Читать книгу El último año en Hipona - Roberto Carrasco Calvente - Страница 12
2
ОглавлениеA través de la ventanilla, los campos parecen alegres, los animales despreocupados y las personas ajenas al dolor. Mario sabe que la vida es un espejismo, que el mundo es una batalla entre las especies. Pero su pierna no se la llevó otra especie, fueron humanos, tan humanos como él o Marga, que conduce tarareando la canción que suena en la radio. Al principio, dijeron que había sido ETA y, después, Al Qaeda. Los que dijeron una cosa se pelearon con los que dijeron la otra. La gente salió a la calle, se manifestó, cambió su intención de voto, se eligió nuevo presidente y Mario tuvo que dar gracias a Dios por estar vivo y aprender a ponerse una pierna ortopédica cada mañana. A través de la ventanilla, los campos parecen alegres, pero no lo son. Siempre hay alguna tragedia oculta, algún cadáver enterrado, algún niño llorando, escondido para que nadie lo vea. Siempre hay personas que sufren y personas que hacen daño.
Son seis horas de viaje, en el que apenas habla con su mujer. Ella respeta su silencio, sabe que, cuando está callado, es porque se ha agobiado y que lo mejor es no forzar la conversación. Mario se queda dormido y, cuando despierta, está empapado en sudor y en esa sensación de que el mundo es demasiado grande y él, tan solo un viejo. En ocasiones, se ha preguntado qué habrá sido de los demás chicos del Hipona, de Silverio Campos, de Óscar Clos, de Emilio Ropero y de Michi. Si ellos también habrán encontrado una buena mujer como Marga, si habrán formado una familia. Él no pudo tener hijos, menudas ironías que tiene la vida. Tras muchas pruebas, muchos médicos y mucho gasto de dinero, la conclusión siempre había sido la misma: que las entrañas de su esposa eran tierra yerma. Se resignaron a vivir solos, incluso se convencieron de que la vida así era mejor. Viajaron mucho, leyeron aún más, triunfaron en sus respectivas carreras —él como escritor y Marga como fotógrafa—, fueron habituales de coctelerías y de fiestas y, finalmente, entraron en la edad madura de la mano, como fieles amigos. El 11 de marzo del año 2004, Julio se despertó cuando aún era de madrugada. Tuvo miedo, mucho miedo, supo que algo grande y trágico estaba a punto de ocurrir. Salió de la cama y se vistió. Miró a su mujer, que ya no se despertaba cuando a medianoche a él le entraban ganas de salir a caminar, de huir, de convertirse en un alma errante por la ciudad. Las primeras veces que lo había hecho, Marga se había preocupado, había pensado que estaba viendo a otra. Él le dijo que no se encontraba bien, que necesitaba salir, que le diera el aire. «Quizá te convendría ver a un especialista», le había aconsejado ella. Pero Mario no había hecho caso, no era tan grave querer alejarse de casa si, al final, siempre volvía antes del amanecer. El 11 de marzo del año 2004, Mario no volvió.
—Hoyoseco —dice Marga cuando, a lo lejos, pueden vislumbrar un pueblecito entre las montañas, una mota blanca y reluciente como un copo de nieve entre hojas muertas—. ¿Por qué te ha dado por escribir sobre él?
Para responder esa pregunta, Mario debe dar a su mujer algunas explicaciones. Para empezar, debe contarle que gran parte de lo que ella sabe de él es mentira. Por eso no dice nada. Marga no se molesta, el aura de misterio es parte del encanto de su marido, el escritor.