Читать книгу Las 48 leyes del poder - Robert Greene - Страница 20
Оглавление2ª PARTE: CREE UN AIRE DE MISTERIO
En un mundo que se torna cada vez más banal y conocido, lo que parece enigmático llama la atención de inmediato. Nunca deje demasiado en claro qué es lo que hace o está por hacer. No muestre todas sus cartas. Un cierto aire de misterio realza su presencia. Además, crea expectativas: todo el mundo le prestará atención, para ver qué es lo que sucede a continuación. Utilice el misterio para embaucar, seducir e incluso atemorizar.
OBSERVANCIA DE LA LEY
A partir de 1905, en París comenzó a correr el rumor de que había una joven oriental que bailaba en una casa particular, envuelta en velos que iba descartando uno a uno. Un periodista local, que la había visto bailar, informó que “una mujer del Lejano Oriente había llegado a Europa cargada de perfumes y joyas, para introducir la colorida opulencia oriental en la vida de la saciada sociedad de las ciudades europeas”. Pronto todos supieron el nombre de la bailarina: Mata Hari.
Al principio de aquel año, durante el invierno, un pequeño y selecto público solía reunirse en un salón repleto de estatuas indias y otras reliquias, mientras una orquesta tocaba música inspirada en melodías hindúes y javanesas. Después de hacer esperar a su expectante público, Mata Hari aparecía de repente, ataviada de manera asombrosa: un corpiño de algodón blanco cubierto de joyas al estilo hindú, una banda enjoyada en la cintura, que sostenía un sarong que revelaba tanto como lo que ocultaba, y los brazos cubiertos de brazaletes. A continuación, Mata Hari danzaba en un estilo que nadie había visto antes en Francia, balanceando todo el cuerpo como si estuviese en trance. Decía a su entusiasta e intrigado público que sus danzas narraban historias de la mitología hindú y leyendas populares de Java. Pronto la crema y nata de la sociedad parisiense y embajadores de países lejanos competían por ser invitados al salón en el cual, según se rumoreaba, Mata Hari presentaba danzas sagradas bailando desnuda.
El público quería saber más de ella. Mata Hari dijo a los periodistas que en realidad era de origen holandés pero que se había criado en Java. También hablaba de su vida en la India, donde había aprendido las danzas sagradas hindúes y donde las mujeres “saben tirar con precisión, andan a caballo, hacen cálculo logarítmico y hablan de filosofía”. Llegado el verano de 1905, a pesar de que pocos parisienses habían visto bailar a Mata Hari, su nombre estaba en boca de todos.
A medida que Mata Hari iba concediendo más entrevistas, la historia de sus orígenes cambiaba constantemente. Decía que se había criado en la India, que su abuela era hija de una princesa de Java, que había crecido en Sumatra donde había vivido “a caballo, con un arma en la mano, arriesgando la vida”. Nadie sabía nada a ciencia cierta sobre ella, pero a los periodistas no les importaban demasiado esos cambios en su historia. La comparaban con una diosa hindú, con una criatura salida de las páginas de Baudelaire y todo cuanto la imaginación quería ver en aquella misteriosa mujer oriental.
En agosto de 1905, Mata Hari se presentó por primera vez en público. Las multitudes que se apiñaban para verla la noche del estreno causaron un verdadero tumulto. La bailarina oriental se había convertido en un objeto de culto, que dio origen a numerosas imitaciones. Un crítico de la época escribió: “Mata Hari personifica la poesía de la India, su misticismo, su voluptuosidad y su mágico encanto”. Otro comentó: “Si la India posee tesoros inesperados como éste, todos los franceses emigrarán hacia las orillas del Ganges”.
Pronto la fama de Mata Hari y sus danzas sagradas indias se extendieron más allá de las fronteras de París. La invitaron a Berlín, Viena, Milán. Durante los años siguientes actuó en toda Europa, se codeó con los más altos círculos sociales y ganó dinero suficiente como para disfrutar de una independencia pocas veces conocida por una mujer de aquella época. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, la arrestaron en Francia, la juzgaron, condenaron y ejecutaron por ser una espía alemana. Sólo durante el juicio se supo la verdad: Mata Hari no era ni de Java ni de la India; no se había criado en Oriente ni llevaba una gota de sangre oriental en sus venas. Su verdadero nombre era Margaretha Zelle, y provenía de la tranquila provincia de Frisia, al norte de Holanda.
Interpretación
Cuando Margaretha Zelle llegó a París, en 1904, tenía medio franco en el bolsillo. Era una de las miles de hermosas jovencitas que todos los años llegaban a París, para trabajar como modelos de artistas plásticos, bailarinas en clubes nocturnos o integrantes del Folies Bergère. Al cabo de algunos años, estas muchachas eran reemplazadas por otras más jóvenes y a menudo terminaban en la calle, ejerciendo la prostitución, o regresaban a su pueblo de origen, más viejas y sosegadas.
Zelle tenía otras ambiciones. No poseía experiencia como bailarina y nunca había actuado en el teatro, pero de niña había viajado con su familia y visto danzas populares en Java y Sumatra. Comprendió que lo importante de su actuación no era la danza en sí, ni siquiera su rostro o su figura, sino su habilidad para crear un aire de misterio en torno de su persona. El misterio que generó no radicaba sólo en su danza ni en su vestimenta ni en las historias que contaba, ni en las interminables mentiras sobre sus orígenes, sino en la atmósfera con que rodeaba todo cuanto hacía. No había nada que se pudiese afirmar con certeza acerca de ella. En Mata Hari todo era un cambio constante, y sorprendía a su público con nuevos disfraces, nuevas danzas, nuevas historias. Ese aire de misterio hacía que el público siempre quisiera saber más sobre ella y esperara con avidez su siguiente actuación. Mata Hari no era más bella que muchas de las otras jovencitas que llegaban a París, y ni siquiera era una muy buena bailarina. Lo que la diferenciaba de las demás, lo que atrajo y mantuvo la atención de su público y la hizo rica y famosa, era el misterio con que se rodeaba. El misterio fascina a la gente; como invita a constantes interpretaciones, nunca cansa. Lo misterioso no puede ser captado en su totalidad, y lo que no se puede captar y consumir genera poder.
CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER
En el pasado, el mundo estaba lleno de cosas terribles y desconocidas: enfermedades, catástrofes, déspotas caprichosos, el misterio de la muerte misma. Lo que no se alcanzaba a comprender se explicaba mediante mitos y espíritus. Sin embargo, a través de los siglos hemos logrado, por medio de la ciencia y la razón, iluminar la oscuridad. Lo que era misterioso y amenazador se ha transformado en conocido y confortable. No obstante, esta luz tiene un precio: en un mundo cada vez más banal, que ha perdido todo su mito y misterio, secretamente extrañamos los enigmas, ansiamos encontrar gente o cosas imposibles de interpretar, comprender y consumir al instante.
En esto radica el poder de lo misterioso: invita a interpretaciones distintas, estimula nuestra imaginación, nos seduce hasta hacernos creer que oculta algo maravilloso. El mundo se ha vuelto tan conocido, y sus habitantes, tan predecibles, que aquello que se envuelve en misterio casi siempre ocupa el centro del escenario y atrae nuestra mirada.
No crea que para generar un aire de misterio debe ser grandioso e inspirar temerosa admiración. El misterio que se entreteje en su actitud cotidiana de forma sutil encierra mucho más poder para fascinar y llamar la atención. Recuerde: la mayoría de la gente es transparente y tan legible como un libro abierto, no controla sus palabras ni su imagen y es por entero predecible. Para emanar un aire de misterio basta con mostrarse un tanto reticente, guardar silencio, decir alguna que otra frase ambigua, parecer deliberadamente inconsistente y actuar de manera “diferente”, con sutileza. Después, las personas que lo rodean magnificarán ese aura, al tratar constantemente de interpretarlo.
Tanto los artistas como los embaucadores, comprenden la relación vital que existe entre ser misterioso y atraer el interés de los demás. El conde Victor Lustig, el aristócrata de los estafadores, era un maestro en ese juego. Siempre hacía cosas que se apartaban de lo tradicional o que parecían carecer de sentido. Se presentaba en los mejores hoteles en una limusina conducida por un chofer japonés; nunca nadie había visto un chofer japonés, de modo que resultaba algo extraño y exótico. Lustig se vestía con la ropa más cara pero en su vestimenta siempre había algo fuera de lugar o no convencional: una medalla, una flor, un brazalete. Esto no era visto como de mal gusto, sino como algo llamativo y misterioso. En los hoteles se le veía recibir telegramas a cualquier hora, uno tras otro, que le alcanzaba su chofer japonés... y que él rompía a la vista de todos con un aire de absoluta displicencia. (En realidad, eran telegramas en blanco.) Se sentaba solo en el comedor, a leer un libro de aspecto imponente, y sonreía a la gente aunque manteniendo siempre un aire de distancia. A los pocos días, por supuesto, todo el hotel hablaba, intrigado, de aquel hombre extraño y misterioso.
Toda esta atención que despertaba permitía a Lustig atraer con gran facilidad a sus víctimas, que buscaban su confianza y su compañía. Todos querían que los vieran al lado del misterioso aristócrata. Y, ante ese enigma que los encandilaba, ni siquiera se daban cuenta de que eran timados y robados.
Un aire de misterio puede dar al mediocre una apariencia inteligente y profunda. La misteriosa aura que rodeaba a Mata Hari —una mujer que no sobresalía ni por su belleza ni por su inteligencia— la hacía parecer una diosa, y a su danza, imbuida de inspiración divina. Un cierto misterio en torno de un artista hace que su obra resulte de inmediato más interesante, una táctica que Marcel Duchamp aplicó con gran efectividad. En realidad es muy fácil: hable poco de su trabajo, haga comentarios seductores, incluso contradictorios, y luego dé un paso hacia atrás y deje que los otros traten de encontrarle un sentido.
Las personas misteriosas ubican a los demás en una especie de posición de inferioridad que surge del intento de interpretarlas. También pueden provocar el temor que rodea todo lo incierto y desconocido, y controlar el grado en que generan dicho temor. Todos los grandes líderes saben que un aire de misterio llama la atención sobre su persona y genera una presencia intimidatoria. Mao Tse-tung, por ejemplo, cultivó con gran habilidad una imagen enigmática. No le preocupaba parecer incoherente o contradecir sus propias palabras; por el contrario, el carácter contradictorio de sus actos y palabras le permitió ejercer siempre el control. Nadie, ni siquiera su propia esposa, sentía que lo comprendía del todo, y por lo tanto Mao parecía cada vez más grande y remoto. Esto hacía también que la gente le prestara constante atención, ansiosa por saber cuál sería su siguiente jugada.
Si su posición social le impide envolver por completo sus acciones en un aura de misterio, deberá aprender, por lo menos, a ser menos obvio y transparente. Cada tanto, actúe de alguna forma que no sea acorde con el concepto que tienen de usted quienes lo rodean. Ésta es una forma de mantenerlos a la defensiva y generar el tipo de atención que le asegurará el poder. Si se sabe hacerlo, la creación de un enigma también puede provocar un tipo de atención que inspire temor a su enemigo.
En la segunda Guerra Púnica (219-202 a. C.) el gran general cartaginés Aníbal arrasaba con todo en su marcha sobre Roma. Aníbal era conocido por su sagacidad y su ambigüedad.
Bajo su liderazgo, el ejército de Cartago, aun cuando era menos numeroso que el de los romanos, siempre lograba superarlos. Sin embargo, en cierta ocasión, los exploradores de Aníbal cometieron un terrible error, al conducir a sus tropas hacia un terreno pantanoso, con el mar a sus espaldas. El ejército romano bloqueó los pasos de montaña que conducían al interior del país; el general, Fabio, estaba exultante, pues por fin había logrado atrapar a Aníbal. Apostó a sus mejores centinelas en los pasos y elaboró un plan para destruir las fuerzas del cartaginés; pero en medio de la noche los centinelas vieron un espectáculo misterioso: una enorme procesión de luces subía por la montaña. Eran miles y miles de luces. Si aquello era el ejército de Aníbal, parecía como si de pronto se hubiera centuplicado.
Los centinelas discutieron acaloradamente acerca del significado de aquello: ¿el ejército cartaginés había recibido refuerzos por vía marítima? ¿Había tropas ocultas en la zona?
¿Eran fantasmas? Ninguna explicación parecía tener sentido.
De pronto, mientras los centinelas romanos observaban, la montaña se cubrió de fogatas, al tiempo que un horrendo ruido, como el resonar de millones de cuernos, les llegaba desde el valle. Convencidos de que se trataba de demonios, los centinelas, los más bravos y prudentes del ejército romano, huyeron aterrados, abandonando sus posiciones.
Al día siguiente, Aníbal había logrado escapar de los pantanos. ¿Cuál había sido su estratagema? Lo que hizo fue ordenar que ataran manojos de ramas secas a los cuernos de los miles de bueyes que viajaban con sus tropas como animales de carga y les prendieran fuego, para dar la impresión de miles de antorchas llevadas por un enorme ejército que subía por la montaña. Cuando las llamas tocaron la piel de los bueyes, éstos se dispersaron en todas direcciones, mugiendo aterrados e incendiando toda la ladera. La clave del éxito no residió en las antorchas ni en las fogatas ni el los ruidos, sino en el hecho de que Aníbal creó un enigma que cautivó la atención de los centinelas y fue aterrándolos poco a poco. Desde la cima de la montaña no había forma de explicar el extraño y sorprendente espectáculo. Si los centinelas hubiesen conocido la explicación, habrían permanecido en sus puestos.
Cuando usted se sienta atrapado o acorralado en una situación, o en una actitud defensiva, ensaye algo muy simple: haga algo que los demás no puedan explicar o interpretar con facilidad. Elija algo sencillo pero llévelo a cabo de forma tal que desconcierte a su contrincante y que pueda interpretarse de varias maneras diferentes, lo cual disimulará sus verdaderas intenciones. No sea sencillamente impredecible (aunque esta táctica también puede resultar exitosa; vea la Ley N° 18); al igual que Aníbal, procure crear una escena imposible de interpretar. Así dará la impresión de que su locura carece de método, sentido o explicación. Aplicada de la manera correcta, esta táctica inspirará temor y hará que los centinelas abandonen, temblando de miedo, sus posiciones. Podríamos denominarla la táctica de la “locura simulada de Hamlet”, ya que este personaje la utiliza en forma muy eficaz en la obra de Shakespeare, al aterrar a su padrastro, Claudio, mediante su misterioso comportamiento. El misterio hace que nuestras fuerzas parezcan más grandes, y nuestro poder, más intimidatorio.
Imagen: La danza de los velos: los velos envuel- ven a la bailarina. Lo que revelan ex- cita. Lo que ocultan aumenta el interés. La esencia del misterio.
Autoridad: Descubrir el juego ni es de utilidad ni de gusto. El no manifestarse de inmediato… da lugar a expectativas. Infunda misterio en todo, y su misterio provocará la veneración. Aun al darse a entender se ha de huir la llaneza… Imítese, pues, el proceder divino, para hacer que los otros estén al pendiente y con expectativa. (Baltasar Gracián, 1601-1658)
INVALIDACIÓN
Al principio de su ascenso hacia la cima, deberá atraer la atención a cualquier precio, pero a medida que vaya ganando altura deberá adecuarse en forma constante. Nunca canse al público con la misma táctica. Un aire de misterio obra maravillas para quienes necesitan generar un aura de poder y hacerse notar, pero debe parecer medido y controlado. Mata Hari fue demasiado lejos con sus ficciones; a pesar de que las acusaciones de espionaje resultaron falsas, en aquel momento era una suposición muy razonable, porque todas sus mentiras la condenaban como sospechosa. No permita que su aura de misterio se transforme en fama de falso y mentiroso. El misterio que usted genere debe ser una especie de juego inofensivo. Obsérvese con atención, y cuando esté extralimitándose, retroceda.
Hay momentos en que debe postergarse la necesidad de llamar la atención, cuando lo menos deseable es generar escándalo o notoriedad. La atención que usted concite nunca deberá ofender o desafiar la reputación de sus superiores, sobre todo si la posición de éstos es firme. En comparación con ellos, usted no sólo parecerá mezquino, sino desesperado. Es todo un arte saber cuándo llamar la atención y cuándo dar un paso hacia atrás.
Lola Montez fue una maestra en el arte de llamar la atención. Logró ascender desde su entorno de clase media irlandesa, hasta llegar a ser amante de Franz Lizst y luego amante y asesora política del rey Luis de Baviera. Sin embargo, en su madurez perdió la prudencia.
En 1850, en Londres, estaba prevista una representación de Macbeth, de Shakespeare, con la actuación del actor más famoso de aquel tiempo, Charles John Kean. Toda persona de cierta importancia de la sociedad británica asistiría a la función. Se corría el rumor de que hasta la reina Victoria y el príncipe Alberto aparecerían en público para la ocasión. Las costumbres de la época imponían que todos se hallaran en su sitio antes de que llegara la reina. De modo que el público llegó al teatro un poco antes y, cuando la reina ingresó en su palco real, observaron la tradición de ovacionarla de pie. De pronto todas las miradas se volvieron hacia un palco opuesto al de la reina Victoria: una mujer apareció de entre las sombras y ocupó su asiento después de que lo hubiese hecho la reina. Era Lola Montez. Llevaba una tiara de diamantes en la cabellera oscura y un largo abrigo de piel sobre los hombros. El público murmuró, sorprendido, cuando, al quitarse el tapado de armiño, reveló un escotado vestido de terciopelo rojo. Al volver la cabeza, todos vieron que la pareja real evitaba mirar hacia el palco de Lola. Toda la sala siguió el ejemplo de los reyes, y durante el resto de la velada, Lola Montez fue ignorada. Después de aquella noche, nadie que gozara de cierto renombre en la sociedad londinense se atrevía a dejarse ver en su compañía. El poder magnético de Lola se había revertido. La gente se apartaba cuando la veía acercarse. Su futuro en Inglaterra había terminado.
No se muestre nunca demasiado ansioso de recibir atención, dado que es una señal de inseguridad, y la inseguridad ahuyenta el poder. Comprenda que hay momentos en los que ser el centro de atención no es lo que puede resultarle más conveniente. Por ejemplo, cuando se encuentre en presencia de un rey o de una reina —o su equivalente— haga una reverencia y ocupe un segundo plano; nunca intente competir.