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PRÓLOGO
LA VALENTÍA DE SER

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No es sencillo mirar atrás. Pasamos demasiados años construyéndonos a nosotros mismos como para que resulte fácil adentrarnos en los recuerdos de cuando aún no sabíamos quiénes éramos. O de cuando empezábamos a serlo.

En El último año en Hipona se aborda esa mirada hacia el ayer y el dolor —en forma de catarsis— que provoca. En sus páginas, asistimos a la creación de una novela que pretende ser un ajuste de cuentas de su atormentado creador, Mario, con su ayer. Un juego metaliterario de raigambre cervantina —el libro que se escribe a sí mismo— que no se plantea como un simple capricho intelectual, sino que permite a su autor, Roberto Carrasco, indagar en la capacidad sanadora de la literatura, en la posibilidad de convertir el hecho creativo en un exorcismo que nos lleva a dar forma a nuestros fantasmas, miedos y frustraciones.

Sombras que siempre nacen en un lugar y en un tiempo muy concretos. Igual que aquí. En este caso, el espacio donde habita la memoria es un internado que alberga una historia de amor y de misterio, una trama en la que se combinan motivos de la novela gótica con necesarios guiños a la novela histórica. En ella, más allá de la ficción —llena de acción y giros inesperados—, late la voluntad de dar voz a quienes, solo unas décadas atrás, vieron su vida, su sexualidad y su libertad condenadas y amputadas durante los años de la Dictadura. Hombres y mujeres que, como los niños y adolescentes del Hipona, sabían que ser implicaba arriesgarse, porque no había forma de conjugar ese sencillo verbo (soy, eres, somos) sin jugarse la vida en un tiempo donde la diferencia era objeto de condena y escarnio. Un tiempo que no acabó en 1975, sino que pervivió en nuevas batallas a favor de la consecución de unos derechos que, aún hoy, siguen necesitando de la acción y del compromiso, no solo de la comunidad LGTB, sino de toda la sociedad. Las heridas, tal y como se cuenta en esta novela, no solo pertenecen a quienes lo sufren, sino también a cuantos son testigos —y cómplices mudos— de cada una de ellas.

Construido en dos tiempos y espacios que coinciden lenta e inexorablemente en uno solo, este juego de espejos nos invita a conocer la historia de amor de Julio y de Damián pero, sobre todo, a buscar en sus miedos y en sus dudas un reflejo de las que también nosotros —sea cual sea nuestra orientación— sentimos en algún momento. Porque nada hay tan complejo ni tan laborioso como construir la identidad y, aunque el tiempo parezca camuflar esas cicatrices, alguna queda en el yo que somos de aquel yo que fuimos. De esa infancia y de esa adolescencia en la que, seguramente, no tuvimos que abordar los peligros que acechan a los protagonistas en este cruel internado, pero donde sí nos tocó recorrer nuestros propios recodos oscuros y dolorosos. Somos aquello que fuimos, igual que Mario es —en cada página−todos los personajes que recuerda —¿inventa?— en esta historia. Por eso lo acompañamos en su viaje, porque entendemos cómo le atormenta cuanto calla y recordamos, a través de su periplo, que también nosotros guardamos una secreta novela, una historia que quizá aún no hemos escrito y que esconde sus palabras y personajes en nuestro interior.

Son muchos los nombres —y las vidas−que habitan en estas páginas. Historias y biografías que orbitan en torno a la pareja protagonista y que, aunque a veces son simplemente esbozadas, consiguen hacerse visibles y rotundas a través de las pinceladas con las que las construye su autor. Roberto Carrasco nos ofrece un mosaico de vidas envueltas en una atmósfera de pesadilla y elabora con todas ellas la memoria de un tiempo que sus protagonistas intentan no olvidar para evitar que el dolor haya sido en vano. El recuerdo amargo de unos años que, quizá, no queden tan lejos como nos gustaría.

Porque si hay algo que se percibe con claridad en estas páginas es su beligerancia. Su firme compromiso a favor de los derechos LGTB, de la visibilidad y de la igualdad real. Una defensa que late tanto en las palabras del doble narrador —el autor intradiegético y el autor extradiegético— como en las de sus personajes. En todos ellos vive el recordatorio de que solo se puede vencer a los monstruos de Hipona —en el ayer, en el hoy y en el mañana— mediante la memoria y la lucha. Porque aunque sean muchos los pasos que se hayan avanzado, aún son muchos otros los que nos quedan por recorrer.

Adentrarse en los pasillos del Hipona y desentrañar los misterios que en él se ocultan es un modo de conocer hasta qué punto los límites externos y las convenciones sociales pueden llegar a truncar una vida. Un descenso a los infiernos de la sinrazón y de la intransigencia que solo los más valientes se atreven a desafiar. Héroes improvisados que, como los que habitan estas páginas, solo persiguen una meta: su identidad.

Construida como un thriller emocional con firme voluntad crítica, El último año en Hipona oscila entre la ternura y la sensualidad, el terror y el intimismo, la reflexión y la vivencia. Una historia escrita en esa ambigua frontera que componen el recuerdo y la ficción, obligando al lector a recomponer por sí mismo el rompecabezas y situar en él sus personajes y sus historias. Solo entonces habremos descubierto qué sucedió ese último año. Y qué hay de sus personajes en cada uno de nosotros.

Fernando J. López

El último año en Hipona

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