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Consejos preliminares

Domine el arte de la Homilética

Para destacar en la predicación y preparación de sermones es necesario estudiar, aprender y dominar el arte de la Homilética. La Homilética es una ramificación de la teología práctica, que enseña sobre el arte y el conocimiento de las reglas de elaboración, composición, contenido, estilos y efectiva predicación del sermón. (Santander 2008). Literalmente del griego homiletikos: reunión, y homileos: «conversar» de manera amable.

Distinga entre la estructura homilética y el mensaje

Las buenas noticias de Dios, «El evangelio del reino de Dios» es un mensaje divino, no es de invención humana. La estructura homilética es una herramienta de fabricación humana, útil para trasladar de manera comprensible el mensaje.

Predique la Palabra de Dios

Si el predicador toma como base la Escritura, la estudia, la enseña y la aplica a los oyentes, en principio ya tiene la victoria. No tiene por qué usar mezclas o aderezos de argumentos puramente humanos o filosóficos. El apóstol Pablo afirma que a él ya no le interesa saber, conocer y anunciar como lo hacen los griegos. Tampoco le interesa enseñar como lo hacen los escribas y los judíos. Él predica la palabra de la cruz. Esa palabra es la que salva, transforma y edifica. Por ello le dice a Timoteo: «Predica la palabra».

Cuando el sermón se fundamenta en la Escritura logrará sus dos propósitos: salvación: «pues ustedes han nacido de nuevo, y no de una simiente perecedera, sino de una simiente imperecedera, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23, RVC); y equipamiento: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17, LBLA).

Predique a Cristo

El punto de convergencia en toda predicación cristiana es Cristo. Él es la máxima revelación de Dios y al mismo tiempo es el camino de salvación, el único mediador entre Dios y los hombres. Por ello, aunque se predique sobre cualquier texto de la Escritura, Cristo es el punto focal de referencia al que debe atenerse. Pablo se concentró en predicar a Cristo y a éste crucificado, aunque para unos fuera escándalo y tropiezo para otros

El Antiguo y el Nuevo Testamento hablan de Cristo: «Ustedes escudriñan las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen la vida eterna; ¡y son ellas las que dan testimonio de mí! (Juan 5:39, RVC). Un sermón que pierde de vista a Cristo es un discurso religioso, no una predicación cristiana. En todo pasaje de la Escritura que se predique es válido hacer una mención. Por ejemplo, si se predica de la obediencia de Josué, se puede citar la perfecta obediencia de Jesús al Padre a manera de ilustración o aplicación.

Haga que su sermón transmita vida

Organice su sermón de tal forma que el título y cada división sean una instrucción a seguir. Así la información y contenido se convierte en un asunto vivencial. Del contenido del texto pasamos a la urgencia de las implicaciones que tiene para cada oyente. Transmita vida en el sermón.

La predicación se fundamenta en una palabra que produce vida. Cuando se adentre en el texto se encontrará con personajes e historias que vibran: «Los personajes bíblicos no son personajes muertos, Dios nos sigue hablando por medio de ellos. El predicador anuncia cuando camina en las sandalias de Abraham, cuando ve la zarza que arde con los ojos de Moisés, cuando es golpeado por el ángel del Señor como a Jacob, cuando siente lo que vive Isaías como cosa propia. Entonces se obrará el milagro de que los que oyen también caminen, vean, sean, sientan, actúen como Abraham, Moisés, Isaías y Jacob. Así el mundo de la Biblia habrá invadido nuestro mundo, lo habrá llenado de luz y lo habrá redimido» (Arrastia, 1983).

Apele a la razón, a la voluntad y al corazón

Jesucristo predicó sermones y compartió enseñanzas que iban dirigidas a la mente, a la voluntad y al corazón de las personas. Hacía pensar a sus interlocutores por medio de preguntas y afirmaciones en las que se requería de ellos respuestas, pero tenían que meditar antes de hablar. También les pedía que tomaran decisiones, desafiándolos a que se esforzaran por obedecer las enseñanzas. Llegaba a los corazones de sus oyentes de tal manera, que era difícil que se resistieran. Muchos de ellos, con lágrimas y exclamaciones de amor, se postraban, confesaban sus pecados y lo reconocían como el Señor, el salvador y el Dios verdadero.

Es un error grave elaborar sermones que vayan dirigidos solo al intelecto, pues, tendrá cristianos con mucho conocimiento, poca acción y escasa devoción. Si se predica solo a la voluntad o solo a las emociones también provocará deformaciones en sus oyentes.

No anuncie el título del sermón desde el principio

En algunas ocasiones es conveniente realizarlo. Pero en la mayoría no. Porque al oír el título, sin una introducción y una transición adecuadas, los oyentes pueden ponerse a la defensiva. Por ejemplo: Si va a hablar sobre el tema de ofrendas y diezmos, sin contar una historia breve y contundente sobre la realidad de la bendición financiera que se recibe al dar, sin escuchar un testimonio y comprender la solemnidad y espiritualidad que acontece entre el oferente y Dios en ese momento especial, ya se ha levantado un muro entre los oyentes y el predicador.

No predique sermones planos

El desarrollo del sermón no deber ser raso. Los oyentes deben mirar, imaginar, sentir, elevarse, descender, identificarse, entender, recordar el sermón. Deben vivirlo. Es bueno recibir información histórica y un poco de gramática hebrea y griega siempre que estos recursos se trasladen de manera sencilla y ayuden a comprender mejor el mensaje.

Los oyentes una vez atrapados desde el principio hay que llevarlos de la mano por el camino ascendente con puntos de giro hasta llegar al clímax del mensaje. Luego, concluir de manera breve, pero eficaz. Es posible que usted logre elaborar un excelente sermón, pero si no lo predica con certeza, energía y con puntos hilados no obtendrá buenos resultados.

Abarque todo el consejo de Dios

Analice sus sermones para detectar si no padece el síndrome de ventus praedicationes1. Todos estamos tentados de predicar sobre los temas, sermones y doctrinas que son nuestros favoritos: en libros y cartas en las que nos sentimos identificados, cayendo en la repetición. No cedamos a esa tentación. La manera efectiva para no caer en la repetición y en el agotamiento de los temas, es que predique de todos los libros y cartas, basando su sermón en textos y pasajes de cada uno de ellos. El resultado será una abundancia, riqueza y variedad de sermones.

Tienda puentes entre los abismos de los tiempos

Usted, predicador, es responsable de aplicar correctamente el mensaje de ayer para el mundo de hoy. Si usted no hace una correcta interpretación, comunicación y aplicación para nuestro tiempo, se quedará atrapado en el túnel del tiempo bíblico. Se convertirá en anunciador de pura información antigua. Será un arqueólogo en lugar de un predicador pertinente para los retos de la época.

Un sermón certero funciona como un puente sobre el abismo cultural e histórico entre el mundo bíblico y el mundo moderno, entre los primeros recipiendarios, patriarcas, sacerdotes, profetas, reyes y nosotros hoy. Entre Jesús de Nazaret, los primeros discípulos, apóstoles, evangelistas, maestros, pastores, la iglesia apostólica, y el hombre actual.

Deje que el texto lo posea a usted y usted al texto

Permita que el texto cale profundamente en todo su ser. Sea su alimento y lo halle exquisito. Jeremías, el profeta llorón, se quejaba, se lamentaba, maldecía, y rehusó seguir anunciando la palabra de Yahvé. Pero él testifica que la Palabra de Yahvé se le metió en todo su ser, como fuego ardiente, de tal manera que no pudo rechazarla, sino anunciarla con más ímpetu. Entonces recuperó el gozo de alabar y exaltar el nombre del Señor.

Si usted no predica poseído por el texto, predicará de sí mismo y su mensaje será llevado sobre calzado de carne con espada de palo.

El sermón extraordinario parte del texto no del contexto, ni de un pretexto.

Conozca la finalidad del sermón

A la luz de la Escrituras vemos que la finalidad de todo sermón se engloba en dos propósitos:

a)Salvación a los incrédulos. Se enfoca en el sermón evangelístico que procura persuadir a los no creyentes para que se conviertan al evangelio, creyendo en Jesucristo como su salvador personal.

b)Edificación y equipamiento a los salvos. En este propósito, Crane, incluye cinco clases de sermones:

Doctrinales: que enseñan las grandes verdades reveladas sobre las Escrituras, Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo, la iglesia, el hombre, los ángeles, el pecado, la salvación, los eventos del fin.

Devocionales: inspiran a crecer en la comunión con el Dios trino para que los creyentes adoren, alaben, exalten al Señor por medio de la oración, la alabanza, la meditación de las Sagradas Escrituras.

De consagración: Llaman al creyente a vivir una vida diferente, separada de los criterios y actuaciones del mundo; para que dediquen su tiempo, talentos, conocimiento, su vida, al servicio de Dios.

De ética cristiana: La ética cristiana comienza por un escuchar, escuchar la Palabra de Dios. Repiensa lo que Dios ha pensado antes para el hombre respecto de la conducta humana. El llamamiento de la ética cristiana es repetir lo que has escuchado de parte de Dios, entenderlo, vivirlo y presentarlo. Es, en alguna medida, el comportamiento, la acción del hombre lo que corresponde al comportamiento y a la acción de Dios en la historia. Dios se hizo hombre en Jesús de Nazaret, habitó entre los hombres, para enseñarles a vivir, para amarlos y para servirlos. El hombre tiene que actuar de esa misma manera: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48, LBLA).

De proveer aliento: El enfoque es proveer el consuelo y la fortaleza a los creyentes en medio del dolor y el sufrimiento. Así, los propósitos cumplen con la meta de la satisfacción de las necesidades humanas de orden espiritual y temporal. Esto debe estar reflejado en los títulos y desarrollo de sus mensajes.

Si no se tiene claro el propósito de la predicación, resbalará en la pendiente de la imprecisión, trasladando pura información difusa. Juan Calvino detectó esa deficiencia: «La palabra de Dios no es para enseñarnos a hablar… o para ser elocuentes y sutiles, es para reformar nuestras vidas, para que tengamos el deseo de servir a Dios, para entregarnos totalmente a él y conformarnos a su buena voluntad». La Biblia y la predicación deben aumentar nuestro conocimiento, pero el fin es transformar vidas.

Los sermones no deben enfocarse en la condenación de los pecados de los hombres, ni en el legalismo. Es claro que hay que hablar de los pecados humanos y sus consecuencias, pero hay que hacerlo desde la correcta perspectiva de la buena noticia del Evangelio: el pecado ya ha sido erradicado por la obra de Jesucristo. El pecado ha sido derrotado por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Recuerde, la finalidad del sermón es la salvación, transformación, crecimiento, edificación y equipamiento. Por ello, es mejor predicar resaltando los aspectos positivos del mensaje. En esa línea el conocido predicador presbiteriano escocés Tomas Chalmers afirmó: «La predicación positiva de la verdad es mil veces mejor que la refutación negativa del error» (Crane, 1991).

Abundan los sermones que no cumplen con los dos propósitos fundamentales que hemos señalado. Arrastia, en su tesis de grado: «Acentos doctrinales en la predicación en América Latina», realizó una investigación de campo con más de trescientos predicadores. Descubrió que los males de los sermones que predicaban eran la falta de claridad en el propósito, la abstracción y la generalización. Con relación al primer mal es como disparar al aire. Los siguientes males no lograban conectar con el contexto, ni con los aspectos vivenciales de los oyentes. Tampoco sus sermones eran específicos en cuanto al texto y su mensaje, sino que se deslizaban por la predicación imponente del dogma heredado, más que por la dirección del texto estudiado y explicado. Era, en la mayoría de los casos, información plana más que mensaje de vida para la transformación. Eso desemboca en ser impersonal, ambiguo (Arrastia, 1993).

No predique pura historia bíblica

El relatar la pura historia bíblica, se parece a exponer un estudio bíblico. Se aprende, pero no hay transformación, ni desafío a los que oyen.

Un predicador puede confundir un sermón con una narración. Puede hablar sobre los primogénitos de Egipto y la súplica de los egipcios para que Israel partiera. De cómo Dios advirtió al pueblo egipcio y a su Faraón, cómo los castigó. Proseguir con el relato de cómo Dios protegió, liberó y preservó a su pueblo. Pero si no destaca las verdades de cómo ese mismo Dios que salvó a Israel de la esclavitud en Egipto, salva, protege, liberta y, transforma hoy a las personas en Jesucristo, para los que se constituyen en su pueblo hoy, de nada o de muy poco sirve. Las historias, eventos del Antiguo Testamento son una aplicación para nosotros hoy; dice Pablo, para nuestro ejemplo se escribieron.

Veamos siempre la diferencia entre una narración histórica y un auténtico sermón. El sermón destacado explica el texto y muestra que éste exige una respuesta. Entrega el verdadero sentido y significado a la vez que también llama a una cuidadosa aplicación. Solo así obtendremos un buen sermón que traiga vida al valle de los huesos secos, que los recubra de tendones, carne y piel, que los vuelva a la vida. Eso es la predicación, trasladar vida, descubrir la verdad, exponerla con claridad y aplicarla a los oyentes: «Predicar es enseñar la verdad revelada de Dios con aplicación; tal enseñanza con aplicación es profecía, siempre lo fue y siempre lo será…» (Packer, 1984).

Así que este es el consejo: elabore un sermón que siga el texto, y traslade ese sermón con aplicación hacia la congregación. Eso le ayudará a usted y a los que le escuchan.

Conozca los efectos de la Palabra de Dios

Si el predicador sabe que la Palabra de Dios es viva y eficaz, que no regresa vacía y que siempre producirá efectos en los que la escuchan, cada vez que predique estará atento a lo que sucede en las personas que le oyen: sus rostros, sus miradas, sus posturas. No pueden quedar indiferentes, la rechazarán o darán una respuesta de fe: «Y otros son aquellos en que se sembró la semilla en tierra buena, los cuales oyen la palabra, la aceptan y dan fruto, unos a treinta, otros a sesenta y otros a ciento por uno» (Marcos 4:20, LBLA).

Pero el efecto principal de la Palabra es producir frutos: «Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié» (Isaías 55:10-11, LBLA).

Este es uno de los parámetros que ayuda a todo predicador para asegurarse si está siendo efectivo o no.

No se distraiga con las muchas clasificaciones

Orlando Costas ve un problema en las clasificaciones. Otros predicadores las ven como una futilidad. Mi consejo es que se atenga básicamente a las tres clasificaciones comúnmente aceptadas: textual, expositiva y temática. Y con dos propósitos básicos que hemos explicado: salvación de los incrédulos, edificación y equipamiento de los creyentes. Lo demás es dar vueltas en el desierto.

Los libros de Homilética que he leído convergen en la clasificación de las predicaciones textual, expositiva, temática. Algunos agregan la biográfica, pero para mí sería una variante de la clasificación temática o de la expositiva si se trata de un personaje que se encuentra descrito únicamente en un capítulo o dos de un libro o carta.

Hay opiniones diversas sobre el tipo de sermones y la manera de predicarlos. Unos insisten en que la mejor forma de predicar es la expositiva. No es cierto. Carlos Spurgeon, el príncipe de los predicadores, predicaba solo de manera textual y su ministerio ha sido uno de los más exitosos de la historia de la Iglesia. Todos los predicadores hemos leído más de un sermón de él, lo hemos predicado, o nos hemos inspirado. Moody predicó solo de manera temática. Lutero predicó de manera expositiva. Calvino llevó a la máxima expresión la predicación expositiva: libro por libro, capítulo por capítulo, versículo por versículo. Ha sido uno de los predicadores de la Reforma con más impacto por medio de sus sermones y enseñanzas hasta nuestros días.

M. White, promotor de la predicación expositiva cita a B. Jones, reconociendo de manera implícita que Dios puede salvar a muchas personas por medio de las diversas clases de sermones. Escribe: «La predicación temática de Moody movió a dos continentes para Cristo; los sermones textuales de Spurgeon iniciaron movimientos que aún siguen bendiciendo a la humanidad; pero fueron los sermones expositivos de Lutero los que redimieron a la cristiandad de la Edad Media e instituyeron la reforma» (White, 1993).

Pero si vamos al mayor ejemplo de todos: nuestro Señor Jesucristo, encontramos que él no predicó, ni enseñó de manera expositiva, tampoco Pablo, Pedro y los otros apóstoles. En ninguna parte del Nuevo Testamento los vemos tomando un capítulo o un pasaje para explicarlo versículo por versículo, oración por oración, frase por frase, palabra por palabra. La forma en que tomaron de base el Antiguo Testamento para reafirmar sus predicaciones y enseñanzas, jamás las usaríamos nosotros. Ellos tomaron oraciones, frases y versículos –como los conocemos hoy– y los interpretaron y aplicaron a hechos o aspectos completamente diferentes. Esto ocurre una y otra vez en todo el Nuevo Testamento. Uno de los escritos que más ejemplos contiene es el Evangelio de Mateo. Veamos uno: (Mt 2:15, LBLA) «Y estuvo allá hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor habló por medio del profeta, diciendo: De Egipto llamé a mi Hijo», y declara esa afirmación tomando como base a (Oseas 11:1, LBLA) «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo». Pero el significado de este último pasaje se refiere al amor de Dios para su pueblo Israel. Y Pedro lo interpreta en relación a algo diferente: El tiempo que el niño Jesús estuvo en Egipto, hasta que pasara el peligro de muerte para éste por parte del rey Herodes, y lo aplica diciendo «para que se cumpla la profecía ‘De Egipto llamé a mi hijo’».

Observamos que Jesús predicó y enseñó más de manera temática: Algunos de los temas que sobresalen son: la tentación, el pecado, el arrepentimiento, la conversión, el perdón, las bienaventuranzas de los que sufren, el ayuno, la ofrenda, la ira, el adulterio, el divorcio, los juramentos, el amor hacia los enemigos, la oración, las riquezas, el afán, la provisión amorosa, la regla de oro, el camino de la salvación, el pecado de juzgar según las apariencias, por los frutos se conoce el árbol, la religiosidad hipócrita, la voluntad de Dios, el discipulado, el costo del discipulado, la contaminación espiritual, la fe, los impuestos, la mayordomía, la muerte, la resurrección, el infierno, el cielo, la ofensa contra el Espíritu Santo, su propia muerte, y su resurrección, las recompensa de los creyentes, las señales del fin, su retorno. Y por medio de muchas parábolas enseñó los principios, mandamientos, del reino de Dios. Frases que revelan el sermón temático que solía predicar el Señor Jesús: «Ustedes son la sal del mundo»; «Ustedes son la luz del mundo»; «Yo soy el pan de vida»; «Yo soy la puerta»; «Yo soy el buen pastor» y otros.

Es cierto que en una ocasión Jesús leyó la Escritura en la sinagoga, una porción de Isaías 61, pero no la explicó frase por frase, palabra por palabra, era una lectura, no un sermón.

Domine las tres clases de sermones generalmente aceptados

–Sermón textual

En el sentido estricto. Se basa en una frase o una oración de un versículo o versículos. El texto es corto. Pero si toma otros pasajes claramente enlazados sobre el tema principal, esto lo convierte en un híbrido.

–Sermón expositivo

Se basa en un solo pasaje mediano o largo, un capítulo o más. En algunos casos toma en cuenta toda la carta o libro. Generalmente se sigue el orden de los versículos, de los capítulos de un libro o una carta.

–Sermón temático

Se elige un tema y se desarrolla sobre la base de diferentes versículos de libros y cartas del Antiguo y Nuevo Testamento que se relacionan con dicho tema.

Al final, lo que importa es que el sermón contenga la verdad de la Palabra de Dios, la explique y la traslade de manera efectiva a los oyentes. Que se salven, sean transformados, equipados, edificados para que alcancen la estatura del varón perfecto.

No se distraiga con demasiadas sutilezas sobre el tema, proposición, oración transicional, infinidad de clasificaciones y tipos de sermones, pues los mismos textos de homilética asignan diversos valores a estos términos.

En cuanto al tema, lo importante es saber que en esencia es «el asunto del que se trata en el sermón, la idea central del sermón» en cualquiera de los tipos de sermones: expositivo, textual y temático.

Planee su sermón o serie de sermones

Planear en todas las áreas de la vida es bíblico. La predicación no es la excepción.

El que usted planifique su sermón o serie de sermones le traerá muchos beneficios: Enseñar de manera sistemática, variada, ocuparse de temas oportunos, conocer en profundidad las necesidades de la iglesia. En cuanto al tiempo, el plan puede ser semanal, mensual trimestral, y anual. Otro es el de los días festivos, fechas importantes en la fe cristiana, las ordenanzas del Señor. También es necesario planear por temas y verdades doctrinales.

En relación a las Escrituras, es muy provechoso planificar, predicar por libros y cartas completos de manera expositiva, por capítulos, y por un grupo de versículos, por oraciones, frases y palabras. La clave es tener suficiente tiempo con anticipación para prepararse para la predicación (Nelson, 2011).

Por experiencia propia afirmo que planificar le permitirá tener un camino trazado para no dar giros repentinos que confundan o hagan divagar a la congregación. Tendrá más clara la finalidad de los sermones. Le permitirá prepararse mejor porque buscará material para varias semanas e irá recopilando contenidos, historias, ilustraciones con anticipación. Logrará que la congregación aprenda más sobre un tema desde distintos ángulos. Ello redundará en proveer alimento espiritual equilibrado y la enseñanza cobrará más fuerza. Es más estratégico en cuanto a promover la temática del sermón o serie de sermones y ahorrará tiempo y tensiones innecesarias. Dejará de estar luchando cada semana con la elección del texto y del tema en cuanto que ya tiene la proyección. Los planes y proyectos elaborados con tiempo le aseguran el triunfo. Todo lo que realice a la carrera será un fracaso.


1. Esta frase la he asociado al predicador que ya presenta síntomas del síndrome de predicar dando vueltas sobre sus temas, libros y cartas favoritas. La congregación ya sabe que, aunque anuncie un tema nuevo, terminará hablando de los mismos temas, de las mismas doctrinas y citando los mismos pasajes.

Cómo preparar y predicar mejores sermones

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