Читать книгу La caña cascada - Richard Sibbes - Страница 7
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Al desempeñar Su vocación, Cristo no apagará el pábilo o la mecha que humeare, sino que la atizará hasta que arda en llamas. El pábilo que humea emite muy poca luz, y esa luz es débil, pues no puede flamear y está mezclada con humo. La observación que se deduce de esto es que, en los hijos de Dios, especialmente justo después de su conversión, apenas hay un poco de gracia, y esa poca gracia está mezclada con mucha corrupción, que, al igual que el humo, es ofensiva; sin embargo, Cristo no apagará ese pábilo que humea.
La gracia es poca en un comienzo
Los cristianos son de distintas edades, algunos son bebés y algunos son jóvenes. La fe puede ser «como un grano de mostaza» (Mateo 17:20). No hay nada tan pequeño como la gracia en un comienzo ni nada más glorioso que lo que la gracia llega a ser posteriormente. Las cosas más perfectas son las que más se demoran en crecer. El hombre, la criatura más perfecta, llega a la perfección poco a poco; las cosas insignificantes, como los hongos y la calabacera de Jonás, brotan rápidamente y también se desvanecen con presteza. La nueva criatura es la criatura más excelente de todo el mundo y, por lo tanto, crece gradualmente. En la naturaleza vemos que el roble robusto crece a partir de una bellota. Con el cristiano ocurre lo mismo que con Cristo, que brotó del tronco muerto de Isaí, de la familia de David (Isaías 53:2), cuando se hallaba en su punto más bajo, pero al crecer llegó a ser más alto que los cielos. Los árboles de justicia no son como los árboles del paraíso, que fueron creados totalmente perfectos desde un comienzo. Los gérmenes de todas las criaturas que se encuentran en la belleza actual del mundo estaban ocultos en el caos, en esa masa primigenia confusa de la que Dios ordenó que surgieran todas las criaturas. En las semillitas de las plantas se esconden el tronco y las ramas, el brote y el fruto. En unos pocos principios están ocultas todas las conclusiones consoladoras de la verdad santa. Todos esos fuegos artificiales gloriosos del celo y la santidad de los santos se originaron en unas pocas chispas.
Por lo tanto, no nos desanimemos por el comienzo pequeño de la gracia, sino que percibámonos como elegidos para ser «santos y sin mancha» (Efesios 1:4). Solo observemos nuestro comienzo imperfecto para exigirnos un mayor esfuerzo por alcanzar la perfección y para conservar un bajo concepto de nosotros mismos. Fuera de eso, si nos sentimos desanimados, debemos considerarnos como nos considera Cristo, que nos ve como objetos que Él pretende adaptar para Sí mismo. Cristo nos valora por lo que seremos y por aquello para lo que nos ha escogido. Decimos que una plantita es un árbol porque está creciendo para llegar a serlo. «¿Pues quién ha menospreciado el día de las pequeñeces?» (Zacarías 4:10, LBLA). Cristo no quiere que menospreciemos las pequeñeces.
Los ángeles gloriosos no desdeñan asistir a los pequeños, a los pequeños ante sus propios ojos y a los pequeños ante los ojos del mundo. Aunque la gracia sea poca en cantidad, es mucha en vigor y valor. Cristo es Quien aumenta el valor de las personas y los lugares pequeños y bajos. Belén era la más pequeña (Miqueas 5:2; Mateo 2:6), pero al mismo tiempo no era la más pequeña. Era la más pequeña en sí misma, pero no era la más pequeña en el sentido de que Cristo nació allí. El segundo templo (Hageo 2:9) no llegó a tener la magnificencia externa del primero; sin embargo, fue más glorioso que el primero porque Cristo entró a él. El Señor del templo ingresó a Su propio templo. La pupila del ojo es muy pequeña, pero ve una gran parte del cielo de una sola vez. La perla, aunque es pequeña, es de gran estima. No hay nada en el mundo de tanto provecho como el granito de gracia más ínfimo.
La gracia está mezclada con corrupción
Pero la gracia no solo es pequeña, sino que también está mezclada con la corrupción; por esa razón, se dice que el cristiano es un pábilo que humea. Vemos, entonces, que la gracia no elimina toda la corrupción de inmediato, sino que queda una cierta medida con la que los creyentes deben luchar. Las acciones más puras de los hombres más puros requieren que Cristo las perfume, y ese es Su oficio. Cuando oramos, necesitamos volver a orar para que Cristo perdone los defectos de nuestras oraciones. Consideremos algunos ejemplos de este pábilo que humea.
Frente al mar Rojo, Moisés estaba muy perplejo y no sabía qué decir ni a qué dirección voltearse, así que gimió a Dios. Indudablemente, ese fue un gran conflicto interno para él. Cuando estamos en grandes angustias, no sabemos qué pedir en oración, pero el Espíritu pide por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26). Los corazones quebrantados solo pueden ofrecer oraciones quebrantadas.
Cuando David estuvo frente al rey de Gat (1 Samuel 21:13) y ensució su reputación de forma impropia, también había algo de fuego en ese humo. Pueden ver qué excelente es el salmo que escribió en esa ocasión, el Salmo 34, en el que, basado en su experiencia, dice: «Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón» (Salmo 34:18). «Decía yo en mi premura: “Cortado soy de delante de tus ojos”» ―ahí está el humo―, «pero tú oíste la voz de mis ruegos» (Salmo 31:22) ―ahí está el fuego―. «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mateo 8:25), gritan los discípulos: allí está el humo de la infidelidad, pero al mismo tiempo hay suficiente de la luz de la fe para animarlos a orar a Cristo. «Creo» ―ahí está la luz―; «ayuda mi incredulidad» ―ahí está el humo― (Marcos 9:24). Jonás clama: «Desechado soy de delante de tus ojos» ―ahí está el humo―; «mas aún veré tu santo templo» ―ahí está la luz― (Jonás2:4).
«¡Miserable de mí!», dice Pablo, al sentir su corrupción. Sin embargo, estalla en gratitud a Dios por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:24).
«Yo dormía», dice la Iglesia en el Cantar de los Cantares, «pero mi corazón velaba» (Cantares 5:2). La mayor parte de las siete iglesias, que son llamadas «los siete candeleros de oro» por su luz (Apocalipsis 2 y 3), tenían mucho humo junto a su luz.
La razón de esta mixtura es que tenemos un principio doble: la gracia y la naturaleza. Su propósito especial es guardarnos de las dos rocas peligrosas con las que nuestra naturaleza tiende a chocar, la seguridad y el orgullo, y forzarnos a cimentar nuestro descanso en la justificación, no en la santificación, que, además de ser imperfecta, tiene algunas manchas. Nuestro fuego espiritual es como el fuego común aquí abajo, es decir, está mezclado. El fuego alcanza la máxima pureza en su propio elemento en las alturas; así también nuestras gracias serán puras cuando estemos donde queremos estar, en el cielo, que es nuestro elemento apropiado.
A esta mixtura se debe el hecho de que el pueblo de Dios se juzgue a sí mismo de formas tan diferentes. A veces, observan la obra de la gracia; otras veces, la corrupción remanente, y cuando miran esta última, piensan que no tienen gracia. Aunque aman a Cristo en Sus ordenanzas y Sus hijos, no se atreven a afirmar que están tan íntimamente relacionados con Él como para decir que son Suyos. Así como la vela en la base a veces exhibe su luz y a veces no, los cristianos a veces están bien persuadidos con respecto a sí mismos y a veces no saben qué pensar.