadas las formas de expresión de la ira, los esposos pueden recurrir al método para gestionar esa emoción: el perdón.

Perdón

El perdón implica sacar a la luz la ira generada en la familia de origen, en relaciones anteriores y en el propio matrimonio para, a continuación, decidirse a trabajar en liberarla sin dirigirla contra el cónyuge, los hijos u otras personas. También implica optar por perdonar de inmediato, aquí y ahora, a la persona que la ha provocado. La terapia del perdón para disminuir y resolver el daño causado por una ira desproporcionada[3] es un método psicológicamente probado.

El perdón produce muchos beneficios. Ayuda al individuo a olvidar las experiencias dolorosas del pasado y a liberarlo del sutil control de las personas y los acontecimientos. Facilita la reconciliación entre los esposos y entre estos y otros miembros de la familia, y disminuye la probabilidad de cometer la injusticia de desviarla dentro del hogar. Los estudios de mi colega el Dr. Robert Enright han puesto de relieve lo que se observa a diario en la práctica clínica: el perdón aumenta la confianza, ayuda a resolver los sentimientos de tristeza y ansiedad[4] y evita su recurrencia.

El proceso de perdón

Aunque el perdón es el método más eficaz para adquirir el control sobre una emoción tan intensa como la ira, no es algo que se produzca de forma natural ni con facilidad. Después de descubrir los orígenes más profundos de una ira que, en muchas ocasiones, o bien se niega o bien es inconsciente, y después de intentar comprender la trayectoria vital y las relaciones que la persona causante del daño ha vivido en el pasado, aún queda trabajar el perdón.

Los esposos inician ese proceso explorando las experiencias negativas de la infancia en la relación con sus padres o con otras personas. Los dos deben identificar cuál de sus progenitores los ha defraudado más. A ambos cónyuges les resultará útil intentar comprender las relaciones parentales del otro. Simultáneamente a este proceso de descubrimiento, la pareja va cobrando conciencia de que en la mayoría de los casos la causa de las conductas del cónyuge reside en los daños emocionales provocados en el pasado por los padres o por otras personas, o bien en la imitación de las debilidades del carácter de los padres. Fijarse en el pasado para entender el presente suele llevar a constatar que, por lo general, las heridas que causa otra persona no son deliberadas. Hasta quienes son deliberadamente crueles suelen haber sufrido previamente algún trauma.

Una vez que cada esposo ha adquirido cierto conocimiento de sí mismo y del otro, se puede empezar a trabajar el perdón. Ese trabajo se aborda de tres maneras: con la mente (cognitivamente), con el corazón (emocionalmente) o con la oración (espiritualmente).

El perdón cognitivo de la mente

El trabajo de perdonar comienza por tomar la determinación de no volver a expresar la ira dirigiéndola contra el cónyuge o contra los hijos. ¿Cómo?: decidiéndonos a pensar en el perdón cada vez que algo nos altere y a decirnos sobre la marcha: «Quiero comprender y perdonar, comprender y perdonar, comprender y perdonar». Mientras repetimos esas palabras en nuestra mente, la ira empieza a disminuir. Este ejercicio recibe el nombre de perdón inmediato. Puede ser que, mientras se está practicando, surja un recuerdo doloroso en el que está involucrado alguien más: en tal caso, debemos desviar nuestros pensamientos hacia esa persona para perdonarla también.

Si moderamos nuestra ira mediante este ejercicio, aumentará nuestra capacidad de comunicación. Cuando los esposos se dicen claramente y con calma lo que necesitan el uno del otro pueden hablar desapasionadamente de lo que exige cada situación concreta.

El perdón emocional del corazón

Con el perdón emocional la persona experimenta el sentimiento de haber perdonado a quien le ha hecho daño: un sentimiento que suele ir precedido de la ardua tarea de perdonar mentalmente. Una vez que la estrategia cognitiva que acabamos de describir ha moderado la ira, se percibe con más claridad la bondad esencial del ofensor. Cuanto mejor se comprende al otro, mayor es la compasión.

Si los esposos consiguen escapar del control del dolor emocional del pasado, sus sentimientos mutuos de amor y confianza se hacen más fuertes. A medida que aprenden a dominar su ira, se sienten menos ansiosos y más seguros y, por lo tanto, son más capaces de reaccionar con amabilidad y sin ira cuando es necesario corregir a algún miembro de la familia.

Algunos esposos se sienten culpables por no tener ese sentimiento de perdón en el acto. Creen que su condición de cristianos les exige perdonar de corazón y sobre la marcha. Llegan a pensar que, dado que carecen de ese sentimiento, no han perdonado realmente. En ese caso, tienen que ser conscientes de que el perdón de corazón puede tardar mucho tiempo, incluso años, y de que mientras tanto el perdón cognitivo es eficaz y sincero. Si a alguien le cuesta perdonar emocionalmente al cónyuge, a los padres o a quienes le han hecho sufrir, no debe desalentarse.

Al perdón de corazón, que es el nivel más hondo de perdón, se llega gracias a una honda comprensión de las debilidades y de la infancia del ofensor. De este conocimiento suele nacer una actitud compasiva hacia él. No obstante, este extremo final se alcanza por lo general después de un largo proceso de perdón con la mente o bien en la oración, que es el tercer método de perdón.

El perdón espiritual en la oración

Para moderar el exceso de ira dentro del matrimonio es sumamente eficaz la virtud teologal de la fe. Hay daños sufridos en la infancia o a lo largo del matrimonio tan graves y dolorosos que a los esposos les cuesta mucho empezar a perdonar mentalmente o de corazón. En el proceso de sanación hay momentos en que el perdón parece imposible, sobre todo si el cónyuge, el progenitor o un pariente político siguen haciendo daño.

Muchas veces uno de los esposos emprende el proceso de perdón mientras que el otro mantiene su conducta agresiva. En ese caso, el perdón espiritual es capaz de moderar la ira de varias maneras: entre otras, reconociendo nuestra impotencia frente a ella y tomando la decisión de recurrir a Dios en la oración diciendo: «Señor, frena mi ira» o «Señor, perdónale [a mi esposo, mis padres o a otros], porque yo ahora mismo no soy capaz». Los católicos cuentan con la posibilidad de trasladar su lucha por el perdón al sacramento de la reconciliación. Como ocurre con el perdón cognitivo y emocional, el perdón espiritual debe practicarse repetidamente antes de que cesen la ira intensa y las sobrerreacciones. Dominar la ira lleva su tiempo.

El perdón diario

El Señor dijo a san Pedro que no perdonara siete veces, sino setenta veces siete, es decir, muchas veces al día. Se trata de una necesidad psicológica, porque las heridas y las decepciones se producen constantemente. Resulta útil seguir el consejo de san Pablo: «No se ponga el sol estando todavía airados» (Ef 4, 26). Podemos hacerlo antes de acostarnos reflexionando sobre nuestra conducta diaria, pidiendo a Dios que nos perdone y perdonando nosotros también.

Errores y obstáculos para el perdón

A veces existe un arraigado deseo de justicia que nos hace más difícil tomar la decisión de perdonar. Algunas personas se resisten a perdonar porque piensan que decidirse a hacerlo equivale a negar la gravedad del daño y, en cierto modo, a disculpar al ofensor. Otro error frecuente que impide perdonar es la idea de que previamente el ofensor debe pedir perdón.

El perdón no exige una disculpa por parte del ofensor: ni siquiera exige creer que este cambiará de conducta. Tampoco exige depositar la confianza en alguien que no muestra ningún deseo de cambiar. Lo que logra el perdón es hacernos más fuertes para afrontar y gestionar el daño y, en caso necesario, corregir con acierto. Hay gente que comete el error de creer que perdonar es una señal de debilidad cuando lo que revela en realidad es una personalidad firme y sana.

Otro obstáculo para el perdón es el miedo a que vuelva a aflorar y nos inunde la tristeza asociada a las heridas del pasado. Aunque inicialmente el perdón haga emerger de nuevo la tristeza y la ira que no han sido resueltas, ambas irán disminuyendo a medida que la fuerza interior que nace del perdón acreciente la autoestima. Tanto los estudios de investigación realizados por el Dr. Enright como nuestra propia experiencia clínica demuestran que los conflictos emocionales sin resolver disminuyen si existe el perdón.

Ejercicios de perdón inmediato

Los esposos deben aprender a manejar la ira sobre la marcha y cada vez que se presente en respuesta a las tensiones diarias del hogar y el trabajo. El proceso de perdón inmediato es fundamental para la felicidad del matrimonio, la estabilidad familiar y la salud psicológica de los cónyuges y los hijos.

La aspereza de las palabras de una persona colérica puede hacer tanto daño como una bofetada, sobre todo a personas sensibles. Así como la ira física deja heridas en el cuerpo, la ira verbal hiere el corazón, que —como da a entender el libro del Sirácides— es aún más difícil de sanar: «¡Cualquier herida, menos la del corazón!» (Si 25, 13). La ira se expresa también por medios pasivo-agresivos como la frialdad en el trato y el silencio, muy perjudiciales para las relaciones matrimoniales y parentales.

De la misma manera que las enfermedades infecciosas necesitan un tratamiento temprano, la ira requiere el remedio inmediato del perdón con el fin de proteger la salud de los esposos y los hijos. No admitirla ni resolverla perdonando de inmediato crea excesivas tensiones, daña el amor y la confianza conyugales y provoca en los hijos miedo, desconfianza y tristeza. El deseo de proteger a los hijos de los aspectos dañinos y amedrentadores de la ira puede animar a muchos padres a trabajarla lo antes posible.

Cuando se produce un estrés emocional, en lugar de ceder a la ira, los esposos y los padres deben repetir interiormente frases de este tipo: «Perdón, perdón, perdón»; «quiero comprender y perdonar»; «quiero ser fiel a lo bueno que hay en mi cónyuge [o en mi hijo] y perdonar»; o «Señor, frena mi ira». Estas frases surgen más fácilmente si el esposo o la esposa saben que también el otro se está esforzando por cambiar alguna conducta insensible.

Cuando una persona pierde los estribos, debe identificar de inmediato la causa, pedir disculpas a la persona que ha sufrido su ira y comprometerse una y otra vez a controlarla perdonando a aquel cuya conducta ha provocado la respuesta colérica. La negativa a dar estos pasos y a progresar en el control de la ira constituye una grave debilidad psicológica y una de las razones importantes de los conflictos matrimoniales severos, las separaciones y los divorcios.

Esta debilidad se ve fomentada por nuestra cultura narcisista, que permite que los adultos actúen con inmadurez y con esa actitud de tener derecho a todo, reaccionando airadamente cuando las cosas no salen exactamente como ellos desean o retirando su amor y su colaboración a quienes los han defraudado. La determinación de luchar contra estas formas de egoísmo es esencial para el control de la ira.

Muchas veces lo que se esconde detrás de la ira es la imitación inconsciente de un padre o una madre coléricos, controladores o egoístas. Cuando los esposos identifican ese patrón, pueden pedir de inmediato al Señor que les ayude a imitar las buenas cualidades de sus padres —y no sus debilidades— para cumplir los votos matrimoniales de amarse y respetarse mutuamente. En ese momento pueden perdonar a los padres cuya ira les ha hecho tanto daño y que han sido un mal ejemplo para ellos.

Ejercicios para el perdón del pasado

Todos los esposos aportan a su matrimonio algunas heridas y decepciones (generalmente inconscientes) provocadas en su contexto familiar o en relaciones anteriores. Son heridas que pueden ensombrecer el matrimonio y socavar la capacidad de una entrega amorosa amable, alegre y respetuosa. Descubrir y resolver esos conflictos, que suelen ir asociados a una cantidad considerable de ira, es esencial para mantener una personalidad sana y, en consecuencia, un matrimonio satisfactorio. De hecho, sin ese perdón los esposos seguirán hasta cierto punto controlados por los ofensores del pasado y arrasados por la tristeza, la ira, la desconfianza y la inseguridad asociadas a esas heridas.

Ejercitarse en el perdón del pasado proporciona una mayor libertad para amar plenamente. El modo de practicar los ejercicios de perdón de la ira del pasado dentro del matrimonio es el siguiente: después de detectar los daños causados en su familia de origen, el cónyuge se imagina a sí mismo de niño o de adolescente diciendo: «Papá [o mamá], quiero comprender la infancia que recibiste de tus padres y perdonar el daño que me has hecho en el pasado». Como resultado de este ejercicio practicado con regularidad, la ira disminuye y es menos frecuente que el esposo actúe igual que el progenitor colérico.

La ira causada por las graves heridas recibidas durante la infancia y motivadas por el egoísmo, la drogadicción, la conducta controladora, la negligencia o la ira no se resuelve fácilmente, como tampoco se resuelve fácilmente la provocada por el abandono de los padres o por el divorcio. Quienes hayan vivido una relación tensa con el padre o la madre deben practicar con regularidad estos ejercicios de perdón del pasado, incluso durante años, para evitar que la ira contra sus padres se desvíe hacia el cónyuge. Los esposos pueden animarse mutuamente a practicar este ejercicio y rezar por sus padres y demás familiares.

Una posible consecuencia de practicar el perdón del pasado es que afloren fuertes sentimientos de ira derivados de las heridas de la infancia que han permanecido ocultos. Puede que durante un tiempo ese antiguo sentimiento de ira sea intenso y vaya acompañado de tristeza o ansiedad. No obstante, el dolor irá disminuyendo si los esposos perseveran en el esfuerzo por comprender y perdonar a quienes les hicieron daño.

El proceso de sanación conlleva un reto aún mayor cuando se intenta perdonar a un progenitor responsable de abusos emocionales o físicos. En ese caso resultará útil llevar al sacramento de la reconciliación la intensa ira que se siente contra el padre o la madre. Es posible que a muchos esposos les cueste tanto resolver las graves traiciones sufridas durante la infancia que el proceso de perdón tenga que continuar periódicamente a lo largo de toda la vida.

En algunos esposos las principales heridas causadas en el contexto familiar proceden de un hermano o una hermana que los convirtieron en el blanco de la ira que sentían contra sus padres. La rabia provocada por una envidia o una rivalidad excesivas también deja graves heridas. Santo Tomás decía de la envidia que es la «madre del odio». Caín mató a su hermano Abel por envidia (ver Gn 4, 3-8). Al esposo herido por un hermano le puede resultar beneficioso pararse a pensar: «Quiero comprender las sobrerreacciones de ira de mi hermano [o mi hermana] contra mí. Quiero perdonar para no dirigir contra mi cónyuge la ira que mi hermano despierta en mí». Además de perdonar al hermano, esa persona también deberá corregir conductas insensibles o agresivas.

Los maridos y su ira no resuelta contra el padre

La relación con el padre es la causa más habitual de la ira sin resolver generada en el contexto familiar del pasado. Para los hombres el proceso de perdonar al padre puede constituir un reto, porque la mayoría no ha hablado nunca de la decepción que han sufrido; y, en lugar de identificar y gestionar conflictos emocionales como la ira desmedida, tienden a recurrir a una negación significativa.

Cuando el daño causado en los varones sale a la luz, la manifestación más común es la incapacidad de prestar a sus hijos un apoyo emocional que les aporte seguridad. Si un hombre intenta comprender a su padre, suele descubrir que en su niñez también a este le faltó una relación estrecha con el suyo. Esta toma de conciencia suele traducirse en compasión y en el deseo de perdonarlo. Identificar y agradecer las buenas cualidades —la lealtad, la fidelidad, la fortaleza y la fe— del padre facilita el proceso de perdón. La sanación matrimonial también se ve beneficiada cuando los maridos que han desviado la ira contra el padre hacia su esposa y sus hijos piden perdón a su familia y se comprometen a controlarla.

Pedir perdón puede encontrarse con el obstáculo que supone el placer que se obtiene dando rienda suelta a la ira. Como hemos dicho antes, en sus primeras fases la ira suele llevar aparejada la tristeza por el daño recibido; pero es posible que más adelante se asocie al placer de expresarla, aunque el receptor —en este caso la esposa— no lo merezca. Si las esposas se sienten receptoras extremas de una ira desviada, no deben renunciar a animar a sus maridos a emprender la ardua tarea de perdonar a sus padres.

Las esposas y su ira no resuelta contra el padre

Las causas más comunes del daño causado por los padres en las mujeres son la ira paterna, la distancia emocional, el egoísmo, la conducta controladora, el abuso de sustancias o la infidelidad. También contribuye a sus heridas la insensibilidad del padre a las necesidades de la madre. Y, si los padres se han divorciado, es probable que las mujeres se lo reprochen al padre.

La ira inconsciente de una mujer sometida a tensión puede desviarse contra el marido. Si no sale a la luz ni se gestiona mediante un proceso prolongado y exigente de perdón, la esposa y el matrimonio se verán gravemente dañados por la conducta de un padre agresivo. La expresión de la ira contra el padre por las dolorosas heridas del pasado, recomendada por muchos terapeutas, no la resuelve: solo un proceso de perdón es capaz de resolverla.

La ira no resuelta contra el padre lleva a la esposa a comportarse como si su marido sufriera las mismas debilidades emocionales o de carácter que el padre agresor. La ira y la desconfianza que siente hacia su padre se dirige contra el esposo de modo activo mediante la hipercrítica y la falta de respeto, o por medios pasivo-agresivos como la negativa a mostrar afecto, la falta de cuidado del hogar o minando la relación del esposo con los hijos, lo que se conoce como «alienación paternal». Muchas esposas fusionan en su mente a su padre con un marido merecedor de confianza hasta el punto de pedir la separación o el divorcio. En ese caso, es fundamental que los miembros de la familia y los esposos hablen con franqueza acerca del profundo daño provocado por el padre para evitar un perjuicio aún mayor en el matrimonio y los hijos.

Algunas esposas que nunca llegaron a expresar su ira contra un padre problemático es posible que más adelante encuentren placer dirigiéndola hacia sus maridos. Si se detecta esta conducta, las mujeres suelen negarla, llegando a afirmar que en algún momento de su vida perdonaron a sus padres por el daño que les causaron en su infancia. La realidad psicológica es que la resolución de la ira infantil exige un perdón periódico y continuado a lo largo de los años y, con frecuencia, durante décadas. Paradójicamente, el hecho de que una esposa no perdone a un padre colérico puede llevarla a repetir en su matrimonio esas conductas psicológicamente dañinas.

Un marido consciente del daño causado en su esposa por el padre no debe temer pedirle que supere su ira y su desconfianza emprendiendo la laboriosa tarea de perdonarlo.

Los maridos y la ira no resuelta contra la madre

Los maridos con madres insensibles, controladoras, adictas, depresivas o egoístas sobrerreaccionan desviando la ira dirigida contra sus madres hacia su esposa, su ser más querido. Suelen emplearla para mantener la distancia con sus esposas debido a un miedo inconsciente y profundamente arraigado a ser heridos o controlados por ellas del mismo modo que sus padres y ellos mismos sufrieron el control de la madre. Muchos procuran pasar tiempo fuera de casa, repitiendo de forma inconsciente lo que hacían en su infancia para escapar de una madre controladora.

Los maridos pueden resolver el daño materno comprometiéndose a diario a comprender y perdonar las conductas controladoras de su madre con ellos y con sus padres. En ese proceso descubren o bien que sus madres nunca se sintieron seguras, o bien que estaban repitiendo la conducta controladora de alguno de sus progenitores. Es muy importante, además, que el marido separe mentalmente a su mujer de su madre insensible recordando a diario el hecho de que su esposa sí es sensible y digna de confianza.

Los maridos con madres emocionalmente insensibles sienten una ira intensa contra sus padres por no haberlos protegido de las conductas maternas dañinas. Emprender el proceso de perdonarlos constituye un elemento esencial a la hora de resolver este grave obstáculo para el amor conyugal.

La esposa que ocupa el extremo receptor de la ira contra la madre debe plantearse identificar el verdadero origen de la conducta de su marido y, posiblemente, pedirle el esfuerzo de perdonar a su madre. Las mujeres que son víctimas habituales de la ira desviada de su esposo experimentan falta de confianza y la pérdida consiguiente del sentimiento amoroso que las lleva a plantearse la separación o el divorcio.

Las esposas y la ira no resuelta contra la madre

Las mujeres tienden a ser más afortunadas emocionalmente dado que, por lo general, han recibido muchos más elogios y más seguridad del referente materno que los que reciben los hombres del referente paterno. Aun así, un número pequeño —pero cada vez mayor— de esposas manifiestan la profunda decepción causada en ellas por madres que han seguido las tendencias narcisistas, anticonceptivas y materialistas de la sociedad moderna. Estas niñas —ahora mujeres— que en su día sufrieron la indiferencia materna sobrerreaccionan con irritabilidad cuando se ven sometidas a las tensiones habituales de la vida matrimonial y familiar porque en su infancia y adolescencia el amor de sus madres no fue lo suficientemente reforzador. Es posible que en ocasiones repriman sus elogios y su afecto debido al escaso refuerzo recibido de la madre. Bajo distintos tipos de estrés, quizá desvíen la ira provocada por sus madres contra sus maridos, sus hijos u otras personas.

A las mujeres les cuesta perdonar a una madre insensible y con una conducta tan antinatural. Una madre indiferente no refleja el rol femenino de crianza de los hijos necesario y esperable. Afortunadamente, las hijas de madres insensibles suelen contar con una abuela reforzadora, o bien viven un acercamiento a las madres de sus amigas.

En este caso el perdón más eficaz es el espiritual: la mujer reconoce su impotencia y decide dejar su ira en manos de Dios, o bien le pide a Él que perdone a su madre. Las mujeres católicas refieren haber hallado consuelo y sanación en la meditación de la presencia amorosa de la Virgen María en sus vidas.

Ejercicios que fomentan el perdón del pasado

Si uno de los cónyuges cree que el otro dirige su ira contra él porque es incapaz de resolver la ira provocada en el pasado por su padre, su madre u otra persona, no debe temer expresar lo que piensa de una manera amable y comprensiva. Puede decir: «Cariño, creo que nuestro matrimonio saldría ganando si te planteas perdonar a tu padre [o a tu madre] por el daño que te causó o te sigue causando». El hecho es que los ejercicios de perdón del pasado, que eliminan de forma notable la ira, contribuyen eficazmente a afianzar la amistad conyugal y a la reconciliación de los esposos. Sin ellos el resentimiento permanente y los patrones de conducta arraigados, lejos de resolver los conflictos matrimoniales, los hacen recurrentes.

La verdad acerca del autoperdón

Cuando alguien ha causado una herida en el cónyuge, en un hijo, en un ser querido o en cualquier otra persona, la respuesta más adecuada desde el punto de vista psicológico consiste en disculparse, pedir perdón y comprometerse a cambiar para que las palabras, las conductas o las acciones ofensivas no se repitan. Además, el esposo ofensor debe identificar el origen de sus debilidades y decidirse a crecer en las virtudes necesarias para solucionarlas. En el sacramento de la reconciliación se sigue una dinámica parecida: confesamos el pecado, hacemos un firme propósito de enmienda y de no reincidir, y experimentamos el consuelo de haber sido perdonado. Los sentimientos de culpa generados por haber hecho daño a alguien disminuyen cuando nos comprometemos a cambiar y nos perdonan.

Los sentimientos de culpa no disminuyen cuando un esposo se dice: «Me perdono, y con eso basta». De hecho, al minimizar tanto el daño infligido como la necesidad de recibir el perdón de Dios y de los demás, el autoperdón fomenta el egoísmo, que es el mayor enemigo del amor conyugal[5]. Los sentimientos de culpa persisten porque no ha habido una auténtica reconciliación. Y por esa misma razón se prolongan las tensiones matrimoniales.

La ira y el perdón posaborto

Durante la terapia matrimonial algunos esposos presentan los conflictos psicológicos —tristeza, ira, desconfianza y culpa— que siguen a un aborto. No es infrecuente que una esposa albergue una ira intensa contra el esposo por haberse sentido presionada a abortar. En muchos de estos matrimonios los maridos admiten el tremendo error cometido y piden perdón. La intensa ira que sigue emergiendo periódicamente en las esposas demuestra que el trabajo de perdón posterior al trauma del aborto debe prolongarse durante muchos años. Los esposos refieren la gran ayuda que supone para ellos llevar el dolor provocado por el aborto al sacramento de la reconciliación. A muchos también les ha ayudado participar en programas de sanación posaborto como el Proyecto Raquel.

La desconfianza, la tristeza y la ira postaborto son con frecuencia inconscientes. Un sacerdote me comentó que, cuando las parejas acudían a él en busca de consejo para un problema de ira desmedida, él solía preguntarles si en su pasado había existido un aborto. Según él, muchas veces la respuesta era afirmativa. Cuando le hice esa misma pregunta a un hombre que acudió a mí harto de las constantes peleas con su esposa, levantó un dedo y asintió con la cabeza. Poco después le dijo a su mujer que creía que el aborto les había hecho mucho daño a los dos y era una fuente encubierta de conflictos en su relación. Pidió perdón a su esposa por el papel que había desempeñado en el aborto y sugirió que ambos confesaran su pecado en el sacramento de la reconciliación.

Las ventajas de la fe

Después de cuarenta años de ejercicio de la psiquiatría, he comprobado que la fe supone una gran ayuda para muchos matrimonios que luchan contra la ira. La oración y los sacramentos, en especial los de la Eucaristía y la reconciliación, ayudan a los esposos a gestionar la ira del pasado y del presente de un modo más maduro, racional y afectuoso. También resulta útil meditar la Escritura y grabar en el corazón las palabras de san Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas» (Col 3, 19); «que la mujer reverencie al marido» (Ef 5, 33).

El perdón es la clave para vencer la ira. En los capítulos siguientes volveremos sobre el empleo de la terapia del perdón para resolver la ira asociada a otros conflictos conyugales. Una vez más, la fe demostrará ser una fuente de ayuda extraordinaria para las parejas que se esfuerzan por amarse cada día más con el amor de Cristo.

Doce hábitos para un matrimonio saludable

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