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Los inicios

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“La veré muerta o en la cárcel”, le dijo Keith Raniere a la madre de Toni Natalie, su pareja de años, cuando ésta le anunció que lo dejaba. Lo que siguió fue más de una década de acoso físico y legal: telefoneándole a todas horas preguntando si sabía el paradero de su hijo de un matrimonio anterior; su casa y la de su madre fueron allanadas, desordenando sus muebles y pertenencias, robando ropa de su clóset. La declaración de bancarrota por el pago de las deudas de la empresa que había formado con él, todas a nombre de ella, se eternizaron en demanda tras demanda, y hubo un intento de atraerla a México con engaños para que, mediante una orden de aprehensión encubierta obtenida a punta de sobornos, desapareciera en las entrañas del sistema penitenciario mexicano. En buena parte, eso explica la expresión de apenas contenido júbilo cuando Natalie escuchó los siete contundentes “culpable” espetados por el jurado.

La transformación de Raniere de un estafador de alcances locales en el dueño de un harem de más de cien mujeres comienza luego del fracaso de su primer negocio, Consumers Buyline Incorporated (CBI). Éste no cumplía ni dos años cuando ya era investigado en veinte estados de la Unión, cerrando en 1993 por órdenes de Robert Abrahams, fiscal general del estado de Nueva York, acusado de ser un “multimillonario esquema piramidal”. La fiscalía fincó el caso en que la compañía estaba más interesada en reclutar gente que pagara los 270 dólares que costaba enrolarse en Purchase Power, un club de compradores con base en Texas, que en proveerles algún servicio; sobre todo porque sólo catorce de esos dólares iban al club de compras, mientras que el resto permanecía en manos de CBI en forma de comisiones por reclutamiento. En un video promocional de la compañía se ve a Raniere pidiéndole a los vendedores de membresías que imaginaran un cerro de billetes, uno de diez millones de dólares: “Es grande. Es enorme. Sientan cómo el aroma del dinero hace que sus narices tiemblen como conejitos…”

El flujo desde los últimos reclutados hasta los fundadores era constante: al cierre de la empresa, Pamela Cafritz, Karen Unterreiter y Raniere habrían recibido alrededor de medio millón de dólares a cambio de aire. Raniere corrió con suerte: fue multado en 1996 con cuarenta mil dólares a nivel federal, más un par de multas estatales, sin ser declarado culpable de nada, apenas con el compromiso de nunca más participar en esquemas “promoviendo, ofreciendo o brindando participación en un esquema de distribución en cadena”. Los inculpados tardaron más de cuatro años en pagar esa multa.

Keith explicaría su derrota, como era su costumbre, culpando a otros: en este caso, acusando que la debacle de CBI se había debido a las maquinaciones de Wall Mart que, por temor a la competencia, habría pedido a las autoridades “colapsar a ese tipo”. Lo cierto es que, después de CBI, Raniere evitaría tener posesiones a su nombre, negándose a recibir un salario y omitiendo el uso de tarjetas de crédito o cuentas de banco: todo le pertenecería, oficialmente, a sus siempre incondicionales mujeres, con el consiguiente ahorro de problemas legales y fiscales; año con año Raniere ha declarado vivir por debajo de la línea de la pobreza. Es cierto que nunca fue proclive a la ostentación; estéticamente, su comunidad era un reducto de mediocridad pequeñoburguesa, donde los pants y las sudaderas de baja calidad eran la etiqueta cotidiana. Con todo, Raniere ejercía un control férreo sobre sus acólitos y sobre su empresa disponiendo sin restricción alguna de cientos de miles de dólares en efectivo ocultos en el sótano de la casa de Nancy Salzman, con línea directa a una bolsa de plástico en su biblioteca personal.

Keith Alan Raniere vio la luz un 26 de agosto de 1960 en Brooklyn, Nueva York, el único hijo de James Raniere, publicista, y de Vera, una maestra de baile de salón. Al cumplir 5 años, la familia se mudó a los suburbios boscosos al norte del estado, a una casa roja con vistos blancos y amplio jardín, parecida a las granjas que pintan los niños en la escuela. A sus ocho años, James y Vera se divorciarían, quedándose la mujer, enferma del corazón, bebedora de ocasión y madre culpable de tiempo completo como única custodia del niño, convirtiéndolo en el centro de su universo e instilándole un sentimiento de excepcionalidad desbordada. Las virtudes atribuidas a Raniere en sus biografías oficiales —que hablaba con frases completas al año y que leía de corrido a los dos; que su energía intelectual interfería con las computadoras y los aparatos electrónicos; que a los 12 dominaba por sí solo y en unas cuantas horas todo el currículo de matemáticas de preparatoria o que a los 13, autodidacta, tocaba piano a nivel concertista— son más falsas que un billete de tres pesos, pero es un hecho que desde muy joven el chico mostró gran facilidad para la manipulación; en entrevista del 28 de mayo de 2018, publicada en el diario The Epoch Times, cinco compañeros de Raniere de la escuela primaria Waldorf describen cómo uno de ellos cuchicheó, en las intimidades infantiles del patio de recreo, sobre una u otra andanza adolescente de su hermana mayor. Raniere le diría enseguida que la confidencia le había dado una botella de veneno que él sostendría por siempre sobre su cabeza; que, de quererlo, podría revelarle a la hermana o a los padres sus indiscreciones. Sobra decir que, de corta estatura, un poco bizco, arrogante y presuntuoso a pesar de su apariencia y sus maneras ordinarias, el joven Keith no era precisamente popular.

En 1978 Raniere se gradúa de preparatoria, cumple 18 años y queda huérfano de madre pocos días antes de Navidad, cuando el cansado corazón de Vera deja de latir. De la orfandad pasó al Politécnico Rensselaer, donde conocería a Karen Unterreiter, desde entonces una de sus más fieles administradoras. Sus afirmaciones de haber sido un estudiante de excepción, el primero en haberse graduado con tres títulos —biología, física y matemáticas—, y calificaciones de excelencia se estrellaron contra una copia de la cartilla del instituto firmada por su secretario y consejero general, Craig Cook, presentada como evidencia en la corte, mostrándolo frecuentemente suspendido y con un promedio final de 2.26 que, en nuestro sistema decimal, equivale a un limítrofe 7.

Al terminar la carrera esas notas le alcanzaron para emplearse como técnico de computadoras en una oficina de fianzas de la policía local, profundizando en su tiempo libre en el estudio de sus tres mayores influencias intelectuales, aquellas que conformarían su filosofía espiritual y sus principales decisiones a futuro: Amway —donde trabajaría unos meses—, la Iglesia de la Cienciología y Ayn Rand. Sobre las agresivas técnicas de venta de las primeras dos funda en 1991 Consumers Buyline, donde conoce a Natalie, una de las vendedoras estrella de la organización y quizá el prototipo de todas las mujeres sobre las cuales Raniere parasitaría el resto de su vida.

Raniere mostró una temprana inclinación hacia la pedofilia: en 1993, una niña de 15 años llamada Rhiannon registró una acusación ante la policía del estado de Nueva York afirmando haber tenido relaciones con él hasta sesenta veces a partir de sus 12 años. Ella tenía problemas en la escuela, fleco rubio y frenos, y él recién había cumplido los 30. La madre de la niña, vendedora de CBI, le comentó de los problemas académicos de la pequeña y él se ofreció a tutorearla por las tardes. Lo primero que le enseñó fue a abrazarse “como hacen los adultos, juntando la pelvis”, quitándole la virginidad y abusando de ella a lo largo de varios años en su casa, en las oficinas de CBI o en el coche. Cuando Rhiannon finalmente fue a la policía, los detectives le pidieron portar un micrófono para obtener pruebas contra el abusador; ella se rehusó, pálida de miedo, y pidió cerrar el caso.

Toni Natalie es chispeante y guapa —ojos de felino color jade, cabello azabache y nariz de Cleopatra—, pero con fragilidades emocionales quizá originadas en los episodios de abuso sexual que sufrió cuando era niña, y que Raniere le diría luego que podrían aliviarse haciendo tríos. Al conocerla, Keith la habría ayudado a dejar de fumar y la convencería de que su marido la engañaba con la nana de su hijo. “Él se convierte en todo lo que quieres y necesitas, y algo más. Llena todos los vacíos”, diría Natalie, quien pronto se divorciaría para mudarse a Clifton Park, la comunidad suburbana alrededor de Albany que sería el epicentro de esa telaraña.

No vivirían juntos. Ella tendría una casa con su hijo y él conservaría su cuarto en el número 3 de Flintlock Lane, propiedad comprada por Pamela Cafritz, hija de Bill y Buffy Cafritz, distinguida pareja de la alta sociedad conservadora de Washington. Antes de conocer a Raniere, Pamela estaba por casarse con uno de los que llamamos buen partido. Luego se convirtió en la primera fondeadora y la más fiel de las lugartenientes de Raniere hasta su muerte en noviembre de 2016 por cáncer de hígado. Cafritz se encargaría de higienizar las consecuencias de los peores impulsos de Raniere; además de brindarle cierta estabilidad doméstica, hacía las aperturas y proveía las coartadas para que éste sedujera a jovencitas —invitándolas, digamos, a su casa, a pasear al perro—, y arreglaba los múltiples abortos que éste exigía de sus mujeres, ella incluída: él no aceptaba usar condones ni que sus parejas tomaran anticonceptivos, porque podrían engordar, decía. Raniere, ya con la mexicana Mariana Fernández como pareja principal, continuó usando las cuentas de banco y las tarjetas de crédito de Cafritz después de su muerte, en las compras del supermercado o para gastar miles de dólares en ropa para Fernández. Se estima que, en total, esas cuentas de banco custodiaban cerca de ocho millones de dólares. Raniere, nombrado por Pamela como ejecutor de su testamento, le cedería en México el cargo a Rosa Laura Junco poco antes de ser capturado.

Los demás habitantes del número 3 de Flintlock eran la antigua compañera del politécnico, Karen Unterreiter y, para entonces, Kristin Keeffe, oficialmente el enlace legal del grupo y extraoficialmente la encargada de neutralizar a los críticos y disidentes por todos los medios posibles, legales y no; sus lugartenientes en México, como veremos más delante, fueron Emiliano Salinas y Alex Betancourt.

Al fracasar CBI, Raniere y Natalie fundaron, en 1994, el National Health Network, una empresa de suplementos vitamínicos y naturistas que cerraría, en sus estertores, en 1999. Poco después la pareja se separaría. Cuando dijo adiós, Natalie recibió una carta que comienza amorosa y termina amenazante, además de una línea de tiempo, con dibujos, “de su caída final”. Cuando Natalie se rehusó a regresar con él, Keith le dijo que en su otra vida ella había sido Heinrich Himmler, y él y sus acólitos sus víctimas judías. A pesar de que Raniere pasaba los 30 años, la tesitura de sus comunicaciones emocionales es infantil dejando ver las profundas inseguridades que incubaron sus perversiones.

Ante la ausencia de Natalie, Raniere comenzaría a apoyarse por completo en Nancy Salzman, una enfermera con quien gestó, el 20 de julio de 1998, Executive Success Programs, o ESP, la raíz del pequeño imperio del mal que a la vuelta del milenio sería conocido como NXIVM. Salzman, quien al conocer a Raniere le comentó a Natalie que éste le parecía un poco torcido, luego de convertirse en su socia afirmó que “Probablemente no haya descubrimiento, desde la escritura, tan importante para la humanidad como la tecnología del Señor Raniere”. El nombre de Vanguardia, adoptado por éste en su nuevo papel como gurú, lo había tomado de un videojuego intergaláctico de consola con el cual perdía el tiempo, de joven, al salir de clases.

Raniere y Nancy elaboraron los 21 módulos que se convertirían en el prototipo de sus cursos intensivos de entre dos y tres semanas, ofreciéndoselos inicialmente a los clientes de Nancy, a quienes daba asesorías de vida. Fue entonces cuando Barbara Bouchey, en proceso de divorcio, toda caireles rubios y ojos de muñeca, se enrolaría. A la fecha ella es ambivalente en su juicio, expresando que en NXIVM y en el mismo Keith hay mucho de bueno, a pesar de haber recibido personalmente una buena dosis de su lado malo. Asistente cotidiana al juicio, cuando salió del elevador para enterarse, a las puertas de la sala de la corte, de la sentencia contraria a Raniere, se deshizo en un llanto agridulce. Barbara confesó que, al inicio, las atenciones de Raniere le causaban cierto rechazo; que, el último día de su primer curso, éste le regaló su propia copia de La Rebelión de Atlas, con pasajes subrayados y hojas manchadas, y le dijo: “Tú eres Dagny”, la heroína del libro que, luego de padecer a manos de múltiples hombres malos, por fin encuentra a su superhombre ejemplar, el genio industrial John Galt. Bouchey cree que, naturalmente, Raniere se veía a sí mismo como Galt.

Barbara pasó pronto a engrosar el harén de Raniere, pero nunca vivió en la casa de Flintlock, manteniéndose, como antes Natalie, hasta cierto punto al margen de la comunidad, a pesar de llegar a ocupar una silla en el consejo de la empresa. Bouchey dice que tardó tiempo en darse cuenta de que su relación con Raniere no era exclusiva; cuando él se ausentaba y ella lo cuestionaba, Keith le decía que dejara de preguntar, que al ser hija de padre alcohólico, tenía problemas de abandono que debía trabajar.

En abril del 2009 Barbara abandonaría a Raniere junto a ocho mujeres más, convirtiéndose en una voz crítica pública, exponente de las excentricidades hasta entonces ocultas de Vanguardia; en testimonio posterior afirmaría que Raniere contemplaba reclutar nativos americanos con el fin de crear una reserva independiente, o comprar una cantidad sustancial de tierra en los desiertos australianos para allí fundar un nuevo país o, al menos, un territorio autónomo. Keith la acusaría entonces, como antes hiciera con Natalie, de haber sido Reinhard Heydrich, un oficial nazi considerado uno de los arquitectos del Holocausto.

Algunos de los manuales de NXIVM, nunca antes hechos públicos —la empresa le hacía firmar a los estudiantes un contrato leonino de no divulgación—, fueron presentados como evidencia en la corte. Son reiterativos, de retórica engolada, plagian términos y metodologías de otros programas y abundan en clichés —la mera patente del Rational Inquiry Method, o “Método de Cuestionamiento Racional”, llena 240 páginas—, diseñados como están para atacar las vulnerabilidades intelectuales y emocionales del lector en el marco de sesiones agotadoras, de al menos doce horas. Todos tienen como fin último ensalzar la figura de Raniere, creándole un público fanatizado y acrítico que no estaría fuera de lugar en el Templo del Pueblo de Jim Jones o en la Iglesia de la Luz del Mundo del apóstol Naasón; en su testimonio, el cineasta Mark Vicente mencionó “que Dios ampare a quien le revire algo a Keith”.

Parte del éxito de los cursos reside en el empaque, es decir, en su presentación en centros modernos y en zonas de clase alta, con instructores que proyectan seguridad y compañeros de familias de recursos económicos o políticos que, de otra manera, serían inalcanzables para el público común. En el punto 12 de la cartilla de la misión de NXIVM, misma que debe ser recitada diariamente por los acólitos, se menciona la promesa de “buscar controlar éticamente la mayor cantidad de dinero, recursos y capital del mundo… siendo esencial para la supervivencia de la humanidad que estas cosas estén en control de personas exitosas y éticas”. Cada intensivo de NXIVM, por cierto, cuesta alrededor de 10 mil dólares, y no se llega a ningún lado si no se toman, al menos, dos, reclutando de pasada a varios estudiantes más para cursos futuros.

Márcame, amo

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