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CAPÍTULO I

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Marzo 9 de 2001 9:15 p.m.

Las primeras horas

Escribo para no ahogarme, para espantar el terror y los fantasmas que me atormentan. Escribo para no morir, para sentir que aún vivo y que solo se trata de una pesadilla de la que pronto despertaré. Escribo porque es mi único medio de escape, de trascender y atravesar estas cuatro paredes que me asfixian y sentir que aún estoy afuera.

Escribo porque se me retuerce el estómago en espasmos horribles, porque siento que mi cabeza de repente va a estallar en mil pedazos y mi cerebro va a quedar esparcido en pedacitos por el techo y las paredes de esta espantosa celda. Escribo por inercia, ¿Qué más puedo hacer? Escribo para no gritar mi desespero, mi angustia, mi abandono. Escribo como medio de defensa de un monstruo que me aprieta y asfixia, cual anaconda asesina.

Escribo para recordar a mi familia, quisiera estar a su lado, abrazado a ellos y nunca, nunca soltarlos. Escribo para calentar mi mano, mi alma, que se congelan en esta caverna inmunda de 3 x 3, para que los demonios que tengo al frente, uno de bigote rancio y dientes mugrientos y el otro de cabeza gigante y risa pendeja, no se me acerquen ni me hablen y me expelan su aliento fétido, de cigarrillo y marihuana. Para que crean que estoy muy ocupado y no se les ocurra interrumpirme.

Escribo porque sé escribir, porque aprendí las vocales y las consonantes en mi escuela de primaria, la Francisco Arango, al lado de la profe Lucía, que aunque parecía un simio científico, era dulce como una naranja pequeña.

Escribo porque tengo miedo, como nunca antes. Para despertar pronto, para que esta película de terror reproduzca “fin”, para calmarme, drogarme, emborracharme.

Escribo porque no sé qué más hacer, ¡HIJUEPUTAAA!

Mal adentro

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