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ОглавлениеCAPÍTULO 2
Remember the Alamo: la colonización de Texas
El estereotipo del texano con botas de altos tacones, sombrero blanco y actitud bravucona simboliza para la mayoría de los mexicanos y otros latinoamericanos todo lo que era y sigue siendo malo en Angloamérica. Su traje, por ejemplo, representa el robo de la tierra y el patrimonio de los vaqueros (el cowboy mexicano). En realidad, el cowboy angloamericano aprendió su oficio e imitó el traje del vaquero mexicano. Además, el cowboy texano está estereotipado como un bravucón rudo y agresivo que odia a los mexicanos. En resumen, se ha convertido en el estereotipo no solo de la colonización de Texas y el suroeste, sino también de la colonización económica angloamericana de toda Latinoamérica. Los sentimientos individuales con respecto a los anglo-texanos son intensos y, muchas veces, se traducen en sentimientos de odio ciego. La expresión de esos sentimientos es a menudo bastante cruda, como, por ejemplo, en el dicho: “Viertes agua caliente sobre un anglo-texano y obtienes mierda instantánea”. Indudablemente, el legado de la conquista provocó esta actitud, pero el amargo conflicto entre los anglos y los mexicanos en el territorio ocupado ha aumentado la animosidad.
Como analizamos en el capítulo 1, las hostilidades texano-mexicanas no terminaron después de 1836. México se negó a reconocer la República de Texas. El problema de los prisioneros de guerra seguía candente. Según el historiador texano T. R. Fehrenbach: “El trato dado a estos soldados era vergonzoso según cualquier norma y generalmente ha sido ignorado por los historiadores norteamericanos. Cualesquiera que fuesen las indignidades de Santa Anna, no se debieron a Juan Nepomuceno Almonte, a su estado mayor o a los soldados rasos a las órdenes del presidente. Muchos murieron en cautividad y, eventualmente, todos fueron repatriados en malas condiciones”.1
La cuestión de las fronteras también seguía siendo un problema. Los texanos exigían que la república incluyera toda la tierra hasta el río Grande, mientras que los mexicanos decían que la frontera estaba en el río Nueces. En los años siguientes, el territorio entre estos dos ríos siguió siendo disputado. Mientras tanto, aumentaba la inmigración angloamericana a la República de Texas. Para escapar a la discriminación de los anglos, cuyo chauvinismo se había intensificado con la victoria y que seguían considerando a los mexicanos como enemigos, estos se vieron obligados a avanzar cada vez más hacia la porción intelectual de la nueva república. Un número importante de ellos se estableció en los territorios disputados.
En los años anteriores a la anexión por Estados Unidos, los texanos combatieron activamente a los indios y también lanzaron su ofensiva diplomática contra México. El presidente Mirabeau B. Lamar soñaba con expandir la república, y en 1839 y 1840 aprovechó los problemas de México con Francia. Presionó para llegar a un arreglo en la cuestión fronteriza, ofreciendo a México 5 millones de dólares si aceptaba el río Grande como frontera territorial. En 1841 intervino en los asuntos internos de México firmando un tratado con Yucatán, estado del sudeste de México, que pretendía independizarse de México. Aquel mismo año Lamar envió contra Nuevo México la desastrosa Expedición Santa Fe como parte de un plan para añadir esta zona a la república (véase el capítulo 3).
Durante los últimos años de la década de 1830, la tensión fue muy aguda a lo largo de la frontera. La situación se agravaba más aún por los esclavos negros texanos, que cruzaban la frontera buscando en México la libertad. Sus propietarios exigían su regreso y las autoridades mexicanas se negaban a entregarlos. Cuando las hostilidades se convirtieron en guerra abierta, el sur de Texas se convirtió en la puerta de entrada para la invasión del norte de México, encabezada por Zachary Taylor, y los mexicanos de esa zona de Texas sufrieron en gran medida la violencia angloamericana.
Técnicamente, después de la guerra mexicano-norteamericana, los mexicanos que permanecieron en Texas pasaron a ser ciudadanos de Estados Unidos. Sin embargo, en realidad, siguieron considerándose mexicanos. La cercanía de la frontera y la actitud de los colonizadores reforzaban este sentimiento nacionalista. Además, los angloamericanos creían haber adquirido derechos especiales sobre la tierra y sus productos, gracias a su conquista y a su superioridad racial y cultural. Los mexicanos eran tratados como un pueblo conquistado que debía pagar tributos. Su modo de vida fue sustituido por leyes, administración, lenguaje y valores anglos, todo lo cual era ajeno al pueblo conquistado. Aunque los mexicanos estaban en minoría global en el estado, representaban una mayoría en el sur de Texas; pero fue precisamente en esta zona donde la dominación tuvo una forma más repugnante. Esta mayoría representaba un reto para el nuevo orden, que tenía que ser sostenido por un ejército de ocupación. Cada vez que surgía un conflicto entre mexicanos y anglos, las tropas de Estados Unidos intervenían en apoyo de los invasores.
Se desarrolló un sistema de castas que relegaba a los mexicanos al estrato más bajo, debido a su raza y cultura. En otras palabras, se desarrolló una situación colonial entre anglos y mexicanos. T. R. Fehrenbach la comparó a la de Sudáfrica entre los Boers y la población nativa. El mexicano pasó a ser el sirviente, el trabajador de salario bajo, pero raramente el patrón. Fehrenbach escribe que las tensiones eran “naturales” y provenían del hecho de que dos pueblos radicalmente diferentes habían venido a encontrarse bajo un mismo gobierno. Y señala que el conflicto étnico surge “históricamente… solo en tres formas generales: conquista de una raza o cultura por otra, imposición de límites arbitrarios que combinan a grupos diferentes dentro de una misma unidad política, o la importación de mano de obra extranjera para trabajar en una sociedad de mayor nivel de organización”.2 El mexicano fue víctima de cada uno de estos procesos, los cuales corresponden al establecimiento de una sociedad colonial.
LOS APOLOGISTAS
Muchas de las obras sobre las relaciones entre mexicanos y anglos han sido parciales, escritas por angloamericanos apologistas del trato dado por el gringo al mexicano. Estos historiadores han intentado echar la responsabilidad del conflicto sobre los mexicanos. Ignoran los motivos económicos de los usurpadores angloamericanos.
La primera tarea del historiador chicano es desenmascarar a los apologistas que han influido en las opiniones sobre los mexicanos. No atribuimos mala fe a estos historiadores, pero sí sostenemos que representan la actitud de los westerners hacia los mexicanos. Uno de los principales historiadores texanos en lanzar el punto de vista apologético fue Walter Prescott Webb. Hasta su muerte, en marzo de 1963, fue considerado el decano de los historiadores de Texas. Siendo el profesor de historia más respetado de la facultad de la Universidad de Texas, en Austin, influía considerablemente sobre los especialistas y estudiantes graduados. Sus obras más importantes fueron The Texas Rangers (1935), The Great Plains (1931), Divided We Stand (1937) y The Great Frontier (1952): además, escribió innumerables artículos.3 Las obras de Webb tuvieron una repercusión considerable en la historiografía del Oeste. Sin embargo, recientemente algo ha empezado a resquebrajarse, y algunos investigadores comienzan a poner en tela de juicio muchas de sus conclusiones, alegando que son racistas. Entre estos estudiosos se encuentran Américo Paredes, Llerena B. Friend y Larry McMurtry. McMurtry escribe sobre The Texas Rangers de Webb: “La falla del libro es una falla de actitud. Webb admiraba excesivamente a los rangers, y como consecuencia el libro confunde el homenaje con la historia en una forma que solo podemos considerar turbia. Los datos que él mismo proporciona sobre los rangers contradicen una y otra vez la caracterización que hace de ellos como “hombres tranquilos, reflexivos y amables”.4 A continuación, McMurtry señala algunas de las inconsistencias. Critica la descripción que hace Webb del papel representado por los rangers en el sitio de la ciudad de México: “Un ladrón les robó un pañuelo. Fue fusilado”.5 Murió un Texas ranger y los rangers replicaron matando a 80 mexicanos.6 McMurtry concluye: “Tales acciones no son las de hombres a los que pudieran llamarse apropiadamente amables”.7 McMurtry también impugna la descripción que hace Webb del capitán ranger L. H. McNeely como “una llama de valor”8 McMurtry afirma de McNeely. “Hizo un trabajo bueno y brillante, y sus métodos eran absolutamente brutales”.9 McNeely torturó y fusiló mexicanos a sangre fría. En una ocasión cruzó la frontera con 30 hombres y atacó un rancho pensando que ahí se albergaban tropas mexicanas. Pero estaba equivocado, y asesinó a un grupo de inocentes trabajadores mexicanos. Cuando descubrió su error, simplemente se fue. La apología que hace Webb de los rangers es que “los asuntos de la frontera no pueden juzgarse por los patrones que rigen en otras partes”.10 McMurtry responde: “Por qué no pueden serlo es una cuestión que aún queda por responder a los apologistas de los rangers. La tortura es tortura, tanto si es aplicada en Alemania, Argelia o junto al río Nueces. Por supuesto, los rangers alegaban que su fin justificaba sus medios, pero los torturadores siempre han alegado eso mismo”.11
Webb dejó de ser historiador y se convirtió en un ranger por poder. A pesar de que indudablemente debió ver la brutalidad de aquellos hombres violentos, cerró los ojos ante ella. McMurtry arroja más luz sobre la situación cuando escribe: “El punto importante que se debe señalar acerca de The Texas Rangers, es que Webb no escribía como historiador de la frontera, sino como un hombre de la frontera simbólico. La tendencia a practicar una camaradería fronteriza simbólica puede decirse que caracteriza al texano del siglo XX, tanto si es intelectual, vaquero, hombre de negocios o político”.12
De hecho, la obra de McMurtry explora el efecto de esta solidaridad fronteriza. También es significativo que Webb fuese un hombre de letras que no tenía motivos malintencionados. No obstante, sus obras son racistas. Hacia el final de su larga carrera, Webb había cambiado su punto de vista sobre los chicanos.13 Cuando publicó un artículo en True West, en octubre de 1962, “Los bandidos de Las Cuevas”, recibió procedente de Alicer, Texas, una carta de Enrique Mendiola cuyo abuelo fue el propietario del rancho que los rangers atacaron equivocadamente por órdenes de McNeely, Mendiola afirmaba:
Muchos historiadores han clasificado a aquellos hombres como ladrones de ganado, bandidos, etc. Esto puede ser cierto respecto a algunos, pero la mayor parte, incluyendo al general Juan Flores, trataba de recuperar el ganado de su propiedad que les había sido arrebatado cuando los arrojaron de sus pequeños ranchos en el sur de Texas. Fueron despojados por hombres como Mifflin Kenedy, Richard King y los Armstrong.14
Walter Prescott Webb replicó en forma reveladora: “Para lograr una conclusión justa se necesitaría poseer informes del lado sur del río, y simplemente estos no son asequibles”. Afirmaba que hubo robos de uno y otro lado, pero que “[e]l hecho desafortunado es que los mexicanos no eran tan expertos en conservar información como la gente de este lado. A menudo he deseado que los mexicanos, o alguien de su confianza, hubiera podido estar entre ellos y recoger sus relatos de ataques y contraataques. Estoy seguro de que estas historias hubieran adquirido un tono y color distintos.15 De hecho, los mexicanos conservaron su historia en corridos, que glorificaban los hechos de los hombres que se alzaron ante los opresores. Estos corridos siguen cantándose en el Valle del río Grande y en otros lugares del suroeste. Los corridos a Juan Cortina fueron compuestos cuando este se enfrentó a los gringos en la década de 1850, y actualmente, líderes chicanos como César Chávez, Reies López Tijerina y Rubén Salazar tienen corridos compuestos en honor y recuerdo suyo. Uno de los más conocidos es El corrido de Gregorio Cortez, un hombre injustamente perseguido por los rangers y las autoridades texanas en 1901. En su libro, With His Pistol in His Hand (1958), Américo Paredes analiza este corrido, al tiempo que revisa la historia de los corridos. Estos comunican la actitud mexicana, desafiante, hacia los rinches, como llaman los mexicanos a los rangers:
Then said Gregorio Cortez With is pistol in his hand,
Ah, how many cowardly rangers,
Against one lone Mexican!16
Paredes escribió que “Los oficiales de los Texas Rangers son conocidos como los rinches de la Kineña, o rangers de King Ranch, de acuerdo con la creencia de los fronterizos de que los rangers eran el brazo fuerte de Richard King y Jos demás ‘barones ganaderos’”.17 ¿Cuál ha sido la imagen tradicional del Texas ranger, tal como aparece retratado en la historia de Estados Unidos? Rip Ford, ranger él mismo, escribió: “Un Texas ranger puede cabalgar como un mexicano, rastrear como un indio, disparar como uno de Tennessee ¡y luchar como el mismo demonio!”.18 T. R. Fehrenbach, en 1968, escribió en su Lone Star: A History of Texas and Texans:
Para combatir a indios mexicanos, los jefes rangers tenían que aprender a pensar como aquellos o, al menos, a comprender qué temían los mexicanos y los indios. El choque entre los angloamericanos y los mexicanos en la frontera meridional era inevitable, pero algunos de sus aspectos fueron infortunados. El contacto no benefició a ninguna de las dos razas; parecía fortalecer y resaltar los defectos de ambas. Los rangers llegaron con rectitud instintivamente teutónica, prefiriendo el honesto impacto de las balas a la astucia del cuchillo. Pero contra los mexicanos, la rudeza se convirtió en brutalidad, porque era casi imposible para el protestante anglo-celta comprender la mente hispánica. Impaciente ante la tortuosidad mexicana, el ranger reaccionó con la fuerza directa. Pero el mexicano, para ser fiel a los datos, pasó de la tortuosidad a la descarada traición; la historia atestigua que los mexicanos mataron a más texanos durante las treguas para parlamentar que en todos los campos de batalla. Cada uno de los bandos se sentía justificado a causa de las incomprensibles y despreciadas actitudes culturales de su enemigo. Los rangers parecían barbaros nórdicos, faltos de toda astucia o maña caballeresca; ellos veían a los mexicanos como traicioneros, gente mentirosa, que nunca querían hacer lo obvio, que consistía en declarar su juego y luchar.19
Walter Prescott Webb, que era aún menos objetivo en su análisis de las diferencias culturales entre los rangers y los mexicanos, escribió del ranger: “Cuando lo vemos en su tarea cotidiana de mantener la ley, restaurar el orden y promover la paz –aun cuando sus métodos sean vigorosos– lo vemos en la posición correcta, un hombre solo entre una sociedad y sus enemigos”. Y a la inversa, escribió del mexicano: “Puede decirse sin calumniar que hay una vena de crueldad en la naturaleza del mexicano, o al menos así lo hace pensar la historia de Texas. Esta crueldad puede ser herencia de los españoles de la Inquisición; también puede, e indudablemente debe ser atribuida parcialmente a la sangre india”.20 Este tipo de razonamiento justificaba la violencia de los rangers para muchos angloamericanos; los “métodos vigorosos” eran necesarios para lidiar con “salvajes adversarios”.
Américo Paredes da otra opinión acerca de los rangers. Los considera como representantes de los hacendados y comerciantes que controlaban el Valle del río Grande. Su tarea consistía en mantener el orden para la oligarquía. Reclutaban pistoleros que odiaban ardientemente a los mexicanos, disparando primero y haciendo las preguntas después. Paredes escribe: “El que los rangers creaban más problemas de los que resolvían es una opinión expresada por fuentes menos parciales”.21 Paredes fue uno de los primeros estudiosos chicanos en atacar a los rangers y, en consecuencia, a Webb. Expresaba los sentimientos de los mexicanos, que se basaban, en su mayor parte, en las tradiciones orales mexicanas y en sus experiencias. Sus datos refutaban los de Webb. Un ejemplo de ello es la diferente interpretación que uno y otro hacen de los hechos que rodearon el asesinato de los Cerda, prominente familia de las cercanías de Brownsville. Paredes escribe:
Los Cerda eran prósperos rancheros de las cercanías de Brownsville, pero tuvieron la desgracia de vivir cerca de uno de los “barones ganaderos” que todavía no se había expandido. Un día llegaron de Austin tres Texas Rangers y “ejecutaron” a Cerda padre y a uno de sus hijos acusándolos de ser ladrones de ganado. El hijo más joven huyo cruzando el río, y así el rancho Cerda quedó vacío. Cinco meses más tarde el hijo que quedaba, Alfredo Cerda fue a Brownsville. Murió ese mismo día, de un balazo disparado por un ranger.22
El relato de Paredes no se apoya en fuentes secundarias, sino en narraciones de testigos presenciales. Marcelo Garza, de Brownsville, hombre de negocios respetado, le relató a Paredes que un ranger disparó sobre Alfredo, quien estaba desarmado, cazándolo “como a un animal salvaje”.23
La versión de Webb está basada en fuentes de los rangers, que son semejantes a algunos informes policiacos contemporáneos. Según Webb, el ranger sorprendió a un mexicano marcando ganado perteneciente al Rancho King. El mexicano, Ramón Cerda, disparó contra el ranger, y este último disparó a su vez, matando a Ramón en defensa propia. El ranger fue exculpado en la investigación, pero los mexicanos no aceptaron el veredicto y desenterraron el cuerpo de Cerda y realizaron su propia encuesta. Encontraron que había: “‘evidencia’ [las comillas son de Webb] de que Cerda había sido arrastrado y maltratado de otras maneras. El sentimiento público estaba sumamente dividido. Los descubrimientos de la encuesta secreta, agregados a los rumores incontrolados que nacieron de ella, solo sirvieron para inflamar los ánimos de los seguidores de Cerda”.24
Nuevamente, las fuentes de Webb fueron secundarias, y basó su conclusión de que la gente había sido enardecida, en informes de los rangers. Webb admitió que operaba un sistema de justicia doble respecto a los mexicanos y los anglos. Por lo tanto, era natural que impugnaran los resultados de la investigación, especialmente los hechos referentes a esta muerte. La familia Cerda era muy conocida y respetada, y sus tierras codiciadas por los King. Más reveladora es la información de Webb acerca de quién dio la fianza para Baker, el ranger que disparó sobre Cerda: “El capitán Brooks informó que Baker depositó una fianza por la suma de diez mil dólares, y que le apoyaban personas como los King, el mayor John Armstrong –lugarteniente de McNeely– y los hermanos Lyman”.25 El historiador se pregunta por qué Webb no analiza el apoyo de los King. No nos asombremos de que los mexicanos estuvieran enardecidos. Poco después, Baker mató igualmente al hermano menor de Ramón; Alfredo.
La importancia del caso Cerda, es que revela el uso de la violencia para apoderarse de tierras y luego legalizar el asesinato mediante el sistema judicial. No fue un caso aislado; simplemente reflejaba la actividad de los rangers a lo largo de todo el siglo. Durante el levantamiento de Cortina, cientos, si no miles, de mexicanos fueron asesinados por ser parientes de guerrilleros o sospechosos de estar asociados con los revolucionarios. Los rangers, que operaban independientemente de los representantes de la ley tradicionales, estaban orgullosos de su eficacia para tratar con los mexicanos. El odio a los rinches ardía entre los mexicanos durante el siglo XIX. En el corrido quedaba constancia de los sentimientos populares:
Los “rinches” son muy valientes
no se les puede negar;
nos cazan como venados
para podernos matar.26
Una explicación parcial del terrorismo de los rangers era el número muy superior de mexicanos comparado con el de los gringos habitantes del valle; estos últimos vivían en el terror de un levantamiento de masas. En 1915, cuando una banda de cuarenta mexicanos, dirigidos por Aniceto Pizaña, arrasó la ciudad de Norias en el Rancho King, la revuelta fue prontamente sofocada, pero no antes de que un reinado de terror se desatara en el sur de Texas.27 Los angloamericanos pensaban que se trataba de una conspiración, achacándola a los alemanes, a la IWW (Internacional Workers of the World), o a los japoneses. Entre 1915 y 1920, según un cálculo de Walter Prescott Webb, entre 500 y 5000 mexicanos fueron asesinados por alguaciles locales, jueces de paz y Texas Rangers. Webb escribió: “La situación puede resumirse diciendo que después de que los problemas se desarrollaron, los norteamericanos instituyeron un reinado de terror contra los mexicanos y que muchos mexicanos inocentes tuvieron que padecerlo”.28
Paredes da el testimonio de Josefina Flores D. Garza, que fue una de las víctimas del odio de los rangers. Los rinches invadieron su casa durante la carnicería de 1915. Asesinaron a su padre y a sus hermanos adolescentes, Josefina, con su madre y varios niños, fue testigo de los asesinatos. La familia se quedó después junto a los cadáveres durante varios días, por temor a abandonar la casa. Más tarde, soldados norteamericanos se llevaron a los muertos. Josefina quedó mentalmente trastornada durante un tiempo.
Incluso hoy día los rangers exhiben su arrogancia insultando brutalmente a los mexicanos. Uno de los rangers más odiados era el capitán A. Y. Allee, que se retiró a fines de 1970. El relato de un periódico lo describía así:
Barrigón, bronco, con una cara como una papa quemada, Alfred Allee es el policía más controvertido del sur de Texas. El hijo de un ex-senador de Nuevo México –Dennis Chávez, Jr.– atestiguó ante un subcomité del departamento de agricultura que Allee es “un matón conocido, un enemigo profesional de los mexicanos cuyo lema es ‘primero dispara y luego pregunta”.29
Allee llevaba una pistola plateada y siempre estaba dispuesto a usar los puños. En una ocasión en que golpeó a un sospechoso, declaró que creyó que el hombre tenía un arma escondida y que, después de todo “solo lo golpeé una vez”. En 1967 Allee acabó con lo que él consideró una rebelión. Los seguidores de César Chávez organizaron una huelga contra los agricultores del valle en petición de mejores condiciones y salarios. Los rangers de Allee hostigaron y maltrataron físicamente a los huelguistas. El Consejo de Iglesias publicó una acusación en su contra, pero esto no lo detuvo; se jactó de haber sido acusado en repetidas ocasiones, pero sin haber sido nunca reprendido.30 Probablemente esto es cierto. Su trabajo consistía en proteger los privilegios políticos y económicos de los colonizadores. Con el uso de la violencia organizada mediante fuerzas como las de los rangers, los mexicanos eran mantenidos en su lugar.
Los sucesos de 1967 muestran con gran claridad que los rangers habían cambiado muy poco sus reacciones hacia los mexicanos. McMurtry, un no chicano, informa acerca de la reacción de los anglo-texanos a la huelga:
No se hace uno popular aquí [en el sur de Texas] sugiriendo que los mexicanos tienen derecho a algo más que aire, frijoles y leche de cabra. Las disputas con la mano de obra agrícola en 1967 –disputas en las que los Texas Rangers representaron un sospechoso papel– lo demuestran claramente. Conozco a un granjero, un hombre que emigró recientemente desde el Valle a la Meseta, que estaba sinceramente asombrado por el hecho de que los mexicanos estuviesen comenzando a querer casas en las que vivir. Las tiendas de campaña y los remolques, cincuenta centavos por hora y una cabra gratis cada una o dos semanas ya no les satisfacían. Habían empezado a considerarse seres humanos, actitud que llenaba al patrón de asombro y vago desasosiego. Cuando los mexicanos llegan a tales aberraciones en Texas, es hora de llamar a los rangers.31
LOS BARONES LADRONES DE TEXAS
Los Texas Rangers facilitaban el continuado sometimiento de los mexicanos a través de un puñado de hombres brutales y sin escrúpulos que corrompían a las autoridades locales y estatales, convirtiendo la democracia en una burla. Para lograr sus fines, asesinaban a sus opositores, robaban sus casas y se apropiaban de su ganado. Para comprender cómo sucedía esto debemos considerar la vida del mexicano en Texas antes de la llegada del gringo. Américo Paredes describe esta vida en el Valle del río Grande:
En los días anteriores a los proyectos de irrigación de la zona de río arriba, el bajo río Grande era un cinturón verde y fértil, limitado al norte y al sur, por áridas planicies, situado a lo largo de un río que, como el Nilo, irrigaba y fertilizaba la tierra próxima a sus riberas y periódicamente llenaba incontables lagunas, conocidas como resacas y esteros.32
Antes de 1848, esa zona alimentaba muchos miles de cabezas de ganado. Poseía ciudades, tales como Laredo, Guerrero, Mier, Camargo y Reynosa que habían sido fundadas antes de 1755. Paredes describe la vida del mexicano de la frontera:
La sencilla vida pastoral que llevaba gran parte de la gente de la frontera propiciaba una igualdad natural entre los hombres. Se ha escrito mucho acerca de la influencia democratizadora de una cultura del caballo. Más importante era el hecho de que en la frontera el propietario de la tierra vivía y trabajaba en ella. Casi no había división entre el propietario y el vaquero, que a menudo, además, estaba emparentado con él. La sencillez de la vida que llevaban, tanto el patrón, como el empleado también ayudaba a que sintieran que no eran dos clases distintas de hombres, aun cuando uno fuera más rico que el otro.33
El valle daba sustento a comunidades autosuficientes que cultivaban maíz, frijoles, melones y verduras. También tenían ovejas y cabras. El comercio entre los pueblos de ambos lados del río ayudaba a unirlos. No se trataba de empresas altamente organizadas ni de grandes utilidades a las que los anglos estaban acostumbrados y consideraban productivas. Si empleamos los patrones tecnológicos de Estados Unidos, la economía del valle era subdesarrollada.
Si bien la vida entre los mexicanos de las demás secciones de Texas no reflejaba exactamente el estilo de vida de los pueblos del río Grande, sí se le parecía mucho. La vida estaba más próxima de un ritmo comunitario que del estilo individualista de la civilización angloamericana. La destrucción de esta cultura y esta civilización se convirtió en un fetiche para el colonizador. El mexicano en Texas tenía una cultura establecida y un estilo de vida que llenaba sus necesidades, y estaba apoyado y complementado por su sistema político y económico. La ocupación anglo estaba proyectada para sustituir, tanto su estilo de vida como estos pilares económicos y políticos. Irónicamente, aunque los pilares fueron destruidos por los angloamericanos en forma muy similar a como destruyeron los bosques, los mexicanos se aferraron tenazmente a sus tradiciones, que estaban literalmente arraigadas al suelo. La destrucción del sistema político y económico mexicano le arrebató el control de su movilidad económica y determinó su papel y su estatus social. La forma en que los angloamericanos conquistaron su posición de dominio es impresionantemente similar a todo lo largo del suroeste. En el Valle del río Grande, el prototipo del “barón ladrón” era Charles Stillman.
Stillman llegó al valle en 1846 e inició un centro comercial en un campo de algodón al otro lado del río y frente a la ciudad mexicana de Matamoros. En solo cuatro años la ciudad de Brownsville se desarrolló. Esta ciudad estaba llena de almacenes, embarcaderos y un floreciente comercio con México. Este florecimiento elevó los precios de la tierra y atrajo a más angloamericanos, que llegaron sin sus familias y estaban dispuestos a capitalizar la prosperidad.
Un número importante de los recién llegados eran veteranos de guerra que aún recordaban el pasado y veían a los mexicanos como a una raza conquistada. Sentían que los mexicanos no habían hecho nada para mejorar la tierra, y que se beneficiaban de la ocupación angloamericana. Estos hombres no reconocían los títulos de propiedad de los mexicanos y sentían pocos escrúpulos en despojarlos. Argumentos raciales y de origen justificaban sus argucias. Al principio, Stillman y otros temían que el estado de Texas pudiera proteger los derechos mexicanos a las tierras, de modo que trataron de separar el valle del resto de Texas, con el fin de crear su propio estado. Jugaron con los sentimientos regionalistas de los mexicanos y lograron que estos apoyaran su proyecto. Este grupo contaba con poderosos aliados en el Congreso, como Henry Clay y William Seward. Los separatistas estaban dirigidos por Richard King, James O’Donnell, Charles Stillman, el capitán Mifflin Kenedy y Sam Belden, todos ellos miembros prominentes de la élite privilegiada. Sus planes de separación demostraron ser innecesarios porque pronto resultó evidente que el estado de Texas apoyaba las usurpaciones angloamericanas.
Charles Stillman era de Nueva Inglaterra, descendiente de comerciantes puritanos. Las condiciones en el valle y la confiada naturaleza de los mexicanos resultaron un paraíso para él. Empleó medios nada escrupulosos para lograr ganancias anuales de 50 000 dólares. Su negocio estaba situado en una tierra que no le pertenecía; las tierras en torno a Brownsville eran propiedad de los descendientes de Francisco Cavazos. Después de 1848, el título de la familia Cavazos era conocido como Concesión del Espíritu Santo. Stillman quería esa tierra, pero no quería pagar por ella. Premeditadamente creó confusión en tomo al derecho de propiedad. Colonos sin tierras se instalaron en la posesión de los Cavazos y reclamaron su propiedad. Basaron su acción en sus derechos de veteranos, así como por ser colonos sin tierra. Estos actos violaban el Tratado de Guadalupe Hidalgo y su Declaración de Protocolo; sin embargo, esto no tenía importancia para Stillman. Compró los derechos de los invasores, así como otros títulos dudosos, pero se negó a tratar con la familia Cavazos a sabiendas de que contaba con el apoyo de las tropas del Fuerte Brown.
La familia Cavazos no se dejó intimidar y puso pleito a Stillman, pero este podía confiar en la decisión del tribunal. El juez Waltrous, presidente del tribunal, era amigo suyo. Además, muchos anglos creían que “toda la Concesión Espíritu Santo debe ser cancelada basándose en que los propietarios eran mexicanos”.34 Stillman, sin embargo, se había hecho muchos enemigos que presionaban al juez para que fallara en su contra. El 15 de enero de 1852, Waltrous falló a favor de la familia Cavazos, revalidando la Concesión Espíritu Santo. Pero Stillman tenía sus abogados, y la firma Basse and Horde ofreció 33 000 dólares por la concesión que, en 1850, estaba evaluada en 214 000 dólares.35 Stillman había hecho público que apelaría la sentencia, de modo que la familia Cavazos aceptó la oferta, pues los costos legales para defender la concesión resultarían prohibitivos. Por otra parte, la familia Cavazos sabía que Stillman tenía influencias en las estructuras políticas y judiciales del estado. Después de la venta, la firma de abogados transfirió el título a Stillman, pero este no pagó los 33 000 dólares, así como tampoco lo hizo la firma por estar en quiebra.
Las tácticas de Stillman se repitieron por todo Texas. Las tierras y riquezas mexicanas pasaron rápidamente a manos de los colonizadores. Para 1860 los angloamericanos dominaban completamente la economía texana. Un censo levantado en aquel año mostraba que 263 texanos poseían mas de 100 000 dólares en bienes raíces; 57 de estos millonarios vivían en el sudeste de Texas; solo dos de ellos eran de extracción mexicana y sus posesiones estaban en el condado de Cameron. En el condado de Bexar se contaban siete texanos ricos, ninguno de los cuales era mexicano. Es importante notar que el valor de los bienes raíces y la riqueza personal de los 261 texanos estaba aproximadamente balanceada, mientras que la riqueza personal de los dos mexicanos estaba muy por debajo de su riqueza en bienes raíces.36 El socio de Stillman, Richard King, era el barón más ladrón del sur de Texas. Su trayectoria es difícil de seguir, pues sus descendientes controlan todos los documentos y los han censurado cuidadosamente. Richard King juntó más de 600 000 acres de tierra durante su vida, y su viuda aumentó las posesiones de la familia a más de 1 000 000 de acres.
La corporación King Ranch comisionó a un escritor y artista profesional, Tom Lea, para ensalzar a Richard King en una obra en dos volúmenes titulada The King Ranch,37 Lea retrata a King como a un Horatio Alger testarudo y de puños recios que llevó la prosperidad al sur de Texas. En este proceso, Richard King nunca dañó a nadie excepto en defensa propia. Lea niega los cargos contra King e ignora a quienes alegan que este despojó sin escrúpulos a muchos pequeños propietarios mexicanos para quedarse con sus tierras y que actuó brutalmente con quienes se opusieron a él. Cuando se refiere a los resentimientos mexicanos contra los angloamericanos como King, Lea escribe: “Al enfrentarse, era natural que los norteamericanos se sintieran superiores y que los mexicanos se sintieran explotados. Cualquier norteamericano común era más próspero porque concedía más atención a la prosperidad” que cualquier mexicano común, de modo que una división económica se sumaba generalmente a la división racial para definir más agudamente la composición fronteriza de viejos resentimientos y desconfianzas”.38 La conclusión es que Lea limpiaba de toda culpa a King y los suyos, igual que hizo Alan Nevins cuando rebautizó a los barones ladrones del este como “capitanes de la industria”.
Indudablemente, los historiadores que han escrito sobre King han sido influidos por la obra de Lea. Pocos son los que han confiado en lo que los mexicanos sentían respecto a él. En nuestro retrato de King, utilizamos el trabajo de Lea con objeto de mostrar las inconsistencias. Esperamos que algún día un estudioso chicano, utilizando fuentes mexicanas, documente la versión mexicana de la historia: que hombres como King y Mifflin Kenedy eran ladrones de ganado que operaban con la protección del Estado para aumentar sus posesiones.
Richard King nació en 1824 en la ciudad de Nueva York, hijo de pobres inmigrantes irlandeses. De joven se enroló como marinero, llegando a ser piloto de un vapor comandado por Mifflin Kenedy.39 Muy pronto ambos hombres se hicieron amigos. La guerra mexicano-norteamericana los condujo a río Grande, y cuando terminó se quedaron para aprovechar el auge. King regentó un hotel de mala muerte en Boca del Río40 y más tarde compró una embarcación al gobierno de Estados Unidos y se dedicó al negocio de carga.41 La mayor parte de sus negocios consistían en llevar mercancías de contrabando a los rancheros mexicanos y a los mineros del norte de México.
Aunque al inicio el principal competidor de King y Kenedy era Charles Stillman, en 1850 se asociaron con él.42 La sociedad prosperó, monopolizando muy pronto todo el comercio conducido por vía acuática al norte de México.43 En 1852 King compró la Concesión Santa Gertrudis; según Lea, King sabía que las posesiones estaban abandonadas desde que quedaron bajo bandera gringa, de la que los mexicanos desconfiaban.44 El título que amparaba 15 500 acres le costó menos de dos centavos por acre.45 King entró también en sociedad con Gideon K. Lewis para la adquisición de tierras, comprando más adelante la parte de este. Aunque Lea dice que gran parte del ganado mexicano fue robado no culpa de este robo a King.46 Sin embargo, es cosa generalmente sabida entre los pobladores mexicanos de la frontera, que King participó en esas acciones. King también estuvo complicado en la caza de Juan Cortina, que describiremos más adelante en este capítulo. Durante la guerra civil, King era partidario de los sureños y se benefició de la guerra vendiendo ganado, caballos y muías a las tropas. Prosiguió sus operaciones de carga, pasando los cercos unionistas bajo bandera mexicana.47 En 1866, Stillman dejó la zona fronteriza, y King y Kenedy se hicieron cargo de muchos de sus negocios.
En 1872 la Comisión Fronteriza Mexicana informó que gran parte de las fricciones en la frontera eran causadas por los ladrones texanos. El informe alegaba que los mexicanos invadían la zona del Nueces para recuperar el ganado robado, y que Richard King marcaba como suyos becerros “que pertenecían a las vacas de sus vecinos”.48 Lea no hace caso de tal informe porque en su recuento encuentra que los mexicanos fueron culpados de los robos por los ciudadanos de Brownsville y por una comisión del Congreso de Estados Unidos.49 Durante este periodo, King fue nombrado presidente de la Asociación de Criadores de Ganado del Oeste de Texas. Esta fue formada por rancheros texanos para proteger sus intereses. Organizaron grupos especiales para combatir a los supuestos bandidos mexicanos. Más tarde suprimieron estos grupos cuando el capitán ranger McNeely se encargó de la lucha por ellos. Los métodos de McNeely ya han sido discutidos aquí.
Aunque Lea trató de exonerar a King de todo mal interpretando sus acciones como justificables, no por ello dejan de revelarse ciertos hechos. King hizo su fortuna como contrabandista; se asoció con una banda de asesinos y, de hecho, representó un papel importante en sus operaciones; fue acusado de robos de ganado y de haber asesinado a pequeños propietarios de tierras para despojarlos de esta; y sobornaba a los rangers. Solo nos queda apoyar nuestro caso en la declaración de T. R. Fehrenbach:
En la década de 1850, las ciudades fronterizas de El Paso y Brownsville, y la misma San Antonio estaban dominadas por un puñado de importantes comerciantes o financieros, ninguno de los cuales había nacido en Texas o en el sur. Este peculiar sistema político-social –en el que los mexicanos étnicos poseían por lo general la superioridad numérica, pero eran políticamente inertes como individuos– llegó a ser un rasgo característico de la vida del sur de Texas. Los primeros hombres de empresa se convirtieron en rancheros. De esta forma Richard King y Mifflin Kenedy, que con otros pocos dominaron en un tiempo todo el sur de Texas, desde el Nueces hasta Brownsville, llegaron a ser dos de los mayores terratenientes de todo el sur. En la década de 1850 se formó el núcleo del inmenso King Ranch.50
LA REVUELTA DE CHENO CORTINA
Los métodos de King para sojuzgar a los chicanos se repitieron por todo el suroeste. Colectivamente, los mexicanos se convirtieron en los pobres, débiles y oprimidos, mientras que los angloamericanos eran el símbolo del rico opresor. Este proceso produjo una reacción por parte de los mexicanos y derivó en un intenso bandidaje. Si bien unos pocos historiadores angloamericanos han concedido que a menudo el bandido mexicano fue empujado al bandidaje, la mayoría de los cronistas justifican su represión; racionalizan que el comportamiento de los bandidos era criminal o, al menos, que era resultado de las condiciones de la frontera.
No obstante, el sistema era la causa principal de la actividad ilegal de los mexicanos, porque los representantes de la ley eran frecuentemente los ladrones y asesinos. E. J. Hobsbawm, en su Primitive Rebels: Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20th Centuries (1965), ilumina con bastante claridad los motivos del bandido. Tomando el bandidismo mexicano en el contexto de la historia, este escritor concluye que representaba “en cierto sentido… una forma más bien primitiva de protesta social organizada, acaso la más primitiva que conocemos”.51
Al estudiar al bandolero de California Tiburcio Vásquez veremos (en el capítulo 5) que quebrantó una ley angloamericana con el fin de preservar su honor. Una vez hecho esto se convirtió en un proscrito que tenía que robar para sobrevivir. Como otros bandidos mexicanos, sus actividades iban dirigidas contra los angloamericanos y solo impulsado por la más angustiosa necesidad llegaba a robar a su propia gente. De esta forma conservaba el apoyo de los mexicanos, que lo consideraban un héroe, una especie de Robín Hood, aunque nunca socorría a los pobres. Para los mexicanos, el bandido mataba solamente en venganza. De esta forma se convertía en “el ‘duro’, que no está dispuesto a cargar con las cruces tradicionales que corresponden al estado llano en una sociedad de clases: la pobreza y la sumisión”.52 Se rebelaba contra el gringo y era admirado por el pueblo porque hacía lo que ellos no eran capaces de hacer.
Vásquez y otros bandidos mexicanos representan exactamente el modelo del rebelde primitivo de Hobsbawn; sin embargo, Juan N. Cortina, que ha sido llamado el “bandido rojo de río Grande”, va más allá del modelo del bandido. A diferencia del bandido social, poseía una organización con una ideología y organización definidas que libraba una lucha de guerrillas contra el grupo de poder gringo. Igual que gran parte de la historia chicana, los datos mexicanos deben ser examinados, especialmente los de Tamaulipas, para comprender el alzamiento de Juan Cortina.
Como en el caso de muchos otros rebeldes sociales, se ha hecho un intento para desacreditar los motivos de Cortina. La mayoría de los historiadores angloamericanos lo ha clasificado como un proscrito. Lo retratan como a un vagabundo analfabeto proveniente de una buena familia que se “volvió malo”.53 Lyman Woodman, militar retirado, escribió una biografía de Cortina, describiéndolo como “soldado, bandido, asesino, abigeo (ladrón de ganado) y asaltante del correo, gobernador civil y militar del estado de Tamaulipas y general del ejército mexicano” que, en resumen, era un enemigo de los gringos.54 En contraste, los mexicanos han ensalzado sus hechos en corridos. Cortina dirigió una guerra de guerrillas contra la dominación angloamericana y fue apoyado por el pueblo. Un estudio reciente resume la reacción de los pocos mexicanos que se le opusieron:
Algunos miembros de la clase patronal se opusieron a Cortina porque sus intereses comerciales necesitaban la paz con los norteamericanos; otros temían que Estados Unidos no se quedara satisfecho con Texas, Nuevo México, Arizona y California, y que usara a Cortina como pretexto para “liberar” todo México. Fue admitido, sin embargo, por el mayor Heintzleman que “los bandidos cuentan con la simpatía activa de las clases bajas de la población mexicana”.55
Juan “Cheno” Cortina, producto de la frontera septentrional de México, nació el 16 de mayo de 1822, en Camargo, del lado mexicano del río. Sus padres eran descendientes de la clase alta, y su madre poseía una concesión de tierras en las cercanías de Brownsville.56 Cortina y su familia se trasladaron a esta posesión en el momento más duro de las hostilidades de la guerra de 1846. Cortina no regresó a México y, en los términos del tratado de Guadalupe Hidalgo, se convirtió en ciudadano de Estados Unidos.57 Era un regionalista que se identificaba con el norte de México y luchó para proteger la tierra de los ataques de los angloamericanos. También sentía las injusticias, insultos y pillajes que caracterizaban la ocupación angloamericana. Era cuestión de tiempo que se rebelara contra aquella.
Un incidente común e insignificante señaló el comienzo de la carrera revolucionaria de Cortina. En una cálida mañana de julio de 1859, cuando regresaba del rancho de su madre, vio al comisario Bob Spears golpeando con su pistola a un mexicano que había bebido de más. La víctima había trabajado para la madre de Cheno. Cuando este se ofreció a hacerse responsable por el culpable, Spears replicó: “¿Por qué tienes que meterte tú, maldito mexicano?” Cortina disparó un tiro de aviso y luego:
Cortinas [sic] disparó contra el comisario hiriéndole en un hombro, subió al mexicano a la grupa de su caballo y galopó saliendo de la ciudad al estilo de un cowboy norteamericano o un vaquero mexicano en día de fiesta. Este episodio reúne todas las cualidades dramáticas que cualquier bandido principiante –o héroe– pudiera desear. Cheno, miembro muy popular de la clase acomodada, un mexicano, había disparado contra un representante de la ley norteamericana, había rescatado a uno de los miembros más humildes de la sociedad mexicana y valerosamente lo había llevado a lugar seguro en el Rancho Santa Rita, propiedad de su madre.58
Cheno sabía que no podría obtener un juicio justo, de modo que se dispuso a salir para Tampico, México. Antes de su partida, experimentó algunas otras transgresiones angloamericanas. Más tarde, con un pequeño grupo de amigos, regresó a Brownsville para someter a los opresores a la justicia. El 28 de septiembre entraron a caballo en la ciudad e izaron la bandera mexicana. Los detractores de Cortina afirman que saqueó la ciudad; no obstante, sus partidarios dicen que no robó ni saqueó cuando tenía la ciudad a su merced, como sin duda lo hubiera hecho de haber sido un bandido.59 Si Cortina saqueó o no la ciudad de Bronwsville sigue siendo un punto de controversia. Cortina no planeaba dirigir una revolución. Sin embargo, desde la propiedad de su madre Rancho del Carmen envió una circular justificando sus acciones. La base de su “declaración de agravios” era la injusticia que sufría el pueblo mexicano a manos de los ocupantes. Decía que únicamente había ido a Brownsville a castigar a los culpables de aterrorizar a los mexicanos, y apelaba al gobierno angloamericano para llevar a los “opresores de los mexicanos” ante la justicia en vez de protegerlos. Cortina, tras hacer estas declaraciones, se preparó para emigrar nuevamente a México.60
Buscando venganza, los habitantes de Brownsville tomaron prisionero a Tomás Cabrera. Cabrera era un hombre de avanzada edad cuyo único crimen era ser amigo de Cortina. Cuando el caudillo supo que su amigo había sido arrestado reclutó un ejército de 1200 hombres. Exigió la libertad del anciano, amenazando con quemar Brownsville si sus habitantes no obedecían. Los Tigres de Brownsville (la milicia local) y el ejército mexicano en Matamoros lo atacaron, pero Cortina los derrotó en una batalla y a continuación los gringos lincharon a Cabrera. Fueron llamados los rangers y persiguieron a Cortina, pero este los derrotó el 22 de noviembre.
Envalentonado por sus victorias “planeaba formar un ejército lo bastante fuerte para obligar a las autoridades texanas a conceder a los mexicanos aquellos derechos… que les garantizaba el tratado de Guadalupe Hidalgo”.61 Publicó un comunicado que “revisaba los crímenes contra los mexicanos” y sugería que los colonizados formasen una sociedad secreta para hacerse justicia. El documento es un clásico ejemplo de las motivaciones de un libertador. En él formulaba la acusación de que las tierras de los mexicanos les habían sido robadas por “bandas de vampiros disfrazados de hombres”, que “llegaron y se instalaron en los poblados, sin ningún capital, excepto sus corazones corrompidos y las más perversas intenciones. Algunos, respetuosos de las leyes, nos prestaron protección contra los ataques de los demás; otros se agruparon en tenebrosos consejos, provocando y excitando al robo y la quema de las casas de nuestros parientes del otro lado del río Bravo; y otros más, abusando de nuestra ilimitada confianza, cuando les hicimos depositarios de nuestros títulos [de tierras]”, robaron a los mexicanos. Cortina condenaba la justicia angloamericana, señalando: “Parecería que la justicia ha desaparecido de este mundo, dejándonos librados al capricho de nuestros opresores”. El líder de la liberación proseguía: “Esta raza nunca se ha humillado ante el conquistador –exclamaba–. ¡Mexicanos! Mi partido está tomado; la voz de la revelación me susurra que me ha sido confiada la tarea de romper las cadenas de vuestra esclavitud, y que el Señor me permitirá derrotar a nuestros enemigos con brazo fuerte”.
Cortina clamaba por la liberación de los mexicanos y el “exterminio de sus tiranos”.62 El gobierno colonial había intensificado su opresión. Muchas personas inocentes eran víctimas del odio de los colonizadores; eran asesinados a sangre fría. Tropas federales bien entrenadas y equipadas invadieron el valle, forzando a Cortina a traspasar la frontera. Esto no acabó el conflicto, y un comisionado del estado escribió al gobernador Sam Houston: “Los mexicanos se están armando hasta los dientes, y anticipo grandes problemas aquí. Creo que es inevitable una guerra general… Nuevas armas han sido distribuidas a todos los rancheros, de modo que preveo problemas”.63 Houston acudió a la ayuda del gobierno federal, y escribió al secretario de la guerra en Washington, D.C.:
Deploraré que la situación en Texas, un tesoro vacío, los problemas con los indios, inigualados en los últimos diez años, y los pillajes desde México en nuestra frontera meridional, están bien calculados para impresionar la mente del Ejecutivo del estado de Texas con las dificultades de la actitud que debe asumir en justicia para con sus conciudadanos y la humanidad, a no ser que el brazo Federal se alce prontamente y se extienda para proteger nuestra sufriente frontera.64
Washington respondió en febrero de 1860 enviando a Robert E. Lee a Texas para encabezar la expedición contra Cortina. Las autoridades mexicanas cooperaron con Lee. “Durante el mes de marzo, igual que en toda su negra carrera, había muchas ideas discordantes acerca de las actividades y movimientos de Cortina. Incluso Lee, veterano condecorado de la guerra de México, ex-superintendente de la Academia Militar, y oficial de considerable experiencia en dar caza a saqueadores indios por todo Texas, estaba confundido por el astuto bandido; escribió a su esposa, Betsy, que estaba en Virginia, acerca del ‘mito Cortina’”.65 Corrían rumores de que Cortina amenazaba todos los puntos estratégicos, pero el 8 de mayo Lee se convenció de que Cortina había abandonado la frontera y se fue de Texas.
Sin embargo, Cortina no concluyó su guerra contra el gringo: simplemente cambió de lugar su base de operaciones. Se interesó activamente en los asuntos de Tamaulipas, defendiendo el estado contra la intervención francesa que comenzó en 1861 y terminó en 1867. Después de la guerra se estableció en Tamaulipas, donde supuestamente hizo y deshizo gobernadores. Supuestamente dirigió operaciones de saqueo contra los angloamericanos y manejaba un floreciente comercio con Cuba, golpeando así en el corazón de los intereses angloamericanos: su economía. Rip Ford, el periodista, político y en algún tiempo ranger, informó: “Cortina odia a los norteamericanos, particularmente a los texanos… Tiene un viejo y arraigado rencor contra Brownsville”. 66 Mientras tanto, Cortina acababa con el bandidaje en Tamaulipas. Los angloamericanos proclamaban que él “decía a los ladrones de México que los colgaría si robaban ahí, pero que había mucho que tomar en Texas”.67
La influencia angloamericana en México aumentó durante la década de 1870 y se hicieron presiones para librarse de Cortina. No obstante, él siguió activo, y tenía sus propias tropas llamadas Los fieles de Cortina y Los exploradores. En el valle contaba con una red de espías y partidarios llamada Las águilas negras. Se levantaron cargos contra él, y se hicieron investigaciones; pero siguió siendo intocable hasta 1875, cuando fue llevado a la ciudad de México y encarcelado acusado de robo de ganado. Cuando Porfirio Díaz tomó el poder, Cortina fue confinado en la ciudad de México. No regresó a la frontera hasta la primavera de 1890, en que visitó la zona durante algunos días, siendo recibido como un héroe. Con la creciente consciencia de una lucha chicana por la liberación, Cortina es reconocido hoy día como uno de los precursores del movimiento.
LA REBELIÓN POPULAR
La guerra de la sal de El Paso (1878) es un ejemplo de rebelión popular. Los mexicanos de la región se unieron siguiendo las líneas de raza y clase, iniciando la acción directa para realizar un cambio económico y político en respuesta a las argucias políticas de los extranjeros que habían destruido un derecho tradicional. La acción de las masas no tenía ninguna ideología aparente tras ella, sino una respuesta emocional a la opresión. Sin embargo, se trataba de una lucha de clase contra el rico y poderoso sistema dirigente gringo.68 De esta manera, se convirtió en una insurrección primitiva –una rebelión popular– contra la dominación de los ocupantes extranjeros.
El territorio de El Paso fue colonizado por mexicanos a principios del siglo XIX, y hasta 1840 la mayor parte de la población vivía al sur del río Grande. Después de la guerra mexicano-norteamericana los poblados se extendieron hasta el norte del río, aprovechándose del comercio Chihuahua-Texas-Nuevo México. Aún entonces, la población del lado norte era abrumadoramente mexicana. Muy pronto un puñado de angloamericanos llegó a El Paso. Inmediatamente tomaron el control de la política local, manipulando los votos mexicanos mediante agentes que eran premiados con su protección. Les ayudaba la distribución de la población mexicana, dispersa en pequeñas rancherías en torno a la actual ciudad de El Paso. Además, los mexicanos no estaban familiarizados con la política angloamericana, y premeditadamente los políticos no los incluían ni educaban. Para 1877 la población de El Paso había aumentado a 12 000 personas “de las que solo ochenta no eran mexicanas”.69 A pesar de este hecho, los angloamericanos poseían la mayoría de los puestos por elección, así como toda la riqueza del lugar. Los mexicanos eran casi todos pobres y solo hablaban español. En 1862, la vida de esta gente de subsistencia marginal se iluminó con el descubrimiento de sal en una localidad a 100 millas de la zona donde se apiñaba la mayor parte de la población. Empezaron a hacer expediciones a las salinas en busca de sal para su propio uso, así como para venderla a los mexicanos de la parte sur del río, pero no se les ocurrió demandar individualmente su posesión. Sin embargo, Sam Maverick, de San Antonio, muy pronto se apropió de una porción importante de las mismas. No obstante, los mexicanos continuaron usando la porción restante, satisfechos de obtener lo que fuese posible.
Los yacimientos salinos acabaron por llamar la atención de los políticos angloamericanos que conspiraron para apoderarse del control de las salinas que explotaban los mexicanos. Los conspiradores eran conocidos como El Círculo de la Sal. El plan hubiera tenido éxito de no producirse una división en sus filas. Las discrepancias cristalizaron durante la elección de 1870, cuando A. J. Fountain compitió contra W. W. Mills, líder del Círculo de la Sal, por un asiento en el senado estatal. Compitió con el apoyo de Antonio Borajo, un sacerdote italiano, y llevó adelante su campaña con la promesa de que las salinas se harían de propiedad pública. Fountain derrotó al círculo. Fountain trató de cumplir su promesa, pero tuvo dificultades con Borajo, que pretendía se apropiara de las salinas y compartiera los beneficios con él. La negativa del senado del estado marcó el fin de su carrera política en El Paso, pues Borajo se unió a Louis Cardis, otro italiano, para respaldar a Charles Howard en 1875 para el puesto de juez del condado. Cardis, según acordaron, se presentaría para senador del estado. Ambos hombres fueron elegidos. El poder de Borajo y Cardis se basaba en que sabían hablar español, lo que les permitía cultivar a la mayoría mexicana. Además, Borajo se aprovechaba de su poder como sacerdote. Parecía que los tres hombres iban a controlar la política del condado, pero Howard se separó del grupo, reclamando para sí los yacimientos salinos, en nombre de su suegro70. Esto terminó con su carrera política en 1877, cuando los dos italianos se le enfrentaron; sin embargo, siguió conservando el control de la sal.
Luego Howard trató de beneficiarse de la adjudicación “legal” cobrando a los mexicanos por la sal que sacaban. Borajo trató de incitar al pueblo desde el púlpito, pero el obispo lo destituyó de su cargo por intervenir en política. Empero, la fricción continuó y dos mexicanos fueron arrestados cuando las autoridades locales supieron que habían tratado de extraer sal violando la ley. Cuando uno de ellos fue arrestado, varios cientos de sus paisanos de San Elizario e Ysleta lo liberaron por la fuerza, organizando mítines en demanda de sus derechos. Después capturaron a Howard y lo mantuvieron prisionero durante tres días. No fue liberado hasta que prometió irse del condado y depositar una fianza para asegurar que no regresaría. Aunque Howard dejó El Paso, estaba decidido a regresar. Sabía que las autoridades apoyarían sus pretensiones y que existían una doble moral con las normas legales. Su conducta desafía la comprensión, porque regresó a El Paso y a sangre fría mató de un tiro a Cardis. Las autoridades no persiguieron a Howard, ni confiscaron su fianza. De hecho, el mayor John B. Jones de los Texas Rangers cooperó activamente con él. Mientras tanto, Howard escribió a un amigo que “no deseaba ver un castigo general de los alborotadores, que eran ignorantes como muías y estaban mal aconsejados, pero que pensaba que los líderes debían ser castigados y obligados a respetar la ley”, concluyendo que “si el gobernador no nos ayuda, voy a darle una buena zarandeada”.71 En 1878, Howard regresó a El Paso, donde las autoridades lo dejaron en libertad bajo fianza. Las autoridades locales se movieron para apoyar su reclamación, y los rangers salieron con él para ver que los mexicanos no tomaran la sal. Esta acción provocó una respuesta, y 18 chicanos dirigidos por Chico Barela lo capturaron. Al principio titubearon en pasar a la acción directa, pero cuando les llegó la consigna de Borajo de “Matad a los gringos y yo os absolveré”72, mataron a Howard. Las autoridades locales se dispusieron a castigar a los mexicanos, provocando varios días de tumultos, que terminaron cuando los rangers, ayudados por otros gringos, suprimieron a los mexicanos. Esta revuelta fue claramente racial y fue causada por una exagerada explotación económica.
CONCLUSIÓN
Los acontecimientos del Valle del río Grande y del condado de El Paso no fueron los únicos. El mismo proceso de sojuzgamiento económico y político se realizó en otras zonas de Texas. Por ejemplo, en San Antonio, la ciudad mexicana de Texas, los mexicanos fueron expulsados y los que quedaron fueron empleados como camareros, sirvientes, y otros trabajos de baja remuneración. Caroline Remy escribe acerca de esta dominación:
En 1837 todos menos uno de los cuarenta y un candidato a la elección municipal eran de ascendencia hispano-mexicana; una década más tarde eran solo cinco. La erosión de la base agrícola que formaba la riqueza principal de los hispanomexicanos comenzó casi inmediatamente después de la revolución de Texas. Desde 1845-1860 las casas y edificios importantes que se construían pertenecían a ciudadanos irlandeses, norteamericanos, alemanes y franceses. El mexicano tenía poca influencia económica. Aunque San Antonio parecía mexicana en apariencia y costumbres, el aumento de la población durante esos años era principalmente no-mexicano.73
La colonización de Texas continuó durante todo el siglo XIX y se extiende hasta el día de hoy. En 1932, Jovita González, una activista, resumía la reacción mexicana a la dominación:
Los mexicanos consideran a los norteamericanos en Texas como intrusos vándalos, agresores, que esperan la oportunidad para despojarlos de sus posesiones personales, tal como despojaron a la madre patria de toda una provincia. Por otra parte, los norteamericanos ven a los mexicanos como a una raza conquistada, inferior, despreciada a causa de su incapacidad para ajustarse a los adelantos norteamericanos. Como fueron la raza conquistada los mexicanos fueron considerados cobardes mientras los grandes rancheros prosperaban y se enriquecían, el pequeño campesino mexicano-texano fue obligado a abandonar sus propiedades y tuvo que convertirse en peón o abandonar el país.74
La lucha de los chicanos por la reconquista de su autodeterminación y conservar su cultura durante esos años no fue referida, porque los historiadores texanos, escribiendo desde una perspectiva angloamericana, legitimaron la represión dirigida por un puñado de gringos. Hasta hace poco tiempo, las conclusiones de hombres como Walter Prescott Webb se tomaban como el evangelio. No obstante, la historia chicana se conservó viva mediante los corridos y la tradición oral que glorificaba los hechos de hombres como Juan Cortina y Gregorio Cortez, que hicieron resistencia a los opresores “con la pistola en la mano”. El papel de los mexicanos durante esos años se limitaba colectivamente al de trabajador asalariado no calificado. De hecho, es cosa aceptada que este trabajo fue el que hizo posible el crecimiento de Texas, en forma muy similar a como contribuyó el sudor de los negros a la economía del sudeste. El mexicano, entre tanto, organizó mutualistas, y a partir de ellas, sindicatos y organizaciones políticas, que han mantenido viva la resistencia. Actualmente esta lucha está dando fruto y triunfos como, por ejemplo, el partido La Raza Unida (véanse capítulos 9 y 10) al tomar Crystal City, Texas, señalando el comienzo de la marcha hacia la autodeterminación política. Los mexicanos en Texas han ganado también una batalla al conservar su identidad cultural, pues la mayoría habla español y se identifica con su pasado mexicano. El nacionalismo se ha convertido en el lazo unificador de esta lucha.
1 T. R. Fehrenbach, Lone Star: A History of Texas and the Texans, New York: Macmillan, 1968, 465.
2 Fehrenbach, op.cit., 677.
3 Larry McMurtry, In a Narrow Grave, Austin, TX: Encino Press, 1968, 39.
4 Ibid., 40.
5 Ibid., 40.
6 Ibid., 40.
7 Ibid., 40.
8 Ibid., 40.
9 Ibid., 40.
10 Ibid., 41.
11 Ibid., 41.
12 Ibid., 43.
13 Llerena B. Friend, “W. Webb’s Texas Rangers”, Southwestern Historical Quarterly 74, no. 3, enero 1971, 294.
14 Ibid., 321.
15 Ibid., 321.
16 Américo Paredes, With His Pistol in His Hand, Austin: University of Texas Press, 1958.
17 Paredes, op. cit., 169.
18 Editorial en John Salmon Ford en Texas Democrat, septiembre 9, 1846, cit. en Fehrenbach, Lone Star, 465.
19 Fehrenbach, op. cit., 473-74.
20 Walter Prescott Webb, The Texas Rangers: A Century of Frontier Defense, Austin: University of Texas Press, 1965, xv.
21 Paredes, op. cit., 31.
22 Ibid., 29.
23 Ibid., 30.
24 Webb, op. cit., 463.
25 Ibid., 464.
26 Paul Jacobs and Saul Landau, To Serve the Devil, New York: Vintage Books, 1971, vol 1, 240.
27 Paredes, op. cit., 25-26.
28 Webb, op. cit., 477-78.
29 Tom Tide, “Chicanos Won’t Miss Ranger”, New Chronicle, Thousand Oaks, California, 4 de noviembre de 1970.
30 Ibid.
31 McMurtry, op. cit., 41, 42.
32 Paredes, op. cit., 7.
33 Ibid., 10.
34 Charles W. Goldfinch, Juan Cortina, 1824-1892: A Re-Appraisal, Brownsville, TX: Bishop’s Print Shop, 1950, 121.
35 Goldfinch, op. cit., 36.
36 Ralph Wooster, “Wealthy Texans”, Southwestern Historical Quarterly, octubre 1967, 163, 173.
37 Tom Lea, The King Ranch, 2 vols., Vol. 1, Boston, MA: Little, Brown, 1957.
38 Lea, op. cit., vol. 1, 457.
39 Ibid., 8-9.
40 Ibid., 42.
41 Ibid., 45.
42 Ibid., 58-59.
43 Ibid., 73.
44 Ibid., 100-01.
45 Ibid., 104.
46 Ibid.,107-08.
47 Ibid., 179.
48 Ibid., 275.
49 Ibid., 275-76.
50 Fenrenback, op. cit., 289.
51 Eric J. Hobsbawm, Primitive Rebels: Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20th Centuries, New York: Norton, 1965, 13, 27,
52 Ibid.
53 Webb, op.cit., 53.
54 Lyman Woodman, Cortina: Rogue of the Rio Grande, San Antonio, TX: Naylor, 1950, 8.
55 Jacobs y Landau, op. cit., 235.
56 Goldfinch, op. cit., 17.
57 José T. Canales, Juan N. Cortina Presents His Motion for a New Trial, San Antonio, TX: Artes Gráficas, 1951, 6.
58 Webb, op. cit., 178.
59 Goldfinch, op. cit., 44.
60 Ibid., 45.
61 Ibid., 48.
62 Wayne Moquin et al., eds., A Documentary History of the Mexican American, New York: Praeger, 1971, 207-9.
63 Woodman, op. cit., 53.
64 Ibid., 55.
65 Ibid., 59.
66 John Salmon Ford in Stephen B. Oates, ed., Rip Ford’s Texas, Austin: University of Texas Press, 1963, 371.
67 Woodman, op. cit., 98-99.
68 Hobsbawm, op. cit., 167-170.
69 Carey McWilliams. Al norte de México, Siglo XXI, Mexico, 1968, 127.
70 Webb, op. cit., 350. Jack C. Vowell, “Politics at El Paso: 1850-1920”, Master’s thesis, Texas Western College, El Paso, 1952, 65-66.
71 Webb, op. cit., 356.
72 Webb, op. cit., 360-61; Vowell, op. cit., 69-70.
73 Carolina Remy, “Hispanic Mexican San Amonio: 1835-1961”, Southwestern Historical Quarterly, abril 1968, 570.
74 Jovita Gonzalez, “Historical Background of the Lower Rio Grande River Valley”, Lulac News, San Antonio, Texas, septiembre de 1931, 5.