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Prólogo
Los monstruos entre nosotros

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Acudí a twitter para regurgitar el juicio de Keith Raniere ante la imposibilidad de encontrar en México un medio formal para publicarlo. No podía saber el interés que eso iba a despertar entre el respetable, pero mis razones iban más allá: la única manera de neutralizar a los monstruos que viven entre nosotros, de resguardar quizá a alguna futura víctima advirtiéndole lo que le puede esperar, es encendiendo la linterna y apuntándoles la luz. Los peores recuerdos de mi juventud en Monterrey se deben a ese ominoso silencio. No se hablaba de las perversiones de Maciel o de sus esbirros, aunque ya el mundo entero, fuera del ombligo regiomontano, las comentaba y conocía.

El 20 de mayo de 2005 la Legión publicó un cable enviado, como pago de favores, por la secretaría de Estado vaticana del cardenal Angelo Sodano. No traía firma ni sello, pero aseguraba que no había proceso alguno contra Maciel. Eso era, como tantas otras cosas, falso: un año menos un día después el papa Benedicto XVI publicaría un comunicado, resultado de las pesquisas de Monseñor Scicluna, conminando al pederasta michoacano a retirarse a una vida de “oración y penitencia”, aunque sin especificar el porqué, permitiéndole así a los líderes de la Legión de Cristo seguir impunes hasta que, ante las pruebas de DNA con que amenazaban los hijos carnales de su fundador, se vieron obligados a confesar apenas una pequeña parte de las atrocidades que, con una década de retraso, se conocerían después.

Con el silencio la gente quería evitarse las represalias de la red de poder tejida por los Legionarios de Cristo entre políticos y empresarios mexicanos. Por eso los abusos siguieron, por años, protegidos por esa omertá cómplice. Hablar salía caro: arriesgarse a ser vilipendiado públicamente, a perder un buen empleo u oportunidades de negocios, a recibir una demanda, a ser rechazado por la propia familia o a someterse al ostracismo social eran posibilidades muy reales.

Con ese silencio culpable, complaciente o avergonzado, uno que yo guardé demasiado tiempo, cuentan los depredadores de cuerpos y almas de este mundo. Por eso debemos hablar de ellos. En este caso, de Raniere, y de sus facilitadores en México.

Márcame, amo

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