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TOMAR LECHE DIRECTAMENTE DEL CARTÓN ES DE MALA EDUCACIÓN

4:30 pm

Una plaza; un sol implacable en una ciudad reluciente; dos torres; una catedral de cantera con sus campanas a punto de chillar; una multitud que prefiere el llanto del cobre; un círculo de personas en torno a Roberto (26 años) que zapatea con huaraches al ritmo de la música de los viejitos de Michoacán.

Roberto es una farsa; una comedia danzante; un rostro cubierto por lluvia de listones verdes; un sombrero de chuspata; un rostro cubierto por una máscara más fiel que su semblante; una sonrisa triste; una máscara triste.

Un ejército de viejitos espera su turno en el espectáculo. Roberto suda bajo la cubierta, la gente le aplaude. Mariana también lo hace. El pequeño Daniel también. Julián (17 años) no. Él no aplaude. Es de máscara burlona, listones rojos, zarape rojo. Sus manos tomadas por la espalda guardan un secreto de moridero. La música aumenta. El zapateado se acelera. La gente decide poner su corazón fuera del pecho. Mariana y Daniel brillan como un sol mismo. El chillar de los violines es más fuerte que el del metal.

Y de pronto, un estruendo (más fuerte que las bombas del 15 de septiembre de 2008: Morelia, Mich.). Una bala perfora la máscara triste y el cráneo de Roberto. La multitud es un puñado de hormigas en pánico.

Mariana, con rostro de barranco y Daniel en los brazos, corre donde yace Roberto. El verdor de los listones está salpicado del rojo de su sangre. Entre empujones, gritos y rechinares Julián, rojo por completo, sostiene la pistola con ambas manos.

3:45 pm

Roberto no sabe usar un puñado de palabras a su favor, pero sabe que dar zancadas grandes y tambalear los hombros hace relucir su hombría elegante de león. Julián no sabe hacer lo que Roberto, no le importa. Sobre la cerrada San Agustín, ya no te enojes conmigo, la voz de Roberto es como la del león que araña para después regresar por una caricia. El brazo de Roberto rodea a Julián. Ese rodeo es el gesto de protección típico de un felino arrepentido. No, un león nunca se arrepiente, solo hace a un lado sus malas acciones, y listo.

Roberto tiene la melena más grande y hermosa que Julián haya visto.

Sobre la cerrada San Agustín dan unos pasos más. Vestidos de viejitos, Julián (máscara burlona), Roberto (máscara triste). Frente a ellos, Mariana y el pequeño Daniel: ya no te enojes con nosotros. Mariana tiene cara de humano y una mano lista para dar una caricia. Roberto la abraza y besa a Daniel, su hijo.

Te necesitamos.

Julián, completamente rojo, es volcán, es cara de humano y un puño bajo el zarape. Sobre la cerrada San Agustín, camina. Se dirige a una plaza con un sol implacable en una ciudad reluciente.

¿Qué le pasa a Julián?, pregunta Mariana.

3:30 pm

Un ejército de soldados desciende de la pick up, sus armas:

Bastones.

Huaraches.

Sombreros con lluvia de listones.

Calzones de manta.

Máscaras con mil gestos.

A una cuadra de cantera, la cerrada San Agustín donde la gente camina con golosinas en las manos, gaspachos morelianos o churros salados con crema y queso. Julián camina adelante.

¿Quieres?, Julián escucha, voltea.

Que si quieres un gaspacho. Roberto no sabe usar un puñado de palabras a su favor, solo es un hermoso caballo, y relincha. El ejército se aleja.

Roberto y Julián, con gaspacho en mano, se sientan en una calle solitaria. Cucharean; mastican en silencio. Los ojos de un caballo hermoso son difíciles de ignorar. Mucho menos cuando la mirada es fija. Julián no quita la mirada a su gaspacho. El juego de miradas fijas anuncia el atropello de sí mismos.

Roberto le gira la cara y lo besa en la boca.

Soy un pendejo, no quiero que te alejes de mí.

2:30 pm

Julián y Roberto salen de una casa en la isla de Janitzio. La fachada de la pequeña casa está pintada de blanco y rojo, el techo es de teja de barro. Julián cierra la puerta con llave. De la puerta cuelga un moño negro. Caminan por las cuestas de la isla. Llegan al muelle, donde está la lancha amarrada a la orilla; dentro de ella el pelotón de viejitos los espera. Suben y se ponen en marcha. Pronto llegan a la otra orilla, al pueblo de Pátzcuaro. Ahí abordan la parte trasera de la pick up ya encendida.

El aire de la carretera es helado, todos van de brazos cruzados en silencio. Algunos sostienen sus sombreros y sus máscaras para que no sean arrancados por el viento. Julián observa el paisaje. Roberto lo observa a él, para después tomarle la mano. Nadie se da cuenta. Julián sonríe y sigue observando.

Julián es un ciervo que corre por las laderas de esa carretera.

Roberto es el cazador que apunta con su rifle en el punto más débil de cualquier ciervo. A Julián no le importaría ser atravesado por una bala si Roberto es quien dispara.

Las laderas están por terminar. El ciervo se convierte en Julián; Roberto sigue con apariencia de cazador, siempre. La carretera termina. Un gran letrero dice «Bienvenidos a Morelia». Los listones de los sombreros siguen agitados y se ondean con la fuerza del viento como únicos espectadores de esa escena depredador/presa.

12:30 pm

Julián despierta. Se sienta en la cama, está desnudo. A un lado, cobijado, está Roberto. Julián se incorpora y se pone los calzones. Sale hacia la cocina. En el pasillo de la casa, hasta el fondo, hay un altar: Veladoras, flores de cempasúchil, una foto de su padre y un recorte de periódico que dice «Se disparó; deja sola a su mujer e hijos». En la cocina está su madre. Lava los trastes con mal humor. Cuando entra escucha: ¿Ya te fijaste qué horas son? Se te va hacer tarde para ir a Morelia. Apúrale.

Julián se sienta en el comedor, está cansado. No durmió. Está cansado de ser presa. Durante la noche Roberto lo capturó y se lo comía por la espalda.

Por cierto ¿quién entró anoche?

Voltea a ver a su madre con ironía, como quien dice que la pregunta es innecesaria. ¿Otra vez se peleó? Ya le he dicho que la mande a la chingada, pinche vieja. Julián se muestra indiferente. Se dirige a la puerta del refrigerador. La abre. Rápido que se gasta la luz. Y ya corre a levantar a tu hermano. Julián, tras la puerta del refrigerador:

¡Roberto, te habla mi mamá!

A los pocos segundos entra Roberto en bóxer, se sienta en el comedor. Julián toma leche del cartón. Tomar leche del cartón directamente es de mala educación, ya te he dicho. Su madre le golpea la cabeza. Roberto sonríe. Del radio suena Me he quedado sin tu amor, interpretada por Los Freddys.

Si era dicha o dolor

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